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Introducción
p. 11-20
1 Rebeca Yoma y Alberto Martos: Dos mercados en la historia de la ciudad de México:
El Volador y La (...)
2 González Obregón, Luis: «El Parián» en Luis González Obregón. Cal y arena, col. Los
imprescindible (...)
1En los estudios históricos sobre los mercados de la Ciudad de México aparece la
Plaza Mayor (hoy Zócalo) como el mercado más importante de todo el espacio
urbano. Dos son los trabajos más recientes al respecto, el de Rebeca Yoma y Alberto
Martos, Dos mercados en la historia de la ciudad de México : El Volador y La Merced,
y el de Maria de la Luz Velásquez,Evolución de los mercados en la ciudad de México
hasta 1850.1 En estos estudios se señalan apropiadamente los antecedentes
prehispánicos, las ventajas geográficas y de vías de comunicación, así como las
garantías administrativas y de seguridad proporcionadas por las autoridades que
permitieron que la Plaza Mayor se convirtiera en el espacio mercantil más
importante de la capital virreinal. Hay que destacar que estos autores se centran en
la historia de los mercados capitalinos modernos (El Volador, Cruz del Factor, la
Merced, Iturbide, etc.) y por lo tanto el comercio de la plaza sólo es abordado como
un antecedente histórico. Da la impresión de que aquel inmenso mercado era uno
exclusivamente, es decir, pareciera que la plaza alojaba un mercado unificado y
homogéneo, en el que a cargo de las autoridades municipales los comerciantes y
vendedores se identificaban en términos de igualdad. Pero esta perspectiva conduce
a una simplificación de las instituciones y prácticas mercantiles novohispanas. Es
por ello que en este libro se estudia el comercio tradicional novohispano desde su
práctica en los mercados de la Plaza Mayor durante la época virreinal hasta
mediados del siglo XVIII. Se trata de un ejercicio de micro-historia elaborado con
documentos del Archivo Histórico de la Ciudad de México (AHCM) que trata de
responder a las preguntas siguientes : ¿Cómo funcionaba el mercado de la Plaza
Mayor ?, ¿era en realidad un mercado unificado ?, ¿eran varios mercados o sólo
uno ?, ¿quién lo patrocinaba y vigilaba ?, ¿cuál era la disposición de los locales
comerciales ?, ¿cómo se relacionaban los comerciantes y los vendedores ?
Intentamos demostrar que sobre la magnífica y extensa plaza se asentaron desde
el siglo XVI al menos tres mercados diferentes : el mercado de bastimentos o los
« puestos de indios » conducido por los indígenas, el mercado de manufacturas
artesanales — usadas y nuevas — o Baratillo de la Plaza Mayor, y el mercado de
productos ultramarinos o « Los cajones de madera », después « Alcaicería » y
posteriormente el Parián, a cargo de los mercaderes profesionales de la Ciudad de
México2. Aunque cada mercado dispuso de un paraje más o menos delimitado —
los cajones al poniente, los puestos de indios al oriente y el Baratillo sobre el centro
—, los documentos revelan que la combinación de tiendas y puestos, la relación
estrecha entre comerciantes y vendedores de diferente condición social, la mezcla
indiscriminada de todo tipo de productos fueron el paisaje cotidiano de la plaza
durante la época de los virreyes.
7Hay que considerar que los mercados virreinales desempeñaban no sólo una
función económica, la de proporcionar un entorno favorable para los intercambios,
sino que aquellos establecimientos poseían también funciones políticas y
culturales ; por ejemplo, la de garantizar que los privilegios de los comerciantes se
respetaran y la de promover una intensa sociabilidad entre los concurrentes5. La
atmósfera que predominaba en aquellos emplazamientos era más la de una feria
que convocaba a multitudes no necesariamente consumidoras. Eran espacios de
reunión donde se comentaban y discutían los sucesos de la época.
8Pero cabe preguntarse : ¿Por qué las autoridades del siglo XVI decidieron ubicar los
mercados urbanos sobre la Plaza Mayor ? La definición contemporánea de espacio
público se halla impregnada de nociones sobre la circulación de peatones y el
tránsito vehicular, y condicionados por esas referencias puede parecernos
inexplicable que las autoridades novohispanas hubieran aprobado que la plaza se
poblara de tiendas y puestos. Las autoridades virreinales primero, y posteriormente
las de la ciudad, decidieron que los mercados urbanos se instalaran sobre la Plaza
Mayor por razones no del todo descabelladas. Examinemos este punto con detalle.
En primer lugar, la decisión resulta justificable por razones económicas, pues si la
ciudad era la propietaria de las calles, las acequias y las plazas, y en el caso de la
Plaza Mayor, el Ayuntamiento la había comprado a la Corona, resultaba razonable,
desde el punto de vista de un propietario, usufructuar aquel espacio central cargado
de significado para todos los habitantes. Por otro lado, resultaría absurdo, como
opinaba un funcionario de la época, « asentar las plazas de mercado sobre fincas
por las que se tuviera que pagar una renta ». Así que las expectativas económicas
contribuyeron decisivamente en el establecimiento de los mercados urbanos sobre
el espacio público.
10Vemos entonces que la decisión de instalar los mercados urbanos sobre el espacio
público no fue arbitraria. Por el contrario, desde el punto de vista de las autoridades
no existía en la ciudad otro espacio mejor ubicado ni mejor dotado de cualidades
para el comercio que la Plaza Mayor. Esta sencilla demostración nos permite
aseverar que desde el siglo XVI, y a instancias de las autoridades, los mercados
urbanos quedaron vinculados indisolublemente al espacio público, y explica por que
los antiguos habitantes de la capital se refirieron a los mercados urbanos como « la
plaza », las « tiendas públicas » o los « puestos públicos ».
14El quinto capítulo aborda la gestión del primer asentista de la Plaza Mayor,
Francisco Cameros, quien ocupó el cargo durante cincuenta y tres años, de 1694 a
1747, hasta que bajo nuevas circunstancias el cabildo nombró a un administrador
que recaudaría a todos los puesteros, iniciando con esto un nuevo periodo en la
historia de los mercados de la Plaza Mayor.
NOTAS
1 Rebeca Yoma y Alberto Martos: Dos mercados en la historia de la ciudad de
México: El Volador y La Merced, INAH, colección Divulgación, México, 1990, y María
de la Luz Velásquez: Evolución de los mercados en la ciudad de México hasta
1850. Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, México, 1997.
2 González Obregón, Luis: «El Parián» en Luis González Obregón. Cal y arena, col.
Los imprescindibles, México, 2004, pp. 327-351. Martos López y Yoma Medina:
«El Parián. Un siglo y medio de historia y comercio», en Boletín de Monumentos
Históricos no. 10 (jul.-sep.), INAH, México, 1990.
1El estudio del comercio tradicional novohispano tal y como se practicó en las
tiendas y los puestos de la Plaza Mayor de México durante los siglos XVIy XVII,
permite configurar un esquema explicativo de conjunto de las prácticas comerciales
más antiguas y de las relaciones sociales jerarquizadas que predominaban entre los
comerciantes y los vendedores de la plaza, lazos y contactos sociales que daban
coherencia al comercio urbano en la época de los virreyes. Por comercio tradicional
entiendo todas aquellas prácticas e instituciones mercantiles propias de una
sociedad del antiguo régimen, es decir, los mecanismos y los agentes de la
circulación de productos en una economía preindustrial.
2Los documentos del Archivo Histórico de la Ciudad de México revelan que una serie
de vínculos de corte estamentario entre los « cajoneros » o dueños de tienda, en la
cúspide de la jerarquía de comerciantes, y los vendedores menudistas o « puesteros
de la plaza », en el límite inferior del sistema mercantil virreinal, eran el combustible
que ponía en movimiento a los mercados urbanos virreinales.
3En los estudios históricos sobre la Ciudad de Mexico los trabajos que indagan en
torno de los espacios comerciales de la Plaza Mayor y la evolución de sus mercados
son escasos. En los textos de los cronistas coloniales y de los viajeros
decimonónicos que mencionaron estos mercados, se destacó primordialmente la
descripción de su colorido, la frescura de los bastimentos y la abundancia de
mercaderías y « productos de la tierra » que allí se compraban y vendían. En un
trabajo de divulgación, Salvador Novo1 dedicó buena parte de su ensayo al
comercio de la Plaza Mayor ; ahí observó agudamente que el estudio de la fusión de
costumbres comerciales, o sea, la mezcla de prácticas mercantiles españolas e
indígenas, estaba por escribirse. Ahora con este trabajo se intenta, en parte,
responder a aquella interesante observación mediante un esquema explicativo de la
mezcla cultural que predominaba en los mercados tradicionales de la Plaza Mayor
del México virreinal.
4Si hasta hoy se ha aceptado que durante la Colonia la Plaza Mayor estuvo ocupada
por un gran mercado, aquí pretendo demostrar que sobre la superficie de la plaza
se mantuvieron al menos tres mercados claramente diferenciados. Los mercados a
los que me refiero son el de bastimentos o víveres, llamado en aquella época
« puestos de indios » ; el mercado de manufacturas artesanales —nuevas y usadas—
también llamado « el Baratillo » y el mercado de productos ultramarinos o « cajones
de ropa » (luego Alcaicería y posteriormente Parián).
6La combinación de las tiendas y los puestos tuvo fines prácticos. Los dueños de
tienda, ocupados en las grandes transacciones mayoristas, necesitaban
distribuidores menudistas de sus géneros y de otros productos que le dieran
variedad a la oferta de los « cajones ». Los puesteros, a su vez, necesitaban un local
que resguardara sus vendimias y requerían del prestigio de un establecimiento
formal para acceder a una clientela más amplia. En efecto, la combinación de tiendas
y puestos « portátiles », la comunicación de españoles e indios y la interacción de
comerciantes mayoristas y vendedores menudistas es un rasgo peculiar de los
mercados de la Plaza Mayor. Esta singular concentración de todo tipo de
comerciantes sobre el mismo espacio urbano ejerció un enorme poder de atracción
sobre el público local y regional, así como un inmenso poder de convocatoria sobre
todos los vecinos, tanto ricos como pobres.
2 Edmundo O’Gorman ha expuesto los principios de esta segregación racial. Si los
motivos fueron evan (...)
12Por su parte, los indígenas arrimados beneficiaban a los cajoneros, pues con sus
frescas hortalizas fungían como escaparates de las tiendas. Los compradores, y
sobre todo los « forasteros », eran seducidos por colores y olores deliciosos.
13En contraparte, los indígenas consolidaban sus tratos al abrigo de las tiendas,
protegían sus productos y personas de la intemperie, y conseguían un lugar donde
almacenar e incluso pernoctar. Más aun, el arrimo a un mercader les daba cierto
reconocimiento entre los vendedores de la plaza.
14La relación simbiótica se expresó también en la forma que adquirieron los locales
comerciales. Durante el siglo XVI las tiendas de la Plaza Mayor eran móviles, es decir,
los prestigiosos cajones de los linajudos mercaderes se « arrastraban » de un sitio
a otro como si fuesen tenderetes, ya fuera durante las variadas festividades como
en las incontables calamidades. En cambio, la sedentarización de los puestos
ocurrió en el siglo XVII, cuando el Ayuntamiento comenzó a rentar sitios de la plaza
a los puesteros. Los tenderetes se convirtieron en « puestos en firme » y fueron
considerados por sus propietarios bienes inmuebles, como si fuesen tiendas o
establecimientos formales. Sin duda, con este proceso se intercambian las
peculiaridades del local fijo y del móvil, el cajón presenta la movilidad del puesto y
el tenderete participa del carácter sedentario de la tienda.
4 Thomas Gage : Nuevo reconocimiento de las Indias Occidentales. CONACULTA,
Mirada viajera, México, (...)
5 AHCM : Alcaicería, vol. 343. Sin número de expedientes. Todo el legajo se
refiere a la construcció (...)
15Para documentar la interacción entre las tiendas y los puestos, aunque este primer
ejemplo no se refiere a los cajones y puestos de la plaza, sino a las tiendas del Portal
de Mercaderes inmediato, cabe señalar el testimonio del dominico inglés Thomas
Gage, quien en 1625 describió la Plaza Mayor de México como un « mercado
considerable [...] el otro lado de la plaza corre en forma de pórtico. Ocúpanlo las
tiendas de los mercaderes de sedas y delante de sus tiendas hay puestos de mujeres
con toda especie de frutas y hierbas ».4 Podemos suponer que el conjunto
comercial de la Plaza Mayor irradiaba hacia las inmediaciones sus prácticas
comerciales y que bajo los portales, los mercaderes también atraían a los puestos.
Otro ejemplo : cuando se planeaba construir las tiendas de la Alcaicería en 1693,
los mercaderes aceptaron financiar parte de la obra sólo si se permitía arrendar
« huecos » y « arrimar » a vendedores dependientes.5
6 Salvador NOVO : op. cit.,pp. 45 a la 50.
16Otros autores nos informan que la matriz comercial que combinaba tiendas y
puestos se reprodujo en otras plazas de la ciudad virreinal. Salvador Novo, apoyado
en las actas de cabildo, documenta la combinación de tiendas y puestos en el Portal
de Tejeda. Dicha edificatión era un conjunto de « tiendas en firme », cuyo comercio
se complementaba con el de los puestos « al viento » de algunos indígenas de la
vecina plaza de San Juan. Otros ejemplos del mismo autor hablan de que algunos
mercaderes españoles obtuvieron licencias para erigir « cajones de mercadurías »
junto al llamado tianguis indígena de Juan Velásquez (hoy Palacio de Bellas Artes).
O bien que otros españoles levantaron cajones en el mercado indígena de la
plazuela de Santiago Tlatelolco.6 Por aquellos años, en los barrios no existía una
demanda consolidada de los bienes de consumo europeo, por ello en ninguno de
los emplazamientos de las parcialidades indigenas se dio el éxito de la mezcla de
cajones y puestos como en la Plaza Mayor.
23La variedad de permisos nos muestra que en los mercados de la Plaza Mayor se
entrecruzaban las facultades y poderes virreinales, los de la corona, los del
Ayuntamiento, así como los de un asentista o concesionario particular. Al describir
el paisaje comercial en la Plaza Mayor, los documentos enumeran los multiples
vendedores y mercancías que circulaban entre los puestos y cajones en auténtica
mezcolanza ; nos ponen al tanto de una interrelación cultural que prevalecía en los
diferentes espacios comerciales ; y al mismo tiempo nos revelan una jerarquía
rigurosa e infranqueable que se manifestaba en la variedad de concesiones y
permisos particulares. Por ejemplo, no sabemos de ningún indígena que haya sido
dueño de tienda.
26A los arrimados, el acogerse a un cajonero les garantizaba un sitio donde poder
resguardar sus productos de los elementos naturales. En aquellos años las
autoridades no proporcionaban ningún tipo de equipamiento o instalaciones, por lo
que los comerciantes, con sus medios y recursosde manera individual tenían que
hacerse de las instalaciones necesarias para la venta ; así vemos que para la mayoría
de los arrimados —todos aquellos sin los recursos económicos ni la condición social
para establecer una tienda— el acto de arrimarse o vincularse a un cajón resultaba
casi una necesidad. El éxito o fracaso de un comerciante arrimado dependía de una
relación pactada verbalmente con el cajonero. Debemos aclarar que el éxito de un
arrimado no significaba elevar notoriamente sus ingresos ni su nivel de vida. Los
arrimados, indios y no indios, obtenían en el comercio remuneraciones que apenas
les permitían sobrevivir día con día. Un abismo separaba las ganancias del cajonero
de los ingresos miserables de los puesteros.
29En el otro extremo, los cajoneros detentaban una presencia legal respaldada por
un contrato de arrendamiento ante el Cabildo ; eran de los principales
contribuyentes de las arcas municipales. El Cabildo disponía de un procedimiento
burocrático para que los cajoneros pudiesen establecer una tienda.
23 AHCM : Ramo Alcaicería, vol. 343, exp. 1, ff. 138 y 138v, año de 1695.
32La Mesa de Propios del Ayuntamiento sólo excepcionalmente remató los sitios de
la plaza mediante contratos anuales, ya que lo ordinario fue que los cajoneros, de
manera particular, traficaran con arriendos de porciones o de todo el cajón,
negociando innumerables traspasos y transformando las tiendas en verdaderos
negocios especulativos, distintos de los tratos propiamente del comercio de
géneros. Sabemos que algunos cajoneros reunían el arrendamiento anual tan sólo
con las rentas que cobraban a los subarrendatarios y arrimados ; por ejemplo, en
1705, Juan Fernández liquidaba su arrendamiento anual con lo que obtenía de
Ramón de Issa por medio cajon.24 Los pagos por subarriendos y por traspasos eran
generalmente acompañados de otra suma, especie de « mordida » que aseguraba
un trato preferencial e individualizaba la transacción, todo ello sin notificar a las
autoridades. Estas sumas se conocieron como « guantes » o « dádivas graciosas ».
Los pagos informales para traspasar o remodelar las tiendas se consolidaron como
una práctica rutinaria entre los cajoneros de la Plaza Mayor, pues mediante los
guantes los cajoneros evitaban los remates públicos y evadían los lentos trámites
burocráticos.
25 AHCM : Ramo Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, ff. 1 a la 13,
año de 1703.
26 Ibid., ff. 14-16, año de 1705.
34Sabemos que los cajones de la Plaza Mayor, durante las buenas temporadas
comerciales, eran espacios muy demandados por los almaceneros. Pero los diversos
pleitos entre los cajoneros revelan que la ocupación de los cajones era muy
irregular ; constantes referencias a traspasos nos hacen suponer establecimientos
efímeros, cuyo éxito y fracaso acontecía en el corto o mediano plazo debido a las
condiciones irregulares de las comunicaciones y abastecimiento en el antiguo
régimen, tan susceptibles ante cualquier contingencia. Un cajonero, por ejemplo,
podía mantener en activo una tienda uno o dos años, hasta la llegada de la siguiente
flota ; pero si las comunicaciones con Sevilla se interrumpían, algunos almaceneros
iban a la ruina, teniendo como último recurso el traspaso inmediato del local.
NOTAS
1 Salvador Novo : Historia del comercio en la ciudad de México. CANACO,
México, 1970.
2 Edmundo O’Gorman ha expuesto los principios de esta segregación racial.
Si los motivos fueron evangélicos, militares o urbanísticos, esto aun es parte
de una discusión derivada de su trabajo hasta nuestros días. Cf. Edmundo
O’Gorman : « Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la ciudad
de México »,Boletín del Archivo General de la Nación, vol. IX, no. 4, México,
1938, pp. 787-815.
3 Fernando Rello y Demetrio Sodi : Abasto y distribución de alimentos en las
grandes metrópolis : el caso de la ciudad de México. Nueva Imagen, México,
1989, pp. 39-56.
4 Thomas Gage : Nuevo reconocimiento de las Indias
Occidentales. CONACULTA, Mirada viajera, México, 1994, p. 194.
5 AHCM : Alcaicería, vol. 343. Sin número de expedientes. Todo el legajo se
refiere a la construcción de las tiendas.
6 Salvador NOVO : op. cit., pp. 45 a la 50.
7 Plano de la Plaza Principal de México de 1521 a 1914 formado por el ing.
Manuel F. Alvarez en Guillermo Tovar de Teresa : La Ciudad de los Palacios :
crónica de un patrimonio perdido, tomo I. Ediciones Espejo de Obsidiana,
México, 1990, p. 34. Sobre la posesión del Portal de Mercaderes por la
orden agustina ver ahcm : Portales, vol. 3692, exp. 7, ff. 1 y 2, año de 1751.
8 Guillermo Tovar de Teresa : op. cit., p. 34, y AHCM : Portales, vol. 3692,
exp. 12, año de 1780.
9 Guillermo Tovar de Teresa : op. cit., p. 34.
10 AHCM : Ramo Hacienda, Propios y Arbitrios vol. 2230, exp. 12, f. 15v, año
de 1650.
11 Ibid., f. 16.
12 Ibid., f. 16v, año de 1653.
13 Ibid., f. 17, año de 1653.
14 AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 2, f. 4, año de 1689.
15 Sobre el abastecimiento compulsivo se habla en el capítulo segundo.
16 AHCM : Ramo Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 7, f. 1, año de
1722.
17 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, ff. 1, lv y 2, año
de 1654.
18 Ibid., ff. 4 y 5, año de 1654.
19 AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 5, f. 1, año de 1721.
20 AHCM : Ramo Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 2, f. 1, año de
1697.
21 AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 5, f. 1, año de 1721.
22 AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 7, f. 1 y 2, año de
1735.
23 AHCM : Ramo Alcaicería, vol. 343, exp. 1, ff. 138 y 138v, año de 1695.
24 AHCM : Ramo Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, ff. 14 y 15,
año de 1705.
25 AHCM : Ramo Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, ff. 1 a la 13,
año de 1703.
26 Ibid., ff. 14-16, año de 1705.
© Centro de estudios mexicanos y centroamerica
EL ABASTECIMIENTO GRATUITO
2 El trabajo de José Miranda se encuentra citado en Silvio Zavala : El servicioPersonal
de los indio (...)
4Para los labradores de los pueblos, abastecer a sus « amos en México » con parte
de sus cosechas era la mejor situación, pues sabemos, según testimonio de los
frailes cronistas, que en el caso de no producir las vituallas o especies impuestas,
las tenían que conseguir en la comarca o debían enviar emisarios provistos con
dinero para adquirir en la « plaza » los productos asignados como tributo. Vemos
que un incipiente mercado de bastimentos funcionaba para que los indigenas
intercambiaran sus productos por los géneros que exigían sus encomenderos.
4 Veáse Ross Hazig :Comercio y transportes en el valle de México, siglo XVI.Nueva
Imagen, México, (...)
6La entrega forzosa de víveres generó, desde el punto de vista de los cronistas
religiosos, abusos deplorables. Los efectos perjudiciales que provocaba en la
población indígena fueron denunciados por fray Toribio de Benavente, Motolinía,
quien en 1550 recomendaba a la corona « que se discurrieran otros medios menos
perjudiciales para que la república [de los españoles] fuese proveída y sustentada ».
Solicitaba que « cese todo servicio personal y las comidas que dan », pues al tener
los indigenas asignados los bastimentos, «aunque no los cojan en su tierra, los han
de comprar en la plaza»5.
7Las penurias que padecían los indios también fueron denunciadas por fray Pedro
de Gante en 1552 :
6 Cartas de Indias, Madrid, 1877, n. 18, pp. 93, 94 en Silvio Zavala : op. cit., p. 201.
Sepa Vuestra Majestad que acaece salir el indio de su pueblo, y no volver allá en un
mes, en especial porque hay pueblos de esta ciudad cantidad de leguas, los cuales
son obligados de servir [a] su amo en México, de darle indios de servicio y servicio
de yerba y leña y zacate y gallinas ; y esto, como los pobres de los indios lo han de
comprar, porque en su pueblo no lo tienen, andan arrastrados, y de día y de noche
buscándolo, porque la orden que en esto de los servicios se tiene es que cada día
metan en casa del encomendero servicio, y así lo han de comprar cada día y por
esto se huyen y van a los montes.6
8Según los frailes, el trabajo que se les exigía a los indigenas era un obstáculo en
su proyecto evangelizador. Desde un principio los religiosos habían solicitado que
los indigenas no dejaran de habitar en sus comunidades tradicionales y se
mantuvieran alejados del contacto de los españoles, a fin de poderles impartir
plenamente la doctrina cristiana. De modo que si ellos se dirigían a la corona
criticando el trabajo excesivo que se les exigía a los indios era debido a su
preocupación por llevar a cabo su obligación evangelizadora. Por lo demás, los
frailes no mencionaban que ellos también recibían manutención gratuitamente.
7 Véanse Charles Gibson :Los aztecas bajo el dominio español. Ed. Siglo XXI, México,
1986, pp. 369 (...)
8 Libros de Gobierno del virrey Velasco. AGN, México, 1982, fol. 132v y 133r, 20 de
mayo de 1551, en (...)
10Sabemos que hasta mediados del siglo XVI, algunas familias de mercaderes indios,
los antiguos pochtecas, continuaron operando un comercio cuyos tratos llegaban
hasta Guatemala.9 Éstos obtuvieron mandamientos de amparo del virrey Velasco en
favor de su libertad de comercio y no ser objeto de despojos ni de agravios.10 Así,
los ejemplos muestran que algunos indígenas participaron por su propio interés en
el abastecimiento de la ciudad.
11 Vasco de Puga :Provisiones, cédulas, instrucciones de Su Majestad, ordenanzas de
difuntos y audie (...)
12 Carlos Quintanilla Echegoyen : Los espacios del comercio en México. Limusa,
México, 1992, p. 50. E (...)
12Este mercado de víveres incipiente atendía una demanda peculiar : primero, era
donde los indios tributarios adquirían las vituallas que debían entregar a sus nuevos
señores, y segundo, servía a los colonos que carecían del privilegio de la
encomienda. Sólo los encomenderos, en tanto consumidores, no requerían asistir
al mercado, pero participaban en él como abastecedores.
EL ABASTECIMIENTO OBLIGATORIO
13 Alejandra Moreno Toscano : « El siglo de la conquista » en Historia General de
México, vol 2. COLM(...)
14 Diego de Encinas :Provisiones, cédulas, capítulos de ordenanzas, instrucciones y
cartas... tocant (...)
15 Recopilación de Leyes de Indias, libro VI, tít. 12, ley VII, en Silvio Zavala : op.
cit., volII, (...)
14A mediados del siglo XVI la caída de la población indígena, « la mayor crisis
demográfica de la historia moderna », según Alejandra Moreno
Toscano,13precipitó varios cambios. La corona, influida por los preceptos de una
política centralizadora y por los informes de los frailes, comenzó a limitar
sistemáticamente los privilegios de corte señorial de los encomenderos. El rey,
mediante cédulas, una de 1551 en que limité los servicios personales,14 y otra de
1552 en que declaré que « es servicio personal el hacer venir a los indios a la ciudad
de México con bastimentos »,15prohibió que el tributo indígena incluyera la
conducción de los víveres hasta los domicilios de los encomenderos que vivían en
la ciudad. Al mismo tiempo que el rey prohibió los servicios personales, permitió
que los indígenas cumplieran con los tributos mediante rentas en dinero. Lo que
nos señala la premura con que los indígenas incursionaron en la economía
monetaria.
16 El libro de las tasaciones de pueblos de la Nueva España. Siglo XVI. AGN, México,
1952, p. 210, en (...)
15Como resultado de esas ordenanzas, según José Miranda, algunos pueblos de
indios próximos a la Ciudad de México prefirieron desde entonces tributar con
dinero. Por ejemplo, el pueblo de « Huizuco », que debía dar a Isidro Moreno
— » vecino de México y conquistador »— cada ochenta días veinte jarros de miel,
40 cargas de maíz y 60 naguas entre otros artículos, canjeó o conmutó, en 1550,
todo lo contenido en esa « tasación » por 220 pesos de oro común en tomines que
« traerán a esta ciudad de México ».16
16Aunque los indios tributarios no corrían con todo el peso del abasto urbano, el
que las comunidades en el perímetro de la ciudad prefirieran tributar en dinero,
contribuyó a una fuerte crisis de los suministros. En dichas condiciones precarias el
establecimiento de un mercado de bastimentos por la municipalidad se volvió una
necesidad urgente.
18La Real Audiencia también tomó cartas en el asunto y solicitó a la corona « que la
prohibición del servicio Personal no debía comprender la comida que traen los
indios a la ciudad ».17 Para los oidores, los mantenimientos que recibían
gratuitamente eran parte de la remuneración por sus servicios y no tributaciones
particulares, de modo que exigían les fueran sostenidos tales privilegios. Sabemos
que los funcionarios reales continuaron siendo mantenidos gratuitamente hasta la
década de 1580.
18 José Miranda : La función económica del encomendero en los orígenes del régimen
colonial. (Nueva E (...)
19 Guía de las Actas de Cabildo de la Ciudad de México. Siglo XVI. fce, México, 1970,
p. 286, no. 198 (...)
19Como vemos, la Audiencia y el Cabildo supieron sortear la legislación prohibitiva
de la corona, pero lo que no consiguieron contrarrestar fueron las conmutaciones
de tributo por los pueblos de encomienda. Los sucesivos canjes de
« mantenimientos » por rentas en dinero influyeron en la escasez de bastimentos,
pues desde que pudieron pagar el tributo en dinero, los indios decían, según el
oidor Ramírez de Fuenleal, que « el maíz y las otras semillas y ropa, ellos los tenían
para su trato ».18 Como vemos, los vecinos españoles resintieron la oposición de
los indígenas a mantener abastecida a la ciudad. Reclamaron al virrey que se
obligara a los indios a obedecer las ordenanzas para el abasto urbano y le pidieron
mandar que los tributos de cada pueblo « no se paguen en tomines sino con lo que
hubiere [de frutos] en sus tierras ».19
Por las Cédulas emitidas en 1551 y 1552 en que se declaró ser servicios personales
el traer los indios a esta ciudad los tributos [tanto los] de la Real Hacienda y los de
particulares ; y como la mayor parte de este tributo sean bastimentos, y se ha
quitado el traerlos, en esta ciudad hay gran necesidad, y no halla el virrey cómo se
supla ; porque si los indios no lo proveen, no basta industria ni diligencia de él ni
de españoles a abastecer la ciudad de sólo pan y agua y leña y yerba para los
caballos que son la fuerza que en esta tierra hay.20
21 Libros de Gobierno del virrey Velasco. AGN, México, 1982, fols. 424v. y 425r, en
Silvio Zavala : o (...)
21Bajo este panorama de crisis que Velasco presentaba, resultaba imperioso según
él, volver a imponer a los indios la obligación del abastecimiento urbano.
Probablemente el virrey quería convencer al monarca de que si una legislación
redimió a los indios de la conducción forzosa del tributo a los domicilios, era
necesaria otra que les obligara al abastecimiento de la ciudad. La situación
expresada por el virrey sobre el demoledor efecto que padecería la población
española si a los indios se les excluía de la conducción de hortalizas, propició que
en esos años se otorgaran por primera vez licencias a los españoles para introducir
y negociar bastimentos. Este fue el caso de Pedro de Castilla, quien obtuvo permiso
del virrey Velasco para que con tamemes pudiera traer, de la provincia de Pánuco a
la Ciudad de México, pescado seco « para el proveimiento de la república de ésta,
pagándoles a los mismos sus trabajos ».21 Como vemos, ante la escasez, las
autoridades virreinales promovieron una serie de disposiciones que consolidaron la
participación de los españoles en el comercio de víveres.
22 Colección Muñoz. ElCatálogo ha sido publicado por la Academia de la Historia,
Madrid, 1956. Carta (...)
23 Vasco de Puga : op. cit.,vol. II, 188, en Silvio Zavala :op. cit., vol. II, p. 203.
24Además, para que por ningún motivo se dejaran de traer a la ciudad los
bastimentos, el virrey Velasco dispuso en 1551 que en ningún pueblo de la comarca
situado a diez leguas a la redonda de la Ciudad de México, « no se pueda hacer
tiangues alguno ».26 Lo que es indicativo de que en el sigloXVI, el mercado de
bastimentos de México se desarrolló y consolidó a cuenta de los tianguis indígenas
de los alrededores ; sin embargo, dicha prohibición no significó que en la práctica
un tianguis como el de Texcoco hubiera desaparecido.27
28 Guía de las Actas, op. cit.,p. 381, no. 2662, II, en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, p.
215.
25La escasez en la capital era grande, había incluso que restringir las remesas hacia
otras regiones : en 1562, el Cabildo pidió al virrey que ordenara que en un área de
doce léguas a la redonda no se pudiera mandar trigo a Zacatecas. Esta medida
obedetia al propósito de asegurar el abastecimiento capitalino que se veía mermado
por los envíos de trigo a la región minera del norte.28
29 Colección de documentos inédites relativos al descubrimiento, conquista y
organización de las anti (...)
30 Charles Gibson: op. cit.,p. 365.
26Por su parte, la corona ordenó a la Audiencia que mandara que los españoles e
indios « que no saben oficios se ocupen en proveer la plaza »,29 lo cual significaba
que en adelante cualquier sujeto podría dedicarse al comercio de víveres. No está
de sobra subrayar que desde estos años calamitosos fue cuando los españoles
intervinieron formalmente en el comercio de bastimentos capitalino30, relegando
a los indígenas a la conducción y venta.
27Hasta este momento hemos visto una clara mutación del tributo gratuito que
proporcionaban los indigenas a los encomenderos hacia uno nuevo : el que aquí he
llamado abastecimiento obligatorio, ahora pagado a la ciudad.
28Para que los bastimentos llegaran « de primera mano » a los hogares de los
vecinos, las autoridades practicaron una política de precios controlados que
pretendían proteger a los consumidores. Los pueblos y comunidades de indios « de
veinte leguas a la redonda » estaban no sólo obligados a abastecer a la capital, sino
a vender sus productos a precios determinados por la autoridad. Veamos los
siguientes ejemplos : en 1551, a los indios de Tecamachalco que traían a vender
petates de palma a la ciudad se les ordena « que vendan los pequeños a medio
tomín y los grandes a un real » ; en una ordenanza de 1578, se mandaba que los
indios que vendieran maíz en sus casas deberían « guardar las posturas señaladas,
no así los que lo vendieran en la plaza ». En 1579 se fijaron los precios de las aves,
el cual en la plaza pública no debía exceder de tres reales por gallina de la tierra y
uno y medio reales por gallina de Castilla. En 1580, el virrey Martin Enríquez tasó la
venta de huevos en la ciudad a 16 por un real. En 1587, el virrey marqués de
Villamanrique mandó que los introductores de la « yerba », « sean amparados en
que les paguen su legítimo valor ».31
32 Vasco de Puga : op. cit.,vol. II, p. 188, en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, pp. 202 y
203.
29A oídos del príncipe Felipe (pues aún gobernaba su padre Carlos V) llegaron
noticias sobre el nuevo sistema impuesto por la Audiencia, por el cual los indigenas
realizaban obligatoriamente el abastecimiento de la Ciudad de México. En una
misiva de 1554, el príncipe reprochaba a los oidores las diligencias por las que había
« mandado a los indios a vender a la ciudad de México lena, hierba, carbón, con
tasas [precios] tan bajas que andan trabajados sin sacar ningún provecho ».32 Este
testimonio del futuro « rey prudente » revela que las autoridades de la Nueva
España, pusieron en práctica una política de precios controlados y que dichos
precios no producían a los productores ni ganancias mínimas.
31El efecto que los precios controlados ejercía en los indígenas lo señala
contundentemente fray Pedro de Gante, quien en 1552 expresaba, con respecto a
los introductores del abasto, lo siguiente : « y ha venido cargado y muerto y ha
comido la miseria que tenía en su casa, y después danle por la carga medio real,
habiendo él comido uno, y su trabajo en blanco ».33
37Otra disposición en contra de los « regatones » que intermediaban entre los indios
y los consumidores la mandó el virrey marqués de Villamanrique, en marzo de 1587,
cuando ordenó que ninguna persona « sea osada de vender hierba sino solo los
indios que la cortan y la traen de la laguna ».38Este mandamiento, además de
confirmar que los españoles y castas intervenían en el comercio de la « hierba »,
nos muestra que ese comercio pertenecía formalmente a la república de los
indios39.
40 El texto de Gonzalo Gómez de Cervantes se conserva en el British Museum, Ms.
22826, 202 folios, 13 (...)
41 Ibid., p. 121, en Silvio Zavala : op. cit., vol. III, p. 175.
38Así como los intrusos fueron considerados regatones, también los revendedores
recibieron el mismo apelativo : en 1590, Gonzalo Gómez, un español avecindado en
la ciudad, denunciaba que « los taberneros han tomado por grangería [costumbre]
comprar pan, lena, candelas, jabón... y lo embodegan y lo revenden muy bien.
Ninguna cosa compran los vecinos de la ciudad de México de primera
venta ».40 Gómez describió que la reventa estaba tan extendida que incluso los
funcionarios reales la practicaban : « A los indios comarcanos de esta ciudad y diez
leguas a la redonda se les manda que traigan los viernes para el sustento de los
vecinos, huevos, pescado, ranas y gallinas. Lo que traen entra en poder de una
persona que el virrey tiene señalada, el cual lo reparte entre los oidores, alcaldes de
corte, fiscal, oficiales de la Real Audiencia, secretarios y relatores ». Estos
funcionarios « hacían grangería de este beneficio » y era tan conocida esta práctica,
dice el autor, « que los vecinos que desean comprar gallinas, van a comprarlas a
casa de los justicias y de otros que las sacan ».41 Este testimonio nos revela que
aunque el abasto gratuito estaba prohibido, los funcionarios reales continuaban
recibiendo bastimentos los días viernes y obtenían ingresos extraordinarios
vendiendo los víveres que no iban a consumir.
42 Guía de las Actas de..., p. 597, no. 4393, I, en Silvio Zavala : op. cit., vol. III, p.
409.
43 Alberto Maria Carreño :La vida económica y social de Nueva España al finalizar el
siglo XVI. Anti (...)
44 Ibid., p. 121, en Silvio Zavala : op. cit., vol. III, pp.174 y 175.
44El Cabildo como propietario de la plaza debió ofrecer a los indígenas opciones
atractivas para hacerlos acudir diariamente a vender : « ninguna contribución por la
introducción », « no ser objeto de despojos ni agravios » ; lesprometió que
solamente ellos podrían negociar con los bastimentos, y que no pagarían renta por
sus puestos en el mercado de la Plaza Mayor.
49 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 2, año de 1658.
45A pesar de que no hay información precisa sobre cuándo se establecieron de
manera permanente, lo cierto es que para el año de 1609, cuando el virrey Luis de
Velasco II revocó las « licencias » de los llamados « baratilleros », se puntualizó que
la ordenanza exceptuaba a los « puestos de indios » que abastecían a la
capital,49 lo que es indicativo de que a principios del siglo XVII ya existía un
mercado regular conducido por los indigenas sobre la superficie de la plaza.
50 Idem.
51 Idem.
52 Idem.
46A mediados del siglo XVII, el virrey Francisco Fernández de la Cueva, duque de
Alburquerque, como consecuencia de un incendio que arrasó con los « cajones de
ropa », dispuso una agrupación tanto de las tiendas como de los tenderetes. Para
los « puestos de indios » señalo el lado sur de la plaza, a lo largo del embarcadero
de la acequia.50 El alguacil realizó la asignación de sitios en 1654 y « sentó a las
indias en sus puestos en símbolo de posesión »51. Cabe advertir que tales « actos
de posesión » implicaron el pago de una renta o pensión semanal, como veremos
en detalle en el quinto capítulo. Como consecuencia de estas diligencias, las
naturales del barrio de Necatitlan y las de la parcialidad de San Juan obtuvieron
confirmación virreinal y « posesión de los sitios » para vender lanas teñidas a la
orilla de la acequia. Similar confirmación obtuvieron los leñadores de Xochimilco,
en 1655, para levantar sus jacales junto al embarcadero52.
49Asimismo el virrey ordenó al Cabildo que agrupara en un sólo paraje los llamados
« puestos de indios »54. El Cabildo prometió al virrey un arreglo de los puestos
« formando calles con distinción para las fruteras, las verduleras, semilleras,
mecateras y las demás cosas que venden, acomodados por calles capaces por donde
pueda entrar y salir un coche »55. Además, para calmar los temores del virrey
acerca de la vigilancia de la plaza, el Ayuntamiento vendió, por primera vez, la
administración y recaudación de los puestos y mesillas de la Plaza Mayor a un
asentista o concesionario particular. Desde 1694, Francisco Cameros, vecino de la
ciudad, administró los mercados de bastimentos y el Baratillo de la Plaza Mayor
como un negocio particular hasta 1745. La gestión de este personaje a cargo de los
« puestos y mesillas » lo detallaré en el quinto capítulo.
50En suma, hemos visto cómo el desarrollo azaroso del mercado de bastimentos
fue resultado de un doble discurso : por una parte unas disposiciones que
asignaban a los indígenas la comercialización de los bastimentos con carácter
exclusivo y ciertos privilegios para atraerlos hacia là plaza. Por otra parte, otras
disposiciones permitieron la intromisión de regatones, españoles, mestizos y castas
que inhibían la presencia indígena y acabaron por marginar a los indios a la mera
conducción y venta. Aun así, los « puestos de indios » de la Plaza Mayor se
consolidaron como un mercado permanente que ofrecía sus vituallas todos los días
de la semana y producía, por concepto de rentas, quinientos pesos anuales a la
tesorería de la ciudad.
NOTAS
1 Enrique Valencia : La Merced : Estudio Ecológico-social. INAH, México, 1966. José de
Jesús Rangel : La Merced : Siglos de comercio. CANACO, México, 1983. Carlos Quintanilla
Echegoyen : Los espacios del comercio en México. canaco-Ed. Limusa, México, 1992.
2 El trabajo de José Miranda se encuentra citado en Silvio Zavala : El servicioPersonal de
los indios en la Nueva Espana. COLMEX-E1 Colegio Nacional, México, 1984, vol. I, p. 295.
3 Ibid., pp. 297, 298 y 299.
4 Veáse Ross Hazig : Comercio y transportes en el valle de México, siglo XVI.Nueva
Imagen, México, 1996.
5 Fray Toribio de Benavente, Motolinía : Memoriales (15 de mayo de 1550).UNAM, México,
1971.
6 Cartas de Indias, Madrid, 1877, n. 18, pp. 93, 94 en Silvio Zavala : op. cit., p. 201.
7 Véanse Charles Gibson : Los aztecas bajo el dominio español. Ed. Siglo XXI, México,
1986, pp. 369 y 370 ; y James Lockhard : Los nahoas después de la
conquista. fce, México, 1999, pp. 274 y 275.
8 Libros de Gobierno del virrey Velasco. AGN, México, 1982, fol. 132v y 133r, 20 de mayo
de 1551, en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, p. 206.
9 James Lockhard : op. cit., pp. 274-286.
10 Silvio Zavala : op. cit., vol. II, p. 204.
11 Vasco de Puga : Provisiones, cédulas, instrucciones de Su Majestad, ordenanzas de
difuntos y audiencia para la buena expediciôn de los negocios y administración de justitia
y gobernación de esta Nueva España y para el buen tratamiento y conservación de los
indios, desde el año 1525 hasta este presente del 63. José Maria Sandoval, 1878-1879,
México, 2 vols., ff. 33v-36v, año de 1528.
12 Carlos Quintanilla Echegoyen : Los espacios del comercio en México. Limusa, México,
1992, p. 50. Este autor afirma que a finales del siglo XVI « los mercados urbanos de
víveres pasaron a manos de los españoles, acabando así con el privilegio indígena ». El
mercado de bastimentos quedó fuera de su control.
13 Alejandra Moreno Toscano : « El siglo de la conquista » en Historia General de
México, vol 2. COLMEX, México, 1980, p. 62.
14 Diego de Encinas : Provisiones, cédulas, capítulos de ordenanzas, instrucciones y
cartas... tocantes al buen gobierno de las Indias y administración de la justicia en
ellas. Madrid, 1596, 4 vols. Hay reedición en facsímil de Ediciones Cultura Hispánica,
Madrid, 1945. Real Cédula del 12 de mayo de 1551 en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, p.
207.
15 Recopilación de Leyes de Indias, libro VI, tít. 12, ley VII, en Silvio Zavala : op. cit., vol II,
p. 203, nota 263.
16 El libro de las tasaciones de pueblos de la Nueva España. Siglo XVI. AGN, México, 1952,
p. 210, en Silvio Zavala : op. cit., vol. I, p. 299.
17 Mariano Cuevas : Documentos inéditos del siglo XVI para la historia de
México, reedición facsimilar. Biblioteca Porrúa 62, México, 1975, p. 191, en Silvio
Zavala : op. cit., vol. II, p. 209.
18 José Miranda : La función económica del encomendero en los orígenes del régimen
colonial. (Nueva España, 1525-1531). UNAM, serie Histórica no. 12, México, 1965, p. 205,
en Silvio Zavala : op. cit., vol. I, p. 295.
19 Guía de las Actas de Cabildo de la Ciudad de México. Siglo XVI. fce, México, 1970, p.
286, no. 1981, en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, p. 215.
20 Cartas de Indias. Madrid, 1877, n. 49, reedición facsimilar, Guadalajara, 1970, p. 263.
Carta del virrey Velasco al Emperador de 4 de mayo de 1553, en Silvio Zavala : op.
cit., vol. II, p. 207.
21 Libros de Gobierno del virrey Velasco. AGN, México, 1982, fols. 424v. y 425r, en Silvio
Zavala : op. cit., vol II, p. 207.
22 Colección Muñoz. El Catálogo ha sido publicado por la Academia de la Historia,
Madrid, 1956. Carta al Emperador de 8 de marzo de 1552 en Silvio Zavala : op. cit., vol. II,
p. 202.
23 Vasco de Puga : op. cit., vol. II, 188, en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, p. 203.
24 Guillermo Porras Muñoz : Reflexiones sobre la traza de la ciudad de México.DDF,
Ciudad y Cultura, México, 1987.
25 Silvio Zavala : op. cit., vol. I, p. 306, y vol. II, pp. 204-206.
26 Libros de Gobierno del virrey Velasco, op. cit., fols. 65v. y 66r, en Silvio Zavala : op.
cit., vol. II, p. 205.
27 Charles Gibson : op. cit., pp. 365 y 366.
28 Guía de las Actas, op. cit., p. 381, no. 2662, II, en Silvio Zavala : op. cit., vol.II, p. 215.
29 Colección de documentos inédites relativos al descubrimiento, conquista y
organización de las antiguas posesiones españolas de ultramar. Real Academia de la
Historia 1885-1931, Madrid, vol. XXI, pp. 254-268.
30 Charles Gibson: op. cit., p. 365.
31 31 Silvio Zavala : op. cit., vol. II, pp. 202, 203, 206, 403, 404 y 406.
32 Vasco de Puga : op. cit., vol. II, p. 188, en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, pp. 202 y 203.
33 Cartas de Indias, op. cit., p. 96, en Silvio Zavala : op. cit., vol. II, p. 201.
34 Yoma y Martos : op. cit., pp. 99-105, y Maria de la Luz Velásquez : Evolución de los
mercados en la ciudad de México. Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, 1997,
pp. 40 y 41.
35 Montemayor y Córdova de Cuenca, Juan Francisco : Recopilación sumaria de algunos
autos acordados de la real Audiencia... Chancillería de la Nueva España,México, 1678.
Reedicion de Eusebio Bentura Beleña, 1787, tomo i, p. 52, n. 87. (Reedición en
facsímil, UNAM/ Instituto de Investigaciones Jurídicas, serie A, Fuentes b, Textos y estudios
legislativos, 27, México, 1981.) En Silvio Zavala : op. cit., vol. III, p. 403.
36 AGN : Ordenanzas, doc. VI, pp. 34-35. Ordenanzas II, 244v-245, en Silvio Zavala : op.
cit., vol. III, pp. 404 y 405.
37 Véase Enrique Florescano: « El abasto y la legislación de granos en el
sigloXVI », Historia Mexicana, México, vol. XIV, no. 4, abril-junio 1965, pp. 567-630.
38 Francisco Barrio Lorenzot : El trabajo en México durante la época colonial. Ordenanzas
de gremios de la Nueva España. Secretaría de Gobernación, México, 1920, p. 26l, en Silvio
Zavala : op. cit., vol. III, p. 406.
39 Véase Marcela Dávalos : « Los espacios públicos en los barrios indigenas de la Ciudad
de México, siglo XVIII », en Los espacios públicos de la ciudad, siglosXVIII y XIX. Instituto de
Cultura de la Ciudad de México, México, 2002, pp. 110-128 y « Descorporativización y
despojo en los barrios indigenas. Ciudad de México, siglos XVIII y XIX », en Continuidades y
rupturas urbanas en los siglos XVIIIy XIX, un ensayo comparativo entre México y
España. Consejo del Centro Histórico de la Ciudad de México, México, 2000, pp. 349-362
40 El texto de Gonzalo Gómez de Cervantes se conserva en el British Museum, Ms. 22826,
202 folios, 13 láminas. Lo ha publicado Alberto María Carreño, dándole el título de La vida
económica y social de Nueva España al finalizar el siglo XVI. Antigua Librería Robredo de
José Porrúa e Hijos, México, 1944 (Biblioteca Histórica de Obras Inéditas, 19), p. 100, en
Silvio Zavala : op. cit., vol.III, pp. 168 y 169.
41 Ibid., p. 121, en Silvio Zavala : op. cit., vol. III, p. 175.
42 Guía de las Actas de..., p. 597, no. 4393, I, en Silvio Zavala : op. cit., vol. III, p. 409.
43 Alberto Maria Carreño : La vida económica y social de Nueva España al finalizar el
siglo XVI. Antigua Librería Robredo de José Porrúa e Hijos, México, 1944 (Biblioteca
Histórica de Obras Inéditas, 19), p. 99, en Silvio Zavala : op. cit.,vol. III, pp. 168 y 169.
44 Ibid., p. 121, en Silvio Zavala : op. cit., vol. III, pp.174 y 175.
45 AGN : Ordenanzas, doc. VI, pp. 34-35. Ordenanzas II, 244v-245, en Silvio Zavala : op.
cit., vol. III, pp. 404 y 405.
46 Historia del movimiento obrero en México. Legislación del trabajo en los
siglos XVI, XVII y XVIII. Dapp, México, 1938, p. 45. Lo ordenado por el virrey Don Martin
Enriquez en Silvio Zavala : op. cit., vol. III, p. 404.
47 Montemayor-Beleña : op. cit., 1787, tomo I, p. 91, en Silvio Zavala : op. cit.,vol. III, p.
406.
48 Joaquín Garcia Icazbalceta: Obras. Imp. de V. Agüeros, México, 1898, VII, pp. 124-126.
49 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 2, año de 1658.
50 Idem.
51 Idem.
52 Idem.
53 Véase Edmundo O'Gorman : « Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la
ciudad de México », Boletín del Archivo General de la Nación, vol.IX, no. 4, México, 1938,
pp. 787-815.
54 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 2, ff. 7 y 8, año de 1693.
55 Ibid., ff. 21 y 22.
1Este capítulo aborda el mercado del «Baratillo», otro de los tres mercados
permanentes que se asentaban en la Plaza Mayor, mercado de manufacturas
artesanales, usadas y nuevas. Aunque el capítulo pretende reseñar la historia del
Baratillo durante los siglos XVI y XVII, me centraré en la última década de esa centuria
debido a que en esos años calamitosos de sequías, epidemias, inundaciones y
motines urbanos, las autoridades virreinales dictaron una serie de disposiciones que
subrayaban la importancia de «extirparlo», justificando la medida por motivos de
seguridad pública. Los abundantes documentos sobre esas medidas
reglamentaristas, emitidas en 1689, 1692, 1693, l696 y 1699 nos permiten hoy día
hacer un análisis detallado del origen y desarrollo de aquel mercado peculiar.
2Los funcionarios peninsulares en las ordenanzas emitidas durante esos diez años,
mostraron estar convencidos de que el Baratillo de la Plaza Mayor se «había viciado»,
dejando de ser lo que se había planeado originalmente: un grupo reducido de
menesterosos que se mantenían de la venta de productos de segunda mano. Ahora,
en el Baratillo de la plaza, afirmaban, se sucedían actos fraudulentos y actividades
ilícitas. Los argumentos de esos funcionarios a favor de su desaparición nos dejaron
entonces la posibilidad de construir un relata detallado del paisaje mercantil que
predominaba en el Baratillo de la Plaza Mayor durante aquella década turbulenta.
el baratillo se hizo [por] la necesidad y miseria de los pobres que venden en aquel
puesto y lugar sus cosas, alhajas y menudas baratijas para remediar su miseria, con
la miseria de lo que dan por ellas, y aquello que, ó por su despreciable calidad y
baja estimación, por viejo y servido no se vende ni expone a comprador en lugar
más recomendable, como tienda o cajonse lleva al baratillo, donde suelen asistir
compradores de la es- fera y calidad que son las cosas que allí se venden y trafican.1
9Como vemos, las autoridades lo relacionaron con los actos delictivos y el comercio
fraudulento. Tres rubros no muy loables coadyuvaron a aumentar la popularidad
del Baratillo: el comercio de artículos robados, la venta de «artículos prohibidos» —
que eran los productos «de Castilla y de China» que ingresaban sin registro a la
Nueva España—, y el contrabando —las manufacturas inglesas, holandesas y
francesas que introducían ilegalmente los piratas.
3 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 1, ff. 1 y 2, año de l6ll.
4 Ibid., ff. 4 y 4v., año de 1689.
5 Idem.
10Debido a estos informes, la Audiencia solicitó que la licencia real que amparaba
a los baratilleros fuese revocada y que las autoridades de la ciudad se hicieran cargo
de la vigilanciade los baratilleros. Por una Real Cédula de 1611, la corona revocó la
licencia y mandé que en adelante los baratilleros quedaran bajo la tutela del
Ayuntamiento. Desde ese año los «mesilleros» comenzaron a pagar una renta
semanal por los sitios o «huecos» de la plaza a la tesorería3. Así, como
contribuyentes de la ciudad, aunque con algunas turbulencias, el mercado del
Baratillo se desarrollé sólidamente. Si durante el siglo XVII algunos virreyes lo
prohibieron, como en 1635,1654 y 1689, otros lo toleraron como un mal necesario,
«pues como es inmenso el número de necesitados que hallaban y tenían su recurso
en este público lugar, su conmiseración o importunidades impetraron de los
excelentísimos señores virreyes alguna dispensación»4. Algunos lo permitieron en
parajes específicos y otros definieron ciertos días de la semana para la venta; lo
cierto es que durante la década de 1670, cuando Sor Juana Inés de la Cruz ya era
un personaje y gobernaba su amigo el virrey Payo Rivera, el Baratillo de la Plaza
Mayor funcionaba «todos los días de la semana, y aun los festivos y más
solemnes»5.
12Cabe senalar que no todos los vecinos de la capital compartían la opinión negativa
expresada por los oidores de la Audiencia, pues don Carlos de Sigüenza y Góngora
opinaba por esos años que el Baratillo no era más que «el centra donde concurren
a vender trapos viejos y semejantes trastes, cuantas líneas de zaramullos se hallan
en México».7 Pero Don Carlos de Sigüenza no tenía gran influencia en los
corredores de Palacio.8
para que ninguna persona de cualquier estado y calidad que sea, en ningún día del
ano, asista en el Baratillo, venda, trate ni contrate, cosa alguna de las que hasta aquí
llevaban a él, así nuevas como viejas, ni de otra cualquiera suerte, ni tampoco lo
hagan, con el pretexto de vender guarniciones [alimentos], sillas, cojinillos,
estribos, ni trastos ni alhajas de que se solía surtir. Pena de perdimiento de todas
las alhajas y cosas con que se les hallaren más 100 azotes para los indios y castas,
y para los españoles, 2 años de destierro a 20 léguas de la ciudad.9
14Este bando nos permite comprobar algunos rasgos del comercio urbano a finales
del siglo XVII: en primer lugar nos informa que el Baratillo era un mercado
permanente y bien concurrido, diferente de los «cajones» o tiendas y de los «puestos
de indios»; el texto nos pone al tanto de una amplia participación social: indios,
castas, españoles. También nos informa que los «baratilleros» conducían un
verdadero mercado de manufacturas artesanales, nuevas y usadas. Los castigos
diferenciados para los infractores —tales como confiscación, azotes o destierro—
nos remiten a una sociedad estratificada en diferentes condiciones sociales
determinadas por la procedencia étnica, además de presentarnos a unas
autoridades que, más que atentas a la regulación de la actividad mercantil, se
sienten temerosas de perder el control y por lo tanto se muestran dispuestas a
aplastar cualquier insubordinación.
EL 8 DE JUNIO DE 1692
11 Carlos de Sigüenza: op. cit., pp. 440 y 441.
17Una causa importante del «Motín de 1692» fue una verdadera hambruna que azoté
el valle de México durante el último lustro del siglo XVII. A una sequía del año 1690
siguieron lluvias torrenciales y una inundación de la capital en 1691, cuyos efectos
inmediatos, según noté Sigüenza, fueron el aumento del precio del maíz, que se
elevó de tres pesos a ocho y nueve pesos la carga,11 y con tal incremento el de los
comestibles en general.
12 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 2, ff. 7 y 8, año de 1689.
18Los documentos muestran las reacciones de los distintos grupos sociales ante
aquella crisis. Los oidores de la Audiencia pedían que se castigara «a los hombres
divididos en cuadrillas que andaban por todos los caminos» asaltando a los viajeros.
Los españoles se quejaban de «los muchos robos y escalamentos [asaltos] que se
sucedían en la capital». Los indios se lamentaban del hambre a causa del
reducidísimo abasto de maíz. Las castas protestaban porque se había prohibido el
Baratillo y su comercio menudo estaba en quiebra.12
13 Carlos de Sigüenza: op. cit., p. 455.
14 Ibid., p. 447.
19Según Sigüenza, todos los grupos sociales padecían los efectos de la escasez, y
en aquel tiempo en el que predominaba una población iletrada, los rumores
abundaban por las calles y en las plazas. Don Carlos de Sigüenza explica que los
indios andaban solícitos en «pláticas sediciosas», en especial los del barrio de
Santiago [Tlatelolco], según había confesado un sedicioso llamado Ratón. De lo que
oían en los corrillos y «del miedo que presumían», los españoles y criollos no
dudaban «que los indios se levantarían con la tierra».13 Para aliviar la candente
situación, el conde de Gálve mandó a los regidores a realizar compras forzosas de
maíz y trigo en los pueblos y haciendas de las inmediaciones. Estos embargos
aumentaron el descontento entre los labradores del valle, quienes pensaban «que
no cabía ni en razón política ni en piedad cristiana [...] quitarles a ellos el sustenta
por darlo a México».14
15 Ibid., pp. 453 y 454.
22Para las autoridades, la forma verdaderamente indigna en que los indios, las
castas y la plebe urbana se habían «tumultuado» requería un castigo ejemplar. Entre
varias medidas fulminantes que el virrey ordeno desde el convento de San Francisco,
mandó reactivar el principio de separación étnica18, prohibié nuevamente el
Baratillo y extendié su persecución a las plazas de toda la ciudad.19 Para su
vigilancia, la ciudad se dividió en seis cuarteles que por primera vez abarcaron los
barrios. A los alcaldes y jueces se les encomendó evitar desórdenes que ocurrieran
en su demarcación y se organizaron rondas de vigilancia «a las horas del más
profundo sueño».
20 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 3, ff. 11 y 12.
25De manera enfática el virrey exigió a los cajoneros, como a los maestros de
oficios, que no aprovisionaran en sus tiendas y talleres a los baratilleros, para evitar
que los artículos de China y Castilla se vendieran «tendidos en petates» en la
plaza22. Este señalamiento aclara uno de los aspectos centrales del Baratillo. Para
que existiera un mercado permanente eran necesarios proveedores regulares, y
como vemos, los cajoneros eran quienes abastecían de mercaderías a los mesilleros
y en tanto propietarios de las mercancías se oponían al desalojo de los baratilleros.
23 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 2, ff. 19 y 20, año de 1693.
26Según Gerónimo Chacón Abarca, miembro de la Real Audiencia, de nada habían
servido los bandos prohibitivos ni la organización de rondas de vigilancia en 1693
y 1694, pues el Baratillo seguía «sin saber con certidumbre los motivos de su nueva
introducción», sugiriendo enfáticamente «que los de tal ejercicio son muy
favorecidos de las primeras personas de caudal y crédito de esta ciudad».23 Las
deducciones del alcalde Chacón atribuían la permanencia del Baratillo a una
compleja red de dependencias crediticias en sustitución del sistema de «arrimos».
Se trataba de un grupo numeroso de pequeños vendedores vinculados con los
dueños de tienda y maestros de talleres que funcionaban como proveedores. Los
baratilleros tomaban a crédito ciertos productos para revenderlos al menudeo en
los puestos de la plaza. Cuando Cameros realizó un listado de los puesteros, se
descubrió que algunos cajoneros poseían tres o cuatro puestos en la plaza.
Recordemos que con la adscripción de los vendedores al ayuntamiento, los
comerciantes de menor jerarquía habían accedido a la posibilidad de separarse
espacialmente de sus patrocinadores tradicionales. Suponemos que los mercaderes,
al perder el control directo sobre los arrimados que ahora arrendaban sitios por su
cuenta, introdujeron selectivamente los créditos como una forma de seguir
controlando la venta menuda, pero ahora «a distancia».
24 Idem.
27Para acabar con esas redes, en 1694 Chacón sugería exigir a los maestros que
manufacturaban estribos, frenos, espuelas, candeleros, muebles, arreos de
caballos, escopetas, botines, fundas y talabartes, «que vendiesen todo lo referido
en sus tiendas, sin darlo a persona ninguna de cualquier condición y calidad que
sea para que lo vaya a vender en el Baratillo, ni en las calles ni en los corredores de
la audiencia».24
25 Idem.
32Los rumores escandalosos llegaron hasta los oídos del interino virrey-arzobispo
Juan de Ortega y Montañéz (1696- 1699), quien recibió noticias de que «así en la
presente flota como en la antecedente han venido de los reinos de España
considerables cantidades de carabinas y pistolas de manera que públicamente se
compran y venden en esta ciudad, así en las calles y plazas como por los Maestros
Carabuceros usando dichas armas cortas todo género de personas», suponiendo
que cualquier individuo podía armarse precisamente en los puestos de la plaza. El
prelado cauteloso decidió mandar «que ninguna persona de cualquier calidad
pudiera traer oculta ni públicamente, dichas armas cortas, ni comprarlas ni
tenerlas». Prohibió a los maestros de arcabuceros venderlas en sus tiendas. También
prohibió «usar y comprar cuchillos de orqueta, ni se hagan, trajinen o vendan por
los maestros de herrería».29 Estas disposiciones no hacían más que caldear los
ánimos de los puesteros y los vecinos entre los que se desarrollaban solidaridades
peculiares. El tono de las autoridades se volvió ríspido, se habló entonces del
Baratillo como un punto de encuentro de sediciosos y sede de verdaderos complots.
Ahí estos personajes se reunían, planeaban, discutían, bebían, jugaban y en algunos
casos peleaban y se mataban; sin embargo, el Baratillo subsistió.
Mando se publique Bando en todas las partes y calles públicas de esta ciudad y
principalmente en la Plaza Mayor de ella para que se desarraigue, destierre y
extermine el Baratillo y que no haya ni quede baratillero alguno pena de la vida
entendiéndose esta extinción de Baratillo no sólo en la Plaza Mayor, sino también
en otra cualquiera plaza de esta ciudad de suerte que en ellas ni en otra ninguna
calle ni lugar pueda haberlo debajo de dicha pena, incluyendo y comprendiendo
este bando y la misma pena de la vida a todas las personas de las calidades de
baratilleros que hicieren o formasen corrillos y juntas en la Plaza Mayor, en sus
contornos o en otra cualquiera plaza incurriendo desde luego los que se juntaren y
pasaren de tres ó cuatro personas.30
34Desconocemos los efectos mortíferos de esta determinación, pero suponemos,
como sucedió con las anteriores prohibiciones, que el Cabildo se las arregló para
movilizar a los baratilleros a otras plazas y obstaculizar la ejecución de esta
escandalosa iniciativa virreinal.
35Entre 1696 y l699, una peste de gran mortandad se extendió entre los habitantes
de la ciudad, llevándose entre sus víctimas al virrey Ortega y Montañéz. Las medidas
represivas, la muerte del virrey y el efecto acumulado de inundaciones, desabasto,
epidemias y motines armaron el contexto de la capital de la Nueva España a la
llegada del siglo XVIII.
38Las solidaridades eran resultado del abismo que separaba a ricos y pobres. Eran
la expresión de un sentimiento popular, con matices gremiales, compartido por la
llamada «plebe urbana» que en el Baratillo encontraba su espacio de manifestación.
32 Las más antiguas referencias sobre la presencia de los estudiantes en el Baratillo
se remontan a 1 (...)
33 Carlos Aguirre Anaya: «La re significación de lo público», en Los espacios públicos
de la ciudad, (...)
39En el siglo XVIII el Baratillo fue llamado «Baratillo de los muchachos», esta
denominación parece referirse a un hecho contundente: los estudiantes de la
Universidad, atraídos por el bullicio, se entretenían entre cátedras o después de
clases en los puestos de almuerzo, las tablas de juego y los expendios de bebidas
refrescantes32. Según las autoridades, los bachilleres —y también los clérigos—
ataviados con sus ropas distintivas, pasaban horas y se «exponían públicamente»
en los puestos del centro de la plaza. Según la Real Audiencia, con este proceder se
desfiguraba la autoridad de su investidura precisamente en el espacio público más
importante de la ciudad: la Plaza Mayor33.
34 AHCM: Rastros y Mercados,vol. 3728, exp. 4, ff. 116-124, años de 1695 y 1696.
45El desarrollo del local comercial en México representado por Francisco Villaseñor
Báez. Se trata de una sucesión evolutiva que señala los principales rasgos y cambios
de los locales de venta: los puestos portátiles «al viento» o tianguis, los tinglados o
jacalones que alojaban diversos puestos, la tienda o establecimiento interior con
mostrador y escaparates, y finalmente la tienda de departamentos. Imagen tomada
de Francisco Villaseñor Báez: La arquitectura del comercio en la Ciudad de México.
canaco, México, 1982, p. 35.
46Planta actualizada de la parte central de la traza hacia 1554. Se trata de un piano
que ilustraba los Diálogos de Francisco Cervantes de Salazar probablemente como
guía al recorrido de Zuazo y Alfaro por las principales edificaciones. Al frente
aparece la Plaza Mayor. Sustraída de una tercera parte de su superficie por el paraje
concedido por la Ciudad a Gonzalo Ruiz para «levantar cajones». Desde entonces se
generalizó la práctica de arrendar a los comerciantes porciones diferenciadas del
espacio público más importante de la capital virreinal. Imagen tomada de
sahop: 500 pianos de la Ciudad de México. México, 1982, p. 6l.
47La Plaza Mayor de México en 1596. El piano es parte de un proceso judicial. El
Mayorazgo de los Guerrero, una familia acaudalada, llevó a los tribunales ciertas
pretensiones sobre construir «casillas» o puestos comerciales en la plaza. Al frente
aparece la Plaza Mayor y sobre su superficie la delineación de la «Planta de las
casillas sobre que es el pleyto»(sic). Probablemente los Guerrero fueron quienes
primero pensaron en complementar el comercio de los cajones con tinglados para
puestos comerciales. La ciudad, como propietaria de la plaza, impuso su jurisdicción
y sobre ese paraje se formó el mercado de bastimentos municipal o los «puestos de
indios de la Plaza Mayor», quienes desembarcaban las hortalizas de la acequia o
canal de la Viga a su paso por el costado sur de la plaza. Imagen tomadade Manuel
Toussaint, Justino Fernández y Federico Gómez de Orozco: Pianos de la Ciudad de
México, siglos xvi y xvii. unam-ddf, México, 1990, p. 31.
48Pintura de Cristóbal de Villalpando que representa la Plaza Mayor hacia 1695. Se
trata de una idealización ya que a finales del siglo XVII, el mercado de productos
ultramarinos o Alcaicería (al frente) se hallaba en construcción. Resulta evidente que
Villalpando conocía el proyecto arquitectónico, pues representó al centro del
edificio las casillas o jacales del Baratillo interior. Entre la Alcaicería y el Palacio
Virreinal, derruido por el motín de 1692, se ven las mesillas del Baratillo chico y
alrededor los jacalones del mercado de bastimentos o «puestos de indios»
construidos por Francisco Cameros, asentista de los puestos y mesillas de la Plaza
Mayor. A la derecha la acequia o canal de la Viga con canoas y puentes. Imagen
tomada de sahop: 500 pianos de la Ciudad de México. Mexico, 1982, pp. 6 y 7.
2La historia de las tiendas de la Alcaicería nos permite constatar algunas prácticas
mercantiles tradicionales del comercio urbano novohispano : no cualquier individuo
podía establecer una tienda o « casa de comercio », éste era un privilegio reservado
para los españoles y criollos. No sabemos de ningún indígena que hubiera sido
arrendatario o dueño de cajón. Tampoco hemos encontrado en los documentos a
mujer alguna que poseyera uno de tales cajones.
3Las tiendas en firme innovaron el carácter móvil que hasta entonces habían
detentado los « cajones de ropa », pero en ellas continuaron la estrecha relación
entre mercaderes y puesteros, así como la mezcla cultural de individuos de
condición social diferente.
7La promesa de los regidores surtió el efecto deseado, pues el virrey otorgó la
licencia de inmediato.4 Dispuso que las corporaciones de la ciudad presentaran sus
proyectos, pero exigió que cada propuesta incluyera « una planta buena y clara de
la forma y paraje donde se han de poner dichas tiendas pues sin planta no se puede
hacer juicio ».
5 Ibid., f. 3.
6 Ibid., f. 3v.
7 Idem.
8Como vemos, para el virrey éste era un asunto serio, se trataba en realidad de
permitir a la ciudad la ocupación de una tercera parte de la plaza, sin términos
claros sobre la utilidad que el edificio traería a la Corona. El virrey estaba dispuesto
a otorgar la licencia, pero quería asegurarse que la construcción satisficiese
requisitos específicos. Le fueron presentadas varias propuestas. Una proyectaba las
tiendas alineadas enfrente del Palacio Virreinal, en tres hileras paralelas de cajones
formando calles. Pero pensando en la defensa del palacio se prefirió que el frente
de este edificio quedara despejado y esta primera propuesta fue desechada.5 Otro
proyecto sugería ubicar los cajones sobre el costado sur de la plaza, junto a la
Acequia Real. Según sus promotores, esta disposición de las tiendas haría que la
plaza rompiera su rectangularidad y se conseguiría, así, un área « perfectamente
cuadrada »6. El proyecto de Francisco Marmolejo, Juez Conservador de Propios,
proponía un edificio en forma de alcaicería, un edificio cerrado, dedicado en
exclusiva al comercio y con accesos en forma de pasajes en el cual « sólo habría dos
grandes puertas de fierro » ; el edificio estaría ubicado en el extremo surponiente
de la plaza, « con sus techos nivelados a la misma altura que los portales » de
Mercaderes.7
8 Ibid., f. 6
9El proyecto de Marmolejo fue aceptado por el virrey y ese mismo año de 1692 se
realizaron los avalúos necesarios. Se calcularon 80 tiendas a un costo de setecientos
pesos cada una, « de cuatro y media varas en cuadro [16 metros cuadrados
aproximadamente] con su vivienda alta [...] con fachada y pilastras de
cantería ».8 Las tiendas « en firme » constituirían dos rectángulos, uno interior y
otro exterior, con pasajes flanqueados por las entradas de las tiendas y un espacio
abierto en el centro, destinado a los puestos del Baratillo grande. Sus límites serían
el Portal de Mercaderes y las Casas de Cabildo. El lado norte continuaba la calle de
San Francisco (hoy Madero) y el lado oriente la llamada Callejuela y puente de la
Alhóndiga (hoy 20 de noviembre). Este edificio que obstruía una tercera parte de la
plaza permaneció hasta 1845, cuando Antonio López de Santa Anna lo mandó
derribar.
12Pedro Jiménez de los Cobos, Correo Mayor del reino, aceptó la comisión y
promesa de título. Él se haría cargo de la obra y recibiría al final el título de « Alcalde
de la Alcaicería de la Plaza
9 AHCM : Alcaicería, vol. 343, sin número de expedientes. Todo el legajo se refiere a la
construcció (...)
13Mayor ».9 Jiménez ofreció erigir las tiendas con su « caudal » por debajo del costo
estimado, a 525 pesos cada una, siempre y cuando le permitieran construirlas por
tramos, utilizar la madera y le permitieran reunir fondos arrendando por adelantado
a los mercaderes la ocupación de las tiendas.
10 Idem.
se haga delineación de una plaza regular en el mismo paraje, por tener noticia haber
bastante ámbito para ello, y para el cuerpo de unas casas moderadas cuyos sitios
se regulen con igualdad, así en lo ancho y largo como en la elevación. De forma que
todas sean de unas medidas y de fabrica de piedra y que estos sitios se vendan a
Censo Emphiteutico* a favor de la ciudad. Con la calidad de fabricarlos de piedra
dentro de uno o dos años sin que pueda exceder una casa de otra en las medidas
para la hermosura dándoles las calles convenientes y el mayor precio a las que
hicieren esquina, por tener estas la mayor estimación, por la facilidad de poderse
vender más en ellas. Y que sean capaces de poderlas habitar una moderada familia
por cuyo medio se evitará el riesgo de incendio y con el mayor concurso de
mercaderes se refrenarán los excesos de los que en esa ciudad llaman Zaramullos
del Baratillo, y quedará la Plaza más hermosa, asegurada y fija la venta, y se
excusará el gasto de las Guardas, la incomodidad de tener otras casas a donde
habitar y dormir, dejando las mercaderías y caudales expuestos a las contingencias
expresadas.11
17Esta larga cita nos presenta algunas ideas urbanísticas a principios del siglo
ilustrado : se señalaba que la ciudad era la propietaria de los espacios públicos, que
los podía arrendar pero no enajenar completamente, se pretendía sedentarizar el
comercio, se postulaba la homogeneización de los locales y el tránsito como función
primordial de las calles, y se reconocía la relación entre espacios urbanos y
actividades económicas, pues con comercios fijos y familias de mercaderes se
inhibiría la presencia de los baratilleros y delincuentes.
18La ordenanza se acató pero no se cumplió. En el contrato expedido a Pedro
Jiménez en 1695, se estipuló que podría añadir o quitar
12 AHCM : Alcaicería, vol. 343.
19En los arrendamientos podría hacer las « gracias » que les parecieran a los
arrendatarios. El Cabildo le otorgó el título provisional de « Intendente de la fábrica
de la alcaicería de la Plaza Mayor », en espera de la confirmación real de su
nombramiento.13 Además, usufructuaría las rentas de las tiendas hasta que con
los productos de los arrendamientos la ciudad le retribuyera su costo. Cabe advertir
que la comisión otorgada a Pedro Jiménez no sólo incluyó la construcción material,
sino también « debería buscar los recursos para continuarla y para rechazar a los
acreedores que reclamasen derecho a ella ».
14 Idem.
23Las tiendas se concluyeron en 1699 y fueron ocupadas por los cajoneros. Ese
mismo año se erigieron otros tres tramos : uno por el lado oriente, con veinte
tiendas y portada hacia el palacio virreinal, y paralelos a éste, los dos tramos
interiores que formaron calles rematadas por los arquillos o entradas. El edificio
quedó finalmente cerrado con diez tiendas y dos portadas hacia las Casas de
Cabildo en noviembre de 1700, disponiendo en total de 80 tiendas, una plazuela
central, dos calles interiores y seis accesos o portadas : uno enfrente del Portal de
Mercaderes, otro enfrente del palacio, y dos por los lados norte y sur.
24Las ochenta tiendas tuvieron su « vivienda alta ». Cada tienda « con sus dos pares
de puertas interiores y exteriores de cantería y las de afuera con cornisas de la
misma cantería [...] con ventanas y puertas de cedro y las de afuera guarnecidas con
hojas de lata ». El primer techo fue de madera y el segundo enladrillado.
15 Idem.
25Las tiendas que formaron esquina tuvieron en su parte alta nichos ornamentales
en los que se representó a San Francisco Javier (misionero y mártir jesuita, llamado
apóstol de las Indias) en la esquina suroeste, a San Felipe de Jesús (primer santo
novohispano) en la esquina noroeste, a San Hipolito (en su día había caído la gran
Tenochtitlán) en la esquina noreste, y a San Pedro Alcántara (franciscano que
colaboró en la reforma hecha por Teresa de Ávila) en la esquina sureste. En 1701 se
agregaron dos entradas al conjunto : una en el lado norte con San Miguel en la parte
alta, y otra en el lado sur con el Santo Ángel Custodio.15 Ambas imágenes
evocadoras de la protección y la seguridad.
26Además, existieron treinta o cuarenta « cajoncillos de madera » para
comerciantes de menor caudal (casetas de cuatro metros cuadrados), como los que
aún se pueden ver bajo el portal de la plaza de Santo Domingo ocupados por
imprentas diminutas. Estos cajoncillos se establecieron en los zaguanes o arquillos.
Empotradas en los muros se colocaron alacenas, en las que se vendían mercería y
listonería al detalle. El numéro de alacenas dependió del dueño de cajón. Hay que
pensar que cada mercader arrendatario procuró aprovechar en lo posible los
espacios de la tienda introduciendo el mayor número de dependientes o arrimados.
Todo ello nos permite ver que la Alcaicería, contrariamente al mercado
especializado que deseaban las autoridades peninsulares, continuaba combinando
las tiendas con los puestos en estrecha relación. Ciertamente era el mercado
mayorista de productos importados, pero a la vez el público encontraba una amplia
variedad de « productos de la tierra ».
28En el mes de junio de 1703, se dieron por desquitados los reales que Pedro
Jiménez aportó para la fábrica. A pesar de la promesa, sabemos que la corona no
confirmó el título de Jiménez como alcalde de la Alcaicería, pues la consideró una
petición « exhorbitante » e inadmisible. El Ayuntamiento tomó entonces posesión
de las tiendas y notificó a los cajoneros que desde ese día debían reconocer al
Cabildo como legítimo dueño. La Mesa de propios escrituró las tiendas con los
dueños de cajón, y les notificó que realizarían los pagos con el Mayordomo de
Propios. Pero como había sucedido durante los siglos XVI y XVII, los comerciantes de
menor jerarquía alquilaban porciones de tienda a los cajoneros, los cuales siguieron
sometidos a acuerdos verbales que determinaban los sitios, asignaban las cuotas y
tasaban los productos que los subarrendatarios y arrimados expendían.
29No obstante las características del edificio, los comerciantes no sentían
garantizada ni su vida ni sus caudales, pues la Alcaicería carecía de puertas y
vigilancia. En 1701, los dueños de cajón denunciaban, « que estando [las portadas]
abiertas no hay Guardas que quieran cargarse la obligación contra los muchos
rincones y escondidizos que hay ». Además, el entorno cerrado obstaculizaba el
ingreso del público a las tiendas interiores y por lo tanto su desocupación o
traspaso. Fue cuando se abrieron otros dos accesos : las portadas de San Miguel en
el norte y Santo Ángel Custodio por el sur. Desde 1705 los comerciantes dotaron
de puertas al edificio y emplearon guardias para la vigilancia. Con instalaciones más
seguras, pero sobre todo por la vigilancia, la demanda de tiendas aumentó. Así
habría de comenzar un siglo de éxito comercial.
16 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 6, año de 1729.
30Los servicios de limpieza, agua, alumbrado y cañerías corrieron por cuenta de los
comerciantes, quienes probablemente utilizaron las rentas y los servicios de los
vendedores arrimados para realizar el mantenimiento. Por ejemplo, un grupo de
zapateras no pagaba renta alguna, pues todas las mañanas cada una de ellas debía
barrer cuidadosamente toda la acera donde tenía su cajón el mercader que las había
arrimado16.
31Desde los primeros años encontramos que algunos mercaderes arrendaban dos o
más cajones ; por otro lado, abundan las referencias a que varios mercaderes
tomaban en conjunto el arrendamiento de un cajón, lo que es indicativo de la
interacción de comerciantes de diversos recursos y jerarquía.
32El Cabildo arrendaba los cajones y dejaba en manos de los mercaderes las formas
de venta y el control de los arrimados, quienes se regían por el precepto
consuetudinario de « no hacerse mala obra », acuerdo básico entre los mercaderes
y sus dependientes. Los subarrendatarios no podían vender las mismas mercancías
que sus arrimadores ni ofrecerlas por menor precio del fijado por el mercader, a
menos que dichas transactivos estuvieran patrocinadas por el dueño del cajón.
36La competencia entre los mercaderes por ocupar los mejores locales suscitó
verdaderos negocios de especulación.
19 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 8, ff. 14 y 16, año de 1705.
37Sabemos que algunos cajoneros pagaban la renta anual de 200 pesos con los
« guantes » que recibían de sus clientelas de dependientes arrimados ; por ejemplo,
en 1705 Ramón de Issa protestó contra los excesivos « guantes » que Juan
Fernández le pidió por medio cajón.19 En este caso los « guantes » que Fernández
exige a Ramón superan proporcionalmente al arrendamiento concertado con el
Cabildo.
39Por otro lado, si los agentes transportistas que arribaban en las flotas se
establecían temporalmente en la Ciudad de México, como ocurriría durante el
siglo XVIII, éstos demadaban a cualquier costo un local céntrico y seguro para
resguardar los lotes de mercancías que traían a consignación.20 Con seguridad los
« guantes » agilizaron los traspasos en esas circunstancias.
43En 1757, Juan de Dios Medina, « vecino y del comercio de esta ciudad », inquilino
del llamado « Baratillo Interior », construyó otros dos tramos de cajones, por los
lados norte y sur, que completaron el rectángulo interior de tiendas. Fue entonces
que la Alcaicería quedó terminada tal como se proyectó inicialmente y que se puede
ver rebosante de comerciantes y público en la pintura anónima de la Plaza Mayor en
1766 que está en el Museo Nacional de Historia en Chapultepec. En la pintura resalta
la interrelación étnica que dominaba la Alcaicería. Medina obtuvo a cambio de la
obra, las rentas de esas tiendas durante nueve años.25
44A mediados del siglo XVIII la situación comenzó a cambiar. A partir de la década
de 1760 es que encontramos en los documentos el nombre de « el Parián ». La
reglamentación ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIIIinfluyó decisivamente en
la transformación de la abigarrada Alcaicería en el especializado Parián de finales
de la Colonia.
45Tal vez debido a la saturación de los espacios, entre los cajoneros se desarrolló
una aceptación generalizada sobre el uso exclusivamente mercantil de las tiendas y
un rechazo a aquellas actividades tradicionales que lo obstaculizaran. Los
arrendatarios entablaron diversos pleitos « por estorbarse », por ejemplo en 1738,
Lorenzo Alejandra y Francisco de la Canal, dueños de « cajones de fierro »,
entablaron un proceso contra María Mendoza e Isabel Gertrudis, madre e hija,
dueñas de puestos de chías, por quererse mantener junto a los cajones. Los
espacios ya no eran suficientes para todos los traficantes y los cajoneros se
muestran mucho más selectivos respecto a sus vecinos. El cajonero Francisco de la
Canal, « jugando de manos » a la entrada de su tienda, según declararon unos
testigos, les pisó las jícaras a las chieras y así se desencadenó el proceso. Los
cajoneros se quejaban de que la clientela de bebedores estorbaba la entrada y el
paso a las tiendas « por ser en sumo grado lo que se extienden [...] ámbito del que
se apropian sin más razón que su antojo ». Protestaban porque los sedientos
bebedores se arrimaban demasiado a los cajones y porque « el mosquero les
averiaba los géneros ». Exigían que las puesteras fuesen trasladadas a la plaza
pública, fuera del edificio. Las chieras apelaron en la Junta de Policía y obtuvieron
un amparo, argumentando la « inveterada costumbre » de mantener puestos junto
a los cajones y alegando que lo que los cajoneros arrendaban eran « las tiendas y
su claro », mas no la calle donde ellas ubicaban sus puestos. Los jueces se muestran
respetuosos de la « inveterada costumbre », los cajoneros no son atendidos y a las
chieras María e Isabel sólo se les advierte mantenerse en paz y no suscitar
enfrentamientos con los cajoneros.
26 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 5, año de 1748.
27 Idem.
28 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, año de 1763.
29 Idem.
30 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 24, ff. 3 y 3v.
46De igual manera, desde 1748 algunos cajoneros denunciaron a Manuel Sánchez,
dueño de los cajones 93 y 94, que arriba citamos, por los usos « inusitados » que
daba a los cajones. Las quejas de los mercaderes se referían a que las humedades
del pulque y la concurrencia sospechosa impedían el comercio a todos los cajones
del tramo, alejando al público y deteriorando el edificio.26 A Manuel Sánchez se le
notificó que de continuar utilizando el cajón en usos « inusitados » habría de
desocuparlo. A Juan de Dios Medina, que había dotado su tienda « con aposentos y
balcones saledizos », se le mandó en 1760 derribase todo aquello que sirviera de
casa habitación.27 En 1763 Lorenzo Fernández se quejaba de los « malos arrimos »
que padecían todos « los cajones de esa acera » y solicitaba al Cabildo una
reubicación. Pedía que en la tienda que se le asignara, « no habría de ponerse
ningún comerciante con vendimia alguna y el frente ha de quedar libre y
desembarazado ».28 Detalla Fernández que las tres mulatas a quienes había
alquilado las puertas de su cajón habían arrimado a su vez a sus parientes, delante
de sus puestos, con vendimia de frutas y buñuelos, con lo que impedían a la gente
de a pie y de a caballo concurrir al cajón. Aclaraba que por los « malos arrimos »
todos los mercaderes de esa cuadra habían dejado los cajones. Denunció que « las
mulatas se negaron a dar sus nombres y como yo las señalé, ellas y sus conocidos
me han apedreado y gritado « gachupín, judío errante, hereje que vino
desterrado ».29 El Cabildo invitó a Fernández a traspasar el local y a escoger otro.
Cabe preguntarse ¿por qué el Cabildo se mostró condescendiente con los
vendedores de menor jerarquía ? Una respuesta tentativa que se desprende de los
documentos podría ser que los regidores obedecían a la práctica « inveterada » de
que hubiera puestos enfrente de las tiendas, además de que el Cabildo no disponía
de instalaciones o equipamiento donde ubicar a todos los puesteros. A raíz de este
pleito se realizó una « vista de ojos » y el escribano certificó que « era público y
notorio » que entre los cajones de la Alcaicería existían multiples puestos « sin que
los cajoneros los repelieran ».30
47En fin, la historia de la construcción de las tiendas del Parián nos permite conocer
algunos rasgos del comercio urbano durante el antiguo régimen de la Ciudad de
México.
48Durante sus cincunta primeros años, en las tiendas predominaron los pagos entre
comerciantes « por lapreferencia », los puestos semifijos enfrente de las tiendas,
los vendedores « arrimados » que atraían a la « forestería », y las obras y servicios
con que pagaban los dependientes menudistas su lugar para vender, prácticas que
se conservaron y aparecieron reelaboradas en los espacios urbanos que los
regímenes sucesivos asignaron al comercio.
49A lo largo del siglo XVIII el edificio sirvió de entorno al más distintivo centro
comercial de la ciudad. Ahí estuvieron reunidos los mercaderes españoles,
generalmente mayoristas, y junto a ellos toda una gama de vendedores
dependientes provenientes de todas las castas, los cuales mediante relaciones
informales complementaron la distribución de todo tipo de productos y servicios
locales.
NOTAS
1 Martos López y Yoma Medina : « El Parián. Un siglo y medio de historia y
comercio », en Boletín de Monumentos Históricos, no. 10 (jul.-sep.), 1990, INAH,
México. Y Luis Gonzalez Obregón : México Viejo, cap. 41, « El Parián ». Clásicos de
la Literatura Mexicana, México, 1979.
2 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 3, f. 1, año de 1692.
3 Ibid., ff. lv y 2.
4 Idem.
5 Ibid., f. 3.
6 Ibid., f. 3v.
7 Idem.
8 Ibid., f. 6
9 AHCM : Alcaicería, vol. 343, sin número de expedientes. Todo el legajo se refiere
a la construcción de las tiendas.
10 Idem.
11 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 3, ff. 13 y 14, año de 1694.
12 AHCM : Alcaicería, vol. 343.
13 Idem.
14 Idem.
15 Idem.
16 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 6, año de 1729.
17 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, ff. 1-13, 1703.
18 Idem.
19 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 8, ff. 14 y 16, año de 1705.
20 Yuste, Carmen : Comerciantes mexicanos en el siglo XVIII. UNAM/ Instituto de
Investigaciones Históricas, México, serie Historia Novohispana no. 45, 1991.
21 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 5.
22 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, año de 1763
23 AHCM : Fincas en general, vol. 1085, exp. 3, año de 1754.
24 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, año de 1763.
25 AHCM : Fincas en general, vol. 1085, exp. 3, 1754.
26 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 5, año de 1748.
27 Idem.
28 AHCM : Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, año de 1763.
29 Idem.
30 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 24, ff. 3 y 3v.
NOTAS FINALES
* Arrendamiento típico del régimen feudal, por el que los enfiteutas o
arrendatarios en este caso, disfrutaban como una posesión el dominio de
una finca a cambio de una renta, sin conseguir jamás su entera propiedad.
V. El asentista de la Plaza Mayor
p. 127-149
1En contraste con el funcionamiento del modelo comercial tradicional descrito en
los capítulos anteriores, el siglo XVIII marcó una transformación importante, ya que
por primera vez el Ayuntamiento reconoció a los cajoneros lo mismo que a los
vendedores como arrendatarios de la plaza. Ocurrió una tentativa hacia la
especialización de los espacios comerciales y para la administración de los
mercados menudistas asignó a un asentista. Esto permitió al Cabildo consolidar su
presencia como propietario de la plaza inhibiendo, durante algunas décadas, la
intervención virreinal, así como regularizar los ingresos que circulaban de manera
particular, además de tomar en sus manos la tutela y el control tanto de los indios
del mercado como de los grupos urbanos pobres del Baratillo.
3El Cabildo logró con esta especialización remodelar las relaciones tradicionales
entre los mercaderes y los vendedores, pues abrió la posibilidad a un nuevo
contingente de puesteros « independientes » que ya no se subordinaban al control
directo de los cajoneros. ¿Cómo obtener los favores o la lealtad de la plebe urbana
que por esos años había prodigado acciones destructivas ? Permitiéndoles
establecer un sitio de venta sobre la Plaza Mayor. Así, reformuló los viejos vínculos,
sustrajo a los cajoneros el papel tutelar y redujo el contacto entre los comerciantes
de mayor y menor jerarquía a una relación entre vendedores independientes y
proveedores mayoristas.
4Cabe preguntarse, ¿qué provecho traía a los puesteros arrendar sitio con la
ciudad ? ¿Qué podía atraerlos a abandonar a sus patrocinadores tradicionales y
acometer la empresa de abrir un puesto propio ? En primer lugar, los puesteros
adquirían cierto reconocimiento social que se reflejaba en el calificativo « vecino y
con puesto en la Plaza Mayor », además de que este nombre les garantizaba
abastecedores de productos, así como una diversa clientela consumidora. En
segundo lugar, para los puesteros se abría la posibilidad de ejercer la venta con
relativa libertad, sin atenerse a los productos asignados por los mercaderes y con
opción aproveerse con artículos de diversos cajoneros. También significaba
establecerse de forma permanente en la plaza al amparo de una figura tutelar, cuya
protección les permitió evadir las legislaciones prohibitivas emitidas por la corona
y los virreyes, ya que por el hecho de pagar « pensión » se invistieron de cierta
corporeidad ante la sociedad, a la manera de los gremios —hemos hablado de las
solidaridades que se desarrollaron entre los baratilleros, los puesteros comenzaron
a identificarse entre sí como si se tratara de un grupo agremiado amparado por la
figura paternalista del Cabildo. Desde entonces los propietarios de puestos
pudieron « repeler » judicialmente las pretensiones de otras corporaciones, pues el
pago de la renta semanal en moneda acuñada se traducía en protección y seguridad.
9Como en otros ramos del gobierno urbano, las obras públicas de la ciudad se
realizaban mediante concesiones a particulares o « asientos ».4 El Cabildo remataba
las obras públicas a vecinos ricos que podían desembolsar grandes sumas de dinero
por adelantado. Detentar el cargo de asentista en algún ramo del gobierno tenía
fines prácticos, pues habiendo liquidado el monto acordado, los concesionarios
gestionaban las obras públicas como negocios particulares. Pero también en aquella
sociedad jerarquizada, el título de asentista proporcionaba prestigio y ascenso de
categoría.5
6 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, expedientes del 1-9, años de
1694,1697, 1698,1700, 17(...)
11En 1692, 1694, 1697 y 1698, siguiendo el protocolo tradicional de los remates
públicos, Francisco Cameros adquirió por setecientos pesos anuales el « asiento de
los puestos y mesillas de la Plaza Mayor », dicho asiento incluía la disposición u
« ordenamiento », la vigilancia y la recaudación de los vendedores. La diferencia en
el siglo XVIII fueron las compras por adelantado que negoció a fin de prolongar
indefinidamente los tiempos para ejercer su cargo en la plaza. Por ejemplo, en 1702
proporcionó cuatro mil pesos para sufragar la entrada del virrey y obtuvo el asiento
por tres años más.7 En 1731, Cameros aportó seis mil pesos para remodelar el
templo de San Hipólito, lo cual se tradujo en que el asentista aseguró la
administración de la plaza durante toda la década de 1730.8
13El cargo de asentista investía a Cameros con gran autoridad, lo que le permitía
tener fuertes influencias entre los puesteros. Recibía instrucciones y
recomendaciones de los regidores, pero no tenía superiores inmediatos. Fungía
como juez, administrador, recaudador y vigilante. Cameros estipulaba las
contribuciones según la ubicación y extensión del sitio, decidía sobre multas y
exenciones, asignaba los sitios, vigilaba los productos y podía « introducir » y
« lanzar » a los vendedores. Él sancionaba las disputas en la plaza. Francisco
Cameros muy bien pudo haber dicho « la plaza es mía ».
9 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 12, año de 1725.
14El Cabildo le dio instrucciones generales : agrupar por separado a los puesteros
de víveres y a los vendedores de manufacturas, nuevas y usadas ; que los puestos
se alinearan formando calles amplias y derechas por las que pudiera transitar un
carro ; que los vendedores se agruparan por giros ; cuotas semanales de uno y
medio, uno o medio real, según el paraje, y no « llevar pensión alguna a los indios
introductores de lo comestible ». Pero he aquí que su « genio personal » lo condujo
a ofrecer « comodidades » a cambio de pagos extraordinarios que se agregaban a
la renta estipulada. Sabemos que los puesteros pagaban varias cuotas : una por el
sitio, otra por las « sombras » y « palos », otra más por permitirles almacenar e
inclusive otra para pernoctar.9 Llegará el momento en que las « comodidades »
incluyan la posibilidad de morar en el puesto y la facultad para heredarlo de padres
a hijos. Todo lo cual fue el resultado de un tramado de relaciones pactadas
verbalmente con los diversos puesteros de manera individual.
10 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 2, ff. 1 y 2, año de 1697.
15Sin lugar a dudas podemos afirmar que en manos del asentista los mercados de
la plaza crecieron, pues la información vertida en los documentos muestra que en
su administración incluyó gradualmente a otros comerciantes : así ocurrió desde
1697, cuando el asiento incluyo a los llamados « puestos de Noche Buena »10, una
feria anual importante que además de las especialidades decembrinas para los
vecinos capitalinos, convocaba un intercambio regional de productos agrícolas en
el que participaban también los mayoristas. Lo mismo sucedió con los llamados
« puestos de Cuaresma » y los « puestos de ofrenda de Todos los Santos », que en
abril y noviembre se instalaban sobre la plaza.
11 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 5, ff. 1 y 2, año de 1703.
18Ahora bien, el próspero negocio también tenía sus altibajos. En 1712 el virrey
duque de Linares ordenó un empedrado parcial de la Plaza Mayor, Cameros quedó
encargado desde entonces de la limpieza y conservación del novedoso empedrado ;
aunque el asentista registró estos servicios como pérdidas y se quejaba de altos
costos, sabemos que en 1729 las « indias zapateras del Baratillo » lo denunciaron,
pues además de la pensión semanal, Cameros les había impuesto el aseo de la plaza
amedrentándolas con una multa de cinco pesos.14 En 1731, a la limpieza del
empedrado se le agregó el aseo de la Pila Principal y se le impuso la paga de dos
guardias que cuidasen la plaza y tuviesen « arreglados » los puestos. También en
este caso Cameros registró los gastos como pérdidas.
15 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 8, f. 6, año de 1738.
19Cameros se quejó con amargura durante las oleadas de viruela que padecieron
los habitantes de la ciudad en la década de 1730, informándonos él mismo sobre
aquella gran contingencia : « en ese tiempo sobrevino el contagio, en que se
despoblaron casi todos los puestos, de modo que no pude conseguir algún
acrecentamiento en remuneración de mi servicio ».15
16 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 4, ff. 1 y 2, año de 1700.
20Al término de la construcción de las tiendas, Cameros avanzó en la
especialización mercantil con la separación del Baratillo grande o interior y chico o
exterior. En 1700 ordeno que los vendedores de zapatos, mercería, muebles y loza
agruparan sus « mesillas » en el centro de la Alcaicería ; esta plazuela o Baratillo
interior se convirtió, sin los puesteros de artículos de segunda mano, en el mercado
menudista de manufacturas artesanales nuevas. Este nuevo establecimiento recibió
el nombre de « Baratillo grande » o « Baratillo interior ».16 Fuera del edificio, en el
centro de la plaza permaneció el Baratillo tradicional, que fue rebautizado como el
« Baratillo chico », « Baratillo de los muchachos » o « universidad de la picardía ».
Junto a la acequia, Cameros dispuso los puestos de indios del mercado de
bastimentos, alineados por calles : « verduleras, fruteras, chieras, etc. ». Cabe
advertir que esta disposición de los mercados se mantuvo notablemente inalterada
a lo largo del siglo ilustrado, e incluso se quiso transplantar en las « plazas de
mercado » del último tercio del siglo XVIII.
22Ya muy viejo, Cameros se vanagloriaba de que « por medio de [su] aplicación y
genio sociable, [...] siendo tantos y tan diversos con quienes comercio
diariamente », se había mantenido el orden « llevándoles muy moderados
derechos ». Se refería a las pensiones municipales, « y sin causar molestias a los
indios, pues a los más de ellos nada les obligo a que contribuyan, [pues los indios]
de genio belicoso que a la menor contribución que se les intenta llevar, lo vuelven
pleito, ni entre ellos se ha oído el menor rumor sobre los puestos y lugares donde
cada uno ha de expender sus géneros ». Probablemente Cameros conocía a cada
uno de los puesteros y en cada caso mediaban pagos y trato paternalista.
17 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 10, f. 14, año de 1722.
23Los puestos comerciales adquirieron carácter de bienes inmuebles y sus dueños pudieron
habitarlos, venderlos, heredarlos o traspasarlos con gran libertad. Decía un comerciante
con cuatro puestos de ropa en la Plaza Mayor que « respecto de los puestos, la costumbre
desde el tumulto [de 1692] ha sido irse sucediendo unos a otros en la posesión y goce
conforme han querido los poseedores ».17
18 Ibid., f. 3.
19 Idem.
20 Ibid., f. 1.
25Sabemos que los dueños de tenderetes les dieron los más variados usos : tienda
o mostrador, casa habitación, bodega, corral y cocina. Para ello los dotaron de las
instalaciones necesarias de acuerdo con sus posibilidades.21 La mayoría de
vendedores era gente de escasos recursos que una y otra vez mencionan petates,
palos, tablas y jergas como los materiales que utilizaban para cubrir y adosar sus
puestos. El asentista Cameros fue muy tolerante respecto a los materiales y
fisonomía de los locales, siempre y cuando cada nueva « comodidad » se
acompañara de su pago respectivo. Así se explica que hacia 1760 un funcionario de
la Audiencia describiera la plaza como « un pueblo mal fundado ».
22 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 3, año de 1654.
23 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 5, ff. 1 y lv, año de 1721.
26En tanto bienes inmuebles, los puestos fueron disputados con ferocidad ; por
ejemplo, las indias vendedoras de lanas teñidas del barrio de Necatitlán protestaban
porque sus propias pía- sanas no las dejaban vender, a menos que les pagaran
cierto número de reales que las primeras decían haber desembolsado para obtener
copias de los despachos mediante los cuales habían adquirido posesión de los
sitios.22 En 1721 Polonia Agustina y su hija María de los Santos, indias de la
parcialidad de Santiago, acudieron al juzgado de Policía para acusar a Gregoria
Pascuala y sus siete socias o « consortes » de la misma parcialidad, porque éstas les
impedían el tráfico y comercio de la papa.23
24 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 10, ff. 1, 2 y 3, año de 1722.
27Las disputas y pleitos reaparecen una y otra vez. Cuando Felipe de Ávila acudió a
reclamar la posesión del puesto de Ana María de la Encarnación, argumentando que
en ese arreglo había quedado con la difunta, se presentó Francisca Magdalena
alegando una usurpación.24
25 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 11v, año de 1725.
31En el pleito de 1722 entre Felipe de Ávila y Francisca Magdalena por un puesto de
ropa, mediante la presentación de testigos se averiguó que Ávila proporcionaba o
« abiaba » a Francisca las naguas que ella vendía, y se repartían las ganancias por
mitades. Como Francisca le había dado « malas cuentas », Felipe le había quitado el
sitio donde ella ponía su puesto. Hasta que Francisca aceptó liquidar lo que debía,
pudo continuar con su comercio. Este ejemplo nos anuncia nuevos sistemas de
abasto como el de los « abiadores », manufactureros españoles que proporcionan o
« abian » las naguas que las indígenas venden en la plaza.
32Si a través de las cuotas informales los locales se habían sedentarizado, también
habían permitido que los puesteros arrimaran a otros menudistas. En 1725 Cameros
se queja de que las indias venden productos que no eran suyos, pan y ropa que les
surten los españoles.28
29 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 12, año de 1725.
34Por ello los dueños de cajón solicitaron al Ayuntamiento que los puesteros
volvieran junto a los cajones, y que la « disgregación » de puestos semifijos se
detuviera. Argumentaban que al estar distantes no había manera de controlar ni su
número ni los géneros que vendían, « lo cual no hicieren estando donde alguien los
conozca ». Se defendían diciendo que mientras ellos, además del arrendamiento de
200 pesos anuales, satisfacían también las reales alcabalas y los gastos de la
Cofradía del « Santísimo Exehomo » (cofradía que agrupaba a los dueños de cajones
de la Alcaicería), ellos se encargaban de financiar la vigilancia y guardia del edificio ;
y no veían bien el que los puesteros no tuviesen sobre si ninguna de estas cargas.
Les pasmaba la facilidad con que los vecinos pobres ponían puestos y mesillas en
cualquier parte. Denunciaban que, al estar distantes, los puesteros vendían unos
géneros por otros, « adulterando sus nombres [...] se experimentan muchos robos
en las compras y ventas que se hacen al anochecer y así nos usurpan el comercio
[...] Aumentando la usurpación al haberse extendido el trajín [tráfico] hasta la Puente
del Real Palacio »30 y la Plazuela del Volador, « siendo que en dicha plaza del
Volador nunca hubo tal cosa, pues tan solamente se componía de puestos de
Barberos, Bodegones [comidas] y cosas comestibles ». Razonaban que por la
apertura de tantos puestos semifijos la Mesa de Propios tuviera muchos cajones
cerrados.31
35Para 1724 la disputa entre los cajoneros y el Cabildo no se había resuelto. Los
mercaderes escribieron una representación dirigida al Ayuntamiento contra los
« intrusos que venden por la calle mercadurías », en la que con detalle exponen la
situación que guardaba el comercio de la plaza desde su punto de vista : primero
denuncian « que era público que en la mediación que hace de los cajones y el
cementerio de la Catedral se han puesto tantos vendedores con los géneros de
Castilla y China en el suelo y otras mercancías sobre una mesilla o banco a la sombra
de un petate ». Explican que tal situación « es una cosa muy extraña que de pocos
años a esta parte se ha introducido en perjuicio de los mercaderes ». Por ello se
lamen- tan que « hoy día se halla perdido el trato de la mercancía pues no hay indio,
mulato, ni mestizo y de otras castas inaveriguables que no sea o quiera ser
mercader, [...] los muchachos de todas las castas con caudal de tres ó cuatro pesos
andan por la plaza inquiriendo forasteros que entran en esta ciudad, [...] les facilitan
las compras, llevándoles lo que les piden, dándoles unos géneros por otros ».
36Los cajoneros solicitaban que se trazara una línea distintiva entre los mercaderes
y los puesteros, y pedían que si algún individuo quisiera tratar con géneros pusiera
tienda para ello. Suplicaban que cada individuo se remitiera tan sólo a su oficio, y
que hubiese distinción como la había habido en los gremios.
32 Idem.
37Los mercaderes que defendían el comercio monopolizado clamaban que con este
desorden se confundían los fueros y privilegios de que cada uno debe gozar, « pues
el título de mercaderes es diferente del vulgar nombre “del comercio” que
comprende : cacaguateros, tenderos y otros ». Solicitaban que se respetaran los
privilegios del mercader estipulados en las ordenanzas para el Consulado de este
reino : estar matriculado, tener la mayor parte de su caudal en mercancía, « que por
sí mismos la ejerzan y se ocuparan permanentemente en el ejercicio ». Pensaban
que sólo era mercader aquel que vendía las mismas mercancías que compraba, pero
quien las transformaba en otras cosas entonces dejaba de serlo. Lo que nos muestra
que debido al creciente número de vendedores, el grupo de mercaderes llamaba a
cerrar filas en torno a la jerarquía mercantil tradicional. El enojo de aquel antiguo
grupo de comerciantes solicitaba acabar con « el cáncer de tan malas costumbres,
para que éstas no infesten ni cundan y lleguen a estado de no poderse remediar [...]
se alteran los precios y lo padece el bien común de la República y atraso total de los
mercaderes ».33 Demandaban en ese año de 1724, « en razón de que no se vendan
en las plazas, calles ni mesones géneros de Castilla ni de China ni de la tierra, si no
fuere en tiendas y cajones ». Las demandas de los mercaderes no fueron atendidas
y acabaron por instalar tres o cuatro puestos por su cuenta.
34 Idem.
38Los grupos urbanos pobres se acercaban al asentista en busca de oportunidades.
En 1725 el alcalde de la parcialidad de San Juan, Antonio de Alvarado, pedía más
sitios para puestos, no sólo en nombre de las naturales de aquel barrio, sino en el
de las indias de todos los barrios de la ciudad, a fin de que vendieran las cosas de
sus « grangerias », « pues las vendedoras son muchas y los espacios son cortos ».
Pedía sitios para las laneras de azul, zapateras, maiceras, verduleras, tomateras,
chileras, fruteras, nagüeras, rosereras [vendedoras de rosarios], tochomiteras,
pescaderas y las demás de otros oficios.34
35 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, ff. 9-9v., año de 1725.
39La respuesta de Cameros nos permite comprobar que desde la primera mitad del
siglo XVIII el comercio de bastimentos ya no era exclusivo de los indios, sino que
todos los vecinos sin distinción lo ejercían : Cameros alegó que el alcalde Alvarado
no sólo pedía por las indias, « porque las que piden son mestizas y de otras castas
y no venden géneros ni frutos suyos, sino la mayor parte de españoles como las
panaderas, nacateras, roperas, y jarrieras ».35
36 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 12, año de 1725.
CONCLUSIÓN
42Hemos relatado el desarrollo histórico de tres mercados que compartieron el
mismo espacio urbano. Las autoridades, tanto la corona como el Ayuntamiento,
dispusieron su asentamiento sobre la magnífica y extensa Plaza Mayor. Los hemos
visto transitar desde sus formas elementales, cuando ponían en contacto a los
productores con los consumidores, hasta su especialización como emplazamientos
permanentes y de manera peculiar sedentarios. Atendían las demandas urbana,
regional e incluso virreinal de ciertos productos. No solo cumplían funciones
mercantiles, sino que eran también espacios políticos y culturales. No hemos podido
comprobar que la libre circulación o la ley de la oferta y la demanda fueran las
fuerzas motrices determinantes ; en cambio, encontramos mercados jerarquizados
y relaciones sociales de tipo señorial. No hemos encontrado a comerciantes que se
identifiquen en términos de igualdad como propietarios de mercancías, sino que
cada establecimiento era conducido por grupos sociales claramente diferenciados
por su procedencia étnica. Cada mercado con sus proveedores, sistemas de tiendas,
tribunales, normas mercantiles, sus pesos y medidas, sus formas de venta, su
calendario y aromas y colores distintos. Al mismo tiempo comprobamos la
conservación de ciertas prácticas comerciales tradicionales : la combinación de las
tiendas y los puestos, los pagos informales, la mezcla de todo tipo de productos y
el uso irrestricto de los espacios públicos. Estos rasgos habrán de sobrevivir incluso
a los más furibundos proyectos de modernización realizados por los gobernantes
de la ciudad. Durante las primeras décadas del México independiente, los
funcionarios discutieron los efectos perjudiciales que provocó la movilización de los
mercados de 1791 hacia otras plazas. Sorprendidos comprobaban que los
vecindarios que ahora alojaban a los mercados se caracterizaban por la mezcla de
individuos de diferente condición social, la presencia de puestos frente a las tiendas,
los arrimos de vendedores de menor jerarquía, y el uso y abuso de los espacios
públicos.
NOTAS
1 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 7, f. 6, año de 1713.
2 Leonard A. Irving : La época barroca en el México Colonial, FCE, colección Popular
no. 129, 1976, p. 75.
3 Villaseñor Baez, Luis Francisco : La arquitectura del comercio en la ciudad de
México : Disposición e Historia. CANACO, México, 1982, pp. 27-36.
4 Kamen, Henry : Vocabulario básico de la historia moderna. España y América
1450-1750. Editorial Crítica, España, 1986, p. 56.
5 Rubial Garcia, Antonio : La plaza, el palacio y el convento. La ciudad de México
en el siglo XVII. CONACULTA, Sello Bermejo, México, 1998, pp. 34-38.
6 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, expedientes del 1-9, años de
1694,1697, 1698,1700, 1703, 1709, 1722, 1731 y 1738.
7 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 5, f. 7v, año de 1703.
8 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 8, ff. 2 y 3, año de 1731.
9 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 12, año de 1725.
10 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 2, ff. 1 y 2, año de 1697.
11 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 5, ff. 1 y 2, año de 1703.
12 Ibid., f.6.
13 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 7, f. 6, año de 1713.
14 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 6, ff. 1 y 2, año de 1729.
15 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 8, f. 6, año de 1738.
16 AHCM : Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 4, ff. 1 y 2, año de 1700.
17 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 10, f. 14, año de 1722.
18 Ibid., f. 3.
19 Idem.
20 Ibid., f. 1.
21 Quintanilla Echegoyen, Carlos : Los espacios del comercio en México.CANACO-
LIMUSA, México, 1992, pp. 150 y 153.
22 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 3, año de 1654.
23 AHCM : Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 5, ff. 1 y lv, año de 1721.
24 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 10, ff. 1, 2 y 3, año de
1722.
25 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 11v, año de 1725.
26 Ibid., f. 12.
27 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 7, f. 8, año de 1713.
28 AHCM : Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 10, ff. 18 y 19, año de
1722.
29 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 12, año de 1725.
30 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 7, ff. 3-3v.
31 Idem.
32 Idem.
33 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 12, ff. 1-8, año de 1724.
34 Idem.
35 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, ff. 9-9v., año de 1725.
36 AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, f. 12, año de 1725.
Bibliografía
p. 153-167
DOCUMENTOS DEL ARCHIVO HISTÓRICO DE LA
CIUDAD DE MÉXICO
1559 : « Estractos de las Licencias concedidas para edificarlos, tomados de las actas
de cabildo » —Portales, vol. 3692, exp. 1.
l611 : « Plazas de Santiago, Santa Ana y la de los Angeles : ¿Quién debe cobrar sus
productos ? »—Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 1.
1684 : « Auto del Señor Corregidor sobre que la policía no les cobre 4 pesos a los
que piden licencia para echar tejados en las puertas de sus tiendas » — Hacienda,
Propios, Arbitrios, vol. 2230, exp. 1.
1692 : « Remate hecho en Don Miguel de Tollara del arrendamiento del cajón no.
17 perteneciente a la N.C. »— Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 1.
1692 : « Sobre que ninguna persona asista trate ni contrate en el Baratillo en ningún
día del año, baxo las penas que se señalan, y que los Yndios ocurran al Govierno »—
Rastros y Mercados vol. 3728, exp. 2.
1692 : « Expediente formado sobre el proyecto de formar cajones de bóveda en la
Plaza Mayor de la ciudad »—Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 3.
de los puestos de las casas »— Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 1.
1696 : « Autos fechos en virtud de orden del Exmo. Señor Obispo Virrey de la
extirpación del Baratillo y demás puestos y mesillas de la Plaza Mayor de esta
Ciudad »— Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 4.
1698 : « Remate de los Puestos de la Plaza Mayor de esta N.C. en Francisco Cameros
en precio de 700 pesos cada año, tercios adela tados, que corren y se cuentan desde
10 de henero de 1699 » Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 3.
1699 : « Quaderno de las escrituras de arrendamiento de los cajoncillos de las
puertas, y de las tiendas que están frente del Real Palacio, y la Cera que va de la
Callejuela de los Roperos a la Catedral »—Alcaicería, vol. 343, exp. 1, fojas 170-
193.
los saguanes de las puertas... » —Alcaicería, vol. 343, exp. 1, fojas 194-198.
1699 : « Primera quenta de la obra y fabrica de los caxones en la Plaza Mayor desta
ciudad perteneciente a ella, que ha estado a cargo del Señor Correo Mayor y Regidor
Pedro Ximenes de los Cobos. Glosada por el Contador Juan Velazquez a quien se
cometió »— Alcaicería, vol. 343, exp. 1, fojas 199-242.
1700 : « Remate de los Puestos y Mesillas de la Plaza Mayor desta ciudad que se
hizo en Fco. Cameros por tiempo de 3 años, que corren y se cuentan desde 10 de
enero de 1701 y por 700 pesos cada año, a pagar tercios adelantados » —Puestos
de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 4.
1701 : « Autos fechos de pedimento de los cajoneros de la Plaza Mayor sobre que
se abra un arco y se echen Puertas de madera » — Alcaicería, vol. 343, exp. 1, fojas
272-318.
1703 : « Autos fechos sobre el remate de los Puestos y Mesillas de la Plaza Mayor
en Fco. Cameros por tiempo de 6 anos y por 1400 pesos en cada uno (1705-
1710) »— Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp.5.
1705 : « Ramón De Yssa y Ulloa, sobre querer Juan Fernández de la Torre le deé
Guantes por el arrendamiento de la mitad de un cajón » — Hacienda, Propios,
Parián, vol. 2237, exp. 10, fs. 14-20.
1709 : « Francisco de Ribera y varios mesilleros de la Plazuela del Volador sobre que
se les asigne puestos en la Plaza Mayor » — Hacienda, Propios, Arbitrios, vol. 2230,
exp. 7.
1721 : Polonia Agustina y demás comerciantes de la papa sobre que Gregoria y sus
consortes no le inquieten ni perturben en su comercio » — Rastros y Mercados, vol.
3728, exp. 5.
1754 : « Don Juan Cervantes por el Convento de San Agustín pide que los
comerciantes de la acequia o Tlapaleros no impidan a las fruteras situarse en el
Portal de los Agustinos »— Portales, vol. 3692, exp. 7.
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