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¿Por qué me molesto cuando las cosas no salen como quiero?

La ira, el enojo, la frustración y la impotencia son todas emociones que experimentamos los seres
humanos, incluyendo los cristianos. En ocasiones, estas emociones nos pueden empujar a
conductas pecaminosas que deshonran a Dios. Creo que todos, en alguna ocasión, nos hemos
molestado cuando las cosas no salen como esperamos. Sea de aquello que depende de nosotros o
de terceros, creo que todos hemos sentido frustración, enojo e indignación cuando no se hacen las
cosas como queremos.

Pero ¿hasta qué punto se justifica una reacción desmedida o de enojo cuando las cosas no salen
bien? O sería mejor preguntar ¿Porqué nos enojamos tanto cuando las cosas no resultan como
queremos o esperamos?

Los creyentes debemos vivir para glorificar a Dios (Isaías 43:7), por qué no solo fuimos creados
sino también redimidos por él y todo esto para Su gloria. Este debe ser el criterio que gobierne
nuestras vidas (Colosenses 3:23). Desde nuestras palabras y acciones hasta los pensamientos y
actitudes, todo debe ser para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31), incluyendo nuestras reacciones.

Por eso, quiero proponer algunas de las causas que nos impulsan a enojarnos y a frustrarnos
cuando las cosas salen mal. Entendiendo que esto incluye situaciones donde somos nosotros
mismos u otra persona los causantes del enojo:

I. Expectativas irreales

En ocasiones nos hacemos muchas e irreales expectativas acerca de nosotros o de los demás
(También esto incluye las expectativas no expresadas). Cuando esperamos resultados ideales y
exactos, seguramente nos vamos a molestar cuando esos resultados no se produzcan. Los
creyentes debemos hacer lo mejor de nuestros esfuerzos, pero debemos descansar en qué los
resultados finales, son determinados por Dios. Nuestra responsabilidad es la obediencia y la de
Dios las consecuencias. De otro lado, nos frustramos, por qué esperamos de las personas lo que
ellas no pueden darnos ya sea por falta de tiempo o de destreza. Como sea que fuere, sea en casa,
en el trabajo o en cualquier otro contexto, expectativas irreales nos llevarán a la decepción.

II. Vanagloria

En los casos cuando nuestro esfuerzo, trabajo y diligencia será evidente a los ojos de los demás,
queremos legítimamente hacer las cosas bien. Sin embargo cuando sucede lo contrario, casi
siempre estamos más preocupados de nuestra reputación o del ¿qué dirán?. La búsqueda de
gloria personal nos impulsa muchas veces a ser intolerantes a los errores y los fracasos. Entiéndase
intolerantes con nosotros mismos y con los demás. A veces la búsqueda de ‘excelencia’ es
búsqueda de reconocimiento y en otros casos los deseos de hacer las cosas bien, solo nacen de
motivos egoístas. La vanagloria puede ser combustible de un irracional ‘perfeccionismo’. Por eso el
apóstol Pablo decía al creyente “que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino
que piense de sí con cordura” (Romanos 12:3)

III. Falta de confianza

He dejado esta para el final, porque creo que molestarse cuando las cosas no salen bien, en la gran
mayoría de los casos es debido a una falta de confianza en Dios. Fallar en comprender que Dios
está en control y nosotros no. Cuando nos indignamos, quizá estamos cuestionando la voluntad
de Dios. Cuando nos frustramos, olvidamos que Dios es quien determina los resultados. Olvidamos
que el Señor es soberano y nosotros no. Fue Dios quien le dijo a Israel: “Mi consejo permanecerá,
y haré todo lo que quiero… (Isaías 46:10). Está fue la profunda convicción de Job en la aflicción
cuando dijo: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21). El rey David
al entender que el Dios soberano es quien determina las cosas, confesó: “Enmudecí, no abrí mi
boca, Porque tú lo hiciste” (Salmos 39:9). El rey Salomón dijo “Muchos son los planes en el corazón
del hombre, mas el consejo del Señor permanecerá. (Proverbios 19:21 LBLA). Todos ellos fueron
hombre que conocieron a Dios y entendían el valor de vivir para Su gloria, pero también entendían
que Dios es soberano incluso de los resultados finales. Ellos sabían que si las cosas no salían como
esperaban, Dios todavía estaba en control.

Mi exhortación es primeramente a reconocer nuestro error. El solo hecho de molestarnos no es un


pecado en sí, pero la ira nos puede inducir al mal. Por eso Pablo advertía: “Airaos, pero no
pequéis…” (Efesios 4:26). Sin embargo, las reacciones desmedidas de enojo, molestia y de
constante frustración son actitudes que no glorifican a Dios. Peor aun si lo que nos impulsa son
motivos pecaminosos como el orgullo, la vanagloria y la falta de confianza en Dios. En ese caso
debemos humillarnos, confesar nuestro pecado y pedirle perdón. Recordando que él se
compadece de nosotros “Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo”
(Salmos 103:14).

No quiero justificar los errores, ni tampoco fomentar una actitud conformista y mucho menos
fatalista. Sin embargo, debemos recordar, como anteriormente dije, que el creyente glorifica a
Dios desde sus palabras y acciones hasta sus pensamientos y actitudes.

A veces nos enojamos desmedidamente y no es para tanto. Vamos a estar tranquilos y a descansar
en Dios

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