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Semana (…Teología I Profesor Abel Velasco)


Creación espiritual.

13.1. Ángel, ser espiritual

Ángel El ángel (heb. _aµa<lam, gr. aolemna) bíblico es, por


derivación y función, un mensajero de Dios que tiene una relación
familiar con él cara a cara, siendo por lo tanto un ser superior al hombre
caído. Por cierto que se trata de una criatura, incorpórea en esencia.
Hay muchas indicaciones de una caída angelical, como origen y
dirección de Satanás (Job. 4:18; Is. 14:12–15; Ez. 28:12–19; Mt.
25:41; 2 P. 2:4; Ap. 12:9), si bien esto corresponde propiamente al
campo de la demonología, lo trataremos más adelante brevemente.
Los rollos de Qumrán hablan de una doble jerarquía de ángeles,
asociados con los seres mortales, los cuales corresponde a los
respectivos reinos de la luz y las tinieblas. Ambos testamentos usan esta
misma idea para hacer referencia a la creación espiritual.
Debemos ser muy cuidadosos con la manera de interpretar los
pasajes que hacen referencia al Ángel del Señor o Ángel de Jehová.

13.1.1. Ángel Del Señor


El ángel del Señor, a veces “el ángel de Dios” o “mi (o “su”)
ángel”, se representa en la Escritura como un ser celestial enviado por
Dios, para tratar con los hombres como su agente personal o vocero.
En muchos pasajes se manifiesta prácticamente idéntico a Dios
mismo, y en ocasiones habla no solamente en el nombre de Dios sino
como Dios, usando la primera persona del singular (p. ej. con Agar, Gn.
16:7ss; 21:17s; en el sacrificio de Isaac, Gn. 22:11ss; con Jacob, Gn.
31:11-13, “Yo soy el Dios de Bet-el”; a Moisés ante la zarza ardiente,
Ex. 3:2; con Gedeón, Jue. 6:11).
En otros pasajes se distingue de Dios, como en 2 S. 24:16; Zac.
1:12s; pero Zacarías no mantiene la distinción en forma sistemática (cf.
Zac. 3:1s; 12:8).
Por esta razón debemos buscar en un contexto amplio de la
lectura si se trata de un emisario de Dios o de la Divinidad misma.
En cuanto a su función, el ángel del Señor es agente de
destrucción y juicio (2 S. 24:16; 2 R. 19:35; Sal. 35:5s; Hch. 12:23);
de protección y liberación (Ex. 14:19; Sal. 34:7; Is. 63:9, “el ángel de
su faz (“presencia”)”; Dn. 3:28; 6:22; Hch. 5:19; 12:7, 11); ofrece
dirección y da instrucciones (Gn. 24:7, 40; Ex. 23:23; 1 R. 19:7; 2 R.

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1:3, 15; Mt. 2:13, 19; Hch. 8:26); proporciona advertencia anticipada
acerca del nacimiento de Sansón (Jue. 13:3ss), Juan el Bautista (Lc.
1:11ss) y Jesús (Mt. 1:20, 24; Lc. 2:9). En Jue. 13:3ss no se lo
reconoce de inmediato, y para Balaam (Nm. 22:22ss) ni siquiera resulta
visible; pero mayormente cuando aparece a los hombres se lo reconoce
como un ser divino, si bien en forma humana, (teofanía) y se le dirige la
palabra como a Dios (Gn. 16:13, etc.). Y en algunos casos recibe
adoración.
Aparte del “ángel del Señor”, el ejecutor o, incluso, la
manifestación de Yahvéh (teofanía), los ángeles son seres espirituales
separados (criaturas) de Dios.

13.1.2. En el Antiguo Testamento


Los ángeles ejecutan su acción bajo la estricta voluntad y
obediencia a Dios, (cf. Job 2:6; 1 S. 29:9; 2 S. 14:17, 20; 19:27). Los
ángeles pueden manifestarse a los hombres como portadores de
mandamientos y noticias específicas de parte de Dios (Gn. 9:12-13).
En casos específicos, pueden socorrer a los siervos mortales de
Dios que padecen necesidad (1 R. 19:5–7). Pueden encargarse de
realizar misiones de ayuda militar (2 R. 19:35) o, menos
frecuentemente, encargarse de la acción hostil directa (2 S. 24:16s),
contra Israel, contra los habitantes de Sodoma (Gn. 19:1-11) o
cualquier otro obrador del mal puede ser castigado a través ellos.
Su capacidad bélica, que está implícita en Gn. 32:1s; 1 R. 22:19,
se deja ver en forma más específica en “Jos. 5:13–15”; 2 R. 6:17: de
aquí el título familiar de la deidad: Yahvéh Dios de los ejércitos.
En épocas primitivas el hombre asociaba a los ángeles con las
estrellas. Esto dio lugar a uno de los pensamientos poéticos de Job,
donde los ángeles son también testigos de la creación física (Job 38:7,
véase; Jue. 5:20; Ap. 9:1). Muy familiares resultan las conversiones de
los ángeles con Abraham (Gn. 18:1–16) o, en la escalera de Jacob (Gn.
28:12). Ángeles guardianes individuales aparecen probablemente en el
Sal. 91:11.
Algunos disciernen al ángel de la muerte como el ángel caído. Pero
no se puede afirmar esta idea, léase 2 Samuel 24:16ss.
“Hijos de Dios”: los seres que así se alude pueden ser claramente
ángeles buenos (Job. 38:7) o, también, ángeles caídos (Job. 1:6; 2:1).
Estas ideas, rudimentarias en el AT, se vuelven fuertes principios
especulativos en la literatura rabínica no inspirada y filtrándose en el
pensamiento cristiano, cuando se afirma que la expresión “hijos de Dios”
significa simplemente ángeles. Razón por la cual debemos tener

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discernimiento en los pasajes que hacen referencia a esta expresión
“hijos de Dios”, porque también se refiere a los fieles (Lucas 20:36 y
Romanos 8:14).
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Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son
hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
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Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son
hijos de Dios.
La angelología del AT alcanza su mayor desarrollo en Daniel, el
Apocalipsis judaico más antiguo. Aquí los ángeles primeramente reciben
nombres propios, y adquieren una especie de personalidad. Gabriel le
explica muchas cosas a Daniel, en forma muy semejante al visitante
divino de Zacarías (Dn. 8:16ss; 9:2ss). En ambos libros el ángel es el
fluido portavoz de Dios, a quien también se puede interrogar; pero el
Gabriel de Daniel está más desarrollado y es más convincente. Miguel
tiene una función especial como ángel guardián de Israel (Dn. 10:13,
21; 12:1), y otras naciones están equipadas en forma semejante (Dn.
10:20). Esto se hizo un lugar común entre los rabinos. Hay una visión
pasajera de los lugares celestiales, donde hay incontables legiones de
ángeles alrededor del trono (Dn. 7:10; cf. Dt. 33:2; Neh. 9:6; Sal.
68:17 para ecos menos marcados).
El material examinado hasta aquí es en general preexílico, por lo
menos en su origen.
En los libros posexílicos, el ángel adquiere incuestionablemente
firmeza. El “varón” que actúa como guía de Ezequiel, divinamente
designado para mostrarle el templo ideal, es un concepto intermedio
(cap(s). 40ss); su contraparte se transforma explícitamente en Zac.
cap(s). 1–6 en un ángel que interpreta. El ministerio intercesor a favor
de Israel en Zac. 1:12-14 requiere mención especial.
También, si se tiene presente que en ese contexto “santos”
significa “hijos de Dios”, (apartados para Dios) las últimas palabras de
Zac. 14:5 constituyen lectura interesante a la luz de las predicciones
sinópticas de la segunda venida.

13.1.3. En el Nuevo Testamento


En buena medida el NT endosa y subraya lo que enseña el AT, aun
cuando es históricamente importante el desarrollo en la literatura no
inspirada que surgió entre ambos.
He. 1:14 define al ángel como mensajero de Dios y como ministro
al servicio del hombre; el NT sugiere en general la profundización de un
lazo de simpatía o afinidad y servicio (cf. Ap. 19:10; Lc. 15:10).

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El concepto del ángel guardián personal se ha agudizado, igual
que en la literatura rabínica (Mt. 18:10; cf .Hch. 12:15). No faltan
misiones especiales de comunicación a individuos: la visita de Gabriel a
Daniel puede compararse con la que se efectuó a Zacarías (Lc. 1:11–
20), y a María (Lc. 1:26–38; cf. Mt. 1–2; Hch. 8:26; 10:3ss; 27:23,
etc.). El papel de socorro activo a la humanidad se percibe en Hch.
5:19s; 12:7–10, que recuerda a Elías debajo del enebro. El trono de
Dios está rodeado de incontables legiones de ángeles, como ya lo había
declarado Daniel (He. 12:22; Ap. 5:11, etc.).
En el NT están íntimamente asociados con la promulgación de la
ley (Hch. 7:53; Gá. 3:19; He. 2:2), y no resulta incongruente
vincularlos con el juicio final (Mt. 16:27; Mr. 8:38; 13:27; Lc. 12:8s; 2
Ts. 1:7s, etc.). Quizá sea también función especial de ellos trasladar a
los justos al seno de Abraham cuando mueren (Lc. 16:22s).
Pocos intentos hay de describir directamente como son los
ángeles. Hay insinuaciones sobre rostros y vestimenta brillantes, de una
belleza deslumbrante, que el arte cristiano ha intentado expresar a su
modo (Mt. 28:2s y par.; Lc. 2:9; Hch. 1:10). El AT evidencia una
reticencia comparable cuando se refiere a los querubines (Ez. 10; Is. 6).
El esplendor del rostro de Esteban cuando fue condenado refleja la
hermosura angelical (Hch. 6:15).
Fue indudablemente a raíz de errores doctrinales por parte de sus
lectores que el escritor de Hebreos recalcó tan enfáticamente la
superioridad del Hijo con respecto a cualquier ángel (He. 1).

13.1.4. Ángeles caídos


Ro. 8:38 se refiere a ángeles caídos, y esto explica también el
desconcertante pasaje de 1 Co. 11:10, que debe leerse a la luz de Gn.
6:1ss. Para Gá. 1:8 y 1 Co. 13:1 se requiere todavía una exégesis
especial, como también para la severa advertencia de Col. 2:18.
De igual manera debemos tener muy buena exégesis para
entender el sentido esencial de Jud. 9 (con paralelo parcial en 2 P.
2:10s) parecería ser que los ángeles caídos retienen, de su condición
inicial, una investidura tal que ni siquiera sus compañeros anteriores
que no cayeron pueden denigrarlos, sino que deben dejar a Dios la
condenación final. El incidente a que se refiere Judas, se dice que fue
registrado en la Asunción de Moisés, un fragmento de midrás
apocalíptico. Allí Satanás pide el cuerpo de Moisés para su reino de las
tinieblas, porque Moisés mató al egipcio (Ex. 2:12), y por lo tanto era
homicida, cualesquiera hayan sido sus virtudes posteriores. El triunfo
final no es de Satanás, pero hasta el arcángel Miguel tuvo que refrenar
su lengua ante el enemigo de la humanidad.

13.4
13.2. Demonio

13.2.1. En el Antiguo Testamento


En el AT hay referencias a demonios bajo los nombres de
rÆé>aaaµ (“sátiros”, Lv. 17:7; 2 Cr. 11:15) y _aµeµs (Dt. 32:17; Sal.
106:37). El primer vocablo significa „peludo‟, y se refiere al demonio
como sátiro. El segundo vocablo es de significado incierto, aunque
evidentemente tiene conexión con una palabra similar. En tales pasajes,
prevalece el pensamiento de que las deidades que, de tiempo en
tiempo, servía a Israel no eran verdaderos dioses, sino que en realidad
son demonios (cf. 1 Co. 10:19s). Pero el tema no reviste gran interés en
el AT, y los pasajes que se relacionan con él son pocos.

13.2.2. En los evangelios


Muy distinto es cuando examinamos los evangelios, pues allí hay
muchas referencias a los demonios. La designación más común es
sailnoino, diminutivo de sailnµo, que se encuentra en Mt. 8:31, aunque
aparentemente no hay diferencia de significado (los relatos paralelos
utilizan sailnoino). En los clásicos (no canónicos) sailnµo se usa con
frecuencia en sentido bueno, con referencia a algún dios, o al poder
divino. Pero en el NT osailnµ y sailnoino siempre se refieren a seres
espirituales hostiles a Dios y a los hombres. Beelzebú (Baal-zebu) es su
“príncipe” (Mr. 3:22), de manera que pueden considerarse agentes
suyos. En esto radicaba la mordacidad de la acusación de que Jesús
tenía un “demonio” (Jn. 7:20; 10:20). Aquellos que se oponían a su
ministerio trataron de identificarlo con las fuerzas del mal, en lugar de
reconocer su origen divino.
En los evangelios hay muchas referencias a personas poseídas por
demonios, dando como resultado una variedad de efectos, tales como
mudez (Lc. 11:14), epilepsia (Mr. 9:17s), la negativa a usar ropa, y el
hacer su morada entre las tumbas (Lc. 8:27). A menudo se dice en la
actualidad que estar poseído de demonios era simplemente el modo en
que la gente del siglo I se refería a las condiciones que hoy describimos
como enfermedad o locura. Sin embargo, los relatos que tenemos en los
evangelios hacen una distinción entre enfermedad y posesión
demoníaca. Por ejemplo, en Mt. 4:24 leemos de los que tenían
dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los
endemoniados, lunáticos (aemeµoiaanleonea, que puede traducirse
“lunáticos” y en otros casos “epilépticos”) entre los cuales hay claras
diferencias.
Tanto en el AT, como en Hechos y en las epístolas, son pocas las
referencias que encontramos a personas poseídas por demonios. (El

13.5
incidente de Hch. 19:13ss es una excepción.) Aparentemente se trataba
de un fenómeno asociado especialmente con el ministerio terrenal de
nuestro Señor. Seguramente debe interpretarse como una violenta
oposición demoníaca a la obra de Jesús.
Los evangelios presentan a Jesús en permanente conflicto con los
espíritus malos. No era cosa fácil echar a tales seres de los hombres.
Los que se oponían a Jesús reconocían que él lo podía hacer, y
también que se requería un poder más que humano para hacerlo. Por
esta razón atribuían su éxito a la presencia de Satanás en él (Lc.
11:15), exponiéndose así a que se les respondiera que proceder de ese
modo no haría sino provocar la ruina del reino del maligno (Lc. 11:17s).
El poder de Jesús era el del “Espíritu de Dios” (Mt. 12:28) o, como
lo expresa Lucas, “si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios…”
(Lc. 11:20).
La victoria que Jesús obtuvo sobre los demonios, la compartió con
sus seguidores; cuando envió a sus doce discípulos: “les dio poder y
autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades” (Lc.
9:1).
Más adelante, cuando los setenta volvieron de su misión, pudieron
informar diciendo: “Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu
nombre” (Lc. 10:17). Otros que no eran del círculo íntimo de los
discípulos podían invocar su nombre para echar fuera los demonios,
hecho que causó cierta perturbación a algunos de los integrantes de
dicho círculo, pero no al Maestro (Mr. 9:38s).

13.2.3. Otras referencias en el Nuevo Testamento


Aparte de los evangelios hay pocas referencias a los demonios. En
1 Co. 10:20s Pablo se ocupa del culto a los ídolos, y considera que en
realidad son demonios, cosa que también se ve en Ap. 9:20. Hay un
interesante pasaje en Stg. 2:19, donde se afirma que: “los demonios
creen, y tiemblan”. Nos recuerda ciertos pasajes en los evangelios en los
que los demonios reconocieron en Jesús lo que en realidad es (Mr. 1:24;
3:11, etc.).
No parece haber ninguna razón a priori para rechazar de plano el
concepto de la posesión demoníaca, pero el verdadero cristiano debe
tener conocimiento de lo alto para tratar con este tema.

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