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Instrucción n 14. 18
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Id. n 15.
Esta última consideración pone de relieve la misión de los padres cristianos de transmitir a sus
hijos la fe que han recibido. De esta manera podemos ver el problema desde un punto de vista
diametralmente opuesto a lo que hemos dicho hasta ahora. No sólo se puede hablar del
derecho de bautizar a un niño sino incluso de la obligación que tienen los padres de hacerlo.
Recordemos que el bautismo es un sacramento de iniciación y por lo tanto se corresponde
perfectamente a la entrada en la vida que es el nacimiento. Anticipar en el niño la vida de la
gracia no es distinto de otro conjunto de anticipaciones que también los padres le hacen vivir.
Nadie le pregunta a un chico si quiere alimentarse o no, si quiere curarse o no. Los padres
procuran desde siempre dar lo mejor para sus hijos. Y que mejor para un hijo que la vida de los
hijos de Dios. Recordemos también que todo bautismo, aún el de adultos, es una gracia de
Dios, es decir, se recibe como regalo y no por derecho propio. La fe es sólo respuesta a la
iniciativa de Dios que ha querido hacernos sus hijos.
Estas reflexiones nos llevan a plantearnos la importancia que adquieren los padres y los
padrinos en el bautismo de niños. Ellos no son sólo espectadores sino quienes asumen la
responsabilidad de poner todos los medios necesarios para que ese bautismo de sus frutos.
Obviamente la responsabilidad mayor recae sobre los padres, siendo los padrinos
colaboradores de ellos en esta tarea.
Esto implica que los padres se comprometan a educar a sus hijos en la fe. Esto no es más que
confirmar lo que prometieron al casarse. Sería ilógico bautizar a un niño que sabemos no será
educado en la fe. El bautismo, como todo sacramento, no es mágico y por lo tanto, sin la
colaboración de la persona, será infructuoso. Obviamente, si el chico no tiene padres, esta
obligación recae sobre quienes toman su lugar.
El Código de Derecho Canónico solo contempla un caso en el que se puede bautizar a un chico
sin el consentimiento de los padres y es en caso de muerte. En todos los otros casos se debe
procurar la conveniente educación en la fe del que ha recibido el bautismo.
Con respecto a los padrinos, debemos pensar en ellos como los representantes de la
comunidad que acompañan a los nuevos bautizados. Se espera del padrino que anime al
bautizado y colabore, en el caso del bautismo de niños, con su educación en la fe. Por esta
razón, es lógica la exigencia de que los padrinos estén a su vez bautizados y sean coherentes
en su vida de fe así como también tengan la posibilidad real de acompañar a sus ahijados. No
cumpliría mucho su función un padrino que no tiene idea de su fe o que vive a 1000 Km de su
ahijado y lo ve muy esporádicamente.
El Código de Derecho Canónico pide que los padrinos sean elegidos por quien va a bautizarse o
por sus padres, que haya cumplido 16 años, y que haya recibido los sacramentos de iniciación
llevando una vida acorde con su fe.
Finalmente queda una última pregunta en relación con el bautismo de niños: la suerte de
aquellos que mueren sin estar bautizados. Ya hemos visto como San Agustín, defendiendo
frente a los pelagianos la doctrina del pecado original, se vio en la necesidad de admitir que los
niños muertos sin el bautismo se condenaban.
El magisterio afirmó esta opinión. Hacia el s. XIII, San Alberto Magno habló explícitamente del
“limbo de los niños”. Sería este un lugar intermedio entre el cielo y el infierno donde no habría
sufrimiento pero tampoco ningún tipo de gozo. Desde ese momento se hizo común este
término y se enseñó teológica y catequisticamente, aunque nunca fue admitido por
unanimidad por los teólogos.
Trento tomó la doctrina del limbo y dijo que los niños muertos sin bautizar gozan de la
felicidad natural pero no de la sobrenatural que consiste en la visión de Dios.
Hoy en día la teología rechaza la teoría del limbo. No hay ningún fundamento escriturístico; el
concilio de Cartago descarta dogmáticamente todo lugar intermedio; tampoco se entiende que
en nuestra actual economía de la salvación exista la posibilidad de una felicidad natural.
Se han intentado algunas respuestas a partir del deseo de los padres cristianos de bautizar a
sus hijos pero esto incluiría un elemento ajeno a la persona en el proceso salvífico. Otras
explicaciones han hablado de una iluminación especial de los niños en el momento mismo de
la muerte, de manera que ellos mismos puedan decidir sobre su suerte. También se ha querido
comparar la muerte del niño con la del mártir y relacionarlo con el bautismo de sangre.
Ninguna de estas respuestas ofrece una explicación satisfactoria.
La práctica actual de la Iglesia, recogida por el Código de Derecho Canónco, sigue afirmando la
necesidad de bautizar siempre que sea posible a los niños en peligro de muerte3, aún sin el
consentimiento de los padres4. Incluso los fetos abortivos, si viven, deben ser bautizados.5 Por
otro lado no debemos olvidar el designio universal de salvación por parte de Dios, y por lo
tanto, la confianza plena en su misericordia. Esto también está expresado en la pastoral
eclesial en los textos de las exequias de niños sin bautizar. Una de las oraciones propuestas por
el ritual reza de la siguiente manera: “Señor, recibe las súplicas de tus fieles, angustiados por el
dolor de haber perdido a este niño; concédeles la gracia de reanimarse confiando en tu gran
misericordia. Por Jesucristo Nuestro Señor.”
Vemos así que la sabiduría de la Iglesia expresada en su praxis excluye la indiferencia ante el
bautismo como la desesperación por la salvación eterna de los niños.
Según Dionisio Borobio, el bautismo de niños es un “sacramento especial”. Si bien en la Iglesia
ha existido siempre esta praxis, también han existido controversias en torno a ella. Es
necesario entonces también hoy valorizar convenientemente esta práctica reconociendo los
aspectos positivos y limitativos de la misma.
Borobio examina el tema desde distintas perspectivas. Según una perspectiva antropológica, el
bautismo coincide con un momento fuerte de la vida como es el nacimiento. Así como otros
sacramentos acompañan situaciones de “tránsito” (primera eucaristía, confirmación,
matrimonio, unción de los enfermos), así también el bautismo acompaña el nacimiento con
todo lo que esto significa. Todo nacimiento conlleva una experiencia trascendente que reclama
la ritualización sacramental para poder celebrar ese momento. Si la experiencia humana
reclama lo trascendente, allí está el sacramento del bautismo para dar respuesta a esa
necesidad. Al mismo tiempo, es verdad que son los padres, más que el niño mismo, quienes
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CIC 867, 2
4
CIC 868, 2
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CIC 871
viven el nacimiento como una apertura a lo trascendente. Y es justamente esta experiencia la
que da sentido a la presencia sacramental. Es necesario que la persona asuma posteriormente
su baustismo, a medida que vaya creciendo y “naciendo” a la vida. Así como es necesario que
una persona se asuma a sí misma libre y conscientemente, así también debe suceder con su fe
y con su bautismo. En este sentido Borobio concluye que el bautismo, desde esta perspectiva
antropológica, está justificado plenamente justificado pero es incompleto. Tiene pleno sentido
para los padres, pero es una realidad que pide ser completada en los niños.
Desde una perspectiva teológica todo sacramento, y también el bautismo, es una acción de la
gracia de Dios. Esto significa que no hay nada en el hombre que pueda “exigir” el bautismo,
sino que es puro don. Pero este don debe ser aceptado libremente por la persona que lo
recibe. Está claro que en el bautismo de niños se cumple lo primero y se desdibuja lo segundo.
Cuando se bautiza a un niño se está manifestando abiertamente que la gracia es un don
gratuito de Dios que se da a los hombres, que Dios es quien da el primer paso ofreciendose a sí
mismo, que la salvación es un don objetivo de Dios no limitado por la respuesta del hombre y
que llega definitivamente a todo hombre. Sin embargo es cierto también que Dios no actúa en
el hombre avasallando su libertad sino convocando al hombre a responder a esta salvación
que se le ofrece. Es claro que en el bautismo de niños, esta respuesta queda diferida hasta que
la persona sea capaz de asumir libremente su respuesta. La Iglesia ha entendido que cuando
un niño se bautiza es la misma Iglesia la que asume esta respuesta afirmativa
comprometiéndose a acompañar a la persona en su camino hacia una respuesta personal y
libre. La Iglesia no es solo mediadora del bautismo, sino que actúa a la vez como sujeto activo y
pasivo del mismo: ella bautiza y es a la vez bautizada. El niño es bautizado en la Iglesia y por la
Iglesia, quedando de manifiesto la dimensión eclesial del sacramento.
Otra perspectiva analizada por Borobio es la relacionada con el pecado original. En este
sentido está claro que el niño es “arrancado” del dominio del pecado y “sumergido” en el
ámbito de la salvación ofrecida por Jesús. En el caso del bautismo de niños queda remarcada la
realidad “objetiva” de ambas situaciones, aunque se desdibuja la lucha contra el pecado y el
perdón de los pecados personales, que se da en el bautismo de adultos.
En cuanto a la perspectiva eclesiológica, debemos descubrir a la Iglesia en toda su dimensión
maternal. Así como va “dando a luz” al catecúmeno, así también ejerce esta mediación al
comprometerse a educar al niño en la fe. Como positivo, se aprecia este compromiso que
facilita el crecimiento de la gracia en el niño bautizado. Como limitativo, el hecho de que este
compromiso no es garantía cierta, y en muchos casos quedará pendiente la incorporación
plena de la persona a la Iglesia.
Con similares características podemos analizar el hecho desde la perspectiva de la iniciación
cristiana. Si bien es positivo el bautismo como inicio de la fe y signo de la acción gratuita de
Dios, quedará para después todo el proceso de conversión y de personalización de la fe.
Borobio sintetiza de esta manera los aspectos positivos y negativos del bautismo de niños6:
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Cfr. D. Borobio, op. cit., p. 345.
Aspectos positivos Aspectos limitativos
Asume la situación humana del Pero es una situación bi-valente
Perspectiva antropológica
nacimiento
Perspectiva teológica Expresa de forma especial la Pero no expresa la acogida
gratuidad personal
Perspectiva protológica Expresa el perdón del pecado Pero no se asume lucha contra
original el pecado
Perspectiva eclesiológica Nos hacemos miembros pasivos Pero no se asume la pertenencia
de la Iglesia activa
Perspectiva iniciatoria Es comienzo desencadenante del Pero no puede asegurar que se
proceso realice