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CAPÍTULO 1
DEGRADACIÓN DEL AMBIENTE: LA MAGNITUD DEL PROBLEMA1
Theodore Panayotou
Pocos problemas son tan comunes a todos los países, cualesquiera que sean su sistema
económico y su nivel de desarrollo, como la degradación del medio ambiente. Ésta es más
frecuente en el mundo en vías de desarrollo que la alta inflación, la deuda externa
excesiva o el estancamiento de la economía. La veloz deforestación, la degradación de
las cuencas, la pérdida de diversidad biológica, la escasez de agua y madera combustible,
la contaminación del agua, la excesiva erosión del suelo, la degradación de la tierra, el
sobrepastoreo y la pesca abusiva, la contaminación del aire y el congestionamiento
urbano, son tan comunes en el sureste de Asia, que crece con rapidez, como en las zonas
estancadas del África al sur del Sahara y en la muy endeudada América Latina. Si bien es
cierto que el crecimiento económico puede capacitar a los países para afrontar los
problemas del medio ambiente con más eficacia, la experiencia nos ha mostrado hasta hoy
un gran número de fracasos y muy pocos éxitos.
Estas observaciones implican varias cosas. Primera, que las causas fundamentales de la
degradación del medio ambiente son comunes en países de distintas latitudes geográficas,
con culturas diferentes y en diversos niveles de desarrollo. Segunda, que en sí mismo el
crecimiento económico no es ni la causa ni el remedio de la degradación ambiental; los
nexos entre ambos son mucho más sutiles y complejos. Tercera, que los problemas del
medio ambiente son insidiosos y tenaces, o por lo menos no han sido bien entendidos, lo
cual da lugar al descuido o a un tipo de intervención que se ocupa más de los síntomas
que de las causas medulares.
A fin de cuentas, el origen del daño ambiental excesivo se puede rastrear hasta una "mala"
economía, fruto de políticas gubernamentales mal orientadas y de mercados
distorsionados, que les asignan a los recursos naturales un precio inadecuado. Por lo
tanto, el desarrollo sostenible requiere que el gobierno corrija esas fallas del mercado y
reforme las políticas. A pesar de sus obvias características excluyentes, la buena
economía y la buena ecología van de la mano, sobre todo en los países que están en vías
de desarrollo, pues en ellos hay un gran potencial para elevar la eficacia en la asignación y
el uso de los recursos.
y la adaptación. En esta obra se examinan tanto los fracasos como los éxitos, pues
ambos son ilustrativos para quienes hacen las políticas en los países en desarrollo y para
las agencias de ayuda bilateral y multilateral, así como para los grupos de ecologistas que
desean encontrar una forma de desarrollo sostenible. En este libro se aborda el tema de
cuál es el papel adecuado para el mercado y el gobierno en la preservación del medio
ambiente. Explicaré también la forma en que una política económica sólida, ideada para
corregir las distorsiones de los mercados, puede ser benéfica tanto para el ambiente como
para la economía, pues permite encauzar a un país por la senda del desarrollo sostenible.
Para empezar, presentaré una forma de entender y evaluar la degradación del medio
ambiente.
De este modo, los problemas ecológicos tienen una dimensión de cantidad y otra de
calidad. Los problemas relacionados con el agua incluyen la escasez de ésta y el
deterioro de calidad, a causa de la infición y la contaminación. Los problemas referentes a
los bosques incluyen la deforestación, entendida como la pérdida de la cubierta boscosa, y
también la degradación del bosque, que se define como la reducción de la productividad
del mismo, la pérdida de diversidad y la sustitución de la vegetación primaria por la
secundaria. Entre los problemas relativos a la tierra figuran la creciente escasez de ésta,
así como la erosión del suelo, la filtración de nutrimentos, el anegamiento y la salinidad.
Los problemas referentes a la pesca incluyen el exceso de la misma, así como el cambio
de la composición piscícola a favor de las especies menos valiosas, la abundancia cada
vez mayor de ejemplares de baja calidad en la captura, y la contaminación de los peces.
Los problemas del ambiente urbano son el congestionamiento, y por lo tanto la reducción
del espacio abierto disponible por persona, y tanto la contaminación del aire y el agua,
como la ocasionada por el ruido.
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El cultivo trashumante o por turnos es una práctica tradicional de la agricultura, en la cual los campesinos
desmontan y queman las tierras forestales, siembran en ellas sus cultivos durante varios años, las dejan en
barbecho por varios años más, y luego repiten el mismo ciclo.
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El problema es que quienes toman las decisiones sólo suelen considerar los beneficios
inmediatos de la conversión de un bosque, pero no los costos a largo plazo. A causa de
esto, un grado excesivo de conversión se realiza en los lugares donde el valor actual de
los costos supera todos los beneficios a corto plazo. Peor aún, los bosques se convierten
en páramos a cambio de muy poco beneficio actual y con un enorme costo presente y
futuro. Es un flaco servicio para la conservación, que se consideren en el mismo nivel toda
esa dispendiosa destrucción del bosque y los casos de conversión socialmente óptima del
mismo, y que el total se exprese en una sola cifra de deforestación. A pesar de todo, si se
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toma en cuenta el ritmo al cual han desaparecido los bosques tropicales en los últimos
años, es comprensible que se juzgue indeseable la deforestación en todas sus formas, no
importa cuál sea su justificación económica (ver la Tabla 1). Sin embargo, este énfasis en
los síntomas, y no en las causas medulares, aunado a la falta de aprecio por los costos y
beneficios del proceso, impide la formulación de políticas eficaces para lidiar con el
problema. Al mismo tiempo, esas actitudes son lesivas para los países en desarrollo que
dependen de los recursos forestales para su propio progreso.
TABLA 1
La deforestación en países tropicales seleccionados, 1980-1985
NOTA: En la tabla se presentan datos para países seleccionados de cada grupo. En los
países del Grupo 1 las tasas de deforestación son más altas que el promedio, y hay grandes
áreas afectadas. En los países del Grupo 2 hay tasas relativamente bajas, pero grandes
áreas afectadas. Los países del Grupo 3 tienen tasas altas, y pequeñas áreas de bosques
afectadas. En los países del Grupo 4 las tasas son bajas o moderadas, y las áreas afectadas
son pequeñas.
FUENTE: Robert Repetto, ¿The forest for the Trees? Government Policies and the Misure of
forest Resources (Washington, D.C.: World Resources Institute, 1988).
En resumen, las manifestaciones físicas de la degradación del medio ambiente, como las
tasas de deforestación y de erosión del suelo, y los niveles de contaminación del agua y
de la densidad de población urbana, tienden a mostrar una imagen exagerada del
problema, pues parecen indicar que todas las formas de degradación se pueden prevenir o
que vale la pena reducirlas. En virtud de que se basan en los síntomas observados, y no
en las causas de los mismos, esas manifestaciones suelen carecer de una visión analítica
sobre el modo de lidiar con el problema, como no sea la prohibición total de las actividades
que parecen ser su causa. P. ej., si la producción de madera provoca deforestación, el
sentido común dicta que al prohibir esas operaciones se podrá resolver el problema. Sin
embargo, tal como Tailandia lo ha descubierto poco a poco, la prohibición no suprime la
tala de árboles (y mucho menos la deforestación), del mismo modo que hace varias
décadas la Ley Seca no acabó con las bebidas alcohólicas en los Estados Unidos.
El primer paso para entender las causas medulares de la degradación ambiental consiste
en buscar sus manifestaciones económicas. Un examen de estas manifestaciones de
dicha degradación nos puede ayudar a definir la verdadera dimensión del problema, y a
sugerir el mejor enfoque para una intervención eficaz en términos de costos. Las
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P. ej., la creciente escasez de agua de riego en muchas partes de Asia contrasta con el
uso dispendioso y excesivo de ésta por algunos granjeros, que llegan a provocar el
anegamiento y la salinidad de los suelos, al tiempo que otros agricultores dependientes del
mismo sistema de riego padecen por la falta de agua y por la incertidumbre de su
suministro. Así ocurre en la mayor parte de los sistemas de riego de Tailandia, Indonesia,
las Filipinas, la India y Pakistán, para citar sólo unos cuantos ejemplos (ver el Caso 1). La
pérdida neta consiste en la pérdida de la producción actual de quienes no reciben la
cantidad adecuada de agua, y las pérdidas de producción futuras de los que padecen a
causa del anegamiento y por la degradación general de ese recurso.
En Tailandia, p. ej., las altiplanicies adecuadas para los árboles frutales y otros cultivos
perennes se siembran a menudo con maíz o mandioca durante unos cuantos años, y se
abandonan en cuanto el rendimiento disminuye. Las plantas perennes producirán
dividendos más altos (en términos de valor actual) y serían más sostenibles. En
Marruecos, la escasa agua de riego se usa para cultivar caña de azúcar en un ambiente
árido, siendo que las hortalizas, la fruta y otros cultivos de valor más alto habrían
producido un mayor rendimiento, con menos problemas de salinidad del suelo. En Brasil,
bosques valiosos han sido transformados en explotaciones pecuarias que generan un
rendimiento económico negativo (ver el Caso 2).
Los bosques tropicales se minan sin pensar siquiera en la regeneración y en las cosechas
futuras, aun cuando estas últimas tendrían un valor actual neto positivo, según la tasa de
interés vigente en el mercado (ver el Caso 3). Aun cuando la conversión de algunas tierras
forestales a otros usos se puede justificar en términos de economía, el hecho de que la
tasa de deforestación sea 10 veces mayor que la de reforestación denota que los bosques
tropicales no están siendo administrados, sino minados. De hecho, hay muy pocas
alternativas sostenibles que puedan justificar el hecho de no regenerar un recurso
renovable, capaz de producir un flujo perpetuo de ingresos.
6. Se usa una cantidad mayor de esfuerzo y costos, siendo que con una
dosis menor de los mismos se habría podido generar un nivel más alto de
producción total, más ganancias y menos daños para el recurso.
Algunos ejemplos de esto son los recursos piscícolas y los pastizales colectivos, en todo el
mundo en desarrollo y en algunos lugares del mundo desarrollado. En la mayoría de las
empresas piscícolas se usa el doble de la mano de obra y el capital necesarios, con lo cual
se obtiene un rendimiento inferior al máximo sostenible y casi ningún superávit económico.
Todas las ganancias que esas empresas son capaces de generar se pierden por el costo
excesivo de la pesca. Los pescadores suelen estar entre los grupos de más bajos
ingresos, en la mayoría de los países. A la larga, el exceso de pesca reduce la
productividad de los recursos, abate la producción y modifica la composición de las
reservas, pues favorece a las especies de valor más bajo. Tampoco el uso excesivo de
mano de obra es un beneficio en sí mismo, pues los pescadores no pueden ganar más allá
del límite de sus costos de oportunidad (es decir, lo que podrían ganar en otro empleo). Si
en verdad ganaran más, el ingreso de más trabajadores a la pesca anularía cualquier
diferencia de ingresos entre los pescadores y otros grupos socio-económicos comparables.
Si disminuyera el esfuerzo de pesca se reducirían los costos de la misma y se elevarían las
ganancias a corto plazo: así mismo se ayudaría a la recuperación de las reservas y a la
captura a largo plazo, lo cual daría lugar a otros aumentos en las ganancias futuras. El
superávit económico que así se generara se podría usar para retribuir, readiestrar y
reubicar a los pescadores excedentes. A pesar de esas ventajas obvias, no se ha puesto
en marcha una reforma de ese tipo.
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Los términos propiedad común y propiedad de acceso abierto se han usado aquí en forma indistinta. La
propiedad comunal se distingue de la propiedad común porque en la primera se excluye a otras
comunidades y se les da valor a las reglas de acceso y de administración dictadas por la costumbre. A
diferencia de los recursos comunes o de acceso abierto, los recursos de tipo comunal a menudo están bien
administradas (ver el Caso 4).
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uno piensa que los demás no expandirán también sus rebaños. Sin embargo, los demás
copropietarios no se quedan cruzados de brazos frente a la disminución de su parte
respectiva, y ellos también expanden sus rebaños. El resultado final no es ni eficiente ni
equitativo. La productividad de los pastos se merma y la porción mayor se queda en
manos de los que pueden pagar la compra de un mayor número de animales, es decir, de
los que desde un principio estaban en mejor situación. Los pobres resultan perjudicados a
causa de lo que parece ser un acuerdo equitativo: el libre acceso a la propiedad (y a la
pobreza) para todos.
7. Las comunidades locales, las tribus y otros grupos, como las mujeres, son
desplazados y despojados de su habitual derecho de acceso a los
recursos, a pesar de que por su presencia misma o a causa de sus
conocimientos especializados, sus tradiciones y su propio interés,
podrían ser los administradores más eficaces del recurso, en términos de
costos.
Muchos recursos tropicales, sobre todo los bosques de lluvia, son tan complejos y
vulnerables que su administración sostenible requiere un conocimiento especializado
acerca de las plantas y los animales, y del que éstos interactúan entre sí y con su medio
ambiente. Por otra parte, se requiere también su presencia física para impedir la invasión
o las intromisiones de otras personas, dotadas de menos conocimientos o con un grado
menor interés en la productividad a largo plazo y en la sustentabilidad del recurso. Los
administradores que aunan ese conocimiento especializado a un compromiso personal con
la sustentabilidad a largo plazo del recurso y están dispuestos a vivir en el bosque de
lluvia, lejos de las luces de la ciudad, son difíciles de encontrar. Aun en caso de que éstos
existan, el costo de emplear al número adecuado de ellos, y todo el apoyo necesario,
podría ser prohibitivamente alto.
Por fortuna hay gente que vive en el bosque, depende de él para su supervivencia, cuenta
con los conocimientos especializados necesarios para administrar el ecosistema de un
modo sostenible, e incluso tiene una tradición a ese respecto. Bajo cualquier criterio,
como la efectividad de costos, la maximización del valor presente o la equidad, a muchas
comunidades y grupos tribales de la localidad se les debería confiar la responsabilidad de
administrar el recurso, dotándoles de la suficiente autoridad, protección y seguridad en el
cargo, para que lo puedan desempeñar con eficacia. Sin embargo, en la mayoría de los
casos, los propios gobiernos centrales han asumido la propiedad y la administración de los
bosques tropicales, a pesar de su falta de conocimientos especializados y de habilidades
administrativas, su ausentismo y a menudo su poco interés en la sustentabilidad del
recurso. A partir de entonces, los derechos de explotación se han concedido a compañías
madereras, también distantes, que poseen pocos conocimientos sobre el medio ambiente
en un bosque de lluvia y no tienen interés alguno en su productividad y sustentabilidad a
largo plazo. Tampoco han sido de utilidad ni las concesiones a corto plazo ni la tributación
con efectos malignos. Entre tanto, a las comunidades locales se les ha privado de sus
habituales derechos de acceso, o se les ha desalojado por completo.
En esa situación, no es de sorprender que los bosques tropicales hayan sido destruidos
por las actividades combinadas de las firmas madereras, que buscan ganancias a corto
plazo, y las comunidades locales que tratan de ganarse la vida y que no cuentan con una
base de recursos segura. Ninguno de los dos grupos tiene la seguridad de que podrá
participar en el futuro del recurso. P. ej., las mujeres africanas que están a cargo de
administrar recursos, pero no cuentan con derechos de propiedad garantizada, servicios
de extensión y crédito no tienen más remedio que abusar de la tierra y labrar zonas que no
deberían ser cultivadas. La invasión del recurso por los agricultores ganaderos que
buscan tierras para realizar sus respectivas actividades agrava aún más la incertidumbre y
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Además, los beneficios que se esperan del proyecto deben ser suficientes para mitigar o
compensar los efectos ambientales del mismo, de modo que el medio ambiente del país
no se encuentre en una situación claramente peor después del proyecto, que antes de él.
Si una zona forestal va a ser inundada a causa de la construcción de una presa, p. ej., se
debe crear una superficie de bosque equivalente en otro lugar (p. ej., mediante la compra
de los derechos de compañías madereras concesionarias, o por la plantación extensiva de
especies botánicas similares).
Muchos proyectos de riego no cumplen con esos requisitos y por eso crean tensiones
sociales y grandes retrasos, que se traducen en costos excesivos y en la pérdida de
beneficios, si es que en verdad producen algún beneficio de tipo general. Abundan los
ejemplos de esto. El proyecto hidroeléctrico y de riego Narmada en la India, p. ej., se ha
retrasado casi 30 años a causa de la oposición local. Si esos proyectos siguen adelante
sin cumplir con las condiciones requeridas, se ven envueltos en diversos problemas, como
la invasión de la cuenca por la población desplazada, la sedimentación y la pérdida de
capacidad productiva. Un caso de este tipo es el Embalse de Nam Pong, en el nordeste
de Tailandia (ver el Caso 5). El sistema de riego y parque nacional Dumoga-Bone en
Sulawesi, Indonesia, es un ejemplo del caso contrario, pues en él sí se han cumplido las
condiciones que debe Ilenar un proyecto sostenible y benéfico para la sociedad (ver el
Caso 6).
Con excepción de la energía, el consumo de los productos primarios que son recursos
naturales, como los minerales, los derivados de la madera, y otras fibras, genera desechos
reciclables. Si bien es cierto que no todos los desechos se pueden reciclar en forma
económica con los niveles actuales de costos y tecnología, muchos de ellos se podrían
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reciclar en plan lucrativo si el material de las fuentes primarias tuviese el precio adecuado,
y si no fuera posible disponer del desecho no reciclado sin cargo alguno. El reciclaje
inadecuado implica una mayor explotación de los recursos naturales, más contaminación y
la pérdida de un valor económico rescatable. Sobre el reciclaje pesa el gravamen implícito
de las deducciones por agotamiento del material y los subsidios para la exploración
encaminada a la extracción del recurso primario. A pesar de que el reciclaje es más caro
que la producción primaria, los beneficios del mismo para el medio ambiente (como una
menor disposición de desechos y menos degradación del ambiente a causa de la
producción primaria) podrían ayudar a inclinar la balanza, si se interiorizaran en la forma
apropiada.
A medida que un recurso se toma cada día más escaso, su valor social aumenta, ya sea
que se comercie con él en el mercado o no. El valor de un recurso para el cual no hay un
buen sustituto, como en el caso de un hábitat natural o de las especies animales y
vegetales, se acerca al infinito a medida que su abundancia se reduce hasta niveles que
amenazan su futura existencia. Tanto el carácter único de los ecosistemas y las especies
amenazados, como su aportación marginal a la diversidad, son de un valor tan grande,
que su irreversible desaparición y la pérdida consecuente de opciones futuras no se
pueden justificar. Salvo en casos muy especiales, cuando la supervivencia está en juego,
como ocurre cuando el hambre se generaliza o cuando se esperan beneficios económicos
enormes e indiscutibles. Sin embargo, los sitios y hábitat únicos y las especies
amenazadas se condenan muchas veces a la extinción, a causa de proyectos públicos o
con la ayuda de subsidios del gobierno, sin que haya razones económicas imperiosas que
contrarresten una pérdida tan enorme. La responsabilidad de demostrar que esos
recursos tienen un valor más bajo que las políticas o los proyectos propuestos, debe
recaer en los que son partidarios de tales intervenciones.
A diferencia de las manifestaciones y los síntomas físicos, que están desprovistos de todo
concepto analítico, las manifestaciones económicas de la degradación del ambiente
plantean preguntas analíticas sobre la causa y el efecto. ¿Por qué los recursos cada día
más escasos se usan en forma ineficaz y se desperdician, en lugar de ser ahorrados y
conservados? ¿Por qué se destinan recursos valiosos a aplicaciones inferiores, si hay
otros usos de más alta calidad? ¿Por qué se minan los recursos renovables, en lugar de
ser administrados con miras a contar con un flujo perpetuo de beneficios, si esto último
puede generar un valor presente neto más alto? ¿Por qué los productos capaces de
generar un gran número de productos y servicios se destinan a un solo uso, si su
administración para uso múltiple podría redituar más beneficios? ¿Por qué no se hacen las
inversiones altamente lucrativas que podrían elevar tanto la productividad actual como la
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Si bien es cierto que las fallas de las políticas y del mercado se entrelazan a menudo y se
refuerzan entre sí, tanto por razones analíticas como por los propios fines de la reforma de
políticas, es importante distinguir entre ambas con la mayor claridad posible. Las
deficiencias de las políticas o las distorsiones del mercado son casos de intervención
gubernamental mal orientada en un mercado que funciona con un grado aceptable de
eficacia, o bien intentos infructuosos de mitigar las fallas del mercado, que dan lugar a una
situación aún peor. Las fallas del mercado son fracasos institucionales que en parte se
pueden atribuir a la índole de ciertos recursos, y también a la incapacidad del gobierno
para 1) establecer las condiciones básicas para que los mercados funcionen con eficacia
(como la garantía de los derechos de propiedad y el debido cumplimiento de los contratos)
y 2) usar los instrumentos que tiene a su alcance (como los impuestos, la regulación, la
inversión pública y las políticas macroeconómicas) a fin de insertar en el ámbito de los
mercados todos los costos y beneficios que el marco institucional no es capaz de
interiorizar.
Me propongo examinar en detalle las fallas del mercado y de las políticas en los capítulos
2 y 3 respectivamente. Voy a empezar por las fallas del mercado, no porque sean más
importantes, sino porque en ellas se vislumbra un posible papel para las políticas del
gobierno, frente al cual es posible contemplar las políticas actuales a fin de identificar los
éxitos y los fracasos de las mismas. Si una falla de las políticas se define como una
intervención del gobierno que distorsiona un mercado cuyo funcionamiento es
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Sin embargo, antes de examinar en detalle las fallas del mercado, debo aclarar ciertos
puntos que a menudo dan lugar a malos entendidos y hacen que algunas personas
recomienden la sustitución de los mercados por instituciones del gobierno. Por principio de
cuentas, como ya hemos visto, sólo una parte de la degradación del medio ambiente en
los países en desarrollo se debe a una falla genuina del mercado. En buena medida, su
causa son las intervenciones desatinadas del gobierno (como las distorsiones tributarias,
los subsidios, las cuotas los límites a las tasas de interés y las empresas públicas
ineficientes), por las cuales se distorsiona un mercado, que por lo demás funciona bien.
En segundo lugar, las fallas genuinas del mercado, como las que surgen por el acceso
abierto (gratuito) a los recursos que no tienen precio, la inseguridad en la propiedad y,
hasta cierto punto, la incertidumbre y los altos costos de las transacciones, se producen en
gran parte porque el gobierno no es capaz de establecer las bases legales de los
mercados, p. ej. la garantía sobre los derechos de propiedad y el fiel cumplimiento de los
contratos.
Por lo tanto, es erróneo suponer que la presencia de fallas en el mercado justifica que se
le reste validez al papel del mismo en la asignación de recursos, y que se le dé un papel
más destacado al gobierno. Por el contrario, el alivio de las fallas del mercado por medio
de derechos de propiedad garantizados, la interiorización de los costos externos, una
mayor competencia y un menor grado de incertidumbre, les daría un papel más importante
a los mercados en la asignación de ciertos recursos, como el agua, la tierra, la pesca, los
bosques y los servicios ambientales, y eso suprimiría la necesidad de crear instituciones
públicas, engorrosas y a menudo ineficaces, para la administración y la conservación de
los recursos. Lo único que debe aportar el gobierno es la reforma inicial necesaria de las
instituciones y las políticas, para permitir que los mercados funcionen en forma eficiente.
La primera prioridad para los países en desarrollo consiste en suprimir las políticas cuyos
costos ambientales son sustanciales, o que crean incentivos malignos que dan lugar al
agotamiento de los recursos y a la degradación del medio ambiente, en mayor medida que
el mercado libre. Si no se suprimen los incentivos malignos, no es probable que tengan
éxito las inversiones en proyectos destinados a mejorar el uso y la conservación de los
recursos. Si aun así tienen éxito esas inversiones, su impacto no será sostenible y sólo se
mantendrá mientras dure el proyecto.
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Es más fácil empezar por la reforma de las políticas que van en detrimento de la economía
y del medio ambiente, pues eso no implica desembolso alguno ni transacciones difíciles
entre el desarrollo y la ecología. En todo caso, la supresión de las distorsiones de las
políticas reduce de ordinario los gastos del gobierno e incluso puede generar rentas
adicionales para el erario. Este enfoque tiene también consecuencias positivas para la
distribución del ingreso, pues muchas de esas distorsiones (p. ej., los límites máximos a las
tasas de interés, los subsidios de capital, el arrendamiento de recursos libre de impuestos,
los monopolios, los subsidios para insumos y el apoyo a los precios) no sólo son fuente de
la falta de eficiencia, sino también de la falta de equidad y de la perpetuación de la
pobreza. Por último, las distorsiones de las políticas se pueden eliminar por medio de un
ajuste de los precios, los impuestos, los subsidios, las tasas de interés y los tipos de
cambio, lo cual es más fácil que la adopción de nuevos instrumentos o el desarrollo de
nuevas instituciones que se ocupen de lidiar con las fallas del mercado.
Esto no quiere decir que las deficiencias del mercado no deban ser mitigadas. Más bien,
la prueba de fuego del grado de acierto de cualquier intervención por medio de políticas es
que logren corregir las distorsiones inducidas por otras políticas en el mercado. Sólo así
es posible ver con claridad las fallas del mercado a fin de formular y aplicar con eficacia el
tipo de intervención más efectivo, en términos de costos, para mejorar el funcionamiento
del mismo. Hay pocas razones para que alguien trate de interiorizar, p. ej., los beneficios
derivados de la conservación de la diversidad biológica, si todo el proceso de conversión
de los bosques tropicales en explotaciones de ganadería o en viveros de pinos se apoya
con grandes subsidios.
Desde la India hasta Marruecos o Botswana, el agua de riego gratuita o muy subsidiada
obstruye las señales del mercado y alienta a los agricultores a usar ese recurso más allá
de su punto óptimo, en términos de economía y agricultura. El agua a un precio inferior
real malogra también los incentivos para invertir en el mantenimiento y el mejoramiento de
las presas existentes, que a menudo tienen un drenaje deficiente y sistemas de
distribución ineficaces. En Bangladesh, Nepal y Tailandia, el costo total del suministro de
agua fue equivalente por lo menos al 1000% de las rentas recaudadas por ese concepto.
El agua barata llega a ser a menudo un sustituto de otros insumos, como el mejoramiento
de la tierra y la conservación del suelo. El exceso de riego en las granjas más cercanas a
la fuente del agua causa anegamiento y acumulaciones de tipo salino y alcalino en el
suelo. Las consecuencias de esto son un menor rendimiento de los cultivos, menos
fertilidad de las tierras de riego y un aumento en la carga de sal de los acuíferos y los
flujos de retomo (el agua excedente que vuelve a su fuente después de pasar por la tierra
de un agricultor). Algunos de los efectos corriente abajo son la erosión y la formación de
cieno en los estuarios y los deltas.
Por otra parte, los que tienen una ubicación menos conveniente se ven en la necesidad de
depender de un abasto de agua esporádico y escaso. En un estudio de los sistemas de
riego en Pakistán, se observó que el 73% de los agricultores incluidos en la encuesta se
quejaban de un suministro de agua insuficiente.
Los subsidios para el agua alientan a los agricultores a tratar a ésta como un recurso
abundante, cuando en realidad es escaso. Sin derechos sobre el agua ni asociaciones
eficaces de usuarios de la misma, u otros mecanismos para asignar el recurso en forma
adecuada, la escasez de líquido no se toma en cuenta. De hecho, en los cobros por el
agua no se refleja el costo de oportunidad del recurso, que es cada día más alto a causa
de su creciente escasez.
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Más allá de los costos económicos menos obvios, hay una ausencia de mecanismos
financieros eficaces para la recuperación del costo. Aun con bajos niveles de
mantenimiento, sólo una fracción de los costos de operación y mantenimiento se cubren
con las rentas que pagan los usuarios del agua. P. ej., esas rentas cubren el 20% de los
costos en Bangladesh, el 27% en Tailandia y el 60% en Nepal. Si se incluyen los costos
de capital, es frecuente que los cargos por el agua sólo cubran el 10 o el 20% de los
costos4.
El precio del agua de riego inferior al costo real conduce también al uso no eficiente y a la
falta de mantenimiento de los sistemas de riego. Esto da lugar a diversos problemas como
un mal drenaje, lo que a su vez ocasiona la acumulación de sal y el anegamiento. La
Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estima
que el 50% de las tierras de regadío han sido dañadas por la acumulación de sal o de
álcali, y por el anegamiento. En Pakistán, la mitad del área atendida por el sistema de
canales de la Cuenca del Indo está anegada, salinizada o ambas cosas. Lo mismo se
puede decir en la parte baja del Rafactain, en el valle del Éufrates, en Iraq. Es frecuente
que los problemas de mantenimiento se traduzcan también en un uso no eficiente, pues
hasta el 75% del agua se infiltra o se evapora en los canales y causes de distribución
obstruidos o sin revestimiento.
La falla de mercado por la cual el precio del agua es inferior al costo real, y la falla de
política al dar subsidio para el riego y el uso no eficiente del agua, van unidas en forma
indisoluble. Se calcula que si la eficiencia del sistema de riego de Pakistán aumentara un
10%, con el agua así ahorrada se podrían regar 2 millones de hectáreas 5. Sin embargo,
mientras los agricultores no tengan que pagar el costo real del agua, es poco factible que
aprecien la escasez de ésta o reconozcan los problemas que surgen a causa de su uso
excesivo. Mientras ellos no reciban señales claras del mercado que indiquen lo contrario,
seguirán usando el agua en forma dispendiosa.
En la década de 1960, el gobierno de Brasil promulgó una extensa legislación con miras a
desarrollar la región del Amazonas. En los 20 años siguientes, la conjunción de nuevos
incentivos fiscales y financieros fomentó la conversión de los bosques en tierras de
apacentamiento. En los años 70, entre 8.000 y 10.000 kilómetros cuadrados de bosque
fueron talados cada año para crear pastizales. La proporción de tierra de pastoreo en el
estado amazónico de Rondonia aumentó, de 2,5% en 1970 a 25,6% en 1985 6.
A pesar de todo, fueron poderosos los incentivos ideados para atraer la ganadería, y su
aplicación estuvo a cargo de la Superintendencia (del gobierno) para el Desarrollo del
Amazonas (SUDAM). Algunos de los incentivos fiscales consistieron en la exención de
impuestos por 10 o 15 años, créditos fiscales para la inversión (CFI) y exenciones de
impuestos de exportación o derechos de importación. Los CFI permitieron que las
corporaciones quedaran exentas del 50% de sus obligaciones tributarias si invertían sus
ahorros en proyectos aprobados por la SUDAM9. Ésta evaluaba los proyectos y financiaba
el 75% de los costos de inversión de los que recibían evaluaciones favorables, usando
para ello los fondos de crédito fiscal.
A partir de 1974, el crédito subsidiado tuvo también un papel crucial para fomentar muchos
proyectos pecuarios. El Programa de Polos de Agrícolas, Ganaderos y Minerales en la
Amazonia (POLAMAZONIA) ofreció a los ganaderos préstamos con 12% de interés,
cuando las tasas de interés en el mercado eran de 45%. Los préstamos con un subsidio
que oscilaban entre el 49% y el 76% de su valor nominal fueron típicos hasta el inicio de la
década de 1980 10. En el programa se discriminó a los agricultores pobres que no contaban
con la garantía necesaria. Además, las categorías tributarias y el dinero barato se
capitalizaron en las tierras, con lo cual la propiedad se hizo más cara y aún menos
accesible para los pobres11.
Los subsidios y las facilidades tributarias alentaron a los ganaderos a emprender proyectos
que en otras condiciones no habrían sido rentables. En un estudio del World Resources
Institute se demostró que la inversión subsidiada típica producía una pérdida económica
igual al 55% de la inversión inicial. Sin embargo, si se toman en cuenta los subsidios
recibidos por el inversor privado, la inversión típica produjo un rendimiento financiero
positivo igual al 250% del desembolso inicial. (Para un cálculo detallado de los réditos
financieros y económicos de las explotaciones pecuarias con ayuda del gobierno en la
Amazonia Brasileña, ver la Tabla A1). Los incentivos fiscales y financieros enmascararon
lo que en rigor fue una mala inversión, y sirvieron para subsidiar la conversión de un bien
superior (el bosque tropical) en una aplicación inferior (la cría de ganado vacuno). Más
aún una encuesta de los proyectos de la SUDAM reveló que cinco de ellos recibieron
fondos de créditos fiscales, a pesar de que nunca se llegaron a poner en marcha.
8
A partir de 1974, esas exenciones se limitaron al 25% de los gravámenes tributarios.
9
Robert Repetto, The Forest for the Trees? Government Policies and the Misuses of Forest Resources
(Washington, D.C: World Resources Institute, 1988).
10
El crédito subsidiado se suprimió por completo a mediados de 1987.
11
Mahar, Government Policies and Deforestation in Brazil’s Amazon Region.
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II Semestre: marzo-julio de 2004
Análisis financiero
En el que se reflejan todos los incentivos 1.875.400 735.650 249
para el inversor: créditos fiscales,
deducciones y préstamos con subsidio.
Análisis de sensibilidad
Si se suprimen los subsidios a la tasa de 849.000 735.650 113
interés suprimidos.
Si se suprime el carácter deducible de las -658.500 753.650 -87
pérdidas frente a otros ingresos gravables
a
El caso tomado como base es la proyección de la situación actual hacia el futuro.
FUENTE: Robert Repetto, “Economic Policy Reform for Natural Resource Conservation”, Environment
Working Paper (Washington, D.C. : Banco Mundial, mayo de 1988).
En el estudio se estimó el valor actual de mercado de los recursos del bosque, entre ellos
la fruta, la madera y el caucho; y se determinó el rendimiento de productos útiles por
unidad de tiempo, para cada uno de esos recursos. La venta neta producida por la venta
de cada recurso se calculó a partir de los valores actuales de mercado, así como los
costos referentes a la cosecha y el transporte. Se aplicaron dos opciones de cosecha
diferentes. La primera incluía la remoción selectiva de toda la madera presente con
diámetro mayor de 30 cm en el año cero, el año 20 y el año 40, con un corte final de todos
los árboles restantes (con un diámetro mínimo proyectado de 30 cm) en el año 65. La
recolección anual de fruta y látex se calculó para todo el ciclo de corte de 65 años. En la
segunda opción hipotética, un proyecto de rendimiento sostenible, se supuso la remoción
selectiva de la lectiva de la madera (30 metros cúbicos por cosecha) en un ciclo de corte
de 20 años, con recolección anual de fruta y látex a perpetuidad.
De acuerdo con el criterio de la primera opción, los recursos de la planta nativa en el lugar
tenían un valor presente neto (VPN) de $ 9.191.77 dólares EUA (la fruta, $7.679,81; el
látex $ 428,39; y la madera $ 1.083,57). De acuerdo con la segunda opción, el VPN
resultantes es de $ 8.610,13 (la fruta, $ 8,002,60; el látex, $ 446,40; y la madera $ 161,13
dólares). Es importante señalar que en este último caso la fruta representa el 92.9%, y la
12
El material presentado en este caso fue tomado de C.M. Peters, A.H. Gentry y R. Mendelsohn, Valuation of
a Tropical Forest in Peruvian Amazonia", Nature 339 (1989).
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fruta y el látex tomados en conjunto, es decir, los “productos forestales menores", el 98,1%
del VPN total del bosque.
Los cálculos del VPN para el bosque de Mishana demuestran que, desde el punto de vista
económico, el uso natural del mismo es competitivo con otras formas de uso de la tierra en
los trópicos. Si se aplican los mismos criterios de inversión, el VPN de la madera y la
pulpa de ésta que se obtienen de una plantación de Gmelina arbórea administrada en
forma intensiva en la Amazonia de Brasil, se estima en $ 3.184 dólares EUA, mientras que
el ingreso bruto de los pastizales totalmente poblados de ganado vacuno en Brasil es de $
148 por hectárea al año, según se informa con un VPN de $ 2.960. Así pues, a pesar de
que la administración en uso múltiple de este bosque tropical podría generar hasta el triple
del valor presente neto de la plantación con una sola especie y un solo uso, grandes
extensiones de bosque se convierten en plantaciones y explotaciones pecuarias de ese
tipo en la Amazonia del Perú y de Brasil.
A diferencia de la mayor parte del mundo en desarrollo, Papúa Guinea ha conservado sus
costumbres de propiedad comunal, aún cuando las ha adaptado a las necesidades de una
economía cada día más orientada al mercado. A pesar de que esto último requiere
transparencia en la propiedad de la tierra, la experiencia de Papúa Nueva Guinea ha
demostrado que si la propiedad se convierte de comunal en libre, eso puede hacer que los
derechos sobre la misma no se vuelvan más claros, sino más confusos. La degradación
generalizada de la tierra, alentada por la inseguridad de la tenencia, la pérdida de los
derechos de propiedad y el acceso abierto a la misma, tan típica en las tierras de
propiedad estatal de otros lugares, no se ha presentado en Papúa Nueva Guinea.
La mayoría de los países ha respondido a la presión del mercado, que les exige más
claridad en la propiedad, imponiendo un nuevo sistema de propiedad privada o estatal. En
cambio, la ley de tierras de Papúa Nueva Guinea se basa en las costumbres que rigen la
tenencia de ese bien en su comunidad. La Ley de Ordenanza de la Tierra de ese país
dispone que los mediadores y las cortes locales autoricen los asentamientos de acuerdo
con los principios de propiedad comunal ya existentes. Por lo tanto, el 97% de la tierra
sigue siendo comunal, no ha sido objeto de levantamientos topográficos o registros, y se
rige de acuerdo con la costumbre local.
Según parece, este tipo de tenencia comunal confiere derechos de propiedad más claros
que la propiedad privada, con todas las consecuencias que eso implica para el medio
ambiente y para el mercado. Cuando un asentamiento pasa de la propiedad comunal a la
libre tenencia de la tierra, más tarde suele ser objeto de disputa, y muy a menudo el
resultado de esto es el retorno a la propiedad tradicional. Sin embargo, a diferencia de las
tierras de propiedad estatal de otros países en desarrollo, las tierras comunales en Papúa
Nueva Guinea ni carecen de dueño ni son públicas en realidad. Lo que allí ocurre es que
el conjunto de derechos, que se interpreta como la "propiedad" en el Oeste, no recae en
una sola de las partes. P. ej., cada familia tiene derecho de cultivar la parcela por tiempo
indefinido, pero el derecho de comerciar con la tierra le corresponde al clan.
Desde hace mucho tiempo, los sistemas comunales de la isla han permitido el uso
sostenible de las altiplanicies donde la población es más densa. A pesar de su historia
agrícola de 9.000 años, su clima húmedo y un crecimiento de la población de 2,3% por lo
menos, las altiplanicies siguen siendo fértiles. La población, que es ante todo agrícola,
goza de un ingreso per cápita que duplica por amplio margen el de El Salvador, Samoa
Occidental y Nigeria. En un claro contraste con gran parte del mundo en desarrollo, sólo 6
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El hecho de que allí no haya deforestación no nos debe sorprender, ya que los encargados
de controlar la tierra tienen un interés genuino en el uso sostenible y productivo del
bosque. En lugar de hacer tratos con un gobierno distante, que necesita ingresos y divisas
en forma inmediata, las firmas que se interesan en adquirir derechos sobre la madera
pueden negociar en forma directa con personas que gozan de seguridad en la tenencia
de la tierra y no sólo la usan para el cultivo, sino también para recolectar fruta, para cazar y
para extraer los materiales con los que hacen sus ropas, sus casas y sus armas. Como
quiera que las pautas de tenencia comunal le confieren un derecho a cada uno de los
miembros del clan, el individuo tiene muy pocos incentivos para sacrificar el valor futuro en
aras de una utilidad inmediata.
La Presa Ubo lratana, cuya presencia creó el Embalse de Nam Pong, fue construida en
1966 para controlar las inundaciones, generar energía hidroeléctrica y regar las tierras de
los alrededores. La vida estimada del embalse era de 500 años. En esa época, casi todas
las mejores tierras de labranza de la región aledaña se cultivaban, el 85% de los
habitantes eran granjeros y la tasa de crecimiento de la población era de 3%. La mayoría
de los granjeros desplazados a causa del embalse fueron reasentados en tierras ubicadas
en el área de 11.500 kilómetros cuadrados de la cuenca. Con una densidad de población
de 68 habitantes por kilómetro cuadrado, el área de la cuenca sustentaba a 785.000
personas en 1980. Se espera que ese número se duplique hacia el año 2000.
Nada tiene de raro que el carácter del uso de la tierra en la cuenca haya cambiado en
forma drástica. Entre 1965 y 1982, más de la mitad de la tierra forestal de la Cuenca de
Nam Pong fue transformada para darle un uso agrícola, a pesar de su suelo pobre y sus
fuertes pendientes. Se proyectó que el área de la cuenca, que en gran parte estaba
cubierta de bosques, estaría deforestada por completo en 1990. Ha habido un aumento
espectacular en la sedimentación, que es una función directa de la eficacia de la cubierta
de vegetación y de las prácticas contra la erosión. El flujo promedio de sedimento que
llega al embalse desde la cuenca de Nam Pong se incrementó 80% entre 1969 y 1982. Se
esperaba que el aumento acumulativo llegaría al 135% en 1990. En la década de 1980,
más de 2 millones de toneladas de sedimentos fluyeron cada año hasta el embalse.
Por su parte, la sedimentación en la cuenca del río reduce la capacidad efectiva del
embalse, pues merma su potencial para el riego, la generación de electricidad, el control
de inundaciones y el sostenimiento de los peces. En 1980, la vida esperada del embalse
se había reducido, de 500 años a sólo 200. Para abatir la sedimentación a 3 millones de
toneladas al año, el gobierno tendrá que preservar los 2.500 kilómetros de parques
nacionales que se alojan en la cuenca. Sin estas medidas, se cree que la vida útil del
embalse se contraerá aún más, a sólo 157 años.
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A raíz de la construcción de una carretera en el Valle Dumoga, lo que antes era una región
virgen fue presa de una rápida invasión, sobre todo a causa de un plan de reasentamiento
con patrocinio del gobierno, que llevó a miles de nuevos residentes a la zona. El bosque
desapareció día a día en el área de captación, lo cual amenazó el flujo de agua
proveniente de los ríos tributarios e hizo más probable la acumulación de cieno. En vista
de ese continuo deterioro, el gobierno de Indonesia y el Banco Mundial llegaron a la
conclusión de que toda la vertiente de la Cuenca Dumoga requería una administración
más eficaz.