Es decir, la existencia de pobres no seria espontanea ni tampoco seria respnsabilidad del
pbre, en el sentido de atribuirle su estado al hecho de que supuestamente es haragán ,
etcc.(por cierto, esta ultima falsa atribución de la pobreza es una idea muy extendida en el seno de la economia ultra liberal).
La po- breza aparece, pues, como una
relación interhumana injusta e insolidaria: así, los pobres se contraponen a los ricos, los que tienen hambre a los hartos, los que lloran a los que ríen, los despreciados, proscritos y ultrajados a los alabados siempre y aplaudidos (cf. Le 6, 20-26). De este modo Lucas enlaza con aquel ardiente clamor en pro de los pobres que alentaba en los grandes profetas preexílicos, donde eran frecuentes estas contraposiciones entre riqueza exagerada y pobreza extrema (cf. Is 3, 10-15; 5, 8-17; Am 3, 10-11; 6, 3-7; Miq 2, 1-3), así como la denuncia de la insolidaridad reinante.
El pecado era entendido de forma
inadecuada: en vez de insistir en la rela- ción personal incorrecta con el Dios vivo y con los hombres como imagen suya, se concebía como desobediencia a unas leyes impersonales y con frecuencia nimias. El pecado podía así contraerse de forma mecánica, por la mera inobservancia involuntaria de un precepto. De este modo, el concepto de pecador pasa de ser una categoría éticoreligiosa a ser una categoría social. Así, el farise- ísmo oficial propendía claramente a identificar pobreza y peca- do: los enfermos, los ciegos, los leprosos, lo son como conse- cuencia de su culpa, como castigo de Dios por su pecado. El evangelio de Juan nos ofrece un reflejo de esta mentalidad: el ciego de nacimiento, por el mero hecho de serlo, es un «hom- bre pecador» (Jn 9, 2-3. 16. 34; cf. también en Le 13, 2-5 un caso análogo). De este modo, en la práctica, pobres y pecadores vienen a coincidir en la misma escala o clase social: todos son mal vis- tos, despreciados, excluidos de la plenitud de derechos en la comunidad, marginados en mayor o menor grado, los «últi- mos».