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EL CABALLO EN EL POZO LA ÚLTIMA PREGUNTA

Un campesino, que
luchaba con
muchas
dificultades, poseía
algunos caballos
para que lo
ayudasen en los
trabajos de su
pequeña hacienda.
Un día, su capataz
le trajo la noticia
de que uno de los
caballos había
caído en un viejo Durante mi último curso en la escuela, nuestro profesor nos puso un examen.
pozo abandonado. Leí rápidamente todas las preguntas, hasta que llegué a la ultima, que decía
El pozo era muy así: ¿Cuál es el nombre de la mujer que limpia la escuela? Seguramente era
profundo y sería una broma. Yo había visto muchas veces a la mujer que limpiaba la escuela.
extremadamente difícil sacar el caballo de allí. Era alta, cabello oscuro, como de cincuenta anos, pero… ¿cómo iba yo a
El campesino fue rápidamente hasta el lugar del accidente, y evaluó la saber su nombre?
situación, asegurándose que el animal no se había lastimado. Pero, por la Entregué mi examen, dejando la última pregunta en blanco. Antes de que
dificultad y el alto precio para sacarlo del fondo del pozo, creyó que no valía terminara la clase, alguien le preguntó al profesor si la última pregunta
la pena invertir en la operación de rescate. Tomó entonces la difícil decisión contaría para la nota del examen. Por supuesto, dijo el profesor. En sus vidas
de decirle al capataz que sacrificase el animal tirando tierra en el pozo hasta ustedes conocerán muchas personas. Todas son importantes. Todas merecen
enterrarlo, allí mismo. su atención y cuidado, aunque solo les sonrían y digan: !Hola! Yo nunca
Y así se hizo. Comenzaron a lanzar tierra dentro del pozo de forma de cubrir olvidé esa lección.
al caballo. Pero, a medida que la tierra caía en el animal este la sacudía y se También aprendí que su nombre era Dorothy.
iba acumulando en el fondo, posibilitando al caballo para ir subiendo. Los
hombres se dieron cuenta que el caballo no se dejaba enterrar, sino al LAS DOS RANITAS
contrario, estaba subiendo hasta que finalmente consiguió salir.
Si estás “allá abajo”, sintiéndote poco valorado, y otros lanzan tierra sobre
ti, recuerda el caballo de esta historia. Sacude la tierra y sube sobre ella.

EL ÁRBOL DE LAS MANZANAS

Resulta que había dos ranitas que aprovechando su día libre salieron a
pasear por una hermosa mansión. Cuando llegaron a la cocina en busca de
algo de comer, se resbalaron en unas gotas de aceite para caer en una gran
olla de crema.Ambas desesperadas comenzaron a defenderse de la masa
movediza que las iba devorando, hasta que una de ella dijo:-Querida amiga
ha llegado mi hora, por más que me esfuerce nunca podré salir con vida de
esta situación, no tengo opción yo me entrego, mi vida ha terminado… Y
dejando de patalear, lentamente fue desapareciendo de la superficie.
La amiga, por su parte pensó: Yo no sé si hoy es mi día, así que no me
entregaré, en todo caso seguiré luchando hasta que Dios me llamé, pero que
antes observe que hice todo lo imposible para conservar mi vida.La ranita
Hace mucho tiempo existía un enorme árbol de manzanas. Un pequeño niño siguió sin descanso moviendo sus patas, y lo hizo con tanta decisión y con
lo apreciaba mucho y todos los días jugaba a su alrededor. Trepaba por el tanta voluntad,que sin darse cuenta la crema se convirtió en manteca,
árbol, y le daba sombra. El niño amaba al árbol y el árbol amaba al niño. pudiendo pisar firme y escapar tranquilamente.
Pasó el tiempo y el pequeño niño creció y el nunca más volvió a jugar
alrededor del enorme árbol. Un día el muchacho regresó al árbol y escuchó
que el árbol le dijo triste: “¿Vienes a jugar conmigo?”. Pero el muchacho
LA JOYA
contestó: “Ya no soy el niño de antes que jugaba alrededor de enormes
árboles.
Lo que ahora quiero son juguetes y necesito dinero para comprarlos”. “Lo Un monje andariego se encontró, en uno de
siento, dijo el árbol, pero no tengo dinero… pero puedes tomar todas mis sus viajes, una piedra preciosa, y la guardó en
manzanas y venderlas. Así obtendrás el dinero para tus juguetes”. El su talega. Un día se encontró con un viajero
muchacho se sintió muy feliz. Tomó todas las manzanas y obtuvo el dinero y el y, al abrir su talega para compartir con él sus
árbol volvió a ser feliz. Pero el muchacho nunca volvió después de obtener el provisiones, el viajero vio la joya y se la pidió.
dinero y el árbol volvió a estar triste.
Tiempo después, el muchacho regresó y el árbol se puso feliz y le preguntó: El monje se la dio sin más. El viajero le dio las
“¿Vienes a jugar conmigo?”. “No tengo tiempo para jugar. Debo trabajar gracias y marchó lleno de gozo con aquel
para mi familia. Necesito una casa para compartir con mi esposa e hijos. regalo inesperado de la piedra preciosa que bastaría para darle riqueza y
¿Puedes ayudarme?”. “Lo siento, no tengo una casa, pero… puedes cortar seguridad todo el resto de sus días. Sin embargo, pocos días después volvió en
mis ramas y construir tu casa”. El joven cortó todas las ramas del árbol y busca del monje mendicante, lo encontró, le devolvió la joya y le suplicó:
esto hizo feliz nuevamente al árbol, pero el joven nunca más volvió desde esa “Ahora te ruego que me des algo de mucho más valor que esta joya.
vez y el árbol volvió a estar triste y solitario. Cierto día de un cálido verano,
el hombre regresó y el árbol estaba encantado. “Vienes a jugar conmigo?”,
Dame, por favor, lo que te permitió dármela a mí”.
le preguntó el árbol.
Lupita, la mariquita rica Poco más poseía aquel hombre, salvo una pequeña flauta que le
alegraba las noches, mientras todos dormían y él despertaba. Y sin
Lupita era una mariquita, que embargo, era el hombre más rico de la ciudad.
soñaba con volar sola hasta lo Cuando la ciudad dormía todo se tornaba de paz y tranquilidad por las
más alto, para distinguirse de las calles y recovecos de aquel lugar. Solo un pequeño hombrecillo y su
demás. Tras la suculenta herencia gato de cien manchas, permanecían en aquel momento con los ojos
abiertos. Aquel vagabundo (como le llamaban), hacía entonces sonar
de su padre Epafrodito, que en
su flauta llenando las avenidas de alegría, color y magia. Sentado a los
paz descanse, Lupita se convirtió pies de la mismísima luna, cada noche silbaba el músico al viento todas
en la mariquita más rica las melodías que recordaba.
de Pueblobichito, su humilde – ¡Qué dichoso y afortunado me siento aquí sentado! – comentaba a
ciudad. menudo el músico acariciando a su curioso y pintoresco gato.
Arropadito por un buen manto de estrellas, tocaba y tocaba sin darse
Al verse con tanto dinero, Lupita cuenta la noche entera, y cuando todos comenzaban a despertar volvía
se volvió tan caprichosa, que junto a su gato a buscar tejados mullidos donde poder reposar.
incluso se cansó de andar, y Así una y otra vez hasta que acabase el día, y la noche y la música
decidió invertir su fortuna en tuviesen de nuevo lugar.
viajes para al fin conseguir volar, como ninguna otra mariquita lo había hecho
jamás.
El Pirata Escacharrado
Subió en helicópteros, viajó en avión, y hasta surcando el cielo en globo a Érase una vez un pirata, al que la
Lupita (que todo se le hacía poco) se la vio. Viajaba Lupita siempre
mala suerte (sin saber por qué),
maquillada con enormes pestañas, y ataviada con largos guantes de seda y
un sombrero tan grande que se la veía a cien pies. le había venido a ver…
El pirata tenía un ojo de palo,
Pero pronto, Lupita empezó a necesitar a alguien con quien poder compartir una pata llena de ojos y hasta
todas las maravillas que había visto a lo largo de tanto viaje. Empezó a una larga melena, que se le había
imaginar, mientras contemplaba el mundo, como sería la vida con otro
mudado de la cabeza a los
bichito que la susurrara canciones a la orilla del mar o celebrase con ella la
Navidad. Recordaba con tristeza a sus amigas Críspula y Cristeta, con las pies. ¡Parecía que le hubieran
cuales se pasaba horas enteras jugando y sobrevolando los arbustos espesos vuelto del revés!
y radiantes en primavera. O a Serapio y su brillante mirada, posándose sobre
sus pequeñas alas en los días más espléndidos de la florida estación. Y Lupita Aquel corsario destartalado ya no
sintió de repente una profunda tristeza que con su dinero no podía arreglar. tenía cuchillos, ni garfios, ni parche en el ojo… ni cara de malo.
Pero tenía unas uñas tan largas, que le servían de ancla cuando
Decidió entonces poner sus patitas en tierra para ordenar todas aquellas frenaba su barco, para poder hacer pie. Y es que hasta las
ideas. Y vagando de un lado a otro, llegó a un extraño lugar al que se dirigían anclas se habían alejado de él.
muchas mariquitas de su ciudad. La Cueva del Suplicio, como se llamaba, era Descansaba el pirata siempre en islas desiertas, puesto que
un sitio a donde acudían la mayoría de mariquitas que no tenían nada, para todo desaparecía nada más posarse en ellas. Y así vivía
empeñar lo poco que les quedaba y así dárselo a los demás el día de Navidad. asustando al miedo, con su ojo de palo, su pata llena de ojos y
sus pies llenos de pelo.
Viendo a aquellas mariquitas luchar por no perder la sonrisa de los suyos, con
su propio esfuerzo y sin ayuda de los demás, comprendió Lupita que no eran
 La Tierra y el Mar me han olvidado…– se lamentaba el
ellos los pobres y se avergonzó de su codicia y su vanidad.
escacharrado pirata– ¡A pesar de haber robado cien barcos,
Decidió en aquel momento Lupita, depositar en aquel lugar todo su capital,
incluidos sus guantes de seda y su gigante sombrero. ¡Quería ser como las navegado mil horas y haber sido un pirata tan malo!
demás!
No le quedaban fuerzas ya a aquel pirata, para seguir
intentando lo del ser un pirata malo. Y decidió, tras mucho
Lupita había comprendido al fin que, en volar hasta lo más alto, no se
pensar, abandonar sus galones (cuatro jirones mal remendados
encontraba la felicidad.
sobre la solapa de una chaqueta vieja y tiesa) en alta mar.
Y a partir de entonces, la mala suerte ya no vino a visitarle
El vagabundo y la luna nunca más…
Érase una vez un extraño
hombrecillo que moraba entre las
sombras de una ciudad. Prefería la
noche al día, y al alba, se
acomodaba sobre los tejados más
mullidos de la capital. La gente,
que nada de él conocía,
acostumbraba a susurrar a su
espalda mientras el hombrecillo
dormía, ajeno a los demás.

– ¡Pobre vagabundo! –se


lamentaban los más bondadosos–
¡Qué vida tan desgraciada
tendrá!
A aquel extraño vecino le acompañaba siempre un gato, lleno de tantas
manchas que parecía vestido de lunares, y ¡hasta unas botitas blancas
parecía calzar!

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