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Reflexión n.º 14: Análisis y potencial humano, capítulos 2 y 3.

Alumna: Clarisa Giovannoni. Legajo: G-5179/9.

“La pintura de los esquizofrénicos es muy rica en símbolos e imágenes que condensan profundas

significaciones y constituyen un lenguaje arcaico de raíces universales. […] Nos esforzamos en entender el

lenguaje de los símbolos colocándonos en la posición de quien aprende (o re-aprende) un idioma”.

Nise Da Silveira.

El día 5 de noviembre, la psiquiatra Nair manoteó el ejemplar de La Resistencia (Ernesto

Sábato) que tenía afincado en su mesita de luz, y leyó para sí misma: “Hay días en que

me levanto con una esperanza demencial, momentos en los que siento que las

posibilidades de una vida más humana están al alcance de nuestras manos. Hoy es uno

de esos días”. Luego completó su ritual matutino: se duchó, desayunó mientras se

inspeccionaba internamente un rato a sí misma, luego guardó la mochila en el canasto de

su bicicleta, montó a ésta y con andar templado se dirigió a trabajar al Hospital “Piantáo a

la antigua”.

Sin embargo, a su llegada a la sala de servicios psiquiátricos y psicológicos, la puerta no

estaba abierta como cada mañana; en cambio Nair descubrió que estaba cerrada con

llave. Entonces golpeó la puerta. Enseguida, el jefe del servicio, Doctor Magister Profesor

Anastasio Adelmo Peralta Ramos, la recibió y le informó que ella ya no trabajaba más en

aquella sala. Cuando Nair quiso saber los motivos sobre su apartamiento, el doctor le dijo:

- Usted sabe, que su resistencia ha llegado demasiado lejos y está causando malestar

entre el personal, que necesita sosiego para proseguir sus tareas con eficacia.

Entonces, Nair supo que el doctor se refería a su persistente oposición a la utilización

indiscriminada de electroshock y medicación compulsiva. Luego, el doctor continuó: -

Todos hemos tomado nota de su imaginación, así que contamos conque sabrá adaptarse

al nuevo lugar asignado, el galpón junto al jardin… ¡qué lugar! - dijo, expandiendo sus

brazos con las palmas de las manos hacia arriba, como dando gracias… ¿a Dios? Usted
sabe el aprecio que le tengo (era cierto: Nair era una de las médicas más halagadas por

el doctor: su precisión diagnóstica así como el trato que tenía hacia los pacientes hacía

que ella tuviera reservado todo su respeto), pero aquí estoy en un aprieto, sabe que no

podemos permitir que siga mezclando la ciencia con el esoterismo. En fin… me dediqué a

pedir la llave por usted, así ya puede ir acomodándose. Que lo disfrute. - le dijo

entregándole una llave.

Cuando Nair llegó al galpón, confirmó que su desplazamiento se trataba de un soberbio

castigo. El lugar, tenía un área de 300 metros cuadrados, bastante amplio pero su estado

era calamitoso: había restos de escombros por donde se lo mirase, olor a humedad, luego

observó que faltaba una puerta (entonces la llave pasaba a ser una broma de mal gusto),

y unas buenas manos de pintura sobre las paredes. Cuando se dio cuenta de la proeza

que tenía ante sus ojos, empezó a vislumbrar la idea: un taller de pintura para los

pacientes. Entonces también iba a precisar unas cuantas ventanas para recibir

iluminación.

En realidad, quien le estaba dando la idea de la puesta en marcha del taller era Carlos. Él

tenía 40 años y llevaba 6, internado en el hospital. Transcurridos 6 meses de su ingreso al

hospital, Nair notó que Carlos tenía un hábito insoslayable: los días sábados durante sus

salidas al jardín se dirigía a uno de los volquetes donde se depositaba la basura del

hospital y allí revolvía los desperdicios. El psiquiatra a cargo de su caso, doctor

Cottolengo, interpretaba esta conducta como “rasgos de linyera”; además decía que

Carlos tenía tendencias al hurto, que justificaba aduciendo que siempre le faltaban

biromes y lápices tras sus sesiones con él.

- Estos comportamientos antisociales - solía decirle con un tono de gravedad, el doctor a

Nair – agravan su cuadro de esquizofrenia, es una manera inequívoca de inadecuación a

la realidad.
Entonces, Nair empezó a seguir el caso de Carlos más de cerca. Y los sábados, durante

una de sus rutinas linyeras, pudo ver que lo que Carlos buscaba en la basura era un tipo

particular de residuos: papeles, que conservasen una cara de la hoja inmaculada. Carlos

se aseguraba de que nadie lo observase, entonces Nair tuvo que ser discreta. Mientras

que, con su mano derecha hábilmente clasificaba las hojas que le servían a sus secretos

designios, con su mano izquierda, las iba acomodando bajo su campera y las apretaba

fuerte con su brazo para sostenerlas. Luego se encaminaba hacia un lugar solitario en el

jardín, bajo un árbol que siempre era el mismo. Allí se sentaba y comenzaba a dibujar.

Círculos, el símbolo que predominaba, a veces adornados como flores con pétalos, otras

como estrellas refulgentes. Él estaba inmensamente abocado a la tarea, entonces Nair se

convertía en espectadora privilegiada.

Para ese entonces, Nair sabía que había leído algo sobre el círculo y su efecto para

restaurar el equilibrio psíquico. Pero no… no había sido en alguna fuente del hinduismo...

Un momento… ¡en un libro de Carl Jung, claro! Él se había dedicado al estudio de los

símbolos en las mitologías y religiones de los pueblos, como manifestaciones del

inconsciente colectivo humano. El psiquiatra suizo había escrito: “la experiencia enseña

que el círculo protector”, el mandala, es el viejo antídoto contra los estados caóticos del

espíritu”. De acuerdo a lo que comprendía Nair, a partir de las intelecciones de Jung,

Carlos estaba tratando de obtener de sus visiones, una forma comprensible para sí mismo

. A ello Jung le denominaba “elaboración del símbolo”. En ocasiones, cuando lo

acompañaba, Nair le preguntaba, sonriendo si le podía regalar un dibujo y él le decía que

sí. Cuando hubo reunido cuatro de los dibujos de Carlos, Nair se reunió con el jefe de

psiquiatría y le presentó su hipótesis. El jefe le llamó la atención por su intromisión, no

obstante le resultaba interesante su perspectiva, y luego, convocó a una reunión con el

psiquiatra de Carlos. En opinión del doctor Cottolengo, Nair se había aburrido de “sus

neuróticos” y la acusó de querer robarle el caso. Por otro lado, sostenía que los hábitos
gráficos sólo iban a conducirlo a Carlos a un incremento de sus delirios y visiones, que a

muy duras penas, habían comenzado a ceder mediante antipsicóticos.

- Doctora – se dirigió Cottolengo a Nair - pretende estimularle la imaginación, cuando él ya

está desbordado por ella.

- Yo no pretendo nada, doctor. Carlos, por sus propios medios, trató de encontrar la

manera de expresarse. Quizás, le tememos tanto a la incertidumbre del inconsciente, que

eso cause que nos estemos alejando de los pacientes. Tal vez también tenemos que

aceptar que los pacientes tienen algo para enseñarnos, de sus propias necesidades.

Mientras el doctor Cottolengo refunfuñaba “Carlos no sabe lo que quiere, lo único que

precisa es la medicación”, Nair y el jefe de psiquiatras habían llegado a un acuerdo:

permitirle a Carlos seguir dibujando, con la condición de que pudieran controlar los

delirios.

- Doctora Nair, sepa que está actuando contra principios de la psiquiatría científica y

usted, doctor Anastasio, suscribe en este momento, a que crezca la alta marea negra del

ocultismo - dijo el doctor Cottolengo, cuya advertencia sonó a una maldición pronunciada

antes de retirarse del lugar.

Pero con el tiempo, tras haber producido una larga serie de dibujos abstractos, Carlos

parecía estabilizarse y querer abandonar las figuras circulares, entonces empezaba a

realizar dibujos más concretos y se dedicaba a la naturaleza muerta. Nair seguía

presenciando algunas de sus sesiones de dibujo, poco a poco él tomó confianza con ella

e incluso, comenzó a contarle algunos de sus sueños.

Decíamos entonces, que cuando vislumbró la posibilidad del taller, Nair recordó los

progresos de Carlos e imaginó que allí podrían reunirse otros pacientes, en necesidad de

expresión de su mundo interior, como él. Entonces Nair no cesó en su entusiasmo, y

empezó a reclutar voluntarios para poner en condiciones el galpón. Un taller de arte debía

montarse allí y no había tiempo que perder. Con el tiempo, empezaron a desfilar albañiles
y pintores. Nair tuvo que aplazar por dos meses el pago de la cuota del Arte de Curar, ya

que fue una importante inversión la que hubo que hacer. Ella era ambiciosa, y los

pacientes debían contar con diferentes tipos de pinturas, atriles. Por suerte, un licenciado

en Bellas Artes solidariamente interesado en el taller, se comprometió no sólo a conseguir

materiales para la pintura, sino también a orientar a Nair sobre distintos tipos de técnica

de pintura y cómo podrían formarse los colores.

Admirado de la perseverancia de Nair, poco a poco, el jefe de psiquiatría empezó a hacer

incursionar a algunos pacientes con distintos tipos de diagnósticos, por grupos, en el

taller. En la mayoría se apreciaron indicios de la curiosidad que tenían hacia la pintura. En

algunos, afloró la admiración hacia los otros. Las obras terminadas se conservaban

cuidadosamente y sólo se extraían cuando Nair se reunía con una psicóloga, que pidió

especialmente colaborar con sus investigaciones. Ellas aplicaban el método de estudiar

los dibujos en serie, e identificaron temas predominantes en algunos pacientes, que

tenían relación con lo que charlaban en sus sesiones de psicoterapia. Además, era

posible apreciar esos temas como facetas de los llamados arquetipos, postulados por

Jung: contenidos psíquicos proyectados por los pueblos en imágenes de su cultura. Una

vez más, en el hospital psiquiátrico Piantáo a la Antigua, había mucho por renovar, y Nair

estaba a cargo.

Justificación.

El cuento está inspirado, en parte, en registros que se conservaron de la experiencia de la

psiquiatra brasileña Nise. Conocí su existencia casualmente, gracias a la película Nise, el

corazón de la locura, disponible para verla subtitulada en You Tube y Netflix.

En la década del ‘40 Nise comenzó, en el decir de Lapassade, una lucha institucional ante

la hegemonía de técnicas como la lobotomía, el electroshock y el uso de los chalecos de

fuerza. Motivada por la obra del psiquiatra suizo Carl Jung, a partir de su labor, “el
enfermo mental deja de ser un simple enajenado embrutecido para convertirse en un

misterioso liberador de arte, de imágenes impregnadas de formas, colorido y símbolos”.

(Grupo Appeler). La enseñanza parte de los pacientes psicóticos, cuya realidad les resulta

más comunicable a través de las imágenes, que de las palabras (más cerca de lo

racional, consciente) y obliga a los terapeutas, a estar dispuestos a aprender otros modos

de comunicación para entrar en contacto con su mundo interno.

Traté de dar origen al personaje de Nair, caracterizándola como una psiquiatra

innovadora, al igual que Nise, pero en un contexto más actual.

Dice Lapassade: “La lucha instituyente contra las reglas instituidas se ha manifestado en

ciertos comportamientos, o en algunas obras artísticas condenadas […]. Estas

manifestaciones, en desacuerdo con lo instituido, son en sí mismas reveladoras de la

naturaleza de éste. Son su analizador”. Es decir, la resistencia de Nair, sacaba a la luz las

formas de concebir al paciente y qué tipos de tratamientos precisa, que están

naturalizadas.

Sin embargo, con su perseverancia metódica, empieza a ganarse la confianza del jefe de

psiquiatría y psicología, lo mismo que la colaboración comunitaria y la participación de

una psicóloga en su trabajo.

Continúa Lapassade, manifestando que, “el cambio institucional se define a la vez por el

deterioro y la destrucción de las formas instituidas. El deterioro institucional es un proceso

histórico vinculado a la transformación de los conjuntos sociales. La forma exterior puede

persistir algún tiempo, pero la dinámica interna, la función histórica, la adhesión de los

miembros y el poder social no caracterizan ya a la institución”.

Bibliografía utilizada:

https://grupoappeler.wordpress.com/category/inconciente/

Lapassade, George, Análisis y potencial humano, capítulos 2 y 3, Gedisa: Buenos Aires.

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