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LA TEORÍA DE LA AGRESIVIDAD EN

WINNICOTT
La teoría de la agresividad en Winnicott. Su inscripción en el desarrollo emocional temprano.
Solo si sabemos que el niño desea derribar la torre de ladrillos,
le resulta valioso comprobar que puede construirla.
D. W. Winnicott. La agresión (1939)

El psicoanálisis ha hecho aportaciones importantes al estudio de la agresividad


humana, si bien sus autores mantienen criterios divergentes y en ocasiones
contrapuestos. Entre la variedad de tendencias destacan los estudios realizados por
la escuela inglesa de psicoanálisis y, por ende, la aportación de Donald Winnicott,
una de las voces más singulares del siglo XX. Lo importante en Winnicott, respecto
de la agresión, es tanto lo que niega como lo que afirma: niega la pulsión de
muerte formulada por Freud y la envidia de Klein, y afirma que el impulso
destructivo (potencial) crea la exterioridad al sobrevivir el objeto. En consecuencia,
destaca el «valor positivo» de la agresión. En su modelo teórico concibe
una agresividad primaria al servicio de la creatividad, de la vida, esto es, del gesto
espontáneo del individuo.

La teoría de Winnicott sobre la agresividad –que considera que la agresión


primaria es necesaria, pero que su temprana represión la transforma en agresión
reactiva– es central en su obra en tanto que recorre varios ejes de su estudio sobre
la naturaleza humana: el desarrollo emocional del bebé, la tendencia antisocial y la
clínica de niños y adultos. Su concepción, original y plena de matices, es
sustancialmente diferente a la de su coetáneos. Y su enseñanza trasciende el campo
del psicoanálisis, impregnando a otras disciplinas y con alcance a padres y
educadores. La singularidad del pensamiento de Winnicott radica en el valor
positivo de la agresión, entendida como entidad potencial y/o fuerza vital, en tanto
que impulsa la creatividad, el conocimiento y el aprendizaje, y su importancia en la
estructuración del psiquismo, como articulador esencial de la subjetivación del
individuo.

En tanto que la concepción de Winnicott sobre la agresividad no sigue un desarrollo


lineal, ni un orden cronológico, su aportación ha sido desatendida, mal interpretada
o ignorada, lo que ha determinado más confusión que entendimiento sobre su obra
en general y sobre este asunto en particular. Por esta razón, este texto trata de dar
cuenta de la secuencia de su pensamiento, mostrando su teoría de la agresividad de
la forma más acorde con su concepción general del psiquismo humano, y destacando
su aportación específica sobre este asunto. Solidario con lo anterior, el objetivo de
este texto es el de un simple señalador de caminos, puesto que no pretende
contravenir su écriture –asistemática por su naturaleza creativa– en un orden rígido
y/o esquematizado, ni distorsionar su riqueza de matices, dejándola siempre librada
al albur de quien quiere explorar por su cuenta los dédalos de su proceso creativo.
El valor positivo de la agresión

El 6 de julio de 1948, Donald Winnicott envía una carta a Anna Freud sobre la
presentación que debe hacer sobre la agresividad en el Congreso de Salud Mental. En la
misiva le comunica su preocupación porque no quede bien reflejada la aportación de los
psicoanalistas británicos, a la vez que le manifiesta su sorpresa de que le pida un
resumen de sus ideas tras haberle enviado su artículo sobre «La agresión» (1939). Un
tanto molesto escribe:
Uno no puede dejar de pensar sobre este horrible Congreso de Salud Mental y la tarea
que a usted le incumbe. Como alguien que tal vez fue uno de los principales
responsables de este programa de la Sección de Niños, me preocupa que se cumpla uno
de los objetivos, a saber, que alguien que represente a Gran Bretaña exponga la labor
realizada específicamente en Gran Bretaña en los últimos veinticinco años. Ya que, en
mi opinión, dentro de la evolución natural del Psicoanálisis, le ha tocado en suerte a los
psicoanalistas de este país situar a los impulsos e ideas agresivos en el lugar que les
corresponde dentro de la teoría y práctica psicoanalíticas. Particularmente importante ha
sido el estudio de la relación recíproca entre la agresión, la culpa y depresión, y la
reparación1.
Sobre el resumen que le pide la hija de Freud, le indica que atienda las siguientes
cuestiones:
a) En este congreso, lo importante a lo que hay que llegar es que los problemas del
mundo no se deben a la agresión del hombre, sino a la agresión reprimida en cada
individuo.
b) De ello se desprende que el remedio no es educar a los niños sobre el modo de
manejar y controlar su agresión sino proporcionar al máximo número de bebés y niños
condiciones estables y confiables (de ambiente emocional) como para que cada uno de
ellos pueda llegar a conocer y a tolerar, como parte de sí mismo, la totalidad de su
agresión (amor voraz primitivo, destructividad, capacidad de odiar, etc.).
c) A fin de posibilitar que los seres humanos (bebés, niños o adultos) toleren y acepten
su propia agresión, es necesario respetar la culpa y la depresión y reconocer plenamente
las tendencias reparadoras cuando ellas existen.
d) También es importante manifestar con claridad que, en esta cuestión de la agresión y
sus orígenes en el desarrollo humano, hay muchas cosas que aún no se conocen2.
Winnicott le plantea unas consideraciones generales pero imprescindibles para comentar
en el citado congreso, puesto que es ella la elegida para la presentación de este asunto
(más por su prestigio que por sus trabajos específicos sobre la agresividad), y desea que
al menos queden reflejadas algunas de las notables contribuciones que se han realizado
en Londres en un asunto tan caro a la Sociedad Psicoanalítica Británica. Por este
tiempo, Winnicott ya tiene pensamiento propio sobre este asunto, como le hace observar
al enviarle su artículo sobre «La agresión».
El estudio de la agresión en Winnicott es indisociable de su teoría general del psiquismo
humano e inherente a su forma de pensar al bebé y al niño dentro de su teoría del
desarrollo infantil, al adolescente y al adulto. Asimismo, el carácter paradójico de su
propuesta teórica sobre la naturaleza de la agresividad (su noción de amor
cruel [ruthless love], una suerte de agresividad creativa) se inscribe en el conjunto de
sus formulaciones y cobra su máxima expresión en la última etapa de su proceso
creativo, que desarrolla y expone en su libro póstumo Realidad y juego3(1971), en el
que muestra la esencia de su pensamiento. Lo destaca su único discípulo directo, Masud
Khan, en «Cierta intimidad», donde dice: «Durante cuarenta años, o más, de trabajo
clínico intensivo, Winnicott llegó gradualmente a una especie de síntesis de sus diversas
teorías y prácticas clínicas, que formuló de forma definitiva en su libro Playing and
Reality»4.
La concepción de Winnicott sobre la agresividad difiere sustancialmente de la
formulada por Freud, de la desarrollada por Klein y de la aceptada en general por la
comunidad psicoanalítica. En «Entre el ídolo el ideal» Masud Khan describe el punto de
partida de Winnicott, su idea de niño, en tanto que el «bebé no existe» in vacuo, sino
que lo que existe es la «pareja de crianza», donde enfatiza el papel de la madre
o ambiente facilitador (el otro), frente al eje freudo-kleiniano de un niño inscrito ab
initio por ansiedades y tensiones emocionales. Dice:
El ser humano comienza por ser no sujeto, sino objeto. El niño, en efecto, existe y se
siente a sí mismo únicamente a través de la atención de su madre, atención idolizante:
es el objeto de los cuidados maternos. Durante estos últimos años, hemos sido
adoctrinados por una teoría que sostiene que la psique del lactante es un caldero de
ansiedades infinitas y de incesantes conflictos, que hemos llegado a olvidar que,
inicialmente, el niño existe solo como objeto de los cuidados y del amor materno5.
Partiendo de esa premisa inaugural de su teorización, Winnicott considera que la
motilidad muscular prenatal denota una actividad, una «fuerza vital» inicial,
rudimentaria, que sitúa como origen de la agresividad. En la etapa de ladependencia
absoluta, donde predomina la no integración del bebé (o mejor: el infans, el bebé de
menos de seis meses), esta agresividad primaria derivada de la motilidad muscular
prenatal (ahora) en conjunción con el ambientefacilitador, esto es, con el cuidado
materno, es de naturaleza aconductal y, en consecuencia, inintencional. Por ello, para
este autor, en las primera etapa de la vida el amor y la agresión primarios están
fusionados (por lo que la denomina de amor cruel), donde no caben per se el odio, la
ira, la envidia, los celos, el sadismo, todos ellos sentimientos más elaborados y propios
de etapas posteriores, que requieren un psiquismo más integrado y maduro.
En la década de los cincuenta, concretamente en «La agresión en relación con el
desarrollo emocional» (1950-1955), Winnicott desarrolla estas ideas: plantea la
agresividad como parte de la expresión primitiva del amor, discrimina el impulso
agresivo (inintencional) de la agresividad real (intencional), y explora la agresión
reactiva. Por entonces estudia la agresividad en relación a las fases del desarrollo: una
fase (teórica) temprana, de preintegración, sin inquietud; otra intermedia, de integración,
con inquietud o preocupación (concern), esto es, con capacidad de sentir culpa; y la de
persona total, propia de las relaciones interpersonales, donde abocan las situaciones
triangulares y los conflictos entre instancias psíquicas. Asimismo, desvincula la
agresión primaria del concepto de frustración. Winnicott plantea que no se debe
confundir la agresividad con la ira, que surge por frustración, por represión ambiental.
Apunta:«La destrucción únicamente pasa a ser responsabilidad del yo cuando existe una
integración del yo y una organización del mismo suficiente para la existencia de la ira, y
por consiguiente del miedo al talión»6. Y considera que la agresividad no es peligrosa
en sí misma, es más, que tiene valor social. Comenta: «En la salud, el individuo puede ir
atesorando la maldad en el interior con el fin de utilizarla en un ataque contra las fuerzas
externas que parecen amenazar lo que él percibe que vale la pena preservar. Así pues, la
agresión tiene un valor social»7.
Más tarde, en el texto «El uso de un objeto» (1968), paradigmático en sus últimos
desarrollos teóricos, culmina su teoría de la agresividad al formular que «el impulso
agresivo es el que crea la exterioridad»8, de modo que establece la diferenciación entre
el sujeto y el objeto, y determina que el objeto (el objeto de relación: otro sujeto) deja de
ser un objeto subjetivo (término que describe al sujeto que toma al objeto como parte de
sí mismo) y pasa a ser considerado como alguien diferenciado del sujeto. En la
conferencia «Individuación» (1970), en la que comenta sus avances acerca del proceso
de desarrollo emocional infantil, sobre el papel de la agresión afirma:
Ninguna descripción de estas cuestiones, por más que se la reduzca para amoldarla
al principio de realidadque es un reloj, puede omitir la referencia al papel de la
agresión. Permítaseme decir que no iremos muy lejos de nuestro examen del tema de la
agresión si no vemos su valor positivo. Una manera de verlo es observar cómo se separa
el niño de la madre y del ambiente en general. Es axiomático que no existe relación
alguna con un objeto subjetivo: el mundo solo está allí para relacionarse con él en la
medida en que es percibido objetivamente y es exterior al niño, según decimos. Ese
mundo exterior puede ser traído adentro, introyectado o incorporado (o sea, comido)
mediante un proceso mental.
Lo que procuro transmitir es que no iremos a ninguna parte en nuestro estudio de la
agresión si en nuestra mente la tenemos inextrincablemente ligada a los celos, la
envidia, la ira ante la frustración, la operación de los instintos que denominamos
sádicos. Más básico es el concepto de la agresión como parte de un ejerciciocapaz de
llevar al descubrimiento de los objetos externos9.
En su estudio del desarrollo emocional primitivo el tema de la agresividad destaca por
tres razones principales: la primera, porque se ocupa muy precozmente de la misma,
como lo atestigua el trabajo preliminar titulado «Apetito y trastorno emocional» (1936);
la segunda, porque recorre toda su obra, en la que va progresivamente puliendo sus
ideas, hasta dar cuenta con una teoría acabada en sus últimos escritos. En orden
cronológico sus principales trabajos sobre la agresión son «La agresión» (1939); «La
observación de niños en una situación establecida» (1941); «La agresión en relación con
el desarrollo emocional» (1950-1955), «Agresión, culpa y reparación» (1960); «El uso
de un objeto» (1968) y «El uso de un objeto en el contexto de Moisés y la religión
monoteísta» (1969). A los que cabe añadir dos agregados: «Las raíces de la
agresión» (1964) y «Raíces de la agresión» (1968), el segundo inconcluso. La tercera
razón obedece a su original aportación a este asunto, debido a que considera que la
agresividad posee una naturaleza benéfica en tanto que es impulsora de la vitalidad, está
ligada a la creatividad y al aprendizaje, como fuentes de conocimiento, y contribuye a la
construcción de la subjetivación del individuo.
La agresividad primaria: el amor cruel
El punto de partida de la concepción winnicottiana de la agresividad tiene como
referente principal la noción de élan vital del filósofo Henri Bergson: el élan vital como
impulso o fuerza vital, como fuente de vida. Para este autor «la vida, desde sus orígenes,
es la continuación de un único y mismo impulso que se ha dividido entre líneas de
evolución divergentes»10. Su valor lo fundamenta en su idea de evolución creadora –
como devenir esencial de la naturaleza humana– al poner de manifiesto que la vida no
depende tanto de los instintos sino de la capacidad creativa de cada persona. Por su
parte, Winnicott lo expresa así: «A los impulsos del feto, a lo que concurre al
movimiento por contraposición a la quietud, a la condición viva de los tejidos y a las
primeras muestras de erotismo muscular. Aquí necesitamos un término como fuerza
vital [life force]»11. Y en «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-
55), plantea: «En su orígen la agresividad es casi sinónima de actividad, es una cuestión
de función parcial»12.Una fuerza vital que en orígen amalgama creatividad y
agresividad, que precisa de un ambiente facilitadorsuficientemente bueno para el
desarrollo armónico del individuo, y que requiere una atención y un autocuidado
constante en el transcurso de la vida. Por su carácter potencial, el élan vital de Henri
Bergson tiene su correspondencia más acabada en el gesto espontáneo13 de
Donald Winnicott.
El gesto espontáneo es la más genuina expresión de la continuidad existencial, y
«representa al verdadero self en acción»14, dice Winnicott. La acción del
verdadero self determina el gesto espontáneo que permite al individuo explorar,
descubrir y habitar el mundo. En suma, el gesto espontáneo permite encarar nuevos
desafíos: tanto las capacidades personales, como las nuevas experiencias en el mundo.
Según Winnicott, a partir del estado de no integración, del magma de lo informe, es
donde surge la creatividad y la espontaneidad del niño. De sus movimientos
espontáneos, propios de su hacer natural y expresión de su potencial heredado, en
conjunción con el cuidado materno; un proceso que tiene que ver con la falla materna,
que permite que el bebé entre gradualmente en el mundo. La interiorización de los
cuidados maternos confiables le permite crear el mundo, establecer su propio mundo
subjetivo sin un excesivo control y desconfianza del medio ambiente. De ahí que,
cuando la madre sale al encuentro del bebé, cuando no interfiere su desarrollo, habilita
su potencialidad y su creatividad.
Asimismo, Winnicott pondera la capacidad de jugar, de explorar, de plantearse
proyectos que enriquecen el verdaderoself. Y privilegia la tarea de búsqueda frente al
resultado, el proceso a lo acabado y la duda potencial a la certeza paralizante. El
verdadero self siempre bien balanceado con el falso self, ya que si bien el
falso self adaptativo permite permanecer oculto en los intercambios sociales, no es
menos cierto que el individuo mediante el despliegue de sugesto espontáneo siente la
satisfacción de ser descubierto por sus interlocutores sociales15. Al final de «La
agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-1955), Winnicott
concluye: «La principal conclusión que surge de estas consideraciones es que la
confusión se debe a que a veces utilizamos el término agresión cuando en realidad
queremos decir espontaneidad»16.
Winnicott brinda su estudio sobre la agresividad en el contexto evolutivo del desarrollo
emocional. En su obra, las raíces del mismo se encuentran en «Apetito y trastorno
emocional» (1936), pero en puridad «La agresión» (1939) es el primer texto donde
centra su análisis sobre esta cuestión tan primordial en el devenir humano. Al comienzo
de este artículo –publicado en El niño y el mundo externo (1957)– dice: «El amor y el
odio constituyen los dos principales elementos a partir de los cuales se elaboran todos
los asuntos humanos. Tanto el amor como el odio implican agresión. La agresión, por
otro lado, puede ser un síntoma del miedo»17 (el subrayado es nuestro). De entrada
distingue primero la agresión como impulso, como fuerza, y luego como obstáculo, por
efecto del miedo, pero en este primer trabajo se centra en el estudio de la agresividad
primaria. En «La agresión» es notoria la influencia del pensamiento de Melanie Klein
en su obra, autora con la que se forma en supervisión durante seis años, entre 1935 y
1940. Este último año Winnicott es nombrado analista didacta y durante un tiempo
Klein lo considera un «analista didacta kleiniano», aunque nunca llega a integrarse
como miembro del grupo kleiniano al desarrollar su propio pensamiento y establecer su
particular corpus teórico. Bajo la influencia kleiniana, Winnicott plantea en «La
agresión»que el amor y el odio constituyen la base de las relaciones humanas y que son
el origen la agresividad primaria; a su vez, acepta también que la agresividad tiene
como origen secundario el miedo, acorde con lo postulado por Freud.
A esta primera declaración de principos, todavía dentro de la ortodoxia de los cánones
freudianos, añade: «Comienzo con un supuesto, un supuesto que no todos consideran
justificado; todo el bien y el mal que se puede encontrar en el mundo de las relaciones
humanas ha de encontrarse en el corazón del ser humano. Llevo el supuesto aún más
lejos y afirmo que en el niño hay amor y odio de plena intensidad humana»18. Pero, del
mismo modo que Freud hace con el sueño, cuando plantea en una nota a pe de página
que «todo sueño tiene por lo menos un lugar en el cual es insondable, un ombligo por el
que se conecta con lo desconocido»19, Winnicott, a partir de su amplia experiencia
personal como pediatra en el Hospital Paddington Green Children’s de Londres es
consciente de que es muy difícil alcanzar sus raíces. Su planteamiento lo aclara así: «De
todas las tendencias humanas, la agresión, en particular, está oculta, disfrazada,
desviada, atribuida a factores externos, y cuando aparece siempre resulta difícil
encontrar sus orígenes»20. Poco después vuelve a reconocer «que todavía queda mucho
por aprender sobre los orígenes de la agresividad»21. Y en otro
pasaje, contrario sensu a su habitual forma de proceder, insiste tajante en que «desde
luego, debemos estar preparados para descubrir que nunca podemos ver desnudo el odio
que sabemos que existe en el corazón humano»22. Finalmente, tras asumir que «nuestra
búsqueda de la agresión pura a través del estudio del niño ha fracasado en parte», y que
por lo tanto «debemos tratar de aprovechar nuestro fracaso»23, establece lo nuclear de
su pensamiento:
La verdad es que al proporcionar una descripción muy detallada de la conducta de un
bebé o un niño debemos dejar de lado por lo menos la mitad, pues la riqueza de la
personalidad es en gran parte un producto de las relaciones internas que el niño
construye todo el tiempo absorviendo y dando psíquicamente, algo que tiene lugar
permanentemente y que es comparable a la absorción y a la excreción fácilmente
observables24 (el subrayado es nuestro).
Para Winnicott, la parte principal de la realidad interna, esto es, el mundo interno que se
siente como ubicado dentro del cuerpo o de la personalidad, es inconsciente. Pero una
de sus más felices contribuciones es la incorporación del mundo externo al
psicoanálisis. A lo anterior añade: «Poder tolerar todo lo que uno puede encontrar en la
propia realidad interna constituye una de las más grandes dificultades humanas, y una
finalidad humana importante consiste en establecer una relación armoniosa entre las
propias realidades interna y externa»25 (el subrayado es nuestro). Un equilibrio que le
va acercando a la idea de los fenómenos y los objetos transicionales, pero distanciándole
a su vez de gran parte de sus coetáneos, esquivos y recelosos a incorporar el mundo
externo dentro del psicoanálisis.
De inicio Winnicott postula que la agresividad es un derivado del amor y el odio (de un
amor y odio fusionados y por tanto indisociables), cuya original contribución formula
de manera paradójica mediante la expresión amor cruel(también llamado amor
despiadado), que signa un «estado elemental del infans en el que la agresividad es
originaria de la descarga muscular primaria y, en consecuencia, involuntaria»26. Por
consiguiente, en el amor cruel, propio del periodo arcaico de la dependencia absoluta,
el infans se encuentra en un estado de ser primario (cuando todavía no ha alcanzado la
fase de integración psíquica) en el que el amor y el odio coexisten y se retroalimentan
en un proceso constructivo-destructivo necesario para la descarga de excitación
muscular.
Al respecto, relaciona el apetito con el desarrollo emocional, y considera que
la avidez [greed] es la forma primitiva de amor asociada a la agresividad. Es propia de la
etapa de la dependencia absoluta, donde acontece la coexistencia del impulso libidinal y
el agresivo dentro del movimiento de construcción-destrucción que denomina amor
despiadadoo amor cruel. Lo expresa así: «Quizás la palabra avidez exprese más
claramente que cualquier otra la idea de fusión original de amor y agresión, aunque el
amor aquí está limitado al amor oral»27. Para este autor la agresividad instintiva
originalmente forma parte del apetito o de alguna otra forma de amor instintivo. Lo
explica así:
Primero, hay una avidez teórica, o amor-apetito primario, que puede ser cruel, dañino,
peligroso, pero que lo es por azar. La finalidad del niño es la gratificación, la
tranquilidad del cuerpo y espíritu. La gratificación trae paz, pero el niño percibe que al
gratificarse pone en peligro lo que ama. Normalmente llega a una transacción, y se
tolera considerable gratificación sin permitirse ser demasiado peligroso. Pero, en cierta
medida, se frustra, de modo que debe odiar alguna parte de sí mismo, a menos que
pueda encontrar algo fuera de él que lo frustre y que soporte el odio28 (el subrayado es
nuestro).
A principios de los años cuarenta Donald Winnicott atiende a bebés y niños pequeños
en su consultorio pediátrico –al que llama Psychiatric Snack Bar (cafetería
psiquiátrica)– del hospital Paddington Green Children’s, donde se familiariza con el
juego infantil y desarrolla una técnica personal de estudio del psiquismo infantil:
primero el juego de la espátula29 que sirve como herramienta diagnóstica y,
posteriormente, el squiggle o juego del garabato, una variedad de juego espontáneo
mediante la realización de un dibujo compartido como medio para favorecer el contacto
y la comunicación terapeutica. El juego de la espátula –estimulado por
el Fort Da freudiano– lo aplica dentro de un encuadre específico, predeterminado,
la situación establecida (set situation), que le sirve para observar la actitud y
disposición de los bebés de cinco a trece meses de edad ante un depresor o bajalenguas
colocado al borde de la mesa y al alcance de sus manos. En esencia, la razón de ser de
este dispositivo es la de estudiar la espontaneidad o la inhibición del niño, esto es, la
capacidad creativa que muestra el bebé para coger la espátula y jugar con ella. De este
modo evalúa las desviaciones del desarrollo emocional normal del psiquismo infantil: el
grado de aceptación o rechazo de los impulsos agresivos (la agresión primaria, avidez
teórica o amor-apetito primario, en sus diferentes denominaciones winnicottianas) que
la madre permite a su hijo. En suma, si estimula o inhibe su expresión y su capacidad de
explorar el mundo.
La agresividad reactiva
Una vez establecidas las raíces de la agresividad, esto es, de la agresión primaria a partir
de su concepto de amor cruel, Winnicott pasa a considerar la agresión reactiva o por
represión, como defensa. Según su criterio, laagresividad primaria constituye una
fuerza vital, un potencial del infans al nacer, que precisa de un ambiente facilitador o
cuidado materno adecuado para su desarrollo natural, para impulsar la creatividad del
niño. Pero la falla de este sostén (holding) provoca una agresividad reactiva, bien
mediante una actitud de sumisión o sometimiento, o bien mediante una respuesta con
agresividad destructiva y antisocial. A diferencia de Freud, considera que la agresión
primaria no es peligrosa per se, sino su temprana represión, que la transforma
en agresión reactiva, defensiva, con la que reacciona frente a irrupciones, choques o
ataques del ambiente. En el artículo «La agresión en relación con el desarrollo
emocional» (1950-1955), un trabajo presentado en un simposio en la Real Sociedad de
Medicina el 16 de enero de 1950 (en el que también participó Anna Freud), incluído
en Escritos de Pediatría y Psicoanálisis, Winnicott comienza diciendo: «La principal
idea de este estudio sobre la agresión es la de que si la sociedad está en peligro no es a
causa de la agresividad del hombre, sino de la represión de la agresividad individual
de los individuos»30 (el subrayado es nuestro).
Para Winnicott la represión es la causa de la agresividad, por lo que vuelve sobre sus
pasos para reflexionar al modo socrático –mediante preguntas– acerca de las raíces de la
agresividad: «¿Es que en definitiva la agresión viene de la ira suscitada por la
frustración, o bien tiene una raíz propia?»31. Y contesta que, tal como establece en «La
agresión» (1939), hay una fase temprana de no integración (o de preinquietud) donde la
agresividad es primaria, de mera actividad o de descarga de la motilidad, a la que sigue
una fase intermedia o fase de inquietud (equivalente a la que Melanie Klein
denomina posición depresiva), con integración de la personalidad, donde la agresividad
ya es intencional. En esta fase (propia del segundo semestre de vida) el niño siente
angustia por el temor de perder a su madre por haberla dañado, pero confía en poder
reparar la situación, por lo que la angustia se transforma en sentimiento de culpa. La
disposición de la madre, al seguir viva y accesible, favorece la capacidad de
preocuparse por el otro, lo que supone considerar al otro como independiente –esto es,
fuera del control omnipotente–, e integrar un sentido de responsabilidad por los
impulsos agresivos. Al haber integración yoica, el individuo se inquieta, se preocupa,
por lo que más adelante a esta fase la denomina fase de preocupación o concern (la
capacidad de preocuparse por el otro), que implica asumir la responsabilidad o culpa de
su agresividad. Finalmente, describe una tercera fase, que denomina de la persona total,
en la que ya intervienen las relaciones interpersonales, las situaciones triangulares o
edípicas, y donde tiene cabida el conflicto según lo establecido por Freud.
En el citado artículo Winnicott evoca su importante contribución presentada en «La
agresión» (1939), en el que destaca que antes de que se integre la personalidad, en la
etapa de la dependencia absoluta, existe ya agresividad, aunque sin finalidad
destructiva; una agresividad que en una nota al pie la vincula con la «movilidad». En el
trabajo realizado entre 1950 y 1955 lo describe así:
El bebé ya da patadas cuando está en el vientre; no hay que suponer que intenta abrirse
paso a patadas. El bebé de pocas semanas descarga golpes con sus brazos; no hay que
suponer que trata de golpear a alguien. El bebé masca el pezón con sus encías; no hay
que suponer que esté intentando destruir o hacer daño. En su origen la agresividad es
casi sinónima de actividad, es una cuestión de función parcial32.
De este modo, el paso gradual de la no integración a la integración supone el paso de
una actividad inintencional a otra más elaborada o intencional. En suma, para Winnicott
hay una primera etapa que denomina de amor cruel en la todavía no hay odio ni rabia,
esto es, una etapa donde la agresividad es fruto de la descarga mecánica de la motilidad
muscular del infans, y otra reactiva, por represión, ya intencional.
Desde su perspectiva considera que el acto agresivo no puede ser tomado como un
fenómeno aislado, sino que está en función de la disposición ambiental, el grado de
madurez emocional, la capacidad creativa y la espontaneidad del niño. Winnicott
sostiene que cuando el ambiente ejerce una intensa represión provoca defensivamente
una agresividad reactiva que inhibe su capacidad de expresarse y de explorar el mundo.
Cita casos de conductas agresivas que se explican por el modo en que el niño maneja su
mundo interior. En los casos de peleas entre los padres, algunos niños interiorizan esta
experiencia, que incorpora en su cuerpo y trata de controlar la angustia en su interior
con el fin de dominarla, manifestando cansancio, depresión o enfermedad física. Y
apunta: «En ciertos momentos, esta mala relación interiorizada se hace con el control y
entonces el niño se comporta como si estuviera poseído por los padres que se pelean. Lo
vemos compulsivamente agresivo, antipático irrazonable y desilusionado»33. Algo que
Anna Freud describe como la «identificación con el agresor» (1937). Alternativamente,
señala que en otros casos los niños que introyectan las peleas de sus padres lo proyectan
en el exterior a través de peleas con los que le rodean (padres, compañeros de colegio,
etc.), proyectando lo malo al exterior. En el control de su mundo interno trata de
preservar lo que considera benigno, dramatizando –a modo de víctima propiciatoria– la
expulsion de la maldad por medio de su cuerpo y fuera de este, mediante patadas,
escupitajos, gritos y mostrarse violentamente agresivo. Y matiza:
Estas fases maníacas no son lo que se llama defensa maníaca, en la cual hay una
negación de la muerte interior por medio de la actividad artificial (la llamada, según
Melanie Klein, defensa maníaca contra la depresión). El resultado clínico de la defensa
maníaca no es un estallido de agresividad, sino un estado de inquietud angustiosa
corriente, hipomanía, en el cual la agresión presenta una tónica moderada de dejadez,
suciedad, irritabilidad, con falta de perseverancia constructiva34.
Y culmina: «En la salud, el individuo puede ir atesorando la maldad en el interior con el
fin de utilizarla en un ataque contra las fuerzas externas que parecen amenazar lo que él
percibe que vale la pena preservar. Así, pues, la agresión tiene un valor social»35.
En la conferencia «Agresión, culpa y reparación» (1960), Winnicott retoma sus
consideraciones sobre el vínculo entre el amor y la agresión, plantea su inscripción en
un movimiento dinámico de creación-destrucción y traza su divergencia con la
concepción kleiniana de la agresividad. Comienza diciendo: «Deseo valerme de mi
experiencia como psicoanalista para exponer un tema recurrente en el trabajo analítico,
que ha tenido siempre gran importancia. Concierne a una de las raíces de la actividad
constructiva: la relación entre construcción y destrucción»36. Poco después añade:
Diré de paso que, a mi entender, nos resulta relativamente fácil llegar a la destructividad
que llevamos dentro cuando la vinculamos a la rabia por una frustración o al odio contra
algo que desaprobamos, o cuando es una reacción ante el miedo. Lo difícil es que cada
individuo asuma plena responsabilidad por la destructividad personal que en forma
inherente atañe a una relación con un objeto percibido como bueno o, dicho de otro
modo, con la destructividad que se relaciona con el amor37 (el subrayado es nuestro).
Luego señala:
Por eso digo que todo individuo debe desarrollar la capacidad de responsabilizarse por
la totalidad de sus sentimientos e ideas. La palabra salud (en el sentido de una buena
salud) está estrechamente ligada al grado de integración que posibilita asumir esta
responsabilidad plena. La persona sana se caracteriza, entre otras cosas, por no tener que
aplicar en gran medida la técnica de la proyección para hacer frente a sus propios
impulsos y pensamientos destructivos38.
En esta conferencia Winnicott critica el intento de muchos psicoanalistas (kleinianos)
que piensan en función del «individuo en proceso de desarrollo», pero que tratan de
encontrar el punto de origen de la agresividad en una etapa muy tempana de su vida.
Apunta: «Por cierto, que la más temprana infancia podría concebirse como un estado en
que el individuo es incapaz de sentirse culpable»39.
Para Winnicott, en la reparación kleiniana el niño corre el riesgo del acatamiento o
sumisión: de «ser bueno para mamá»; la identificación con el progenitor. Comenta:
Permítanme formular mi tesis del siguiente modo. Si les agrada, pueden observar como
una persona hace una reparación y comentar con sagacidad: «¡Ajá! Esto indica una
destrucción inconsciente». Empero, si proceden así no prestarán gran ayuda al mundo.
La alternativa es interpretar esa reparación como un acto mediante el cual esa persona
está fortaleciendo su self, posibilitando así la tolerancia de su destructividad inherente.
Supongamos que ustedes bloquean la reparación de algún modo. Esa persona quedará
incapacitada, hasta cierto punto, para responsabilizarse de sus impulsos destructivos y,
desde el punto de vista clínico, el resultado será la depresión o una búsqueda de alivio
mediante el descubrimiento de la destructividad en otra parte (o sea, utilizando el
mecanismo de la proyección)40.
En «Entre el ídolo y el ideal», Masud Khan aclara la concepción de Winnicott sobre el
concepto de reparación, esencialmente kleiniano, al que como tantos otros ejerce una
torsión que le permite incorporarlo a su corpus teórico. Escribe:
En el marco de referencia propio a Winnicott, el proceso de reparación es la expresión
de una potencialidad natural, de un conjunto de fuerzas libidinales y agresivas,
imaginativas y afectivas, que obran en la psique-soma del niño. A diferencia de Melanie
Klein, Winnicott no limita la tendencia reparadora a la función de atenuar y de
neutralizar los daños provocados por las pulsiones sádicas en los estadíos infantiles más
primarios. Según él, por si alguna razón personal o de otro tipo, la madre no logra
responder a la tendencia reparadora (creadora) de su hijo, se suscitará un desequilibrio
en la diferenciación yo-ello que está operándose; la tendencia reparadora no se utiliza
entonces más que con fines defensivos. La reparación, en consecuencia, utiliza todos los
procesos entonces disponibles del yo y del ello, para aportar una contribución al entorno
humano y no humano, y para establecer un núcleo de confianza en la relación creadora
con dicho entorno. Ahora bien, con esta contribución (reparación) se encuentra reflejada
por el entorno, suscita una confianza en el sentimiento creciente de la identidad
personal, y en la autenticidad de las experiencias del sí, tanto en la psique como en el
soma41.
La discrepancia de Winnicott con Klein es manifiesta y recorre la secuencia agresión-
culpa-reparación, eje axial de las formulaciones kleinianas. En «Reparación con
respecto a la organización antidepresiva de la madre» (1948), Winnicott aborda la
crítica de Edward Glover a Melanie Klein, formulada junto a otras entre 1945 y 1948, a
la que acusa de injertar interpretaciones subjetivas en sus pacientes imponiendo sus
propias fantasías. Al respecto, Winnicott comenta: «Es legítimo exigirme que, si
pretendo describir la fantasía de mis pacientes, sepa que a veces ellos producen
realmente la clase de cosas que a ellos les parece que a mi me gusta oír. Esto es más
cierto cuanto más inconscientes son mis expectativas»42. Tres años antes Winnicott ha
escrito su importante trabajo «Desarrollo emocional primitivo», en el que asienta las
bases de su corpus teórico, a la vez que se distancia de las tesis de su mentora, Melanie
Klein.
Después de «Agresión, culpa y reparación» (1960) transcurren varios años hasta
completar su formulación sobre la agresividad, tarea que culmina con el texto «El uso
de un objeto y la relación por medio de identificaciones» (1969),trabajo leído ante la
Sociedad Psicoanalítica de Nueva York, el 12 de noviembre de 1968. Pero la transición
entre uno y otro presenta un gozne decisivo: el artículo sobre la La capacidad de
preocuparse por el otro o concern, de 1963, que constituye el precursor inmediato de la
capacidad de uso de un objeto. La capacidad de preocuparse por el objeto externo
supone tratarlo como un otro independiente fuera del control omnipotente e integrar un
sentido de responsabilidad. El concern cabe definirlo como «la capacidad de interesarse
o de preocuparse por el otro, al tiempo de ser capaz de sentir y aceptar la
responsabilidad propia». En el concern el objeto de la fantasía se completa por las
acciones reparadoras del niño en relación con el objeto real, mientras que en
la capacidad de uso de un objeto la supervivencia del objeto lo vuelve permanente en
tanto que es parte de la realidad exterior. Como subrayan Madeleine Davis y David
Walbidge, las dos enuncianciones son el basamento de la destructividad: «En ambas
tiene la mayor importancia la supervivencia del objeto, y ambas traen por resultado
tolerar la ambivalencia y aceptar la agresividad personal»43. Sobre el uso de un objeto
de Winnicott, Myrta Casas de Pereda en «La paradoja de la destrucción
organizante», subraya: «Integra la paradoja a su discurso, lo cual constituye un acto
relevante, dado que deja hablar a lo real, a lo no abarcable, de un modo convincente y le
da a su vez el perfil simbólico de un enunciado grávido de consecuencias. Reúne lo real
de lo imposible del cuerpo junto al fuerte imaginario de la imagen y los hace bascular al
simbólico del concepto (RSI). Anuda afectos, imágenes y abstracciones como ocurre en
la poesía»44.
El uso del objeto: la destructividad potencial
En «El uso de un objeto y la relación por medio de identificaciones», texto publicado
en Realidad y juego (1971), Winnicott establece su original tesis sobre la destructividad,
en la que plantea que para que el objeto pueda ser aceptado como independiente y
adquiera la cualidad de externo al sujeto debe sobrevivir a su destrucción. Lo paradójico
–según Winnicott– es que los intentos por destruir (simbólicamente) al objeto son los
que permiten al sujeto acceder a la realidad; supone el reconocimiento del otro, de su
identidad, de su diferencia, lo que determina el valor positivo de la agresividad. En tanto
que el impulso destructivo es potencial, crea exterioridad, permite la estructuración del
psiquismo y se constituye en articulador esencial de la subjetivación del individuo. Lo
explica así:
Se entiende, entonces, que si bien la palabra que empleo es destrucción, la destrucción
real corresponde al fracaso del objeto en lo referente a sobrevivir. De lo contrario, la
destrucción seguirá siendo potencial. Hace falta el término destrucción, no por el
impulso destructivo del bebé, sino por la posibilidad de que el objeto no sobreviva, lo
cual significa también un cambio de cualidad, de actitud45.
En un primer momento, Winnicott plantea que la agresividad primaria del infans,
el amor-cruel, en tanto que motilidad modulada por la madre, supone un estímulo de la
creatividad, del gesto espontáneo del bebé, y su entronque con la realidad. Más tarde, ya
en su última época, agrega el concepto del «uso del objeto» tras formular su tesis sobre
la agresividad (o su forma más elaborada: la destructividad), que estimula e integra la
realidad, «pues ubica el objeto fuera de la persona»46. Dice: «En general se entiende
que el principio de realidad envuelve al individuo en la ira y la reacción destructiva,
pero mi tesis dice que la destrucción desempeña un papel en la formación de la
realidad, pues ubica el objeto fuera de la persona. Para que así suceda son necesarias
condiciones favorables»47 (el subrayado es nuestro). Winnicott recalca que para poder
usar un objeto es preciso que el sujeto desarrolle una capacidad48 que le permita usarlo,
lo que forma el paso al principio de realidad. Y que esta capacidad de uso depende de
un ambiente facilitador. Sirve decir que una madre suficientemente buena favorece la
modulación de la agresividad (al contenerla en la fantasía) de su hijo, y que se tolere la
ambivalencia; y que sensu contrario, la falla materna favorece que la exprese
agrediendo al otro… Winnicott comenta: «Si la destrucción es excesiva e inmanejable,
es posible lograr muy poca reparación… Todo lo que le queda al niño por hacer es
negar la paternidad de las fantasías malas o bien dramatizarlas»49. En el caso de la
madre escasamente confiable, el niño siente que la destruye sin posibilidad de
reparación.
En la teoría winnicotiana el concepto de «uso del objeto» es indisociable del de
«relación de objeto», central en la teoría y la práctica kleiniana, del que ejerce de
contrapunto. En las relaciones de objeto se considera la dinámica de los procesos
introyectivos y proyectivos, la fantasía inconsciente y los corolarios que de ello se
derivan, en menoscabo del factor ambiental. En ellas prevalece la fantasía omnipotente
del sujeto, en detrimento de las cualidades del objeto, por lo que el objeto es vivenciado
en la zona de control omnipotente del sujeto; de modo que sujeto y objeto están
indiferenciados, en tanto que se mantiene una relación imaginaria. Así pues, en la
«relación de objeto» el sujeto es un elemento aislado del objeto, mientras que en el «uso
del objeto» se considera la relación vincular, inseparable, entre el sujeto y el objeto. El
paso de establecer relaciones de objeto a usar los objetos no procede de una condición
innata del niño sino que exige un proceso de maduración –esto es: generar una
capacidad de uso– intermediado por la madre o ambiente facilitador. El uso del
objeto comprende a la relación de objeto, pero tiene en cuenta la naturaleza del objeto.
Al respecto, Winnicott matiza:
Cuando hablo del uso de un objeto doy por sentada la relación de objeto, y agrego
nuevos rasgos que abarcan la naturaleza y conducta del objeto. Por ejemplo, si se lo
desea usar, es forzoso que el objeto sea real en el sentido de formar parte de la realidad
compartida, y no un manojo de proyecciones. Creo que esto es lo que constituye el
mundo de diferencias entre la relación y el uso50 (el subrayado es nuestro).
En la teoría del desarrollo emocional primitivo de Winnicott, el proceso
de ilusión/desilusión es un factor vertebrador del psiquismo infantil precoz, puesto que
supone el paso gradual de la omnipotencia del pensamiento a la aceptación de la
realidad. A través del paso de la ilusión a la desilusión mediado por la madre, el bebé
abandona la fantasía omnipotente y alcanza la realidad externa. En este proceso es
primordial la capacidad de la madre (el holding en Winnicott, la capacidad de reverie en
Bion), para facilitar lo que en términos freudianos supone el paso del principio del
placer al principio de realidad, y en Winnicott se establece a partir del proceso
de ilusión/desilusión que sanciona la paradoja de lo encontrado-creado: lo creado de
nuevo. En suma: el sostén materno facilita el proceso de reconocimiento de la
exterioridad y de subjetivación del individuo.
De modo que, cuando el sujeto comienza a percibir al objeto como algo diferenciado,
esto es, cuando abandona el exclusivo plano de la fantasía para reconocerlo ubicado en
la realidad, cuando se produce el paso de la relación aluso, se accede a la simbolización.
En otras palabras: el paso de la zona omnipotente a la zona intermedia, el área de
los objetos y fenómenos transicionales, es lo que permite la simbolización. Ya
que «gracias a la supervivencia del objeto el sujeto puede entonces vivir una vida en el
mundo de los objetos» (Winnicott dixit). Según este autor, el sujeto (el niño, el
paciente…) al intentar destruir al objeto, ve que el objeto (padre, analista…) ya no está
bajo la total influencia de su fantasía, sino ve que sobrevive, que es algo externo a él,
que tiene vida independiente.
Winnicott establece la siguiente secuencia de este proceso:
a) El sujeto se relaciona con el objeto: el objeto está bajo la influencia de la fantasía, en
la zona de control omnipotente del sujeto, que no lo reconoce como externo.
b) El objeto está a punto de ser hallado por el sujeto, en lugar de ser ubicado por este en
el mundo.
c) El sujeto destruye el objeto: el sujeto destruye al objeto en la fantasía, no en la
realidad. Esto es, de forma potencial.
d) El objeto sobrevive a la destrucción: el sujeto no logra destruir al objeto.
e) El sujeto puede usar el objeto51: el objeto adquiere una vida independiente del
sujeto, y puede vivir en intercambio con los objetos.
Finalmente, tras describir este proceso, formula su tesis: «La destrucción desempeña un
papel en la formación de la realidad, pues ubica el objeto fuera de la persona»52 (el
subrayado es nuestro). Se trata, dice, de examinar el principio de realidad con «una lente
de gran potencia». La paradoja del proceso de «destrucción» y «supervivencia»
del objeto cargado (por cathected object entiende el objeto que está ahí esperando a ser
creado por el bebé), que gobierna este proceso consiste en que «al mismo tiempo pasan
por el proceso de quedar destruidos porque son reales, y de volverse reales porque son
destruidos (por ser destructibles y prescindibles)»53.
La última aportación de Winnicott al tema de la agresividad la establece en torno al
libro Moisés y la religión monoteísta (1939) de Freud, su obra póstuma. Winnicott
considera que inicialmente existe una única pulsión, que denomina pulsión amor-lucha,
en la que el amor temprano contiene esta agresión-motilidad. En el texto «El uso de un
objeto en el contexto de Moisés y la religión monoteísta» fechado el 16 de enero de
1969, describe el impulso combinado de amor-lucha y resume toda su teoría. Escribe:
Aquí es indispensable repensar algo que hemos llegado a aceptar (porque es válido en el
análisis de los casos analizables), a saber, que uno de los fenómenos integradores en el
desarrollo es la fusión de lo que aquí me permitiré a mí mismo llamar instintos de vida y
de muerte (de amor y de discordia, en Empedocles). El eje de mi argumentación es que
la primera pulsión es, en sí misma, una sola, es algo que yo
llamo destrucción[destruction] pero también podría haber llamado impulso combinado
de amor y lucha. Esta unidad es primaria. Es lo que sale a relucir en el bebé por los
procesos naturales de maduración.
No es posible enunciar esta unidad emocional sin hacer referencia al ambiente. La
pulsión es potencialmentedestructiva, pero que lo sea o no dependerá del objeto: ¿el
objeto sobrevive, o sea, conserva su carácter, oreacciona?54.
En la práctica clínica es importante que el paciente pase de la relación de objeto al uso
del objeto, tal como señala Luis Felipe Muñoz: «Para alcanzar la cura se requiere que el
paciente pase de la relación al uso de objeto, en su vinculación con el analista. Este
último, debe sobrevivir y ser usado por su paciente»55. Al comienzo del análisis el
paciente experimenta una suerte de autoanálisis, donde el terapeuta es ubicado como
una proyección de sus fantasías. En el transcurso de las sesiones, el comportamiento o
la actitud del terapeuta (que Winnicott denomina portarse bien, y que implica estar
«vivo, sano y despierto»56), en tanto que no cede a las demandas del paciente, favorece
el abandono de la fantasía y la entrada en la realidad. La frustración de las expectativas
mágicas del paciente provoca la agresión al terapeuta (ataques al encuadre,
verbalizaciones descalificantes, devaluación de sus interpretaciones, manipulaciones,
engaños, etc.), que le exigen sobrevivir. Esta tarea no depende tanto del trabajo
interpretativo, pero le puede resultar muy difícil al terapeuta, por lo que en una nota al
pie aclara: «Cuando el analista sabe que su paciente lleva un revólver encima, me
parece que ese trabajo no se puede llevar a cabo»57.
Javier Lacruz Navas
Zaragoza, diciembre de 2013
Notas
1. Donald Winnicott, El gesto espontáneo. Barcelona, Paidós, 1990, p. 58.
2. Ibíd., pp. 58-59.
3. En puridad, Playing and Reality, esto es, «jugando». A Winnicott no le interesa tanto
el «juego» en sí, sino el movimiento, la acción, la «capacidad de jugar». En adelante
destaco los títulos de la obra de Donald Winnicott en inglés para evitar deslizar las
falsificaciones de significado existentes en la mayor parte de las traducciones de su
obra.
4. Masud Khan, «Cierta intimidad», en Sobre Winnicott. Buenos Aires, Ecos editores
(sin data de fecha de publicación), p. 32.
5. Masud Khan, «Entre el ídolo el ideal», en Narcisismo. Santiago del Estero, ediciones
del 80, 1983, p. 117.
6. Donald Winnicott, «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-
1955), en Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona, Laia, 1981, p. 290.
7. Ibíd., p. 288.
8. Donald Winnicott, «El uso de un objeto y la relación por medio de identificaciones»
(1969), en Realidad y juego. Barcelona, Gedisa, 1979, p. 125.
9. Donald Winnicott, «Individuación» (1970), en Exploraciones
psicoanalíticas I. Buenos Aires, Paidós, 1991, p. 339.
10. Henri Bergson, La evolución creadora. Buenos Aires, Cactus, 2007, p. 70.
11. Donald Winnicott, «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-
1955), en Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona, Laia, 1981, p. 297.
12. Ibíd., p. 282.
13. Javier Lacruz, «La evolución creadora de la naturaleza humana» (2011), en El gesto
espontáneo, revista digital:www.elgestoespontaneo.com
14. Donald Winnicott, «Deformación del yo en términos de un verdadero y un
falso self» (1960), en El proceso de maduración en el niño. Barcelona, Laia,
1981, p. 179.
15. Javier Lacruz, Donald Winnicott: vocabulario esencial. Zaragoza, Ed. Mira,
2011, pp. 408-410.
16. Donald Winnicott, «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-
1955), en Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona, Laia, 1981, pp. 298-299. A
lo que agrega: «Lo que les estoy sugiriendo es que es esta impulsividad, y la agresión
que de ella se desarrolla, lo que hace que el pequeño necesite un objeto externo y no
meramente un objeto que le satisfaga». Todavía le falta el eslabón del «uso de objeto»
para completar su teoría.
17. Donald Winnicott, «La agresión» (1939), en El niño y el mundo externo. Buenos
Aires, Lumen-Hormé, 1993, p. 172.
18. Observese el sesgo literario, poético, de este párrafo, muy propio en este autor por
su gusto por la poesía («ha de encontrarse en el corazón del ser humano»), pero
inaceptable para el discurso psicoanalítico imperante en su época, más proclive a lo
hermético como sinónimo de riguroso y científico.
19. Sigmund Freud, La interpretación de los sueños. Buenos Aires, Amorrortu, vol. IV,
1984, p. 132.
20. Donald Winnicott, «La agresión» (1939), en El niño y el mundo externo. Buenos
Aires, Lumen-Hormé, 1993, p. 172.
21. Ibíd., p. 173.
22. Ibíd., p. 173.
23. Ibíd., p. 176.
24. Ibíd., p. 176.
25. Ibíd., p. 176.
26. Javier Lacruz, Donald Winnicott: vocabulario esencial. Zaragoza, Ed. Mira, 2011,
p. 84.
27. Donald Winnicott, «La agresión» (1939), en El niño y el mundo externo. Buenos
Aires, Lumen-Hormé, 1993, p. 175.
28. . Ibíd., pp. 175-176.
29. Javier Lacruz, op. cit., pp. 486-492.
30. Donald Winnicott, «La agresión en relación con el desarrollo emocional» (1950-
1955), en Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona, Laia, 1981, p. 281.
31. Ibíd., p. 289.
32. Ibíd., p. 282.
33. Ibíd., p. 287.
34. Ibíd., p. 288.
35. Ibíd., p. 288.
36. Donald Winnicott, «Agresión, culpa y reparación» (1960), en El hogar, nuestro
punto de partida. Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 94.
37. Ibíd., p. 96.
38. Ibíd., p. 96.
39. Ibíd., p. 95.
40. Ibíd., p. 103.
41. Masud Khan, «Entre el ídolo el ideal», en Narcisismo. Santiago del Estero,
ediciones del 80, 1983, p. 118.
42. Donald Winnicott, en «Reparación con respecto a la organización antidepresiva de
la madre» (1948), en Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona, Laia, 1981, p.
137.
43. Madeleine Davis y David Walbridge, Límite y espacio. Buenos Aires, Amorrortu,
1988, p. 97.
44. Myrta Casas de Pereda, «La paradoja de la destrucción organizante», Revista
Uruguaya de Psicoanálisis n.º 98, Montevideo, 2003, p. 119.
45. Donald Winnicott, «El uso de un objeto y la relación por medio de identificaciones»
(1969), en Realidad y juego. Barcelona, Gedisa, 1979, p. 125.
46. Ibíd., p. 122.
47. Ibíd., p. 122.
48. La capacidad de uso permite usar al objeto. Winnicott alude al uso, que «implica la
consideración de su naturaleza»; no al abuso: «no me refiero a la explotación», dice.
49. Donald Winnicott, «La agresión» (1939), en El niño y el mundo externo. Buenos
Aires, Lumen-Hormé, 1993, p. 177.
50. Donald Winnicott, «El uso de un objeto y la relación por medio de identificaciones»
(1969), en Realidad y juego. Barcelona, Gedisa, 1979, p. 119.
51. Ibíd., p. 122.
52. Ibíd., p. 126.
53. Ibíd., p. 122.
54. Donald Winnicott, «El uso de un objeto en el contexto de Moisés y la religión
monoteísta» (1969), en Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires, Paidós, 1991, p.
292.
55. Luis Felipe Muñoz, «El uso de objeto en la clínica de D.W.Winnicott».
56. Donald Winnicott, «Los objetivos del tratamiento psicoanalítico» (1962), en El
proceso de maduración en el niño. Barcelona, Laia, 1981, p. 201.
57. Donald Winnicott, «El uso de un objeto y la relación por medio de identificaciones»
(1969), en Realidad y juego. Barcelona, Gedisa, 1979, p. 123.
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