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Miércoles

Una vez más, una mujer (porque suelen ser mujeres, pero ésta es una mujer-enemigo, que me combate)
me acusa de egotismo. Escribe: «Para mí usted no es excéntrico, sino egocéntrico. Es sencillamente una
de las fases de la evolución (véase Byron, Wilde, Gide); unos pasan de esta fase a la siguiente, que
puede ser aún más dramática, y otros no pasan a ninguna parte, sino que se quedan en su ego. Esto
también es una tragedia, pero privada. No entra en el Panteón ni pasa a la historia.» ¿Lugares comunes?
Mirándolo bien, exigir de un hombre que deje de ocuparse y preocuparse de sí mismo, que deje, en
suma, de considerarse él mismo, sólo puede pretenderlo un loco. Esa mujer exige que me olvide de
que soy yo, y sin embargo sabe perfectamente que cuando yo tenga un ataque de apendicitis, seré yo
quien va a gritar, y no ella. La enorme presión a la que estamos sometidos actualmente desde todos
los lados — para que renunciemos a nuestra propia existencia— , como todo postulado imposible de
realizar, conduce sólo a la deformación y el falseamiento de la vida. Una persona deshonesta consigo
misma hasta el punto de poder decir: el dolor ajeno es para mí más importante que el mío propio, en
seguida cae en esa «facilidad» que es madre del verbalismo, de todas las generalizaciones y de toda
sublimación demasiado ligera. En cuanto a mí, no, nunca, jamás. Yo soy. En particular, un artista que se
deje embaucar y dominar por este convencionalismo agresivo está perdido. No os dejéis amedrentar. La
palabra «yo» es tan fundamental y primordial, tan llena de la realidad más palpable y por tanto la más
honesta, tan infalible como guía y tan severa como criterio, que en lugar de despreciarla deberíamos
caer ante ella de rodillas. Pienso que más bien no he llegado todavía a ser suficientemente fanático en
mi preocupación p or mí mismo y que —por miedo a los demás— no he sabido dedicarme a esta tarea
vocacional con consecuencia lo bastante categórica ni he sabido empujarla suficientemente adelante.
Yo soy mi problema más im portante y posiblemente el único: el único de todos mis héroes que
realmente me interesa. Comenzar a crearse a sí mismo y hacer de Gombrowicz un personaje, como
Hamlet o Don Quijote (?!).

Jueves

Hoy en casa de N., a la hora del té, se han encontrado unos cuantos literatos argentinos e,
inesperadamente, X. nos ha leído un cuento suyo sobre un joven obrero y su madre que veían en Stalin
a Cristo. Escuché con aburrimiento este relato edificante y sentimental, más religioso que literario. A
continuación se entabló una discusión, y Chamico señaló con acierto todos los convencionalismos y
trivialidades de los que estaba plagado el texto. Yo no abrí la boca. Podía haber dicho lo que sigue: que
ninguna literatura burguesa ha falsificado hasta tal punto la imagen del campesino y del obrero, que
este triste honor ha recaído en los escritores comunistoides porque han divinizado al proletariado, lo
cual puede tener consecuencias dramáticas, pues semejante idealización hará que la intelligentsia del
partido pierda paulatinamente el control sobre la fuerza a la que ella misma había dado vida; a largo
plazo puede resultar fatal el que estos intelectuales se estén embobando con el tema del proletariado.
X., contestando a las acusaciones de Chamico, habló de la necesidad de simplificar...; afirmó que sería
feliz si pudiese reducir la psicología a su aspecto más elemental y su lenguaje literario a las ochocientas
palabras más importantes..., y dijo que el arte tiene que adaptarse a los humildes; ¡no, él no escribe para
la crítica refinada e intelectual, sino para el pueblo! Esa cara mística y fanática se me antojó la
oscuridad personificada, y me acordé cuando de niño, en el campo, por la noche junto a la lámpara,
sentía a veces que en el silencio y en la inmovilidad sucedía algo continuamente, algo demoníaco; y así
es como de repente vi yo su cara: como si estuviera sometida al Proceso. Hay algo demoníaco en el
hecho de que un hombre superior y culto se imponga limitaciones en favor de un simplón. Y sin
embargo..., en el fondo es algo que me gusta bastante..., e incluso pocas cosas hay que me asombren
tanto como este acto de violencia que ejerce la Inferioridad sobre la Superioridad. ¿Acaso no había en
este hombre la dinámica de la violencia? Y limitado y oprimido, ¿acaso no estaba cargado de fuerza y
no era más vital? Así pues, yo no era tan extraño a esas limitaciones de las que habló X. Incluso las
hubiera recibido calurosamente de haber significado una auténtica unión con el pueblo. Pero X. no
estaba sometido al pueblo, sino a la doctrina. Violado por la teoría. De hecho, ni por un momento dejó
de ser «superior» con respecto a esos obreros a los que trataba como un maestro y un guía. La gente
sencilla no existía para él, sólo existía el «proletariado». Se reducía interiormente no porque se
sometiese a la inferioridad ajena, sino porque cumplía con un programa. ¡Qué insoportable es la
falsedad de esos profesores Pimko del marxismo! La fórmula de X. era la siguiente: yo, hombre
maduro, renuncio a mi superioridad de intelectual para servir voluntariamente al proletariado y
construir con él el mundo racional del futuro. ¡Oh, cuánta palabrería! Esas fórmulas suyas no nos han
acercado ni una pulgada siquiera al proletariado; gracias a esto, el gigantesco problema de unir la
superioridad con la inferioridad sólo se ha vuelto más falso.

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