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Hay cuestiones que se pueden responder plenamente y otras que no. Durante
siglos habrá habido muchos hombres o mujeres que hayan visto correr el agua de un
río, o que se hayan reflejado en el agua de un estanque, y hayan preguntado: «¿el
agua qué será, de qué estará hecha?, ¿cuál será la diferencia entre la constitución del
agua y la de la tierra, los árboles u otras cosas?». Éstas son preguntas importantes,
como son todas las preguntas sobre lo real. Todos los humanos nos pasamos la vida
abriendo los ojos asombrados y preguntándonos por lo real, desde que somos muy
niños. Los niños pequeños son quizás los metafísicos espontáneos más grandes de
todos; son los que nos hacen las preguntas más metafísicas, a las que no sabemos
normalmente contestar: ¿por qué no se caen las estrellas?, ¿por qué nos morimos?
Luego los niños crecen y dejan de ser metafísicos y se convierten en personas
aburridas y adultas, pero, en un primer momento, todos pasamos por una etapa
metafísica en nuestra vida. Digo que hay preguntas que habrán asombrado: ¿de qué
esta hecha el agua, qué es el agua? Esta pregunta tiene una respuesta; como saben,
la composición química del agua está establecida, y si alguien pregunta: «¿qué es el
agua?», le responden:: H 2 O .Más o menos esto responde a esa inquietud y esa
pregunta queda más o menos solventada; habrá otros aspectos estéticos,
pragmáticos: que si el agua se va a acabar y nos quedaremos sin agua para beber en
el mundo, o si hay países que tienen dificultades de agua potable; pero, en general, la
composición del agua es un problema que está en principio resuelto.
Hay otras preguntas que los seres humanos se han hecho durante mucho
tiempo y que seguimos haciéndonos igual y que no sabemos cómo responder. ¿Qué
es la. justicia?», es una pregunta muy antigua que nos encontramos, por ejemplo, en
las obras de Platón como una cuestión esencial. Platón da una respuesta, Aristóteles
da otra respuesta, y otra serie de autores vienen después y van aportando respuestas
nuevas y distintas. Probablemente no existe una respuesta definitiva. Si nosotros nos
preguntamos hoy, «¿qué es la justicia?», lo hacemos sin que estemos seguros de que
vamos a decir: «la justicia es, hay una fórmula irremediable e irrefutable que nos dice
qué es la justicia». Ciertamente las cosas no son así. Todos sabemos que la justicia
es un concepto que tiende a lo ideal. que permanece abierto, que inspira reflexiones y
acciones muy diversas, que está vinculado a la historia, que está vinculado a las
propias circunstancias socioeconómicas en que viven las personas, que
probablemente ha alcanzado lo que desde un cierto nivel parece la justicia , cuando
llegamos a ese nivel que anhelamos de justicia, se nos vuelven a aparecer otras
perspectivas de justicia. Durante mucho tiempo existieron seres humanos que han
pensado que la mayor injusticia que hay es la esclavitud, que unos seres humanos
tuvieran que ser esclavos de otros, esto se veía como injusticia intolerable: «el día que
acabe la esclavitud reinará la justicia». Se acabó la esclavitud y ahora pensamos que
hay otros espacios de justicia posible, que aunque ya no hay esclavitud, hay otras
formas de explotación, servidumbre, abuso, discriminación, que son también injustas,
o que la propia organización social de una sociedad exige replantearse
constantemente lo que es la justicia.
Lo mismo que los niños tienen ese tipo de sinceridad, a veces hay personas
que son de una sinceridad aterradora, y se les acercan a uno para decirnos: «quieres
que te diga la verdad»; y uno responde: «no, no me la digas», porque ya sabe uno
que va a salir mal parado. Dime cualquier cosa, dime la mentira que consideres más
digna de ser verdad, pero no me digas la verdad. Lo mismo ocurre con otras virtudes.
Hay personas tan estrictas y tan justicieras que verdaderamente se convierten en
inhumanas; hay personas que aman tanto la libertad que no tienen piedad con quien
no sabe aprovecharla de la misma manera que ellos; en fin, todas las virtudes que en
sí mismas pueden estar muy bien, sabemos que en determinadas personas se
pueden convertir en cosas opuestas a la virtud. La virtud en abstracto no es nada, no
sirve, lo que sirve es una determinada forma concreta de relacionarse con los demás.
Un cuadro abstracto de virtudes no quiere decir nada sobre la bondad, la maldad de
las personas. Hay personas que no son dechados de virtudes canónicas, pero son
buenas personas; hay gente que esconde la dureza de su corazón detrás de una
coraza inatacable de virtudes magníficas.
La reflexión ética es una reflexión sobre la vida y sobre cómo vivimos las
cosas, no un código que se aplica sin más; y claro, por eso nunca acabamos de dar
respuestas a las cuestiones que la ética plantea. Uno de los tópicos que ustedes
habrán oído, porque es muy frecuente, es el que dice: es que éticas hay muchas hay
millones. La verdad es que no es así. Hay una serie de constantes en la ética, que son
válidas o que están subyaciendo en el fondo de casi todas las proposiciones morales.
Es verdad que la moral se preocupa de una serie de cosas que son muy variables:
cómo hay que vestirse, si hay que llevar la falda corta o larga; la imaginación humana
en cuanto a las supersticiones es inagotable. Pero, en los asuntos de verdadero fondo
humano, hay un sorprendente acuerdo. No hay ningún pueblo ni antiguo ni moderno,
ni salvaje ni civilizado, que considere que la mentira es mejor que la verdad; hay
pueblos que consideran que no está mal mentir al pueblo vecino. Pero donde valen
las normas, no hay ningún pueblo que diga que es lo mismo decir la verdad que la
mentira, siempre la mentira es lo peor; no hay ningún pueblo que considere que la
cobardía es algo excelente y el coraje algo desdeñable, en todos los pueblos se
considera que es mejor ser valiente que ser cobarde; no hay ningún lugar en que se
considere que la avaricia es algo virtuoso, y la generosidad es algo desdeñable; no
existe pueblo, por más remoto y extraño del mundo, que diga que es mejor ser avaro
que ser generoso. Esto es muy sencillo de entender por qué; porque ninguna virtud
puede desligarse del deseo de tener más vida, más fuerza vital. Lo que llamamos
vicios que también se llaman debilidades, son debilidades porque nos debilitan; nadie
miente porque se siente fuerte, el fuerte dice la verdad pase lo que pase; nadie es
avaro por pura fuerza, el avaro es alguien temeroso que trata de resguardarse de los
peligros de la vida, y por eso es avaro; y no digamos que alguien es cobarde por
sentirse fuerte. Nadie cultiva debilidades voluntariamente, éstas las tenemos porque
no lo podemos remediar, pero lo que uno quisiera es tener la fuerza, la virtud. La
virtud es una palabra que, en su propio nombre, indica una relación con el vigor, con
la fuerza. La virtud: “vir” es la fuerza del guerrero, la fuerza viril, la fuerza de la
excelencia, del que triunfa. La palabra virtud todavía. Hoy la aplicamos en otros
campos; cuando decimos que alguien es un virtuoso del balón o del violín, queremos
decir no que sea una persona, además de ser futbolista, con especial rectitud moral,
sino que es alguien que es excelente en lo suyo; la virtud es una forma de excelencia.
También hay palabras como «bueno», que tiene varias formas de usarla. A veces
decimos: «fulano es muy bueno, el pobre», es decir, es bueno porque no puede ser
otra cosa; ser bueno es cambiar los discos mientras los de más bailan, bajar a buscar
bocadillos. El bueno es aquel que no presenta objeciones a los deseos de los demás,
y por eso don Antonio Machado dice en su famoso retrato en verso: «soy en el buen
sentido de la palabra bueno», es decir soy bueno, no en el sentido acomodaticio o de
la persona que por no buscarse un problema, intenta dar gusto a toda costa a los
demás, sino que soy bueno en el sentido de que sé lo que me conviene, lo mejor,
tengo la fuerza de buscar lo mejor. Esto indica una intención en la virtud , hay que vivir
con una cierta dimensión de fuerza. Vivir no es fácil, es algo que exige aceptar un
reto. En el fondo, a pesar de la aparente diversidad entre las morales pasadas,
presentes y futuras todas se podrían resumir diciendo que las morales nos piden, en
primer lugar, coraje para vivir. Hace falta un cierto coraje para vivir, la mayoría de las
formas fracasadas o malas de la vida es por falta de valor, porque no tenemos el valor
suficiente para arriesgar una vida, sin estar cubiertos de dinero o protegidos.
Otro rasgo que todas las morales piden es la generosidad para convivir, que es
algo, en una medida o en otra, doloroso. Todos hemos sido omnipotentes en una
época, cuando éramos niños, y a veces no nos reponemos nunca del todo de esa
época en que el mundo creíamos que giraba en torno a nosotros, en que llorábamos y
mamá venía corriendo y nos atendía, nos daban de comer, nos cuidaban y sobre todo
estábamos convencidos de que en el mundo lo que le daba sentido a la vida éramos
nosotros. Luego nos enteramos de que no, de que cada persona tiene sus problemas,
sus cosas, sus intereses, de que somos unos más, entre otros muchos, que tenemos
que aprender a someter nuestros deseos ante los demás; esto realmente es difícil de
soportar, todos quisiéramos ser omnipotentes.
Hace falta una generosidad para convivir y aguantar el dolor que produce el
convivir con otros que siempre nos limitan, que de alguna manera nos van a causar
determinadas frustraciones. Los griegos lo vieron muy bien cuando escribieron sus
tragedias. Sófocles, que es el gran trágico de la democracia griega, se dio cuenta de
que la convivencia democrática, es decir, no jerárquica, que es una convivencia
igualitaria entre las personas, es algo que produce dolor, porque hay que renunciar a
muchas cosas.
De modo que además de un coraje para vivir -y no les hace falta coraje a los
personajes trágicos- hay que tener también generosidad para convivir. La generosidad
es lo que suele llamarse la capacidad de ponerse en el lugar del otro; de poder ver las
cosas, aunque sea momentáneamente, desde otro ángulo de visión, no simplemente
desde el ángulo en que uno las mira. Por muy respetable y válido que sea tu ángulo,
hay que decir: ¿y desde el otro ángulo cómo se verá? Esa generosidad para convivir
es fundamental, y las morales exigen, de una manera o de otra, además de coraje,
generosidad.
Por último, las morales también imponen una cierta prudencia para sobrevivir.
Hace falta coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir.
Uno de los elementos fundamentales en la moral es conservar repotenciar las mejores
cosas que hay en uno. La moral no es solamente es buscar la convivencia y la
colaboración, la ayuda a los otros, sino también desarrollar aquellos aspectos que nos
pueden hacer mejores, que nos alejan de la destrucción, de la miseria, la locura, la
insensatez; esta también es una cuestión relacionada con los personajes trágicos. En
Macbeth, cuando Lady Macbeth está intentando convencer a Macbeth de que suba al
piso superior para apuñalar durante el sueño al rey Duncan, que duerme tranquilo en
la cama sin precaverse de nada, Macbeth le dice: «no me atrevo a subir»; y la otra le
dice: «vaya, tú, soldado tienes miedo, tú que has matado tanta gente en la guerra, si
ese hombre es un viejo, si está dormido». Macbeth no se atreve no simplemente por
la idea del enemigo al que no nos atrevemos a enfrentar, sino porque, claro, es un
amigo suyo, es su rey, es una persona que ha confiado en él y está durmiendo en su
casa. Macbeth dice: «yo me atrevo a lo que se atreva un hombre, quien se atreve a
más, ya no lo es». Hay que tener una cierta prudencia hay un límite. A lo mejor si
vamos más allá de los límites no nos hacemos más humanos, sino que dejamos de
serlo. Hace falta una cierta prudencia para saber qué es lo que nos conserva y qué es
lo que nos destruye. A veces, el llevar demasiado lejos el coraje puede a uno sacarle
de la humanidad, no confirmarle en ella. De modo que creo que el coraje, la
generosidad y la prudencia son los elementos clásicos, básicos de casi todas las
éticas. Luego, además de esto, cada una de las virtudes o núcleos de virtud tiene sus
propias modulaciones culturales muy diferentes, pero todas ellas están relacionadas
con esa pregunta esencial del cómo vivir. de qué es lo buscamos viviendo bien .
Después de dar muchas vueltas, me parece que la única respuesta lógica, decehte,
ante la pregunta: ¿Qué buscamos viviendo bien?, que se me ocurre es: alegría,
porque "esta es la única cosa que uno no busca para ninguna otra, como instrumento
para lograr ningún otro objetivo; la alegría la queremos por sí misma. Si queremos
tener mucho dinero, es porque suponemos que eso nos proporcionará alegrías; si
queremos tener amor, es porque suponemos que si la persona amada nos
corresponde o si somos amados por muchos, eso nos producirá alegrías; si queremos
tener poder, es porque suponemos que el mando sobre otros produce algún tipo de
alegría; y creo que todas las otras cosas: la belleza, la admiración, lo que ustedes
quieran. Todo se reduce a que creemos que eso va a producirnos alegrías, y si
estuviéramos seguros de que eso no nos produce ninguna alegría no lo querríamos.
En cambio, lo único que no necesitamos tener para tener otra cosa, es la alegría
misma. Sí pudiéramos estar alegres, ¿para qué buscar más? El diálogo famoso de un
filósofo cínico que discutía con Pirro, el rey persa: Una vez estaban en el jardín del
palacio de Pirro, y el filósofo estaba tumbado tranquilamente debajo de un árbol
viendo el cielo, y Pirro llega lleno de energía y actividad. El filósofo le pregunta: ¿Qué
vas a hacer? Mañana salgo con mi ejército, voy a intentar conquistar Grecia.
¿Conquistar Grecia y después? Después de conquistar Grecia continuaré con el resto
de Europa, primero hacia Italia, hasta llegar a las columnas de Hércules. ¿Y después?
Después habré conquistado ya todo el mundo conocido. ¿Y entonces? Entonces
podré sentarme y descansar. Pues siéntate hombre le dijo el filósofo, siéntate aquí
ahora y empecemos. Es decir, si el objetivo final es éste, ¿para qué te vas a hacer
tanta molestia?.
Hay una palabra más importante, que no me atrevo mucho a utilizar, que es la
palabra «felicidad». Esta palabra es demasiado ambiciosa, a pesar de que aparece
tanto en las canciones. La palabra felicidad es una palabra que compro mete mucho,
porque ser feliz, si uno lo ve con cierto detenimiento, exigiría no solamente
encontrarse plenamente satisfecho del presente, sino saber que ese presente es
invulnerable, que ese presente no puede ser afectado ni alterado por nada; porque si
estoy en el presente sintiéndome muy a gusto, pero estoy convencido de que mañana
me van a cortar la cabeza, no puedo decir que soy feliz. La felicidad exige una cierta
invulnerabilidad, y ¿quién puede decir que la felicidad que goza en su presente es
invulnerable? Por eso es más fácil decir que fuimos felices, ¡qué feliz fui cuando era
niño!, o, en cuanto consiga terminar mi carrera y me case con Purita y nos compremos
un chalet, ¡qué feliz voy a ser! La felicidad del pasado y del futuro son invulnerables
porque nada las puede afectar ya o toda vía, mientras que la del presente, en cambio,
es la peligrosa; uno dice: ¡qué feliz soy!, y en seguida miras al techo, no te vaya a
caer, en ese momento, encima. La alegría no tiene este problema, puedo decir que
estoy muy alegre; alegre ahora, porque estoy hablando con ustedes, o simplemente
porque sí, porque aunque ya sé que dejaré de estar alegre, ya sea porque dentro de
un rato estaré más triste, o porque me encontraré más aburrido o lo que sea, no quita
que ahora estoy alegre. La alegría es algo que sé que puedo gozarla, que me va a
dejar también, pero esto no quita la realidad en el momento. La alegría me parece
como más modesta o sensata que la felicidad.
Nuestra condición de mortales nos hace vivir con miedo y vivir pensando
constantemente que nos va a ocurrir lo inevitable. Éstas son las facetas de la
desesperación, y ésta es la reacción normal, primera, en un ser que sabe que va a
morir. Después hay otro paso y es el decir: voy a morir, pero nada puede quitar el
hecho de que ahora es toy vivo, ya hemos derrotado por lo menos una vez a la
muerte: naciendo. La muerte, la obscuridad eterna, ya ha sido derrotada al menos una
vez, porque hemos nacido y eso no lo puede borrar nadie; moriremos, dentro de cierto
tiempo ocurrirá lo que sea, pero nadie puede borrar el hecho de que estoy aquí, y
estamos triunfando sobre la muerte, ya hemos salido de ésta una vez, lo difícil era
nacer y eso ya lo hemos hecho. Lo grave ya nos ha pasado, lo más grave que nos
podría pasar, en el sentido de lo más serio, trascendente, ya nos ha ocurrido; nacer.
Ahora todo lo demás tiene menos importancia; lo serio, verdaderamente, es el
nacimiento y eso ya pasó; ya salimos de la oscuridad y ahora lo que tenemos es que
vivir conscientes de esta certeza de la luz en la que estamos hoy, esto es lo que
produce alegría. La desesperación es la certeza de la muerte futura; la alegría es la
certeza de la vida presente.
¿Qué va a ser lo que nos va a dirigir en la vida? ¿La muerte va a ser nuestra
maestra, vamos a dirigirnos por las" lecciones de la muerte, de la desesperación, el
miedo, el odio, la avidez, o vamos a intentar seguir las lecciones de la alegría? Las
lecciones de la alegría son aquellas que aligeran la vida. Decía Ortega no sé si con
mucha o poca razón que'alegría y aligerar tienen la misma etimología. La alegría es lo
que nos aligera, lo que nos hace más ligera la vida, y vivir a partir de la alegría es
seguir aquellos caminos que hacen más ligera la vida, la nuestra y la de los otros; el
arte, la ética, la solidaridad son mecanismos de aligera miento de la vida, un intento
de conservar la alegría huma na en lo que tiene de humana, es decir, de social.
También nuestras alegrías tienen que ser corporales, además de espirituales. Toda
ética que prescinde de lo corporal es superstición, porque somos seres corporales:
además de espíritu tenemos cuerpo; de la misma manera somos seres sociales y la
persona que prescinde de lo social no es que sea egoísta, es que está mal informada,
es que no sabe que una de sus dimensiones obligatorias es la dimensión social . Tan
absurdo es que se prescinda del cuerpo, en la búsqueda de la alegría, como que se
prescinda de la sociedad. Cuando a Sócrates le acusan de corromper a la juventud, el
hombre con cierta lógica dice; «¿y qué saco con corromper a la juventud?». ¿Quién
quiere vivir entre gente corrompida? ¿Es que si uno puede elegir, elige la compañía
de los criminales, los ladrones, los mentirosos? . Nadie elige esa compañía; uno
puede elegir ser un criminal, rapaz, mentiroso, pero no quiere estar rodeado de gente
así; todos queremos estar rodeados de gente buena, aunque nosotros mismos no lo
vayamos a ser, al contra rio, consideramos tener alguna ventajilla al estar rodeados de
gente buena, y ser nosotros más o menos canallas o depredadores. Quiere decir que
lo que admiramos y consideramos que es la forma de vida que corresponde real
mente al hombre es la otra, queremos hacer una excepción con nosotros mismos;
sabemos que la forma de vida real, la que de verdad nos interesaría es vivir rodeados
de personas absolutamente solidarias y fraternas, que acudieran a nuestra ayuda ante
cualquier peligro. Sería comodísimo, no estaríamos andando por la vida guardando
cosas y haciendo seguros, sabríamos tranquilamente que si nos pasara algo todos los
que están a nuestro alrededor acudirían a ayudarnos. ¿No sería esto más deseable,
no nos daría esto más riqueza que tener una cuenta en el banco? La verdadera ética
es preguntarse: ¿qué es, de verdad, lo que queremos? No lo que queremos
superficialmente, como una ventaja superficial, sino cuál es el tipo de mundo y vida en
que realmente queremos vivir, y tratar de defenderlo, tratar de vivir como si fuera
posible el mundo que queremos, hacer del mundo algo mejor aunque hagamos otras
cosas; el famoso verso de Ovidio: “veo lo que es mejor y lo apruebo, pero sigo el
camino de lo peor “. San Pablo también tiene una frase parecida en sus Epístolas.
Una cosa es que haga el mal, y otra cosa es que no sepa lo que es el bien. Incluso las
personas menos bondadosas no dejan de tener una admiración o reconocimiento por
lo que está bien, porque lo que está bien es lo que sería la vida en su plenitud; lo otro
es asumir la vida en una forma claudicante, temerosa, asustado por la muerte. De
modo que éstas son las preguntas que se hace la filosofía respecto a la ética: ¿cómo
podemos vivir mejor?.: ¿cómo podemos enterarnos o precisar nuestro auténtico,
querer.'' No decir: ¿qué debo hacer?, como si alguien nos estuviera dando órdenes;
sino ¿qué quiero de la vida? ¿Qué quiero de los demás?, ¿qué quiero de mí?. ¿cómo
quiero realmente ser ¿Quiero ser de tal modo, que un día cuando cierre la puerta me
encuentre solo, me pase como al Ricardo III de Shakespeare, que en un monólogo
dice: me he convertido en un enemigo de mí mismo, cada vez que cierro la puerta y
me quedo solo, me quedo con un asesino: que soy yo, me quedo asustado de mí
mismo, me quedo con miedo de mí mismo? ¿Es bueno convertirse en un enemigo de
uno mismo, en una persona que de alguna manera socava nuestra propia alegría que,
exteriormente, pueda producir sensación de triunfo, pero interiormente está roído por
esa sensación de fracaso o de oposición dentro de uno mismo? Éstas son las
cuestiones sobre las que la ética reflexiona. No es que haya una solución clara y
definitiva, no es que esté clarísimo y que ya sepamos en cada momento y cada
ocasión , sin dudar, lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer. Hay
circunstancias extremas en que se ve muy claro que unas cosas son malas y otras
son buenas pero la vida está hecha constantemente de vacilaciones entre matices ,
entre opciones mucho menos radicales, entre caminos mucho más difíciles . La
filosofía lo que intenta es que no sigamos simplemente lo que hacen los demás, o lo
que parece está recomendado, o lo que la rutina establece ; sino que sigamos algo
que verdaderamente tenga para nosotros un peso racional, que empleemos nuestra
razón en vivir mejor, Y no solamente en acumular o en producir, éste es un ejemplo de
la vinculación entre ética y filosofía. La filosofía hace las preguntas fundamentales de
la ética, y sabe que no las va a responder, al contrario, sabe que va a seguir siempre
preguntando; que va a seguir siempre planteándose esas cuestiones trascendentes,
para las cuales no hay una respuesta que las cancele, que permanecen siempre,
intrigantes, abiertas , estimulantes para nosotros, porque permanecen convertidas en
un incentivo de la vida , en algo que da su sabor a la vida; y si algún día esas
preguntas se cancelasen o las olvidasen para siempre , la vida se con, vertiría en algo
robótico, carente de fuerza.