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Capitulo 7

LA ACTITUD CIENTIFICA COMO


ESTILO DE VIDA

Las circunstancias de nuestro trabajo profesional pueden determinar la necesidad


de realizar una mayor o menor cantidad de investigaciones, pueden exigirnos un
mayor o menor nivel técnico-científico, pero de lo que no podemos eximirnos
nunca es de asumir una actitud científica, como actitud presente en todas las
manifestaciones de nuestra vida y como antesala para aprender a vivir con
sabiduría.

Este capítulo difiere del resto del libro; no se trata tanto de adquirir conocimientos,
como de sensibilizar para asumir una actitud vital que se deriva de la insaciable
búsqueda de verdad y de la permanente problematización de la realidad. Cinco
grandes cuestiones ponemos a consideración:

1. La esencia de la actitud científica: búsqueda de la verdad y curiosidad


insaciable
2. Formas de ser que expresan una actitud científica
3. Obstáculos al desarrollo de una actitud científica
4. La ética de la investigaci6n
5. La actitud científica como proyecto y estilo de vida

Si el lector cuenta entre sus conocidos a algún eminente hombre de ciencia, acostumbrado a la más minuciosa precisión
cuantitativa en los experimentos y a la más abstrusa habilidad en las deducciones de los mismos, sométalo a una pequeña
prueba, que muy probablemente dará un resultado instructivo. Consúltele sobre partidos políticos, teología, impuestos,
corredores de rentas, pretensiones de las clases trabajadoras y de otros temas de índole parecida, y es casi seguro que al
poco tiempo habrá provocado una explosi6n y le oirá expresar opiniones nunca comprobadas con un dogmatismo que
jamás desplegaría respecto a los resultados bien cimentados de sus experiencias de laboratorio.

Este ejemplo demuestra que la actitud científica es en cierto modo no natural en el hombre.

BERTRAND RUSSEL

Por todas estas razones -comenzando por las necesidades actuales de trabajo y el dominio de 10 real, hasta llegar al
dominio uno mismo, de la adquisición del método científico hasta la formaci6n de la ética individual -la formación en el
espíritu científico y en las ciencias aparece como una de las finalidades fundamentales de todo sistema educativo
contemporáneo.
APRENDER A SER. UNESCO

1. La esencia de la actitud científica: búsqueda de la verdad y curiosidad


insaciable

Una persona puede haber adquirido una buena formación teórica y una buena
formación sobre métodos y técnicas de investigación social y, sin embargo, ciertas
actitudes vitales y ciertas características de su personalidad pueden constituir un
obstáculo para la investigaci6n. De ahí la necesidad de asumir una actitud
científica, no como forma de ser para cuando «se hace ciencia», sino como actitud
vital en todas las circunstancias y momentos de la vida. Esto es 10 que llamamos
la actitud científica como estilo de vida.

¿Qué es y en qué consiste esta actitud científica? En términos generales, puede


definirse como la predisposici6n a «detenerse» frente a las cosas para tratar de
desentrañarlas. El trabajo científico, en 10 sustancial, consiste en formular
problemas y tratar de resolver/os. Es 10 que algunos llamarón «reflejo del
investigador> y que Pavlov denominó reflejo « ¿Qué es esto? ». Este interrogar e
interrogarse orienta y sensibiliza nuestra capacidad de detectar, de admirarse, de
preguntar. < ¡Oh, la nefanda inercia mental, la inadmirabilidad de los ignorantes!»
exclamaba Ramón y Cajal frente a aquellos que eran «incapaces de detenerse
junto a las cosas, de admirarse y de interrogarlas» (1).

Ahora bien, esta capacidad de admiración e interpelación ante la realidad exige


dos atributos esenciales: búsqueda de la verdad y curiosidad insaciable.

Consagrarse a la búsqueda de la verdad es el punto de arranque desde el cual es


posible asumir una actitud científica, 0 sea, es preguntarse y realizar el esfuerzo
de resolver, con el máximo rigor, las cuestiones planteadas como problemas.

Quien no busca la verdad es porque se cree en posesi6n de ella,


consecuentemente nada tiene que encontrar y nada tiene que aprender. Los
«propietarios de la verdad absoluta» son unos necios en su seguridad, pues tienen
la desgracia de ignorar la duda. Desde esa «instalación» es imposible el menor
atisbo de actitud científica, que es, sobre todo, actitud de búsqueda. El científico
-10 decía Claude Bernard en 1865- es el que pasa «de las verdades parciales
A las verdades más generales, pero sin pretender jamás que se halla en posesión
de la verdad absoluta» (2). El buscador de verdad solo se instala en la dinámica
de la provisor edad, 10 que quiere decir que es un buscador «desinstalado», Ya
que sus conclusiones científicas siempre son relativas y nunca definitivas.

La curiosidad insaciable, en cuanto interrogaci6n permanente de la realidad, es


el reverse de 10 anterior. Ningún científico autentico, ningún investigador
consciente de su labor puede decir que su búsqueda ha terminado. El científico es
insaciable en su curiosidad, sabe que ante si tiene un océano inexplorado (*). No
hay Límites para esa curiosidad, porque la verdad científica es dinámica y las
verdades que se adquieren son parciales, siempre sujetas a corrección.

De ahí que la actitud de búsqueda y de curiosidad insaciable lleva a una


permanente «tensión interrogativa», abierta a la duda y al reexamen de 10 ya
descubierto e interpelada por 10que no se conoce. El pensamiento científico,
decía Bachelard, «es un libro activo, un libro a la vez audaz y prudente, un libro
del que quisiéramos dar ya una nueva edición mejorada, refundida, reorganizada.
Se trata realmente del ser de un pensamiento en vías de crecimiento» (3). Por
eso, la actitud científica es la actitud del hombre que vive en un indagar afanoso,
interpelado por una realidad a la que admira e interroga. Si un científico dijese:
«hemos llegado a un término; ya sabemos todo 10 que se puede saber sobre este
punto», en ese momento dejaría de ser científico. El investigador es siempre un
problematizador.

Búsqueda de la verdad y curiosidad insaciable conducen a una actitud existencial


en la que la vida y la ciencia no se separan. Ambas cosas no sólo no deben
disociarse, sino que cada una ha de servir para enriquecer a la otra, teniendo en
cuenta que la vida es una totalidad y la ciencia un aspecto de esa totalidad. El
núcleo de lo que nosotros queremos expresar en este capítulo es lo siguiente: el
que asume una actitud científica tiene un determinado modo de existir, esto es, de
estar presente en el mundo y de acercarse a la realidad.
Para decirlo en breve: no se puede ser científico (cualquiera sea el campo o
especialidad) y luego «andar par la vida» respondiendo a otros problemas con
«Lugares comunes», opiniones superficiales, explicaciones mágicas. Tampoco se
puede tener una actitud científica y la fe del carbonero, adhiriéndose a doctrinas
como si fuesen reservas sagradas de principios incuestionables. Sin embargo, no
debe entenderse 10anterior de un modo inflexible; no queremos decir que un
científico haya de responder a todo 10que acontece en su vida con «respuestas»
científicas; es imposible, puesto que el saber de la vida cotidiana se sirve de
muchas verdades no expresadas científicamente... Es por esto que hablamos de
actitud científica, no como doctrina sino como estilo de vida.

Ningún hombre de temperamento científico afirma que lo que ahora es creído en ciencia sea exactamente verdad; afirma
que es una etapa en el camino hacia la verdad...
Bertrand Russell

2. Formas de ser que expresan una actitud científica

Las formas de ser, como formas de estar presente en el mundo y de acercarse a


la realidad, expresan toda una serie de valores, maneras de pensar y actitudes
subyacentes. Aquí lo que pretendemos es señalar algunas formas de conducta
que expresan una actitud científica. ¿Cuáles son esas conductas o cualidades?

Sin lugar a dudas, una cualidad capital, pero no exclusiva del científico, es la
tenacidad, perseverancia y disciplina. La historia de los grandes hombres de
ciencia pone de relieve que esta característica es común a todos ellos. «Déjeme
decirle -manifestaba Pasteur a un interlocutor- el secreta que me ha conducido
hasta mi meta. Mi única fuerza reside en mi tenacidad». Y Ramón y Cajal, en un
libro destinado a dar pautas para la investigaci6n científica, se expresaba de
manera similar: es necesaria «la orientaci6n permanente, durante meses y aun
anos, de todas nuestras facultades hacia un objeto de estudio».
Y, en otra parte, agregaba: «toda obra grande, en arte como en ciencia, es el
resultado de una gran pasi6n puesta al servicio de una gran idea» (4). Para no
abundar en ejemplos sobre este punto, permítasenos citar, por último, a uno de los
más grandes sabios de toda la historia de la humanidad, Albert Einstein:
«Para nuestro trabajo, decía, son necesarias dos cosas: una de ellas es una
persistencia infatigable; la otra es la habilidad para desechar algo en lo que hemos
invertido muchos sudores y muchas ideas».

Es muy probable que, para la gente que trabaja en el ámbito de las ciencias
humanas, esta idea de la tenacidad y la perseverancia pueda resultar un tanto
ajena, ya que, para ser un científico social, no parecen ser necesarias estas
exigencias, como en el caso de los científicos que pertenecen al campo de las
ciencias físico-naturales. Esta actitud es muy frecuente; Gino Germani -uno de los
soci610gos que más ha trabajado para llevar a la sociología latinoamericana a un
estadio científico- ha denominado esta actitud como «noción romántica de la
investigación».

Germani considera que se trata de una postura «completamente desprovista de


sentimiento de la realidad», que fantasea una actividad puramente recreativa «en
la que el científico tan sólo se abandona al juego libre de su imaginaci6n, y en la
que el trabajo «rutinario» queda al cuidado del personal «auxiliar ». Nada más
alejado de la realidad en cualquier trabajo individual –incluso el trabajo artístico-,
pues la actividad puramente creativa se halla unida de modo indisoluble con un
trabajo duro, regular, sistémico, con esfuerzos constantes y de larga duración,
en lo que el acto imaginativo se manifiesta a través de tareas que, según la
aludida actitud «romántica», deberían considerarse «rutinarias», «materiales». La
famosa descripción del genio, que podemos aplicar al trabajo científico: «10% de
inspiración y 90% de transpiración », es de rigurosa aplicación a toda tarea
intelectual: la del escritor, del artista, del científico natural y, por supuesto del
sociólogo» (5).

Sinceridad intelectual y capacidad de objetivar. Otra característica que expresa


una actitud científica es la sinceridad intelectual frente a los hechos que se
estudian. Esta condición es indispensable y presupone la capacidad de autocrática
y el valor de tirar por la borda todo conocimiento, todo enunciado, toda formulación
que hemos sostenido pero que la realidad nos revela como falsa, insuficiente e
ineficaz. Una actitud científica nos lleva a aprovecharnos de nuestros errores...
Para el que tiene sinceridad intelectual, un error no es una frustración, sine un
estimulo para avanzar.
Estrechamente ligada a la sinceridad intelectual, 0 como un aspecto de la misma,
esta la capacidad de objetivar, es decir, de estudiar los hechos sin aferrarse a
opiniones e ideas preconcebidas, prestos a abandonar cualquier posición que
hemos comprobado como inadecuada 0 no satisfactoria. Claude Bernard advertía
que los hombres que tienen una fe excesiva en sus teorías o en sus ideas, están
mal preparados para ser investigadores. Este desapego de las propias ideas
habilita al hombre para someterse a los hechos tal como son.

Decimos que la capacidad de objetivar es la cualidad de estudiar la realidad sin


aferrarse a prejuicios, pero no afirmamos que esa capacidad signifique prescindir
de 10 que el sujeto cognoscente es. Casi todos los autores afirman hoy que el
observador influye, en alguna medida, sobre la observación misma de los datos
que recoge; es 10 que, en física cuántica, se ha denominado la «perturbación de
Heidelberg». Este inevitable «sello» que la subjetividad imprime en los datos
observados es 10 que se reconoce como distorsión de la realidad o vías producida
por la «ecuación personal». Conviene que el investigador social ubique, dentro del
proceso de la investigación, su propia «ecuación», a fin de lograr la máxima
validez de los resultados.

En efecto, si en la física cuántica, el principio de incertidumbre o indeterminación


manifiesta que la intervenci6n del observador es lo suficientemente importante
como para no hablar de objetividad, tal como se venía entendiendo, el problema
se presenta más agudamente en las ciencias sociales. La objetividad en el sentido
tradicional -objetivismo ingenuo- olvida que todo conocimiento es asumido
«desde» un sujeto que sirve como telón de fondo ó receptor y que tiene una
estructura mental, determinada por su proceso de socialización, por su cultura, por
sus concepciones y sus valores. El conocimiento científico no emerge aislado y
desconectado, como un apéndice independiente de la biografía del científico; la
objetividad del método científico no puede prescindir de su raíz existencial, como
tampoco prescinde de los condicionamientos sociales dentro de los cuales esos
conocimientos se producen. En suma: un hecho es un dato real y objetivo. Pero es
un dato que se da a un sujeto cognoscente que interroga la realidad y que analiza
e interpreta los datos que recoge. Esto nos lleva a desechar la opinión, expresada
en algunos libros de metodología, según la cual es posible realizar un trabajo
científico independientemente de los valores, ideología y sentimientos del
investigador; decimos «desechar», no porque no sea deseable, sino porque se
puede ser objetivo tanto como 10 permite la naturaleza humana 0 tanto como
somos capaces de controlar nuestra propia ecuación personal.

3. Obstáculos para el desarrollo de una actitud científica

Hay personas que tienen un buen dominio de métodos y técnicas de investigación,


una excelente formación teórica y hasta pueden ser ideológicamente
revolucionarios, pero... psicológicamente son dogmaticos y culturalmente
provincianos. Unos porque lo interiorizaron en sus prácticas políticas, que les
imprimieron hábitos autoritarios, otros porque fueron socializados con esquemas
autoritarios y no han sido capaces de tomar distancia de su propio proceso de
socialización o bien porque el dogmatismo interiorizado les ha puesto anteojeras.
En otros casos, el etnocentrismo los incapacita para ser conscientes de su
ombliguismo (todo es valorado desde su propia mirilla intelectual), que no es más
que una forma de provincianismo cultural.

Nosotros vamos a examinar cuatro obstáculos principales al desarrollo de una


actitud científica: el dogmatismo, el espíritu de gravedad, el etnocentrismo o
provincianismo cultural y el usa de los argumentos de autoridad.

Dogmatismo. Es un modo de funcionamiento cognitivo totalmente contrapuesto al


modo científico de conocer la realidad. Se expresa en la tendencia a sostener que
los propios conocimientos y formulaciones son verdades incontrovertibles. Para el
dogmatico, la doctrina que sostiene escapa a cualquier discusión. Con ella valora
los hechos a priori de la observación de los mismos, y plantea soluciones
aplicando a ciegas y mecánicamente los principios doctrinales.

Coma el dogmatismo conduce a una mentalidad cerrada, solo se pueden ver de la


realidad aquellos aspectos o elementos que coinciden con el «esquema
incuestionable» de interpretación de la realidad. En algunos casos, se sustituye sin
más la observación de la realidad con la simple recurrencia a los «textos
sagrados» de la doctrina (que reviste la forma de dogma). El dogmatico siempre
apela al «deposita» de los conocimientos adquiridos, a los que considera como
verdades consagradas e indiscutibles.

Además, por su estructura mental y caracterial, el dogmatico es sectario: no


entiende ni tolera a quienes no pertenecen a su secta, con prescindencia, más o
menos total, de la verdad que puede haber en las argumentaciones y
razonamientos de «Ios otros».

Puede decirse, por consiguiente, que el dogmatico no razona, de ahí que no


responda con argumentos, datos, hechos, sino que recurra al fácil expediente de
poner etiquetas, descalificando todo 10 que no pertenece a su secta. Aquí aparece
su otra característica: la propensión excomulgatoria (extra ecclesia non est sa/ut
fuera de la iglesia no hay salvación). Fuerte 0 suave, en el dog matico siempre
flota un olor a nauseabunda inquisición.

Todo esto adquiere un carácter tragic6mico cuando el dogmatico -que es inepto e


inapto para el trabajo intelectual- tiene la osadía de darse aires de intelectual.
Seguro en la ignorancia, segrega de su castración juicios definitorios. Además,
cuando el sectario es de izquierdas, se siente la vanguardia (de ordinaria no tiene
retaguardia, salvo los tres o cuatro seguidores de su secta). Como el sectario es la
vanguardia, todo lo anterior está superado. Estos son los dogmaticos «paletos»:
quieren estar a la vuelta de todo sin haber ido nunca ninguna parte. Piensan que
con ellos comienza la historia. Si el sectario es de derechas, por lo común está
condenando toda la perdición del presente, al tiempo que propugna el retorno al
pasado, que valora y mitifica.

Cuanto se lleva dicho basta para comprender que el dogmatismo es lo más lejano
a la actitud científica, pues para la ciencia las verdades son parciales y siempre
sujetas a corrección. El dogmatismo no tiene apertura a otra cosa que no sean sus
dogmas, esquemas y, a veces, los simples slogans 0 estereotipos configurados en
la infancia.

Un segundo obstáculo -muy parecido al anterior y que casi siempre va unido a él-
es lo que Nietzsche llama el «espíritu de gravedad». Consiste en la convicción de
que las actuales estructuras de la sociedad y su jerarquía de valores son algo
indiscutible. En consecuencia, todo lo que no se acomoda, no se ajusta o no se
adapta a lo ya existente constituye una anormalidad, una desviación, una
manifestación patológica.

A decir verdad, el espíritu de gravedad no es sino una fachada barroca en la que


se manifiesta 10 que Fromm llamaba la patología de la normalidad, y que en la
práctica no es otra cosa que el culto supersticioso a 10 establecido y la instalación
en el conformismo.

Un individuo totalmente ajustado a la sociedad, conformista y acrítico, no está en


condiciones de asumir una actitud científica, parque vive «la dada» cama «la que
debe ser». Se trata de un pensamiento esclerotizado en relación con una realidad
que considera inamovible, de ahí que su razonamiento se inmovilice en tarna a
esquemas y categorías rígidas. Por el contrario, la actitud científica todo lo
interroga, lo investiga, lo cuestiona, la revisa, lo reformula... hasta el propio
pensamiento.

El espíritu de gravedad es una visión fijista de la realidad que produce una


sacralización de valores e instituciones; el espíritu científico, en cambio, es una
invitación a la desinstalación constante a medida que se desvelan nuevos
aspectos o dimensiones de la realidad. En otras palabras, el espíritu de gravedad
cumple de hecho una función sacralizadora del statu quo; el espíritu científico, por
el contrario. Desacraliza la realidad con una criticidad abierta hasta un horizonte
sin límites, dentro de la dinámica de la provisor edad que se da en el proceso
histórico. El espíritu de gravedad conduce a lo que Popper considera el
oscurantismo y anquilosamiento de la «sabiduría convencional»: deja de lado la
marcha de los acontecimientos, la evolución de la realidad y apela a «su depósito»
de verdades consagradas. Y con ellas sigue interpretando el mundo.

Vinculado a la anterior, aparece un tercer obstáculo: el etnocentrismo o


provincianismo cultural. Es la tendencia a ver los procesos sociales, valores,
costumbres, instituciones, papeles sociales y todo aquello que forma parte de una
sociedad bajo la óptica de la propia cultura.
Este modo de ver las cosas es lo que los antropólogos han denominado
etnocentrismo, indicando con este terminó una visión de la realidad distorsionada
por la mirilla de los valores culturales del propio grupo, pues se trata de un modo
de «ver» las otras sociedades partiendo del supuesto de que las propias pautas
culturales constituyen la forma correcta de pensar y de actuar. La manera concreta
como cada cultura condiciona la manera de ver la realidad da lugar a diferentes y
variadas formas de provincianismo cultural.

Como un aspecto parcial de este problema, también se presentan como


obstáculos las distorsiones provenientes de la propia subcultura profesional,
expresadas frecuentemente en las simplificaciones y reduccionismos, ya sean
psicologismos, sociologismos, economicismo, etc., y en actuar como si la ciencia
que cultivamos fuese capaz de dar respuesta a todos los problemas o, lo que es
más frecuente, considerarla como la más importante.

El uso de los argumentos de autoridad. Apelar a argumentos de autoridad para


reflexionar sobre la realidad es una forma de dejar de lado esa realidad. «La falsa
erudición, advertía Claude Bernard, al colocar la autoridad del hombre en lugar de
los hechos, mantuvo a la ciencia durante siglos a la altura de las ideas de Galeno,
sin que nadie se atreviese a tocarlas; y esta superstición científica fue tal que
Mundini y Vesalio, que fueron los primeros en contradecir a Galeno confrontando
sus opiniones con disecciones de animales, fueron considerados innovadores y
revolucionarios» (6).

Recurrir a argumentos de autoridad no es citar a otros para aclarar o profundizar la


propia manera de pensar, se puede y debe recurrir a las opiniones de otros, pero
utilizándolas solo como opiniones y no como pruebas. Esgrimir argumentos de
autoridad consiste en apoyar los puntos de vista propios en teorías, afirmaciones y
opiniones, sostenidas por personas o instituciones (iglesia o partido), como si ellas
tuviesen mayor validez que las pruebas empíricas. Este estilo de razonar, apoyado
en argumentos de autoridad, no siempre excluye la verificación empírica, pero casi
sin excepción conduce a un violentar la realidad para adaptarla a lo que dice «la
autoridad», o bien a mirar la realidad de manera selectiva. Naturalmente, esta
selectividad tiene un sistema de preferencia que coincide con lo que dice el
maestro (magister dixit) o la doctrina a la que se adhiere el individuo con ciega
incondicionalidad.

En la historia de la ciencia, el caso de Galileo es ejemplificador, y la sentencia de


la Inquisición no lo es menos (pero en sentido contrario). Bertrand Russell
recuerda una anécdota de Galileo que viene muy bien para ilustrar este punto.
Siendo muy joven, y profesor en la Universidad de Pisa, los profesores de la
misma sostenían que un cuerpo de diez libras de peso tardaría en caer un tiempo
diez veces menor al que emplearía otro peso de una libra situado a la misma
altura. Una mariana subió Galileo a lo alto de la torre inclinada de Pisa, con dos
pesos de una y diez libras respectivamente, y en el momento en que los
profesores se dirigían con grave dignidad a sus cátedras, en presencia de los
discípulos, llamó la atención y dejo caer los dos pesos a sus pies desde lo alto de
la torre. Ambos pesos llegaron prácticamente al mismo tiempo. Los profesores, sin
embargo, sostuvieron que sus ojos debían haberles engañado, puesto que era
imposible que Aristóteles se equivocase... Años después -y esta es una segunda
anécdota-, cuando hizo un telescopio e invito a los profesores a mirar los satélites
de Júpiter, estos rehusaron, exponiendo como motivo que Aristóteles no había
mencionado dichos satélites y que, por tanto, cualquiera que pensase que los veía
tenía que estar equivocado... Hasta aquí las anécdotas relatadas por Russell (7).

Un ejemplo más reciente -y por eso mas oscurantista y retrogrado- del uso de la
autoridad para descalificar una formulación científica es la «condena» de la teoría
de la herencia apoyada en las leyes de Mendel. Esta condena fue decidida por
otro pontífice (José Stalin), de otra iglesia (el partido comunista de la URSS),
quien, apoyado en los Libros Sagrados (textos de Marx, Engels, Lenin y Stalin),
que contienen la verdad integra y definitiva, considero que las teorías de Mendel
eran una «reacción ideológica de la burguesía», que niega «Ias leyes objetivas del
desarrollo de la materia». Felizmente, según la autoridad del partido, «versados en
el método dialectico, los biólogos soviéticos han rechazado todas las
deformaciones idealistas y mecanicistas de la noción de desarrollo de la vida y
han puesto de relieve sus contradicciones fundamentales, verdaderas fuerzas
motrices de la evolución de los organismos y de las especies».

Esta superación y descalificación de las teorías de Mendel, debida sobre todo a


Lisenko, se logro gracias al «estudio de las obras de los clásicos del marxismo-
Leninismo». El dogmatismo de (la ciencia marxista-staliniana no tiene desperdicio
en este punto) Lisenko, a partir del materialismo dialectico, «aporto -según la
versión oficial del partido- un gran número de hechos experimentales que refutan
enteramente el mendelismo y sus pseudoleyes» (*).

Todos sabemos -porque se trata de hechos mu)" conocidos y de simple cultura


general- que Lisenko no aporto ningún hecho y que, además de detener el
desarrollo de la genética en la URSS, hizo asesinar a los científicos que no
pensaban como él.

Hoy a nadie se le ocurre, en el campo de la física, de la química o de la bióloga -


para no indicar sine algunas ciencias- utilizar argumentos de autoridad o hacer
interpretación de textos para dirimir una discusión científica; la verificación
empírica y la práctica son los únicos jueces, aunque solo sean provisionales, de
las cuestiones científicas. Sin embargo, en el campo de las ciencias sociales,
existe esta forma de subdesarrollo científico, que es el apelar a los argumentos de
autoridad. En el fondo, es una manera de recubrir, con la ortodoxia dogmatica, la
propia indigencia cultural y el bajo nivel científico.

En las consideraciones que hemos hecho en este parágrafo, no pretendemos, ni mucho menos, una exhaustiva explicación
de los obstáculos psicológicos y socioculturales que dificultan adquirir -ir adquiriendo- una actitud científica como estilo de
vida. Sin embargo, aun cuando no quede dicho todo lo que puede decirse, cerramos nuestro análisis sobre este problema...
Son notas y apuntes para la reflexión de quienes se inician en el campo de la investigación social.
4. La ética de la investigación

Es un aspecto al que a menudo no se presta bastante atención. Para algunos, el


hacer ciencia aparece como algo neutro, sin connotaciones teleológicas, éticas,
políticas e ideológicas... Como si la ciencia estuviese más allá del bien y del mal, y
como si el científico pudiera prescindir de toda postura moral.

Comenzamos nuestro análisis por aquellos aspectos que, según Beveridge, son
esenciales en la ética de todo científico:

* Reconocimiento de los trabajos que han sido utilizados para obtener


información, y de cualquier persona que haya colaborado en el trabajo,

* No utilizar ideas 0 resultados preliminares ajenos que se hayan dado a conocer


en una conversación, sin permiso para hacerlo,

* No usurpar, calificando como propio, el trabajo que 5610 se ha supervisado


como director de un instituto, presentándose como coautor y colocando su nombre
en primer lugar (8).

Con esto, naturalmente, no se agota la ética de la investigaci6n. Otro aspecto, que


no aparece directamente como ético, es el de la necesidad de formación
permanente. No solo un graduado universitario, sino también cualquier Científico,
par eminente que haya sido en sus contribuciones, es siempre un «producto semi-
elaborado». La celeridad de las transformaciones que experimenta el mundo
actual exige un «aggiornamento», una puesta al día permanente para no ser
superados 0 desbordados par los acontecimientos. Una elemental honestidad
profesional y científica exige proseguir la formación durante toda la vida activa.

Se estima que, desde comienzos de siglo, los conocimientos científicos registran


un doubling time entre 10 y 15 arias. Y, según un conocido estudio de la
UNESCO, el 90% de todos los hombres que en la historia de la humanidad han
realizado nuevos inventos 0 nuevos aportes a las ciencias vive hay en día. Para
ilustrar con otro ejemplo, digamos además que, cuando un niño nacido hay
regrese de la universidad, la totalidad de los conocimientos humanos será cuatro
veces mayor que en la actualidad.

Todo esto nos revela que la formación adquirida en la universidad «se desvaloriza
con una rapidez desconcertante». De esto, que es válido para todo quehacer
humano -consecuentemente para todas las profesiones-, surge la necesidad,
propiamente dramática, de formación permanente. Es 10 que ya hacen algunas
universidades con sus profesores y grandes empresas con su personal superior
bajo el nombre de reciclaje profesional.

De cuanto se Ileva dicho, resulta c1aro que el hombre del mundo modero o está
instalado en la «provisionalidad»: los escenarios y los contextos cambian
aceleradamente. Un planteo teórico o una técnica de trabajo pueden quedar
rápidamente fuera de época, aunque hayan servido en otra coyuntura. En un
mundo que cambia, que cambia aceleradamente y que cambia cada vez mas
aceleradamente, todo científico ha de tener conciencia de que debe realizar un
esfuerzo permanente para actualizarse. Lo mencionado hasta ahora y la apertura
de espíritu necesaria para tirar par la borda todo aquello que ya no sirve, o que es
menos valido o eficaz, constituyen hay aspectos esenciales y elementales de una
exigencia científica.

Existe otro aspecto ético en la actitud científica. Si no hay -coma ya se explico en


la primera parte de este capítulo- posesión de la verdad, sino búsqueda y esfuerzo
persistente par desvelarla, nadie tiene el derecho moral -coma dice la premisa
básica del «Satyagraha», que propusiera Gandhi- a imponer a los demás una
interpretación particular de la verdad... Pero tiene el derecho y el deber de vivir
según sus propias ideas y de oponerse a todo lo que le parezca incorrecto o falso
en las ideas ajenas.

No podemos dejar de mencionar, y de destacar de manera muy particular, el


aspecto más importante -y con frecuencia olvidado- en la Mica del investigador:
ser responsable de las consecuencias de las propias investigaciones... Me
siento casi ridículo al escribirlo, pues pienso que para muchos científicos esto
provocaría risa par su candidez e ingenuidad. ¿Para qué? ... Hay, a comienzos de
la década del 80, el 50% de las investigaciones científicas que se realizan a escala
mundial son de carácter militar. Traducidos estos gastos en cifras ascienden (aria
1981) a 25.000 millones de d61ares y requieren los servicios de unos 400.000
investigadores: prácticamente el cincuenta por ciento del personal científico y
técnico que existe en el mundo. Esto significa que la mitad de las investigaciones
que se realizan está destinada al exterminio y que la mitad de los científicos
trabaja en contra de la humanidad.

En el contexto de esta realidad, afirmar o reivindicar una ética de la ciencia que fije
criterios para juzgar el bien o el mal acerca de lo que se investiga y del destino de
las investigaciones parece ser una inmensa ingenuidad. «El que paga el violinista,
elige la melodía» dicen los «realistas» (en contraposición a los «idealistas», en el
sentido ético del término). Muchos científicos declaran que la ciencia es ética y
políticamente neutral, con lo cual rechazan cualquier remordimiento ético. Sin
embargo, después de la construcción de la bomba atómica, algunos manifestaron
no pocas inquietudes de conciencia.

Sin hacer consideraciones éticas acerca de lo denigrante que es «venderse», si


aplicamos el mismo rigor que exige el método científico para la observación de los
hechos; en este caso a la observación de la ciencia como hecho social, hemos de
concluir que la ciencia no es neutral (ni tampoco el que la cultiva). La actividad
científica es un hecho con implicaciones en todos los ámbitos de la vida en la
sociedad. Actualmente, el trabajo científico (que investigar y para qué), no es tarea
que decida el hombre de ciencia; el trabajo de los científicos depende del orden
político, o mejor, del poder político. Pero ahí no termina el destino trágico del
hombre de ciencia despreocupado de las consecuencias de sus investigaciones,
«le acongoja que los resultados del trabajo científico hayan suscitado una
amenaza para la especie humana, al caer en manos de poseedores del poder
político moralmente ciegos». Esta preocupación, que Albert Einstein manifestaba
en 1950 en el mensaje que dirigió al 43.0 Congreso de la Sociedad Italiana para el
Progreso de la Ciencia, hoy es una realidad trágica: la ciencia ha multiplicado el
poder de exterminio y de discriminación y ha permitido reunir esa capacidad bajo
el control de centros de decisión cada vez más concentrados.

«El hombre de ciencia -volvemos al mensaje de Einstein- ha llegado hasta aceptar


como algo fatal e ineluctable la esclavitud que le impone el Estado. Y se ha
envilecido hasta el extremo de contribuir obedientemente a perfeccionar los
medios para la destrucción total de la humanidad».

¿«No hay, pues, escapatoria para el hombre de ciencia? ¿Debe realmente tolerar
y sufrir todas esas ignominias? ... He aquí mi respuesta: se puede destruir a un
hombre esencialmente libre y escrupuloso, pero no esclavizarlo ni utilizarlo como
un instrumento ciego».

«Si los hombres de ciencia pudieran encontrar hoy día el tiempo y el valor
necesarios para considerar honesta y objetivamente su situación y las tareas que
tienen por delante, y si actuaran en consecuencia, acrecentarían
considerablemente las posibilidades de dar con una solución sensata y
satisfactoria a la peligrosa situación internacional presente» (9).

Sin ética científica, o sin ética de los científicos, no habría posibilidad de resistir al
totalitarismo tecnol6gico. Por eso, cuando se insiste en que los científicos deben
ser apolíticos, no se hace otra cosa que propugnar que los científicos sean idiotas
útiles del sistema político.

Esta ética podría centrarse en un principio básico, expresado -Lamentablemente-


en una frase que ha terminado por ser una ligereza t6pica: «la ciencia al servicio
del hombre», «la ciencia dirigida a satisfacer las necesidades de la sociedad». No
cabe duda de que a muchos científicos ni siquiera les preocupa compatibilizar 10
que hacen con la conservación de la naturaleza, para no poner sino un ejemplo.

AI estudiante que, con este libro, se inicia o se introduce en el método científico, y


que realizara en plenitud su acción profesional en el siglo XXI, solo le hago una
invitación para que tenga el valor de plantearse el problema; un recordatorio: la
ciencia no es neutral, tiene una intencionalidad por la que se orienta a donde la
quieren llevar. Manifiesto un deseo, además: que en este siglo desaparezca la fe
ciega en las posibilidades supuestamente ilimitadas de la ciencia y la tecnología, y
expreso una esperanza -directamente relacionada contigo, amigo estudiante-: que
este libro te ayude a tener conciencia de que no se puede ser indiferente al uso de
la propia ciencia. Y si seguimos en una sociedad dividida en clases, en donde hay
un uso clasista de la ciencia, también aquí existen posibilidades de una opción de
clase; de cada uno de nosotros depende estar al servicio de los dominadores o al
servicio del pueblo.

5. La actitud científica como proyecto y estilo de vida

En última instancia, la actitud científica es un estilo de vida. Hablando


filosóficamente, la vida del científico presenta las características de un proyecto
-Enterwurf-, es decir, una manera concreta de encarar el mundo y los otros. Este
estilo es una «forma de ascetismo mundano a la manera que describió Weber, y
esta exigencia -bueno es que no lo olviden los «intelectuales» de toda orientación-
es por completo independiente del «modelo» de desarrollo que se asuma
(occidental, oriental o término medio), del mismo modo que lo es el tipo de ciencia
o de método que se adopte o practique» (10).

El trabajador social no es un científico social, no es un investigador social en


sentido estricto, pero debe asumir igualmente una actitud científica. La ciencia y la
técnica no son, como ya indicamos, el único modo de acceso a la realidad; no son
tampoco la panacea universal para todos los males, pero ni de una ni de otra
podemos prescindir. Es impropio de un profesional que vive en la era de la ciencia
no asumir una actitud científica en todas las circunstancias de su vida; actitud
éticamente valiosa pues da a los hombres una apertura espiritual e intelectual para
un dialogo sin barreras de ninguna índole; porque hace flexible la mente de los
hombres, capacitándoles para liberarse de todo aquello que verifican no ser
verdadero; porque libera a los hombres de la enajenación del error y la ignorancia.
En suma, una actitud científica hace al hombre más hombre, puesto que, frente a
las dos actitudes humanas básicas: la existencia autentica y la existencia
autentica, opta por la primera, que es de sinceridad fundamental, mientras que la
otra ofrece, según la conocida expresión de Heidegger, «el descanso mediante el
enajenamiento de sí mismo».

Nuestro análisis quedaría incompleto si no volviésemos a recalcar la insuficiencia


de la ciencia, del método científico y aun de una actitud científica, para resolver los
problemas humanos. Aunque parezca una paradoja, terminamos estas reflexiones
sobre la actitud científica como estilo de vida negando que la ciencia sea la única
fuente de verdad y el único instrumento de que dispone el hombre para mejorar la
vida, construir una sociedad más justa y fraternal e inventar el porvenir, la creencia
en el poder de la ciencia para resolver todos los problemas es una forma de
fetichización de la misma, o si se quiere, es una forma de transformarla en un
credo, una fe y una religión. La ciencia no es valor supremo del hombre.

Por consiguiente, recordamos con Bertrand Russell, «para que una civilización
científica sea una buena civilización, es necesario que el aumento de
conocimiento vaya acompañado de un aumento de sabiduría. Entiendo par
sabiduría una concepción justa de los fines de la vida. Esto es alga que la ciencia
par sí misma no proporciona. El aumento de la ciencia en sí mismo no es, por
consiguiente, bastante para garantizar ningún progreso genuino, aunque
suministre uno de los ingredientes que el progreso exige...». En este capitula
hemos hablado de actitud científica, nada se habló de la sabiduría. «Es oportuno
recordar, sin embargo, que esta preocupaci6n es parcial y necesita ser corregida
si ha de llevarse a cabo una contemplaci6n equilibrada de la vida humana» (11).

«La gente normal condena la separación absurda de la ciencia y la sabiduría, en el sentido mas clásico de la palabra. Se
trata, en suma, de una clara separación, que además cada vez es mayor, entre la inmensidad de los medios puestos a su
disposición y su impotencia para subordinarlos con fines humanos y no claramente irracionales, coma ocurre por ejemplo
con la carrera armamentista».
Roger Garaudy

La adopción universal de una actitud científica puede hacernos más sabios: nos haría más cautos, sin duda, en la
recepción de información, en la admisión de creencias y en la formulación de previsiones; nos haría más exigentes en la
contrastación de nuestras opiniones, y más tolerantes con las de otros; nos haría más dispuestos a inquirir libremente
acerca de nuevas posibilidades, y a eliminar mitos consagrados que solo son mitos; robustecería nuestra confianza en la
experiencia, guiada por la razón, y nuestra confianza en la razón contrastada por la experiencia; nos estimularía a planear y
controlar mejor la acción, a seleccionar nuestros fines y a buscar normas de conducta coherentes con esos fines y con
conocimiento disponible, en vez de dominadas por el habito y por la autoridad; daría más vida al amor de la verdad, a la
disposición a reconocer el propio error, a buscar la perfección y a comprender la imperfección inevitable; nos daría una
visión del mundo eternamente joven, basada en teorías contrastadas, en vez de estarlo en la tradición, que rehúye
tenazmente todo contraste con los hechos; y nos animaría a sostener una visión realista de la vida humana, una visión
equilibrada, ni optimista ni pesimista.
Mario Bunge

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