Professional Documents
Culture Documents
En los albores del período, el rasgo más destacable del mercado alimentario local era la fuerte
inestabilidad del ingreso de los diferentes artículos y su muy limitada variedad. Los periódicos
consultados de las décadas de 1860 y 1870 y las estadísticas de los comestibles ingresados a
Córdoba entre 1876 y 1880 por carretas, arrias de mulas y ferrocarriles, muestran marcadas
fluctuaciones año tras año, en un flujo comercial que, mirado desde principios del siglo XX,
involucraba muy pocos renglones: azúcar, yerba, arroz, aceite, ajíes, trigo, harina, maíz, quesos,
manteca, arrope, algarroba, verduras (cebollas, batatas, zapallos, choclos), legumbres (porotos,
garbanzos), frutas (manzanas, duraznos, sandías, melones, peras, naranjas), frutas pasadas (uvas,
higos), sal, bebidas (diversas variedades de vino, aguardiente, caña, cerveza).
Desde los inicios del período, la cerveza existente en el mercado local era en parte importada de
Europa (Alemania, Inglaterra, Noruega), la cual contaba con mucho aprecio social.
Córdoba contaba con una variada producción de frutas, entre las cuales se contaban las manzanas,
los duraznos, las sandías, los melones, las peras y los higos entre las más abundantes, a las que se
añadían con una menor importancia las naranjas, las ciruelas, los damascos, las guindas. Entre los
lácteos, sólo los quesos eran importantes, porque la manteca llegaba en ínfimos volúmenes a la
capital provincial, lo que era el resultado de las imposibilidades de transportarla y mantenerla en
las condiciones adecuadas de conservación y, más aún, por su insignificante producción.
Entre los vegetales, el zapallo era el de ingesta más abundante, fresco, hervido, asado o como
ingrediente del locro y del puchero. El gran aprecio de los criollos por el zapallo incluso los llevaba
a pagar por él precios superiores a los habituales.
Las frutas se ingerían frescas o pasadas, destacándose entre las primeras, por su amplia utilización,
las sandías, los melones y los duraznos, a las cuales se añadían las uvas y los higos desecados. En la
ciudad de Córdoba la sandía era “la fruta predilecta de casi todas las familias”, teniendo un muy
significativo consumo, a tal punto que se la importaba de otras provincias cuando la cosecha local
era insuficiente;
El azúcar era un artículo muy importante porque satisfacía, junto con otros comestibles, las
preferencias que los nativos manifestaban hacia lo dulce, de allí que incluso se la utilizara para
sazonar las comidas. Esta característica, cuyo origen se hunde en el tiempo, era muy notoria en el
comportamiento de los criollos, sin distinción de extracción social. Al respecto, En otros casos, en
reemplazo de o junto con el azúcar se añadían duraznos, pelones o pasas.138 El agregado de
azúcar o de diferentes comestibles dulces era compatible con la condimentación de las comidas
con ají, orégano, laurel, pimienta, pimentón, comino, clavo de olor, canela, perejil y cilantro.
Las bebidas alcohólicas que gozaban de mayor preferencia en la población eran el vino, la cerveza
y un heterogéneo conjunto de productos agrupados bajo la denominación de licores.
Todos los comestibles antes aludidos participaban de diversas preparaciones culinarias, entre las
cuales, por su amplia difusión social, ocupaban un lugar privilegiado las empanadas, el locro, el
puchero, el caldo, el asado y la mazamorra; agregándose otras, tan arraigadas como aquellas pero
menos generalizadas y frecuentes, como la humita, la carbonada, el caldo de patas, el chicharrón,
la chanfaina.
Uno de los cambio de los patrones alimentarios del período se desarrolló durante la década de
1890, notándose ya sus efectos a comienzos del siglo XX. Fue el contacto directo entre la creciente
inmigración extranjera y la población criolla, que representó un encuentro de culturas y, a la vez,
de universos alimentarios distintos, como consecuencia del cual se produjo un intercambio que
modificó recíprocamente las dietas de los nativos y los recién llegados. Merced a la acción de estas
fuerzas, los criollos de los sectores populares paulatinamente fueron cambiando sus pautas de
consumo.
Finalmente, muchos inmigrantes -en especial italianos y españoles- explotaron la industria lechera,
aunque en escala limitada, y también se dedicaron a la elaboración de quesos y manteca, casi con
exclusividad para el autoconsumo.
Los italianos tuvieron un peso significativo dentro de otras variadas actividades del sector
alimentario, como la panificación y la fabricación de pastas, la manufactura de embutidos, la
producción de lácteos y la elaboración de vinos. Esta última se desarrolló en torno a Colonia
Caroya.