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El sabio y la princesa. Elisabeth Geblesco era una princesa 2, es decir estaba prometida a
ser reconocida reina. Tuvimos la felicidad de leer recientemente en Francia, una definición
de la reina de una de las mejores plumas que existen, la de Pierre Michon.
Este autor escribe: “Puesto que ella era una reina, es decir alguien a quien desde su
nacimiento el amor exclusivo no le faltó jamás, y cuando se ha tenido eso todo puede
suceder, el cielo y la esperanza pueden derrumbarse, uno puede perderse en miles de
bosques, incluso mil veces su corazón salir de su pecho y enloquecer, la alegría está
siempre allí bajo, al mínimo llamado va a saltar, permanece allí y espera, invisible
eclipsada solamente a veces, pero vivaz, eterna, como se decía cuando esa palabra tenía
algún sentido”3.
En Occidente las princesas guardan un extenso lugar en el espíritu (como Diana la cuasi
santa). Las reinas también, una entre ellas, Victoria, tuvieron un efecto mayor sobre Lacan,
puesto que su historia lo condujo a reconocer, a establecer alguna relación entre amor y no
relación sexual.
Hay una manera “princesa” de amar. Y puede ser que esa manera no esté porque sí en la
suerte de suscitación que las princesas ejercen sobre, digamos… los sabios. Uno sueña
inmediatamente con el Tratado de las pasiones, escrito por Elisabeth de Suecia, pero
también con Diderot, invitado por Catalina II a San Petersburgo y muy próximo a Sigmund
Freud que tuvo, él también, su princesa: Las princesas o reinas serían a ciertos sabios, lo
que las musas son a los poetas. Sin embargo esta analogía no es más que parcial.
A fin de esclarecer más adelante la especificidad de las relaciones del sabio y la princesa,
propongo que nos reportemos a las notas de Elisabeth Geblesco. Un pequeño
acontecimiento, al término de su primera entrevista, no engaña.
Mientras que se despiden, Elisabeth Geblesco sigue a Lacan yendo a buscar a otro
analizante, estando segura de que él la acompañaba. Y en efecto no se deja a una princesa
abandonar sola un lugar, sin conducirla justo hasta el umbral. Sin embargo el no agotó los
cumplidos que suscitan en ella “un sentimiento de victoria” (p. 23). Es decir que una
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relación de poder está de entrada y definitivamente instalado, lo que ella no deja de notar:
“Soy yo la que debe ser la más fuerte”. El sabio y la princesa conversan de potencia a
potencia.
¿Cómo se configura el amor desde el momento en que se encuentra tomado en una tal
relación de poder? El plural se impone puesto que no hay aquí reciprocidad: el poder de la
princesa sobre el sabio no es idéntico al del sabio sobre la princesa. Pierre Michon, en su
descripción abre la vía de una respuesta. El amor de una princesa, aquel que ella ha
recibido, aquel que ofrece es exclusivo, infalible y eterno. Exclusivo, es sufriente con leer
cómo Elisabeth Geblesco trata a los terceros en sus notas 4, para ver confirmado ese rasgo.
Infalible: su amor permanece intacto a pesar de las vejaciones que Lacan infringe a veces a
su status de princesa. Eterno: Ella acompaña a Lacan hasta el término de su vida, incluso
más allá, con la publicación en el 2009 de su Diario, estamos allí.
Percibimos por eso, que estaba fuera de cuestión que este análisis de control vire al análisis
(su análisis, Elisabeth Geblesco, prudente quizás, lo había hecho antes, en otro lado y con
un no-lacaniano). Ahora bien, un análisis no es efectivo posiblemente más que contando,
por el contrario, con un amor no-exclusivo, (¡el Edipo!), falible (Che vuoi?) y
temporalmente limitado (la transferencia tiene un fin).
Estando cerrada esa vía, ¿de qué amor se trata entre esas dos potencias que son la princesa
y el sabio?
Repuesta: de un amor intercambio.
El amor intercambio. Elisabeth Geblesco ofrece Niza a Lacan y quizás más allá de Niza,
Italia; Lacan le ofrece la École Freudienne, pero también la Universidad de Vincennes. Sin
duda más radicalmente, Lacan le abre su “jardín”, y ella tiene por su lado la intención de
modificar el paisaje. Cada uno con el acuerdo del otro, acepta la oferta del otro, la embolsa.
O aún: Lacan le deja entender que su participación es bienvenida, en la elaboración del
saber analítico, mientras que ella le hace don del carácter aristocrático de ese saber. De
potencia a potencia, salvo en la guerra, ¿qué otra cosa hacer más que intercambiar? Los
lazos son del orden de los servicios prestados.
El intercambio es una figura posible del amor, que Lacan sondeaba el 7 de diciembre de
1960 cuando, comentando El Banquete, se inclina sobre el discurso de Pausanias. El
encuentra “irrisorio” ese amor intercambio del que Pausanias hacía elogio, un sentimiento
que no deja de suscitar la lectura de los esfuerzos redoblados hechos por Elisabeth
Geblesco para con sus señalamientos y preguntas contribuir al esclarecimiento, al progreso,
incluso a una transformación del saber lacaniano 5. Lo irrisorio de sus esfuerzos,
impresiona aún hoy. Qué feliz es ella de que él le responda, la apruebe (¡cuando lo hace!)
No se trata de un intercambio generalizado, sino de un intercambio amoroso “entre aquellos
que son a la vez los más fuertes y que tienen más espíritu, los que son también los más
vigorosos y los que saben pensar” 6. No se está menos impresionado, leyendo las libretas
de Elisabeth Geblesco por esta inquietud que ella manifiesta frente a Lacan y que él
apacigua regularmente: ¿Ella sabe pensar bien? Hacen una pareja aristocrática, están entre
los suyos. Los “burgueses”, escribe Elisabeth Geblesco (los “bárbaros” y los “salvajes”,
dice Pausanias) no tienen nada que hacer aquí.
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A propósito de este amor intercambio, de este amor “superior”, Lacan señala aún que lo
que el amante “va a buscar en el amado, es algo que darle”. Tal fue el camino de Élisabeth
Geblesco, ofreciendo a Lacan su saber, sus preguntas, sus invitaciones a Niza, su seminario,
sus escritos, para no decir aquí nada de su ser.
Comentando a Pausanias, Lacan usa el término “contribución”. Por allí se lee que lo que es
donado es eso que se tiene, lo que se refiere a su posición de sabio y de princesa. Élisabeth
Geblesco y Lacan han jugado el juego de ese amor intercambio. Y las cosas, todavía hoy,
permanecen allí. La publicación treinta años más tarde, de las notas de Élisabeth Geblesco
prolonga esta relación de “provecho”7, él le conviene a ella y ella a él de maneras
diferentes.
La victoria de Pausanias. En los controles, en los análisis, la puesta en marcha de este amor
intercambio, lejos de ser excepcional, como los partenaires pueden creerlo ¿No es más bien,
usual? ¿No está allí la trampa tendida por excelencia, a todo análisis didáctico? ¿Pero qué
es, entonces lo que en principio, permite que el ejercicio analítico adopte así el régimen del
amor intercambio?
En esto también, los cuadernos de Elisabeth Geblesco son esclarecedores: el sabio y la
princesa hacen causa común, consagrarán todos sus esfuerzos, si no su ser, al psicoanálisis.
O más exactamente, nada, viniendo del sabio psicoanalista, inocula alguna duda en esta
princesa que se presenta a él, al servicio de esta causa, que ella supone ser igualmente la
suya.
¿Dónde está el error? Consiste en una no-separación radical del ejercicio analítico (análisis
o control), de los problemas y de las apuestas institucionales.
Bastante regularmente, el analista es cuestionado sobre ese punto, de la forma más
concreta. Por ejemplo: el analizante quiere desplazar una sesión con el fin de participar de
una actividad propuesta por el grupo al que pertenece el analista. ¿A qué analista va a dar la
prioridad? ¿Al análisis? ¿A la actividad elegida? O también ¿el analista va a tomar apoyo
sobre el poder del que dispone el analizante (poder de abrirle el espacio de una conferencia,
de proponerle realizar una presentación de enfermos, de publicar un texto en una revista
que él dirige, o no sé qué otra cosa más), para empujar más adelante sus propios peones?
¿Va a instrumentalizar al analizante, por el motivo de que este analizante está en posición
de introducir el análisis en tal ciudad en tal país, por ejemplo?
¿Qué sucede según la lógica de esta no-separación de las apuestas del análisis y las del
grupo analítico? Se puede, al respecto, ir hasta casi formular una ley: más alguien se
presenta a un analista (que, él mismo, no opera ese clivaje), muñido de un poder (actual o
en potencia), más la transferencia tendrá chance de elegir esta figura del amor que es el
amor intercambio.
¿No está allí el régimen vuelto el más común del amor de transferencia, ese al que el deceso
de Lacan ha abierto largamente las compuertas? Es verdad que en otras partes, la cuestión
ni si quiera se plantea, las entrevistas preliminares que supuestamente deciden sobre el
emprendimiento de un psicoanálisis didáctico, anudan de entrada la apuesta analítica y la
apuesta institucional. Si los grupos analíticos parecen gozar de buena salud, ¿qué es de los
análisis?
Es posible precisar, aquello a lo que la empresa del amor intercambio no ha dado lugar y
que habría permitido que las sesiones de Elisabeth Geblesco con Lacan advengan como
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sesiones, hablando con propiedad, de análisis. Posible y deseable, puesto que una gran
confusión reina sobre ese punto, desde que Elisabeth Geblesco habla de su transferencia a
Lacan y más aún, del “fin del análisis” con Lacan (p. 233). ¿Qué motivo le atribuye a estas
últimas palabras? Ella piensa que Lacan “no quiere ser más el Otro para mí”.
» Imago Agenda Nº 190 | abril 2015 | Falsos amigos... ¿Autodestrucción del psicoanálisis?
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