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Reflexión respecto de la infancia en el Chile del auge económico.

La situación de la infancia hoy en Chile puede caracterizarse como un subsistema dentro


del sistema utilitarista hegemónico. De cierta manera, lo que pasa con los niños en
nuestro país es el reflejo de lo que pasa con otra índole de cosas y con otros grupos
etarios en el mismo. Es así como vemos una realidad muy desigual dependiendo,
primeramente, del nivel socio-económico, del nivel socio-cultural en segunda instancia,
y por último del acceso a los servicios para los niños y niñas de la nación, cuestión que
está en gran medida condicionada por los otros dos elementos, principalmente del
primero. Es así como, mientras que en una casa del sector alto de la capital, un joven va
a tener no sólo un adecuado acceso a salud y educación, sino una infancia en la cual se
resguarden sus derechos en una medida bastante más que aceptable; en los sectores
más pobres del país se evidenciará una infancia marcada por el abandono, carencias
afectivas y de cuidado, y un acceso paupérrimo a servicios como salud y educación,
además de una vivencia infantil atravesada por situaciones de violencia y marginalidad
(tanto barriales como doméstica). El Servicio nacional de menores busca en la mayoría
de los casos remediar situaciones de vulneración de derechos, e incluso en otros,
prevenirlas, sin embargo no es posible tal cosa cuando todo el resto de los subsistemas
que componen por una parte el tejido social (dentro del cual además podemos
identificar a las familias del niño o niña) y por otra el tejido institucional, claves para una
vivencia de la infancia segura y alegre, están precarizados. Tal precarización puede
entenderse a la luz de una cantidad casi indeterminable de factores, sin embargo es
posible revisar al menos dos: 1) Un estado que ha entregado servicios vitales para el
desarrollo humano a privados, generando sistemas mixtos que compiten en desigualdad
de condiciones. Por ejemplo, el sistema de salud público debe competir por los
beneficiarios con el sistema de salud privado, pero desde que el privado es capaz de
ofrecer mejores y más prestaciones, las personas van a preferir sin dudarlo el sistema
privado, dejando sin el financiamiento suficiente y necesario al sistema público,
convirtiéndose éste en gueto en términos de la población a quienes brinda prestaciones,
siendo sólo las personas de los quintiles más bajos quienes se mantienen en el sistema
de salud público. Algo similar sucede con la educación y las pensiones; 2)un tejido social
desarraigado de su historia antigua y reciente, entregado a las fauces del mercado. O
graficando mejor el asunto: En los sectores bajos (principalmente), se entiende la propia
identidad no ya desde su historia como pobladores, es decir, como personas que
lucharon por reivindicar sus derechos y su posición en el mundo y en la sociedad, sino
como los restos que van quedando en una suerte de juego del capitalismo en el cual
ellos no manejan ni aspectos vitales de la cultura hegemónica, ni tienen los recursos
para acceder a ella, ni se ven atraídos a la misma pues la ven como algo distante de su
realidad. E inclusive modelos de éxito y desarrollo personal provenientes de la cultura
hegemónica, se ven como insumos culturales incomprensibles e irrealizables en
situaciones de exclusión, incomprensión, criminalización y precariedad como la que se
vive en las poblaciones más pobres del país. Es así como modelos del tipo “educarse es
la clave para poder salir adelante” o “estudia para que puedas ser alguien en la vida”,
son per se no solamente insuficientes para las situaciones de necesidad y urgencias en
las que se vive, sino que incluso se ven como instancias violentas a la luz de realidades
mucho más dramáticas de las que instituciones educativas pueden abordar (ejemplo de
ellos son los niños, niñas y jóvenes que en contexto de maltrato familiar deben seguir
asistiendo a escuelas que no son capaces de solucionar los graves problemas que éstos
tienen en sus hogares, y ni siquiera de reparar los daños causados por los mismos, por
lo que frente al bajo rendimiento o constantes inasistencias, dichas escuelas prefieren
excluir a los niños, niñas y jóvenes. En este sentido, se ha de considerar también el punto
anterior: por no tener las suficientes herramientas pedagógicas, recursos humanos,
infraestructura y herramientas psicosociales, además de no contar con una red que
pueda ejecutar soluciones efectivas a nivel familiar y comunitario que este tipo de
situaciones requiere). De este modo, la situación de la infancia en nuestro país puede
considerarse similar a la de Siria o Europa dependiendo de qué sector de la sociedad se
esté observando. El panorama no es alentador, sobre todo considerando que no existe
una mirada, desde la política pública, que considere como factor importante para la
transformación de la sociedad, aspectos culturales relacionados a las desigualdades
económicas, como son las valoraciones de distintos y diferentes prácticas vitales (la
educación por ejemplo. Que para el rico es vital, deseable y hasta símbolo de estatus,
mientras que para el pobre es obligatoria, aburrida y símbolo de sumisión o incapacidad
en otros ámbitos de la vida), la relación establecida con la cultura hegemónica (mientras
que el rico tiene una serie de guías y modelos culturales bien posicionados desde un
punto de vista subjetivo en sus círculos sociales, el pobre no está al tanto de dichos
modelos o los ve como modelos ajenos frente a los propios que, generalmente, guardan
relación con prácticas y percepciones provenientes de la experiencia de la
marginalidad), etc.

Esta reflexión es íntegramente de mi autoría y la he podido concluir en base a mi trabajo


con infancia en situaciones de pobreza en los últimos años.

Diego Rojas Reveco


Candidato a magister en Filosofía UAH

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