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Discurso de Álvaro García Linera al

recibir el doctorado Honoris Causa de la


Universidad Nacional de Río Cuarto

La Universidad Nacional de Río Cuarto le dio un reconocimiento


como Doctor Honoris Causa al Vicepresidente del Estado
Plurinacional de Bolivia en el marco de la Asamblea Popular del
Pensamiento Emancipatorio. A continuación el discurso de
aceptación.
ASAMBLEA POPULAR DEL PENSAMIENTO EMANCIPATORIO
26 DE MAYO DE 2014 – RÍO CUARTO

“Muy buenas tardes a todos ustedes. Un saludo muy respetuoso, muy cariñoso a todos
los hermanos y hermanas que se han hecho presentes en este lindo auditorio de la
Universidad Nacional de Río Cuarto.

Quiero saludar con mucho respeto y agradecimiento al Prof. Marcelo Ruíz, rector de la
UNRC; a su vicerrector, Prof. Javier Salminis; a un viejo conocido, hermano y amigo de
Bolivia, compañero Jorge Taiana, gracias por acompañarme siempre compañero,
muchísimas gracias, lo queremos mucho en Bolivia. Agradecer a los decanos de
Agronomía, de Cs. Económicas, Cs. Exactas, Cs. Humanas, Ingeniería. Saludar a nuestro
embajador, que nos acompaña estos momentos, al intendente y los vicedecanos de las
diferentes facultades; al subsecretario de Agricultura Familiar de la Nación, al compañero
Ricardo de la Subsecretaría de Agricultura Familiar de Córdoba; al presidente de la
comunidad boliviana de Río Cuarto; a las autoridades municipales del sector educativo; a
los profesores; y en particular quiero agradecer a mis compatriotas bolivianos que han
venido a saludarme, muchas gracias mis hermanos. Y por supuesto agradecer a los
alumnos y esas hermosas barras verde y roja que se han hecho presentes acá. Me he
anotado las canciones para replicarlas en Bolivia, se oyen muy bien.

Quiero agradecer este reconocimiento en verdad, estimado Rector, muchísimas gracias


por este Honoris Causa, lo recibo con mucha humildad y mucho compromiso. No es el
reconocimiento a una persona porque como personas no somos nada; somos un pedazo
más de viento, un pedazo más de tierra que se mueve de un lugar a otro, pero cuando
estamos en bloque, cuando somos muchos, esos pedazos de viento, esos guijarros de
arena horadan montañas, cambian los cursos de los ríos, construyen historia. Este
reconocimiento lo asumo como el reconocimiento a un pueblo boliviano que lucha, que
pelea, que transforma y revoluciona.

Justamente quiero hablarles un poco de mi patria, Bolivia, en la perspectiva de dialogar


con ustedes lo que puede ser una teoría de los procesos de transformación y transición
revolucionaria. Como ustedes saben, Bolivia es un país que queda en el centro del
continente al igual que Perú, sede de grandes construcciones civilizatorias preincaicas,
precoloniales; lugares donde se desarrolló una gran tecnología, una gran agricultura, una
gran gastronomía y lugares donde, como en el resto del continente, vino una gran
colonización que destruyó y paró de cuajo ese proceso civilizatorio muy particular.

En la colonia, nuestro país fue el centro de la generación de la plata que luego iba a
España, ya sea por el puerto del Callao o por el puerto de Buenos Aires, o la plata que iba
a China e India por las naves que crearon el primer proceso de mundialización que se ha
conocido en la historia de la humanidad del siglo XVI. La colonia instauró un régimen de
explotación y exclusión de los sectores y las naciones indígenas. El hecho colonial se
impuso como dominación de los pueblos nativos, como explotación y subordinación de los
pueblos nativos. En Argentina, Bolivia, Perú, Colombia, Brasil, se impuso un régimen de
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explotación de la fuerza de trabajo a través de la mita de uso agrícola de los trabajadores
en torno a la hacienda y de acaparamiento de los niveles de decisión político-económico
con élites extranjeras y de subordinación y trabajo impago a los pueblos locales. Sobre
esta base de dominación de derecho colonial se constituyeron nuestras repúblicas en
1810, 1815, 1817, 1825 y en último lugar, en toda América Latina, se conformaron las
repúblicas.

En el caso de Bolivia, la conformación de la república tuvo características particulares. Se


hizo sobre el terreno de la existencia de numerosos pueblos indígenas que, cuando en
1825 se funda Bolivia, constituían el 90% de la población. Después de quince años de
guerras de guerrillas, de ejércitos libertarios que iban y venían, que perdían y ganaban, se
constituyó el régimen republicano. El régimen republicano se hizo sobre la base de la
preservación del viejo régimen colonial. A saber: los indios y pueblos indígenas sin
derechos a ciudadanía, a mando, a tierra, a participación; y las viejas oligarquías
recicladas asumiendo nuevamente el poder del Estado. Meses atrás defensores de la
corona, meses después defensores de la República. El orden económico global se
mantuvo intacto.

Bolivia nació, entonces, con una primera falla estructural de su Estado. Todos éramos
bolivianos pero solo un pequeño pedazo era ciudadano, es decir, gente con derechos. Y
el 90%, que no tenían propiedad privada, que no sabían hablar ni escribir en castellano,
que no tenían recursos económicos, eran simplemente bolivianos: nadie. (Esta mañana
yo comentaba en la Universidad de Cuyo el papel de Manuel Belgrano al reconocer por
primera vez a un líder indígena, Cumbay –a quien recibió en Potosí con grandes honores-
y nadie, hasta el 2006, había vuelto a rendir honores a un indio). Tan racista era la
sociedad boliviana que construimos que la mayoría no tenía reconocimientos. Podíamos
rendir honores a reyes, príncipes y presidentes extranjeros pero nunca a un indígena.
Desde Cumbay en 1817 hasta el año 2006 recién en mi Patria un indígena presidente
pudo recibir los honores como corresponde de su ejército, de su caballería, de sus
instituciones. El papel de Belgrano al adelantarse a su época fue muy importante; se
adelantó 250 años a la historia de América Latina. Bolivia nació así, en medio de una
sociedad hacendada donde el sentido de patria eran los límites de la hacienda, donde los
ciudadanos eran los hacendados o los empresarios mineros y el resto –la mayoría-
artesanos, comerciantes, campesinos y comunarios, no eran nada, no existían, eran una
herramienta de trabajo más.

Fue una falla que caracterizó al Estado boliviano y que definió su gelatinosidad. No puede
constituirse Estado al margen de los ciudadanos; cuando eso sucede estamos ante un
tipo de Estado aparente, un Estado que sólo representa a un grupo, una rosca, un
conglomerado y que no tiene ninguna voluntad de representar al resto de la colectividad,
aun bajo relaciones de dominación. Definimos un Estado aparente como un Estado de
élites que no tiene voluntad hegemónica de articular al resto de la sociedad, que se
contenta y se atrinchera en la hacienda y en la empresa minera, y el resto se le presenta
como territorio inhóspito, salvaje, con el que hay que mantener relaciones de ataque y
contrainsurgencia. Así nació Bolivia, la Bolivia de trabajadores mineros, campesinos e
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indígenas que cultivan la tierra a 4000 mts. de altura, en los valles áridos, en las llanuras
amazónicas.

Como el resto de América Latina, Bolivia atravesó distintos períodos históricos en su


conformación política. En la última etapa del siglo XX hubo regímenes nacional-populares
(formales, parciales, algunas veces radicales) que fueron rápidamente truncados por
dictaduras militares. Y después de las dictaduras militares que persiguieron y destruyeron
a toda una generación de jóvenes luchadores, intelectuales, dirigentes sociales y
sindicales, vino la segunda etapa de la noche y de las décadas perdidas, el llamado
neoliberalismo. Al igual que en Argentina, Brasil, Ecuador, Paraguay, Venezuela, en las
décadas del ‘80 y ‘90 apenas estábamos saliendo de las dictaduras vino el régimen
neoliberal.

Las dictaduras cumplieron un primer paso: deshacerse de una generación crítica, de


luchadores y pensadores. Y sobre ese terreno abonado por las dictaduras militares
continentales surgió el neoliberalismo, que fue la continuación de esas dictaduras por
medios electorales. La dictadura fragmentó a la sociedad y liquidó a sus líderes y el
neoliberalismo aprovechó eso para expropiar lo público. Al igual que en Argentina, en
Bolivia se privatizó el agua, la electricidad, la línea aérea, el gas, el petróleo, las refinerías
y las telecomunicaciones. Como en el resto del continente hubo un solo discurso: “es la
globalización y es irreversible”, “es el libre mercado que va a asignar ciegamente los
recursos a los más aptos y a los más pobres por el efecto derrame de los más ricos,
llegado el momento”. Se entregaron los recursos de tres, cuatro generaciones; se
entregaron a las empresas privadas; los bienes comunes estatales se entregaron al
extranjero; los bienes comunes no estatales se entregaron a la inversión privada local y
extranjera. Se nos aseguraba que era el único y mejor modelo de crecimiento y bienestar.
Poco tiempo atrás había caído el Muro de Berlín y la experiencia soviética se mostraba
fracasada y entonces parecía que no había alternativa, que el único destino de la
humanidad era seguir el camino del neoliberalismo, de la globalización, del libre mercado.
La historia había acabado; había llegado a su cenit y lo que quedaba ahora era repetir,
con mayor o menor eficiencia, este camino único de la humanidad.

Se nos habló de que se derrumbaban las grandes narrativas, los grandes ideales. No es
que desaparecían las narrativas, es que estábamos frente a una nueva gran narrativa
pero de carácter hipócrita y vergonzoso (porque el libre mercado y la globalización son
también una gran narrativa que quiere aparecer como si no lo fuera, como si fuera el fin
de las narrativas). Se habló del fin de la clase obrera, se habló de la extinción de la opción
socialista, de que no había más opción que el neoliberalismo. Muchos compañeros
enterraron sus banderas, no había opción, parecía que no había otro camino. A
regañadientes o entusiastas -y no hay más entusiasta que un izquierdista renegado-,
muchos pasaron a servir a las filas de la derecha.

Este parecía el diseño final de fin de siglo, pero en Bolivia (y también en Argentina, en
Venezuela, en Ecuador, en Brasil) sobre este escenario de desorganización social, de
proscripción de sindicatos y debilitamiento de las organizaciones sociales, de privatización
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de lo público y predominio académico-intelectual y mediático de la libre empresa, de la
globalización y de la privatización como la mejor manera para generar riqueza y
distribuirla; sobre ese escenario predominante nos vendieron las ilusiones de que a corto
tiempo íbamos a convertirnos en la Suiza latinoamericana (una Suiza de cabecitas negras
pero Suiza al fin nos decían). ¿Qué sucedió en Bolivia?, ¿qué pasó para que en menos
de cinco años el escenario girara de manera radical? En primer lugar, la existencia de
núcleos de resistencia. El neoliberalismo no lo podía ocupar todo. Podía derrumbar
sindicatos obreros, pero quedaban organizaciones territoriales de comerciantes,
pequeños trabajadores, artesanos. El neoliberalismo podía destruir las organizaciones
sindicales campesinas, pero quedaban núcleos de resistencia defendiendo su derecho a
la tierra, al agua, a la producción, que es el caso de las Seis Federaciones del Trópico del
Chapare, donde estaba el presidente Evo. Había núcleos de resistencia que mediante
movilizaciones locales y fragmentadas se oponían y generaban –aunque de manera
diminuta- contratendencias, contralecturas a esta visión dominante liberal. Eso significa
que se creó una camada, una pequeña generación de activistas en minorías casi
marginales pero que, pese a eso, mantenían despierta la llama de la emancipación. Este
pequeño grupo de activistas con el tiempo se convierte en personas que logran mayor
influencia y mayor irradiación discursiva de la emergencia de un nuevo programa nacional
popular. El primer elemento de existencia de núcleos pequeños, fragmentados, aislados y
marginales pero persistentes de resistencia a las políticas neoliberales.

En segundo lugar, la lógica neoliberal (que parte de la lógica capitalista), es la


acumulación incesante por la expropiación privada del capital socialmente producido. El
neoliberalismo no crea nueva riqueza, se expropia de la riqueza anteriormente creada; es
lo que Harvey llama “acumulación por expropiación”, no la acumulación por producción,
que coincide con el último texto del Prof. Piketty que se ha puesto de moda, que analiza la
predominancia del capitalismo rentista por encima del capitalismo meritocrático.

Este proceso de expropiación pasó de expropiar empresas estatales estratégicas a


empresas estatales secundarias. Expropiado eso por el capital extranjero había que
seguir acumulando y había que pasar a la expropiación de los bienes comunes no
estatales: la tierra, el agua –que en Bolivia son bienes comunes no estatales-. Esa fue la
tercera oleada de ofensivas neoliberales de expropiación de lo común. Y ese fue un
momento fundamental. El revolucionario no puede saber cuál es el momento que
cambiará la orientación de la historia, pero a cada momento de la historia apuesta a
cambiarla. Y eso sucedió en Bolivia: se privatizó lo público, hubo resistencias, pero se
impuso. Se privatizaron los yacimientos de gas y petróleo, hubo resistencia pero se
impuso. Y pasada esa batalla se intentó privatizar el agua y vino el punto de quiebre. Se
trataba de un bien público no estatal en torno al cual se movían, hacía más de 800 años,
sistemas tradicionales y comunitarios de gestión del agua. La gestión del agua en el
mundo andino es más complicada que la gestión de la tierra porque es un bien
profundamente escaso. Y ahí fue donde el neoliberalismo tocó su fin porque en torno al
agua se articularon las asociaciones que gestionan comunitariamente el agua: asediadas
y ante el riesgo de ver privatizados sus recursos avanzaron en procesos de asociación,
articulación, movilización y vinculación con otros sectores. Se dio en Bolivia lo que
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llamamos la “guerra del agua” que va a ser la primera batalla en veinte años donde el
pueblo va a ganar. No va a ser una batalla en toda Bolivia, va a ser una batalla local.
Hasta entonces, maestros que resistían, perdían; obreros que resistían, perdían;
estudiantes que se movilizaban, perdían; campesinos que resistían, perdían. Pero fue en
torno al agua, una necesidad básica.

Entre el año 2003 y el 2005 se van a dar grandes movilizaciones, se va a consolidar este
proyecto único de movilización y voluntad política y lo que va a haber es una conversión
de la capacidad organizativa social en capacidad electoral. Se va a construir una
candidatura con organizaciones sociales, lo que va a dar el protagonismo a la
organización social y el partido como una prolongación electoral de la organización social
y se va a plantear un programa de gobierno muy específico. Sobre una crisis estatal,
sobre una fisura en el proceso de dominación, sobre una insatisfacción en el
incumplimiento de ofertas por parte del gobierno, lo que se hizo en Bolivia fue, sobre la
base de un bloque de militantes, sobre la base de una estructura de necesidades muy
específicas de organizaciones sociales, crear una cuña que permitió que la crisis estatal y
de gobierno poco a poco se convierta en una crisis de gobernabilidad y luego en una
crisis social general.

Uno se pregunta cuál es la dimensión de la crisis que atravesó Bolivia. Primero, en un


horizonte de corto plazo, fue la crisis del neoliberalismo; no había creado la riqueza que
se había propuesto, no había distribuido lo que se había señalado, no había generado las
condiciones de bienestar que se habían ofertado, pero sobre esta crisis del neoliberalismo
se va a afrontar una crisis del propio estado boliviano: la exclusión del movimiento
indígena.

Eso se dio en tiempos de neoliberales, de dictaduras y de republicanos. Era una


contradicción de largo aliento de la conformación estatal. Se puede decir que en Bolivia se
van a montar dos crisis: la crisis de la corta duración del neoliberalismo y la crisis de larga
duración de la república. O mejor: la fractura republicana que no reconocía a los pueblos
indígenas con la fractura neoliberal de una injusta distribución de la riqueza. Y ambas
crisis y ambas fracturas se van a montar en un momento específico.

La victoria del presidente Evo en el 2005 con el 54% de los votos marca la profundidad de
la crisis y la profundidad de esta nueva hegemonía nacional-popular que se va
construyendo. ¿Cómo es posible que un país donde los pueblos indígenas jamás habían
pisado el parlamento, jamás habían estado en procesos de gobierno, ni habían tenido
estructuras de poder y de mando; cómo es posible que este orden colonial reproducido
por la república en un momento se derrumbe? Votar por un indígena en Bolivia era votar
contra toda la historia de 180 años de vida que había enseñado que los indígenas sólo
pueden ser mandados, dominados, ordenados. Pero en el año 2005 lo que sucede es un
cataclismo mental, una ruptura epistemológica en las percepciones de las personas que
llevan a indígenas y no indígenas a votar por el primer presidente indígena de Bolivia
como presidente del Estado boliviano.

¿Cómo se llegó a eso? Ante todo, mediante un avance y una lucha ideológica y cultural.
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Esta mañana hablaba sobre los conceptos de hegemonía. Antes de las victorias
electorales, antes de las victorias políticas y militares que se van a dar en los siguientes
años (2007, 2008, 2009), ha tenido que haber otra victoria ideológica. Se ha tenido que
dar la batalla en el ámbito de las ideas, de las percepciones, del sentido común
revolucionario. Es el papel de los activistas, de los jóvenes, las mujeres, las
organizaciones, los investigadores, los catedráticos, periodistas, comentaristas, que
fueron creando en cinco años un nuevo tejido de sentido común, un nuevo tejido de
percepción de que era posible otra cosa distinta al neoliberalismo, a la privatización y a un
gobierno de élites empresariales; es decir que a la victoria electoral le antecedió una
victoria ideológica. A la victoria política le antecedió una victoria ideológica, a la victoria
militar le antecedió una victoria ideológica.

Estoy seguro de que en América Latina -pero en particular en Bolivia- la lucha política se
dirime en primer lugar en el mundo de las ideas, del sentido común, en el mundo de las
percepciones. Si es que no se hubiera dado un cataclismo mental tres, cuatro años antes
del 2005 en la población boliviana, con seguridad de que hasta el día de hoy seguiríamos
teniendo un empresario como presidente que hablara mal o bien el inglés, como era
Sánchez de Lozada.

Tuvo que darse un cataclismo que yo lo viví de manera muy clara cuando fui al norte de
Potosí, una población en el centro de Bolivia que es muy pobre, muy humilde. Era ya el
2007 y habíamos creado un bono para los jóvenes que acababan el colegio en el que se
les entregaba un aliciente para que se mantengan en el colegio porque había mucho
abandono. Y le pregunté a un niño quechua de ocho años “joven, ¿qué vas a hacer con
tu bono?”. En otros años me habría dicho “voy a agarrar mi bono y voy a comprar útiles o
un chanchito” y lo que el joven de ocho años me dijo, con seriedad, fue “voy a ahorrar
esta plata para ser presidente como Evo Morales”. Eso me dijo.

Esta es la revolución de la mente, la victoria ideológica previa a las victorias políticas, a


las grandes victorias electorales; el cambio en el mundo de las percepciones de la gente.
Es lo que se trabajó entre el año 2000 y 2005. De manera que la victoria del presidente
Evo –que para muchos se va a presentar como un rayo en cielo despejado- había tenido
todo un basamento silencioso de luchas discursivas, de luchas organizativas no
solamente en los periódicos, que son lugares donde se construye opinión pública; hay
otros escenarios alternativos de opinión pública, como las radios comunitarias, los
volantes, las universidades, las asambleas barriales y obreras que son también
escenarios no muy visibles de opinión pública. Ahí se fue ganando la opinión pública con
otra posibilidad de sociedad, de otra Bolivia posible, de barrios, comunidades, asambleas,
fábricas, radios y al final se creó un cerco de opinión pública hacia la opinión pública
oficial siempre muy conservadora, que siempre va a ser la trinchera de los sectores más
conservadores que son los que tienen plata. Pero esos no son invencibles; es posible
aplicarles una estrategia maoísta –digámoslo así- de opinión pública, una especie de
cerco que va por los espacios reticulares, aparentemente invisibles, pero que generan en
la juventud, en estudiantes, en investigadores, comunicadores, otros sentido común, otra
idea fuerza de lo que puede ser el país.
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En el año 2005 se logra la primera victoria electoral. Se tiene el gobierno, pero no se tiene
el poder porque el Senado sigue en manos de la derecha, porque la economía boliviana
está desquiciada, endeudada y en manos de países y empresas extranjeras. No se tiene
el poder porque las estructuras de dominación judiciales siguen controladas por las viejas
élites. Es decir que se logra el gobierno pero no se tiene el poder.

A partir del 2005 se va a iniciar una segunda etapa de la conversión de la victoria electoral
en construcción de poder. Y eso pasa por varias medidas, cada una tan audaz como
peligrosa. Había que desmontar el poder económico de las viejas oligarquías ante todo,
de las empresas extranjeras y la propiedad de la tierra, que son la base material del poder
conservador en mi país. En el primer caso lo que se hizo fue nacionalizar, aún con riesgo
de bloqueo económico, de que nos fusilen o nos crucifiquen. El presidente Evo, a tres
meses de asumir el gobierno, declaró la nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia.
Nos decían de todo: que no convenía, que nos iban a bloquear los mercados, que no iba
a haber tecnología, que iban a cerrarnos las válvulas y los ductos, que no iba a haber
gente capaz, que las potencias internacionales nos iban a bloquear cualquier tipo de
actividad comercial; se generó toda una serie de miedos para que no tomáramos esa
decisión. Al final la tomamos.

Visto a ocho años de distancia podemos decir que fue una medida acertada, plenamente,
porque eso modificó la correlación de fuerzas del poder económico. Hasta entonces, el
Estado boliviano solamente controlaba el 12% de la economía. Hoy, el Estado boliviano
controla el 40% de la economía, lo que le permite controlar las divisas, internalizar el
excedente. Bolivia, pese a su pequeñez y su pobreza, era un país exportador de dinero;
sobre esa miseria que arrastrábamos, exportábamos dinero y capital. A través de la
nacionalización lo que se logra es que el excedente, la ganancia que se genera en
electricidad, en telecomunicaciones, gas y petróleo, quede en el país.

Con esta medida Bolivia ha pasado de tener una economía de ocho mil millones de
dólares en 2005 –debe ser más pequeña que la economía de Río Cuarto, ocho mil
millones no es nada para la Argentina- a una economía de treinta y tres mil millones de
dólares en ocho años. ¿Qué significa esto? La economía se ha multiplicado por tres y
medio en ocho años, solo reteniendo el excedente gasífero. Cuando llegamos al gobierno
teníamos dos mil trescientos millones de dólares en reservas internacionales, en ocho
años hemos llegado a quince mil millones de dólares en reservas; es decir que la mitad
del PBI lo tenemos en reservas internacionales. Hasta entonces, todo el gasto público de
Bolivia era de seiscientos millones de dólares -en inversión, no en salarios, sino en
infraestructura-; para el 2014 están planificados seis mil millones de dólares para
inversión pública, diez veces más. Y eso lo coloca a uno en otras condiciones de
negociación. En mi patria, en el año 2003, el presidente decretó un incremento de los
impuestos para los asalariados –no para los empresarios- porque no tenía plata y el FMI
le dijo “te prestamos dos mil millones de dólares, pero tú elevas los impuestos a los
asalariados”. Lo hizo y se vino una sublevación donde se enfrentaron policías y militares
en plena plaza frente a la sede de gobierno, donde murieron más de dieciséis personas.
El 2005 el presidente Mesa tuvo que pedir auxilio a los organismos internacionales porque
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no había plata. Nacionalizamos y cada año, no solo hemos subido el salario mínimo que
en Bolivia, hace cinco años, llegaba a 35 dólares mensuales. Hoy está en 210 dólares.
Dirán que no es gran cosa porque aquí el salario mínimo será de 350 dólares, pero
nosotros ya estamos en 210 y en cinco años llegaremos a los 350 dólares.

¿Qué quiero decir? Que la retención del excedente económico le permite al gobierno un
conjunto de palancas extraordinarias. Palancas en el ámbito del control cambiario, en la
retención de divisas, en la definición de salarios, en la inversión pública, en la
redistribución de los recursos hacia los más necesitados y los más pobres.

Bolivia era conocida como el país más pobre de América Latina. Cuando hemos llegado al
gobierno, el 49% de los bolivianos era extremadamente pobre; es decir que tenían un
ingreso inferior a un dólar por día. Seguimos teniendo gente extremadamente pobre, pero
en cinco, seis años, del 49% hemos llegado al 20% y para cuando finalice esta década
queremos llegar a un 5% de población extremadamente pobre que es un nivel “aceptable”
al nivel del continente. Eso sería imposible si no tuviéramos dinero, si tuviéramos que ir a
negociar a cada rato con el Banco Mundial o con el FMI. Hoy en Bolivia definimos
nuestras políticas públicas a partir de nuestro propio presupuesto. Nos hemos establecido
metas muy claras: industrializar el gas, el litio, la agricultura y los minerales. Hoy somos
un país exportador de materias primas, pero tenemos como meta –hasta el año 2025,
once años- exportar cero materia prima y exportar puro producto industrializado. Y
tenemos los recursos para hacerlo.

Un elemento clave para los procesos revolucionarios es la capacidad de gestión


económica y eso es clave, mis compañeros. Es la base material. Hemos aprendido que la
base material de cualquier sociedad es su economía. Podemos tener problemas de
luchas, fracciones, tendencias, pero si la base económica es sólida esas luchas
ideológicas y políticas son remontables. Y por lo general los gobiernos de izquierda
hemos sido, hasta antes, malos administradores económicos. Es el caso de Bolivia, que
en 1985, una coalición de izquierda (el MIR, el Partido Comunista y el MNRI) llegó al
gobierno, pero duró dos años. No se atrevieron a tomar decisiones económicas, tenían el
parlamento en contra, economías estatales debilitadas. En dos años el fracaso económico
de la izquierda preparó la avanzada de la derecha. Encima había agrupaciones más
radicales de troskistas que serruchaban el piso a los izquierdistas que al final se cayeron.
Fue así. Y no entró el troskismo al gobierno. Uno diría “qué bien que les des duro así
entra la más izquierda”, no fue así. Cuando hay un gobierno progresista y lo atacas por la
izquierda no entra la izquierda más radical, lo que entra es la derecha. Y en Bolivia, el
fracaso de la izquierda y el ataque de la extrema izquierda preparó el terreno de veinte
años de derrotas terribles que sembraron tanto dolor en mi país.

A un gobierno de izquierda progresista hay que potenciarlo, radicalizarlo, empujarlo; pero


es sobre lo que hay, lo que existe, lo construido. Y ahí está la clave de un buen manejo
económico. Los gobiernos de izquierda tenemos que dar la señal de que también
podemos administrar de buena manera la economía. Es complicado porque asistimos a
cada rato a boicots. En Bolivia nos han boicoteado los banqueros, los agricultores y
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exportadores; nos han boicoteado los organismos internacionales y las empresas
petroleras. Vamos a asistir a boicots a cada rato porque les hemos quitado su poder de
decisión; les hemos quitado el dinero: millones de dólares que antes se llevaban al
extranjero. Porque lo importante es tomar las decisiones y cuando hay problemas
decírselo al pueblo y explicarle a la gente. La economía es un tema de interés público y si
hay un problema con tal o cual sector se debe enfrentar a ese sector con el pueblo; y si
hay que tomar alguna otra medida económica que afecta el interés de un sector, hay que
explicarla. Un gobierno revolucionario tiene que tomar medidas de cara al pueblo y
potenciando permanentemente esta retención del excedente que amplía el mercado
interno y le da a uno soberanía para la toma de decisiones.

Este es el gran reto. Quizás el reto más importante en el siglo XXI para los gobiernos
progresistas y de izquierda: sanear la economía. Y para hacerlo, para sanear la
economía, hay que tomar decisiones fuertes, decisiones que permitan al Estado la
fortaleza y el control. No estamos hablando de estatizar la economía; eso no funciona.
Pero es importante que el Estado tenga un papel importante en el control, la regulación y
la generación de ese excedente y sobre ese núcleo viene la inversión privada local, viene
la inversión extranjera, viene el pequeño productor, el comerciante; viene la economía
comunitaria. Tiene que haber un eje nucleador del funcionamiento del resto de la
economía. No es fácil. Estoy hablando con sencillez pero es complicado. En todo caso, en
la gestión económica, enfrentando valientemente las dificultades, explicando a la gente
esos problemas y avanzando conjuntamente para remontar la adversidad es que un
gobierno progresista y revolucionario puede avanzar en los siguientes pasos. Ese es un
primer elemento.

Un segundo elemento es la relación Estado-Movimientos sociales. Todo Estado –nunca lo


olvidemos- es un monopolio, es concentración de decisiones. Pero también todo Estado
es una relación social. Hemos aprendido del marxismo que el Estado es una máquina,
pero el marxismo también dice que el Estado es una relación social, que se vuelve
máquina, que se objetiviza en instituciones y procedimientos impersonales. Es una
máquina, pero es una máquina relacional y eso significa que en el Estado están
condensadas las clases y las luchas de las clases sociales y que uno no puede renunciar
a la lucha en el Estado. No hay que contentarse con el Estado ni podemos concentrar
todas nuestras fuerzas en el Estado. Pero no podemos eludir la lucha por el Estado y a
esa lucha articularla con la que se da por fuera del Estado. Una fortaleza de la
organización social y una presencia en el Estado le permite a uno movilizarse con las dos
herramientas, los dos pies que permiten viabilizar procesos de transformación social. En
este sentido, en Bolivia se ha logrado una excelente alianza con la Central Obrera
Boliviana, con el movimiento obrero; una excelente articulación con el movimiento urbano,
popular y vecinal que conforman el núcleo de irradiación. Esto forma el bloque de poder.

Pero hay otros sectores que forman parte de la economía y de la sociedad. El sector
empresarial por ejemplo, ¿qué se hace con ellos?, ¿se los margina o se lo articula? La
experiencia nuestra es la siguiente (y no la quiero colocar como algo a repetir): primero
hay que derrotar su proyecto, hay que derrotar al sector y una vez derrotado ideológica y
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políticamente hay que articularlo de manera subordinada. En ese sentido, hay que
combinar a Gramsci con la idea de hegemonía como seducción, como liderazgo, con la
idea leninista de hegemonía que es derrotar al adversario e incorporarlo. Y así se va
expandiendo ese bloque para que logre abarcar a todo el país, para que se vuelva
duradero con el tiempo y, a la vez, sin correr el riesgo de que la ampliación del bloque
social te lleve al ablandamiento de tu contenido. Hay que derrotar las otras opciones. Es
un poco la experiencia de esta tensión creativa del proceso revolucionario entre
hegemonía como liderazgo y fortaleza del núcleo duro que conduce el proceso
revolucionario.

Una última contradicción viva de la revolución es lo que nos tensiona entre lo particular y
lo general. El movimiento social en Bolivia ha creado un programa general, es decir, ha
remontado lo gremial y lo corporativo para imaginar Bolivia en su conjunto. Se vuelve
universal. Nacionalización es una demanda para todos y no para un sector. La Asamblea
Constituyente es una propuesta para todos y no solamente para un sector. El gobierno
indígena es una propuesta de justicia social para todos y no solamente para un sector. Es
una propuesta universal. Pero el movimiento social no siempre mantiene propuestas
universales en todo momento. En momentos se repliega en lo particular, en lo corporativo
y es así la vida. La idea de un proceso revolucionario perpetuo, ascendente e
ininterrumpido es falsa porque la gente también tiene que ir a su casa. La gente puede
estar movilizada en la huelga, en la marcha o en el piquete uno, dos, tres meses pero
luego también se va a su casa a estar con su familia, tiene que comer de algo, quiere
jugar al fútbol porque es como cualquiera de nosotros, es un ser humano. Por eso Marx
hablaba sabiamente del proceso revolucionario como un flujo por oleadas que va y viene.
En el momento del ascenso es el momento de la universalización de las demandas. En el
momento del reflujo es el momento del corporativismo y el individualismo de la acción
colectiva y hay que saber entenderla, no criticarla; hay que saber que así es la dinámica
de lo social y sobre esa dinámica hay que esforzarse, como militante, como activista, para
buscar las mejores condiciones de un nuevo ascenso social que vuelva a levantar las
banderas universales. Pero debe pasar un buen tiempo, un mes, un año con movimientos
sociales fragmentados, corporativizados. Es parte de la dinámica social y no hay que
alarmarse de ello y no hay que pretender sustituir al corporativismo con la mera voluntad
estatal. Si uno quiere sustituir la acción colectiva con el voluntarismo universalista estatal
está sustituyendo a la sociedad y ese es un gran error que no podemos mantener.

Esto estamos haciendo en Bolivia, estas dificultades estamos teniendo, estas luchas
estamos haciendo. Estas son nuestras experiencias, que las queremos compartir con
ustedes hermanos y compañeros que tienen sus propias experiencias y dificultades y sus
propios logros. Lo que se hace en Argentina también es nuestro; nos sirve, nos ayuda. Lo
necesitamos, así como necesitamos que Argentina avance más. Bolivia sola no va a
poder asumir el reto de la transformación del continente. Argentina sola no puede asumir
la transformación del mundo. Ni Ecuador, ni Venezuela. Nos necesitamos. Sin ningún
intento de enseñarle unos a otros, ni nadie es modelo de nadie. Cada experiencia tiene su
particularidad y su riqueza; y lo que tenemos que hacer es compartir, enriquecernos,
apoyarnos conjuntamente. Estamos convencidos de que el triunfo definitivo de los
ASAMBLEA POPULAR DEL PENSAMIENTO EMANCIPATORIO
26 DE MAYO DE 2014 – RÍO CUARTO
procesos revolucionarios es continental o no es un triunfo y que cada experiencia por sí
misma puede debilitarse y/o agotarse. Y que a las dificultades de una experiencia
temporal tiene que venir el apoyo de otra experiencia más radical hasta que esta agarre
nuevamente fuerza para potenciarse e ir hacia adelante. No podemos perder esta gran
oportunidad continental. Nunca como hoy el continente presenta la mayor cantidad de
gobiernos y experiencias progresistas y revolucionarias en su historia. Nunca habíamos
vivido una cosa así. Lo que había era una continentalización de las dictaduras y de los
neoliberalismos, pero nunca una continentalización de las experiencias revolucionarias.

Es nuestro tiempo. Es nuestra época. Avancemos, apoyemos. Sobre lo construido,


fortalezcámoslo. No hay tiempo para dudas, no tenemos la oportunidad para retroceder;
se trata de seguir avanzando en lo nacional y en lo continental.

Hermanos argentinos, esto es lo que venimos haciendo los bolivianos, un pueblo humilde
y trabajador, un pueblo muy sacrificado y maltratado por la historia pero que hoy mira con
mucho optimismo y orgullo el destino del presidente Evo, de los movimientos sociales, del
liderazgo indígena. Y los necesitamos a ustedes, compañeros argentinos. Los
necesitamos en sus luchas, en sus esperanzas, en sus solidaridades y compromisos. No
podemos dejarnos solos ni abandonarnos unos a los otros. Nos necesitamos
mutuamente.

Sepan ustedes que Bolivia acompaña a Argentina y lo va a hacer hasta el último


momento, hasta la última gota de solidaridad internacional porque en Argentina, en Brasil,
en Uruguay, Paraguay, Chile, Ecuador, estamos amarrados indisolublemente y
asumamos el reto de construir conjuntamente una nueva patria, un nuevo continente, una
nueva esperanza.

Muchísimas gracias”.

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