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LA UNIVERSALIDAD DE LOS DERECHOS HUMANOS
Que los derechos humanos son universales quiere significar que le son
debidos al hombre -a cada uno y a todos- en todas partes sea, en todos los
Estados-, pero conforme a la situación histórica, temporal, y espacial que rodea
a la convivencia de esos hombres en ese Estado, la exigencia del valor no
traza límites sectoriales, ni en cuanto a espacios territoriales, ni en cuanto a
ámbitos humanos; pero se acomoda a los ambientes históricos que se
circunscriben geográfica y poblacionalmente. El modo de realización de los
derechos exigido por el valor es, por propia naturaleza y vocación de
encarnadura histórica del mismo valor, variable y dependiente de las
situaciones sociopolítico, jurídicas.
La universalidad se entronca, además, con la igualdad de todos los hombres en
cualquier tiempo y lugar, pero salvada idéntica conexión del valor con las
circunstancias históricas.
La supra temporalidad o atemporalidad, la eternidad, la inmutabilidad, y todo
otro predicado análogo acerca de los derechos humanos, merece la misma
puntualización. Todos esos adjetivos admiten mantenerse si los vinculamos a
la persistencia o incolumidad del valor justicia en su deber ser ideal objetivo y
trascendente, más allá de la realización histórica con signo positivo o de la
disvaliosidad de las conductas humanas que acusan signo negativo en aquella
realización.
Aunque parezca posiblemente un mal juego de palabras, los "mismos"
derechos humanos que se predican como universales, eternos, supra
temporales, etcétera, pueden adquirir, y adquieren. "diversos" y "distintos"
modos de plasmación en cada situación histórica, en cada época, en cada
lugar, en cada Estado, para cada sociedad, para cada cultura.
La actual trilogía de las generaciones de los derechos humanos, los de la
tercera generación incluirán el derecho a la paz, al desarrollo, a un medio
ambiente sano y ecológicamente equilibrado, etcétera, y pondrán en evidencia
la progresividad histórica que, arrancando de los clásicos derechos civiles que
se proclamaron universalmente, sumó a éstos los derechos sociales y
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económicos, y continúa hoy diversificando el plexo hasta extremos casi
inconcebibles en la hora primera del constitucionalismo moderno.
Estos agregados ampliatorios obedecen a un afinamiento multiplicador de la
estimativa axiológica, se enuncia un dato objetivamente cierto, y es él el que,
precisamente, pone en evidencia que la "mismidad" universal y permanente de
los derechos humanos, su supra temporalidad, su inmutabilidad, no han sido ni
serán un punto final que clausure la serie, ni un círculo cerrado que los rodee,
porque el tiempo histórico nos muestra que las evoluciones habidas -y las que
seguramente han de sobrevenir- mantienen a los derechos en constante
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asociativa que surge de su ejercicio ha de tener también derechos "suyos"
como asociación más allá de las formas legales con que se la invista, o de la
personalidad jurídica propiamente tal o no tendría demasiado sentido
reconocerle y garantizarle al hombre como persona física el derecho de formar
asociaciones y/o de ingresar a las ya constituidas, si tal derecho se agotara en
esa instancia. y no sirviera para que la asociación originada en su ejercicio
invistiera a su vez y así mismo -como asociación-- el conjunto de derechos y
libertades que le fuera necesario para cumplir su fin específico, de acuerdo con
la llamada regla de especialidad. En esa órbita, la asociación tiene también un
derecho a su autonomía o zona de reserva, equiparable al derecho a la
intimidad o privacidad de la persona física; si para ésta todo lo no prohibido le
está permitido, para las asociaciones debe quedar exento de prohibición todo lo
que es conducente a la realización de su fin específico. En una palabra, la
asociación es un centro o sujeto de actividad que, si bien está formado por
hombres, alcanza una realidad social que no se reduce a su mera suma
cuantitativa; tanto hacia adentro (en su vida interna) como hacia afuera (en las
relaciones externas, incluso con el Estado) merece la titularidad de muchos
derechos que, por analogía con los "del hombre", tienen que entrar en una
categoría afín con ellos.
El término "sujetos plurales" alude a los que, no siendo persona física se
componen de una pluralidad de ellas en membrecía con la entidad de que
forman parte, pero dejando en claro que tal entidad es una realidad social que
cobra investidura propia como centro o sujeto de actividad. Y es a éste al que
hay que imputarle la titularidad de los derechos que merece para cumplir su fin,
dentro de la citada regla de especialidad.
¿También el Estado es titular de derechos?
El Estado no es titular de derechos humanos -como sí pueden serlo
analógicamente las asociaciones - no obstante estar formado por hombres,
tener como finalidad proveer al bienestar de los mismos mediante el bien
común público, e investir una función vicaria y de servicio en favor de la res-
publica, como cosa común al conjunto de hombres y grupos que llamamos
sociedad humana. .
Hay que eliminar la noción de que el Estado sea titular de derechos análogos a
los de los hombres," cuando pretende hacerlos oponibles a los particulares.
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Otra cosa distinta ocurre cuando, en el ámbito de la comunidad internacional y
del derecho internacional se habla de derechos "de los Estados" -entre sí, uno
frente a otro u otros o frente a los organismos internacionales caso en el que
Dabin propicia no renunciará la idea de derechos subjetivos a propósito de los
Estados miembros de la comunidad internacional cuya existencia previa se
supone.
Sintetizando podemos afirmar que en las situaciones excepcionales en que se
acepta atribuir un derecho subjetivo al Estado dentro de un ordenamiento
jurídico, tal derecho subjetivo está desprovisto de la naturaleza que, con otros
fundamentos filosóficos, históricos, o políticos, revisten los derechos humanos.
Por fin, cuando enfocamos el caso de los Estados federales, o con alguna
descentralización regional que se aproxima a la federal solemos emplear la
terminología de "derechos" para postular facultades o competencias de las
entidades estaduales frente a la Federación, o viceversa. Pero en tales casos
lo que se pretende acentuar es un "poder reservado" frente a avances de la
Federación sobre sus partes. No es correcto, por ende incluir al Estado entre
los sujetos activos de eso que denominamos "derechos”
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subjetivos, en el sentido de que son del hombre. Pero en cada uno hay que
extremar la precaución de descubrir bien su contenido, tanto como la
prestación del sujeto pasivo que le da satisfacción, y como la debida ubicación
personalizada de ese sujeto pasivo (o sea, cuál y quién es ese sujeto pasivo),
ya que sin esa cautela se puede incurrir en pérdida del sentido cabalmente
jurídico de lo que llamamos y de lo que es en rigor un derecho personal.
En lo político-constitucional: la libertad ( jurídica) es un status o situación del
hombre (y por proyección, de la sociedad y sus grupos, en sentido lato) que,
presuponiendo el libre albedrío, equilibra el dualismo "persona-Estado".
El desglose de los contenidos fundamentales de la libertad, pueden explicarse
así:
a) ante todo, la libertad jurídica exige que a todo ser humano se le reconozca la
calidad de persona jurídica, es decir, de persona en el ámbito jurídico-político:
cabría decir que el primer derecho de todo hombre es el derecho a que se le
depare el status de persona jurídica b) en segundo lugar, adviene la libertad de
intimidad, o la autonomía personal, como zona de reserva de la privacidad; e)
en tercer lugar el espacio de licitud jurídica que se enuncia así: para la persona
humana, lo que no le está prohibido le esta permitido, y d) por último, la libertad
jurídica supone que con su ejercicio el hombre pueda cumplir actos
jurídicamente relevantes, o sea, actos a los que se le reconozcan efectos en el
mundo jurídico-político.
El precedente deja entrever que para el goce y ejercicio de los derechos
humanos se hace imprescindible instalar al hombre en la comunidad política
con el expuesto status de libertad jurídica. Cada derecho personal es, de
alguna manera, una libertad, y por eso se emplean a diario las expresiones
"libertades individuales" (o personales) y "libertades
Públicas". Derecho de trabajar equivale a libertad de trabajar; derecho de
profesar el culto equivale a libertad religiosa; Casi no hay derecho personal que
no pueda ser visualizado como una libertad personal.
El principio conforme al cual ninguna persona puede ser obligada a hacer lo
que no manda la ley, ni privada de hacer lo que la ley no prohíbe ("principio de
legalidad" ), bien podría figurar como un contenido más de la libertad jurídica,
en común con el ya enunciado de que lo no prohibido está permitido, porque
sirve para delimitar el espacio de la misma y la frontera de la exigibilidad, aun
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cuando para que quede satisfecha aquella libertad hace falta un añadido: que
lo que la ley manda o lo que la ley prohíbe sea justo o, que tenga un contenido
razonable (principio de razonabilidad, o de racionalidad)."
La libertad social es libertad de hombres, de los que forman la sociedad de los
que dan origen a grupos, asociaciones y entidades del más variado tipo que le
han permitido a García Pelayo acuñar la muy sabrosa locución de "sociedad
organizacional".
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están formulados en normas jurídicas, guardan una connotación prescriptiva y
deontológica, especialmente cuando, "debiendo ser" "no son" todavía objeto de
recepción en el derecho positivo, mientras la expresión "derechos
fundamentales" apuntaría más bien al cúmulo de derechos y libertades
reconocidos y garantizados por el derecho positivo de cada Estado."'
Estas acotaciones nos guían ahora a una distinción: si toda toma de posición
alrededor de los derechos humanos reconoce una raíz filosófica, lo que aquí
estamos insinuando como "filosofía de los derechos humanos" es una
perspectiva filosófica que les resulta favorable, que los auspicia, que les depara
basamento axiológico propicio. No entra, pues, en esta acepción de filosofía de
los derechos humanos, la que le sea hostil. detractora, o negadora; esta última
es también una perspectiva filosófica de los derechos humanos pero, en cuanto
no resulta conducente a su reconocimiento, a su defensa, a su exaltación,
difiere de la otra que le es adicta y que cumple la función de inspiradora de una
idea de derecho de tipo personalista y dada la desembocadura en esa idea de
derecho, hemos de ver a la filosofía de los derechos humanos ~de aquí en
más, en la acepción de filosofía favorable a los mismos~ Como "idea" o
ideología jurídico-política.
Todo régimen político tiene una filosofía, o responde a una filosofía, en cuanto
conjunto de principios, ideas, valoraciones y pautas que le sirven de
orientación, que encauzan su actividad. que proponen sus fines. En esa
directriz, la tal filosofía asume para nosotros el papel de una ideología. Y a ella
vamos.
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ideología confiere inserción en el régimen al humanismo o personalismo que es
el quicio de la filosofía de los derechos humanos.
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La convocatoria que nos hace el debatido tema de los principios generales del
derecho es solamente colateral. Demasiado arduo es de por sí para que en un
estudio dedicado a un tema parcial, cual es este de los derechos humanos,
intentemos penetrar en el otro con plenitud. Por eso, muy dogmáticamente
vamos a aceptar que hay principios generales del derecho de carácter
axiológico. Dejamos de lado las discusiones acerca de: si provienen o no del
derecho natural o valor justicia; si son propios de cada orden jurídico o
comunes a varios o a todos; si revisten naturaleza normativa o Son únicamente
orientaciones o pautas directrices; de los fines que cumplen, etcétera. Con un
origen o con otro, con una naturaleza o con otra, nos alcanza con decir que
están dentro del orden jurídico, que forman parte de él, que son suyos y nos
basta porque si hemos reconocido una filosofía de los derechos humanos y una
ideología tributaria de ella, que encarrilan hacia el Estado democrático, se nos
ocurre fácil admitir que los derechos humanos figuran entre los principios
generales del derecho. Por tangencia, recordamos que forman una concepción
común, ingresada ya en el derecho internacional.
Peces-Barba enseña que los principios generales del derecho son fuente de los
derechos fundamentales, y que lo son casi siempre como supletorios de las
carencias de fuentes en este campo, como son la Constitución y las leyes
ordinarias. Su afirmación tiene el sentido de indicar que los principios que
acoge el derecho positivo (y trae como ejemplo los valores del respeto a la
dignidad humana. o el principio de libertad) sirven para dar recepción a los
derechos humanos cuando faltan normas expresas, y para acicatear su
inclusión en ellas. Pero, a la inversa, nosotros nos atrevemos a decir, sin por
eso eliminar la anterior perspectiva que la filosofía y la ideología de los
derechos humanos son una fuente de los principios generales, si por fuente
entendemos que aquéllas hacen ingresar a los principios generales el de que
hay que respetar, promover y dar efectividad a los derechos humanos. Por
supuesto no se trata de erigir a cada uno de los derechos humanos en un
principio general, porque éste engloba y abarca algo prioritario, cual es lo ya
señalado: que es un privilegio general del derecho, en todo Estado
democrático, la existencia de los derechos humanos y que en consecuencia
deben ser reconocidos, tutelados, promovidos y eficaces. Tal vez no resultara
aventurado -al menos para ciertos ordenamientos jurídicos, cuyo ejemplo
podría ser el argentino- pensar en un desglose que llevara a hablar de
principios "generales" del derecho, y "meros principios" del derecho, que en
algunos casos serían algo así como subprincipios dentro de los principios
generales. ¿Podría entonces imaginarse que el principio general de dignidad
de la persona deriva a los meros principios de in dubio pro reo, in dubio pro
operario, etcétera, o al de que hay una escala axiológica en los derechos –que
obliga a preferir los de rango superior frente a los de nivel inferior (la vida, por
ejemplo. a la propiedad; o la dignidad y el honor o la intimidad personal a la
libertad de prensa de crónica y de información)?
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Lo dejamos a la sagacidad de otros, sin pretender dar una respuesta
totalmente asertiva.
Pero que la defensa del plexo de derechos humanos (así como por el ius
cogens obliga internacionalmente a su reconocimiento, respeto y tutela) hace
parte de los principios generales del derecho. Parece configurar un enunciado
válido y de necesaria aceptación.
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