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Introducción al Estudio del Hombre.

LA VIDA ESTÁ HECHA DE VACILACIONES...


ÉTICA DEL FILOSOFAR

El tema fundamental es preguntarnos el porqué de la ética y ya saben que


esas preguntas esenciales, básicas sobre los grandes por qué, son las preguntas que
se reservan fundamentalmente para la filosofía. El filósofo no es la persona que
atiende urgencias inmediatas, instrumentales, prácticas, sino que intenta reflexionar
sobre cuestiones más amplias, hondas, y que quizás no tienen siquiera respuestas.
Pero es importante preguntarse sobre esos temas, es importante intentar averiguar
qué pasa con esos temas, aunque no lleguemos a grandes conclusiones mejor
preguntarse por estas cuestiones que no preguntarse nunca por ellas. Hay preguntas
que es bueno hacérselas aunque estemos casi convencidos de que la respuesta
nunca va a ser absolutamente convincente.

Hay cuestiones que se pueden responder plenamente y otras que no. Durante
siglos habrá habido muchos hombres o mujeres que hayan visto correr el agua de un
río, o que se hayan reflejado en el agua de un estanque, y hayan preguntado: «¿el
agua qué será, de qué estará hecha?, ¿cuál será la diferencia entre la constitución del
agua y la de la tierra, los árboles u otras cosas?». Éstas son preguntas importantes,
como son todas las preguntas sobre lo real. Todos los humanos nos pasamos la vida
abriendo los ojos asombrados y preguntándonos por lo real, desde que somos muy
niños. Los niños pequeños son quizás los metafísicos espontáneos más grandes de
todos; son los que nos hacen las preguntas más metafísicas, a las que no sabemos
normalmente contestar: ¿por qué no se caen las estrellas?, ¿por qué nos morimos?
Luego los niños crecen y dejan de ser metafísicos y se convierten en personas
aburridas y adultas, pero, en un primer momento, todos pasamos por una etapa
metafísica en nuestra vida. Digo que hay preguntas que habrán asombrado: ¿de qué
esta hecha el agua, qué es el agua? Esta pregunta tiene una respuesta; como saben,
la composición química del agua está establecida, y si alguien pregunta: «¿qué es el
agua?», le responden:: H 2 O .Más o menos esto responde a esa inquietud y esa
pregunta queda más o menos solventada; habrá otros aspectos estéticos,
pragmáticos: que si el agua se va a acabar y nos quedaremos sin agua para beber en
el mundo, o si hay países que tienen dificultades de agua potable; pero, en general, la
composición del agua es un problema que está en principio resuelto.

Hay otras preguntas que los seres humanos se han hecho durante mucho
tiempo y que seguimos haciéndonos igual y que no sabemos cómo responder. ¿Qué
es la. justicia?», es una pregunta muy antigua que nos encontramos, por ejemplo, en
las obras de Platón como una cuestión esencial. Platón da una respuesta, Aristóteles
da otra respuesta, y otra serie de autores vienen después y van aportando respuestas
nuevas y distintas. Probablemente no existe una respuesta definitiva. Si nosotros nos
preguntamos hoy, «¿qué es la justicia?», lo hacemos sin que estemos seguros de que
vamos a decir: «la justicia es, hay una fórmula irremediable e irrefutable que nos dice
qué es la justicia». Ciertamente las cosas no son así. Todos sabemos que la justicia
es un concepto que tiende a lo ideal. que permanece abierto, que inspira reflexiones y
acciones muy diversas, que está vinculado a la historia, que está vinculado a las
propias circunstancias socioeconómicas en que viven las personas, que
probablemente ha alcanzado lo que desde un cierto nivel parece la justicia , cuando
llegamos a ese nivel que anhelamos de justicia, se nos vuelven a aparecer otras
perspectivas de justicia. Durante mucho tiempo existieron seres humanos que han
pensado que la mayor injusticia que hay es la esclavitud, que unos seres humanos
tuvieran que ser esclavos de otros, esto se veía como injusticia intolerable: «el día que
acabe la esclavitud reinará la justicia». Se acabó la esclavitud y ahora pensamos que
hay otros espacios de justicia posible, que aunque ya no hay esclavitud, hay otras
formas de explotación, servidumbre, abuso, discriminación, que son también injustas,
o que la propia organización social de una sociedad exige replantearse
constantemente lo que es la justicia.

Esta pregunta de «¿qué es la justicia?», que es filosófica, nos la seguimos


haciendo, sabiendo que no tiene una respuesta unívoca. Si alguien nos dijera: «venga
para acá que le voy a decir lo que es la justicia, de modo que usted se podrá
despreocupar para siempre de la justicia; olvídese, una vez que le dé la formula,
olvídese de preguntarse qué es la justicia», uno en el fondo no se lo cree. En cambio,
si alguien te dice: «te voy a explicar lo que es un electrón, venga para acá que le voy a
decir lo que es un electrón, y usted lo va a entender y no me va a preguntar más
nunca lo que es un electrón», uno se lo cree. No sé lo que es un electrón, pero si
alguien me lo explica bien y me entero de lo que es un electrón, dejo de preocuparme.
En los casos de la Justicia, la verdad, la muerte, el amor y otros casos, no les
creeríamos si alguien nos dijese: «tengo una clave que anula la pregunta, ya nunca
más habrá que preguntarse por esto, gracias a la respuesta que te voy a dar». Hay
que desconfiar de quien cree tener una solución, de quien dice: «voy a aclarar estas
preguntas de tal modo, que dejarán de ser zozobras para usted». Uno se dice; mire,
es que en cierta medida, quiero que sean preocupaciones; me sentiría disminuido en
mi humanidad, racionalidad, si un día la justicia ya no me interesara como problema
teórico; si un día la muerte o la verdad o el universo o tantos otros temas globales
dejaran de interesarme. En vez de sentirme satisfecho y contento, como me siento
satisfecho y contento cuando se me resuelve una duda práctica: ¿cómo se va desde
aquí hasta Nueva York?; con estas otras curiosidades que sé que no voy a poder
satisfacer me alegro de no poder satisfacerlas, porque me interesa conservar la
pregunta, creo que la pregunta me enriquece más que una respuesta que me cerrara
el camino para seguir preguntándome eso que me interesa; sería disminuirme el que
ya la justicia dejara de interesarme, Me parece más interesante tener nociones de lo
que es la justicia: quiero tener respuestas históricas, quiero conocer las opiniones de
los grandes maestros sobre este tema, quiero conocer lo que dicen las personas que
han reflexionado, los juristas, los filósofos, los hombres de otros campos que me
pueden explicar lo que es la justicia, o conocer las demandas populares que piden
justicia, y quiero saber qué es lo que desean; todo eso me interesa conocerlo,
pensarlo y responder por mi cuenta; aunque no quisiera, ni espero, que esto acabe
con mi interés por estas cuestiones. Frente a los problemas de la vida, los enigmas de
la realidad, está la respuesta de la ciencia que resuelve la cuestión, es decir, la ciencia
se caracteriza porque da soluciones a las cosas, le doy la solución de lo que es un
electrón, a qué temperatura hierve el agua, cuál es la función de las plantas; o de
otras tantas otras cosas. Alcanzamos soluciones a esos enigmas, y una vez resueltos
dejan de interesarnos teóricamente, dejan de ser zozobras para nosotros. Nadie vive
angustiado por lo que será el agua; esto ya lo sabemos, eso ha dejado de constituir
para nosotros una zozobra; ahora nos preocupamos por otras cosas que todavía
ignoramos del universo. La filosofía lo que hace es mantener viva la pregunta, ofrece
una respuesta que va a seguir acompañando a la pregunta; esas respuestas que da la
filosofía se incorporan a la historia de la pregunta. La filosofía nos permite vivir con las
preguntas, no nos da soluciones para ellas; nos permite vivir dignamente con unas
preguntas que en cierta medida sustentan nuestra propia humanidad, capacidad y
dignidad, digamos humana, y, claro, las preguntas de la ética: ¿qué debo hacer?,
¿qué es el mal? ¿cómo vivir?, son preguntas esenciales, son preguntas filosóficas. Si
ante la pregunta esencial : ¿Cómo vivir? le digo a alguien: «venga usted para acá, que
le voy a dar un folleto de instrucciones a partir del cual usted podrá saber cómo hay
que vivir»; él me responderá: «no, usted podrá darme consejos, indicaciones, pautas
debidas, quizás inspiraciones útiles; pero la pregunta de cómo vivir me la voy a seguir
haciendo, porque la vida es única e irrepetible». Cada una de las vidas empiezan y
acaban con quien las vive, seamos personas mínimas y vulgares; seamos Mozart o
Picasso, todas las vidas son únicas, irrepetibles y frágiles. Nadie puede vivir por otro.
Ésta es un poco la desesperación que tenemos, por ejemplo, los padres. Quisiéramos
darles a nuestros hijos indicaciones que les dispensaran de caer en errores, de sufrir
disgustos o contrariedades, de que nuestra experiencia, al menos, les ahorrara todas
las espinas que uno ha encontrado en la vida y, sin embargo, no puede ser así,
porque nadie puede vivir por otro. Uno lo único que puede hacer es ofrecer algunas
pautas, algunos consejos, pero el otro tiene que vivir por sí mismo; no hay forma de
dispensarle al otro de lo que la vida tiene de sufrimiento, pruebas, experiencias, etc. El
«convivir» nunca adquiere una respuesta única porque cada uno tenemos que vivir a
nuestro propio modo. Una vez le preguntaron a Francois Mauriac, un célebre novelista
católico, francés, que fue premio Nobel: «¿si usted no fuera Mauriac, el gran novelista,
el premio Nobel, quién hubiera querido ser?». Y él respondió: «yo mismo, pero bien».
En el fondo, ése es el objetivo que cada uno tenemos. .¡Cómo podemos vivir? No
¿cómo vive el Otro?, ¿Cómo puedo vivir yo? .Esta es la pregunta que se plantea la
ética .Naturalmente, la ética se la plantea de forma general, hablando de pautas o de
valores, de principios válidos para muchos; pero todos sabemos que esos valores
tienen que tener, de alguna manera, nuestra propia estatura; tienen que
parecérsenos.

Nietzsche insistió mucho en que lo importante no es tanto tener virtudes, sino


que las virtudes sean nuestras virtudes, no aquello que hemos leído son virtudes.
¿Quién no conoce, por ejemplo, personas que a fuer de sinceras son insoportables?
La sinceridad es una virtud, pero no en todo el mundo. Lo mismo que el niño, que en
vez de como nosotros, cuando saludamos a una señora, le decimos: «¡qué guapa
está usted hoy!»; saluda diciendo: «¡qué fea eres tía Eduvigis!», y es cuando la mamá
le reprende: «vamos dile a tu tía que sientes mucho lo que le has dicho»; y el niño va
y le dice: «siento mucho que seas tan fea, tía».

Lo mismo que los niños tienen ese tipo de sinceridad, a veces hay personas
que son de una sinceridad aterradora, y se les acercan a uno para decirnos: «quieres
que te diga la verdad»; y uno responde: «no, no me la digas», porque ya sabe uno
que va a salir mal parado. Dime cualquier cosa, dime la mentira que consideres más
digna de ser verdad, pero no me digas la verdad. Lo mismo ocurre con otras virtudes.
Hay personas tan estrictas y tan justicieras que verdaderamente se convierten en
inhumanas; hay personas que aman tanto la libertad que no tienen piedad con quien
no sabe aprovecharla de la misma manera que ellos; en fin, todas las virtudes que en
sí mismas pueden estar muy bien, sabemos que en determinadas personas se
pueden convertir en cosas opuestas a la virtud. La virtud en abstracto no es nada, no
sirve, lo que sirve es una determinada forma concreta de relacionarse con los demás.
Un cuadro abstracto de virtudes no quiere decir nada sobre la bondad, la maldad de
las personas. Hay personas que no son dechados de virtudes canónicas, pero son
buenas personas; hay gente que esconde la dureza de su corazón detrás de una
coraza inatacable de virtudes magníficas.
La reflexión ética es una reflexión sobre la vida y sobre cómo vivimos las
cosas, no un código que se aplica sin más; y claro, por eso nunca acabamos de dar
respuestas a las cuestiones que la ética plantea. Uno de los tópicos que ustedes
habrán oído, porque es muy frecuente, es el que dice: es que éticas hay muchas hay
millones. La verdad es que no es así. Hay una serie de constantes en la ética, que son
válidas o que están subyaciendo en el fondo de casi todas las proposiciones morales.
Es verdad que la moral se preocupa de una serie de cosas que son muy variables:
cómo hay que vestirse, si hay que llevar la falda corta o larga; la imaginación humana
en cuanto a las supersticiones es inagotable. Pero, en los asuntos de verdadero fondo
humano, hay un sorprendente acuerdo. No hay ningún pueblo ni antiguo ni moderno,
ni salvaje ni civilizado, que considere que la mentira es mejor que la verdad; hay
pueblos que consideran que no está mal mentir al pueblo vecino. Pero donde valen
las normas, no hay ningún pueblo que diga que es lo mismo decir la verdad que la
mentira, siempre la mentira es lo peor; no hay ningún pueblo que considere que la
cobardía es algo excelente y el coraje algo desdeñable, en todos los pueblos se
considera que es mejor ser valiente que ser cobarde; no hay ningún lugar en que se
considere que la avaricia es algo virtuoso, y la generosidad es algo desdeñable; no
existe pueblo, por más remoto y extraño del mundo, que diga que es mejor ser avaro
que ser generoso. Esto es muy sencillo de entender por qué; porque ninguna virtud
puede desligarse del deseo de tener más vida, más fuerza vital. Lo que llamamos
vicios que también se llaman debilidades, son debilidades porque nos debilitan; nadie
miente porque se siente fuerte, el fuerte dice la verdad pase lo que pase; nadie es
avaro por pura fuerza, el avaro es alguien temeroso que trata de resguardarse de los
peligros de la vida, y por eso es avaro; y no digamos que alguien es cobarde por
sentirse fuerte. Nadie cultiva debilidades voluntariamente, éstas las tenemos porque
no lo podemos remediar, pero lo que uno quisiera es tener la fuerza, la virtud. La
virtud es una palabra que, en su propio nombre, indica una relación con el vigor, con
la fuerza. La virtud: “vir” es la fuerza del guerrero, la fuerza viril, la fuerza de la
excelencia, del que triunfa. La palabra virtud todavía. Hoy la aplicamos en otros
campos; cuando decimos que alguien es un virtuoso del balón o del violín, queremos
decir no que sea una persona, además de ser futbolista, con especial rectitud moral,
sino que es alguien que es excelente en lo suyo; la virtud es una forma de excelencia.
También hay palabras como «bueno», que tiene varias formas de usarla. A veces
decimos: «fulano es muy bueno, el pobre», es decir, es bueno porque no puede ser
otra cosa; ser bueno es cambiar los discos mientras los de más bailan, bajar a buscar
bocadillos. El bueno es aquel que no presenta objeciones a los deseos de los demás,
y por eso don Antonio Machado dice en su famoso retrato en verso: «soy en el buen
sentido de la palabra bueno», es decir soy bueno, no en el sentido acomodaticio o de
la persona que por no buscarse un problema, intenta dar gusto a toda costa a los
demás, sino que soy bueno en el sentido de que sé lo que me conviene, lo mejor,
tengo la fuerza de buscar lo mejor. Esto indica una intención en la virtud , hay que vivir
con una cierta dimensión de fuerza. Vivir no es fácil, es algo que exige aceptar un
reto. En el fondo, a pesar de la aparente diversidad entre las morales pasadas,
presentes y futuras todas se podrían resumir diciendo que las morales nos piden, en
primer lugar, coraje para vivir. Hace falta un cierto coraje para vivir, la mayoría de las
formas fracasadas o malas de la vida es por falta de valor, porque no tenemos el valor
suficiente para arriesgar una vida, sin estar cubiertos de dinero o protegidos.

Hay que aceptar el riesgo de la vida y no intentar guarecerse detrás de las


cosas, objetos, posesiones, de todo aquello que nos cubre, para estar acorazados
frente a la vida. Ante la vida no hay defensa posible, no hay más defensa que
aceptarla, y en cada caso jugar la partida como mejor nos venga. Nadie puede
prevenirlo todo, acorazado frente a los males de la vida. Las morales exigen ese
coraje, porque en el fondo la cobardía es fruto de muchos males morales. Muchas
veces traicionamos, mentimos, engañamos, incluso dañamos a los otros, por miedo.
El primero que vio esto muy bien fue Lucrecio. En De rerum natura, el gran poema
metafísico y físico, explica que la mayoría de las personas cuando son malas lo son
por miedo a la muerte, por esa especie de angustia que nos produce la proximidad de
la muerte; queremos acumular, poseer, de fender, quitarle a los demás; porque nos
parece que nada es suficiente para defendernos frente a la muerte, ante la cual, por
supuesto, no nos puede defender nada. De modo que el coraje para vivir es un primer
condicionamiento que todas las morales elogian; no hay morales que no elogien ese
coraje de vivir.

Otro rasgo que todas las morales piden es la generosidad para convivir, que es
algo, en una medida o en otra, doloroso. Todos hemos sido omnipotentes en una
época, cuando éramos niños, y a veces no nos reponemos nunca del todo de esa
época en que el mundo creíamos que giraba en torno a nosotros, en que llorábamos y
mamá venía corriendo y nos atendía, nos daban de comer, nos cuidaban y sobre todo
estábamos convencidos de que en el mundo lo que le daba sentido a la vida éramos
nosotros. Luego nos enteramos de que no, de que cada persona tiene sus problemas,
sus cosas, sus intereses, de que somos unos más, entre otros muchos, que tenemos
que aprender a someter nuestros deseos ante los demás; esto realmente es difícil de
soportar, todos quisiéramos ser omnipotentes.

Hace falta una generosidad para convivir y aguantar el dolor que produce el
convivir con otros que siempre nos limitan, que de alguna manera nos van a causar
determinadas frustraciones. Los griegos lo vieron muy bien cuando escribieron sus
tragedias. Sófocles, que es el gran trágico de la democracia griega, se dio cuenta de
que la convivencia democrática, es decir, no jerárquica, que es una convivencia
igualitaria entre las personas, es algo que produce dolor, porque hay que renunciar a
muchas cosas.

Como recuerdan, las grandes tragedias de Sófocles no son tragedias que


enfrentan a personajes malos, no son como las tragedias de Shakespeare donde hay
un perraje malo, que hace cosas malas y que al final termina siendo castigado por sus
crímenes. A un griego eso no le parece ría una tragedia en absoluto, al contrario le
parecería muy bien que si alguien es malo lo castiguen, un griego no consideraría que
esto es una tragedia; le parecería, en todo caso, un apólogo moral, algo que le pasa a
uno cuando quiere usurpar y es demasiado ambicioso. En la tragedia griega cuando
los personajes se enfrentan entre sí, son buenos, es decir, tienen su propia razón.
Antígona tiene razón cuando dice que quiere enterrar a su hermano, y que a ella le da
igual que su hermano se haya alzado o no en armas contra Tebas. He nacido para el
amor y no para el odio, dice ella, amo a mi hermano y por lo tanto me da igual si él se
rebeló, lo quiero enterrar y no voy a dejar que se lo coman los perros, porque sigue
siendo mi hermano. Y Créente tiene razón en decir, si empezamos a tratar al que se
rebela contra la ciudad, lo mismo que al que la ha defendido; si a este señor que ha
venido a matarnos a todos, le hacemos un funeral como si fuera la persona que ha
muerto, defendiéndonos de él. Esto no puede ser. Aquí, nada de hermanos, primos,
sobrinos; aquí lo que cuentan son los buenos ciudadanos y los malos ciudadanos no.
Antígona y Créame tienen sus razones, el problema es que ninguno de los dos
escucha la razón del otro, son personajes de opinión fija, entran con una idea en la
tragedia y no hay manera de sacarles de ahí para nada, siempre están en el mismo
punto. Esto es lo que constantemente está intentando romper el coro. El coro griego si
se acuerdan normalmente va detrás de los personajes trágicos diciéndoles: «tú que
nunca escuchas, oyes; escucha y oye lo que te dicen». Claro, porque el personaje
trágico no escucha. Esto es lo que luego, con el tiempo, parodiará, en una época no
trágica sino irónica del barroco, Cervantes con el pobre Don Quijote, que es un
personaje trágico aunque en un mundo que no lo es; solamente Don Quijote cree que
él es un héroe trágico y se empeña en tomar las cosas por lo que no son; y Sancho es
el coro que va detrás diciéndole: «mire, vuestra merced, que no son gigantes sino
molinos», y Don Quijote se mete, se equivoca, pero ya no despierta el pavor del héroe
trágico.
Volviendo a la tragedia griega, el problema de la tragedia es que se enfrentan
personas que tienen, todas, sus razones. Aristóteles, quien es el que mejor ha
analizado el asunto, dice que, en primer lugar, la tragedia nos despierta una especie
de piedad, una identificación con el personaje, con Antígona, por ejemplo, o con Edipo
o con quien quieran. Uno se dice: así habría que ser, así hay que ser, por qué hay que
estar siempre dando explicaciones, cediendo, escuchando. Uno tiene sus ideas y
convencimientos. Luego dice Aristóteles que esa situación despierta pavor, miedo.
Miedo, porque ¿qué pasaría si todos fuéramos así?, ¿qué pasaría si todo el mundo
fuera tan obstina do como Antígona, Creóme o tantos otros personajes trágicos? La
ciudad no duraría, estallaría, porque la ciudad vive gracias a quien hace concesiones
como los del coro, a quien dice «sí, tienes razón». Hay que tener razones para poder
intercambiarlas con los demás, tienes que tener razones más pequeñas para poder
cambiar; es como cuando uno tiene un billete de tan alto valor, que no puede comprar
nada con él, porque nadie te lo puede cambiar. Los personajes trágicos tienen una
gran razón, pero no tienen razones para intercambiar con los otros; y sin razones la
vida de la convivencia se hace imposible, trágica, acaba mal. Los personajes de la
tragedia acaban mal, no por malos sino por no escuchar; no por malos, sino por
querer tener una razón exclúyeme.

De modo que además de un coraje para vivir -y no les hace falta coraje a los
personajes trágicos- hay que tener también generosidad para convivir. La generosidad
es lo que suele llamarse la capacidad de ponerse en el lugar del otro; de poder ver las
cosas, aunque sea momentáneamente, desde otro ángulo de visión, no simplemente
desde el ángulo en que uno las mira. Por muy respetable y válido que sea tu ángulo,
hay que decir: ¿y desde el otro ángulo cómo se verá? Esa generosidad para convivir
es fundamental, y las morales exigen, de una manera o de otra, además de coraje,
generosidad.

Por último, las morales también imponen una cierta prudencia para sobrevivir.
Hace falta coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir.
Uno de los elementos fundamentales en la moral es conservar repotenciar las mejores
cosas que hay en uno. La moral no es solamente es buscar la convivencia y la
colaboración, la ayuda a los otros, sino también desarrollar aquellos aspectos que nos
pueden hacer mejores, que nos alejan de la destrucción, de la miseria, la locura, la
insensatez; esta también es una cuestión relacionada con los personajes trágicos. En
Macbeth, cuando Lady Macbeth está intentando convencer a Macbeth de que suba al
piso superior para apuñalar durante el sueño al rey Duncan, que duerme tranquilo en
la cama sin precaverse de nada, Macbeth le dice: «no me atrevo a subir»; y la otra le
dice: «vaya, tú, soldado tienes miedo, tú que has matado tanta gente en la guerra, si
ese hombre es un viejo, si está dormido». Macbeth no se atreve no simplemente por
la idea del enemigo al que no nos atrevemos a enfrentar, sino porque, claro, es un
amigo suyo, es su rey, es una persona que ha confiado en él y está durmiendo en su
casa. Macbeth dice: «yo me atrevo a lo que se atreva un hombre, quien se atreve a
más, ya no lo es». Hay que tener una cierta prudencia hay un límite. A lo mejor si
vamos más allá de los límites no nos hacemos más humanos, sino que dejamos de
serlo. Hace falta una cierta prudencia para saber qué es lo que nos conserva y qué es
lo que nos destruye. A veces, el llevar demasiado lejos el coraje puede a uno sacarle
de la humanidad, no confirmarle en ella. De modo que creo que el coraje, la
generosidad y la prudencia son los elementos clásicos, básicos de casi todas las
éticas. Luego, además de esto, cada una de las virtudes o núcleos de virtud tiene sus
propias modulaciones culturales muy diferentes, pero todas ellas están relacionadas
con esa pregunta esencial del cómo vivir. de qué es lo buscamos viviendo bien .
Después de dar muchas vueltas, me parece que la única respuesta lógica, decehte,
ante la pregunta: ¿Qué buscamos viviendo bien?, que se me ocurre es: alegría,
porque "esta es la única cosa que uno no busca para ninguna otra, como instrumento
para lograr ningún otro objetivo; la alegría la queremos por sí misma. Si queremos
tener mucho dinero, es porque suponemos que eso nos proporcionará alegrías; si
queremos tener amor, es porque suponemos que si la persona amada nos
corresponde o si somos amados por muchos, eso nos producirá alegrías; si queremos
tener poder, es porque suponemos que el mando sobre otros produce algún tipo de
alegría; y creo que todas las otras cosas: la belleza, la admiración, lo que ustedes
quieran. Todo se reduce a que creemos que eso va a producirnos alegrías, y si
estuviéramos seguros de que eso no nos produce ninguna alegría no lo querríamos.
En cambio, lo único que no necesitamos tener para tener otra cosa, es la alegría
misma. Sí pudiéramos estar alegres, ¿para qué buscar más? El diálogo famoso de un
filósofo cínico que discutía con Pirro, el rey persa: Una vez estaban en el jardín del
palacio de Pirro, y el filósofo estaba tumbado tranquilamente debajo de un árbol
viendo el cielo, y Pirro llega lleno de energía y actividad. El filósofo le pregunta: ¿Qué
vas a hacer? Mañana salgo con mi ejército, voy a intentar conquistar Grecia.
¿Conquistar Grecia y después? Después de conquistar Grecia continuaré con el resto
de Europa, primero hacia Italia, hasta llegar a las columnas de Hércules. ¿Y después?
Después habré conquistado ya todo el mundo conocido. ¿Y entonces? Entonces
podré sentarme y descansar. Pues siéntate hombre le dijo el filósofo, siéntate aquí
ahora y empecemos. Es decir, si el objetivo final es éste, ¿para qué te vas a hacer
tanta molestia?.

Si el objetivo final es la alegría, aquello que creamos que preserva o conserva


nuestra alegría es precisamente lo que debemos intentar alcanzar de inmediato. ¿Qué
quiere decir la alegría la alegría es la afirmación de la vida en el momento presente en
el que la estamos viviendo.

Hay una palabra más importante, que no me atrevo mucho a utilizar, que es la
palabra «felicidad». Esta palabra es demasiado ambiciosa, a pesar de que aparece
tanto en las canciones. La palabra felicidad es una palabra que compro mete mucho,
porque ser feliz, si uno lo ve con cierto detenimiento, exigiría no solamente
encontrarse plenamente satisfecho del presente, sino saber que ese presente es
invulnerable, que ese presente no puede ser afectado ni alterado por nada; porque si
estoy en el presente sintiéndome muy a gusto, pero estoy convencido de que mañana
me van a cortar la cabeza, no puedo decir que soy feliz. La felicidad exige una cierta
invulnerabilidad, y ¿quién puede decir que la felicidad que goza en su presente es
invulnerable? Por eso es más fácil decir que fuimos felices, ¡qué feliz fui cuando era
niño!, o, en cuanto consiga terminar mi carrera y me case con Purita y nos compremos
un chalet, ¡qué feliz voy a ser! La felicidad del pasado y del futuro son invulnerables
porque nada las puede afectar ya o toda vía, mientras que la del presente, en cambio,
es la peligrosa; uno dice: ¡qué feliz soy!, y en seguida miras al techo, no te vaya a
caer, en ese momento, encima. La alegría no tiene este problema, puedo decir que
estoy muy alegre; alegre ahora, porque estoy hablando con ustedes, o simplemente
porque sí, porque aunque ya sé que dejaré de estar alegre, ya sea porque dentro de
un rato estaré más triste, o porque me encontraré más aburrido o lo que sea, no quita
que ahora estoy alegre. La alegría es algo que sé que puedo gozarla, que me va a
dejar también, pero esto no quita la realidad en el momento. La alegría me parece
como más modesta o sensata que la felicidad.

Resguardar la alegría me parece que es la primera misión de la ética: ésta lo


que intenta es que la alegría siga lumana, que nuestra alegría siga vinculándonos a la
vida y a la humanidad. No es tan fácil que la alegría se mantenga humana. Todos
corremos riesgos de atrevernos a hacer cosas que no son propias de la humanidad, a
intentar buscar la alegría en aquello donde no está, o donde se puede volver contra
nosotros, o donde se convierte en una especie de tortura a menor o largo plazo. La
ética intenta reflexionar sobre la vida y decir: ¿qué me viene me jor?, porque la ética
no es: ¿qué puedo hacer para dar gusto, ayudar? Puedo llegar a la conclusión de que
ayudar a los demás, por ejemplo, forma parte de la alegría de un ser humano
sociablemente sano, pero antes de eso lo que quiero buscar es: ¿qué puedo hacer
para ser alegre? ¿En qué consiste la alegría de un ser mortal? Si no fuéramos
mortales valdría lo mismo estar alegres o tristes. José Bergamín, que era un gran
poeta que estuvo muchos años exiliado en México, tiene un aforismo: «qué más te da
no saber a qué carta quedarte, si después de todo no te vas a quedar». No nos vamos
a quedar. De modo que si fuéramos inmortales da igual cómo vivir. Si fuéramos
inmortales, daría lo mismo: no nos romperíamos, no nos estropearíamos. Por esto la
desesperación ante los dioses paganos; de las personas, de los filósofos rigoristas, de
los primeros cristianos, que se asombraban ante la inmoralidad de los dioses
paganos; éstos no es que fueran inmorales sino inmortales, los que hablaban por ellos
los suponían inmortales. Claro, un inmortal no tiene por qué ser moral, porque no le
puede pasar nada, no se rompe» no se estropea, los inmortales jugaban unos con
otros y no les pasaba nada; nuestro caso es distinto, porque sí somos mortales, nos
estropeamos y se estropean nuestros semejantes.
La constatación de nuestra mortalidad es la primera convicción que hace al
hombre pensar, porque natural mente la muerte es la que nos da qué pensar, todos
somos o tenemos algo que pensar porque somos mortales, y la mortalidad es lo que
da seriedad a la vida. La mortalidad, cuando estamos convencidos de ella, por lo
menos, es una dimensión alarmante e intrigante. Lo primero que se siente ante ella es
desesperación ante la muerte; de ahí viene el odio ante aquellas personas que nos
parece que nos acercan a la muerte, que nos quitan lo que necesitamos para
sobrevivir, que disminuyen nuestras posibilidades de sobrevivir; de ahí viene la avidez
de intentar acumular, guardar, tener, porque todo esto, suponemos, es imprescindible
para defendernos de la muerte que va a llegar por cual quier agujero, y necesitamos
muchas cosas para tapar todos los agujeros.

Nuestra condición de mortales nos hace vivir con miedo y vivir pensando
constantemente que nos va a ocurrir lo inevitable. Éstas son las facetas de la
desesperación, y ésta es la reacción normal, primera, en un ser que sabe que va a
morir. Después hay otro paso y es el decir: voy a morir, pero nada puede quitar el
hecho de que ahora es toy vivo, ya hemos derrotado por lo menos una vez a la
muerte: naciendo. La muerte, la obscuridad eterna, ya ha sido derrotada al menos una
vez, porque hemos nacido y eso no lo puede borrar nadie; moriremos, dentro de cierto
tiempo ocurrirá lo que sea, pero nadie puede borrar el hecho de que estoy aquí, y
estamos triunfando sobre la muerte, ya hemos salido de ésta una vez, lo difícil era
nacer y eso ya lo hemos hecho. Lo grave ya nos ha pasado, lo más grave que nos
podría pasar, en el sentido de lo más serio, trascendente, ya nos ha ocurrido; nacer.
Ahora todo lo demás tiene menos importancia; lo serio, verdaderamente, es el
nacimiento y eso ya pasó; ya salimos de la oscuridad y ahora lo que tenemos es que
vivir conscientes de esta certeza de la luz en la que estamos hoy, esto es lo que
produce alegría. La desesperación es la certeza de la muerte futura; la alegría es la
certeza de la vida presente.

¿Qué va a ser lo que nos va a dirigir en la vida? ¿La muerte va a ser nuestra
maestra, vamos a dirigirnos por las" lecciones de la muerte, de la desesperación, el
miedo, el odio, la avidez, o vamos a intentar seguir las lecciones de la alegría? Las
lecciones de la alegría son aquellas que aligeran la vida. Decía Ortega no sé si con
mucha o poca razón que'alegría y aligerar tienen la misma etimología. La alegría es lo
que nos aligera, lo que nos hace más ligera la vida, y vivir a partir de la alegría es
seguir aquellos caminos que hacen más ligera la vida, la nuestra y la de los otros; el
arte, la ética, la solidaridad son mecanismos de aligera miento de la vida, un intento
de conservar la alegría huma na en lo que tiene de humana, es decir, de social.
También nuestras alegrías tienen que ser corporales, además de espirituales. Toda
ética que prescinde de lo corporal es superstición, porque somos seres corporales:
además de espíritu tenemos cuerpo; de la misma manera somos seres sociales y la
persona que prescinde de lo social no es que sea egoísta, es que está mal informada,
es que no sabe que una de sus dimensiones obligatorias es la dimensión social . Tan
absurdo es que se prescinda del cuerpo, en la búsqueda de la alegría, como que se
prescinda de la sociedad. Cuando a Sócrates le acusan de corromper a la juventud, el
hombre con cierta lógica dice; «¿y qué saco con corromper a la juventud?». ¿Quién
quiere vivir entre gente corrompida? ¿Es que si uno puede elegir, elige la compañía
de los criminales, los ladrones, los mentirosos? . Nadie elige esa compañía; uno
puede elegir ser un criminal, rapaz, mentiroso, pero no quiere estar rodeado de gente
así; todos queremos estar rodeados de gente buena, aunque nosotros mismos no lo
vayamos a ser, al contra rio, consideramos tener alguna ventajilla al estar rodeados de
gente buena, y ser nosotros más o menos canallas o depredadores. Quiere decir que
lo que admiramos y consideramos que es la forma de vida que corresponde real
mente al hombre es la otra, queremos hacer una excepción con nosotros mismos;
sabemos que la forma de vida real, la que de verdad nos interesaría es vivir rodeados
de personas absolutamente solidarias y fraternas, que acudieran a nuestra ayuda ante
cualquier peligro. Sería comodísimo, no estaríamos andando por la vida guardando
cosas y haciendo seguros, sabríamos tranquilamente que si nos pasara algo todos los
que están a nuestro alrededor acudirían a ayudarnos. ¿No sería esto más deseable,
no nos daría esto más riqueza que tener una cuenta en el banco? La verdadera ética
es preguntarse: ¿qué es, de verdad, lo que queremos? No lo que queremos
superficialmente, como una ventaja superficial, sino cuál es el tipo de mundo y vida en
que realmente queremos vivir, y tratar de defenderlo, tratar de vivir como si fuera
posible el mundo que queremos, hacer del mundo algo mejor aunque hagamos otras
cosas; el famoso verso de Ovidio: “veo lo que es mejor y lo apruebo, pero sigo el
camino de lo peor “. San Pablo también tiene una frase parecida en sus Epístolas.
Una cosa es que haga el mal, y otra cosa es que no sepa lo que es el bien. Incluso las
personas menos bondadosas no dejan de tener una admiración o reconocimiento por
lo que está bien, porque lo que está bien es lo que sería la vida en su plenitud; lo otro
es asumir la vida en una forma claudicante, temerosa, asustado por la muerte. De
modo que éstas son las preguntas que se hace la filosofía respecto a la ética: ¿cómo
podemos vivir mejor?.: ¿cómo podemos enterarnos o precisar nuestro auténtico,
querer.'' No decir: ¿qué debo hacer?, como si alguien nos estuviera dando órdenes;
sino ¿qué quiero de la vida? ¿Qué quiero de los demás?, ¿qué quiero de mí?. ¿cómo
quiero realmente ser ¿Quiero ser de tal modo, que un día cuando cierre la puerta me
encuentre solo, me pase como al Ricardo III de Shakespeare, que en un monólogo
dice: me he convertido en un enemigo de mí mismo, cada vez que cierro la puerta y
me quedo solo, me quedo con un asesino: que soy yo, me quedo asustado de mí
mismo, me quedo con miedo de mí mismo? ¿Es bueno convertirse en un enemigo de
uno mismo, en una persona que de alguna manera socava nuestra propia alegría que,
exteriormente, pueda producir sensación de triunfo, pero interiormente está roído por
esa sensación de fracaso o de oposición dentro de uno mismo? Éstas son las
cuestiones sobre las que la ética reflexiona. No es que haya una solución clara y
definitiva, no es que esté clarísimo y que ya sepamos en cada momento y cada
ocasión , sin dudar, lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer. Hay
circunstancias extremas en que se ve muy claro que unas cosas son malas y otras
son buenas pero la vida está hecha constantemente de vacilaciones entre matices ,
entre opciones mucho menos radicales, entre caminos mucho más difíciles . La
filosofía lo que intenta es que no sigamos simplemente lo que hacen los demás, o lo
que parece está recomendado, o lo que la rutina establece ; sino que sigamos algo
que verdaderamente tenga para nosotros un peso racional, que empleemos nuestra
razón en vivir mejor, Y no solamente en acumular o en producir, éste es un ejemplo de
la vinculación entre ética y filosofía. La filosofía hace las preguntas fundamentales de
la ética, y sabe que no las va a responder, al contrario, sabe que va a seguir siempre
preguntando; que va a seguir siempre planteándose esas cuestiones trascendentes,
para las cuales no hay una respuesta que las cancele, que permanecen siempre,
intrigantes, abiertas , estimulantes para nosotros, porque permanecen convertidas en
un incentivo de la vida , en algo que da su sabor a la vida; y si algún día esas
preguntas se cancelasen o las olvidasen para siempre , la vida se con, vertiría en algo
robótico, carente de fuerza.

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