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Guerra González Pedro

El giro copernicano y la autonomía teórica del sujeto.

Resumen.

El presente ensayo regresa a la primera pregunta del curso: “¿En qué sentido
podemos decir que la revolución copernicana, llevada a cabo por Kant en la Crítica
de la razón pura, implica el descubrimiento de la espontaneidad del sujeto en el
conocimiento?” Con el objetivo de profundizar, ampliar, esclarecer y lo dicho en el
primer trabajo. Este texto se descompone en tres partes fundamentales: la crítica
que Kant formuló hacía la metafísica tradicional, el giro copernicano como
respuesta a aquella crítica y, por último, el sujeto como productor de su propio
conocimiento.

Introducción.

Antes de Kant, el quehacer filosófico en boga de la modernidad se debatía entre el


racionalismo y el empirismo. Se puede decir, que para la metafísica occidental hay
un antes y un después de aquél que paso su vida entera en Königsberg; pero la
presencia de Kant no sólo transformo radicalmente la metafísica, sino también, la
ética, y la teoría del conocimiento. El aporte de Kant en la historia de la filosofía
es, presumiblemente, incalculable.
Se sostiene, a menudo, que logro realizar una síntesis entre las tradiciones que lo
anteceden, no obstante, decir aquello es poco, pues no hace sólo una síntesis,
sino, una crítica de la metafísica en sus más profundas entrañas.

Para mostrar dicha síntesis, suelen utilizarse las primeras líneas de la introducción
de la crítica de la razón pura: “No hay duda alguna de que todo nuestro
conocimiento comienza con la experiencia […] Pero, aunque todo nuestro
conocimiento empiece con la experiencia, no por eso procede todo él de la
experiencia” (KrV B1). Si bien, en estas líneas es plausible la influencia de la
tradición en Kant, él está pensando más allá de ella, pensaba, para ser concreto,
en el individuo como la unidad sintética a partir de la cual es posible el
conocimiento, es decir, en el sujeto trascendental.
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Guerra González Pedro

El reproche kantiano hacia la metafísica tradicional.

Para Kant hay dos pensadores que cristalizan, más que ningún otro, la metafísica
tradicional. Uno de ellos es Christian Wolff y el otro Gottfried Leibniz.

Kant, no está en contra de los autores, sino más bien, en contra de una manera
particular de concebir el conocimiento. Una manera, que según el mismo autor, ha
llevado al estancamiento de la propia metafísica.

En el segundo prólogo de la KrV, muestra como diversas disciplinas, tales como la


matemática (esta en primera instancia) la lógica, las ciencias naturales han ido
encontrado el método que les permita conocer de la manera más efectiva: “el que
la lógica haya tenido semejante éxito se debe únicamente a su limitación, que la
habilita y hasta la obliga, a abstraer de todos los objetos de conocimiento y de sus
diferencias” (KrV B IX) y más adelante:

Una nueva luz se abrió al primero (llámese Tales o como se quiera) que demostró
el triángulo el triángulo equilátero. En efecto, advirtió que no debían indagar lo que
veía en la figura o en el mero concepto de ella y, por así decirlo, leer, a partir de
ahí, sus propiedades, sino extraer éstas a priori por medio de lo que él mismo
pensaba y exponía (por construcción) en conceptos. Advirtió también que, para
saber a priori algo con certeza, no debía añadir a la cosa sino lo que
necesariamente se seguía de lo que él mismo, con arreglo a su concepto había
puesto en ella. (KrV B XII).

Estas dos cualidades, la de la matemática y la de la lógica, señalan el problema en


que se encontraba la metafísica antes de la irrupción de Kant en la historia del
pensamiento.
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Por un lado, se critica la carencia de límite en la metafísica, y es bien sabida la


importancia que este término tiene en la filosofía Kantiana, pues, ¿no es el límite
de lo cognoscible el punto de partida de la crítica de la razón pura?

Por otro lado, como se lee en la segunda cita, no debe de añadírsele nada a la
cosa, sino prestar particular atención al concepto que uno pone en ella.

La metafísica clásica o bien, tradicional, concebía el conocimiento de las cosas


como uun momento de inmediata aprehensión. El mundo de las cosas y de los
sucesos contenía, en sí mismo, su verdad. El objeto o el suceso se presentaban a
la conciencia como un objeto o suceso, como algo que es más allá de él mismo.
Por ejemplo, el mundo de las apariencias platónico o el Logos de Heraclito. Con la
suficiente paciencia y persistencia, el objeto, en algún momento, nos revelara la
verdad que se encuentra soterrada en su ser.

En este último argumento se concentra el rechazo hacía la metafísica por colocar


al sujeto de forma pasiva con respecto del objeto.

Lo que se marca aquí es una ruptura epistemológica, la verdad, en tanto verdad,


en los márgenes de la metafísica tradicional, es indisociable del propio objeto, la
verdad pertenece a la realidad del objeto. Por consiguiente, el mundo tendría una
estructura, sería un todo ordenado y el sujeto estaría dotado de las facultades
para penetrar en esta estructura. La comprensión del mundo, de los hechos,
estaría determinada por el mundo mismo, por el objeto. Es decir, el conocimiento
sería un producto desprendido del objeto, no del sujeto.

Bajo esta lógica operan, podríamos decir, diversas doctrinas, el empirismo de


Locke que concibe al individuo como una tabula rasa donde se imprimen los
estímulos que el individuo recibe del mundo externo, es un ejemplo de ello.

El problema que de esta manera de pensar se desprende es el siguiente: el sujeto


del conocimiento es un sujeto pasivo, su función consiste en aprehender, en
recibir desde el exterior el conocimiento: “Se ha supuesto hasta ahora que todo
nuestro conocer debe regirse por los objetos. Sin embargo, todos los intentos
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realizados bajo tal supuesto con vistas a establecer a priori mediante conceptos,
algo sobre dichos objetos –algo que ampliara nuestro conocimiento-
desembocaban en el fracaso”. (KrV B-XVI).

En conclusión, el conocimiento del individuo en la metafísica tradicional depende,


necesita el objeto.

El Giro Copernicano

Ocurre aquí como con los primeros pensamientos de Copérnico. Éste,


viendo que no conseguía explicar los movimientos celestes si aceptaba que
todo el ejército de estrellas giraba alrededor del espectador, probó si no
obtendría mejores resultados haciendo girar al espectador y dejando las
estrellas en reposo. Si la intuición tuviera que regirse por la naturaleza de
los objetos, no veo cómo podría conocerse algo a priori sobre esa
naturaleza. Si, en cambio, es el objeto (en cuanto objeto de los sentidos) el
que se rige por la naturaleza de nuestra facultad de intuición, puedo
representarme fácilmente tal posibilidad […] o bien supongo que los objetos
o lo que es lo mismo, la experiencia, única fuente de su conocimiento (en
cuanto objetos dados), se rige por tales conceptos […] dado que la misma
experiencia constituye un tipo de conocimiento que requiere entendimiento
y éste posee unas reglas que yo debo suponer en mí ya antes de que los
objetos me sean dados, es decir, reglas a priori. (KrV BXVII – BXVIII).

Este fragmento del prólogo de la crítica de la razón pura nos señala el vuelco que
sufrirá la metafísica. Rechaza la dependencia del conocimiento hacia el objeto en
función de la actividad del sujeto. Dicho en otras palabras, el sujeto, al depender
del objeto, se encuentra condicionado por este. Lo que aquí se intenta decir es
que si dependiéramos totalmente de los objetos para obtener conocimiento, el
único conocimiento posible sería el conocimiento sensible, otorgado por nuestra
relación inmediata con el mundo, por la impresión.
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Diríamos, entonces, que el conocimiento del mundo sensible es un tipo de


conocimiento, pero cuál es el otro tipo de conocimiento del cual nos habla Kant y
en el cuál el individuo no dependería del mundo externo?

Pues bien, el conocimiento que no proviene de la experiencia es el conocimiento a


priori.
A priori y a posteriori son, entonces, aquellos que constituyen la capacidad del
sujeto para conocer, es decir, todo conocimiento cabe dentro de estos dos
conceptos. No obstante, cada uno se caracteriza por funciones diferentes, el
conocimiento a priori es siempre necesario y universal; mientras que el
conocimiento a posteriori es conocimiento inductivo, contingente, sujeto a la
transformación de sí mismo en otro:

““La experiencia nos enseña que algo tiene estas u otras características, pero no
que no pueda ser de otro modo […] Por consiguiente, si se piensa un juicio con
estricta universalidad, es decir, de modo que no admita ninguna posible
excepción, no deriva de la experiencia, sino que es válido absolutamente a priori.”
(KrV B 3 – B 4).
Lo que dice Kant es muy claro, si bien, la experiencia nos proporciona
conocimiento, debe existir una instancia que ordene dicho conocimiento. Esta
instancia son los principios puros a priori.

Las impresiones generan conocimiento, este conocimiento debe ser concatenado,


ordenado y relacionado por otro tipo de conocimiento, un conocimiento que opere
siempre de la misma forma, que sea universal.

Son entonces, los principios a priori aquellos que dan estructura al conocimiento
empírico: “podríamos también, sin acudir a tales ejemplos para demostrar que
existen en nuestro conocimiento principios puros a priori. Pues ¿de dónde sacaría
la misma experiencia su certeza si todas las reglas conforme a las cuales avanza
fueran empíricas y, por lo tanto, contingentes?” (KrV B 5)
Es ésta la función del entendimiento, el relacionar y comprender los datos
sensibles. El entendimiento es la condición formal a partir de la cual se organizan
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los pensamientos del individuo. Kant muestra extensamente esto en La Estética


Trascendental utilizando como conceptos claves el tiempo y el espacio. El tiempo
y el espacio, o antes bien, las categorías del entendimiento son formas
inmanentes al sujeto, están siempre y necesariamente en cada hombre o mujer.
Todo aquello que sea percibido, será percibido de una manera determinada,
determinada por la estructura universal del entendimiento. Kant con esto logra
convertir el conocimiento a priori en condición de posibilidad del conocimiento
empírico.

Ahora bien, es plausible afirmar que el conocimiento a priori hace depender el dato
sensible, o mejor dicho, al objeto mismo del entendimiento. El límite mencionado
con anterioridad aquí cobra fuerza, puesto que este entendimiento es el límite bajo
el cuál puede ser comprendido un objeto. Utilizando palabras distintas y más
certeras: el sujeto, produce la comprensión del objeto, no responde los estímulos
que de éste le llegan, los genera debido a la condición de su propia naturaleza.

Los objetos, entonces, tienen necesariamente que responder a la manera en que


conocemos, es decir, el objeto responde, o bien, es generado, por la condición
epistemológica del sujeto, y no, como antes se creía –como señala la metafísica
clásica – el sujeto por la condición ontológica del objeto, porque como bien
sabemos, el objeto en cuanto tal, en sí, en Kant, es incognoscible:

Se trata de que la razón humana, en el conocer, no es pasiva sino constructiva, de tal


manera que los objetos o la experiencia se han de regir por nuestra estructura
epistemológica y no a la inversa. El conocimiento no se alcanza en la pasividad, como
pretendería una teoría especular del mismo, sino en la construcción del objeto conocido, o
mejor dicho, en la construcción de las formas que hacen posible que hacen posible la
comprensión e interpretación objetiva de la realidad. Conocer es una actividad
(interpretadora), y pensar por sí mismo” será la formula kantiana que signifique también el
acto profundo de libertad. El sujeto, elaborando su mundo, alcanza la libertad, la
autonomía.1

1
RIVERA DE ROSALES, Jacinto. El punto de partida de la metafísica tradicional. Un estudio crítico de la obra
kantiana. Madrid: Universidad Nacional de educación a distancia. 1993. PP. 15.
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El sujeto incondicionado (o conclusión).

Hemos visto como el sujeto, de ser considerado como un memento


secundario en la escala de la verdad, es decir, como dependiente del
objeto, con Kant, se ha convertido en aquello que no está condicionado
externamente, que a partir de sus propias estructuras internas y de la
producción de esta comprensión por medio de categorías genera tanto la
verdad como el conocimiento, así como su ser en el mudno.

Es importante recalcar que en este punto, se inaugura, o bien, cobra una


fuerza jamás vista el término de “subjetividad”. En Kant, todo es
interpretado desde el sujeto, desde la subjetividad. Asimismo, esta cualidad
es una cualidad que compartimos todos los que correspondamos a la
especie humana, y eso hace posible la comunicación.

Entonces, y para concluir, la subjetividad es la condición de posibilidad del


conocimiento, y por tanto el individuo es el productor de su propio mundo,
del mundo que lo rodea, del mundo que interpreta, del mundo al que
interpela.

El sujeto es un sujeto autónomo, o bien, incondicionado en tanto que a él le


pertenecen las reglas de su propio juego, puede producir su propia realidad.
Esta idea trae a colación el imperativo que aparece en “¿Qué es la
ilustración?” ¡Sapere Aude! ¡Piensa por ti mismo!.
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Guerra González Pedro

Bibliografía:

- KANT, Immanuel. Crítica de la razón pura. Gredos: Madrid. 2014

- RIVERA DE ROSALES, Jacinto. El punto de partida de la metafísica


tradicional. Un estudio crítico de la obra kantiana. Madrid: Universidad
Nacional de educación a distancia. 1993

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