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Es obvio que los/as jóvenes requieren tener las competencias para ejercer una
profesión, adecuarse a las nuevas demandas laborales, o mejorar el desempeño;
pero también es vital que simultáneamente el sistema formativo refuerce las
competencias y capacidades para la comunicación social, la cooperación, la
solidaridad, la interculturalidad y el ejercicio de la ciudadanía. Hay además otras
competencias necesarias para salvaguardar o defender los derechos del trabajo, la
salud ocupacional, el diálogo en la empresa, y el trabajo decente, que la formación
profesional puede y debe abordar como parte del currículo. Aquí hay un vacío
evidente. Una finalidad esencial de toda formación profesional es la de relevar el
valor social y productivo del trabajo, ya que "el trabajo no es mercancía".
Empleabilidad y sociabilidad deben ser conceptos fuertemente ligados.
Tener esa visión holística del valor social y productivo del trabajo, afecta
directamente a un proceso de capital importancia: la socialización laboral de la
juventud. Este proceso debe tratarse adecuadamente a la hora de los análisis, los
debates y la valoración de las políticas de empleo (incluida la formación profesional).
Dicha socialización es un proceso de integración personal y grupal al mundo del
trabajo, a través de interacciones, relaciones, intercambios y adaptaciones de los/as
jóvenes al medio circundante; éste proceso va a estar condicionado además por la
cultura laboral y por las prácticas laborales imperantes en una sociedad o comunidad
determinada.
Es frecuente ver que la problemática del empleo y la integración laboral de los/os
jóvenes, se ciñe al manejo analítico de datos sobre la evolución de tasas de
desempleo o subempleo, a proyecciones de empleabilidad inmediata, y a soluciones
de capacitación coyuntural (como si la formación creara empleo por sí misma),
dejando a un lado la consideración de la importancia que tiene la socialización
laboral y lo que ésta significa para el desarrollo sicosociológico y profesional de la
juventud. Además, se suele tratar la categoría “jóvenes” como si las diferencias
individuales fueran superfluas.
Los aspectos propios de la socialización laboral de los/os jóvenes son muy poco
tomados en cuenta por los planificadores de políticas de empleo juvenil. La OIT
pondera todas las dimensiones de calidad de la vida laboral, y por ello promueve el
trabajo decente como objetivo global. El enfoque del trabajo decente tiene
implicaciones trascendentes para la socialización laboral de los/as jóvenes
(futuros/as adultos/as), para humanizar la cultura productiva, para la sustentabilidad
del desarrollo y de las empresas, y para la democratización presente y futura de las
relaciones laborales.
Por ello, el futuro del trabajo de los jóvenes hay que asegurarlo con un énfasis
específico, pero en el marco global de políticas de empleo integradoras, con enfoque
de género, capaces de crear un ecosistema laboral centrado en el trabajo decente,
como fuente de equilibrio y cohesión social.
Fuente: http://www.ilo.org/global/docs/WCMS_236483/lang--es/index.htm