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Institutoneuroteologia.org
MÓDULO 2
REFLEXIÓN
Cuando decimos que nuestro reloj biológico nos despierta a una hora determinada
en el día, en realidad, estamos muy cerca de la verdad, pero también es verdad
que no podemos concentrarnos ni tener comunión con el Señor si tratamos de orar
y al mismo tiempo estamos llenos de sueño y físicamente agotados. No pueden
venir momentos de comunión, ni surgir procesos de convicciones de la fe, de
aquellas ocasiones en que la lucha contra el sueño define muchas de las ocasiones
en que estamos orando.
No podemos elegir si nos sentimos cansados o no, ya que estos episodios son
eventos que les suceden a todos los organismos que se rigen por procesos
biológicos. Estos son mecanismos internos del cuerpo que regulan nuestras
funciones, desde el punto de vista de ciclos estrictamente biológico.
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Estos ritmos se les denominan ritmos circadianos ó biológicos. Y son los que
regulan múltiples actividades biológicas, fisiológicas o cognitivas, que se
caracterizan por su periodo, amplitud y fase en distintos momentos del día o la
noche. Es decir, nos permiten estar en estados de alerta, en estados de letargo, de
descanso y en momentos de sueños regulares. Estos ritmos circadianos se reflejan
de forma diferente en cada persona en particular. Mientras algunos se sienten en
máximo estado de alerta en horas de la mañana, en otros, estos estados de alerta
son en horas de la tarde y otros en la noche. Y así sucesivamente en cada
individuo. Los ritmos circadianos se definen por un periodo constante de 24 horas
aproximadamente en todos los seres humanos, incluyéndolo a usted y a mí.
Los ritmos circadianos no son una reacción a los cambios ambientales, pero sí a los
ciclos de luz-oscuridad dentro del período de las 24 horas que se define un día. Se
generan automáticamente a nivel de nuestra biología interior. El lugar donde se
activa estos ritmos es en el cerebro. La estructura específica cerebral es el núcleo
supraquiasmático, un conjunto de miles de neuronas localizadas en el hipotálamo
anterior.
¿Qué tiene que ver mis ritmos biológicos con mi espiritualidad?. En realidad
mucho. Cuando nos aproximamos a la hora del descanso nocturno, nuestro
organismo biológico entra en letargo, la temperatura corporal tiende a bajar,
disminuye la presión sanguínea y se reduce la secreción de hormonas que nos
permitían estar alerta. La capacidad de estar alerta, de estar conscientes y de
movimientos también se encuentran reducidas, por lo que es más difícil
concentrarse o reaccionar ante un imprevisto o ante un momento de conciencia
espiritual, por lo tanto, disminuye el rendimiento creativo, la capacidad de tomar
decisiones de naturaleza espiritual y, además se multiplican las posibilidades de
no saber entender o conocer la plena voluntad de Dios para nuestras vidas en tales
circunstancias.
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Si el periodo de la noche no se emplea para descansar, esto afectará negativamente
a la salud física, la salud emocional, mental y espiritual del creyente, porque se
disocian los ritmos biológicos, de los elementos espirituales. Pero para no
afectarnos, deberíamos sincronizarlos, especialmente nuestros momentos cuando
estamos en máximo estados de alerta, y allí acudir a la oración, a la meditación y a
la reflexión sosegada de las Sagradas Escrituras. Ya que nuestro organismo sufre
cuando no podemos establecer prioridades, especialmente aquellas de naturaleza
espiritual.
Entonces deberíamos aprovechar los momentos de estar alerta como regalo de Dios
a nuestra biología, y aprovecharlos para creer, para confiar, para adorar, para tener
momentos útiles en que las promesas de Dios de las Escrituras tengan especial
consideración en nuestras vidas. Esto se traduce en momentos de convicciones,
porque hemos usado nuestro potencial cerebral y biológico para alinearnos con
Dios y con sus asuntos. Podemos decir que estos son los momentos en que los
asuntos del Espíritu cobran todo pleno sentido para darnos todas las armas con que
habremos de triunfar sobre los procesos de la carne y de las emociones.
Recordemos que nuestra biología no puede creer, pero si pueden creer el espíritu y
alma que están dentro de nuestro cuerpo. Porque estos, en última instancia son el
verdadero yo. No somos tanto lo que refleja este cuerpo físico, sino lo que hay en
el interior. Y este yo verdadero no lo percibimos desde afuera hacia adentro, sino
de adentro hacia afuera. Nuestro cuerpo físico es la habitación en que Dios
depositó su Espíritu que es el que realmente puede darnos la capacidad de
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responder a Dios y obedecerle, nuestra carne solamente se sujeta.