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Javier Auyero: "En los sectores populares, el mismo Estado que interviene es el que está

produciendo delito"

El sociólogo, que desde hace años analiza la vida cotidiana en el conurbano, alerta sobre la
habitualidad de la violencia y las contradicciones de la presencia estatal entre los más pobres

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Astrid Pikielny

PARA LA NACION

DOMINGO 21 DE JULIO DE 2013

¿Cómo se vive y se muere hoy en el conurbano bonaerense más empobrecido? ¿Por qué la
cárcel se ha convertido en una institución de la vida cotidiana de los sectores populares? ¿Es
posible salir indemne de una vida marcada por violencias múltiples y muertes brutales,
ausentes de las grandes discusiones públicas?

Éstas son algunas de las preguntas que se formula el sociólogo Javier Auyero a partir deLa
violencia en los márgenes (Katz Ediciones), un ensayo escrito en coautoría con la maestra
María Fernanda Berti que les demandó varios años de investigación, durante los cuales
recolectaron testimonios de alumnos, médicos y habitantes de Ingeniero Budge.

Nacido en Lomas de Zamora en 1966, Javier Auyero ha transformado el conurbano en su


objeto de estudio, el origen de diversos libros y el destino al que regresa cuando visita la
Argentina con regularidad, aunque vive y ejerce la docencia en los Estados Unidos desde hace
más de veinte años.
Foto: Santiago Filipuzzi

"Con la Argentina tengo una relación de trabajo, es mi lugar de investigación", dice el profesor
en la Universidad de Texas (Austin) y autor de La política de los pobres , La
protesta e Inflamable , entre otros ensayos que pueden leerse como un corpus.

Esta vez, su estadía en el país comenzó con el asesinato de un vecino en Ingeniero Budge, el
hincha de fútbol muerto por la policía en el Estadio Único de La Plata, la muerte de Ángeles
Rawson y la tragedia de trenes de Castelar. "Las discusiones públicas sobre la inseguridad
suelen tener como protagonistas a los sectores medios y medios altos. Sin embargo, son los
más pobres los que padecen constante y cotidianamente los mayores índices de violencia, que
incluyen las tasas más altas de homicidios y heridos de bala", se lee en el comienzo del libro.

Quizás por eso no le extrañó demasiado que el asesinato de Ángeles Rawson haya cautivado a
las audiencias televisivas y haya ganado centimetraje en medios gráficos, desplazando y
obturando esas otras muertes cotidianas y trágicas, en territorios que considera "fábricas de
violencia".

-¿Qué transformaciones advierte en el conurbano bonaerense en estas dos últimas décadas?

-Hay dos procesos y fenómenos significativos en estos veinte años: la cárcel y la violencia. Por
un lado, y a diferencia de hace 25 años, la cárcel es hoy una institución de la vida cotidiana de
los pobres. Hace 25 años era muy difícil encontrar a alguien que te hablara de la cárcel o que
tuviera un familiar preso. Hoy, un tercio de los alumnos del lugar que investigamos tiene un
familiar más o menos cercano que está preso, o que acaba de salir de la cárcel, o que está
siendo procesado para entrar. Eso genera al interior de los sectores populares prácticas que
tienen que ver no sólo con la crianza de los hijos -cuando la mamá y el papá no están en el
hogar, muchas veces es la abuela la que los cría-, sino también con rutinas: cada vez que hay
algo de dinero van a la cárcel a visitar a los familiares para llevarles mercadería. Por el otro, y
relacionado con esto, es un universo más violento en ciertas violencias que uno puede
registrar y en otras sigue siendo tan violento como antes.

-¿Cuáles son las violencias viejas y cuáles las nuevas?

-No es nuevo que las mujeres de los sectores populares siempre vivieron sitiadas dentro del
hogar. La violencia de género no es nueva. Pero en términos de heridos y homicidios hay cosas
nuevas: en los 5 años que nos llevó la investigación hubo casi un 180% de aumento de
homicidios en ese lugar que tiene 170.000 habitantes. Según los médicos que trabajan ahí,
todos los años aumentan un 10% los heridos de bala, y las cirugías por causas traumáticas
aumentaron de manera exponencial en la última década. También crece la población, pero ese
aumento es inferior al de la tasa de homicidios. Eso en lo que respecta al vaso medio vacío.

-¿Y cuál es el vaso medio lleno?

-Hace más de diez años había casi nula presencia estatal. Hoy nadie puede argumentar que los
sectores populares están abandonados por el Estado. El Estado tiene una presencia allí:
aparece en la forma de un hospital público, de la sala de primeros auxilios, de la Asignación
Universal por Hijo y aparece el Estado en su brazo punitivo -la policía- como una forma de
regular la pobreza. Y aparece de manera intermitente, selectiva y segmentada porque
interviene en algunos delitos -no en todos- como el tráfico de drogas, pero mira para otro lado
cuando hay violencia doméstica o violencia sexual. Y es una presencia contradictoria, porque el
mismo Estado que interviene es el que está produciendo delito. Que la policía de la provincia
de Buenos Aires funciona como una organización cuasi mafiosa y extorsiva no es novedad para
nadie y esto se observa en cómo funcionan el robo de autos y el tráfico de drogas. No es que el
Estado sólo ha estado mirando para otro lado: el Estado ha estado reproduciendo esta
violencia, y parte de esa causalidad es lo que están haciendo los distintos niveles del Estado.

-De todas maneras, queda la sensación de que en parte la presencia del Estado es un "como
si": el hospital está, pero no tiene insumos necesarios; la escuela está, pero la calidad de la
educación ha empeorado.

-Sí y no. La escuela de hecho puede funcionar como una suerte de depósito de chicos pobres,
porque esa escuela hace rato ha dejado de ser un mecanismo de integración y mucho menos
de ascenso social. Los hospitales funcionan, mal que bien, pero funcionan. Yo no estoy
diciendo que la Asignación Universal por Hijo sea lo que el discurso oficial dice que es: no es
igualador ni empoderador y no puede serlo una suma que cubre 10 días del presupuesto del
mes de una familia tipo. Sin embargo, y a diferencia de hace 15 años, esa asignación está y es
previsible: la gente cobra. Son distintas maneras de relacionarse con el Estado. Está el hospital,
pero muchas veces no tienen hilo para coserle una herida a un chico; la policía reprime y al
mismo tiempo es la que paga por favores sexuales a las adolescentes del barrio. Decir que el
Estado está totalmente ausente y que la policía lo único que hace es reprimir es simplificar una
realidad mucho más compleja, y es que el Estado está y no está presente. Pensar que el Estado
es sólo el aparato que está ahí pegándoles a los pobres o que está totalmente ausente es una
simplificación de una realidad mucho más compleja que exige pensar cómo se va a intervenir.

-¿A qué atribuye el crecimiento de la violencia y el cambio de las modalidades de la


violencia?

-Esto tiene que ver con los niveles de desigualdad y con una enorme informalización de la
economía. Estamos viendo los efectos de la gran transformación neoliberal que ocurre en la
Argentina a mediados de los setenta. Esto no se explica por causas de hace dos años o por lo
que ocurre en 2001. Esto es lo que Karl Polanyi llamó "la gran transformación", que
desproletarizó un sinnúmero de personas e informalizó la economía. Se sabe que a mayor
informalidad, mayor cantidad de violencia, porque se remueven los mecanismos formales de
mediación de conflictos. Además, estos lugares se transforman en espacios de
fraccionamiento, almacenamiento y distribución de drogas ilícitas.

-¿Y de qué manera impacta la droga en las nuevas formas de violencia?

-La economía de las drogas es un arma de doble filo: por un lado, sostiene redes económicas y,
por el otro y al mismo tiempo, las destruye. La violencia que genera el comercio de drogas no
tiene que ver con un chico que drogado va y mata a alguien. Esto ocurre, pero no es la mayor
violencia que el comercio ilícito de drogas provoca. La economía ilícita de las drogas genera
violencia porque no hay un mecanismo de resolución de conflictos. Uno no puede ir al
ombusdman a decirle: "Mire, me vendió bicarbonato de sodio, o fulano se fumó el resto". En
esa economía informal que es ilícita, los mecanismos de mediación son las venganzas, las
represalias y el ojo por ojo. A esto hay que sumarle La Salada, que es un polo económico que
hace entrar y salir mucho dinero de la zona y que presenta oportunidades para el crimen y
oportunidades para que el chico que ya no está en la escuela, que no tiene trabajo y que está
en la economía informal ejerza lo que Max Weber hace tiempo llamó el "capitalismo de
rapiña", porque son crímenes de oportunidad. No es casual que si uno mapea los homicidios
que se dan en la zona, la enorme mayoría ocurre en las adyacencias de la feria, porque entra y
sale gente con dinero. La feria se ha pacificado al interior: los empresarios, no sólo los
económicos sino los de la violencia, han dicho: "Acá mandamos nosotros". Monopolizaron el
ejercicio de la violencia adentro, pero exportan la violencia hacia afuera.

-Llama la atención la naturalidad con la que los chicos y los jóvenes hablan y conviven con
una violencia cotidiana y omnipresente.

-Es importante decir esto: nosotros no fuimos a buscar historias de violencia, pero los chicos
nos las traían una y otra vez. Los chicos hablan compulsivamente de la violencia. Yo no hablaría
de naturalidad, porque eso implica dejar de notar, pero sí creo que hay mucha habitualidad. Lo
problemático es que la exposición a la violencia es tan alta que hace difícil pensar que alguien
pueda salir intacto y que eso no deje marcas en las formas de ver, de entender y de
relacionarse. No estoy diciendo que es una zona de guerra, pero uno tiene la sensación de
estar en presencia de la construcción de un gran trauma del cual no se está hablando.

-Si se entiende la resiliencia como la capacidad para atravesar y superar crisis y traumas,
¿hay resiliencia posible en estos sectores?
-Me cuesta mucho pensar que se pueda salir indemne. Es difícil pensar y comparar la vida de
ese chico con la del de clase media que nunca vio un cadáver en la puerta de su casa, porque
estos chicos ya han visto y ven muertos, heridos o alguien sangrando, algo que mis sobrinos,
por ejemplo, no han visto nunca. Eso deja marcas psicológicas en la manera de relacionarse y
de mirar el mundo. También es cierto que la gente no está pasiva frente a la violencia. Las
madres ponen candados y atan a los hijos para que no se droguen, pero también pegan a los
hijos y reaccionan con violencia frente a un intento de violación. Entonces, por un lado hay
respuestas que reproducen esa violencia y por el otro hay respuestas de ciertos núcleos que
quieren actuar y atisbos de organización colectiva.

-Una de las cosas que advierte es que las violencias están concatenadas e imbricadas: la
sexual, la social y la interpersonal. ¿Por qué esto no ha recibido un tratamiento integral?

-Efectivamente, se han tratado las distintas violencias de manera separada y la realidad es que
están empíricamente conectadas. Es decir, el adicto que tiene un altercado con un dealer y
que después va a su casa y la mamá le pega, o el padrastro que abusa de una hermana: todo
tiene que ver no sólo porque todo está presente al mismo tiempo, sino porque las represalias
están relacionadas empíricamente. Por lo tanto, no puede ser que la madre de un adicto tenga
que viajar una hora hacia el Norte del municipio para internar a su hijo y otra hora hacia el Sur
porque el marido le pega, porque de hecho esas violencias están conectadas. Hay que hablar
del drama de una madre que tiene que ir a la policía, que sabe que está involucrada en el
tráfico de drogas, para que arreste su hijo adicto porque teme que mate a su hermana. Es
alguien que voluntariamente se somete al poder perverso del otro. Este drama se vive todos
los días.

-Los trabajadores utilizan trenes que chocan por desinversión y falta de control, transitan por
calles de barro que debieron ser asfaltadas y esperan mejoras estructurales que nunca llegan
del todo. ¿Hay conciencia de que la otra cara de la violencia es la violencia simbólica de la
corrupción de los distintos gobiernos?

-Hay una sensación de que la política es algo que ocurre por encima de ellos. Es un universo
oscuro y de arreglos que ellos desconocen. Tienen la sensación de que son objetos de la
política y no sujetos. No tienen una relación de ciudadanos con el Estado, sino de "pacientes":
pacientes en el sentido de pasión y de padecer. La política es algo que se padece tanto cuando
se relacionan con el gobierno local o federal. Es verse involucrados en una red que no pueden
controlar, en la que a veces aparece un puntero y acelera un trámite. Y la relación nodal es una
relación de espera: esperar a Godot, digamos, que puede aparecer bajo la forma de un plan
social, de una casa o de un documento.

-¿Por qué cree que los medios cubren la violencia de los sectores medios y altos y muchas
veces desatienden la violencia que padecen los sectores populares?

-El discurso sobre la inseguridad está muy dominado por la inseguridad que sufren los sectores
medios y medios altos. Es una inseguridad real, pero que de hecho desplaza y oculta ésta. La
mayor inseguridad medida en términos de muertos y heridos la sufren los sectores más
pobres. Las tasas de homicidios no son democráticas: no están igualmente distribuidas entre
Lomas de Zamora y Vicente López. Y tampoco lo están al interior de Lomas de Zamora. Esto
trasciende a un gobierno; estos sectores estuvieron marginados desde antes de este gobierno
y probablemente lo estén después. Esto es una papa caliente para el discurso progresista, que
no se anima a hablar sobre este tema. Y hay que hablar sobre lo que nadie quiere hablar,
porque estos lugares son fábricas de violencia.

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