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Los mercados de la plaza mayor en la ciudad de México

Introducción
p. 11-20
 1 Rebeca Yoma y Alberto Martos: Dos mercados en la historia de la ciudad de México:
El Volador y La (...)
 2 González Obregón, Luis: «El Parián» en Luis González Obregón. Cal y arena, col. Los
imprescindible (...)

1En los estudios históricos sobre los mercados de la Ciudad de México aparece la
Plaza Mayor (hoy Zócalo) como el mercado más importante de todo el espacio
urbano. Dos son los trabajos más recientes al respecto, el de Rebeca Yoma y Alberto
Martos, Dos mercados en la historia de la ciudad de México : El Volador y La Merced,
y el de Maria de la Luz Velásquez,Evolución de los mercados en la ciudad de México
hasta 1850.1 En estos estudios se señalan apropiadamente los antecedentes
prehispánicos, las ventajas geográficas y de vías de comunicación, así como las
garantías administrativas y de seguridad proporcionadas por las autoridades que
permitieron que la Plaza Mayor se convirtiera en el espacio mercantil más
importante de la capital virreinal. Hay que destacar que estos autores se centran en
la historia de los mercados capitalinos modernos (El Volador, Cruz del Factor, la
Merced, Iturbide, etc.) y por lo tanto el comercio de la plaza sólo es abordado como
un antecedente histórico. Da la impresión de que aquel inmenso mercado era uno
exclusivamente, es decir, pareciera que la plaza alojaba un mercado unificado y
homogéneo, en el que a cargo de las autoridades municipales los comerciantes y
vendedores se identificaban en términos de igualdad. Pero esta perspectiva conduce
a una simplificación de las instituciones y prácticas mercantiles novohispanas. Es
por ello que en este libro se estudia el comercio tradicional novohispano desde su
práctica en los mercados de la Plaza Mayor durante la época virreinal hasta
mediados del siglo XVIII. Se trata de un ejercicio de micro-historia elaborado con
documentos del Archivo Histórico de la Ciudad de México (AHCM) que trata de
responder a las preguntas siguientes : ¿Cómo funcionaba el mercado de la Plaza
Mayor ?, ¿era en realidad un mercado unificado ?, ¿eran varios mercados o sólo
uno ?, ¿quién lo patrocinaba y vigilaba ?, ¿cuál era la disposición de los locales
comerciales ?, ¿cómo se relacionaban los comerciantes y los vendedores ?
Intentamos demostrar que sobre la magnífica y extensa plaza se asentaron desde
el siglo XVI al menos tres mercados diferentes : el mercado de bastimentos o los
« puestos de indios » conducido por los indígenas, el mercado de manufacturas
artesanales — usadas y nuevas — o Baratillo de la Plaza Mayor, y el mercado de
productos ultramarinos o « Los cajones de madera », después « Alcaicería » y
posteriormente el Parián, a cargo de los mercaderes profesionales de la Ciudad de
México2. Aunque cada mercado dispuso de un paraje más o menos delimitado —
los cajones al poniente, los puestos de indios al oriente y el Baratillo sobre el centro
—, los documentos revelan que la combinación de tiendas y puestos, la relación
estrecha entre comerciantes y vendedores de diferente condición social, la mezcla
indiscriminada de todo tipo de productos fueron el paisaje cotidiano de la plaza
durante la época de los virreyes.

2Estos tres mercados compartieron la superficie de la plaza hasta finales de la


Colonia. Los veremos transitar desde formas elementales que ponían en contacto a
los productores y a los consumidores hasta convertirse en mercados municipales
permanentes, es decir, administrados por la ciudad y que ofrecían sus servicios
todos los días del año. Luego de tres siglos de comercio, en 1791 los « puestos de
indios » fueron trasladados hacia el flamante « mercado principal » en la Plaza del
Volador (hoy edificio de la Suprema Corte de Justicia) ; en 1793, los comerciantes
del Baratillo fueron movilizados hacia el mercado Cruz del Factor (hoy edificio de la
Asamblea Legislativa del Distrito Federal), ambas reubicaciones mandadas por el
virrey Revillagigedo. El Parián permaneció en la plaza hasta la época independiente.
Fue Antonio de Santa Anna quien en 1845 ordenó su demolición.
 3 Véase Yuste, Carmen:Comerciantes mexicanos en el siglo XVIII. UNAM/ Instituto de
Investigaciones (...)

3Recordemos que en la sociedad virreinal, al menos formalmente, prevaleció un


sistema mercantil monopolizado, es decir, la venta de los productos se consumaba
a través de distribuidores selectos3. Nada más ajeno a los mercados virreinales que
el libre comercio. La presencia de « intrusos » fue considerada un acto ilícito. Para
que la venta monopólica pudiera verificarse se instauró un sistema comercial
centralizado por el que la actividad de las ciudades y los pueblos y la dirección de
las rutas comerciales convergían todas en la Ciudad de Mexico. La política
monopolista fue vigorosa y el papel que llegó a desarrollar la Ciudad de México en
el comercio virreinal es prueba de ello. Los mercados de la Plaza Mayor atendían la
demanda urbana, la regional e incluso la virreinal de ciertos productos. Buena parte
de los géneros que se elaboraban o ingresaban a la Nueva España se almacenaban
y negociaban en las tiendas y los puestos de la Plaza Mayor.

4Los monopolios funcionaban en favor de la economía española, el mercado de


productos ultramarinos de México se desarrolló en un estado de sitio permanente :
no producir las mercaderías que venían de España, no comerciar entre los
americanos, no comprar a otros europeos. Existieron instituciones como la Casa de
la Contratación en Sevilla, los consulados de comerciantes, los puertos exclusivos,
los sistemas de flotas, que salvaguardaban los intereses de los mercaderes
peninsulares. Por el lado americano, las « ferias de flota », las « licencias para poner
cajón », el Consulado de comerciantes de la Ciudad de Mexico, el control directo
del comercio mayorista y menudista fueron instancias que aseguraron el control a
través de distribuidores selectos.

5Otra modalidad del comercio monopólico ocurrió en el mercado de bastimentos.


El abasto urbano de víveres fue impuesto a los pueblos indígenas de las
inmediaciones del valle a cambio de « privilegios » de exclusividad : solo ellos
podrían « introducir mantenimientos » a la capital, no pagarían impuestos o
alcabalas ni se les cobrarían pensiones por los sitios de la plaza. Era mucho el riesgo
que se corría al depender de la « república de indios » para el surtimiento de
hortalizas. El control indígena del abasto urbano solo fue formal, pues desde el
siglo XVI, los españoles y las castas participaron activamente en él. La presencia de
« intrusos » inhibió la formación de un mercado urbano de bastimentos a cargo de
los indígenas quienes acabaron limitando su función a la conducción y venta. Una
parte importante de las vituallas que los indígenas introducían a la ciudad acababa
vendiéndose en los cajones o tiendas.
 4 Sobre los mercados europeos durante el antiguo régimen véase : Braudel,
Fernand : Civilización mat(...)

6Además de monopólicos, los mercados virreinales fueron también jerarquizados,


cada uno con sus agentes, sus proveedores, sus sistemas de tiendas, sus tribunales,
sus normas, sus pesos y medidas, sus formas de pago, con calendario, aromas y
colores propios. Un comercio jerarquizado para una sociedad jerarquizada4. Como
los niveles de una edificación, los mercados de la Plaza Mayor se superponían unos
sobre otros : en la base los mercados menudistas de abastos y manufacturas
artesanales a cargo de los indígenas y las castas, y en la cúspide de la jerarquía
mercantil el gran comercio de las tiendas o cajones conducido por los mercaderes
profesionales. Aunque juntos, no estaban revueltos, pues un código de calidades,
de indumentarias, de tipos de locales, de clases de clientelas propias de una
sociedad preindustrial, ponían en claro la ubicación precisa de cada individuo dentro
de aquel gran centro mercantil.
 5 Kamen, Henry :Vocabulario básico de la historia moderna, España y América 1450-
1750. Editorial Cr (...)

7Hay que considerar que los mercados virreinales desempeñaban no sólo una
función económica, la de proporcionar un entorno favorable para los intercambios,
sino que aquellos establecimientos poseían también funciones políticas y
culturales ; por ejemplo, la de garantizar que los privilegios de los comerciantes se
respetaran y la de promover una intensa sociabilidad entre los concurrentes5. La
atmósfera que predominaba en aquellos emplazamientos era más la de una feria
que convocaba a multitudes no necesariamente consumidoras. Eran espacios de
reunión donde se comentaban y discutían los sucesos de la época.

8Pero cabe preguntarse : ¿Por qué las autoridades del siglo XVI decidieron ubicar los
mercados urbanos sobre la Plaza Mayor ? La definición contemporánea de espacio
público se halla impregnada de nociones sobre la circulación de peatones y el
tránsito vehicular, y condicionados por esas referencias puede parecernos
inexplicable que las autoridades novohispanas hubieran aprobado que la plaza se
poblara de tiendas y puestos. Las autoridades virreinales primero, y posteriormente
las de la ciudad, decidieron que los mercados urbanos se instalaran sobre la Plaza
Mayor por razones no del todo descabelladas. Examinemos este punto con detalle.
En primer lugar, la decisión resulta justificable por razones económicas, pues si la
ciudad era la propietaria de las calles, las acequias y las plazas, y en el caso de la
Plaza Mayor, el Ayuntamiento la había comprado a la Corona, resultaba razonable,
desde el punto de vista de un propietario, usufructuar aquel espacio central cargado
de significado para todos los habitantes. Por otro lado, resultaría absurdo, como
opinaba un funcionario de la época, « asentar las plazas de mercado sobre fincas
por las que se tuviera que pagar una renta ». Así que las expectativas económicas
contribuyeron decisivamente en el establecimiento de los mercados urbanos sobre
el espacio público.

9La decisión de las autoridades se justifica, en segundo lugar, por razones


urbanísticas, pues la Plaza Mayor continuó siendo, como en tiempos de
Tenochtitlán, el corazón de la ciudad y de la red de arterias urbanas que ponía en
contacto el islote con la tierra firme en el perímetro del lago. A ninguna parte de la
ciudad se podían llevar más expeditamente los productos y los bastimentos que a
la plaza pública, pues las principales avenidas y canales confluían todas en la Plaza
Mayor o en sus inmediaciones. En tercer lugar, las autoridades justificaron el
establecimiento de los mercados sobre la plaza por razones de seguridad, pues ahí
se verificaba la mayor vigilancia y control. Cualquier acto ilícito podía ser sancionado
y los infractores castigados a la vista de todos. Finalmente, la decisión se justificaba
por razones de autoridad y de prestigio porque con los mercados de patrocinio
municipal sobre el espacio público más importante se proclamaba el poder y la
autoridad del Ayuntamiento.

10Vemos entonces que la decisión de instalar los mercados urbanos sobre el espacio
público no fue arbitraria. Por el contrario, desde el punto de vista de las autoridades
no existía en la ciudad otro espacio mejor ubicado ni mejor dotado de cualidades
para el comercio que la Plaza Mayor. Esta sencilla demostración nos permite
aseverar que desde el siglo XVI, y a instancias de las autoridades, los mercados
urbanos quedaron vinculados indisolublemente al espacio público, y explica por que
los antiguos habitantes de la capital se refirieron a los mercados urbanos como « la
plaza », las « tiendas públicas » o los « puestos públicos ».

11Por último quiero mencionar la secuencia temática de estas páginas. En el primer


capítulo se estudian las prácticas comerciales más antiguas : la presencia de las
tiendas y de los puestos en estrecho contacto, las licencias o permisos otorgados a
los comerciantes de todos los grupos sociales, tanto por las autoridades
peninsulares como por las locales. En esa época el Cabildo tuvo una presencia
reducida en el comercio de los cajones : apenas se limitaba a rentar los espacios y
a establecer ciertas normas muy generales, pero tocaba a los propios comerciantes
y vendedores disponer y regular la venta al público. El segundo capítulo trata sobre
el mercado de bastimentos de la Plaza Mayor durante los siglos XVI y XVII ; aquí se
estudia el abastecimiento de víveres para los vecinos de la capital impuesto a los
indigenas y el desarrollo de un mercado urbano de hortalizas en el que los
españoles y castas se inmiscuyeron relegando a los indigenas a la conducción y
venta. Por lo mismo nos toparemos con la llamada « regatonería » o acaparamiento
como efecto de la intervención de españoles y castas en el abasto urbano.

12En el tercer capítulo se narra la turbulenta historia del Baratillo, el mercado de


artículos domésticos, nuevos y usados. Lo que en un principio fue un grupo de
menesterosos dedicados a vender artículos « de viejo », se consolidó durante los
siglos XVI y XVII como el mercado urbano de manufacturas artesanales. Las
autoridades permitieron el Baratillo como una obra piadosa, pero con el tiempo se
le relacionó con actividades ilícitas y se le procuró « extirpar ». La lucha de las
autoridades virreinales contra el Baratillo fue infructuosa porque en el fondo
desempeñaba una función importante en el abastecimiento de los grupos urbanos
pobres.

13Los proyectos y construcción de la Alcaicería de la Plaza Mayor como tercer


mercado de la plaza (luego llamado El Parián), los veremos en el cuarto apartado,
en donde las « tiendas en firme » a cargo de los mercaderes españoles conformaron
el mercado de productos ultramarinos. La historia de sus primeros cincuenta años,
de 1700 a 1750, nos muestra el afianzamiento de un modelo comercial : el « cajón
de ropa » con sus puestos arrimados, la mezcla de la venta al mayoreo y menudeo,
los pagos informales entre los comerciantes y la resistencia a los postulados de la
especialización.

14El quinto capítulo aborda la gestión del primer asentista de la Plaza Mayor,
Francisco Cameros, quien ocupó el cargo durante cincuenta y tres años, de 1694 a
1747, hasta que bajo nuevas circunstancias el cabildo nombró a un administrador
que recaudaría a todos los puesteros, iniciando con esto un nuevo periodo en la
historia de los mercados de la Plaza Mayor.
NOTAS
1 Rebeca Yoma y Alberto Martos: Dos mercados en la historia de la ciudad de
México: El Volador y La Merced, INAH, colección Divulgación, México, 1990, y María
de la Luz Velásquez: Evolución de los mercados en la ciudad de México hasta
1850. Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, México, 1997.

2 González Obregón, Luis: «El Parián» en Luis González Obregón. Cal y arena, col.
Los imprescindibles, México, 2004, pp. 327-351. Martos López y Yoma Medina:
«El Parián. Un siglo y medio de historia y comercio», en Boletín de Monumentos
Históricos no. 10 (jul.-sep.), INAH, México, 1990.

3 Véase Yuste, Carmen: Comerciantes mexicanos en el siglo XVIII. UNAM/ Instituto


de Investigaciones Históricas, serie Historia Novohispana no. 45, Mexico, 1991.

4 Sobre los mercados europeos durante el antiguo régimen véase : Braudel,


Fernand : Civilización material, economía y capitalismo. Vol. II : « Los instrumentos
del intercambio ». Alianza, Madrid, 1984.
5 Kamen, Henry : Vocabulario básico de la historia moderna, España y América
1450-1750. Editorial Crítica, España, 1986.

I. El comercio tradicional novohispano


p. 21-42

1El estudio del comercio tradicional novohispano tal y como se practicó en las
tiendas y los puestos de la Plaza Mayor de México durante los siglos XVIy XVII,
permite configurar un esquema explicativo de conjunto de las prácticas comerciales
más antiguas y de las relaciones sociales jerarquizadas que predominaban entre los
comerciantes y los vendedores de la plaza, lazos y contactos sociales que daban
coherencia al comercio urbano en la época de los virreyes. Por comercio tradicional
entiendo todas aquellas prácticas e instituciones mercantiles propias de una
sociedad del antiguo régimen, es decir, los mecanismos y los agentes de la
circulación de productos en una economía preindustrial.

2Los documentos del Archivo Histórico de la Ciudad de México revelan que una serie
de vínculos de corte estamentario entre los « cajoneros » o dueños de tienda, en la
cúspide de la jerarquía de comerciantes, y los vendedores menudistas o « puesteros
de la plaza », en el límite inferior del sistema mercantil virreinal, eran el combustible
que ponía en movimiento a los mercados urbanos virreinales.

LAS TIENDAS Y LOS PUESTOS


 1 Salvador Novo : Historia del comercio en la ciudad de México. CANACO, México, 1970.

3En los estudios históricos sobre la Ciudad de Mexico los trabajos que indagan en
torno de los espacios comerciales de la Plaza Mayor y la evolución de sus mercados
son escasos. En los textos de los cronistas coloniales y de los viajeros
decimonónicos que mencionaron estos mercados, se destacó primordialmente la
descripción de su colorido, la frescura de los bastimentos y la abundancia de
mercaderías y « productos de la tierra » que allí se compraban y vendían. En un
trabajo de divulgación, Salvador Novo1 dedicó buena parte de su ensayo al
comercio de la Plaza Mayor ; ahí observó agudamente que el estudio de la fusión de
costumbres comerciales, o sea, la mezcla de prácticas mercantiles españolas e
indígenas, estaba por escribirse. Ahora con este trabajo se intenta, en parte,
responder a aquella interesante observación mediante un esquema explicativo de la
mezcla cultural que predominaba en los mercados tradicionales de la Plaza Mayor
del México virreinal.

4Si hasta hoy se ha aceptado que durante la Colonia la Plaza Mayor estuvo ocupada
por un gran mercado, aquí pretendo demostrar que sobre la superficie de la plaza
se mantuvieron al menos tres mercados claramente diferenciados. Los mercados a
los que me refiero son el de bastimentos o víveres, llamado en aquella época
« puestos de indios » ; el mercado de manufacturas artesanales —nuevas y usadas—
también llamado « el Baratillo » y el mercado de productos ultramarinos o « cajones
de ropa » (luego Alcaicería y posteriormente Parián).

5Ahora bien, en este peculiar conjunto de tres mercados se relacionaban a su vez


las funciones de las tiendas con las actividades de los puestos en estrecha
dependencia. Aunque cada mercado dispuso de un paraje más o menos delimitado
(las tiendas o « cajones de madera » junto al Portal de Mercaderes y el edificio del
Ayuntamiento ; las « mesillas » del Baratillo en el centro de la plaza, y los « puestos
de indios » junto a la Acequia Real y costado sur del palacio virreinal), los
testimonios documentales revelan que una serie de nexos entre los diversos actores
sociales eran los que integraban en un conjunto orgánico a los mercados de la Plaza
Mayor. Sin embargo, no podemos afirmar que en cada mercado hubiese tiendas y
puestos, pero sí podemos postular que en todos ellos el contacto entre los
comerciantes de mayor y menor jerarquía, ya fuesen « cajoneros », « alaceneros »,
empleados dependientes, vendedores « al viento » o puesteros « arrimados », se
regía por normas jerarquizantes similares.

6La combinación de las tiendas y los puestos tuvo fines prácticos. Los dueños de
tienda, ocupados en las grandes transacciones mayoristas, necesitaban
distribuidores menudistas de sus géneros y de otros productos que le dieran
variedad a la oferta de los « cajones ». Los puesteros, a su vez, necesitaban un local
que resguardara sus vendimias y requerían del prestigio de un establecimiento
formal para acceder a una clientela más amplia. En efecto, la combinación de tiendas
y puestos « portátiles », la comunicación de españoles e indios y la interacción de
comerciantes mayoristas y vendedores menudistas es un rasgo peculiar de los
mercados de la Plaza Mayor. Esta singular concentración de todo tipo de
comerciantes sobre el mismo espacio urbano ejerció un enorme poder de atracción
sobre el público local y regional, así como un inmenso poder de convocatoria sobre
todos los vecinos, tanto ricos como pobres.
 2 Edmundo O’Gorman ha expuesto los principios de esta segregación racial. Si los
motivos fueron evan (...)

7Los estudiosos de la historia de la Ciudad de México han demostrado que en el


siglo XVI la corona española quiso, sobre la avasallada y refundada capital mexica,
implementar una política de ocupación segregacionista ; es decir, los gobernantes
discurrieron repetidos intentos por separar los espacios urbanos de acuerdo con las
calidades sociales de sus habitantes : indios y no indios. En esos mismos trabajos
también se comprobó que tal política fue en buena medida formal,2 pues hasta hoy
ningún autor ha demostrado que tal separación haya sido efectiva.

8Los preceptos segregacionistas señalaban que en la capital virreinal los españoles


no se mezclarían con los indios, y terminaron por prohibir que éstos vivieran dentro
de la traza urbana. Sin embargo, como estudios más actuales han demostrado, estas
disposiciones sólo se cumplieron de mariera parcial. Es más, los documentos sobre
las tiendas y los puestos de la Plaza Mayor muestran que la pretendida separación
espacial tampoco tuvo efecto en los mercados de la plaza.
 3 Fernando Rello y Demetrio Sodi : Abasto y distribución de alimentos en las
grandes metrópolis : el (...)

9Desde el siglo XVI las autoridades, tanto de la Audiencia como de la ciudad,


extendieron licencias para establecer « cajones de ropa » (tiendas de madera de 16
metros cuadrados aproximadamente) y tenderetes portátiles o « mesillas » sobre la
superficie de la plaza. La combinación de tiendas y puestos en estrecho contacto no
puede, según mi parecer, seguir siendo pensada como un rasgo pintoresco del
comercio en la Ciudad de México, dicho modelo comercial, resistente durante siglos
a la especialización mercantil por giros y que los economistas modernos llaman
« comercio bimodal »3, nos sugiere una relación interdependiente, complementaria
y simbiótica entre los diversos tipos de comerciantes.

10La relación de interdependencia entre tiendas y puestos a la que me refiero se


manifestaba cuando los cajoneros daban en alquiler porciones diminutas —
interiores o exteriores— de la tienda a españoles pobretones y a vendedores de
menor jerarquía que quedaban como subarrendatarios o « arrimados ». Los
arrimados pagaban su renta puntualmente, pues el « arrimo » les proporcionaba un
local permanente y seguro para la venta. Durante el régimen colonial la
comercialización de productos no obedecía a los preceptos de la libre circulación,
en su lugar operaba un sistema monopólico apoyado en distribuidores selectos para
cada tipo de producto. Por ello, en el mercado de productos importados, la
interdependencia entre cajoneros y arrimados era fundamental, pues por estar
reunidos en el mismo recinto los arrimados podían ser controlados directamente
por los cajoneros.

11La relación complementaria entre tiendas y puestos se patentiza cuando


comprobamos el beneficio para ambas partes : en primer lugar a las tiendas, pues
además de las rentas que recibían los propietarios, los arrimados les permitían
atender con preferencia las ventas al por mayor detrás del mostrador, al mismo
tiempo que beneficiaba su establecimiento con una extensa clientela que era atraída
por los arrimados. En segundo lugar, los puesteros se beneficiaban al arrimarse con
un cajonero, pues el sitio que ocupaba regularmente dentro o fuera de la tienda los
investía de cierta categoría social entre los vecinos. El ascenso social de los
puesteros estaba fundado en el prestigio y honor del mercader que los incluía en
los arrimos de su establecimiento.

12Por su parte, los indígenas arrimados beneficiaban a los cajoneros, pues con sus
frescas hortalizas fungían como escaparates de las tiendas. Los compradores, y
sobre todo los « forasteros », eran seducidos por colores y olores deliciosos.

13En contraparte, los indígenas consolidaban sus tratos al abrigo de las tiendas,
protegían sus productos y personas de la intemperie, y conseguían un lugar donde
almacenar e incluso pernoctar. Más aun, el arrimo a un mercader les daba cierto
reconocimiento entre los vendedores de la plaza.

14La relación simbiótica se expresó también en la forma que adquirieron los locales
comerciales. Durante el siglo XVI las tiendas de la Plaza Mayor eran móviles, es decir,
los prestigiosos cajones de los linajudos mercaderes se « arrastraban » de un sitio
a otro como si fuesen tenderetes, ya fuera durante las variadas festividades como
en las incontables calamidades. En cambio, la sedentarización de los puestos
ocurrió en el siglo XVII, cuando el Ayuntamiento comenzó a rentar sitios de la plaza
a los puesteros. Los tenderetes se convirtieron en « puestos en firme » y fueron
considerados por sus propietarios bienes inmuebles, como si fuesen tiendas o
establecimientos formales. Sin duda, con este proceso se intercambian las
peculiaridades del local fijo y del móvil, el cajón presenta la movilidad del puesto y
el tenderete participa del carácter sedentario de la tienda.
 4 Thomas Gage : Nuevo reconocimiento de las Indias Occidentales. CONACULTA,
Mirada viajera, México, (...)
 5 AHCM : Alcaicería, vol. 343. Sin número de expedientes. Todo el legajo se
refiere a la construcció (...)

15Para documentar la interacción entre las tiendas y los puestos, aunque este primer
ejemplo no se refiere a los cajones y puestos de la plaza, sino a las tiendas del Portal
de Mercaderes inmediato, cabe señalar el testimonio del dominico inglés Thomas
Gage, quien en 1625 describió la Plaza Mayor de México como un « mercado
considerable [...] el otro lado de la plaza corre en forma de pórtico. Ocúpanlo las
tiendas de los mercaderes de sedas y delante de sus tiendas hay puestos de mujeres
con toda especie de frutas y hierbas ».4 Podemos suponer que el conjunto
comercial de la Plaza Mayor irradiaba hacia las inmediaciones sus prácticas
comerciales y que bajo los portales, los mercaderes también atraían a los puestos.
Otro ejemplo : cuando se planeaba construir las tiendas de la Alcaicería en 1693,
los mercaderes aceptaron financiar parte de la obra sólo si se permitía arrendar
« huecos » y « arrimar » a vendedores dependientes.5
 6 Salvador NOVO : op. cit.,pp. 45 a la 50.

16Otros autores nos informan que la matriz comercial que combinaba tiendas y
puestos se reprodujo en otras plazas de la ciudad virreinal. Salvador Novo, apoyado
en las actas de cabildo, documenta la combinación de tiendas y puestos en el Portal
de Tejeda. Dicha edificatión era un conjunto de « tiendas en firme », cuyo comercio
se complementaba con el de los puestos « al viento » de algunos indígenas de la
vecina plaza de San Juan. Otros ejemplos del mismo autor hablan de que algunos
mercaderes españoles obtuvieron licencias para erigir « cajones de mercadurías »
junto al llamado tianguis indígena de Juan Velásquez (hoy Palacio de Bellas Artes).
O bien que otros españoles levantaron cajones en el mercado indígena de la
plazuela de Santiago Tlatelolco.6 Por aquellos años, en los barrios no existía una
demanda consolidada de los bienes de consumo europeo, por ello en ninguno de
los emplazamientos de las parcialidades indigenas se dio el éxito de la mezcla de
cajones y puestos como en la Plaza Mayor.

LAS LICENCIAS EN LA PLAZA MAYOR


17Desde la década de 1530, las autoridades, tanto peninsulares como locales,
otorgaron licencias para que los españoles, las castas y los indígenas pudieran
establecer en la superficie de la plaza sus locales comerciales. Fueron las
autoridades las que promovieron la apropiación por parte de los particulares de
porciones diferenciadas del espacio público.

18En aquellos años la participación del Ayuntamiento en el comercio incluía dar en


alquiler los espacios u otorgar las « licencias », pero correspondía a los propios
comerciantes, cada uno con sus medios y recursos, el habilitarse de las instalaciones
necesarias para ejercer la venta : cajones, cajoncillos, mesillas, alacenas, jacales.
 7 Plano de la Plaza Principal de México de 1521 a 1914 formado por el ing.
Manuel F. Alvarez en Guil (...)
 8 Guillermo Tovar de Teresa : op. cit., p. 34, yAHCM : Portales, vol. 3692, exp.
12, año de 1780.
 9 Guillermo Tovar de Teresa : op. cit., p. 34.

19A los españoles, en la cúspide de la jerarquía de comerciantes, se privilegió con


los espacios más a propósito para la venta. Sirvan de ejemplo el conde de Santiago
y la orden agustina, que desde 1530 construyeron y arrendaron el Portal de los
Mercaderes ;7 o el Mayorazgo de Guerrero que recibió una « gracia » por la que
pudo construir el Portal de las Flores (hoy bajos del nuevo edificio del gobierno del
Distrito Federal) y beneficiarse de sus rentas,8 o bien el español Gonzalo Ruiz, quien
obtuvo licencia desde 1533 para levantar « cajones de ropa » en un extremo de la
plaza.9
 10 AHCM : Ramo Hacienda, Propios y Arbitrios vol. 2230, exp. 12, f. 15v, año
de 1650.
 11 Ibid., f. 16.
 12 Ibid., f. 16v, año de 1653.
 13 Ibid., f. 17, año de 1653.
 14 AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 2, f. 4, año de 1689.

20Otras licencias para comerciar dentro y fuera de la plaza se otorgaron a las


castas : los « buhoneros » o « mercaderes itinerantes », también llamados
« vendedores de casa en casa », fueron individuos que no tenían tienda o puesto, y
quienes « a cuestas, por las calles, plazas y conventos » vendían diversos
productos ; por ejemplo, Juan Castillo podía vender cacao y azúcar, « con tal que
pagase las reales alcabalas y lo manifestase en la Diputación ».10 Cristóbal
Ordóñez tenía « licencia » de 1650 para vender por la calle « ropa de Castilla, China
y de la tierra ».11 Juan de Sobrevilla obtuvo licencia del virrey duque de
Alburquerque en 1653 para que un esclavo suyo llamado Antonio de la Cruz, « u
otro cualquiera », pudiese vender por las calles.12 Francisco Aguilar obtuvo ese
mismo ano una licencia similar, además de la de poder traer « espada y daga ».13 A
los grupos urbanos pobres se les concedió licencia para que pudieran vender
artículos usados sobre « mesillas ».14 El espacio que agrupó los tenderetes en los
que se remataban los artículos de segunda mano se popularizó con el nombre de
« Baratillo », « Baratillo Chico » o « Baratillo de los muchachos ».
 15 Sobre el abastecimiento compulsivo se habla en el capítulo segundo.
 16 AHCM : Ramo Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 7, f. 1, año de
1722.
 17 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, ff. 1, lv y 2, año
de 1654.
 18 Ibid., ff. 4 y 5, año de 1654.
 19 AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 5, f. 1, año de 1721.

21La Audiencia y el Cabildo impusieron sucesivamente a los indigenas, la


introducción de hortalizas y la comercialización sobre la superficie de la plaza de
« los productos de la tierra » para el abasto de los vecinos.15Cuando en 1692, el
Ayuntamiento arrendó a un asentista la recaudación de los « puestos y mesillas de
la Plaza Mayor », se le ordenó que debía dar sitio a los indios, « sin llevarles ninguna
pensión », para que asentaran sus tenderetes y sombras.16 Sabemos que la
exención de cuotas fue sólo formal, pues desde mediados del siglo XVII los
puesteros indígenas, con tal de garantizar los sitios mejores y más cómodos,
pagaban pensión al virrey o al Ayuntamiento. Por ejemplo en 1654, « las naturales
del barrio de Necatitlán » y las de la Parcialidad de San Juan obtuvieron confirmación
virreinal y « posesión de los sitios » para vender « lanas teñidas » a la orilla de la
acequia.17 Muy cerca de ellas los leñadores de Xochimilco conducían la venta de
ese combustible en sus puestos « levadizos » o jacales.18Las « naturales de
Santiago Tlatelolco » defendían en 1721 una « licencia » para el comercio y tráfico
de las papas, « parapoderlas rescatar de los arrieros que las conducen a esta
ciudad ».19
 20 AHCM : Ramo Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 2, f. 1, año de
1697.
 21 AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 5, f. 1, año de 1721.
 22 AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 7, f. 1 y 2, año de 1735.
22Durante temporadas especiales del año, tales como festividades religiosas y
civiles, el Cabildo expedía otro tipo de licencias : desde 1697 sabemos del
establecimiento anual en la Plaza Mayor de los llamados « puestos de Noche
Buena », —conjunto de cajones y puestos con venta al mayoreo y menudeo de
comestibles y especialidades decembrinas para la demanda local y
regional.20 Igualmente antiguos fueron los puestos de « Cuaresma » o « puestos
de viandas ».21 También durante la festividad de Todos los Santos, los puestos de
« ofrendas » ocupaban la plaza al anochecer.22

23La variedad de permisos nos muestra que en los mercados de la Plaza Mayor se
entrecruzaban las facultades y poderes virreinales, los de la corona, los del
Ayuntamiento, así como los de un asentista o concesionario particular. Al describir
el paisaje comercial en la Plaza Mayor, los documentos enumeran los multiples
vendedores y mercancías que circulaban entre los puestos y cajones en auténtica
mezcolanza ; nos ponen al tanto de una interrelación cultural que prevalecía en los
diferentes espacios comerciales ; y al mismo tiempo nos revelan una jerarquía
rigurosa e infranqueable que se manifestaba en la variedad de concesiones y
permisos particulares. Por ejemplo, no sabemos de ningún indígena que haya sido
dueño de tienda.

« JUNTOS, PERO NO REVUELTOS » : UNA


MUESTRA DE LA JERARQUÍA ENTRE LOS
VENDEDORES
24Los dueños de tienda seleccionaban a sus arrimados. No era igual un paisano
peninsular que alquilaba medio cajón que un indígena o un español pobretón que
alquilaba sitio debajo de los « tejadillos » por fuera de la tienda. No se trataba de
comerciantes que se reconocieran en condiciones de igualdad, ya que su
procedencia social y étnica determinaba su sitio o posición con respecto al cajonero.
En efecto, por debajo del linajudo mercader se tejía una verdadera red de
vendedores dependientes. Los mercaderes arrendaban los « huecos » del cajón y
cobraban una pensión por el arrimo, pero la procedencia social de los arrimados
determinaba la colocación dentro o fuera de las tiendas.

25La tienda y sus arrimados daban la apariencia de un pequeño almacén donde el


público encontraba los productos de diversos proveedores. Las tiendas debieron
guardar gran similitud, pues en todas ellas se vendía de todo. Suponemos que la
jerarquía entre los arrimados se reflejaba incluso en la distribución espacial de las
tiendas : detrás del mostrador se exponían los valiosos productos del mercader, por
fuera del mueble, sobre el piso y junto a las puertas se acomodaban los
arrendatarios arrimados cuyos locales podían ser cajoncillos y mesitas. En el
exterior de la tienda, llamado « al viento », recargados en los muros y debajo de los
tejadillos se acomodaban « cajoncillos de madera » y se empotraban las « alacenas »
de otros arrimados. Los indígenas situaban sus puestos y petates junto a las puertas
de la tienda, junto a los cajoncillos y las alacenas, y con sus montones de frutas y
verduras acomodados vistosamente fungían como escaparates que atraían la vista
de los consumidores. Cada tienda, con multiples arrimados, en el interior y exterior,
quedaba convertida en un diminuto almacén donde se vendía todo tipo de
productos, desde pescados salados de la laguna a vinos andaluces y desde « naguas
de Jilopepec » a tapetes de Damasco ; todo ello bajo el patrocinio y vigilancia de los
cajoneros que estaban presentes para enmendar cualquier transgresión.

26A los arrimados, el acogerse a un cajonero les garantizaba un sitio donde poder
resguardar sus productos de los elementos naturales. En aquellos años las
autoridades no proporcionaban ningún tipo de equipamiento o instalaciones, por lo
que los comerciantes, con sus medios y recursosde manera individual tenían que
hacerse de las instalaciones necesarias para la venta ; así vemos que para la mayoría
de los arrimados —todos aquellos sin los recursos económicos ni la condición social
para establecer una tienda— el acto de arrimarse o vincularse a un cajón resultaba
casi una necesidad. El éxito o fracaso de un comerciante arrimado dependía de una
relación pactada verbalmente con el cajonero. Debemos aclarar que el éxito de un
arrimado no significaba elevar notoriamente sus ingresos ni su nivel de vida. Los
arrimados, indios y no indios, obtenían en el comercio remuneraciones que apenas
les permitían sobrevivir día con día. Un abismo separaba las ganancias del cajonero
de los ingresos miserables de los puesteros.

27Los mercaderes determinaban el numero de dependientes, blancos e indios,


establecían las cuotas o pensiones a pagar, imponían los sitios a ocupar y regulaban
los productos en venta. Los cajoneros también fungían como jueces en las disputas
y conflictos entre los arrimados y podían « lanzar » libremente a cualquier arrimado
infractor. El ser propietario de un cajón en la Plaza Mayor era, indudablemente, un
negocio redondo, pues la tienda no sólo producía las ganancias propias de ese
comercio, sino que permitía a los mercaderes especular con los espacios e
instalaciones y obtener ganancias extraordinarias de toda una gama de individuos
subordinados a él.
LOS COMERCIANTES Y LAS AUTORIDADES
28Otra característica del comercio tradicional de la Plaza Mayor fue la escasa o nula
relación de los arrimados con los regidores municipales ; los puesteros arrimados
no conformaban ninguna corporación reconocida por las autoridades y carecieron
de toda relación formal con el Cabildo. Los baratilleros, provenientes de las
llamadas castas, recurrían a la justicia de la Real Audiencia, pero en general los
pleitos y disputas entablados por los vendedores de menor jerarquía, antes de
acudir a los tribunales suponemos se resolvían directamente con el cajonero, es
decir, trataban verbalmente con su patrocinador antes de darle curso legal a sus
inconformidades. El contacto de los puesteros indígenas del mercado de
bastimentos de la Plaza Mayor con las instancias de gobierno se efectuaba mediante
el Juzgado de Indios o por medio de los cabildos de las parcialidades o barrios.

29En el otro extremo, los cajoneros detentaban una presencia legal respaldada por
un contrato de arrendamiento ante el Cabildo ; eran de los principales
contribuyentes de las arcas municipales. El Cabildo disponía de un procedimiento
burocrático para que los cajoneros pudiesen establecer una tienda.
 23 AHCM : Ramo Alcaicería, vol. 343, exp. 1, ff. 138 y 138v, año de 1695.

30Las líneas siguientes se basan en los contratos de arrendamiento expedidos por


el Ayuntamiento a los primeros cajoneros que « poblaron » las tiendas de la
Alcaicería entre 1695 y 1697 : en el mes de enero de cada año, mediante pregones
y remate, la Ciudad otorgaba el arrendamiento de los sitios de la plaza. Los
contratos de arrendamiento eran similares a los usados para « datas » o tomas de
agua. Formalmente, todos los contratos eran expedidos por el escribano de la Mesa
de Propios. Estos contratos, denominados de renta rasa, permitían a los cajoneros
disponer del « dominio y posesión » de los sitios como si de bienes inmuebles se
tratara. Es decir, susceptibles de ser heredados y traspasados ; el contrato de
arrendamiento les otorgaba a sus dueños gran autonomía y el control de la « tienda
y su viento », hoy diríamos del local y la acera. En estos contratos se estipulaba una
renta anual que se pagaba por adelantado, esta renta se mantuvo en doscientos
pesos de aquella época por un terreno de aproximadamente 16 metros cuadrados
sobre la Plaza Mayor. Los arrendamientos se pagaban al Cabildo en « reales », y si
los cajoneros notificaban a los regidores podían « traspasar y hacer mejoras » en
sus tiendas. La escritura otorgaba el dominio del sitio, « suelo y aire », y los
cajoneros corrían con todos los gastos de equipamiento. Por su parte, la ciudad se
comprometía a no quitarles el sitio durante el tiempo del contrato, « pena de le dar
otro tal y tan bueno, en tan buena parcela y lugar y por el mismo tiempo y
precio ».23

31Suponemos que los « dueños de cajón » pudieron con aquellas condiciones


controlar el abastecimiento de los productos y vigilar la distribución al menudeo
que realizaban los arrimados. Para casi todo los mercaderes eran los señores de la
plaza.

LOS TRASPASOS Y LOS « GUANTES »


 24 AHCM : Ramo Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, ff. 14 y 15, año
de 1705.

32La Mesa de Propios del Ayuntamiento sólo excepcionalmente remató los sitios de
la plaza mediante contratos anuales, ya que lo ordinario fue que los cajoneros, de
manera particular, traficaran con arriendos de porciones o de todo el cajón,
negociando innumerables traspasos y transformando las tiendas en verdaderos
negocios especulativos, distintos de los tratos propiamente del comercio de
géneros. Sabemos que algunos cajoneros reunían el arrendamiento anual tan sólo
con las rentas que cobraban a los subarrendatarios y arrimados ; por ejemplo, en
1705, Juan Fernández liquidaba su arrendamiento anual con lo que obtenía de
Ramón de Issa por medio cajon.24 Los pagos por subarriendos y por traspasos eran
generalmente acompañados de otra suma, especie de « mordida » que aseguraba
un trato preferencial e individualizaba la transacción, todo ello sin notificar a las
autoridades. Estas sumas se conocieron como « guantes » o « dádivas graciosas ».
Los pagos informales para traspasar o remodelar las tiendas se consolidaron como
una práctica rutinaria entre los cajoneros de la Plaza Mayor, pues mediante los
guantes los cajoneros evitaban los remates públicos y evadían los lentos trámites
burocráticos.
 25 AHCM : Ramo Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, ff. 1 a la 13,
año de 1703.
 26 Ibid., ff. 14-16, año de 1705.

33Veamos algunos ejemplos : en 1703, Francisco Garrido, dueño de cajón, con la


intención de derribar un muro inmediato a su tienda, no dudó en ofrecer « dádivas
graciosas » al corregidor para que en connivencia pudiera « repeler » las
pretensiones de un « mercero » que se aferraba a aquel muro.25 Como vemos en
este ejemplo, los pagos informales, que inicialmente eran practicados entre los
cajoneros, ahora los encontramos incluso entre los funcionarios del Ayuntamiento.
En 1705, Ramón de Issa protesta contra los excesivos guantes que Juan Fernández
le pide por medio cajón.26 En este caso, los guantes que Juan Fernández exige a
Ramón superan proporcionalmente el arrendamiento concertado con el Cabildo.

34Sabemos que los cajones de la Plaza Mayor, durante las buenas temporadas
comerciales, eran espacios muy demandados por los almaceneros. Pero los diversos
pleitos entre los cajoneros revelan que la ocupación de los cajones era muy
irregular ; constantes referencias a traspasos nos hacen suponer establecimientos
efímeros, cuyo éxito y fracaso acontecía en el corto o mediano plazo debido a las
condiciones irregulares de las comunicaciones y abastecimiento en el antiguo
régimen, tan susceptibles ante cualquier contingencia. Un cajonero, por ejemplo,
podía mantener en activo una tienda uno o dos años, hasta la llegada de la siguiente
flota ; pero si las comunicaciones con Sevilla se interrumpían, algunos almaceneros
iban a la ruina, teniendo como último recurso el traspaso inmediato del local.

NOTAS
1 Salvador Novo : Historia del comercio en la ciudad de México. CANACO,
México, 1970.
2 Edmundo O’Gorman ha expuesto los principios de esta segregación racial.
Si los motivos fueron evangélicos, militares o urbanísticos, esto aun es parte
de una discusión derivada de su trabajo hasta nuestros días. Cf. Edmundo
O’Gorman : « Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la ciudad
de México »,Boletín del Archivo General de la Nación, vol. IX, no. 4, México,
1938, pp. 787-815.
3 Fernando Rello y Demetrio Sodi : Abasto y distribución de alimentos en las
grandes metrópolis : el caso de la ciudad de México. Nueva Imagen, México,
1989, pp. 39-56.
4 Thomas Gage : Nuevo reconocimiento de las Indias
Occidentales. CONACULTA, Mirada viajera, México, 1994, p. 194.
5 AHCM : Alcaicería, vol. 343. Sin número de expedientes. Todo el legajo se
refiere a la construcción de las tiendas.
6 Salvador NOVO : op. cit., pp. 45 a la 50.
7 Plano de la Plaza Principal de México de 1521 a 1914 formado por el ing.
Manuel F. Alvarez en Guillermo Tovar de Teresa : La Ciudad de los Palacios :
crónica de un patrimonio perdido, tomo I. Ediciones Espejo de Obsidiana,
México, 1990, p. 34. Sobre la posesión del Portal de Mercaderes por la
orden agustina ver ahcm : Portales, vol. 3692, exp. 7, ff. 1 y 2, año de 1751.
8 Guillermo Tovar de Teresa : op. cit., p. 34, y AHCM : Portales, vol. 3692,
exp. 12, año de 1780.
9 Guillermo Tovar de Teresa : op. cit., p. 34.
10 AHCM : Ramo Hacienda, Propios y Arbitrios vol. 2230, exp. 12, f. 15v, año
de 1650.
11 Ibid., f. 16.
12 Ibid., f. 16v, año de 1653.
13 Ibid., f. 17, año de 1653.
14 AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 2, f. 4, año de 1689.
15 Sobre el abastecimiento compulsivo se habla en el capítulo segundo.
16 AHCM : Ramo Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 7, f. 1, año de
1722.
17 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, ff. 1, lv y 2, año
de 1654.
18 Ibid., ff. 4 y 5, año de 1654.
19 AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 5, f. 1, año de 1721.
20 AHCM : Ramo Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 2, f. 1, año de
1697.
21 AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 5, f. 1, año de 1721.
22 AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 7, f. 1 y 2, año de
1735.
23 AHCM : Ramo Alcaicería, vol. 343, exp. 1, ff. 138 y 138v, año de 1695.
24 AHCM : Ramo Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, ff. 14 y 15,
año de 1705.
25 AHCM : Ramo Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, ff. 1 a la 13,
año de 1703.
26 Ibid., ff. 14-16, año de 1705.
© Centro de estudios mexicanos y centroamerica

II. El mercado de bastimentos o los « puestos de


indios »
p. 43-71
 1 Enrique Valencia : La Merced : Estudio Ecológico-social. INAH, México, 1966.
José de Jesús Rangel (...)

1Este capítulo estudia dos asuntos. En la primera parte se investiga el


abastecimiento de víveres para los vecinos de la Ciudad de México durante el
siglo XVI. La mayoría de los testimonios documentales de esta parte se apoyan en la
obra El servicio Personal de los indios en la Nueva Espana(ocho volúmenes.) de Silvio
Zavala, que durante más de cincuenta años ha investigado el trabajo indígena
durante el régimen colonial. Además, sustento la argumentación con otros trabajos
importantes1. La segunda parte se enfoca en el mercado de bastimentos que se
estableció sobre la superficie de la Plaza Mayor a lo largo del siglo XVII; su soporte
documental son las reglamentaciones con que las autoridades pretendieron regular
su funcionamiento.

EL ABASTECIMIENTO GRATUITO
 2 El trabajo de José Miranda se encuentra citado en Silvio Zavala : El servicioPersonal
de los indio (...)

2Inmediatamente después de la conquista, el suministro de bastimentos para los


vecinos españoles de la Ciudad de México fue impuesto a los indígenas como parte
de los servicios personales o tributo (trabajo gratuito) que los conquistadores
exigieron rigurosamente a los naturales. Las contribuciones forzosas impuestas a
los pueblos de indios en beneficio de los conquistadores que vivían en la ciudad
fueron registradas en lasTasaciones de pueblos de encomienda. Estas tasaciones
permitieron al historiador José Miranda2 demostrar que durante la primera mitad
del siglo XVI los indios proporcionaron gratuitamente a algunos de los vecinos todo
tipo de frutos, animales y « productos de la tierra » para su sustento.
 3 Ibid., pp. 297, 298 y 299.

3José Miranda encontró que algunos encomenderos que vivían en la Ciudad de


México dispusieron que parte de sus tributos, los llamados « mantenimientos », les
fuesen entregados en sus casas de la capital, y proporciona los siguientes ejemplos :
los naturales del pueblo de Actopan, hacia 1540, debían « dar al encomendero cada
día, en México, una gallina de la tierra y dos de Castilla, 15 huevos, 200 almendras
de cacao, una fanega de maíz, dos panes de sal, dos costalejos de carbón, una carga
de leña, un manojo de ocote, fruta, ají, tomates y yerba para cuatro caballos. En
1544, Juan de Moscoso recibía « en su casa » la lana y el queso de las ovejas de los
indios de Tultitlán. El pueblo de « Coatitlan », en 1554, debía proporcionar a Diego
Arias de Sotelo, cada día, dos gallinas y dos cargas de maíz.3 Los ejemplos
demuestran que los indigenas de los pueblos abastecían con sus productos a
algunos vecinos españoles de la capital, obviándoles la necesidad de acudir al
mercado.

4Para los labradores de los pueblos, abastecer a sus « amos en México » con parte
de sus cosechas era la mejor situación, pues sabemos, según testimonio de los
frailes cronistas, que en el caso de no producir las vituallas o especies impuestas,
las tenían que conseguir en la comarca o debían enviar emisarios provistos con
dinero para adquirir en la « plaza » los productos asignados como tributo. Vemos
que un incipiente mercado de bastimentos funcionaba para que los indigenas
intercambiaran sus productos por los géneros que exigían sus encomenderos.
 4 Veáse Ross Hazig :Comercio y transportes en el valle de México, siglo XVI.Nueva
Imagen, México, (...)

5Los trabajos de abastecimiento, mientras fueron gratuitos, no sólo exigían de los


indígenas la provisión de hortalizas frescas sino también el entregarlas
rigurosamente a domicilio. La transportación por medio de tamemes y canoas y la
entrega en los domicilios de los españoles obligaba a los indios a dedicarles varios
días. Este trabajo lo ejecutaban sin ninguna remuneración. Además, se las tenían
que arreglar para comer y dormir por su cuenta dentro de la ciudad mientras les
recibían los « mantenimientos ». Probablemente esta imposición desarrolló la
creencia de que el transporte no gravaba ningún valor a los víveres y que el « precio
justo » era el de producción4.
 5 Fray Toribio de Benavente,Motolinía : Memoriales (15 de mayo de 1550). UNAM,
México, 1971.

6La entrega forzosa de víveres generó, desde el punto de vista de los cronistas
religiosos, abusos deplorables. Los efectos perjudiciales que provocaba en la
población indígena fueron denunciados por fray Toribio de Benavente, Motolinía,
quien en 1550 recomendaba a la corona « que se discurrieran otros medios menos
perjudiciales para que la república [de los españoles] fuese proveída y sustentada ».
Solicitaba que « cese todo servicio personal y las comidas que dan », pues al tener
los indigenas asignados los bastimentos, «aunque no los cojan en su tierra, los han
de comprar en la plaza»5.

7Las penurias que padecían los indios también fueron denunciadas por fray Pedro
de Gante en 1552 :
 6 Cartas de Indias, Madrid, 1877, n. 18, pp. 93, 94 en Silvio Zavala : op. cit., p. 201.

Sepa Vuestra Majestad que acaece salir el indio de su pueblo, y no volver allá en un
mes, en especial porque hay pueblos de esta ciudad cantidad de leguas, los cuales
son obligados de servir [a] su amo en México, de darle indios de servicio y servicio
de yerba y leña y zacate y gallinas ; y esto, como los pobres de los indios lo han de
comprar, porque en su pueblo no lo tienen, andan arrastrados, y de día y de noche
buscándolo, porque la orden que en esto de los servicios se tiene es que cada día
metan en casa del encomendero servicio, y así lo han de comprar cada día y por
esto se huyen y van a los montes.6

8Según los frailes, el trabajo que se les exigía a los indigenas era un obstáculo en
su proyecto evangelizador. Desde un principio los religiosos habían solicitado que
los indigenas no dejaran de habitar en sus comunidades tradicionales y se
mantuvieran alejados del contacto de los españoles, a fin de poderles impartir
plenamente la doctrina cristiana. De modo que si ellos se dirigían a la corona
criticando el trabajo excesivo que se les exigía a los indios era debido a su
preocupación por llevar a cabo su obligación evangelizadora. Por lo demás, los
frailes no mencionaban que ellos también recibían manutención gratuitamente.
 7 Véanse Charles Gibson :Los aztecas bajo el dominio español. Ed. Siglo XXI, México,
1986, pp. 369 (...)
 8 Libros de Gobierno del virrey Velasco. AGN, México, 1982, fol. 132v y 133r, 20 de
mayo de 1551, en (...)

9Ahora bien, no todos los indígenas que introducían bastimentos en la


capital7 estaban sometidos a los excesos denunciados por los frailes, así se explica
el que algunos « indios mexicanos » solicitaran al virrey Velasco, hacia 1551, una
« licencia » para que pudieran ir « por los pueblos comarcanos a esta ciudad de
México a rescatar gallinas y huevos y otras cosas necesarias para el proveimiento
de la república de esta ciudad, así con cacao como con tomines ». El virrey les otorgo
la licencia, « atento que es para el proveimiento de la república de esta ciudad », y
mando que « no se les ponga impedimento alguno ». En este caso se puede ver
cómo los « indios mexicanos » coadyuvaban voluntariamente al abastecimiento de
la ciudad, operaban con la economía monetaria y recibían protección del virrey.8
 9 James Lockhard : op. cit.,pp. 274-286.
 10 Silvio Zavala : op. cit.,vol. II, p. 204.

10Sabemos que hasta mediados del siglo XVI, algunas familias de mercaderes indios,
los antiguos pochtecas, continuaron operando un comercio cuyos tratos llegaban
hasta Guatemala.9 Éstos obtuvieron mandamientos de amparo del virrey Velasco en
favor de su libertad de comercio y no ser objeto de despojos ni de agravios.10 Así,
los ejemplos muestran que algunos indígenas participaron por su propio interés en
el abastecimiento de la ciudad.
 11 Vasco de Puga :Provisiones, cédulas, instrucciones de Su Majestad, ordenanzas de
difuntos y audie (...)
 12 Carlos Quintanilla Echegoyen : Los espacios del comercio en México. Limusa,
México, 1992, p. 50. E (...)

11Por otra parte, algunos encomenderos, favorecidos por el suministro abundante y


gratuito abrazaron el oficio de comerciantes. Así, reunían bastimentos provenientes
de los pueblos que tenían encomendados y los ponían a la venta. Silvio Zavala afirma
que en una fecha tan temprana como 1528, muchos españoles se beneficiaban al
reunir bastimentos en los pueblos que tenían encomendados y llevarlos a vender a
otras partes.11Por lo tanto, podemos decir que desde el siglo XVI, los españoles
incursionaron en el comercio de bastimentos capitalino,12 no como vendedores,
sino como abastecedores de los mismos indígenas. Este aspecto es relevante
porque el comercio de víveres era un « privilegio » reservado a la república de
indios.

12Este mercado de víveres incipiente atendía una demanda peculiar : primero, era
donde los indios tributarios adquirían las vituallas que debían entregar a sus nuevos
señores, y segundo, servía a los colonos que carecían del privilegio de la
encomienda. Sólo los encomenderos, en tanto consumidores, no requerían asistir
al mercado, pero participaban en él como abastecedores.

13No dudamos que el abastecimiento gratuito promovió abusos deplorables por


parte de los vencedores, pero la necesidad condujo a los vencidos a buscar formas
de evadirlos, como adelante se verá, al canjear los productos asignados por una
renta en dinero.

EL ABASTECIMIENTO OBLIGATORIO
 13 Alejandra Moreno Toscano : « El siglo de la conquista » en Historia General de
México, vol 2. COLM(...)
 14 Diego de Encinas :Provisiones, cédulas, capítulos de ordenanzas, instrucciones y
cartas... tocant (...)
 15 Recopilación de Leyes de Indias, libro VI, tít. 12, ley VII, en Silvio Zavala : op.
cit., volII, (...)

14A mediados del siglo XVI la caída de la población indígena, « la mayor crisis
demográfica de la historia moderna », según Alejandra Moreno
Toscano,13precipitó varios cambios. La corona, influida por los preceptos de una
política centralizadora y por los informes de los frailes, comenzó a limitar
sistemáticamente los privilegios de corte señorial de los encomenderos. El rey,
mediante cédulas, una de 1551 en que limité los servicios personales,14 y otra de
1552 en que declaré que « es servicio personal el hacer venir a los indios a la ciudad
de México con bastimentos »,15prohibió que el tributo indígena incluyera la
conducción de los víveres hasta los domicilios de los encomenderos que vivían en
la ciudad. Al mismo tiempo que el rey prohibió los servicios personales, permitió
que los indígenas cumplieran con los tributos mediante rentas en dinero. Lo que
nos señala la premura con que los indígenas incursionaron en la economía
monetaria.
 16 El libro de las tasaciones de pueblos de la Nueva España. Siglo XVI. AGN, México,
1952, p. 210, en (...)
15Como resultado de esas ordenanzas, según José Miranda, algunos pueblos de
indios próximos a la Ciudad de México prefirieron desde entonces tributar con
dinero. Por ejemplo, el pueblo de « Huizuco », que debía dar a Isidro Moreno
— » vecino de México y conquistador »— cada ochenta días veinte jarros de miel,
40 cargas de maíz y 60 naguas entre otros artículos, canjeó o conmutó, en 1550,
todo lo contenido en esa « tasación » por 220 pesos de oro común en tomines que
« traerán a esta ciudad de México ».16

16Aunque los indios tributarios no corrían con todo el peso del abasto urbano, el
que las comunidades en el perímetro de la ciudad prefirieran tributar en dinero,
contribuyó a una fuerte crisis de los suministros. En dichas condiciones precarias el
establecimiento de un mercado de bastimentos por la municipalidad se volvió una
necesidad urgente.

17Ante tales circunstancias -el desplome demográfico y de la producción, la


legislación que restringía los servicios personales y el desabasto de víveres-, el
Cabildo de México se puso en guardia. Se tomaron medidas de apremio para
garantizar que los suministros se introdujeran regularmente : el 6 de marzo de
1550 acordó que se señalara la cantidad de sementeras o parcelas que debía de
haber en los pueblos comarcanos de la ciudad para cultivar trigo y maíz, y ordenó
a los indios de esos pueblos que trajeran sus granos a vender a la ciudad « para
evitar que haya indios holgazanes y para abastecerla ».
 17 Mariano Cuevas :Documentos inéditos del sigloXVI para la historia de
México,reedición facsimila (...)

18La Real Audiencia también tomó cartas en el asunto y solicitó a la corona « que la
prohibición del servicio Personal no debía comprender la comida que traen los
indios a la ciudad ».17 Para los oidores, los mantenimientos que recibían
gratuitamente eran parte de la remuneración por sus servicios y no tributaciones
particulares, de modo que exigían les fueran sostenidos tales privilegios. Sabemos
que los funcionarios reales continuaron siendo mantenidos gratuitamente hasta la
década de 1580.
 18 José Miranda : La función económica del encomendero en los orígenes del régimen
colonial. (Nueva E (...)
 19 Guía de las Actas de Cabildo de la Ciudad de México. Siglo XVI. fce, México, 1970,
p. 286, no. 198 (...)
19Como vemos, la Audiencia y el Cabildo supieron sortear la legislación prohibitiva
de la corona, pero lo que no consiguieron contrarrestar fueron las conmutaciones
de tributo por los pueblos de encomienda. Los sucesivos canjes de
« mantenimientos » por rentas en dinero influyeron en la escasez de bastimentos,
pues desde que pudieron pagar el tributo en dinero, los indios decían, según el
oidor Ramírez de Fuenleal, que « el maíz y las otras semillas y ropa, ellos los tenían
para su trato ».18 Como vemos, los vecinos españoles resintieron la oposición de
los indígenas a mantener abastecida a la ciudad. Reclamaron al virrey que se
obligara a los indios a obedecer las ordenanzas para el abasto urbano y le pidieron
mandar que los tributos de cada pueblo « no se paguen en tomines sino con lo que
hubiere [de frutos] en sus tierras ».19

20Debido a la escasez que se vivía en México, el virrey Luis de Velasco informó


detalladamente al emperador Carlos V, en 1553, el estado de las cosas :
 20 Cartas de Indias. Madrid, 1877, n. 49, reedición facsimilar, Guadalajara, 1970, p.
263. Carta del (...)

Por las Cédulas emitidas en 1551 y 1552 en que se declaró ser servicios personales
el traer los indios a esta ciudad los tributos [tanto los] de la Real Hacienda y los de
particulares ; y como la mayor parte de este tributo sean bastimentos, y se ha
quitado el traerlos, en esta ciudad hay gran necesidad, y no halla el virrey cómo se
supla ; porque si los indios no lo proveen, no basta industria ni diligencia de él ni
de españoles a abastecer la ciudad de sólo pan y agua y leña y yerba para los
caballos que son la fuerza que en esta tierra hay.20
 21 Libros de Gobierno del virrey Velasco. AGN, México, 1982, fols. 424v. y 425r, en
Silvio Zavala : o (...)

21Bajo este panorama de crisis que Velasco presentaba, resultaba imperioso según
él, volver a imponer a los indios la obligación del abastecimiento urbano.
Probablemente el virrey quería convencer al monarca de que si una legislación
redimió a los indios de la conducción forzosa del tributo a los domicilios, era
necesaria otra que les obligara al abastecimiento de la ciudad. La situación
expresada por el virrey sobre el demoledor efecto que padecería la población
española si a los indios se les excluía de la conducción de hortalizas, propició que
en esos años se otorgaran por primera vez licencias a los españoles para introducir
y negociar bastimentos. Este fue el caso de Pedro de Castilla, quien obtuvo permiso
del virrey Velasco para que con tamemes pudiera traer, de la provincia de Pánuco a
la Ciudad de México, pescado seco « para el proveimiento de la república de ésta,
pagándoles a los mismos sus trabajos ».21 Como vemos, ante la escasez, las
autoridades virreinales promovieron una serie de disposiciones que consolidaron la
participación de los españoles en el comercio de víveres.
 22 Colección Muñoz. ElCatálogo ha sido publicado por la Academia de la Historia,
Madrid, 1956. Carta (...)
 23 Vasco de Puga : op. cit.,vol. II, 188, en Silvio Zavala :op. cit., vol. II, p. 203.

22Frente a la crisis de desabasto algunos vecinos solicitaron a la corona, en 1552,


la compulsión para que los indigenas de la comarca llevaran a vender sus productos
a los poblados de españoles.22 Por su parte, la Audiencia ordenó entonces, « que
de veinte leguas a la redonda, los indios llevaran los sábados a vender a la ciudad
de México toda clase de bastimentos ».23
 24 Guillermo Porras Muñoz :Reflexiones sobre la traza de la ciudad de México. DDF,
Ciudad y Cultura, (...)
 25 Silvio Zavala : op. cit.,vol. I, p. 306, y vol. II, pp. 204-206.

23El mercado sabatino era el llamado « tiangues de México », ubicado en la plaza o


« Tecpan » de San Juan (hoy Mercado de San Juan)24. Así, las comunidades o
pueblos ubicados en las inmediaciones del valle, tuvieran o no encomendero,
quedaron obligados a abastecer a la capital. Por ejemplo, los tlaxcaltecas
suministraban el maíz que se vendía los sábados en México. Se obligó a los indios
del pueblo de Ayucingo que trajeran, cada semana, veinte cargas de yerba y además
obtuvieron permiso del virrey Velasco para sacar el zacate de las lagunas de
« Mizquiqui » y « Vistlavaca » [Ixtapalapa]. Los naturales del pueblo de Amecameca
quedaron obligados a traer « yerba » a la ciudad. Los indios de Tecamachalco traían
a vender petates de palmas. El pueblo de « Scapusalco » introducía a la capital cada
semana treinta cargas de leña, y el pueblo de « Tepustlan » traía cien cargas de lena
cada sábado. Todo ello en el ano de 1551.25
 26 Libros de Gobierno del virrey Velasco, op. cit., fols. 65v. y 66r, en Silvio
Zavala :op. cit., vo (...)
 27 Charles Gibson : op. cit.,pp. 365 y 366.

24Además, para que por ningún motivo se dejaran de traer a la ciudad los
bastimentos, el virrey Velasco dispuso en 1551 que en ningún pueblo de la comarca
situado a diez leguas a la redonda de la Ciudad de México, « no se pueda hacer
tiangues alguno ».26 Lo que es indicativo de que en el sigloXVI, el mercado de
bastimentos de México se desarrolló y consolidó a cuenta de los tianguis indígenas
de los alrededores ; sin embargo, dicha prohibición no significó que en la práctica
un tianguis como el de Texcoco hubiera desaparecido.27
 28 Guía de las Actas, op. cit.,p. 381, no. 2662, II, en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, p.
215.

25La escasez en la capital era grande, había incluso que restringir las remesas hacia
otras regiones : en 1562, el Cabildo pidió al virrey que ordenara que en un área de
doce léguas a la redonda no se pudiera mandar trigo a Zacatecas. Esta medida
obedetia al propósito de asegurar el abastecimiento capitalino que se veía mermado
por los envíos de trigo a la región minera del norte.28
 29 Colección de documentos inédites relativos al descubrimiento, conquista y
organización de las anti (...)
 30 Charles Gibson: op. cit.,p. 365.

26Por su parte, la corona ordenó a la Audiencia que mandara que los españoles e
indios « que no saben oficios se ocupen en proveer la plaza »,29 lo cual significaba
que en adelante cualquier sujeto podría dedicarse al comercio de víveres. No está
de sobra subrayar que desde estos años calamitosos fue cuando los españoles
intervinieron formalmente en el comercio de bastimentos capitalino30, relegando
a los indígenas a la conducción y venta.

27Hasta este momento hemos visto una clara mutación del tributo gratuito que
proporcionaban los indigenas a los encomenderos hacia uno nuevo : el que aquí he
llamado abastecimiento obligatorio, ahora pagado a la ciudad.

UN MERCADO DONDE LA AUTORIDAD FIJA LOS


PRECIOS
 31 31
Silvio Zavala : op. cit.,vol. II, pp. 202, 203, 206, 403, 404 y 406.

28Para que los bastimentos llegaran « de primera mano » a los hogares de los
vecinos, las autoridades practicaron una política de precios controlados que
pretendían proteger a los consumidores. Los pueblos y comunidades de indios « de
veinte leguas a la redonda » estaban no sólo obligados a abastecer a la capital, sino
a vender sus productos a precios determinados por la autoridad. Veamos los
siguientes ejemplos : en 1551, a los indios de Tecamachalco que traían a vender
petates de palma a la ciudad se les ordena « que vendan los pequeños a medio
tomín y los grandes a un real » ; en una ordenanza de 1578, se mandaba que los
indios que vendieran maíz en sus casas deberían « guardar las posturas señaladas,
no así los que lo vendieran en la plaza ». En 1579 se fijaron los precios de las aves,
el cual en la plaza pública no debía exceder de tres reales por gallina de la tierra y
uno y medio reales por gallina de Castilla. En 1580, el virrey Martin Enríquez tasó la
venta de huevos en la ciudad a 16 por un real. En 1587, el virrey marqués de
Villamanrique mandó que los introductores de la « yerba », « sean amparados en
que les paguen su legítimo valor ».31
 32 Vasco de Puga : op. cit.,vol. II, p. 188, en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, pp. 202 y
203.

29A oídos del príncipe Felipe (pues aún gobernaba su padre Carlos V) llegaron
noticias sobre el nuevo sistema impuesto por la Audiencia, por el cual los indigenas
realizaban obligatoriamente el abastecimiento de la Ciudad de México. En una
misiva de 1554, el príncipe reprochaba a los oidores las diligencias por las que había
« mandado a los indios a vender a la ciudad de México lena, hierba, carbón, con
tasas [precios] tan bajas que andan trabajados sin sacar ningún provecho ».32 Este
testimonio del futuro « rey prudente » revela que las autoridades de la Nueva
España, pusieron en práctica una política de precios controlados y que dichos
precios no producían a los productores ni ganancias mínimas.

30La imposición de precios que no dejaban ni ganancias mínimas a los indios


sentaron las bases de un mercado de bastimentos peculiar, en el cual los indígenas
participaban por imposición y, obviamente, se mostraron renuentes a mantener
bien surtido.
 33 Cartas de Indias, op. cit.,p. 96, en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, p. 201.

31El efecto que los precios controlados ejercía en los indígenas lo señala
contundentemente fray Pedro de Gante, quien en 1552 expresaba, con respecto a
los introductores del abasto, lo siguiente : « y ha venido cargado y muerto y ha
comido la miseria que tenía en su casa, y después danle por la carga medio real,
habiendo él comido uno, y su trabajo en blanco ».33

32La evidente resistencia de los indígenas a presentarse a vender sus productos en


la plaza, nos sugiere que el comercio les resultaba poco atractivo por incosteable,
pues no les alcanzaba ni para cubrir sus requerimientos alimenticios.
LA « REGATONERÍA »
 34 Yoma y Martos : op. cit.,pp. 99-105, y Maria de la Luz Velásquez : Evolución de los
mercados en l (...)

33Esa política de precios controlados provocó un suministro inestable de víveres en


el mercado de la capital. Muy pronto surgieron mecanismos alternos, como la
llamada « regatonería » o intermediación y acaparamiento, que si bien contribuyó a
estabilizar el abasto en aquel momento crítico, también levantó las quejas de las
autoridades.34 En la sociedad virreinal el significado de regatonería se aleja por
mucho del solicitar rebajas, ya que en aquella época tenía más que ver con la
intermediación excesiva y con el que ciertos grupos sociales comerciaran con
productos vedados a su estamento, porque si la legislación prohibía a los indígenas
elaborar zapatos de raso y venderlos, de igual manera se prohibía a los españoles
introducir granos y semillas.

34La regatonería fue un fenómeno que apareció en el mercado de bastimentos como


respuesta al suministro irregular por parte de los indigenas y a la separación de los
habitantes en dos « repúblicas ». El intermediarismo surgió como el mecanismo
mediante el cual los españoles y las castas suplían a los proveedores indígenas,
quienes por los precios controlados rehuían el comercio de víveres.

35Así como los individuos se agrupaban en diferentes calidades dependiendo de su


procedencia étnica, república de españoles y república de indios, lo mismo ocurría
con los bienes de consumo. Las mercaderías de importación, así como las
manufacturas artesanales elaboradas por los gremios, fueron consideradas como
artículos de primera calidad y su comercialización era controlada monopólicamente
por la población blanca ; por otro lado, los víveres y manufacturas artesanales
indigenas o « productos de la tierra » se consideraron « de baja estimación » o de
« calidad despreciable », y la venta de estos productos fue un derecho reservado a
los indios. Aquellos que se involucraban o negociaban con productos ajenos a los
de su « condición » fueron calificados por las autoridades como intrusos o
regatones. La regatonería siempre fue censurada por las autoridades coloniales,
pero como en la práctica desempeñaba un papel importante para garantizar el
abasto, su práctica se perpetuó y se convirtió en un rasgo distintivo del comercio
urbano novohispano.
 35 Montemayor y Córdova de Cuenca, Juan Francisco :Recopilación sumaria de
algunos autos acordados d(...)
 36 AGN : Ordenanzas, doc. VI, pp. 34-35. Ordenanzas II, 244v-245, en Silvio
Zavala :op. cit., vol. I (...)
 37 Véase Enrique Florescano: « El abasto y la legislación de granos en el
siglo XVI », Historia Mexic (...)

36Veamos algunos ejemplos de la manera de operar de los regatones y de las


reglamentaciones que contra ella aparecieron durante la segunda mitad del
siglo XVI : para evitar la intermediación en el tráfico de granos, en 1578 se ordenó
que los encomenderos « No vendan, truequen ni cambien el maíz de los tributos de
sus encomiendas a los indios de ellas, con ningún pretexto ».35 Esta medida
intentaba que los encomenderos no revendieran el maíz a los indios que lo
tributaban, pues probablemente éstos lo venderían a un precio más elevado. En
1580 el virrey Martín Enríquez fue informado que muchas personas, así regatones
como de otra calidad, compraban a los indios semillas de trigo, maíz, garbanzos y
lentejas. El virrey ordenó « que ninguna persona sea osada en comprar a los indios
ninguna semilla ».36 En esta diligencia podemos ver tanto la intención del virrey de
que fueran los indios quienes comercializaran los granos, como la mención a
« ninguna persona », es decir, los blancos y castas que compraban a los indios. Los
regatones, según el virrey Enríquez, compraban los víveres, los almacenaban y los
vendían libremente en sus domicilios, lo que además de infringir las normas sociales
y comerciales, encarecía los precios de los abastos.37
 38 Francisco Barrio Lorenzot : El trabajo en México durante la época colonial.
Ordenanzas de gremios (...)
 39 Véase Marcela Dávalos : « Los espacios públicos en los barrios indigenas de la
Ciudad de México, s (...)

37Otra disposición en contra de los « regatones » que intermediaban entre los indios
y los consumidores la mandó el virrey marqués de Villamanrique, en marzo de 1587,
cuando ordenó que ninguna persona « sea osada de vender hierba sino solo los
indios que la cortan y la traen de la laguna ».38Este mandamiento, además de
confirmar que los españoles y castas intervenían en el comercio de la « hierba »,
nos muestra que ese comercio pertenecía formalmente a la república de los
indios39.
 40 El texto de Gonzalo Gómez de Cervantes se conserva en el British Museum, Ms.
22826, 202 folios, 13 (...)
 41 Ibid., p. 121, en Silvio Zavala : op. cit., vol. III, p. 175.
38Así como los intrusos fueron considerados regatones, también los revendedores
recibieron el mismo apelativo : en 1590, Gonzalo Gómez, un español avecindado en
la ciudad, denunciaba que « los taberneros han tomado por grangería [costumbre]
comprar pan, lena, candelas, jabón... y lo embodegan y lo revenden muy bien.
Ninguna cosa compran los vecinos de la ciudad de México de primera
venta ».40 Gómez describió que la reventa estaba tan extendida que incluso los
funcionarios reales la practicaban : « A los indios comarcanos de esta ciudad y diez
leguas a la redonda se les manda que traigan los viernes para el sustento de los
vecinos, huevos, pescado, ranas y gallinas. Lo que traen entra en poder de una
persona que el virrey tiene señalada, el cual lo reparte entre los oidores, alcaldes de
corte, fiscal, oficiales de la Real Audiencia, secretarios y relatores ». Estos
funcionarios « hacían grangería de este beneficio » y era tan conocida esta práctica,
dice el autor, « que los vecinos que desean comprar gallinas, van a comprarlas a
casa de los justicias y de otros que las sacan ».41 Este testimonio nos revela que
aunque el abasto gratuito estaba prohibido, los funcionarios reales continuaban
recibiendo bastimentos los días viernes y obtenían ingresos extraordinarios
vendiendo los víveres que no iban a consumir.
 42 Guía de las Actas de..., p. 597, no. 4393, I, en Silvio Zavala : op. cit., vol. III, p.
409.
 43 Alberto Maria Carreño :La vida económica y social de Nueva España al finalizar el
siglo XVI. Anti (...)
 44 Ibid., p. 121, en Silvio Zavala : op. cit., vol. III, pp.174 y 175.

39No sólo los españoles se beneficiaban con la « regatonería », también los


indígenas practicaban la reventa ; en 1582, el Cabildo solicitó al virrey conde de la
Coruña que se prohibiera a los indios ser « regatones » del maíz, ni en la plaza ni
en sus casas, y pedía que se les vedara la compra de maíz en la ciudad.42 Otros
ejemplos demuestran que las castas también practicaban la intermediación : en
1590, Gonzalo Gómez de Cervantes registró que : « todos los bastimentos que se
traen a esta ciudad los atraviesan [conducen]negros y mulatos. Antes, cuando
amanecía entraban en la plaza muchas cantidades de indios a vender verdura y todo
género de legumbres y frutas ; y ahora, no llegan a la plaza porque salen 500 negras
y mulatas libres y lo traen a revender ».43 Sobre los elevados precios de reventa
Gómez anota una experiencia Personal : « a mi casa llegó un negro [dependiente]
de un mercader cargado de gallinas a venderlas a tres reales, de manera que el que
las sacó de la almoneda real ganó en cada una dos reales.44
 45 AGN : Ordenanzas, doc. VI, pp. 34-35. Ordenanzas II, 244v-245, en Silvio
Zavala :op. cit., vol. I (...)

40La « regatonería » no se limitó a la intermediación y reventa sino que desde época


temprana diversificó sus mecanismos hacia las adquisiciones anticipadas : en 1580,
el virrey Martín Enríquez es informado que « muchas personas, así regatones como
de otra calidad, compran a los indios semillas de trigo, maíz, garbanzos, lentejas y
les dan dineros adelantados, antes que se cojan [cosechen], y aun antes que se
siembren ».45Ciertamente hay que mencionar que la regatonería no era del todo
perjudicial como pensaban las autoridades, pues estos « dineros adelantados »
convertían a los regatones en una especie de promotores del crédito agrícola.

DE LOS TIANGUIS SEMANALES A LOS « PUESTOS


DE INDIOS » DE LA PLAZA MAYOR
41Como hemos visto, una vez que las autoridades novohispanas recibieron permiso
de la corona para obligar a los indígenas a mantener bien abastecidos a los vecinos
de la ciudad, tanto la Audiencia como el Cabildo se dedicaron a atraer a los
productores regionales, restringiendo la movilidad de los productos, fijando los
precios e imponiendo su forzoso traslado y venta en la capital, para que los víveres
llegaran al público de « primera mano ».
 46 Historia del movimiento obrero en México. Legislación del trabajo en los
siglos XVI,XVII y XVIII.(...)
 47 Montemayor-Beleña : op. cit., 1787, tomo I, p. 91, en Silvio Zavala : op.
cit., vol. III, p. 406.
 48 Joaquín Garcia Icazbalceta: Obras. Imp. de V. Agüeros, México, 1898, VII, pp. 124-
126.

42Aunque el sistema indígena de tianguis semanales resultaba bastante sugestivo


por su ancestral organización y como recurso que evitaría que las ventas se llevaran
a cabo en los domicilios de los regatones, las autoridades, temerosas de infringir el
principio segregacionista (traza y barrios), y atendiendo a que los tianguis se
ubicaban fuera del casco español, optaron por un mercado de víveres disperso en
varios sitios dentro de la traza : en 1579 se orden que « la venta de las gallinas se
celebrara en la Plaza Pública [la Plaza Mayor]46, en 1585 el virrey dispuso que el
maíz y la leña se vendieran « en la plazuela que esta adelante de las escuelas » [ la
plazuela del Volador, hoy edificio de la Suprema Corte de Justicia], la carne habría
de venderse « en la plazuela que esta adelante del Hospital del Amor de Dios » [
plazuela de Jesús], y las frutas y el atole, « en las plazas públicas »47. Sin embargo,
el mayor contingente de vendedores parece haberse congregado en los tianguis
semanales y a ellos acudían los vecinos de la capital. Así lo registró el viajero inglés
Enrique Hawks48, quien en 1572 opinaba que la ciudad se hallaba bien abastecida,
pues « hay cada semana tres ferias o mercados sumamente concurridos, así de
españoles como de indios, una de estas ferias se hace el lunes en el mercado de
San Hipólito [atrio de la iglesia de san Hipolito, hoy Paseo de la Reforma y Avenida
Hidalgo], el de Santiago [Tlatelolco] es el jueves y el de San Juan [hoy Mercado de
San Juan] el sábado ».

43El tránsito de los tianguis semanales al mercado permanente nos es desconocido


en sus detalles, pero suponemos que los « puestos de indios » de la Plaza Mayor,
en la medida de su centralidad y de las exenciones de rentas, comenzaron a sustraer
importancia y energía a los establecimientos semanales. Un mercado permanente
exigía una enorme demanda, la cual, considera, sólo se desarrolló hasta finales del
primer siglo de dominación colonial. Pero cabe preguntarse ¿por qué un mercado
de bastimentos en la Plaza Mayor ? Existen varias respuestas tentativas : para las
autoridades no existía en la ciudad una mejor finca para esa actividad. Ahí se
verificaba, desde su perspectiva, la mejor vigilancia y control, lo que se compraba y
vendía « se hacía a la vista de todos », y la fuerza pública podía acudir prontamente
a calmar las disputas o inconformidades. Por otro lado, resultaría absurdo asentar
el mercado sobre una finca por la que se tuviera que pagar una renta.

44El Cabildo como propietario de la plaza debió ofrecer a los indígenas opciones
atractivas para hacerlos acudir diariamente a vender : « ninguna contribución por la
introducción », « no ser objeto de despojos ni agravios » ; lesprometió que
solamente ellos podrían negociar con los bastimentos, y que no pagarían renta por
sus puestos en el mercado de la Plaza Mayor.
 49 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 2, año de 1658.
45A pesar de que no hay información precisa sobre cuándo se establecieron de
manera permanente, lo cierto es que para el año de 1609, cuando el virrey Luis de
Velasco II revocó las « licencias » de los llamados « baratilleros », se puntualizó que
la ordenanza exceptuaba a los « puestos de indios » que abastecían a la
capital,49 lo que es indicativo de que a principios del siglo XVII ya existía un
mercado regular conducido por los indigenas sobre la superficie de la plaza.

 50 Idem.
 51 Idem.
 52 Idem.
46A mediados del siglo XVII, el virrey Francisco Fernández de la Cueva, duque de
Alburquerque, como consecuencia de un incendio que arrasó con los « cajones de
ropa », dispuso una agrupación tanto de las tiendas como de los tenderetes. Para
los « puestos de indios » señalo el lado sur de la plaza, a lo largo del embarcadero
de la acequia.50 El alguacil realizó la asignación de sitios en 1654 y « sentó a las
indias en sus puestos en símbolo de posesión »51. Cabe advertir que tales « actos
de posesión » implicaron el pago de una renta o pensión semanal, como veremos
en detalle en el quinto capítulo. Como consecuencia de estas diligencias, las
naturales del barrio de Necatitlan y las de la parcialidad de San Juan obtuvieron
confirmación virreinal y « posesión de los sitios » para vender lanas teñidas a la
orilla de la acequia. Similar confirmación obtuvieron los leñadores de Xochimilco,
en 1655, para levantar sus jacales junto al embarcadero52.

DESPUES DEL MOTÍN DE 1692


47Las causas y episodios trágicos del motín se detallan en el apartado « El 8 de junio
de 1692 » del capítulo siguiente. Aquí nos limitamos a enumerar las medidas
gubernamentales emitidas después del « alboroto » concernientes a los « puestos
de indios ».
 53 Véase Edmundo O'Gorman : « Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de
la ciudad de Méxic(...)

48Los informes policiacos sobre el motín de la noche del 8 de junio de 1692


responsabilizaron a los indios. El virrey conde de Galve ordenó reactivar el principio
de separación étnica53 en el que se prohibía que los indios vivieran o pernoctaran
en la ciudad. A los indígenas que acudían diariamente a la plaza a vender, se les
mandó « usar su natural traje », se les prohibió « traer melena ni capote », y debían
salir del casco de la ciudad y regresar a dormir a sus barrios sin excusa. Para vigilar
su conducta mientras laboraban en la ciudad, apareció una disposición para
contener la entrada de pulque y mantener su prohibición.
 54 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 2, ff. 7 y 8, año de 1693.

 55 Ibid., ff. 21 y 22.

49Asimismo el virrey ordenó al Cabildo que agrupara en un sólo paraje los llamados
« puestos de indios »54. El Cabildo prometió al virrey un arreglo de los puestos
« formando calles con distinción para las fruteras, las verduleras, semilleras,
mecateras y las demás cosas que venden, acomodados por calles capaces por donde
pueda entrar y salir un coche »55. Además, para calmar los temores del virrey
acerca de la vigilancia de la plaza, el Ayuntamiento vendió, por primera vez, la
administración y recaudación de los puestos y mesillas de la Plaza Mayor a un
asentista o concesionario particular. Desde 1694, Francisco Cameros, vecino de la
ciudad, administró los mercados de bastimentos y el Baratillo de la Plaza Mayor
como un negocio particular hasta 1745. La gestión de este personaje a cargo de los
« puestos y mesillas » lo detallaré en el quinto capítulo.

50En suma, hemos visto cómo el desarrollo azaroso del mercado de bastimentos
fue resultado de un doble discurso : por una parte unas disposiciones que
asignaban a los indígenas la comercialización de los bastimentos con carácter
exclusivo y ciertos privilegios para atraerlos hacia là plaza. Por otra parte, otras
disposiciones permitieron la intromisión de regatones, españoles, mestizos y castas
que inhibían la presencia indígena y acabaron por marginar a los indios a la mera
conducción y venta. Aun así, los « puestos de indios » de la Plaza Mayor se
consolidaron como un mercado permanente que ofrecía sus vituallas todos los días
de la semana y producía, por concepto de rentas, quinientos pesos anuales a la
tesorería de la ciudad.
NOTAS
1 Enrique Valencia : La Merced : Estudio Ecológico-social. INAH, México, 1966. José de
Jesús Rangel : La Merced : Siglos de comercio. CANACO, México, 1983. Carlos Quintanilla
Echegoyen : Los espacios del comercio en México. canaco-Ed. Limusa, México, 1992.
2 El trabajo de José Miranda se encuentra citado en Silvio Zavala : El servicioPersonal de
los indios en la Nueva Espana. COLMEX-E1 Colegio Nacional, México, 1984, vol. I, p. 295.
3 Ibid., pp. 297, 298 y 299.
4 Veáse Ross Hazig : Comercio y transportes en el valle de México, siglo XVI.Nueva
Imagen, México, 1996.
5 Fray Toribio de Benavente, Motolinía : Memoriales (15 de mayo de 1550).UNAM, México,
1971.
6 Cartas de Indias, Madrid, 1877, n. 18, pp. 93, 94 en Silvio Zavala : op. cit., p. 201.
7 Véanse Charles Gibson : Los aztecas bajo el dominio español. Ed. Siglo XXI, México,
1986, pp. 369 y 370 ; y James Lockhard : Los nahoas después de la
conquista. fce, México, 1999, pp. 274 y 275.
8 Libros de Gobierno del virrey Velasco. AGN, México, 1982, fol. 132v y 133r, 20 de mayo
de 1551, en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, p. 206.
9 James Lockhard : op. cit., pp. 274-286.
10 Silvio Zavala : op. cit., vol. II, p. 204.
11 Vasco de Puga : Provisiones, cédulas, instrucciones de Su Majestad, ordenanzas de
difuntos y audiencia para la buena expediciôn de los negocios y administración de justitia
y gobernación de esta Nueva España y para el buen tratamiento y conservación de los
indios, desde el año 1525 hasta este presente del 63. José Maria Sandoval, 1878-1879,
México, 2 vols., ff. 33v-36v, año de 1528.
12 Carlos Quintanilla Echegoyen : Los espacios del comercio en México. Limusa, México,
1992, p. 50. Este autor afirma que a finales del siglo XVI « los mercados urbanos de
víveres pasaron a manos de los españoles, acabando así con el privilegio indígena ». El
mercado de bastimentos quedó fuera de su control.
13 Alejandra Moreno Toscano : « El siglo de la conquista » en Historia General de
México, vol 2. COLMEX, México, 1980, p. 62.
14 Diego de Encinas : Provisiones, cédulas, capítulos de ordenanzas, instrucciones y
cartas... tocantes al buen gobierno de las Indias y administración de la justicia en
ellas. Madrid, 1596, 4 vols. Hay reedición en facsímil de Ediciones Cultura Hispánica,
Madrid, 1945. Real Cédula del 12 de mayo de 1551 en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, p.
207.
15 Recopilación de Leyes de Indias, libro VI, tít. 12, ley VII, en Silvio Zavala : op. cit., vol II,
p. 203, nota 263.
16 El libro de las tasaciones de pueblos de la Nueva España. Siglo XVI. AGN, México, 1952,
p. 210, en Silvio Zavala : op. cit., vol. I, p. 299.
17 Mariano Cuevas : Documentos inéditos del siglo XVI para la historia de
México, reedición facsimilar. Biblioteca Porrúa 62, México, 1975, p. 191, en Silvio
Zavala : op. cit., vol. II, p. 209.
18 José Miranda : La función económica del encomendero en los orígenes del régimen
colonial. (Nueva España, 1525-1531). UNAM, serie Histórica no. 12, México, 1965, p. 205,
en Silvio Zavala : op. cit., vol. I, p. 295.
19 Guía de las Actas de Cabildo de la Ciudad de México. Siglo XVI. fce, México, 1970, p.
286, no. 1981, en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, p. 215.
20 Cartas de Indias. Madrid, 1877, n. 49, reedición facsimilar, Guadalajara, 1970, p. 263.
Carta del virrey Velasco al Emperador de 4 de mayo de 1553, en Silvio Zavala : op.
cit., vol. II, p. 207.
21 Libros de Gobierno del virrey Velasco. AGN, México, 1982, fols. 424v. y 425r, en Silvio
Zavala : op. cit., vol II, p. 207.
22 Colección Muñoz. El Catálogo ha sido publicado por la Academia de la Historia,
Madrid, 1956. Carta al Emperador de 8 de marzo de 1552 en Silvio Zavala : op. cit., vol. II,
p. 202.
23 Vasco de Puga : op. cit., vol. II, 188, en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, p. 203.
24 Guillermo Porras Muñoz : Reflexiones sobre la traza de la ciudad de México.DDF,
Ciudad y Cultura, México, 1987.
25 Silvio Zavala : op. cit., vol. I, p. 306, y vol. II, pp. 204-206.
26 Libros de Gobierno del virrey Velasco, op. cit., fols. 65v. y 66r, en Silvio Zavala : op.
cit., vol. II, p. 205.
27 Charles Gibson : op. cit., pp. 365 y 366.
28 Guía de las Actas, op. cit., p. 381, no. 2662, II, en Silvio Zavala : op. cit., vol.II, p. 215.
29 Colección de documentos inédites relativos al descubrimiento, conquista y
organización de las antiguas posesiones españolas de ultramar. Real Academia de la
Historia 1885-1931, Madrid, vol. XXI, pp. 254-268.
30 Charles Gibson: op. cit., p. 365.
31 31 Silvio Zavala : op. cit., vol. II, pp. 202, 203, 206, 403, 404 y 406.
32 Vasco de Puga : op. cit., vol. II, p. 188, en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, pp. 202 y 203.
33 Cartas de Indias, op. cit., p. 96, en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, p. 201.
34 Yoma y Martos : op. cit., pp. 99-105, y Maria de la Luz Velásquez : Evolución de los
mercados en la ciudad de México. Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, 1997,
pp. 40 y 41.
35 Montemayor y Córdova de Cuenca, Juan Francisco : Recopilación sumaria de algunos
autos acordados de la real Audiencia... Chancillería de la Nueva España,México, 1678.
Reedicion de Eusebio Bentura Beleña, 1787, tomo i, p. 52, n. 87. (Reedición en
facsímil, UNAM/ Instituto de Investigaciones Jurídicas, serie A, Fuentes b, Textos y estudios
legislativos, 27, México, 1981.) En Silvio Zavala : op. cit., vol. III, p. 403.
36 AGN : Ordenanzas, doc. VI, pp. 34-35. Ordenanzas II, 244v-245, en Silvio Zavala : op.
cit., vol. III, pp. 404 y 405.
37 Véase Enrique Florescano: « El abasto y la legislación de granos en el
sigloXVI », Historia Mexicana, México, vol. XIV, no. 4, abril-junio 1965, pp. 567-630.
38 Francisco Barrio Lorenzot : El trabajo en México durante la época colonial. Ordenanzas
de gremios de la Nueva España. Secretaría de Gobernación, México, 1920, p. 26l, en Silvio
Zavala : op. cit., vol. III, p. 406.
39 Véase Marcela Dávalos : « Los espacios públicos en los barrios indigenas de la Ciudad
de México, siglo XVIII », en Los espacios públicos de la ciudad, siglosXVIII y XIX. Instituto de
Cultura de la Ciudad de México, México, 2002, pp. 110-128 y « Descorporativización y
despojo en los barrios indigenas. Ciudad de México, siglos XVIII y XIX », en Continuidades y
rupturas urbanas en los siglos XVIIIy XIX, un ensayo comparativo entre México y
España. Consejo del Centro Histórico de la Ciudad de México, México, 2000, pp. 349-362
40 El texto de Gonzalo Gómez de Cervantes se conserva en el British Museum, Ms. 22826,
202 folios, 13 láminas. Lo ha publicado Alberto María Carreño, dándole el título de La vida
económica y social de Nueva España al finalizar el siglo XVI. Antigua Librería Robredo de
José Porrúa e Hijos, México, 1944 (Biblioteca Histórica de Obras Inéditas, 19), p. 100, en
Silvio Zavala : op. cit., vol.III, pp. 168 y 169.
41 Ibid., p. 121, en Silvio Zavala : op. cit., vol. III, p. 175.
42 Guía de las Actas de..., p. 597, no. 4393, I, en Silvio Zavala : op. cit., vol. III, p. 409.
43 Alberto Maria Carreño : La vida económica y social de Nueva España al finalizar el
siglo XVI. Antigua Librería Robredo de José Porrúa e Hijos, México, 1944 (Biblioteca
Histórica de Obras Inéditas, 19), p. 99, en Silvio Zavala : op. cit.,vol. III, pp. 168 y 169.
44 Ibid., p. 121, en Silvio Zavala : op. cit., vol. III, pp.174 y 175.
45 AGN : Ordenanzas, doc. VI, pp. 34-35. Ordenanzas II, 244v-245, en Silvio Zavala : op.
cit., vol. III, pp. 404 y 405.
46 Historia del movimiento obrero en México. Legislación del trabajo en los
siglos XVI, XVII y XVIII. Dapp, México, 1938, p. 45. Lo ordenado por el virrey Don Martin
Enriquez en Silvio Zavala : op. cit., vol. III, p. 404.
47 Montemayor-Beleña : op. cit., 1787, tomo I, p. 91, en Silvio Zavala : op. cit.,vol. III, p.
406.
48 Joaquín Garcia Icazbalceta: Obras. Imp. de V. Agüeros, México, 1898, VII, pp. 124-126.
49 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 2, año de 1658.
50 Idem.
51 Idem.
52 Idem.
53 Véase Edmundo O'Gorman : « Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la
ciudad de México », Boletín del Archivo General de la Nación, vol.IX, no. 4, México, 1938,
pp. 787-815.
54 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 2, ff. 7 y 8, año de 1693.
55 Ibid., ff. 21 y 22.

III. El mercado de manufacturas artesanales o el


«Baratillo de la Plaza Mayor»
p. 73-99

1Este capítulo aborda el mercado del «Baratillo», otro de los tres mercados
permanentes que se asentaban en la Plaza Mayor, mercado de manufacturas
artesanales, usadas y nuevas. Aunque el capítulo pretende reseñar la historia del
Baratillo durante los siglos XVI y XVII, me centraré en la última década de esa centuria
debido a que en esos años calamitosos de sequías, epidemias, inundaciones y
motines urbanos, las autoridades virreinales dictaron una serie de disposiciones que
subrayaban la importancia de «extirparlo», justificando la medida por motivos de
seguridad pública. Los abundantes documentos sobre esas medidas
reglamentaristas, emitidas en 1689, 1692, 1693, l696 y 1699 nos permiten hoy día
hacer un análisis detallado del origen y desarrollo de aquel mercado peculiar.
2Los funcionarios peninsulares en las ordenanzas emitidas durante esos diez años,
mostraron estar convencidos de que el Baratillo de la Plaza Mayor se «había viciado»,
dejando de ser lo que se había planeado originalmente: un grupo reducido de
menesterosos que se mantenían de la venta de productos de segunda mano. Ahora,
en el Baratillo de la plaza, afirmaban, se sucedían actos fraudulentos y actividades
ilícitas. Los argumentos de esos funcionarios a favor de su desaparición nos dejaron
entonces la posibilidad de construir un relata detallado del paisaje mercantil que
predominaba en el Baratillo de la Plaza Mayor durante aquella década turbulenta.

LAS «MESILLAS» DEL BARATILLO


3Las «mesillas» o tenderetes se ubicaron en el centro de la plaza, entre las tiendas
o «cajones» al poniente, y «los puestos de indios» junto a la acequia. Una hipotética
«licencia real» del siglo XVI auspició su fundación y convirtió el centro «y corazón de
la plaza» —como se decía en esos años— en una especie de zona comercial de
tolerancia donde los puntillosos privilegios monopolistas de los mercaderes
profesionales de la Ciudad de México se desvanecían tenuemente permitiendo a los
vecinos pobres desarrollar un mercado donde se compraban y vendían artículos de
segunda mano. Así explicaban los oidores de la Audiencia su origen:
 1 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 2, ff. 1, 2 y 3, año de 1689.

el baratillo se hizo [por] la necesidad y miseria de los pobres que venden en aquel
puesto y lugar sus cosas, alhajas y menudas baratijas para remediar su miseria, con
la miseria de lo que dan por ellas, y aquello que, ó por su despreciable calidad y
baja estimación, por viejo y servido no se vende ni expone a comprador en lugar
más recomendable, como tienda o cajonse lleva al baratillo, donde suelen asistir
compradores de la es- fera y calidad que son las cosas que allí se venden y trafican.1

4Muy pronto su ubicación céntrica, así como la protección de la corona que


garantizaba su funcionamiento, atrajo otros rubros mercantiles: en el Baratillo se
verificaba el comercio de «avería» —se llamaba así a los artículos ultramarinos
deteriorados durante el viaje desde Sevilla o Manila hasta México que por su
«calidad despreciable» no se ponían a la venta en las tiendas o cajones—, Además,
ocurrían en el Baratillo los «remates», es decir, los vecinos apremiados por una
deuda, llevaban a rematar sus posesiones para conseguir dinero en efectivo:
«porque la alhaja de plata, o de otra calidad, que notoriamente vale 20 pesos, ahí
la dan por seis u ocho». También fueron considerados baratilleros los productores
de manufacturas artesanales nuevas, tanto indígenas como europeas elaboradas al
margen de los gremios, tales como zapatos, sombreros, canastas, petates, sillas,
camas y herrajes.

5Como vemos, detrás de la fachada de un mercado pintoresco de productos usados,


el Baratillo reunía diversos rubros y participaban en él buena parte de los grupos
que integraban la sociedad capitalina. En términos económicos, el rasgo que
individualizaba a los baratilleros era el comercio menudista. La cobertura de una
demanda amplia y regular —la de los grupos populares— que por su condición
social quedaba excluida de las clientelas linajudas del comercio de los cajones,
garantizó su desarrollo como un mercado permanente que ofrecía sus servicios
«todos los días de la semana, incluyendo los festivos y más solemnes», además de
permanecer abierto «a las horas del más profundo sueño». Según un funcionario de
la Real Audiencia, «en el curso de una tarde se podía adquirir en el Baratillo todos
los menages de casa» necesarios para amueblar un hogar.

6Hay que considerar que en un principio se trató de un número reducido de


vendedores en el cual predominan las referencias a «hombres solos»,
«vagamundos», «hombres en cuadrillas que pululan por el reino sin oficio fijo».
Estos personajes pueden ser considerados inmigrantes recién llegados que se
hallaban ante la disyuntiva de asimilarse como dependientes de los vecinos ya
establecidos, o marchar «tierra adentro» en busca de nuevas oportunidades.
Probablemente la corona pretendía que el Baratillo permitiera subsistir —mediante
la venta menuda— a los colonos apenas desembarcados, concentrarlos en un paraje
céntrico y, bien vigilados, evitar que vagaran por la ciudad o el reino.

7A principios del siglo XVII la situación comenzó a cambiar. En 1609, la Audiencia


denunciaba una abundancia de hombres que dejaban los oficios para dedicarse al
comercio y señalaban que el Baratillo era el punto de encuentro de reuniones
sospechosas, «pues habiendo en el innumerable pueblo de México tantos ociosos y
vagamundos habían viciado este lugar, haciéndole concurso de viciosos, mal
entretenidos y peor ocupados en vender lo que hurtan».

8Según las autoridades, la proliferación de los robos en la ciudad se explicaba por


tener en el Baratillo «fácil salida a lo que se hurta», ya que al tener dónde vender
sin ser molestados, sin tener que dar explicaciones sobre la procedencia de los
productos, el comercio de artículos robados se practicaba a la vista de todos,
 2 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 2, ff. lv y 2, año de 1689.
pues la experiencia estaba manifestando que semejante concurso y tan numeroso
era la oficina y causa de los robos que se cometían, siguiéndose tan inmediatamente
que apenas se ha substraído cuando públicamente se está vendiendo, que como se
acuda con presteza había sucedido en muchas ocasiones hallar el dueño lo que le
han quitado estando vendiéndolo el ladrón y que se compra por cualquiera sin
recelo ni recato alguno haciendo de esto granjena [costumbre].2

9Como vemos, las autoridades lo relacionaron con los actos delictivos y el comercio
fraudulento. Tres rubros no muy loables coadyuvaron a aumentar la popularidad
del Baratillo: el comercio de artículos robados, la venta de «artículos prohibidos» —
que eran los productos «de Castilla y de China» que ingresaban sin registro a la
Nueva España—, y el contrabando —las manufacturas inglesas, holandesas y
francesas que introducían ilegalmente los piratas.
 3 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 1, ff. 1 y 2, año de l6ll.
 4 Ibid., ff. 4 y 4v., año de 1689.
 5 Idem.

10Debido a estos informes, la Audiencia solicitó que la licencia real que amparaba
a los baratilleros fuese revocada y que las autoridades de la ciudad se hicieran cargo
de la vigilanciade los baratilleros. Por una Real Cédula de 1611, la corona revocó la
licencia y mandé que en adelante los baratilleros quedaran bajo la tutela del
Ayuntamiento. Desde ese año los «mesilleros» comenzaron a pagar una renta
semanal por los sitios o «huecos» de la plaza a la tesorería3. Así, como
contribuyentes de la ciudad, aunque con algunas turbulencias, el mercado del
Baratillo se desarrollé sólidamente. Si durante el siglo XVII algunos virreyes lo
prohibieron, como en 1635,1654 y 1689, otros lo toleraron como un mal necesario,
«pues como es inmenso el número de necesitados que hallaban y tenían su recurso
en este público lugar, su conmiseración o importunidades impetraron de los
excelentísimos señores virreyes alguna dispensación»4. Algunos lo permitieron en
parajes específicos y otros definieron ciertos días de la semana para la venta; lo
cierto es que durante la década de 1670, cuando Sor Juana Inés de la Cruz ya era
un personaje y gobernaba su amigo el virrey Payo Rivera, el Baratillo de la Plaza
Mayor funcionaba «todos los días de la semana, y aun los festivos y más
solemnes»5.

EL BANDO PROHIBITIVO DE 1689


 6 Véase Martos Lopes y Yoma Medina: Dos mercados en la historia de la Ciudad de
México: El Volador y (...)

11Desde su llegada a la capital en 1689, el virrey conde de Gálve fue informado de


las grandes irregularidades que prevalecían justo en el centro de la plaza, pero
también recibió noticias sobre la función social que el Baratillo desempenaba en el
abasto de los grupos urbanos pobres, que sin ese recurso probablemente quedarían
desabastecidos.6
 7 Carlos de Sigüenza y Góngora: «Alboroto y motín de México del 8 de junio de
1692», en El lector no (...)
 8 Leonard A. Irving: La época barroca en el México Colonial. FCE, colección Popular no.
129, México, (...)

12Cabe senalar que no todos los vecinos de la capital compartían la opinión negativa
expresada por los oidores de la Audiencia, pues don Carlos de Sigüenza y Góngora
opinaba por esos años que el Baratillo no era más que «el centra donde concurren
a vender trapos viejos y semejantes trastes, cuantas líneas de zaramullos se hallan
en México».7 Pero Don Carlos de Sigüenza no tenía gran influencia en los
corredores de Palacio.8

13Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que el 21 de noviembre de 1689, el conde de


Gálve mandó pregonar un bando prohibitivo
 9 aHCM: Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 1, ff. 7 y 8, «Bando prohibitivo del conde
de Gálve de 1 (...)

para que ninguna persona de cualquier estado y calidad que sea, en ningún día del
ano, asista en el Baratillo, venda, trate ni contrate, cosa alguna de las que hasta aquí
llevaban a él, así nuevas como viejas, ni de otra cualquiera suerte, ni tampoco lo
hagan, con el pretexto de vender guarniciones [alimentos], sillas, cojinillos,
estribos, ni trastos ni alhajas de que se solía surtir. Pena de perdimiento de todas
las alhajas y cosas con que se les hallaren más 100 azotes para los indios y castas,
y para los españoles, 2 años de destierro a 20 léguas de la ciudad.9

14Este bando nos permite comprobar algunos rasgos del comercio urbano a finales
del siglo XVII: en primer lugar nos informa que el Baratillo era un mercado
permanente y bien concurrido, diferente de los «cajones» o tiendas y de los «puestos
de indios»; el texto nos pone al tanto de una amplia participación social: indios,
castas, españoles. También nos informa que los «baratilleros» conducían un
verdadero mercado de manufacturas artesanales, nuevas y usadas. Los castigos
diferenciados para los infractores —tales como confiscación, azotes o destierro—
nos remiten a una sociedad estratificada en diferentes condiciones sociales
determinadas por la procedencia étnica, además de presentarnos a unas
autoridades que, más que atentas a la regulación de la actividad mercantil, se
sienten temerosas de perder el control y por lo tanto se muestran dispuestas a
aplastar cualquier insubordinación.

15El hecho de que el bando se pregonara sucesivamente durante varios años


comprueba que, no obstante el interés de las autoridades virreinales por garantizar
la seguridad de la capital, el Baratillo de la Plaza Mayor permaneció incólume
después de aquella embestida virreinal.
 10 Ibid., f. 9v, ano de 1692.

16Un año después de su promulgación, en 1690, el conde de Gálve declaró


desconcertado que la «extirpación» del Baratillo estaba atascada en disputas
jurisdiccionales y no había llegado a tener efecto; consideraba, además, que la
costumbre de delegar las comisiones municipales en subalternos de menor rango
había condicionado su mala ejecución, pues decía que «su duración seguía
produciendo irreparables perjuicios como el que le hubiera en otras de las plazas o
lugares públicos de la ciudad». Sorprendido admitía «que siendo antes uno, llegaron
a reconocerse baratillos en otras plazas y calles». Tal vez lo que había sucedido es
que los regidores, para no dejar de captar las cuotas de los baratilleros, reubicaron
las «mesillas» portátiles fuera de la plaza, donde continuaron su comercio
desafiante. No cabe duda que el trabajo de baratillero era riesgoso y sólo con la
complicidad del Ayuntamiento se explica su persistencia. Gálve enfatizaba que los
nuevos baratillos también operaban sospechosamente, «con el abuso, bullicio y
confusión de gentes de todas calidades que al Baratillo concurren, así a comprar
como a vender prendas y otros géneros, sin asiento en puestos públicos y
descubiertos, sino comerciándolos a el contrario furtivamente, de paso, y
trayéndolos debajo de las capas, a escondidas, y sin excepción de días festivos ni
horas algunas».10 Una y otra vez aparece la mezcla social, los locales indecorosos
y los vendedores «viandantes» o «a la mano» pululando entre los puestos
(«casuchas» y jacales).

EL 8 DE JUNIO DE 1692
 11 Carlos de Sigüenza: op. cit., pp. 440 y 441.
17Una causa importante del «Motín de 1692» fue una verdadera hambruna que azoté
el valle de México durante el último lustro del siglo XVII. A una sequía del año 1690
siguieron lluvias torrenciales y una inundación de la capital en 1691, cuyos efectos
inmediatos, según noté Sigüenza, fueron el aumento del precio del maíz, que se
elevó de tres pesos a ocho y nueve pesos la carga,11 y con tal incremento el de los
comestibles en general.
 12 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 2, ff. 7 y 8, año de 1689.

18Los documentos muestran las reacciones de los distintos grupos sociales ante
aquella crisis. Los oidores de la Audiencia pedían que se castigara «a los hombres
divididos en cuadrillas que andaban por todos los caminos» asaltando a los viajeros.
Los españoles se quejaban de «los muchos robos y escalamentos [asaltos] que se
sucedían en la capital». Los indios se lamentaban del hambre a causa del
reducidísimo abasto de maíz. Las castas protestaban porque se había prohibido el
Baratillo y su comercio menudo estaba en quiebra.12
 13 Carlos de Sigüenza: op. cit., p. 455.
 14 Ibid., p. 447.

19Según Sigüenza, todos los grupos sociales padecían los efectos de la escasez, y
en aquel tiempo en el que predominaba una población iletrada, los rumores
abundaban por las calles y en las plazas. Don Carlos de Sigüenza explica que los
indios andaban solícitos en «pláticas sediciosas», en especial los del barrio de
Santiago [Tlatelolco], según había confesado un sedicioso llamado Ratón. De lo que
oían en los corrillos y «del miedo que presumían», los españoles y criollos no
dudaban «que los indios se levantarían con la tierra».13 Para aliviar la candente
situación, el conde de Gálve mandó a los regidores a realizar compras forzosas de
maíz y trigo en los pueblos y haciendas de las inmediaciones. Estos embargos
aumentaron el descontento entre los labradores del valle, quienes pensaban «que
no cabía ni en razón política ni en piedad cristiana [...] quitarles a ellos el sustenta
por darlo a México».14
 15 Ibid., pp. 453 y 454.

20Sigüenza y Góngora refiere que debido a la carestía de alimentas, «muchísimos


españoles, los negros, los mulatos y los sirvientes de las casas comían tortillas [...]
las indias que las sabían hacer las vendían en la plaza y en bandadas por la calle [...]
las ganancias traían a las indias hacia la Alhóndiga en tan crecido número que unas
a otras se atropellaban para comprar maíz15. El 8 de junio de 1692 el alguacil de
la Alhóndiga, al tratar de aplacar el bullicio que provocaban las mujeres en busca
de granos, golpeó aparatosamente a una compradora. Este incidente desencadenó
la tensión acumulada. A las tortilleras se unieron los baratilleros y las castas y
culminó con el gran incendio de la Plaza Mayor, de sus mercados, y que se extendió
al Palacio Virreinal y las Casas de Cabildo.
 16 Seguramente se referían a la llegada de la flota comercial al puerto de Veracruz
durante el otoño(...)
 17 Carlos de Sigüenza: op. cit., pp. 464 y 465, y 473-476.

21Los mercados de la Plaza Mayor fueron el escenario de este aparatoso incidente.


«Al saqueo de las tiendas de españoles, se lanzaron todos los indios, zaramullos
[baratilleros], mulatos, negros, chinos, mestizos, lobos, vilísimos españoles, así
gachupines como criollos», y subrayó que «no faltó el mercader que se robó a sí
mismo». Los grupos populares primero cayeron de golpe sobre los cajones donde
había hierro para así tener hachas y barretas. Ya armados, destrozaron los puestos
o jacales cercanos a la horca y desde ahí, comenzaron a apedrear el Palacio. Como
el incidente tomó desprevenida a la guardia, ésta contesté el ataque únicamente
con pólvora. Los indios, expresa Sigünza, corrieron al abrigo de los cajones para
protegerse, y al reconocer que sólo se trataba de pólvora, les gritaban, saltando y
dándose grandes palmadas en las barrigas, «¡Tirad, tirad y si no traéis pelotas echad
tomates!». Y así, el relato de ese autor termina con la retirada de la gente enardecida
que gritaba: «Españoles ya vino la flota16. Andad mariquitas a los cajones a
comprar cintas y cabelleras»17.
 18 Edmundo O'Gorman, «Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la
ciudad de México», Bole(...)
 19 Maria de la Luz Velásquez: Evolution de los mercados en la ciudad de México hasta
1850. DDF, Conse (...)

22Para las autoridades, la forma verdaderamente indigna en que los indios, las
castas y la plebe urbana se habían «tumultuado» requería un castigo ejemplar. Entre
varias medidas fulminantes que el virrey ordeno desde el convento de San Francisco,
mandó reactivar el principio de separación étnica18, prohibié nuevamente el
Baratillo y extendié su persecución a las plazas de toda la ciudad.19 Para su
vigilancia, la ciudad se dividió en seis cuarteles que por primera vez abarcaron los
barrios. A los alcaldes y jueces se les encomendó evitar desórdenes que ocurrieran
en su demarcación y se organizaron rondas de vigilancia «a las horas del más
profundo sueño».
 20 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 3, ff. 11 y 12.

23Con similar determinación, el virrey mandó al Ayuntamiento una transformación


de la Plaza Mayor: habría de quedar lo mas «desembarazada», si los mercaderes y
la ciudad se empeñaban en mantener los «cajones» sobre su superficie, éstos sólo
se reconstruirían hechos de «piedra»20. Los «puestos de indios» habrían de
agruparse sobre una orilla de la plaza y el Baratillo, por supuesto, habría de
desaparecer. Estas providencias representaban para el Ayuntamiento gastos
enormes y, a la vez, disminución de ingresos. Los regidores tuvieron que discurrir
una reordenación de los espacios comerciales de la plaza que satisficiera los deseos
del virrey, sin que las arcas municipales desmerecieran.
 21 AHCM: Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exps. 1-8, 1694, 1696, 1698, 1700,
1707, 1716, 1725 y (...)

24Por primera vez, la administración y recaudación de «los puestos y mesillas de la


Plaza Mayor» se concesionó a un asentista particular. Desde 1694, como veremos
en el capítulo quinto, Francisco Cameros administró como un negocio particular los
mercados de bastimentos y Baratillo de la Plaza Mayor hasta 1745.21 Así,
asestándole al asentista la responsabilidad de acomodar por especialidades los
puestos portátiles y la vigilancia entre los puesteros, el Cabildo neutralizó la
furibunda reglamentación virreinal.

LAS FORMAS DE VENTA


 22 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, ex. 2, ff. 19-21, año de 1693.

25De manera enfática el virrey exigió a los cajoneros, como a los maestros de
oficios, que no aprovisionaran en sus tiendas y talleres a los baratilleros, para evitar
que los artículos de China y Castilla se vendieran «tendidos en petates» en la
plaza22. Este señalamiento aclara uno de los aspectos centrales del Baratillo. Para
que existiera un mercado permanente eran necesarios proveedores regulares, y
como vemos, los cajoneros eran quienes abastecían de mercaderías a los mesilleros
y en tanto propietarios de las mercancías se oponían al desalojo de los baratilleros.
 23 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 2, ff. 19 y 20, año de 1693.
26Según Gerónimo Chacón Abarca, miembro de la Real Audiencia, de nada habían
servido los bandos prohibitivos ni la organización de rondas de vigilancia en 1693
y 1694, pues el Baratillo seguía «sin saber con certidumbre los motivos de su nueva
introducción», sugiriendo enfáticamente «que los de tal ejercicio son muy
favorecidos de las primeras personas de caudal y crédito de esta ciudad».23 Las
deducciones del alcalde Chacón atribuían la permanencia del Baratillo a una
compleja red de dependencias crediticias en sustitución del sistema de «arrimos».
Se trataba de un grupo numeroso de pequeños vendedores vinculados con los
dueños de tienda y maestros de talleres que funcionaban como proveedores. Los
baratilleros tomaban a crédito ciertos productos para revenderlos al menudeo en
los puestos de la plaza. Cuando Cameros realizó un listado de los puesteros, se
descubrió que algunos cajoneros poseían tres o cuatro puestos en la plaza.
Recordemos que con la adscripción de los vendedores al ayuntamiento, los
comerciantes de menor jerarquía habían accedido a la posibilidad de separarse
espacialmente de sus patrocinadores tradicionales. Suponemos que los mercaderes,
al perder el control directo sobre los arrimados que ahora arrendaban sitios por su
cuenta, introdujeron selectivamente los créditos como una forma de seguir
controlando la venta menuda, pero ahora «a distancia».
 24 Idem.

27Para acabar con esas redes, en 1694 Chacón sugería exigir a los maestros que
manufacturaban estribos, frenos, espuelas, candeleros, muebles, arreos de
caballos, escopetas, botines, fundas y talabartes, «que vendiesen todo lo referido
en sus tiendas, sin darlo a persona ninguna de cualquier condición y calidad que
sea para que lo vaya a vender en el Baratillo, ni en las calles ni en los corredores de
la audiencia».24
 25 Idem.

28En franca oposición al doctor Chacón, el corregidor Leovardo Gorraez criticó la


propuesta de prohibir que los mercaderes y maestros de talleres limitaran su venta,
«pues como les había de constar si los que les compran son baratilleros o
no».25 Para Chacón la «extirpación» del Baratillo suponía dejar a los vendedores
sin abastecedores, para Gorraez tal medida inhibía el desarrollo del comercio
urbano, que por esos años experimentaba con incipientes líneas de crédito, a través
de los «zaramullos» o vendedores a consignación.
29La incompatibilidad de intereses también se pone de manifiesto en lo que cada
funcionario concebía como el espacio público. Chacón afirmaba que los puestos
portátiles deberían ubicarse en «lo más público de la plaza», refiriéndose a las orillas
o extremos, «a vista de las calles», para que en caso necesario la guardia pudiese
intervenir prontamente. Por su parte, Gorraez alegaba que el lugar más público de
la plaza era el centro y así justificaba que los puestos se asentaran «en el corazón
de la plaza». Como vemos, el choque de intereses se expresaba hasta en cuestiones
triviales. Los regidores no entendían o no querían entender los razonamientos de
las autoridades peninsulares.
 26 Ibid., ff. 21 y 22, año de 1693.

30Sobre una prohibición de la «buhonería» o venta de casa en casa, sugerida


asimismo por Chacón, el corregidor Gorraez argumentaba que «el vender por las
calles era practicado en Madrid, no habiendo lugar para prohibir los puestos
portátiles en esta corte»26 y afirmaba que dichos puestos contribuían con una renta
de quinientos pesos anuales.

LA PENA DE MUERTE PARA LOS BARATILLEROS


 27 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 4, f. 124, 1696.
 28 Idem.
31Hacia 1696, el temor de las autoridades a una rebelión bien organizada se reflejó
en escritos denunciando complots. En la Ciudad de México la incertidumbre de los
gobernantes se multiplicó y adquirió tintes de frenetismo, por ejemplo, el que
algunos indigenas naturales del barrio de San Juan y el pueblo de Santa Clara
tuviesen escopetas en sus casas fue interpretado como síntoma inequívoco de la
inminencia de otro motín27 y el 30 de abril del mismo año, el corregidor dio cuenta
que en la plazuela de Jesús Nazareno hubo un corrillo y conversación sobre
«tumultar» esta ciudad, «reservándose los malcontentos lograr el designio para
cuando saliese la flota del puerto de Veracruz, en que se volverían los españoles
que podían embarazarlo».28
 29 Ibid., ff. 118-121.

32Los rumores escandalosos llegaron hasta los oídos del interino virrey-arzobispo
Juan de Ortega y Montañéz (1696- 1699), quien recibió noticias de que «así en la
presente flota como en la antecedente han venido de los reinos de España
considerables cantidades de carabinas y pistolas de manera que públicamente se
compran y venden en esta ciudad, así en las calles y plazas como por los Maestros
Carabuceros usando dichas armas cortas todo género de personas», suponiendo
que cualquier individuo podía armarse precisamente en los puestos de la plaza. El
prelado cauteloso decidió mandar «que ninguna persona de cualquier calidad
pudiera traer oculta ni públicamente, dichas armas cortas, ni comprarlas ni
tenerlas». Prohibió a los maestros de arcabuceros venderlas en sus tiendas. También
prohibió «usar y comprar cuchillos de orqueta, ni se hagan, trajinen o vendan por
los maestros de herrería».29 Estas disposiciones no hacían más que caldear los
ánimos de los puesteros y los vecinos entre los que se desarrollaban solidaridades
peculiares. El tono de las autoridades se volvió ríspido, se habló entonces del
Baratillo como un punto de encuentro de sediciosos y sede de verdaderos complots.
Ahí estos personajes se reunían, planeaban, discutían, bebían, jugaban y en algunos
casos peleaban y se mataban; sin embargo, el Baratillo subsistió.

33En este contexto en el que la aprensión de los funcionarios reales se convertía en


terror, ocurrió sobre la Plaza Mayor un violento incidente protagonizado por los
vendedores del Baratillo. Éstos, en marzo de 1696, quitaron a los alguaciles un reo
aprehendido, mientras era conducido a la picota para azotarlo. La gente enardecida,
en actitud desafiante, utilizando los palos y petates de algunos puestos prendió
fuego a la picota. Aunque el «atrevimiento» no pasó de aquella tarde, hubo que
llamar a la «milicia» para que dispersara al gentío. A raíz de aquel incidente el virrey-
arzobispo Juan Ortega y Montañéz dispuso la pena de muerte para los baratilleros
y mandé colocar tres picotas:
 30 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 4. Bando de Juan Ortega y Montañéz,
Obispo de Valladolid (...)

Mando se publique Bando en todas las partes y calles públicas de esta ciudad y
principalmente en la Plaza Mayor de ella para que se desarraigue, destierre y
extermine el Baratillo y que no haya ni quede baratillero alguno pena de la vida
entendiéndose esta extinción de Baratillo no sólo en la Plaza Mayor, sino también
en otra cualquiera plaza de esta ciudad de suerte que en ellas ni en otra ninguna
calle ni lugar pueda haberlo debajo de dicha pena, incluyendo y comprendiendo
este bando y la misma pena de la vida a todas las personas de las calidades de
baratilleros que hicieren o formasen corrillos y juntas en la Plaza Mayor, en sus
contornos o en otra cualquiera plaza incurriendo desde luego los que se juntaren y
pasaren de tres ó cuatro personas.30
34Desconocemos los efectos mortíferos de esta determinación, pero suponemos,
como sucedió con las anteriores prohibiciones, que el Cabildo se las arregló para
movilizar a los baratilleros a otras plazas y obstaculizar la ejecución de esta
escandalosa iniciativa virreinal.

35Entre 1696 y l699, una peste de gran mortandad se extendió entre los habitantes
de la ciudad, llevándose entre sus víctimas al virrey Ortega y Montañéz. Las medidas
represivas, la muerte del virrey y el efecto acumulado de inundaciones, desabasto,
epidemias y motines armaron el contexto de la capital de la Nueva España a la
llegada del siglo XVIII.

LAS SOLIDARIDADES EN EL BARATILLO


36Dos años después del motín, según informe de Gerónimo Chacón, en el Baratillo
se seguían vendiendo productos prohibidos y robados. Este comercio requería
necesariamente

37de cómplices. Entre los baratilleros se desarrollaron curiosos vínculos de


solidaridad, o como ya se decía en aquella época, «se echaban la mano». Los
puesteros encubrían a los delincuentes, pues
 31 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 2, ff. 19 y 20, año de 1693.

a vuelta de lo que ellos venden, otros venden lo hurtado y mal adquirido


subrepticiamente y cuando se va a aprehender a los que andan vendiendo de esta
forma, arrojan a las mesillas y puestos lo que llevan, con lo que confunden y
encubren lo que hay en ellas, y con la confusión de ser unas mismas cosas no
pueden los ministres de justicia averiguar fácilmente el que estaba vendiendo en el
Baratillo por disculparlos los mismos mesilleros.31

38Las solidaridades eran resultado del abismo que separaba a ricos y pobres. Eran
la expresión de un sentimiento popular, con matices gremiales, compartido por la
llamada «plebe urbana» que en el Baratillo encontraba su espacio de manifestación.
 32 Las más antiguas referencias sobre la presencia de los estudiantes en el Baratillo
se remontan a 1 (...)
 33 Carlos Aguirre Anaya: «La re significación de lo público», en Los espacios públicos
de la ciudad, (...)

39En el siglo XVIII el Baratillo fue llamado «Baratillo de los muchachos», esta
denominación parece referirse a un hecho contundente: los estudiantes de la
Universidad, atraídos por el bullicio, se entretenían entre cátedras o después de
clases en los puestos de almuerzo, las tablas de juego y los expendios de bebidas
refrescantes32. Según las autoridades, los bachilleres —y también los clérigos—
ataviados con sus ropas distintivas, pasaban horas y se «exponían públicamente»
en los puestos del centro de la plaza. Según la Real Audiencia, con este proceder se
desfiguraba la autoridad de su investidura precisamente en el espacio público más
importante de la ciudad: la Plaza Mayor33.
 34 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 4, ff. 116-124, años de 1695 y 1696.

40Para los bachilleres, el Baratillo fue, por la variedad de opciones, un centro de


reunión y de entretenimiento estudiantil. Se adquirían libros usados y prohibidos,
se charlaba, se discutía, se hablaba en voz alta, se formaban corrillos.
Probablemente los muchachos, en especial los lacrosos, eran seducidos por los
hilarantes relatos de atracos exitosos o los finales trágicos de célebres bandidos. El
mercado del Baratillo era algo así como un espacio de desafío, un lugar de
sentimiento popular, pues no olvidemos que los bandos prohibitivos siempre se
promulgaron después de calamidades urbanas, es decir, siempre se le utilizó como
víctima expiatoria de los incendios, tumultos y motines urbanos. Ahí estaba la
picota donde los delincuentes eran azotados o ahorcados. Probablemente en el
Baratillo se redactaban y distribuían los manuscritos satíricos que se burlaban de
las autoridades y de los curas, de los que nos habla Luis Gonzalez Obregón en
su México Viejo. Este «Baratillo de los muchachos» era —según mi opinión— un
espacio de protesta o al menos de escepticismo. Por ejemplo, en los años de 1695-
96 las autoridades de la Real Audiencia emprendieron una averiguación para
conocer si los estudiantes que se reunían en el Baratillo ayudaban a escapar a los
delincuentes cuando eran perseguidos por la guardia34. Los testimonios jurados
presentados por los testigos revelan dos situaciones muy concretas: a veces los
estudiantes prestaban a los infractores sus capas o gorras y defendían al malhechor
afirmando ante el gendarme que se trataba de un estudiante. En otros casos, cuando
la guardia ya le había «echado mano» a algún criminal, los estudiantes alborotaban
a la gente y obligaban al oficial a liberar al sospechoso.
 35 Los incidentes de dicha averiguación son la materia del llamado «Movimiento
estudiantil de 1696», (...)
 36 AHCM: Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 4, ff. 116 y ll6v, año de 1696.
41La Audiencia dirigió enérgicas observaciones a todas las escuelas de la ciudad,
solicitándoles que prohibieran a los estudiantes acudir al Baratillo, que los
muchachos dejaran de usar melenas y «guedejas» [rizos]; asimismo les sugería
excluir de matrícula a los indios y castas. Las escuelas respondieron que sus
alumnos ni en sueños se atrevían a pisar aquel mercado35. Solamente el rector de
la Universidad, Diego de Velleguina, replicó frente a aquellas sugerencias
exorbitantes. Señaló que los indios y castas eran quienes prestigiaban a la
institución y ponía como ejemplo las funciones de teatro que esos estudiantes
montaban; acerca de las melenas tuvo el desplante de mencionar que, «los
catoliquísimos reyes y señores nuestros las usaban»36.

EL «BARATILLO GRANDE» Y EL «BARATILLO


CHICO»
 37 AHCM: Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 4, f. 1, año de 1700.

42Desde 1694 el asentista Francisco Cameros realizó una agrupación importante,


los documentos hablan de dos baratillos: el «Baratillo grande» o interior que
concentró en el centro de la Alcaicería a los vendedores de listonería y encaje, las
«zapateras», los vendedores de «lienzos blancos», «los muebleros», las «loseras» y
los puestos de fierro viejo37. Suponemos que se pretendía separar en un ámbito
cerrado a los menudistas para facilitar su control y reforzar los preceptos sobre la
especialización por giros. Por otro lado, el Baratillo chico o exterior (también
llamado la «universidad de la picardía») continué ocupando el centro de la plaza.
Ahí quedaron los puestos de los vendedores «más flacos», los puestos de segunda
mano, las tablas de juego, las vendedoras de bebidas refrescantes, los que
ocupaban los sitios algunos días de la semana o incluso algunas horas del día, así
como los «viandantes» o a la «mano».
 38 Idem.

43Cameros elaboró memorias de vendedores y asignó los sitios de acuerdo con el


tiempo que lograban demostrar los arrendatarios haber estado a cargo del «hueco»;
acomodó los puestos «formando calles con distinción para las zapateras, listoneras,
muebleros, loseras», etc.38

44Como hemos visto, lo que comenzó como un comercio marginal de artículos


usados conducido por las castas, llegó a convertirse en un mercado menudista y
permanente de manufacturas artesanales nuevas a cargo del Ayuntamiento y cuyos
proveedores eran, en algunos casos, los dueños de tienda. Su conservación, no
obstante los intentos gubernamentales por erradicarlo, obedecía a una importante
función en el abastecimiento de los grupos urbanos pobres, que por condición
social quedaban excluidos del comercio de los cajones. Hemos descrito un choque
de intereses entre los funcionarios peninsulares y los de la ciudad que acabó
convirtiendo a los baratilleros en huestes clientelares del Ayuntamiento.

Los mercados de la Plaza Mayor en la Ciudad de


México

45El desarrollo del local comercial en México representado por Francisco Villaseñor
Báez. Se trata de una sucesión evolutiva que señala los principales rasgos y cambios
de los locales de venta: los puestos portátiles «al viento» o tianguis, los tinglados o
jacalones que alojaban diversos puestos, la tienda o establecimiento interior con
mostrador y escaparates, y finalmente la tienda de departamentos. Imagen tomada
de Francisco Villaseñor Báez: La arquitectura del comercio en la Ciudad de México.
canaco, México, 1982, p. 35.
46Planta actualizada de la parte central de la traza hacia 1554. Se trata de un piano
que ilustraba los Diálogos de Francisco Cervantes de Salazar probablemente como
guía al recorrido de Zuazo y Alfaro por las principales edificaciones. Al frente
aparece la Plaza Mayor. Sustraída de una tercera parte de su superficie por el paraje
concedido por la Ciudad a Gonzalo Ruiz para «levantar cajones». Desde entonces se
generalizó la práctica de arrendar a los comerciantes porciones diferenciadas del
espacio público más importante de la capital virreinal. Imagen tomada de
sahop: 500 pianos de la Ciudad de México. México, 1982, p. 6l.
47La Plaza Mayor de México en 1596. El piano es parte de un proceso judicial. El
Mayorazgo de los Guerrero, una familia acaudalada, llevó a los tribunales ciertas
pretensiones sobre construir «casillas» o puestos comerciales en la plaza. Al frente
aparece la Plaza Mayor y sobre su superficie la delineación de la «Planta de las
casillas sobre que es el pleyto»(sic). Probablemente los Guerrero fueron quienes
primero pensaron en complementar el comercio de los cajones con tinglados para
puestos comerciales. La ciudad, como propietaria de la plaza, impuso su jurisdicción
y sobre ese paraje se formó el mercado de bastimentos municipal o los «puestos de
indios de la Plaza Mayor», quienes desembarcaban las hortalizas de la acequia o
canal de la Viga a su paso por el costado sur de la plaza. Imagen tomadade Manuel
Toussaint, Justino Fernández y Federico Gómez de Orozco: Pianos de la Ciudad de
México, siglos xvi y xvii. unam-ddf, México, 1990, p. 31.
48Pintura de Cristóbal de Villalpando que representa la Plaza Mayor hacia 1695. Se
trata de una idealización ya que a finales del siglo XVII, el mercado de productos
ultramarinos o Alcaicería (al frente) se hallaba en construcción. Resulta evidente que
Villalpando conocía el proyecto arquitectónico, pues representó al centro del
edificio las casillas o jacales del Baratillo interior. Entre la Alcaicería y el Palacio
Virreinal, derruido por el motín de 1692, se ven las mesillas del Baratillo chico y
alrededor los jacalones del mercado de bastimentos o «puestos de indios»
construidos por Francisco Cameros, asentista de los puestos y mesillas de la Plaza
Mayor. A la derecha la acequia o canal de la Viga con canoas y puentes. Imagen
tomada de sahop: 500 pianos de la Ciudad de México. Mexico, 1982, pp. 6 y 7.

49Retrato del virrey-arzobispo Juan de Ortega y Montañés, quien en 1696 decretó


la «extirpación» del Baratillo de la Plaza Mayor y la pena de muerte para los
baratilleros. Imagen tomada de Enrique Florescano y Rodrigo Martínez: Historia
Gráfica de México, vol. 3. Patria/inah, México, 1988, p. 83.
50Pintura de Arellano: Vista de la Plaza Mayor de México en la Noche Buenahacia
1720. Se trata de una espléndida ocasión de admirar la mezcla cultural, las prácticas
y costumbres que prevalecían en los mercados de la plaza. Durante el mes de
diciembre la actividad mercantil se complementaba con los «puestos de Noche
Buena» a cargo del asentista Francisco Cameros. Este mercado atendía la demanda
capitalina de especialidades decembrinas, asimismo abastecía de tales géneros a
los comerciantes de «tierra adentro». Al frente aparecen los jacalones del mercado
de bastimentos decorados e iluminados. A la izquierda la Alcaicería. Imagen tomada
de Antonio Rubial et al:. Pintura y vida cotidiana en México, 1650-1950. México,
1999, p. 67.

51Detalle de la pintura La Plaza Mayor de México en la Noche Buena. Al frente se ve


la Horca rodeada de puestos. La inscripción permite ubicar, arriba, los puestos de
pescado y los de frutas secas, al centro, los puestos de colación y buñuelos, y abajo
los puestos de frutas del tiempo. El asentista Francisco Cameros decidía la
agrupación de puestos cobrando mayor pensión por los que hacen esquina. En 1720
ordeno que los puestos habrían de formar calles por las que pudiera transitar un
carro. Las arterias que aquí se observan atiborradas de vecinos eran puntos de venta
y de reunión. Imagen tomada de Antonio Rubial et al:. Pintura y vida cotidiana en
México, 1650-1950. México, 1999, p. 14.
52Detalle del piano de la Ciudad de México en 1737, hecho por Pedro de Arrieta. Al
frente aparece la Plaza Mayor repartida entre la Alcaicería o
«Caxones» (sic) rodeando los puestos del Baratillo interior. Junto a la acequia, los
puestos de indios del mercado de bastimentos y las «mesillas» del Baratillo. Imagen
tomada de Maria de la Luz Velázquez: Evolution de los mercados en la Ciudad de
México hasta 1850. Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, México, 1997,
p. 36.
53Pintura anónima de la Plaza Mayor de México a mediados del siglo XVIII. Se
retrataron dos acciones: abajo, la visita del virrey y su corte a la catedral. Presencian
el cortejo los diversos grupos sociales ataviados con sus ropas distintivas: oficiales,
bachilleres, frailes y monjas de diversas órdenes, caballeros linajudos, damas
copetonas y curas. La mayor parte de la pintura es una representación de los
mercados de la Plaza Mayor. Al frente están los jacalones o tinglados del mercado
de bastimentos y en su centro la multitud que se congregaba en el Baratillo chico o
«universidad de la picardía». Arriba, el mercado de productos ultramarinos o
Alcaicería, con sus ocho tramos de tiendas y en su plazoleta central, las hileras de
puestos del Baratillo interior. A la izquierda, la acequia y las tiendas de calle señor
San José. Antonio Rubial et al:. Pintura y vida cotidiana en México, 1650-
1950. México, 1999, pp. 70-71.
54Pintura anónima El mercado del Parián (calidades de las personas que habitan en
la Ciudad de México) hacia 1770. Se trata de un ejemplo del género novohispano
de pintura de castas. Elocuente demostración de la mezcla cultural que
predominaba en el mercado de productos ultramarinos. El autor seleccionó el Parián
para representar las clases sociales importantes de la ciudad. Aparece un tramo de
cajones que aloja tiendas reducidas con amplio, estrecho o sin mostrador. En ellas
se combina la venta de capas, joyas y muebles con dependientes aburridos; la acción
de la escena transcurre al frente, en el espacio abierto en el que de manera
jerarquizada, por la vestimenta y las mercancías que compran o venden, desfilan
los grupos urbanos, «juntos pero no revueltos» pareciera enfatizar el autor. Antonio
Rubial et al.: Pintura y vida cotidiana en México, 1650-1950. México, 1999, pp. 76-
77.
55Página anterior. Vista del Parián en un grabado del Calendario Galván de 1845.
Los inquilinos de las tiendas en el interior del Parián las dotaron de instalaciones
para poderlas habitar cómodamente: aposentos, cocinas, pasos a través de las
azoteas y balcones saledizos. Los urbanistas ilustrados del siglo XVIII censuraron la
heterogeneidad del conjunto. Opinaban que siendo un centro mercantil
especializado en el comercio de importaciones, su fisonomía se asemejaba más a
«un poblado mal trazado». Como vemos, el Parián decimonónico conservó el uso
tradicional del espacio público, no obstante los intentos gubernamentales por
modernizarlo. Imagen tomada de Guillermo Tovar y de Teresa: La Ciudad de los
Palacios: crónica de un patrimonioperdido. Ed. Vuelta, México, 1999, p. 35.
56Detalle de la pintura La Sorpresa, de josé Agustín Arrieta, de 1850. Se trata de
una escena callejera en el siglo XIX, pero como reminiscencia del virreinato aparecen,
a la derecha, las casillas o jacales, hechos de palos y petates, que alojaban los
puestos de almuerzo en la época colonial. Antonio Rubial et al:. Pintura y vida
cotidiana en México, 1650-1950.México, 1999, pp. 18-19.
NOTAS
1 AHCM: Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 2, ff. 1, 2 y 3, año de 1689.
2 AHCM: Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 2, ff. lv y 2, año de 1689.
3 AHCM: Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 1, ff. 1 y 2, año de l6ll.
4 Ibid., ff. 4 y 4v., año de 1689.
5 Idem.
6 Véase Martos Lopes y Yoma Medina: Dos mercados en la historia de la Ciudad de
México: El Volador y La Merced. INAH, col. Divulgation, México, 1990, pp. 88-90.
7 Carlos de Sigüenza y Góngora: «Alboroto y motín de México del 8 de junio de
1692», en El lector novohispano, selección y prologo de José Joaquín Blanco.
Editorial Cal y arena, México, 1996, p. 462.
8 Leonard A. Irving: La época barroca en el México Colonial. FCE, colección Popular
no. 129, México, 1976, p. 112.
9 aHCM: Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 1, ff. 7 y 8, «Bando prohibitivo del
conde de Gálve de 19 de noviembre de 1689».
10 Ibid., f. 9v, ano de 1692.
11 Carlos de Sigüenza: op. cit., pp. 440 y 441.
12 AHCM:Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 2, ff. 7 y 8, año de 1689.
13 Carlos de Sigüenza: op. cit., p. 455.
14 Ibid., p. 447.
15 Ibid., pp. 453 y 454.
16 Seguramente se referían a la llegada de la flota comercial al puerto de Veracruz
durante el otoño de cada año. Véase Carmen Yuste: Comerciantes mexicanos del
siglo XVIII. UNAM, 1991.
17 Carlos de Sigüenza: op. cit., pp. 464 y 465, y 473-476.
18 Edmundo O'Gorman, «Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la
ciudad de México», Boletín del Archivo General de la Nación, México, vol. IX, no. 4,
1938, pp. 787-815.
19 Maria de la Luz Velásquez: Evolution de los mercados en la ciudad de México
hasta 1850. DDF, Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, México, 1997, p.
115.
20 Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 3, ff. 11 y 12.
AHCM:
21 AHCM: Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exps. 1-8, 1694, 1696, 1698,
1700, 1707, 1716, 1725 y 1734. La administración del asentista Francisco
Cameros se estudia en el quinto capítulo.
22 AHCM: Rastros y Mercados, vol. 3728, ex. 2, ff. 19-21, año de 1693.
23 AHCM: Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 2, ff. 19 y 20, año de 1693.
24 Idem.
25 Idem.
26 Ibid., ff. 21 y 22, año de 1693.
27 AHCM: Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 4, f. 124, 1696.
28 Idem.
29 Ibid., ff. 118-121.
30 AHCM: Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 4. Bando de Juan Ortega y Montañéz,
Obispo de Valladolid, Virrey, Lugarteniente, Gobernador Capitán General de esta
Nueva España del 30 de marzo de 1696. Ff. 106-108, año de 1696.
31 AHCM: Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 2, ff. 19 y 20, año de 1693.
32 Las más antiguas referencias sobre la presencia de los estudiantes en el
Baratillo se remontan a 1696. AHCM: Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 4, ff.
116-124.
33 Carlos Aguirre Anaya: «La re significación de lo público», en Los espacios
públicos de la ciudad, siglos XVIII y XIX. Instituto de Cultura de la Ciudad de México,
2002.
34 AHCM: Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 4, ff. 116-124, años de 1695 y
1696.
35 Los incidentes de dicha averiguación son la materia del llamado «Movimiento
estudiantil de 1696», citado en el Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y
Geografía de México.
36 AHCM: Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 4, ff. 116 y ll6v, año de 1696.
37 AHCM: Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 4, f. 1, año de 1700.
38 Idem.
IV. El mercado de productos ultramarinos o la
« Alcaicería de la Plaza Mayor »
p. 101-126

1 Martos López y Yoma Medina : « El Parián. Un siglo y medio de historia y


comercio », en Boletín de (...)

1En este apartado se narra la edificatión del mercado de productos importados o


« Alcaicería de la Plaza Mayor » a finales del siglo XVII.1 La historia de estas « tiendas
en firme » durante la primera mitad del siglo XVIIIhace posible destacar los rasgos
distintivos del mercado de artículos ultramarinos, así como resaltar la mezcla
cultural y las relaciones sociales que se practicaban en aquel conjunto de tiendas.

2La historia de las tiendas de la Alcaicería nos permite constatar algunas prácticas
mercantiles tradicionales del comercio urbano novohispano : no cualquier individuo
podía establecer una tienda o « casa de comercio », éste era un privilegio reservado
para los españoles y criollos. No sabemos de ningún indígena que hubiera sido
arrendatario o dueño de cajón. Tampoco hemos encontrado en los documentos a
mujer alguna que poseyera uno de tales cajones.

3Las tiendas en firme innovaron el carácter móvil que hasta entonces habían
detentado los « cajones de ropa », pero en ellas continuaron la estrecha relación
entre mercaderes y puesteros, así como la mezcla cultural de individuos de
condición social diferente.

4Las tiendas de la Alcaicería, construidas y mantenidas de manera particular, con


su uso de suelo multifuncional, sin venta especializada, sin la participación directa
de las autoridades, pero al mismo tiempo altamente jerarquizadas, nos dejan
conocer el modelo comercial tradicional de la tienda y sus puestos arrimados.

LOS PROYECTOS DE CONSTRUCCIÓN


 2 AHCM : Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 3, f. 1, año de 1692.

5Dos semanas después del multicitado motín, el 26 de junio de 1692, el Cabildo


solicité al virrey Gaspar de la Cerda, conde de Gálve, una licencia para emprender la
reedificación de los « cajones de madera » que habían sido saqueados y quemados
por la plebe urbana en el momento culminante del motín.2 Los ingresos del
Ayuntamiento se hallaban en crisis : había perdido, de la noche a la mañana,
cuantiosas rentas, pues los dueños de cajón dejaron de pagar el arrendamiento por
los sitios que ocupaban sus tiendas, calculados por los regidores en alrededor de
quince mil pesos anuales. Además, las medidas de seguridad dispuestas por el
virrey, que incluyeron la reactivación de la política segregacionista y la ordenanza
de que la Plaza Mayor habría de permanecer, en adelante, « desembarazada » de
todo tipo de locales comerciales portátiles, le infligía a los « propios », o rentas
municipales, pérdidas adicionales que los regidores calculaban en 500 pesos, que
rigurosamente recibían de los puestos de indios del mercado de bastimentos y de
los mesilleros del Baratillo. Estas medidas resultaban en conjunto más perjudiciales
para la ciudad que la propia quemazón de su edificio.
 3 Ibid., ff. lv y 2.

6Por el desastroso estado en que se hallaban las arcas municipales, el principal


interés del Cabildo, más allá de obtener la licencia o permiso virreinal, era que el
conde de Gálve aportara de su caudal diez mil pesos para emprender la reedificación
de los cajones que de otra manera la Nobilísima Ciudad no podría emprender por
cuenta propia. Para atenuar los temores del virrey, pues el motín había revelado
gran ineficiencia por parte de las autoridades locales para controlar a los grupos
urbanos pobres, el Cabildo le prometió un ordenamiento general de los
comerciantes y los vendedores de la Plaza Mayor, y enfatizaba en su petición que
las tiendas se construirían « de piedra, sin ninguna madera » y que la plaza, con
excepción de estos cajones en firme, quedaría libre y espaciosa.3
 4 Idem.

7La promesa de los regidores surtió el efecto deseado, pues el virrey otorgó la
licencia de inmediato.4 Dispuso que las corporaciones de la ciudad presentaran sus
proyectos, pero exigió que cada propuesta incluyera « una planta buena y clara de
la forma y paraje donde se han de poner dichas tiendas pues sin planta no se puede
hacer juicio ».
 5 Ibid., f. 3.
 6 Ibid., f. 3v.
 7 Idem.
8Como vemos, para el virrey éste era un asunto serio, se trataba en realidad de
permitir a la ciudad la ocupación de una tercera parte de la plaza, sin términos
claros sobre la utilidad que el edificio traería a la Corona. El virrey estaba dispuesto
a otorgar la licencia, pero quería asegurarse que la construcción satisficiese
requisitos específicos. Le fueron presentadas varias propuestas. Una proyectaba las
tiendas alineadas enfrente del Palacio Virreinal, en tres hileras paralelas de cajones
formando calles. Pero pensando en la defensa del palacio se prefirió que el frente
de este edificio quedara despejado y esta primera propuesta fue desechada.5 Otro
proyecto sugería ubicar los cajones sobre el costado sur de la plaza, junto a la
Acequia Real. Según sus promotores, esta disposición de las tiendas haría que la
plaza rompiera su rectangularidad y se conseguiría, así, un área « perfectamente
cuadrada »6. El proyecto de Francisco Marmolejo, Juez Conservador de Propios,
proponía un edificio en forma de alcaicería, un edificio cerrado, dedicado en
exclusiva al comercio y con accesos en forma de pasajes en el cual « sólo habría dos
grandes puertas de fierro » ; el edificio estaría ubicado en el extremo surponiente
de la plaza, « con sus techos nivelados a la misma altura que los portales » de
Mercaderes.7
 8 Ibid., f. 6

9El proyecto de Marmolejo fue aceptado por el virrey y ese mismo año de 1692 se
realizaron los avalúos necesarios. Se calcularon 80 tiendas a un costo de setecientos
pesos cada una, « de cuatro y media varas en cuadro [16 metros cuadrados
aproximadamente] con su vivienda alta [...] con fachada y pilastras de
cantería ».8 Las tiendas « en firme » constituirían dos rectángulos, uno interior y
otro exterior, con pasajes flanqueados por las entradas de las tiendas y un espacio
abierto en el centro, destinado a los puestos del Baratillo grande. Sus límites serían
el Portal de Mercaderes y las Casas de Cabildo. El lado norte continuaba la calle de
San Francisco (hoy Madero) y el lado oriente la llamada Callejuela y puente de la
Alhóndiga (hoy 20 de noviembre). Este edificio que obstruía una tercera parte de la
plaza permaneció hasta 1845, cuando Antonio López de Santa Anna lo mandó
derribar.

10Aunque el virrey otorgó la licencia, no se consiguió de él ningún financiamiento.


Por otro lado, estas tiendas-viviendas, pequeñas, iguales, costosas, encerradas en
un edificio, no interesaron inicialmente a los mercaderes. Pareciera que los
« cajones de bóveda » trastocaran las costumbres comerciales que se habían
practicado hasta entonces. El apremio para que las tiendas fueran rigurosamente de
piedra les pareció excesivo. Pero sobre todo se oponían a que dentro del edificio
sólo se comerciaran los productos ultramarinos. Sin financiamiento del virrey y con
la indiferencia de los cajoneros, la obra se paralizó durante tres años.
EL FINANCIAMIENTO DE LAS TIENDAS
11Al no poder emprender por su cuenta la obra, el Ayuntamiento optó finalmente
por un método peculiar : concesionar la construcción entre los magnates de la
ciudad a cambio de un título confirmado por el rey. Los regidores calculaban que
una obra de tal magnitud solo se echaría a andar si un potentado desembolsara de
contado treinta mil pesos aproximadamente. Para atraer la atención de los
acaudalados, el Cabildo prometió un título y nombramiento real por el que
obtendría « gracia » o merced de la plazuela que quedaría en el centro del edificio,
« para que ellos y sus herederos gozaran de sus puestos y productos, con todos los
privilegios, jurisdicciones y emolumentos que contienen los títulos otorgados por
el rey ». Bajo estas expectativas la situación cambio y apareció de inmediato un
candidato. Se ha demostrado que las familias ricas novohispanas acumularon títulos
como una manera de prestigiar su nombre y reforzar su españolismo.

12Pedro Jiménez de los Cobos, Correo Mayor del reino, aceptó la comisión y
promesa de título. Él se haría cargo de la obra y recibiría al final el título de « Alcalde
de la Alcaicería de la Plaza
 9 AHCM : Alcaicería, vol. 343, sin número de expedientes. Todo el legajo se refiere a la
construcció (...)

13Mayor ».9 Jiménez ofreció erigir las tiendas con su « caudal » por debajo del costo
estimado, a 525 pesos cada una, siempre y cuando le permitieran construirlas por
tramos, utilizar la madera y le permitieran reunir fondos arrendando por adelantado
a los mercaderes la ocupación de las tiendas.
 10 Idem.

14Pedro Jiménez se entrevistó con los mercaderes. La mayoría declaró interés en


ocupar las tiendas, pero se quejaban de encontrar la planta « mal acomodada y las
tiendas muy caras ». Tal vez, por « mal acomodada » querían señalar su ubicación
dentro de un edificio donde el acceso sería azaroso y selectivo. Decían, por otro
lado, que « sólo dándoles sitio para que dentro de los mismos cajones haya
comercio de puestos de naguas, sombreros, y otras cosas que atraigan la forestaría
[publico] podrían introducir comercio en los cajones ».10 Como vemos, lo que más
disgustaba a los cajoneros era la especialización, porque ella significaba cercenar
sus redes de vendedores dependientes y arrimados. Dudaban que en aquellas
tiendas de tamaño reducido pudieran seguir subarrendando porciones y arrimando
en « el viento » comerciantes y vendedores de menor jerarquía con la misma libertad
que acostumbraban.

15Mientras los mercaderes y Jiménez negociaban modificaciones a la planta


aprobada, el Ayuntamiento solicité a la corona que fuera ella quien sufragara el
costo, al menos, de un primer tramo de tiendas. No obstante, las noticias de España
resultaron desalentadoras, pues el rey no sólo le negó al Cabildo el dinero que
pedía, sino que le recalcó el tipo de tiendas que se permitiría construir.

16Por Real Cédula de 30 de diciembre de 1694, desde Madrid se dispuso :


 * Arrendamiento típico del régimen feudal, por el que los enfiteutas o arrendatarios en
este caso, d (...)
 11 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 3, ff. 13 y 14, año de 1694.

se haga delineación de una plaza regular en el mismo paraje, por tener noticia haber
bastante ámbito para ello, y para el cuerpo de unas casas moderadas cuyos sitios
se regulen con igualdad, así en lo ancho y largo como en la elevación. De forma que
todas sean de unas medidas y de fabrica de piedra y que estos sitios se vendan a
Censo Emphiteutico* a favor de la ciudad. Con la calidad de fabricarlos de piedra
dentro de uno o dos años sin que pueda exceder una casa de otra en las medidas
para la hermosura dándoles las calles convenientes y el mayor precio a las que
hicieren esquina, por tener estas la mayor estimación, por la facilidad de poderse
vender más en ellas. Y que sean capaces de poderlas habitar una moderada familia
por cuyo medio se evitará el riesgo de incendio y con el mayor concurso de
mercaderes se refrenarán los excesos de los que en esa ciudad llaman Zaramullos
del Baratillo, y quedará la Plaza más hermosa, asegurada y fija la venta, y se
excusará el gasto de las Guardas, la incomodidad de tener otras casas a donde
habitar y dormir, dejando las mercaderías y caudales expuestos a las contingencias
expresadas.11

17Esta larga cita nos presenta algunas ideas urbanísticas a principios del siglo
ilustrado : se señalaba que la ciudad era la propietaria de los espacios públicos, que
los podía arrendar pero no enajenar completamente, se pretendía sedentarizar el
comercio, se postulaba la homogeneización de los locales y el tránsito como función
primordial de las calles, y se reconocía la relación entre espacios urbanos y
actividades económicas, pues con comercios fijos y familias de mercaderes se
inhibiría la presencia de los baratilleros y delincuentes.
18La ordenanza se acató pero no se cumplió. En el contrato expedido a Pedro
Jiménez en 1695, se estipuló que podría añadir o quitar
 12 AHCM : Alcaicería, vol. 343.

en la planta lo que le pareciere más conveniente para su mayor hermosura,


seguridad y comercio [...] y ha de poder alquilar las tiendas como se acabaren, a las
personas que le pareciere, sin necesitar Mesa de Propios ni pregones para su
arrendamiento, sino que las ha de dar por sí, otorgando las escrituras a sufavor por
tiempo de cuatro anos, que será bastante hasta el des quite del gasto.12
 13 Idem.

19En los arrendamientos podría hacer las « gracias » que les parecieran a los
arrendatarios. El Cabildo le otorgó el título provisional de « Intendente de la fábrica
de la alcaicería de la Plaza Mayor », en espera de la confirmación real de su
nombramiento.13 Además, usufructuaría las rentas de las tiendas hasta que con
los productos de los arrendamientos la ciudad le retribuyera su costo. Cabe advertir
que la comisión otorgada a Pedro Jiménez no sólo incluyó la construcción material,
sino también « debería buscar los recursos para continuarla y para rechazar a los
acreedores que reclamasen derecho a ella ».
 14 Idem.

20Durante la construcción, Jiménez pudo quitar y poner a su voluntad a los


maestros, sobrestantes, oficiales, peones, empedradores y recaudadores que se
requirieron en la obra y asignó los salarios correspondientes. Las cuentas de la
Alcaicería muestran que aun con los adelantos y las « dádivas graciosas » de los
mercaderes, que aportaron aproximadamente un treinta por ciento de los costos, el
gasto mayor lo realizó Jiménez. Muestran también que los pagos de salarios y la
compra de materiales se liquidaron en pesos de oro común y en reales14, lo cual
es indicativo del avance que la economía monetaria había conseguido hacia finales
del siglo XVII, pues hasta los peones y empedradores recibían su salario en moneda
acuñada.

21El flamante intendente de la Alcaicería entregó por semanas lo necesario para


levantar dos tramos de tiendas, los otros cuatro tramos los contrató a destajo con
el alarife mayor Felipe Roa, a quien adelantó de contado el importe de cada tramo
por construir. Cabe advertir que durante los años que duró la obra, el Ayuntamiento
agregó a la cuenta de las tiendas algunos préstamos urgentes que solicitó a Jiménez
y que se utilizaron para la jura del rey Felipe V en 1700, para la entrada del virrey
Francisco Fernández de la Cueva duque de Alburquerque en 1702, y para la
reedificación de las Casas de Cabildo. De forma tal que cuando el tesorero calculó
el adeudo con Jiménez, en 1702, la deuda arrojó un monto de sesenta mil pesos.

LA CONSTRUCCIÓN DEL EDIFICIO


22En agosto de 1695, Jiménez arrancó la obra ; contó con los adelantos de los
mercaderes y nueve mil pesos que el conde de Gálve obtuvo del asentista de la
Alhóndiga de granos. El edificio se construyó por tramos y cada uno se ocupó
conforme se fueron terminando las tiendas. Primero, en 1696 se construyeron y
ocuparon las tiendas de dos tramos : veinte tiendas con su frente al Portal de
Mercaderes y su portada o arquillo en medio, y diez tiendas con dos arquillos o
entradas con el frente hacia Catedral.

23Las tiendas se concluyeron en 1699 y fueron ocupadas por los cajoneros. Ese
mismo año se erigieron otros tres tramos : uno por el lado oriente, con veinte
tiendas y portada hacia el palacio virreinal, y paralelos a éste, los dos tramos
interiores que formaron calles rematadas por los arquillos o entradas. El edificio
quedó finalmente cerrado con diez tiendas y dos portadas hacia las Casas de
Cabildo en noviembre de 1700, disponiendo en total de 80 tiendas, una plazuela
central, dos calles interiores y seis accesos o portadas : uno enfrente del Portal de
Mercaderes, otro enfrente del palacio, y dos por los lados norte y sur.

24Las ochenta tiendas tuvieron su « vivienda alta ». Cada tienda « con sus dos pares
de puertas interiores y exteriores de cantería y las de afuera con cornisas de la
misma cantería [...] con ventanas y puertas de cedro y las de afuera guarnecidas con
hojas de lata ». El primer techo fue de madera y el segundo enladrillado.
 15 Idem.

25Las tiendas que formaron esquina tuvieron en su parte alta nichos ornamentales
en los que se representó a San Francisco Javier (misionero y mártir jesuita, llamado
apóstol de las Indias) en la esquina suroeste, a San Felipe de Jesús (primer santo
novohispano) en la esquina noroeste, a San Hipolito (en su día había caído la gran
Tenochtitlán) en la esquina noreste, y a San Pedro Alcántara (franciscano que
colaboró en la reforma hecha por Teresa de Ávila) en la esquina sureste. En 1701 se
agregaron dos entradas al conjunto : una en el lado norte con San Miguel en la parte
alta, y otra en el lado sur con el Santo Ángel Custodio.15 Ambas imágenes
evocadoras de la protección y la seguridad.
26Además, existieron treinta o cuarenta « cajoncillos de madera » para
comerciantes de menor caudal (casetas de cuatro metros cuadrados), como los que
aún se pueden ver bajo el portal de la plaza de Santo Domingo ocupados por
imprentas diminutas. Estos cajoncillos se establecieron en los zaguanes o arquillos.
Empotradas en los muros se colocaron alacenas, en las que se vendían mercería y
listonería al detalle. El numéro de alacenas dependió del dueño de cajón. Hay que
pensar que cada mercader arrendatario procuró aprovechar en lo posible los
espacios de la tienda introduciendo el mayor número de dependientes o arrimados.
Todo ello nos permite ver que la Alcaicería, contrariamente al mercado
especializado que deseaban las autoridades peninsulares, continuaba combinando
las tiendas con los puestos en estrecha relación. Ciertamente era el mercado
mayorista de productos importados, pero a la vez el público encontraba una amplia
variedad de « productos de la tierra ».

LA ALCAICERÍA DE LA PLAZA MAYOR : LOS


PRIMEROS AÑOS
27Entre 1700 y 1703, Pedro Jiménez de los Cobos recaudó, como un negocio
particular, los arrendamientos de las tiendas, y como un privilegio real, las
pensiones de los puesteros que se asentaron en el centro del edificio y que en
adelante se conocerácomo el « Baratillo interior » o « Baratillo grande ». Pero cabe
preguntarse : ¿por qué agrupar los puestos del Baratillo junto a las prestigiosas
tiendas ? ¿Por qué reunir lo que se quería separar ? Si bien el Ayuntamiento había
sido condescendiente sobre la forma o disposición de las tiendas, no mostró igual
condescendencia respecto a la separación de los comerciantes y los vendedores.

28En el mes de junio de 1703, se dieron por desquitados los reales que Pedro
Jiménez aportó para la fábrica. A pesar de la promesa, sabemos que la corona no
confirmó el título de Jiménez como alcalde de la Alcaicería, pues la consideró una
petición « exhorbitante » e inadmisible. El Ayuntamiento tomó entonces posesión
de las tiendas y notificó a los cajoneros que desde ese día debían reconocer al
Cabildo como legítimo dueño. La Mesa de propios escrituró las tiendas con los
dueños de cajón, y les notificó que realizarían los pagos con el Mayordomo de
Propios. Pero como había sucedido durante los siglos XVI y XVII, los comerciantes de
menor jerarquía alquilaban porciones de tienda a los cajoneros, los cuales siguieron
sometidos a acuerdos verbales que determinaban los sitios, asignaban las cuotas y
tasaban los productos que los subarrendatarios y arrimados expendían.
29No obstante las características del edificio, los comerciantes no sentían
garantizada ni su vida ni sus caudales, pues la Alcaicería carecía de puertas y
vigilancia. En 1701, los dueños de cajón denunciaban, « que estando [las portadas]
abiertas no hay Guardas que quieran cargarse la obligación contra los muchos
rincones y escondidizos que hay ». Además, el entorno cerrado obstaculizaba el
ingreso del público a las tiendas interiores y por lo tanto su desocupación o
traspaso. Fue cuando se abrieron otros dos accesos : las portadas de San Miguel en
el norte y Santo Ángel Custodio por el sur. Desde 1705 los comerciantes dotaron
de puertas al edificio y emplearon guardias para la vigilancia. Con instalaciones más
seguras, pero sobre todo por la vigilancia, la demanda de tiendas aumentó. Así
habría de comenzar un siglo de éxito comercial.
 16 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 6, año de 1729.

30Los servicios de limpieza, agua, alumbrado y cañerías corrieron por cuenta de los
comerciantes, quienes probablemente utilizaron las rentas y los servicios de los
vendedores arrimados para realizar el mantenimiento. Por ejemplo, un grupo de
zapateras no pagaba renta alguna, pues todas las mañanas cada una de ellas debía
barrer cuidadosamente toda la acera donde tenía su cajón el mercader que las había
arrimado16.

31Desde los primeros años encontramos que algunos mercaderes arrendaban dos o
más cajones ; por otro lado, abundan las referencias a que varios mercaderes
tomaban en conjunto el arrendamiento de un cajón, lo que es indicativo de la
interacción de comerciantes de diversos recursos y jerarquía.

32El Cabildo arrendaba los cajones y dejaba en manos de los mercaderes las formas
de venta y el control de los arrimados, quienes se regían por el precepto
consuetudinario de « no hacerse mala obra », acuerdo básico entre los mercaderes
y sus dependientes. Los subarrendatarios no podían vender las mismas mercancías
que sus arrimadores ni ofrecerlas por menor precio del fijado por el mercader, a
menos que dichas transactivos estuvieran patrocinadas por el dueño del cajón.

33Los pagos « por la preferencia » o « guantes » fueron un singular sistema de


cuotas informales que acompañaban cualquier negociación entre los mercaderes.
Las primeras referencias sobre « pedir o dar guantes » son de 1700, pero da la
impresión de que son un eco de una práctica muy antigua. Mediante estas cuotas,
especie de mordida o « regalo », se conseguía un trato privilegiado.
 17 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, ff. 1-13, 1703.
34Los comerciantes acostumbraron negociar los arrendamientos y traspasos de
manera particular acompañados siempre de « guantes », todo parece indicar que
para obviar los trámites municipales. Estos pagos se generalizaron en el comercio
urbano e incluso los baratilleros y los indígenas del mercado de bastimentos los
practicaron, llamándolos « comodidades ». También las autoridades recurrían a
ellos, denominándolos « dádivas graciosas ». Veamos el siguiente ejemplo, en 1703
encontramos que Francisco Garrido, « dueño de cajón de mercaderías », buscaba
por todos los medios arrebatar a Salvador Galván, tratante de listonería o
« cauateria » y dueño de un « cajoncillo de madera », el sitio donde este ultimo tenía
su minúsculo local, para sobre ese muro abrir una puerta a su tienda. Para lograr su
objetivo Garrido había ofrecido « dádivas » al corregidor y también había prometido
aumentar en 50 pesos su renta anual ; todo ello con tal de poseer el muro y puerta
con la que, afirmaba Garrido, « mejorará el dispendio de mis productos ». En su
calidad de dueño de cajón, a Francisco Garrido nada parecían importarle ni los
supuestos diez anos que Galván declara de antigüedad como arrendatario, ni que
al ser despojado del sitio, Galván y su familia, « padres, esposa, hijos y hermanos
pobres » quedaran arruinados.17 Galván acudió al Cabildo y el pleito se formalizó.
Salvador Galván no era un vendedor arrimado sino uno de los arrendatarios de
« cajoncillos » en los arquillos o zaguanes que servían de acceso al edificio. Pagaba
40 pesos anuales de renta y de su cuenta había « habilitado el sitio para poderlo
habitar ».
 18 Idem.

35Francisco Garrido llevaba las de ganar : tenía, mediante « dádivas », apalabrada


la transacción con el corregidor ; pero cometió el error, en esa época de honores y
prestigios, de incluir en su argumentación la suprema autoridad de la corona, que
en 1694 había ordenado al Cabildo que las tiendas de la plaza habrían de ser
obligatoriamente construidas de piedra. Probablemente el que Garrido hubiera
traído a cuenta la autoridad suprema del monarca incomodó al corregidor, quien
entonces tomó partido abiertamente por el « cauatero » Salvador Galván, a quien se
renovó el arrendamiento conservándolo en el mismo sitio, y a Francisco Garrido,
con todo y sus dádivas, se le ordenó desocupar el cajón.18

36La competencia entre los mercaderes por ocupar los mejores locales suscitó
verdaderos negocios de especulación.
 19 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 8, ff. 14 y 16, año de 1705.
37Sabemos que algunos cajoneros pagaban la renta anual de 200 pesos con los
« guantes » que recibían de sus clientelas de dependientes arrimados ; por ejemplo,
en 1705 Ramón de Issa protestó contra los excesivos « guantes » que Juan
Fernández le pidió por medio cajón.19 En este caso los « guantes » que Fernández
exige a Ramón superan proporcionalmente al arrendamiento concertado con el
Cabildo.

38La ciudad arrendaba anualmente, durante el mes de enero en la Mesa de Propios,


los cajones, pero la mayoría se negociaba particularmente. Los documentos revelan
que la ocupación de algunos cajones era muy irregular ; constantes referencias a
traspasos nos hacen suponer establecimientos efímeros, cuyo éxito y fracaso
acontecía en el corto o mediano plazo. El comercio ultramarino era irregular, sujeto
a preceptos monopólicos de lento funcionamiento ; dependiente del sistema de
flotas, era susceptible a cualquier contingencia. Un cajonero, por ejemplo, podía
mantener en activo una tienda uno o dos años, ocultando los géneros hasta la
llegada de la siguiente flota ; pero si las comunicaciones se interrumpían, como
sucedió varias veces incluso durante décadas, algunos almaceneros iban a la ruina,
no teniendo otro recurso que el traspaso inmediato del local.
 20 Yuste, Carmen :Comerciantes mexicanos en el siglo XVIII. UNAM/ Instituto de
Investigaciones Histó (...)

39Por otro lado, si los agentes transportistas que arribaban en las flotas se
establecían temporalmente en la Ciudad de México, como ocurriría durante el
siglo XVIII, éstos demadaban a cualquier costo un local céntrico y seguro para
resguardar los lotes de mercancías que traían a consignación.20 Con seguridad los
« guantes » agilizaron los traspasos en esas circunstancias.

40Los « guantes » permitieran a los arrendatarios remodelar los cajones de acuerdo


con un uso multifuncional, haciendo que el diseño original de la Alcaicería, así como
los motivos por los que se pensó un mercado cerrado y especializado, quedaran en
el olvido.
 21 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 5.
 22 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, año de 1763
 23 AHCM : Fincas en general,vol. 1085, exp. 3, año de 1754.

41La Alcaicería se convirtió en un centro comercial y habitacional de amplia


participación social y de fisonomía abigarrada, pues si algunos cajoneros se
afanaban en mantener tiendas « muy guapas », para otros, dedicados al expendio
de productos menos suntuosos, el local no era más que un « cajón ». Para ilustrar
lo anterior veamos varios ejemplos. En 1748 el inquilino de las tiendas 93 y 94 tenía
una de ellas hecha zaguán, pues el cajón servía de día como bodegón de pulque y
« hasta caballos solían meterse ». Por la noche lo alquilaba tanto a los baratilleros
para almacenar sus « trastos », como a los indígenas que pernoctaban en la
plaza.21 En 1763, Lorenzo Fernández, traficante de alhajas, había añadido
mostradores exteriores a su cajón y entre puerta y puerta instaló tres alacenas de
madera con su cobertizo.22 En 1760, Juan de Dios Medina, inquilino de los cajones
interiores, había añadido « balcones saledizos » y tenía « aposentos con
comunicaciones entre las azoteas ».23
 24 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, año de 1763.

42Así como los cajoneros alquilaban partes de la tienda, los arrimados


subarrendaban « huecos » del puesto a vendedores de menor jerarquía o
parentelas ; por ejemplo, el joyero Fernández tenía fuera de la puerta tres puestos
de jícaras que alquilaban unas mulatas, las que a su vez habían arrimado a sus
parientes, conocidos y marchantes.24

1757 : LA ALCAICERÍA QUEDA TERMINADA


 25 AHCM : Fincas en general,vol. 1085, exp. 3, 1754.

43En 1757, Juan de Dios Medina, « vecino y del comercio de esta ciudad », inquilino
del llamado « Baratillo Interior », construyó otros dos tramos de cajones, por los
lados norte y sur, que completaron el rectángulo interior de tiendas. Fue entonces
que la Alcaicería quedó terminada tal como se proyectó inicialmente y que se puede
ver rebosante de comerciantes y público en la pintura anónima de la Plaza Mayor en
1766 que está en el Museo Nacional de Historia en Chapultepec. En la pintura resalta
la interrelación étnica que dominaba la Alcaicería. Medina obtuvo a cambio de la
obra, las rentas de esas tiendas durante nueve años.25

44A mediados del siglo XVIII la situación comenzó a cambiar. A partir de la década
de 1760 es que encontramos en los documentos el nombre de « el Parián ». La
reglamentación ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIIIinfluyó decisivamente en
la transformación de la abigarrada Alcaicería en el especializado Parián de finales
de la Colonia.
45Tal vez debido a la saturación de los espacios, entre los cajoneros se desarrolló
una aceptación generalizada sobre el uso exclusivamente mercantil de las tiendas y
un rechazo a aquellas actividades tradicionales que lo obstaculizaran. Los
arrendatarios entablaron diversos pleitos « por estorbarse », por ejemplo en 1738,
Lorenzo Alejandra y Francisco de la Canal, dueños de « cajones de fierro »,
entablaron un proceso contra María Mendoza e Isabel Gertrudis, madre e hija,
dueñas de puestos de chías, por quererse mantener junto a los cajones. Los
espacios ya no eran suficientes para todos los traficantes y los cajoneros se
muestran mucho más selectivos respecto a sus vecinos. El cajonero Francisco de la
Canal, « jugando de manos » a la entrada de su tienda, según declararon unos
testigos, les pisó las jícaras a las chieras y así se desencadenó el proceso. Los
cajoneros se quejaban de que la clientela de bebedores estorbaba la entrada y el
paso a las tiendas « por ser en sumo grado lo que se extienden [...] ámbito del que
se apropian sin más razón que su antojo ». Protestaban porque los sedientos
bebedores se arrimaban demasiado a los cajones y porque « el mosquero les
averiaba los géneros ». Exigían que las puesteras fuesen trasladadas a la plaza
pública, fuera del edificio. Las chieras apelaron en la Junta de Policía y obtuvieron
un amparo, argumentando la « inveterada costumbre » de mantener puestos junto
a los cajones y alegando que lo que los cajoneros arrendaban eran « las tiendas y
su claro », mas no la calle donde ellas ubicaban sus puestos. Los jueces se muestran
respetuosos de la « inveterada costumbre », los cajoneros no son atendidos y a las
chieras María e Isabel sólo se les advierte mantenerse en paz y no suscitar
enfrentamientos con los cajoneros.
 26 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 5, año de 1748.
 27 Idem.
 28 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, año de 1763.
 29 Idem.
 30 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 24, ff. 3 y 3v.

46De igual manera, desde 1748 algunos cajoneros denunciaron a Manuel Sánchez,
dueño de los cajones 93 y 94, que arriba citamos, por los usos « inusitados » que
daba a los cajones. Las quejas de los mercaderes se referían a que las humedades
del pulque y la concurrencia sospechosa impedían el comercio a todos los cajones
del tramo, alejando al público y deteriorando el edificio.26 A Manuel Sánchez se le
notificó que de continuar utilizando el cajón en usos « inusitados » habría de
desocuparlo. A Juan de Dios Medina, que había dotado su tienda « con aposentos y
balcones saledizos », se le mandó en 1760 derribase todo aquello que sirviera de
casa habitación.27 En 1763 Lorenzo Fernández se quejaba de los « malos arrimos »
que padecían todos « los cajones de esa acera » y solicitaba al Cabildo una
reubicación. Pedía que en la tienda que se le asignara, « no habría de ponerse
ningún comerciante con vendimia alguna y el frente ha de quedar libre y
desembarazado ».28 Detalla Fernández que las tres mulatas a quienes había
alquilado las puertas de su cajón habían arrimado a su vez a sus parientes, delante
de sus puestos, con vendimia de frutas y buñuelos, con lo que impedían a la gente
de a pie y de a caballo concurrir al cajón. Aclaraba que por los « malos arrimos »
todos los mercaderes de esa cuadra habían dejado los cajones. Denunció que « las
mulatas se negaron a dar sus nombres y como yo las señalé, ellas y sus conocidos
me han apedreado y gritado « gachupín, judío errante, hereje que vino
desterrado ».29 El Cabildo invitó a Fernández a traspasar el local y a escoger otro.
Cabe preguntarse ¿por qué el Cabildo se mostró condescendiente con los
vendedores de menor jerarquía ? Una respuesta tentativa que se desprende de los
documentos podría ser que los regidores obedecían a la práctica « inveterada » de
que hubiera puestos enfrente de las tiendas, además de que el Cabildo no disponía
de instalaciones o equipamiento donde ubicar a todos los puesteros. A raíz de este
pleito se realizó una « vista de ojos » y el escribano certificó que « era público y
notorio » que entre los cajones de la Alcaicería existían multiples puestos « sin que
los cajoneros los repelieran ».30

47En fin, la historia de la construcción de las tiendas del Parián nos permite conocer
algunos rasgos del comercio urbano durante el antiguo régimen de la Ciudad de
México.

48Durante sus cincunta primeros años, en las tiendas predominaron los pagos entre
comerciantes « por lapreferencia », los puestos semifijos enfrente de las tiendas,
los vendedores « arrimados » que atraían a la « forestería », y las obras y servicios
con que pagaban los dependientes menudistas su lugar para vender, prácticas que
se conservaron y aparecieron reelaboradas en los espacios urbanos que los
regímenes sucesivos asignaron al comercio.

49A lo largo del siglo XVIII el edificio sirvió de entorno al más distintivo centro
comercial de la ciudad. Ahí estuvieron reunidos los mercaderes españoles,
generalmente mayoristas, y junto a ellos toda una gama de vendedores
dependientes provenientes de todas las castas, los cuales mediante relaciones
informales complementaron la distribución de todo tipo de productos y servicios
locales.

NOTAS
1 Martos López y Yoma Medina : « El Parián. Un siglo y medio de historia y
comercio », en Boletín de Monumentos Históricos, no. 10 (jul.-sep.), 1990, INAH,
México. Y Luis Gonzalez Obregón : México Viejo, cap. 41, « El Parián ». Clásicos de
la Literatura Mexicana, México, 1979.
2 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 3, f. 1, año de 1692.
3 Ibid., ff. lv y 2.
4 Idem.
5 Ibid., f. 3.
6 Ibid., f. 3v.
7 Idem.
8 Ibid., f. 6
9 AHCM : Alcaicería, vol. 343, sin número de expedientes. Todo el legajo se refiere
a la construcción de las tiendas.
10 Idem.
11 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 3, ff. 13 y 14, año de 1694.
12 AHCM : Alcaicería, vol. 343.
13 Idem.
14 Idem.
15 Idem.
16 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 6, año de 1729.
17 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, ff. 1-13, 1703.
18 Idem.
19 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 8, ff. 14 y 16, año de 1705.
20 Yuste, Carmen : Comerciantes mexicanos en el siglo XVIII. UNAM/ Instituto de
Investigaciones Históricas, México, serie Historia Novohispana no. 45, 1991.
21 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 5.
22 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, año de 1763
23 AHCM : Fincas en general, vol. 1085, exp. 3, año de 1754.
24 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, año de 1763.
25 AHCM : Fincas en general, vol. 1085, exp. 3, 1754.
26 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 5, año de 1748.
27 Idem.
28 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, año de 1763.
29 Idem.
30 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 24, ff. 3 y 3v.
NOTAS FINALES
* Arrendamiento típico del régimen feudal, por el que los enfiteutas o
arrendatarios en este caso, disfrutaban como una posesión el dominio de
una finca a cambio de una renta, sin conseguir jamás su entera propiedad.
V. El asentista de la Plaza Mayor
p. 127-149
1En contraste con el funcionamiento del modelo comercial tradicional descrito en
los capítulos anteriores, el siglo XVIII marcó una transformación importante, ya que
por primera vez el Ayuntamiento reconoció a los cajoneros lo mismo que a los
vendedores como arrendatarios de la plaza. Ocurrió una tentativa hacia la
especialización de los espacios comerciales y para la administración de los
mercados menudistas asignó a un asentista. Esto permitió al Cabildo consolidar su
presencia como propietario de la plaza inhibiendo, durante algunas décadas, la
intervención virreinal, así como regularizar los ingresos que circulaban de manera
particular, además de tomar en sus manos la tutela y el control tanto de los indios
del mercado como de los grupos urbanos pobres del Baratillo.

LA INTERVENCIÓN DEL CABILDO


2Si durante los siglos XVI y XVII los mercados exigieron ser analizados por separado,
a partir del siglo ilustrado la historia del mercado de bastimentos y la del Baratillo
toman el mismo cauce administrativo debido a la intervención contundente del
Cabildo ; si recordamos que luego del motín de 1692, los funcionarios reales
argumentaron que por motivos de seguridad debía regularse directamente todo
cuanto se relacionara con la plaza, desde 1694 la intervención del Cabildo, a través
de un asentista, marcó la génesis de los mercados especializados. Pero no se trató
de la agrupación por giros, contra la que se oponían siglos de comercio tradicional :
la tienda y sus puestos arrimados donde el público encontraba desde porcelana
china hasta tomates y cebollas. La especialización a la que me refiero fue
económica : la concentración del comercio mayorista en los cajones de la Alcaicería
y la agrupación de los mercados menudistas en los « puestos de indios » y Baratillo.
Surgieron los mercados menudistas a cargo del municipio, el cual a través del
asentista afianzó el papel tutelar sobre los vendedores obteniendo su lealtad
incondicional. Los mercados menudistas habrán de permanecer sobre la plaza hasta
1791, cuando un nuevo discurso urbanístico se imponga a los intereses de la ciudad
y los mercados sean literalmente desplazados.

3El Cabildo logró con esta especialización remodelar las relaciones tradicionales
entre los mercaderes y los vendedores, pues abrió la posibilidad a un nuevo
contingente de puesteros « independientes » que ya no se subordinaban al control
directo de los cajoneros. ¿Cómo obtener los favores o la lealtad de la plebe urbana
que por esos años había prodigado acciones destructivas ? Permitiéndoles
establecer un sitio de venta sobre la Plaza Mayor. Así, reformuló los viejos vínculos,
sustrajo a los cajoneros el papel tutelar y redujo el contacto entre los comerciantes
de mayor y menor jerarquía a una relación entre vendedores independientes y
proveedores mayoristas.

4Cabe preguntarse, ¿qué provecho traía a los puesteros arrendar sitio con la
ciudad ? ¿Qué podía atraerlos a abandonar a sus patrocinadores tradicionales y
acometer la empresa de abrir un puesto propio ? En primer lugar, los puesteros
adquirían cierto reconocimiento social que se reflejaba en el calificativo « vecino y
con puesto en la Plaza Mayor », además de que este nombre les garantizaba
abastecedores de productos, así como una diversa clientela consumidora. En
segundo lugar, para los puesteros se abría la posibilidad de ejercer la venta con
relativa libertad, sin atenerse a los productos asignados por los mercaderes y con
opción aproveerse con artículos de diversos cajoneros. También significaba
establecerse de forma permanente en la plaza al amparo de una figura tutelar, cuya
protección les permitió evadir las legislaciones prohibitivas emitidas por la corona
y los virreyes, ya que por el hecho de pagar « pensión » se invistieron de cierta
corporeidad ante la sociedad, a la manera de los gremios —hemos hablado de las
solidaridades que se desarrollaron entre los baratilleros, los puesteros comenzaron
a identificarse entre sí como si se tratara de un grupo agremiado amparado por la
figura paternalista del Cabildo. Desde entonces los propietarios de puestos
pudieron « repeler » judicialmente las pretensiones de otras corporaciones, pues el
pago de la renta semanal en moneda acuñada se traducía en protección y seguridad.

5Finalmente, la especialización benefició a las arcas municipales, pues desde


entonces el Cabildo dispuso de la renta de los puestos de la plaza, calculada en 900
pesos anuales, en forma regular y en una sola entrega adelantada sin gasto alguno,
pues el asentista se responsabilizó de los costos que implicara la recaudación, la
disposición y la vigilancia de los vendedores.
 1 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 7, f. 6, año de 1713.
 2 Leonard A. Irving : La época barroca en el México Colonial, FCE, colección Popular
no. 129, 1976, (...)
 3 Villaseñor Baez, Luis Francisco : La arquitectura del comercio en la ciudad de
México : Disposició (...)

6Los puesteros no eran un grupo homogéneo, en cambio fueron menudistas


medianos y pequeños de una gran variedad étnica : había españoles y criollos que
en « cajoncillos de madera » vendían comestibles y manufacturas. La mayoría de
estos vendedores de « principales cortos » operaba mediante créditas : « lo más que
tenemos de surtimientos en los cajoncillos », decían en 1713, « lo tenemos fiado »
con los cajoneros1. Había mulatas y castas que sobre « mesillas » expendían
« baratijas » y ropa vieja ; también fueron clientes de la ciudad los indígenas que
mantenían abastecido el mercado de bastimentos2. Este amplio contingente de
menudistas en el que prevalecía la mezcla cultural hacía uso de los sitios de la plaza
de acuerdo con sus recursos y costumbres : los españoles y criollos establecieron
sus locales en diminutos « cajoncillos ». Las « mesillas » o « casuchas » de las castas
eran estructuras de palos con una plancha de madera que servía de mostrador. Los
puestos de los indios fueron en los mejores momentos « jacales », pero predominó
el local al viento, protegido por una sombra de petate.3

EL ASIENTO DE LOS PUESTOS Y MESILLAS DE LA


PLAZA MAYOR
7Los orígenes de Francisco Cameros nos son desconocidos. No era funcionario ni
mercader, pues sólo se presentaba como « vecino de esta ciudad ». Tampoco
conocemos qué tipo de magnate era ni de dónde provenían sus caudales. De pronto,
cuando el Cabildo creó el « asiento de los puestos y mesillas de la Plaza Mayor » en
1696, aparece ofreciendo ante la Mesa de Propios 700 pesos anuales por la
concesión, convirtiéndose desde entonces y hasta 1745 en pieza clave de las
discusiones e intereses entre el Ayuntamiento y la corona.

8Con la designación del asentista, el Cabildo consiguió delegar en terceras personas


una comisión que en aquella época de honores y prestigios, no interesaba a los
linajudos regidores. Asimismo, como « alcalde de la plaza » este personaje habría
de acallar las pretensiones de los funcionarios reales.
 4 Kamen, Henry :Vocabulario básico de la historia moderna. España y América 1450-
1750. Editorial Cr (...)
 5 Rubial Garcia, Antonio : La plaza, el palacio y el convento. La ciudad de México en el
siglo XVII.(...)

9Como en otros ramos del gobierno urbano, las obras públicas de la ciudad se
realizaban mediante concesiones a particulares o « asientos ».4 El Cabildo remataba
las obras públicas a vecinos ricos que podían desembolsar grandes sumas de dinero
por adelantado. Detentar el cargo de asentista en algún ramo del gobierno tenía
fines prácticos, pues habiendo liquidado el monto acordado, los concesionarios
gestionaban las obras públicas como negocios particulares. Pero también en aquella
sociedad jerarquizada, el título de asentista proporcionaba prestigio y ascenso de
categoría.5
 6 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, expedientes del 1-9, años de
1694,1697, 1698,1700, 17(...)

10Francisco Cameros compró el cargo durante cincuenta y tres años, lo mantuvo


hasta el final de su vida y quiso heredarlo a sus hijos.6 Sin lugar a dudas supo
aprovechar el cargo para aumentar su fortuna de forma considerable hasta
convertirse, como veremos, en prestamista de la ciudad.
 7 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 5, f. 7v, año de 1703.
 8 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 8, ff. 2 y 3, año de 1731.

11En 1692, 1694, 1697 y 1698, siguiendo el protocolo tradicional de los remates
públicos, Francisco Cameros adquirió por setecientos pesos anuales el « asiento de
los puestos y mesillas de la Plaza Mayor », dicho asiento incluía la disposición u
« ordenamiento », la vigilancia y la recaudación de los vendedores. La diferencia en
el siglo XVIII fueron las compras por adelantado que negoció a fin de prolongar
indefinidamente los tiempos para ejercer su cargo en la plaza. Por ejemplo, en 1702
proporcionó cuatro mil pesos para sufragar la entrada del virrey y obtuvo el asiento
por tres años más.7 En 1731, Cameros aportó seis mil pesos para remodelar el
templo de San Hipólito, lo cual se tradujo en que el asentista aseguró la
administración de la plaza durante toda la década de 1730.8

12Los pagos anticipados le permitieron conservar el arrendamiento de la plaza


durante su larga gestión por la misma cuota, evitando que los regidores revaloraran
la renta. Por lo demás, al perpetuarse en el cargo no tuvo que rendir cuentas de sus
mayores o menores ganancias. Él mismo hizo referencia a los « numerosos y
variados negociantes con los que traficabadiariamente ».

13El cargo de asentista investía a Cameros con gran autoridad, lo que le permitía
tener fuertes influencias entre los puesteros. Recibía instrucciones y
recomendaciones de los regidores, pero no tenía superiores inmediatos. Fungía
como juez, administrador, recaudador y vigilante. Cameros estipulaba las
contribuciones según la ubicación y extensión del sitio, decidía sobre multas y
exenciones, asignaba los sitios, vigilaba los productos y podía « introducir » y
« lanzar » a los vendedores. Él sancionaba las disputas en la plaza. Francisco
Cameros muy bien pudo haber dicho « la plaza es mía ».
 9 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 12, año de 1725.

14El Cabildo le dio instrucciones generales : agrupar por separado a los puesteros
de víveres y a los vendedores de manufacturas, nuevas y usadas ; que los puestos
se alinearan formando calles amplias y derechas por las que pudiera transitar un
carro ; que los vendedores se agruparan por giros ; cuotas semanales de uno y
medio, uno o medio real, según el paraje, y no « llevar pensión alguna a los indios
introductores de lo comestible ». Pero he aquí que su « genio personal » lo condujo
a ofrecer « comodidades » a cambio de pagos extraordinarios que se agregaban a
la renta estipulada. Sabemos que los puesteros pagaban varias cuotas : una por el
sitio, otra por las « sombras » y « palos », otra más por permitirles almacenar e
inclusive otra para pernoctar.9 Llegará el momento en que las « comodidades »
incluyan la posibilidad de morar en el puesto y la facultad para heredarlo de padres
a hijos. Todo lo cual fue el resultado de un tramado de relaciones pactadas
verbalmente con los diversos puesteros de manera individual.
 10 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 2, ff. 1 y 2, año de 1697.

15Sin lugar a dudas podemos afirmar que en manos del asentista los mercados de
la plaza crecieron, pues la información vertida en los documentos muestra que en
su administración incluyó gradualmente a otros comerciantes : así ocurrió desde
1697, cuando el asiento incluyo a los llamados « puestos de Noche Buena »10, una
feria anual importante que además de las especialidades decembrinas para los
vecinos capitalinos, convocaba un intercambio regional de productos agrícolas en
el que participaban también los mayoristas. Lo mismo sucedió con los llamados
« puestos de Cuaresma » y los « puestos de ofrenda de Todos los Santos », que en
abril y noviembre se instalaban sobre la plaza.
 11 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 5, ff. 1 y 2, año de 1703.

16Mientras se construía la Alcaicería (de 1694 a 1702) el asiento se devaluó, pero a


partir del siglo XVIII, con las « tiendas en firme » concluidas y ocupadas, el prestigio
comercial de la plaza se consolidó. Aparecieron varios postores a los remates
públicos y Cameros obtuvo las adjudicaciones por mil cuatrocientos pesos
anuales.11
 12 Ibid., f.6.
 13 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 7, f. 6, año de 1713.

17Aunque en las adjudicaciones Cameros se comprometió a « no alterar ni pedir por


los puestos y mesillas más precio del que había sido costumbre », sabemos que el
asentista incrementó gradualmente las cuotas y que estos incrementos levantaron
las protestas de los vendedores. En 1703 los puesteros de « fierro viejo » recordaron
al Cabildo que « había sido costumbre inveterada pagar uno y medio, uno o medio
real por los sitios según el paraje », y amenazaban con elevar los precios de los
productos, pues les parecía absurdo pagar renta y alcabala12 (impuesto a la
circulación de mercancías que variaba entre un 5 y un 10 % según las épocas). Pero
a pesar de las quejas pocos vendedores dejaban de pagar. Si hacia 1713 los
mesilleros que vendían « listonería » pagaban al asentista tres reales semanales, al
tiempo que se quejaban por el aumento de las cuotas, no dejaban de estar al
corriente en sus pagos « con tal de no ser lanzados del Baratillo de la Plaza
Mayor ».13
 14 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 6, ff. 1 y 2, año de 1729.

18Ahora bien, el próspero negocio también tenía sus altibajos. En 1712 el virrey
duque de Linares ordenó un empedrado parcial de la Plaza Mayor, Cameros quedó
encargado desde entonces de la limpieza y conservación del novedoso empedrado ;
aunque el asentista registró estos servicios como pérdidas y se quejaba de altos
costos, sabemos que en 1729 las « indias zapateras del Baratillo » lo denunciaron,
pues además de la pensión semanal, Cameros les había impuesto el aseo de la plaza
amedrentándolas con una multa de cinco pesos.14 En 1731, a la limpieza del
empedrado se le agregó el aseo de la Pila Principal y se le impuso la paga de dos
guardias que cuidasen la plaza y tuviesen « arreglados » los puestos. También en
este caso Cameros registró los gastos como pérdidas.
 15 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 8, f. 6, año de 1738.

19Cameros se quejó con amargura durante las oleadas de viruela que padecieron
los habitantes de la ciudad en la década de 1730, informándonos él mismo sobre
aquella gran contingencia : « en ese tiempo sobrevino el contagio, en que se
despoblaron casi todos los puestos, de modo que no pude conseguir algún
acrecentamiento en remuneración de mi servicio ».15
 16 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 4, ff. 1 y 2, año de 1700.
20Al término de la construcción de las tiendas, Cameros avanzó en la
especialización mercantil con la separación del Baratillo grande o interior y chico o
exterior. En 1700 ordeno que los vendedores de zapatos, mercería, muebles y loza
agruparan sus « mesillas » en el centro de la Alcaicería ; esta plazuela o Baratillo
interior se convirtió, sin los puesteros de artículos de segunda mano, en el mercado
menudista de manufacturas artesanales nuevas. Este nuevo establecimiento recibió
el nombre de « Baratillo grande » o « Baratillo interior ».16 Fuera del edificio, en el
centro de la plaza permaneció el Baratillo tradicional, que fue rebautizado como el
« Baratillo chico », « Baratillo de los muchachos » o « universidad de la picardía ».
Junto a la acequia, Cameros dispuso los puestos de indios del mercado de
bastimentos, alineados por calles : « verduleras, fruteras, chieras, etc. ». Cabe
advertir que esta disposición de los mercados se mantuvo notablemente inalterada
a lo largo del siglo ilustrado, e incluso se quiso transplantar en las « plazas de
mercado » del último tercio del siglo XVIII.

LAS COSTUMBRES COMERCIALES EN TIEMPO DE


CAMEROS
21Hemos señalado que Cameros manejó como un negocio particular la
administración de los mercados menudistas. El acceso a sitios y la posibilidad de
ejercer la venta libremente se flexibilizó. Tal vez los puestos móviles se
multiplicaron. Además, mediante la acumulación de cuotas o « comodidades », los
tenderetes perdieron el carácter portátil y adquirieron los rasgos de un hogar. Esta
simbiosis mediante la cual el tenderete adquirió el carácter sedentario de las
tiendas, fue resultado de infinidad de vínculos pactados verbalmente entre el
asentista y los vendedores.

22Ya muy viejo, Cameros se vanagloriaba de que « por medio de [su] aplicación y
genio sociable, [...] siendo tantos y tan diversos con quienes comercio
diariamente », se había mantenido el orden « llevándoles muy moderados
derechos ». Se refería a las pensiones municipales, « y sin causar molestias a los
indios, pues a los más de ellos nada les obligo a que contribuyan, [pues los indios]
de genio belicoso que a la menor contribución que se les intenta llevar, lo vuelven
pleito, ni entre ellos se ha oído el menor rumor sobre los puestos y lugares donde
cada uno ha de expender sus géneros ». Probablemente Cameros conocía a cada
uno de los puesteros y en cada caso mediaban pagos y trato paternalista.
 17 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 10, f. 14, año de 1722.

23Los puestos comerciales adquirieron carácter de bienes inmuebles y sus dueños pudieron
habitarlos, venderlos, heredarlos o traspasarlos con gran libertad. Decía un comerciante
con cuatro puestos de ropa en la Plaza Mayor que « respecto de los puestos, la costumbre
desde el tumulto [de 1692] ha sido irse sucediendo unos a otros en la posesión y goce
conforme han querido los poseedores ».17

 18 Ibid., f. 3.
 19 Idem.
 20 Ibid., f. 1.

24Pareciera que en aquella época la posesión de un puesto podía significar el


patrimonio de una familia por varias generaciones. Por ejemplo, Melchora de los
Reyes mantuvo un puesto de ropa desde la repartición que tuvo lugar después del
motín de 1692 ; su hija María de la Encarnación lo heredó y continué
ejerciéndolo.18 Aunque la sucesión familiar parece haber sido la norma, hubo
excepciones, por ejemplo, aunque Ana Maria de la Encarnación, con puesto de
naguas dejilotepec, tenía varios hijos, ella dispuso que quien pagara su entierro
heredaría el puesto.19 En 1722 Francisca Magdalena reclamaba la posesión de un
puesto de naguas, pues alegaba que en vida le había pagado a la dueña, sin
interrupción, « un real diario y otro cada semana como pago por la donación
graciosa ».20 En la sucesión de puestos no participaba el asentista, y más bien se
trataba de arreglos verbales entre los vendedores.
 21 Quintanilla Echegoyen, Carlos : Los espacios del comercio en México. CANACO-
LIMUSA, México, 1992, (...)

25Sabemos que los dueños de tenderetes les dieron los más variados usos : tienda
o mostrador, casa habitación, bodega, corral y cocina. Para ello los dotaron de las
instalaciones necesarias de acuerdo con sus posibilidades.21 La mayoría de
vendedores era gente de escasos recursos que una y otra vez mencionan petates,
palos, tablas y jergas como los materiales que utilizaban para cubrir y adosar sus
puestos. El asentista Cameros fue muy tolerante respecto a los materiales y
fisonomía de los locales, siempre y cuando cada nueva « comodidad » se
acompañara de su pago respectivo. Así se explica que hacia 1760 un funcionario de
la Audiencia describiera la plaza como « un pueblo mal fundado ».
 22 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 3, año de 1654.
 23 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 5, ff. 1 y lv, año de 1721.

26En tanto bienes inmuebles, los puestos fueron disputados con ferocidad ; por
ejemplo, las indias vendedoras de lanas teñidas del barrio de Necatitlán protestaban
porque sus propias pía- sanas no las dejaban vender, a menos que les pagaran
cierto número de reales que las primeras decían haber desembolsado para obtener
copias de los despachos mediante los cuales habían adquirido posesión de los
sitios.22 En 1721 Polonia Agustina y su hija María de los Santos, indias de la
parcialidad de Santiago, acudieron al juzgado de Policía para acusar a Gregoria
Pascuala y sus siete socias o « consortes » de la misma parcialidad, porque éstas les
impedían el tráfico y comercio de la papa.23
 24 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 10, ff. 1, 2 y 3, año de 1722.

27Las disputas y pleitos reaparecen una y otra vez. Cuando Felipe de Ávila acudió a
reclamar la posesión del puesto de Ana María de la Encarnación, argumentando que
en ese arreglo había quedado con la difunta, se presentó Francisca Magdalena
alegando una usurpación.24
 25 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 11v, año de 1725.

28Otras disputas enfrentaron a Cameros con los indios introductores de


bastimentos : en 1725 el asentista intentó persuadir a los indios para que
trasladaran sus puestos a la plaza de San Juan donde no pagarían pensión ; pero las
verduleras y fruteras le argumentaron que, por « las comodidades » de estar en la
Plaza Mayor, preferían pagarle pensión y mantener sus puestos.25
 26 Ibid., f. 12.

29Los vendedores continuaron la costumbre de los arrimos ; en 1725 el asentista


se quejaba de las verduleras, sobre cómo « agregaban a sus puestos a otras, a las
que traen pan a vender y a las indias pobres » y les cobraban por lo mismo, « de tal
manera que muchas ocupan más de 4 ó 5 varas, por lo mucho que en ellos tienen
de géneros ».26
 27 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 7, f. 8, año de 1713.

30Aunque en aquel momento el asentista se escandalizaba de cómo las indias


arrimaban a sus parientes y marchantas, él mismo acudió a esa práctica : en 1713
los dueños de cajoncillos con venta de lienzos agrupados en el Baratillo, se quejaban
de los muchos arrimados que Cameros había introducido en el mismo sitio, donde
tendidos en petates vendían lienzos que pregonaban a muy bajos precios, además
de que estorbaban el paso, « para el dispendio de nuestros géneros ».27 Esta
disputa se resolvió cuando los dueños de cajoncillos aclararon que su demanda se
reducía a que los arrimados no pudieran vender encajes ni listones. Además de
corroborar que Cameros practicó la costumbre de los arrimos, este caso nos permite
ver que los menudistas de mayor jerarquía intentaban repeler la competencia en la
venta de ciertos productos.

31En el pleito de 1722 entre Felipe de Ávila y Francisca Magdalena por un puesto de
ropa, mediante la presentación de testigos se averiguó que Ávila proporcionaba o
« abiaba » a Francisca las naguas que ella vendía, y se repartían las ganancias por
mitades. Como Francisca le había dado « malas cuentas », Felipe le había quitado el
sitio donde ella ponía su puesto. Hasta que Francisca aceptó liquidar lo que debía,
pudo continuar con su comercio. Este ejemplo nos anuncia nuevos sistemas de
abasto como el de los « abiadores », manufactureros españoles que proporcionan o
« abian » las naguas que las indígenas venden en la plaza.

LOS MERCADERES EN DEFENSA DEL COMERCIO


TRADICIONAL
 28 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 10, ff. 18 y 19, año de 1722.

32Si a través de las cuotas informales los locales se habían sedentarizado, también
habían permitido que los puesteros arrimaran a otros menudistas. En 1725 Cameros
se queja de que las indias venden productos que no eran suyos, pan y ropa que les
surten los españoles.28
 29 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 12, año de 1725.

33La proliferación de menudistas que ofrecen todo tipo de productos encontró


resistencia por parte de los mercaderes. Desde 1709 los dueños de cajón
denunciaban que si tradicionalmente su comercio consistía en vender a los
« forasteros » (comerciantes de « tierra adentro » que viajaban a la capital a
abastecerse de géneros para sus tiendas en otras ciudades), con la agrupación de
puestos en torno al asentista, tal comercio había cesado ; se quejaban que no había
forastero que llegara a comprar a los cajones, pues preferían comprar en los
puestos.29
 30 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 7, ff. 3-3v.
 31 Idem.

34Por ello los dueños de cajón solicitaron al Ayuntamiento que los puesteros
volvieran junto a los cajones, y que la « disgregación » de puestos semifijos se
detuviera. Argumentaban que al estar distantes no había manera de controlar ni su
número ni los géneros que vendían, « lo cual no hicieren estando donde alguien los
conozca ». Se defendían diciendo que mientras ellos, además del arrendamiento de
200 pesos anuales, satisfacían también las reales alcabalas y los gastos de la
Cofradía del « Santísimo Exehomo » (cofradía que agrupaba a los dueños de cajones
de la Alcaicería), ellos se encargaban de financiar la vigilancia y guardia del edificio ;
y no veían bien el que los puesteros no tuviesen sobre si ninguna de estas cargas.
Les pasmaba la facilidad con que los vecinos pobres ponían puestos y mesillas en
cualquier parte. Denunciaban que, al estar distantes, los puesteros vendían unos
géneros por otros, « adulterando sus nombres [...] se experimentan muchos robos
en las compras y ventas que se hacen al anochecer y así nos usurpan el comercio
[...] Aumentando la usurpación al haberse extendido el trajín [tráfico] hasta la Puente
del Real Palacio »30 y la Plazuela del Volador, « siendo que en dicha plaza del
Volador nunca hubo tal cosa, pues tan solamente se componía de puestos de
Barberos, Bodegones [comidas] y cosas comestibles ». Razonaban que por la
apertura de tantos puestos semifijos la Mesa de Propios tuviera muchos cajones
cerrados.31

35Para 1724 la disputa entre los cajoneros y el Cabildo no se había resuelto. Los
mercaderes escribieron una representación dirigida al Ayuntamiento contra los
« intrusos que venden por la calle mercadurías », en la que con detalle exponen la
situación que guardaba el comercio de la plaza desde su punto de vista : primero
denuncian « que era público que en la mediación que hace de los cajones y el
cementerio de la Catedral se han puesto tantos vendedores con los géneros de
Castilla y China en el suelo y otras mercancías sobre una mesilla o banco a la sombra
de un petate ». Explican que tal situación « es una cosa muy extraña que de pocos
años a esta parte se ha introducido en perjuicio de los mercaderes ». Por ello se
lamen- tan que « hoy día se halla perdido el trato de la mercancía pues no hay indio,
mulato, ni mestizo y de otras castas inaveriguables que no sea o quiera ser
mercader, [...] los muchachos de todas las castas con caudal de tres ó cuatro pesos
andan por la plaza inquiriendo forasteros que entran en esta ciudad, [...] les facilitan
las compras, llevándoles lo que les piden, dándoles unos géneros por otros ».
36Los cajoneros solicitaban que se trazara una línea distintiva entre los mercaderes
y los puesteros, y pedían que si algún individuo quisiera tratar con géneros pusiera
tienda para ello. Suplicaban que cada individuo se remitiera tan sólo a su oficio, y
que hubiese distinción como la había habido en los gremios.
 32 Idem.

Pues hay hombres [describían en su lamentosa representación de 1724] que con


unas tijeras y un cuchillo a la mano, toda una semana corne, viste, mantiene el juego
y otras liviandades con el pretexto de ser mercader [por eso] no hay gente que
quiera trabajo en su oficio y está perdida la tierra [...] pues los zapateros con un par
de zapatos a la mano son haraganes, [...] los sastres con unos calzones que, de las
capas que de noche hurtan, hacen, [...] los herreros encubren los robos con unas
espuelas o un freno con que andan todo un día. [...] y en este tono todos los demás
oficios. [...] manteniendo juegos en que beben, y siempre desnudos y sin camisa
[...] hoy la mujer casada trata con mercancías con la sola licencia de su marido ».32
 33 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 12, ff. 1-8, año de 1724.

37Los mercaderes que defendían el comercio monopolizado clamaban que con este
desorden se confundían los fueros y privilegios de que cada uno debe gozar, « pues
el título de mercaderes es diferente del vulgar nombre “del comercio” que
comprende : cacaguateros, tenderos y otros ». Solicitaban que se respetaran los
privilegios del mercader estipulados en las ordenanzas para el Consulado de este
reino : estar matriculado, tener la mayor parte de su caudal en mercancía, « que por
sí mismos la ejerzan y se ocuparan permanentemente en el ejercicio ». Pensaban
que sólo era mercader aquel que vendía las mismas mercancías que compraba, pero
quien las transformaba en otras cosas entonces dejaba de serlo. Lo que nos muestra
que debido al creciente número de vendedores, el grupo de mercaderes llamaba a
cerrar filas en torno a la jerarquía mercantil tradicional. El enojo de aquel antiguo
grupo de comerciantes solicitaba acabar con « el cáncer de tan malas costumbres,
para que éstas no infesten ni cundan y lleguen a estado de no poderse remediar [...]
se alteran los precios y lo padece el bien común de la República y atraso total de los
mercaderes ».33 Demandaban en ese año de 1724, « en razón de que no se vendan
en las plazas, calles ni mesones géneros de Castilla ni de China ni de la tierra, si no
fuere en tiendas y cajones ». Las demandas de los mercaderes no fueron atendidas
y acabaron por instalar tres o cuatro puestos por su cuenta.
 34 Idem.
38Los grupos urbanos pobres se acercaban al asentista en busca de oportunidades.
En 1725 el alcalde de la parcialidad de San Juan, Antonio de Alvarado, pedía más
sitios para puestos, no sólo en nombre de las naturales de aquel barrio, sino en el
de las indias de todos los barrios de la ciudad, a fin de que vendieran las cosas de
sus « grangerias », « pues las vendedoras son muchas y los espacios son cortos ».
Pedía sitios para las laneras de azul, zapateras, maiceras, verduleras, tomateras,
chileras, fruteras, nagüeras, rosereras [vendedoras de rosarios], tochomiteras,
pescaderas y las demás de otros oficios.34
 35 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, ff. 9-9v., año de 1725.

39La respuesta de Cameros nos permite comprobar que desde la primera mitad del
siglo XVIII el comercio de bastimentos ya no era exclusivo de los indios, sino que
todos los vecinos sin distinción lo ejercían : Cameros alegó que el alcalde Alvarado
no sólo pedía por las indias, « porque las que piden son mestizas y de otras castas
y no venden géneros ni frutos suyos, sino la mayor parte de españoles como las
panaderas, nacateras, roperas, y jarrieras ».35
 36 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 12, año de 1725.

40Siendo ya un anciano, Cameros volvió a comprar en 1738 el asiento por


adelantado, pero previendo el final de su vida, se aseguró de que sus herederos
continuaran disfrutando de las rentas de la plaza. Cameros murió en 1741 y su
albacea, Juan de Pau, continuó la concesión hasta 1747, con los mismos privilegios
y obligaciones que tenía su antecesor.36

41Los proyectos gubernamentales de especialización mercantil adquirieron en el


terreno formas peculiares : la delegación de la administración del comercio
menudista en la persona de un asentista, la proliferación de puestos portátiles que
a cambio de cuotas extraordinarias pudieron ejercer el comercio de todo tipo de
productos y convertir los puestos en casa habitación, y la resistencia de los
mercaderes ante la competencia de numerosos menudistas protegidos por la
ciudad. La larga gestión de Cameros y su peculiar uso de las « comodidades »
habrán de dejar profundas huellas en el comercio urbano.

CONCLUSIÓN
42Hemos relatado el desarrollo histórico de tres mercados que compartieron el
mismo espacio urbano. Las autoridades, tanto la corona como el Ayuntamiento,
dispusieron su asentamiento sobre la magnífica y extensa Plaza Mayor. Los hemos
visto transitar desde sus formas elementales, cuando ponían en contacto a los
productores con los consumidores, hasta su especialización como emplazamientos
permanentes y de manera peculiar sedentarios. Atendían las demandas urbana,
regional e incluso virreinal de ciertos productos. No solo cumplían funciones
mercantiles, sino que eran también espacios políticos y culturales. No hemos podido
comprobar que la libre circulación o la ley de la oferta y la demanda fueran las
fuerzas motrices determinantes ; en cambio, encontramos mercados jerarquizados
y relaciones sociales de tipo señorial. No hemos encontrado a comerciantes que se
identifiquen en términos de igualdad como propietarios de mercancías, sino que
cada establecimiento era conducido por grupos sociales claramente diferenciados
por su procedencia étnica. Cada mercado con sus proveedores, sistemas de tiendas,
tribunales, normas mercantiles, sus pesos y medidas, sus formas de venta, su
calendario y aromas y colores distintos. Al mismo tiempo comprobamos la
conservación de ciertas prácticas comerciales tradicionales : la combinación de las
tiendas y los puestos, los pagos informales, la mezcla de todo tipo de productos y
el uso irrestricto de los espacios públicos. Estos rasgos habrán de sobrevivir incluso
a los más furibundos proyectos de modernización realizados por los gobernantes
de la ciudad. Durante las primeras décadas del México independiente, los
funcionarios discutieron los efectos perjudiciales que provocó la movilización de los
mercados de 1791 hacia otras plazas. Sorprendidos comprobaban que los
vecindarios que ahora alojaban a los mercados se caracterizaban por la mezcla de
individuos de diferente condición social, la presencia de puestos frente a las tiendas,
los arrimos de vendedores de menor jerarquía, y el uso y abuso de los espacios
públicos.
NOTAS
1 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 7, f. 6, año de 1713.
2 Leonard A. Irving : La época barroca en el México Colonial, FCE, colección Popular
no. 129, 1976, p. 75.
3 Villaseñor Baez, Luis Francisco : La arquitectura del comercio en la ciudad de
México : Disposición e Historia. CANACO, México, 1982, pp. 27-36.
4 Kamen, Henry : Vocabulario básico de la historia moderna. España y América
1450-1750. Editorial Crítica, España, 1986, p. 56.
5 Rubial Garcia, Antonio : La plaza, el palacio y el convento. La ciudad de México
en el siglo XVII. CONACULTA, Sello Bermejo, México, 1998, pp. 34-38.
6 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, expedientes del 1-9, años de
1694,1697, 1698,1700, 1703, 1709, 1722, 1731 y 1738.
7 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 5, f. 7v, año de 1703.
8 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 8, ff. 2 y 3, año de 1731.
9 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 12, año de 1725.
10 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 2, ff. 1 y 2, año de 1697.
11 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 5, ff. 1 y 2, año de 1703.
12 Ibid., f.6.
13 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 7, f. 6, año de 1713.
14 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 6, ff. 1 y 2, año de 1729.
15 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 8, f. 6, año de 1738.
16 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 4, ff. 1 y 2, año de 1700.
17 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 10, f. 14, año de 1722.
18 Ibid., f. 3.
19 Idem.
20 Ibid., f. 1.
21 Quintanilla Echegoyen, Carlos : Los espacios del comercio en México.CANACO-
LIMUSA, México, 1992, pp. 150 y 153.
22 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 3, año de 1654.
23 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 5, ff. 1 y lv, año de 1721.
24 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 10, ff. 1, 2 y 3, año de
1722.
25 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 11v, año de 1725.
26 Ibid., f. 12.
27 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 7, f. 8, año de 1713.
28 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 10, ff. 18 y 19, año de
1722.
29 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 12, año de 1725.
30 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 7, ff. 3-3v.
31 Idem.
32 Idem.
33 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 12, ff. 1-8, año de 1724.
34 Idem.
35 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, ff. 9-9v., año de 1725.
36 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 12, año de 1725.
Bibliografía
p. 153-167
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productos ? »—Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 1.

1684 : « Auto del Señor Corregidor sobre que la policía no les cobre 4 pesos a los
que piden licencia para echar tejados en las puertas de sus tiendas » — Hacienda,
Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 1.
1692 : « Remate hecho en Don Miguel de Tollara del arrendamiento del cajón no.
17 perteneciente a la N.C. »— Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 1.

1692 : « Sobre que ninguna persona asista trate ni contrate en el Baratillo en ningún
día del año, baxo las penas que se señalan, y que los Yndios ocurran al Govierno »—
Rastros y Mercados vol. 3728, exp. 2.
1692 : « Expediente formado sobre el proyecto de formar cajones de bóveda en la
Plaza Mayor de la ciudad »—Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 3.

1694 : « Autos hechos sobre el remate que se hizo a Francisco Cameros

de los puestos de las casas »— Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 1.

1695 : « Autos fechos sobre la fabrica de los caxones y tiendas de la Alcaicería de


la Plaza Mayor de esta ciudad A cargo y disposición del Capitan Don Pedro Ximenes
de los Cobos, Regidor de esta ciudad »—Alcaicería, vol. 343, exp. 1., fojas 1-137.

1695 : « Quaderno de las Scripturas de arrendamiento de las tiendas de la Plaza


Mayor de esta ciudad que están frontero del Portal de los Mercaderes y frente de la
Catedral » —Alcaicería, vol. 343, exp. 1, fojas 138-169.

1696 : « Autos fechos en virtud de orden del Exmo. Señor Obispo Virrey de la
extirpación del Baratillo y demás puestos y mesillas de la Plaza Mayor de esta
Ciudad »— Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 4.

1697 : « Remate de los Puestos de la Plaza Mayor de esta ciudad en Francisco


Cameros »— Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 2.

1698 : « Remate de los Puestos de la Plaza Mayor de esta N.C. en Francisco Cameros
en precio de 700 pesos cada año, tercios adela tados, que corren y se cuentan desde
10 de henero de 1699 » Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 3.
1699 : « Quaderno de las escrituras de arrendamiento de los cajoncillos de las
puertas, y de las tiendas que están frente del Real Palacio, y la Cera que va de la
Callejuela de los Roperos a la Catedral »—Alcaicería, vol. 343, exp. 1, fojas 170-
193.

1699 : « Escripturas de los caxoncillos de madera que se han puesto en

los saguanes de las puertas... » —Alcaicería, vol. 343, exp. 1, fojas 194-198.

1699 : « Primera quenta de la obra y fabrica de los caxones en la Plaza Mayor desta
ciudad perteneciente a ella, que ha estado a cargo del Señor Correo Mayor y Regidor
Pedro Ximenes de los Cobos. Glosada por el Contador Juan Velazquez a quien se
cometió »— Alcaicería, vol. 343, exp. 1, fojas 199-242.

1700 : « Remate de los Puestos y Mesillas de la Plaza Mayor desta ciudad que se
hizo en Fco. Cameros por tiempo de 3 años, que corren y se cuentan desde 10 de
enero de 1701 y por 700 pesos cada año, a pagar tercios adelantados » —Puestos
de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 4.
1701 : « Autos fechos de pedimento de los cajoneros de la Plaza Mayor sobre que
se abra un arco y se echen Puertas de madera » — Alcaicería, vol. 343, exp. 1, fojas
272-318.

1703 : « Recaudo y quenta segunda de lo gastado en la fábrica de la Alcaicería y


caxones de la Plaza Mayor desta ciudad y lo procedido de sus arrendamientos de 1
de enero de 1700 hasta fin de junio de 1703. Que ha estado a cargo de Pedro
Ximenez de los Cobos. Glosada por el Contador Juan Velazquez y resumen de lo
que Importan anualmente los arrendamientos de dichos caxones »— Alcaicería, vol.
343, exp. 1, fojas 243-327.

1703 : « Autos fechos sobre el remate de los Puestos y Mesillas de la Plaza Mayor
en Fco. Cameros por tiempo de 6 anos y por 1400 pesos en cada uno (1705-
1710) »— Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp.5.

1703 : « Autos fechos de pedimento de Francisco Garrido dueño de Cajón de


Mercaderías sobre pretender abrir una puerta a su costa en dicho
Cajón »— Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, fs. 1-13.

1705 : « Ramón De Yssa y Ulloa, sobre querer Juan Fernández de la Torre le deé
Guantes por el arrendamiento de la mitad de un cajón » — Hacienda, Propios,
Parián, vol. 2237, exp. 10, fs. 14-20.
1709 : « Francisco de Ribera y varios mesilleros de la Plazuela del Volador sobre que
se les asigne puestos en la Plaza Mayor » — Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230,
exp. 7.

1709 : « Autos fechos sobre el remate de la renta de los Puestos y Mesillas de la


Plaza Mayor desta ciudad hecha en Fco. Cameros por 6 años y por 1200 pesos en
cada uno » — Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 6.

1715 : « Autos de adjudicación de los Puestos y Mesillas de la Plaza Mayor y su renta


en Cameros por 7 años » —Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 9.

1721 : Polonia Agustina y demás comerciantes de la papa sobre que Gregoria y sus
consortes no le inquieten ni perturben en su comercio » — Rastros y Mercados, vol.
3728, exp. 5.

1722 : « Autos fechos a pedimento de Francisca Magdalena contra Felipe de Avila


sobre que le entregue un puesto en la Plaza Mayor de esta ciudad » — Hacienda,
Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 10.
1722 : « Autos fechos a petición de Fco. Cameros Asentista de los Puestos y Mesillas
de la Plaza Mayor sobre que se le adjudique por nueva cuenta (1723-1732) » —
Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 7.
1724 : « Autos de representación de todos los mercaderes cajoneros de esta ciudad
contra los intrusos y que venden por las calles y Baratillo »—Hacienda, Propios,
Arbitrios, vol. 2230, exp. 12.
1725 : « Don Antonio de Alvarado Alcalde de la Parcialidad de San Juan de México y
los demás oficiales de su república sobre que Francisco Cameros arrendatario de
los puestos de la Plaza Mayor desta N.C. señale puestos a las indias e indios que
venden sus grangerías en ella sin llevarles las pensiones de que se quejan » —
Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13.
1729 : « Don Juan del Campo Velarde, solicitador de naturales, por las yndias
verduleras de la Plaza sobre haverseles quitado los puestos que tenían sobre
firme »— Rastros y Mercados, vol. 3728. exp. 6.

1731 : « Autos fechos sobre la adjudicación de el asiento de la renta de los Puestos


y mesillas de la Plaza Mayor en Francisco Cameros, por tiempo de 9 años, dando
para la fábrica de dos tramos de cajones o lo que fuere necesario » —Puestos de la
Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 8.
1735 : « Auto y pregones prohibiendo no aya puestos en las noches de la víspera y
día de Todos los Santos »— Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 7.

1738 : « Autos sobre la adjudicación del Asiento de la renta de Puestos y Mesillas


de la Plaza Mayor en Francisco Cameros por tiempo de 5 años » —Puestos de la
Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 9.
1738 : « Autos seguidos por los dueños de cajones de la Plaza Mayor contra unas
puesteras sobre que no pongan sus puestos cerca de sus cajones »— Hacienda,
Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 24.
1744 : « Don Gabriel de Avilés arrendatario de un cajón en el Parián sobre que Juan
Silva le entregue el alto que le corresponde a su cajón » —Hacienda, Propios,
Parián, vol. 2237, exp. 2.
1745 : « Autos formados sobre si la Plaza del Volador es comprehendida en los
asientos, remates y adjudicaciones de la Mayor »— Puestos de la Plaza Mayor, vol.
3618, exp. 10.

1746 : « Autos de Bando publicado contra Regatones de Alimentos y abastos, desta


Ciudad »—Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 8.

1748 : « El Señor Procurador General sobre que se le notifique al arrendatario del


cajón no. 94 lo ocupe en casa de Comercio y que de no hacerlo se le
quite »— Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp.5.

1753 : « Cuaderno de los nombramientos de los señores regidores Administradores


de la renta de los Puestos y Mesillas »— Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp.
11.

1754 : « Don Juan Cervantes por el Convento de San Agustín pide que los
comerciantes de la acequia o Tlapaleros no impidan a las fruteras situarse en el
Portal de los Agustinos »— Portales, vol. 3692, exp. 7.

1760 : « Autos últimamente formados sobre el perfecto arreglo de la Plaza Mayor


desta N.C. conforme al mapa de P7 » — Puestos de la Plaza Mayor,vol. 3618, exp.
12.

1761 : « Autos sobre los exesos que se hallan en la construcción de viviendas en la


fabrica hecha por Juan de Dios Medina y el ningún arreglo a las licencias
formalizadas. Consta la entrega de los cajones dentro del Baratillo construidos por
Medina »—Fincas en general, vol. 1085, exp. 3.
1763 : « Don Lorenzo Fernández que sean lanzadas tres mulatas y las pongan en el
Baratillo Grande »— Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, fs. 142-152.

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