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Universidad Autónoma de Bucaramanga

Semillero “Sujeto y Psicoanálisis”


Texto: La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido / Autor: Paul Ricoeur
Relatoría del apéndice “Políticas de la memoria”.
Por: Sebastián Patiño Villegas
Fecha: 13 de Julio del 2018

Para cerrar el texto que resultó de las lecciones impartidas por Paul Ricoeur en la Universidad
Autónoma de Madrid en el año de 1996, se presenta un entrevista llevada a cabo por el profesor
español Gabriel Aranzueque, en donde Ricoeur se empeña en precisar las nociones desarrolladas a lo
largo del seminario, así como en aclarar algunas dudas que se desprenden de su lectura. En esencia, la
aproximación al problema de la temporalidad y el hacer memoria, desde la mirada filosófica y política,
es reconocida por el autor como una de las características centrales del texto. Lo que se recupera en
estos estudios sobre el recuerdo y el olvido es por tanto el problema de la memoria colectiva; la
necesidad de elaborar una memoria común a la hora de comprender la recepción del pasado y el modo
en que éste repercute en la historia presente de un determinado grupo social.

La consecución de este trabajo investigativo aparece para Ricoeur como la reparación de un olvido. Si
bien ya en Temps y récit abordaba el problema de la configuración del tiempo en el relato, y el desgarro
que supone el desplazamiento de la mente hacia el pasado en que consiste la memoria y su proyección
hacia el futuro, no es sino hasta una nueva lectura que se ve llevado a pensar la memoria como lugar
de paso obligado de toda reflexión sobre el tiempo. De igual manera, Ricoeur señala un segundo
enigma que llegó a descuidar en dicha obra: la propia noción de pasado. Cuestión en la que ahonda a
partir del análisis de la complementariedad y desigualdad entre la imaginación y la memoria: ambas se
refieren a cosas ausentes, pero su diferencia radica en que la imaginación se desarrolla espontáneamente
en el ámbito de lo irreal, de lo posible, mientras que la memoria siempre se encuentra vinculada con lo
que realmente sucedió. En otras palabras, la memoria cumple la tarea de restituir lo que ha tenido lugar
y, en ese sentido, se encuentra inscrita en su seno la huella del tiempo. La imaginación, por el contrario,
no requiere de esta señal; trata de escaparse del tiempo para dirigirse hacia lo que no está enraizado en
aquello que ha tenido lugar. Finalmente, alude a un tercer enigma que surge en torno a la consideración
de la relación pasiva o activa que mantiene la memoria con el tiempo. En efecto, una de las dificultades
que plantea el problema del recuerdo consiste en equilibrar la pasividad con la actividad e incluso con
la responsabilidad de la memoria; en ocasiones los recuerdos se presentan inesperadamente a manera
de una revelación, pero, en otras circunstancias, el recuerdo y la memoria aparecen como un trabajo,
un deber frente al olvido.

La inclusión por parte de Ricoeur del fenómeno de la memoria en el análisis del binomio tiempo-
relato, supone entonces un conjunto de aspectos que quedan modificados. En el trasfondo del
problema del olvido aparece ese terror ante lo que Aristóteles llamó carácter destructor del tiempo, el horror
que sentimos ante el olvido. Y aquí, la noción de huella es distinguida por el autor como uno de los
elementos fundamentales de nuestra relación con el olvido. La huella es la tragedia del vestigio, de
aquello que sobrevivió al horror destructor del tiempo o pudo eludir su acción demoledora, lo cual
permite colegir que toda ruina nos invita de algún modo a reconstruir el pasado desaparecido. Ahora
bien, ¿se agota dicha reconstrucción en nuestra libre creactividad imaginativa mediatizada por la
institucionalización del resto histórico? Para responder a esto, Ricoeur señala el archivo histórico
como un ejemplo de ese empeño por conservar las huellas. Por ende, en la medida en que el trabajo
del recuerdo consiste en preservar los restos del pasado, surge otro problema en relación con el olvido:
la dificultad que tenemos de acordarnos de cosas que hemos conservado, “como si se nos impidiera acceder
a nuestro propio tesoro”. Para el autor, gran parte del psicoanálisis descansa en esta empresa de
desvelamiento, de atravesar un muro. Así, tomando como referencia el olvido generado por la
represión —que evidenció Freud valiéndose de la metáfora arqueológica para pensar el acceso a los
recuerdos—, Ricoeur alude a otros tipos de olvido. Por un lado, el olvido evasivo, por el cual rehuimos
al sufrimiento que puede causar la memoria tratando de no recordar lo que pueda herirnos. Cuestión
que permite vislumbrar una voluntad de no querer saber, de olvidar activamente. Por otro lado, el uso
que hacemos del olvido para poder contar algo, o para escribir un relato, pues el mero hecho de
elaborar una trama con distintos acontecimientos del pasado precisa una gran selección en función de
lo que se considera importante. Y, en la cima de esta topología, ubica el olvido liberador, recomendado
por Nietzsche cuando la conciencia de una nación carga con un exceso de recuerdos. Con ello nos
topamos con los abusos de la memoria que pueden darse al mismo tiempo que los del olvido.
Problemas que han de ser atajados por una política de la gestión del pasado que, no obstante, puede
desviarse hacia la manipulación.

Respecto a este último punto, el autor puntualiza la necesidad de introducir una categoría
complementaria para pensar la introducción del fenómeno del poder y de su dimensión política, a
saber, la noción de identidad, pues el poder siempre se encuentra vinculado al problema de la identidad,
ya sea personal o colectiva. El problema de la política de la memoria, afirma Ricoeur, se encuentra
precisamente aquí, pues siempre es necesario saber quién regula el poder del que gobierna sobre el que
obedece. La memoria, en este contexto, es uno de los instrumentos pragmáticos del poder, y depende
de la racionalidad sujeta a los fines que pretende alcanzar el ejercicio del poder. En este plano, se asoma
la pregunta por la posibilidad de inscripción del trabajo del recuerdo en la poética de la utopía.
Siguiendo a Ricoeur, aquello que puede permitirnos estar en guardia frente a los excesos de la utopía
dentro de la lógica del abuso y del bueno uso de la memoria es el recurso a los sueños no realizados
del pasado. En efecto, el historiador no tiene que rehabilitar únicamente lo que tuvo lugar, sino los
proyectos de la gente del pasado.

Posteriormente, Ricoeur retoma el asunto del bueno uso, tanto de la memoria como del olvido. Así,
subraya la complejidad y a la vez la importancia de distinguir entre el olvido de los propios hechos y el
olvido de su significado respecto a su proyección en el futuro. En esa medida, el verdadero recuerdo
precisa un trabajo correctivo y, al mismo tiempo, terapéutico de la memoria. En cuanto al bueno uso
de la memoria ¿atiende sólo un patrón cuantitativo? Según el autor, a ese factor cuantitativo (demasiada
o insuficiente memoria) se añade cierta sabiduría. Una sabiduría de la memoria que opera junto a la
política del recuerdo y del olvido. En este sentido, para Ricoeur es menester mantener una justa distancia
respecto del pasado. Para ilustrar esto, retoma una expresión sobre la que reflexionó Lévinas: pasaje. A
través de él, se supera el pasado y, sin embargo, siempre puede volverse al mismo, lo cual muestra la
importancia de llevar el tiempo hacia el pasado, es decir, llevar al pasado la esperanza del futuro. En
este punto se pone en cuestión del voluntarismo en el ejercicio de la memoria. Como indica Ricoeur:
“no somos dueños de nosotros mismos”; contamos con el don de un recuerdo que se despierta contra
nosotros mismos. Pero dicha memoria solo cobra sentido en el marco de un trabajo literario. En
síntesis, el hecho de que se suscite o no un recuerdo no depende de nosotros, pero sí apela a nuestra
responsabilidad la necesidad de conferirle una bella expresión literaria, lo cual supone trasladar el
debate ético al ámbito de la estética.

Finalmente se trae a colación la relación entre trabajo de duelo y trabajo de recuerdo, y se cuestiona la
idea que reside allí de un precio a pagar. Para Ricoeur, el problema de la justa memoria rompe con el
esquema freudiano. Motivo por el cual reconoce la modestia a la hora de servirse de los conceptos
propios de la clínica psicoanalítica, una vez que el análisis se encuentre fuera de las condiciones propias
de la transferencia.

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