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Ética y
Habilidades
Directivas en el
Sector Público
Módulo 2
Comportamiento ético
para el crecimiento
directivo
MAESTRÍA EN GESTIÓN PÚBLICA 2 | 58
ÉTICA Y HABILIDADES DIRECTIVAS EN EL SECTOR PÚBLICO
CONTENIDO
INTRODUCCIÓN ..................................................................................................................................... 4
Introducción
Las personas buscan mejorar y generalmente piensan que lo harán siguiendo
estudios y aprendiendo de quienes más saben o tienen más experiencia; esto
es verdad, aunque no lo es en su totalidad. Para ser más efectivos, no es
suficiente con desarrollar únicamente más conocimientos y habilidades; hay
aspectos que son más importantes, pero, a menudo, son notoriamente
descuidados; nos referimos a un elemento que es imprescindible para sostener
nuestra efectividad en el tiempo, y que no es atendido en su real dimensión: el
comportamiento ético.
Por otro lado, imaginemos a una persona que domina el arte de la palabra y la
expresión. domina todos los escenarios y capta la atención de todo quienes la
escuchan, sin embargo, la gente de su entorno laboral sabe muy bien que la
mitad de lo que dice es mentira y que la otra mitad debe ser puesta en duda; la
gente no confía en él porque ha visto cómo ha venido actuando en el pasado.
¿Podríamos decir que en verdad sea un buen comunicador?
Definitivamente no. ¿Cuál es la razón? Pues que miente constantemente, no
inspira confianza, no es coherente, no es íntegro; en síntesis, adolece de un
comportamiento ético.
La ética es el estudio de la moral, determina qué es bueno y, en función de ello, cómo se debe
actuar. En otras palabras, la ética es la teoría o la ciencia del comportamiento moral.
La ética como tema siempre ha estado presente desde los inicios de la reflexión
filosófica. Al respecto, los grandes filósofos de la antigüedad, como Platón,
Sócrates y Aristóteles sostienen que la virtud es la base de la felicidad, por lo
cual el desafío ético implica convertirnos en personas virtuosas.
«Hablar de ética, sin mencionar las virtudes morales, es como hablar de mecánica sin mencionar la
gravitación: se estará haciendo un discurso más o menos poético, pero nada que se parezca a un
análisis riguroso. En el caso concreto de la ética, esa omisión es particularmente grave y tiene
consecuencias funestas. Implica un modo de razonar que no solo ignora las realidades éticas, sino
que las suplanta, utilizando categorías seudoéticas y seudohumanistas que, finalmente, son las
más opuestas a un auténtico humanismo».
Todos queremos crecer, desarrollarnos, ser mejores cada día que pasa. Esto es
cierto en todo sentido. Cuando uno es pequeño, sus reacciones y
comportamientos son infantiles y muchas veces irresponsables, lo cual es
aceptado con naturalidad. Todos los padres celebran lo que sus hijos pequeños
hacen, y lo ven con agrado, sin pensar que lo hacen de manera incorrecta,
reconocen que están en desarrollo y que es parte de la vida.
De seguro que lo que daba mucha alegría cuando se era niño, se convertirá en
mucha tristeza y preocupación de conservarse en la adultez. Esto mismo es lo
1Juan Antonio Pérez López (1934-1996), profesor de Teoría de la Organización del Instituto de Estudios
Superiores de la Empresa (IESE), del que fue Director General (1978-1984).
«Toda la diferencia entre instinto e inteligencia está ahí. El hombre sabe lo que hace y por
qué lo hace».
Aunque se sabe que todas las personas tienen una idea de lo que es
bueno, tenemos que señalar —por el momento, superficialmente— que
nuestros principios y valores serán determinantes para que escojamos
aquellas alternativas correctas no solo para nosotros, sino también para
quienes dependan de nosotros, y para el bien común.
Notemos que en los dos casos, algo está claro: el foco está en uno mismo.
¿Podemos quedarnos allí? Sin duda, pero es posible que algunos quieran seguir
mejorando, y lo bueno es que es posible hacerlo; por tanto, ¿dónde queda el
interés por los otros?, ¿dónde queda nuestra responsabilidad social como
«Vivimos un tiempo lleno de ideas, en el que creemos saberlo todo; pero en ocasiones parecemos
olvidar lo más importante: la persona y su necesidad de llenar la vida con algo que internamente le
satisfaga, y sea útil a los demás».
Notemos que hace hincapié no solo en la «necesidad de llenar la vida con algo
que internamente lo satisfaga», la motivación intrínseca; sino también en la
necesidad de «ser útil a las demás personas», motivación trascendente.
tanto o más que la persona que recibió la ayuda, pues se hizo más
humano, más sensible, más solidario. En suma, una mejor persona.
«He aprendido que un hombre solo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo cuando ha de
ayudarle a levantarse».
Liderazgo.
Toma de decisiones.
Trabajo en equipo.
Planeamiento.
Proactividad.
Por supuesto que las competencias enumeradas son importantes; sin embargo,
algunas personas están enfocadas solo en estas competencias, y en otras
vinculadas, y dejan de lado competencias de tipo moral, las que, en realidad,
son el sustento de nuestra efectividad y de nuestro ser.
Las competencias de tipo moral son las más importantes, no son aprendidas
estudiando, son cultivadas y, por ende, siguen un proceso de desarrollo, que a
la postre es más sólido; conforme pasa el tiempo, se hace más fuerte. Entre las
principales competencias morales tenemos:
Integridad.
Coherencia.
Orientación al servicio.
Honestidad.
Lealtad.
Solidaridad.
Responsabilidad.
Equidad.
Construcción de confianza.
Equilibrio.
Etc.
Para construir nuestra autoridad, hay que tener las cosas claras; es necesario
señalar que el poder «viene de afuera», en el sentido de que se nos asigna
En la autoridad, a diferencia del poder, uno mismo tiene que velar por su
construcción, a través del servicio, del ejemplo, de la integridad, de la confianza
y de la coherencia, de tal manera que exista la unión entre el discurso y la
actuación diaria. Esto hace que no sea sencillo encontrar personas con
autoridad, porque las organizaciones, en mayoría, están interesadas en obtener
éxitos facilistas, en desarrollar sus «maneras de hacer» en vez de «su manera
de ser».
Hemos señalado que todos queremos ser mejores personas, lo cual significa
mucho más que ser excelentes profesionales o técnicos. Ser mejores personas
está vinculado con la excelencia, que implica la manifestación de una serie de
virtudes que nos permitirán ser felices y contribuir a la felicidad de los demás.
Alcanzar la excelencia exige asumir nuestra responsabilidad por ser cada día
mejores, evitando una actitud de autocomplacencia, tan común en nuestros
días.
Existe renuencia al cambio; la gente se pregunta, ¿por qué habría que cambiar?
¡Estoy muy bien! ¡Mira hasta dónde he llegado!, o incluso indican que primero
cambie el resto, para luego recién cambiar.
Ninguna persona puede entregar una hoja de vida en blanco, todos tenemos
una que puede estar en distintas tonalidades entre claro y oscuro. Hablando en
términos astronómicos, todos tenemos «agujeros negros», con lo cual nos
referimos a nuestras debilidades, vicios, flaquezas, etc., que pueden estar
conscientes o no, y con los que nos hemos acostumbrado a convivir. También
es cierto que todos podemos ser mejores personas de lo que efectivamente ya
somos.
Asimismo, también somos renuentes a que otros nos cuestionen, incluso si tales
cuestiones llegan de personas que están interesadas en nuestro propio
desarrollo; nos cuesta aceptar críticas. Por lo general, en esta sociedad de la
gratificación personal y de la autocomplacencia, la mayoría de las personas
tiene un concepto muy elevado de sí misma, por lo que no es muy proclive a
«¡Ah, sí nos
fuera dado el
poder de vernos
como nos ven los
demás! De
cuántos
disparates y
necedades nos
veríamos libres».
Recordemos:
«Envejecer
es
obligatorio,
crecer es
opcional».
Fue galardonado con el Premio Nobel de Medicina 2007, junto con otros dos
médicos, por sus descubrimientos referentes a las células madre embrionarias y
a la recombinación de ADN en mamíferos.
Él relata su historia:
La mía es una larga historia: Todo comienza durante la Gran Guerra. Mi primer
recuerdo es cuando vivíamos en los Alpes tiroleses y la Gestapo vino a buscar a
mi madre.
Mamá era una poetisa, una intelectual antinazi; ella presentía que iban a ir por
ella. Por eso vendió todo lo que tenía y les dio el dinero a unos campesinos del
Tirol para que cuidaran de mí por si algún día a ella le pasaba alguna cosa.
No sé... Algo pasó y..., bueno, yo acabé en la calle... ¡Dios mío! ¡Solo tenía cuatro
años! Sí, cuatro y medio, y después estuve hasta los nueve años sobreviviendo en
las calles.
Deambulaba por las calles, solo y en otras oportunidades con bandas de chicos.
Comía los restos que encontraba en los tachos de basura. A veces me refugiaba
en los orfelinatos donde me daban solo café y un pedazo de pan para comer por
día. Llegué a robar para comer.
Yo estaba solo. Creo que mi trabajo de hoy como científico está vinculado a esa
etapa. Mi mente era mi entretenimiento. Todo el tiempo desarrollaba planes que
luego tenía que cumplir.
Yo les enseño a mis alumnos a ser pacientes. Les digo que en vez de pasar tanto
tiempo pensando en algo, es mucho mejor ir y hacerlo. No hay que darle tanta
vuelta. Hay que empezar por algo. Pero para eso hay que tener un plan. Una idea
de hacia dónde uno quiere ir. Y desearlo mucho.
Ahora existe como una especie de sensación de que la gratificación tiene que ser
inmediata. La gratificación es algo que lleva mucho tiempo, esfuerzo, dedicación
y paciencia. Y por eso, es gratificante cuando llega.
Yo siempre sonrío. Deje atrás mi infancia dura. Todo lo que me fue adverso me
sirvió para crecer.
Fuente: http://aeg.pucp.edu.pe/boletinaeg/articulosinteres/articulos143_lo_gusta.htm
http://naukas.com/2010/11/15/mario-capecchi-el-nino-de-la-calle-que-llego-a-premio-nobel/
https://elpais.com/diario/2007/10/10/sociedad/1191967208_850215.html
Los antiguos marineros lo tenían muy claro, no iniciaban alguna travesía sin los
instrumentos necesarios. La vida de la tripulación entera dependía de ello. En
consecuencia, estos instrumentos se constituían en su seguro de vida, por lo
que eran calibrados o regulados con el propósito de no terminar en un destino
equivocado.
Al igual que las aves y los marineros, nosotros también estamos en una travesía
por altamar, al enfrentarnos a diario a una serie de situaciones, desafíos,
elecciones y dilemas que nos ponen de cara con nuestros principios, valores y
paradigmas.
Quizás sea poco lo que nosotros podamos hacer por cambiar el mundo; sin
embargo, lo que sí podemos hacer es trabajar en nuestro círculo de influencia,
y a partir de allí empezar a generar un cambio. Por ello, es pertinente
preguntarnos si conocemos nuestra brújula moral y si la tenemos bien
regulada, considerando que es nuestra guía en la vida, en un mundo inestable
y contradictorio, donde todo se relativiza, tomando cauces distorsionados,
valorando más las cosas sin valor y dejando de lado aspectos sustantivos para
la convivencia y la supervivencia.
Precisamente, los elementos que conforman nuestra brújula moral son nuestros
principios y valores, a los que debemos prestarles la debida atención para no
salirnos del camino elegido.
3.1.1. Principios
3.1.2. Valores
Nuestra brújula moral no está constituida solo por principios, también está
compuesta por nuestros valores.
Honestidad.
Responsabilidad.
Solidaridad.
Perseverancia.
Abnegación.
Amistad.
Amor.
Generosidad.
Humildad.
Etc.
3.1.3. Virtudes
Tras enunciar a los valores, tenemos que pasar a las virtudes, que no son otra
cosa que la puesta en práctica de los valores, condición necesaria para
convertirnos en personas con autoridad, personas que lideren óptimamente sus
propias vidas.
Sin embargo, ¿cómo actúan muchas de estas personas? ¿Cuáles son las quejas
de sus respetivas familias, sean de la pareja, los hijos y tal vez de los padres
también? ¡No tiene tiempo para nosotros! ¡No nos conversa, no se interesa en
nosotros!, entre otros reclamos.
Es así que con el paso del tiempo vamos adquiriendo nuevos valores, los que se
suman a aquellos con los que fuimos formados. Sin embargo, también vamos
adquiriendo nuevas prácticas, modelos mentales y hábitos que tal vez no nos
ayuden a alcanzar la plenitud ni a influir positivamente en los demás.
Amor.
Bondad.
Generosidad.
Amistad.
Lealtad.
Etc.
Gratificación inmediata.
Libertinaje.
Autosuficiencia.
Egoísmo: primero yo, segundo yo, tercero yo.
Etc.
Para aclarar, es muy posible que para muchos, estos sean antivalores; sin
embargo, ¿podríamos decir lo mismo de la persona que vive en función de
estos «valores»? Difícilmente; para esta persona esos son sus «valores».
Aprecia vivir solo para sí, y complacerse, sin pensar en los demás.
Esta crisis está marcada por un énfasis desmedido por la acumulación de cosas,
hay demasiado énfasis en lo material, y por la cultura del yo primero, una
orientación al individualismo, lo que ha fomentado la codicia e indiferencia para
con los sentimientos ajenos, para con lo demás. Esta nueva tendencia ha
«Solo tenemos
dos máximas:
una es
satisfacer la
demanda y, la
otra, ganar
dinero».
Ya sea que estemos conscientes, o no, nuestra vida está gobernada por
nuestros valores. Elegimos, priorizamos y decidimos en función de lo que
consideramos más importante para nosotros, de acuerdo con nuestra escala de
valores.
Desde esta perspectiva, toda persona debería darse un tiempo para determinar
y clarificar cuáles son sus valores guía, pues en base a estos determinará lo que
realmente es importante para sí.
Asimismo, los valores guía son de mucha ayuda para resolver los dilemas a los
que frecuentemente nos enfrentamos. Prescindir de esta herramienta
equivaldría, como ya se mencionó, al marinero que sale a navegar sin una
brújula que lo oriente a través del océano.
Los valores no indican lo que queremos lograr, pero nos indican si el camino
elegido para lograr nuestros objetivos es el correcto.
Tenemos que ser éticos porque queremos ser mejores, porque tenemos una
responsabilidad social individual ante la sociedad. Lo anterior implica la
necesidad de ser coherentes con cada una de las dimensiones de nuestra vida,
Crecer éticamente implica rechazar la idea de que nuestra conducta debe ser
una consecuencia del entorno, una respuesta a los estímulos externos. Siempre
estamos en la capacidad de decidir qué respuesta dar a los desafíos que nos
presenta la vida, incluyendo sus dilemas éticos.
Todos reconocemos que la libertad es una de las facultades que nos separa de
los demás seres vivos. Somos los únicos con la facultad de albedrío, de elegir
libremente cómo queremos vivir; sin embargo, muchas personas viven su vida
como si no fueran libres de elegir la clase de vida que quieren vivir.
Muchas personas viven su vida sin saber, en realidad, qué buscan; con lo cual
tienen serias limitaciones para decidir o escoger aquello que es lo mejor en su
caso. No tienen claro o no se han cuestionado lo siguiente:
Respecto a nuestros afectos, no todos tenemos los mismos; aunque estos están
muy relacionados con los valores, lo cierto es que no todos amamos lo mismo
ni con la misma intensidad. Todos somos muy apegados a nuestros seres
queridos; otros, aparte de amar a personas, también aman a su trabajo, al arte,
a sus aficiones, a los animales.
Asimismo, también es cierto que toda persona tiene dones o habilidades muy
particulares que la distinguen de los demás; podemos llamarlas fortalezas.
Todos tenemos fortalezas, el problema radica en que no se tenga la capacidad
para identificar las propias fortalezas y las de los demás.
Evidentemente que no somos menos valiosos que cualquier copo de nieve, por
ello, no es exageración decir que somos seres únicos e irrepetibles, con una
configuración muy especial de filtros mentales, experiencias, valores,
sentimientos, fortalezas y debilidades.
Los recursos que necesitamos para seguir adelante y hacer frente a los desafíos
de la vida están dentro de nosotros mismos, y son los elementos que
conforman nuestra identidad.
Es oportuno indicar que somos libres, y que ello implica elegir la clase de vida
que queremos vivir, lo cual lleva implícita la idea de que siempre podemos
elegir qué respuesta dar ante los desafíos y vicisitudes que nos corresponda
afrontar.
Todos tenemos esa libertad; sin embargo, no todos hacemos uso de ella. No es
cierto, acaso, que en muchas oportunidades nos hemos encontrado con
personas que están convencidas de que sus vidas están determinadas, y que
ellos no pueden hacer mucho por cambiar sus circunstancias. Viven en una
situación de dependencia mental, convencidos de que no les queda otra opción
que vivir la vida que les ha «tocado vivir».
El mismo Frankl ofreció su asistencia como médico. ¿Con qué riesgo ayudaban
estas personas? Con el riesgo de contagiarse y morir. Estos eran los santos a
los que hacía referencia.
«El hombre se
determina a sí
mismo».
Tal vez podamos pensar que lo anterior es un caso dramático, extremo y que la
vida cotidiana no es igual; sin embargo, la libertad en situaciones cotidianas,
también tiene sus manifestaciones.
Qué diferente la actitud de otras personas, y con ello sus respuestas ante la
vida. Hace un tiempo, un hombre común y corriente decidió escribir su propia
historia de la vida:
La experiencia anterior nos muestra que siempre podemos elegir cómo vivir
nuestra vida, aun en circunstancias muy difíciles. Como se sabe, todos tenemos
un círculo de influencia o de control, empezando por uno mismo.
Si no tenemos claro por qué vivimos, cualquier camino nos dará igual, porque
no sabemos a dónde vamos. Sin esta misión personal, ¿cómo podríamos
gestionar nuestra vida?
Hemos señalado que nuestra vida es gobernada por principios y valores éticos,
los mismos que constituyen nuestra brújula moral.
Del mismo modo, se debe asumir plena responsabilidad con nuestra facultad de
albedrío, de decidir libremente cómo vivir nuestras vidas. No endosar a otros
nuestra responsabilidad de ser mejores. Esa responsabilidad es nuestra.
Nuestra vida no será mejor cuando tengamos un mejor jefe, una mejor pareja
o mejores amigos. Nuestra vida será mejor cuando nosotros decidamos ser
mejores. Es cierto que otros pueden ayudar; sin embargo, la responsabilidad es
nuestra.
«La historia de
los hombres
libres nunca fue
escrita por la
suerte, sino por
la elección: su
elección».
El contexto organizacional.
Están ahí, pero no están; ¿en qué sentido?, cumpliendo con lo establecido en
su manual de descripción de puestos o en su contrato en lo que respecta a
Sí, existe una vinculación directa. Por ejemplo, muchas organizaciones alcanzan
excelentes resultados económicos, los mismos que no se reflejan en mejores
condiciones de trabajo para sus colaboradores.
Estudios realizados han determinado una correlación muy estrecha entre capital
social y desarrollo humano. Por ejemplo, los países nórdicos han alcanzado
niveles muy altos de solidaridad y confianza entre sus miembros, de tal manera
que los índices de corrupción y delincuencia son muy bajos, así como los costos
de transacción para formar empresas. Sin embargo, sus parámetros no
están en sus leyes o códigos escritos, sino en su cultura, en su
idiosincrasia.
«Solo puede
esperarse que un
niño se comporte
bien, si sus
padres viven de
acuerdo con los
valores que
enseñan».
Alcanzar la excelencia organizacional implica mucho más que solo ser eficaces y
eficientes, es imprescindible incorporar la «ética de los fines» como un medio
para asegurarnos de que todo lo que hagamos como organización esté dentro
del marco de lo correcto. Lo anterior implica desarrollar una cultura ética que
impregne los modos de ser y hacer de todo el personal de la organización,
desde el más alto directivo hasta el trabajador más modesto.
Es por ello que muchas organizaciones se han preocupado por diseñar sus
idearios éticos, así como su código de valores. Asimismo, han desplegado sus
esfuerzos en transmitir estas normas a todos sus colaboradores,
persuadiéndolos a la lectura de las mismas, así como a su comprensión y
aceptación a través de seminarios o talleres de ética.
Asimismo, saber con certeza cuáles son los valores institucionales nos permitirá
determinar hasta qué punto existe un alineamiento entres estos y los nuestros.
No obstante, ¿será suficiente la comprensión intelectual de estas normas para
ayudarnos a crecer éticamente en nuestras organizaciones o empresas? ¿Fue
así como aprendimos a crecer éticamente en los inicios de nuestro proceso de
formación?
Lo cierto es que desarrollar una competencia incluye mucho más que solo
conocimientos, exige desarrollar habilidades y, lo más importante, las actitudes
necesarias para no ceder ante los obstáculos; lo cual implica necesariamente
dos condiciones:
La virtud está vinculada con la voluntad, con un esfuerzo consciente por hacer
lo correcto. Sin embargo, ¿existe alguna ayuda al respecto? Por supuesto que
sí. Tener un modelo de referencia es fundamental. Fue cierto en un inicio
cuando éramos niños o jóvenes y también es cierto ahora que somos adultos.
Observar cómo estas personas han vivido en función de una ética de las
virtudes y cómo se han mantenido íntegros, firmes y leales a sus convicciones
siempre es una valiosa ayuda que sirve de estímulo e inspiración.
«Debo la vida
al rey Filipo
(su padre);
pero a
Aristóteles, la
manera de
vivir
dignamente».
ARISTÓTELES mencionó:
«Por nuestra
actuación en las
transacciones con
los demás hombres
nos hacemos justos
e injustos. En una
palabra, los modos
de ser surgen de las
operaciones con los
semejantes».
Queda claro, entonces, que desarrollar una cultura ética implica mucho más
que solo una ética de las normas, sustentada en códigos, idearios, así como en
seminarios sobre comportamiento ético. Necesitamos conformar comunidades
que favorezcan la manifestación de prácticas éticas, vale decir conductas,
hábitos, costumbres, valores y actitudes que estén en conformidad con una
ética de las virtudes.
Todos tenemos que percibir y corroborar que los valores institucionales, así
como los códigos de ética institucional, no son palabras vacías que se enmarcan
en cuadros que adornan las oficinas de los directivos, sino que efectivamente se
convierten en valores gobernantes para la organización.
«Las experiencias
directas y los
mensajes recibidos
son más importantes
para la formación
del carácter que las
lecciones
magistrales de ética
y civismo».
Si bien es cierto que todos tenemos esta responsabilidad, los que tienen que
señalar el norte en sus respectivas organizaciones y movilizar a las personas en
el logro de objetivos trascendentes son quienes deberían estar a la vanguardia
en la manifestación de virtudes morales. Sí, son los directivos, cualquiera sea
su denominación, quienes deberían ser los abanderados en la manifestación
de valores personales e institucionales.
Asimismo, HESKETT y PASSER, en su libro The service profit chain (Al servicio de
la cadena de valor) alegaron:
Tal vez no tengamos poder; sin embargo, tener autoridad está a nuestro
alcance. El poder viene de afuera. La autoridad no viene de afuera; por el
contrario, viene de adentro, en el sentido de que uno mismo lo construye al
enseñar con el ejemplo, al ser íntegro, al actuar con coherencia, al ser
generoso, al cuidar los intereses de los demás como si fuera el propio.
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA