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CARACTERÍSTICAS DEL LÍDER CRISTIANO

Una colección de ensayos por Les Thompson, Dan Thompson, Salvador Dellutri, Raúl Lavinz Roca,
Antonio Cruz, Martín Añorga, y Rogelio Aracena Lasserre

Les Thompson

Rev. Les Thompson, Ph.D. (1931-2011) nació y se crió en Cuba. El Dr. Thompson sirvió al mundo
hispano, desde Argentina hasta México, durante cinco décadas. Se graduó de Prairie Bible College en
Canadá, con estudios de posgrado en Western Washington University, y un doctorado en Educación de
la University of Wales, Bangor. Fundó la Universidad FLET y Ministerios LOGOI. Escribió trece
libros, entre ellos: La persona que soy, La fe que mueve montañas, Los diez mandamientos y La Santa
Trinidad. Es recordado a lo largo de las Américas como el “Pastor de los pastores” por sus enseñanzas
bíblicas y conferencias. Casado con Carolyn, cuatro hijos —todos en el ministerio—, 20 nietos
(incluyendo los esposos/as de seis de ellos), cinco bisnietos y uno en camino. Les Thompson falleció el
30 de agosto de 2011.

Dan Thompson

El Rev. Daniel Thompson, D.Min. nació en Placetas, Cuba, en 1957. Es el segundo de cuatro hijos del
Rev. Les Thompson Ph.D. Completó estudios en el Instituto Bíblico Moody, recibiendo más tarde su
Licenciatura en Religión de la Universidad de Miami. En 1982 se graduó del Reformed Theological
Seminary con una Maestría en Divinidad. Ha servido como pastor en los estados de Carolina del Sur,
Mississippi y, ha dedicado los últimos años en la iglesia Christ Community Church, la cual ayudó a
plantar en Titusville, Florida. Daniel y su esposa Margaret tienen cuatro hijos y dos nietos.

Salvador Dellutri

Salvador Dellutri, pastor argentino cuya trayectoria como evangelista y conferencista es reconocida en
toda América Latina. Pastor de la Iglesia de La Esperanza en San Miguel, Buenos Aires y desarrolla
una labor periodística y destacada en radio y televisión. Incansable investigador y autor de libros de
estudio, además de novelista, Dellutri es un fraterno colaborador de Ministerios LOGOI. Casado con
Celia, con quien compartió estudios de filosofía y letras y tuvo dos hijos.

Raúl Lavinz Roca

Raúl Lavinz es de nacionalidad peruana y reside hace muchos años en Venezuela. Pastor por más de 25
años. Traductor de idiomas, principalmente Inglés y Español, también es lector y traductor del Hebreo
bíblico, Arameo y Griego Koiné (griego del Nuevo Testamento). Ha sido Presidente del Capítulo
Táchira del C.E.V. (Consejo Evangélico de Venezuela). Casado con Teolinda tienen tres hijos ya
adultos. Vive en la ciudad de San Cristóbal, Venezuela.

Antonio Cruz

Antonio Cruz es doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad de Barcelona (España). Ha dedicado
su vida a la investigación científica así como a la docencia y al ministerio pastoral. Entre sus libros se
destacan El cristiano en la aldea global y Darwin no mató a Dios, ambos ganadores del premio Gold
Medallion de los años 2004 y 2005, así como de Postmodernidad, Bioética cristiana y La Ciencia
¿encuentra a Dios? Casado con Ana, tiene dos hijas.
Martín Añorga

Rev. Martín N. Añorga, pastor Cubano que ha dedicado su vida al ministerio. Escritor de varios
artículos con una noble orientación hacia los buenos principios que deben prevalecer en la familia en la
sociedad. Esta casado con Iradia y viven en Miami, Florida junto con sus hijos y nietos.

Rogelio Aracena Lasserre

El Dr. Rogelio Aracena, nacido en Chile y de nacionalidad colombiana, ha sido pastor por más de 40
años y docente universitario. Su campo de estudio es la Teología y Consejería Psicológica Familiar,
siendo esta última su especialidad. Presidente de la Comunidad del Espíritu Santo —Centro de
Desarrollo Familiar. Vive en la ciudad de Cali, Colombia. Está casado con Eugenia y tiene tres hijos,
Alejandro, Priscila y Moisés.

CARACTERÍSTICAS DEL LÍDER CRISTIANO


Introducción
Por Les Thompson

Cuando a mi mente viene la palabra “líder”, hay tres textos que sobresalen:

1 Timoteo 3:1-7
Palabra fiel es ésta: Si alguno aspira al cargo de obispo [pastor, ministro, o líder de la iglesia], buena
obra desea hacer. Un obispo debe ser, pues, irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, prudente,
de conducta decorosa, hospitalario, apto para enseñar, no dado a la bebida, no pendenciero, sino
amable, no contencioso, no avaricioso. Que gobierne bien su casa, teniendo a sus hijos sujetos con toda
dignidad (pues si un hombre no sabe cómo gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de
Dios?); no un recién convertido, no sea que se envanezca y caiga en la
condenación en que cayó el diablo. Debe gozar también de una buena reputación entre los de afuera de
la iglesia, para que no caiga en descrédito y en el lazo del diablo.

2 Timoteo 1:7
Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.

1 Pedro 4:10-11
Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndoos los unos a los otros como buenos
administradores de la multiforme gracia de Dios. El que habla, que hable conforme a las palabras de
Dios; el que sirve, que lo haga por la fortaleza que Dios da, para que en todo Dios sea glorificado
mediante Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén.

A mi juicio, en estos tres textos se expresan algunos de los más importantes requisitos bíblicos
esenciales para una labor efectiva como pastor. Como verán en un momento, sobre eso escribiré. Pero
primero, será sobre temas parecidos que estaremos escribiendo el año entero, ya que hemos designado
este como EL AÑO DEL PASTOR. Con la ayuda de nuestro gran Dios y la colaboración de una
selección de magníficos colegas estaremos llevándole dos artículos cada mes, artículos que le han de
servir de instrucción, inspiración, reto, ánimo y ayuda. A cada autor le estamos pidiendo que trate su
primer tema con mucha Biblia, y que en el segundo lo ilustre prácticamente. Queremos saber maneras
en que pusieron a funcionar las ideas compartidas —si quieren, puede también contarnos las
experiencias de grandes hombres de Dios del pasado que ilustran la verdad compartida. Cumpliendo
estas indicaciones, creo, tendremos una excelente serie de artículos cada mes.

Ahora, para comenzar, permítanme indicarles por qué estas tres citas que les he dado han sido buenas
instrucciones para mí en mi ministerio.

Un buen y efectivo ministerio debe:

Tener permanencia

La persona que persevera en su llamado es la que es admirada. Los años dan testimonio de la nobleza
de su carácter, y dan prueba de su legitimidad. Aquel que se da por vencido cada vez que llega una
prueba difícil es el que nunca gana la confianza de una congregación. Pablo pide que los pastores
tengan una buena reputación entre los de afuera de la iglesia. Es decir, líderes que son admirados por el
mundo inconverso. Tal admiración viene a consecuencia de largos años de servicio honorable.
Comprende la honestidad del siervo de Dios que es estable y formal, en contraste con los escándalos
tantas veces vistos en la comunidad secular. Tales líderes cristianos se ven y se admiran por la fidelidad
en su relación matrimonial. Su esposa y sus hijos dan
testimonio de un hombre íntegro. Contra viento y marea, año tras año, han mostrado su transparencia.
Cumplen lo que dicen, viven lo que predican, y son estables como una roca. Difícil sería decir tales
cosas del que se llama líder, pero no se queda lo suficiente en un sitio para en verdad poder conocerlo.

Tener pureza en su vida privada

Quizás lo más importante en la vida de un pastor es su vida privada. Lo que hace cuando está solo —y
cree que nadie le observa— es lo que mejor define su carácter. Esto fue lo que se vio en la vida de
Natanael cuando estaba solo debajo de la higuera. A base de observarle en esos momentos típicos,
donde tantos se entregan a sus pasiones, fue que dijo Jesús: He aquí un verdadero israelita, en quien no
hay engaño (Jn 1:47). En la soledad ¿qué pienso?, ¿qué deseo?, ¿qué busco?, ¿qué hago?, ¿con qué me
distraigo? Una predicación pública efectiva es el resultado de una vida privada efectiva —que ha sabido
en los tiempos solitarios comunicarse con Dios y dedicarse al estudio de la Palabra y a la oración. Es a
estos que Dios ha dado espíritu de poder, de amor y de dominio propio (2 Ti 1:7).
Ser caracterizado por el dominio propio

1. (Gal 5:22-23) Mas el fruto del Espíritu es… templanza…

2. (1 Ti 3:2) Pero es necesario que el obispo sea…sobrio…

3. (Tito 2:2) Que los ancianos sean sobrios…

4. (Tito 2:11-12) Enseñándonos que…vivamos en este siglo sobriamente

5. (1 Pe 1:13) Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios…

6. (2 Pe 1:6) añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio.

7. Se nos ha dicho repetidas veces que los tres peligros más grandes para un pastor son:

1. Dinero. = La Lana.
2. Mujeres. = Las Faldas.
3. Orgullo. = La Fama.

El dominio propio —el auto control de su dinero, su tiempo, su mente, su sexo— es básico a la vida de
un pastor. La palabra griega para dominio propio es “enkrateia”, que quiere decir “fuerza”. Veamos
textos donde en el original se usa esta palabra “enkrateia”:

Tenemos que protegernos en cada una de estas áreas. ¿Cómo? Apelar a Dios para recibir de él la fuerza
y el poder para hacerlo. Esta es la única manera, pero al hacerlo encontraremos que Dios es fiel para
hacernos victoriosos.

Dar un ejemplo consistente

1. Josué tuvo de modelo a Moisés

2. David a Samuel

3. Eliseo a Elías

4. Los discípulos a Jesús

5. Saulo a Bernabé

6. Timoteo y Tito a Pablo

Por ser seres débiles y frágiles, todos necesitamos buenos modelos. Al estudiar la
Biblia, es fascinante ver como ella da ejemplo de esta verdad:

¿Nos atreveríamos, como pastores, a decirle a nuestra congregación lo que dijo Pablo: Lo que también
habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, esto practicad, y el Dios de paz estará con vosotros?
(Filipenses 4:9). ¡Qué increíble modelo fue el que dio el apóstol! Y, ¿qué pasa con nosotros? ¿Acaso no
tenemos al mismo Cristo? ¿Acaso no tenemos el mismo evangelio? ¿Acaso no tenemos al mismo
Espíritu Santo para darnos la fuerza y el poder? “Sed imitadores de mí. ¡Así como yo sigo a Jesucristo,
seguidme a mí!”. Este sigue siendo el reto de cada pastor. Qué distintas serían
nuestras iglesias si realmente podríamos ser ejemplos de Cristo a nuestras congregaciones.

Tener una fuerte cualidad de resistencia

Nunca ha sido fácil ser un seguidor del Dios de la Biblia. Si quieres verificar esa verdad, pregúntale a
Abel, pregúntale a José, pregúntale a Daniel, pregúntale a Jeremías, pregúntale a Pedro, pregúntales a
Atanasio, pregúntale a Martín Lutero, pregúntale a cualquier miembro de tu congregación. Nuestra
lucha con el mundo, con el diablo y con nuestra carne no solo es difícil, es constante. El cristiano tiene
que tener más que una calidad de fe, tiene que tener una cualidad de carácter: esa habilidad para decir
que, venga viento o marea, nada me mueve de Cristo. Fíjense en Nehemías al edificar las murallas
caídas de Jerusalén, en una mano tenían una paleta llena de cemento, en la otra una espada para
detener y resistir a sus enemigos. El problema nuestro —y la razón por la cual nos vence el mundo— es
que no sabemos cómo levantar la espada. En nuestra lucha constante nos cansamos, y lo primero que
dejamos caer es la espada. Nos convencemos que si mantenemos la paleta llena con actividades
religiosas ya es suficiente y dejamos de batallar contra el enemigo. Recordemos que hay dos cosas que
necesitamos (una paleta y una espada) para vencer al enemigo de nuestras almas. Como nos dice la
Biblia: (1) someteos a Dios.(2)Resistid al diablo y huirá de vosotros(Santiago 4:7).

Poseer la condición de siervo

1. Jesús se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua
en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba
ceñido… Entonces, cuando acabó de lavarles los pies, tomó su manto, y sentándose a la mesa otra vez,
les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro y Señor; y tenéis razón, porque lo
soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a
otros. Porque os he dado ejemplo, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. En verdad,
en verdad os digo: un siervo no es mayor que su señor, ni un enviado es mayor que el que le envió. Si
sabéis esto, seréis felices si lo practicáis.

2. Nos indica Pedro, Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndoos los unos a los otros
como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. (1 Pedro 4:10). No importa el don, no
importa el título que hombres nos hayan dado, ni el puesto que esté ocupando, todos esos títulos y
honores —no importa cuáles sean— todos están subordinados al título especial que Cristo me dio:
¡SIERVO! Mi deber, como el me enseñó, es tomar una toalla y ser de espíritu y corazón un siervo a mis
hermanos. ¡Qué autoengaño el pensarnos jefes y mandamás, o creernos superiores en el reino de los
cielos! Dios nos perdone por nuestro imperdonable orgullo.

¿Quién eres tú? ¿Quién soy yo? Tú y yo, miserables pecadores que merecíamos el infierno, fuimos
perdonados por nadie menos que Jesucristo. Y, asombrosamente, de Él recibimos ese increíble llamado:
el de apacentar sus ovejas. Pregúntate: ¿Cuál es tu título? ¿Cuál es el título mío? Repítalo lentamente y
con énfasis; “¡Soy un siervo de Cristo!” Y por si acaso no entendíamos lo que eso significaba, nuestro
mismo Salvador nos enseñó:

Tener alta confianza en su llamado divino


En el capítulo 10 de San Mateo leemos que Jesús llamó a los doce (interesantemente lo hizo por
nombre) y les dio las instrucciones y la autoridad para su trabajo. Recordemos, como acabamos de
apuntar, que los que son llamados para apacentar las ovejas del rebaño de Dios son “siervos”.

A cada uno nos ha llamado por nombre (si es que en realidad él nos ha llamado para servirle como
pastores), por lo tanto a cada uno nos ha dado la autoridad para cumplir sus órdenes. Por esto es
indispensable saber que Jesucristo es el que nos ha apartado, nos ha llamado, nos ha colocado como
“siervo” suyo. Sin ese llamado, sin esa confianza, no podemos reclamar su autoridad divina para
ministrar. Solo al tener esa confianza de ese llamado especial del Señor es que podemos lanzarnos
confiadamente a la tarea que él nos ha dado. Ese llamado no viene por herencia (de padre a hijo), ni por
relación (de esposo a esposa), ni por una congregación (que nombra a un miembro como pastor), ni por
una asociación de pastores (que impone sus manos sobre una persona y la ordena como pastor). No,
mis queridos hermanos, todo ese llamado es único del Gran Pastor de la Ovejas, Jesucristo. Él todavía
viene, y como hizo con Abraham, Moisés, Josué, a David, Isaías, Jeremías, los Doce Discípulos, Pablo,
Bernabé, Agustín, Lutero, Wesley, etc., Él sigue llamando por nombre a los que Él escoge para servirle.
Como indica Hechos 13:1-3, Dios llama al individuo por nombre, la iglesia lo reconoce y aprueba, el
Espíritu Santo los envía, y salen a servir con la bendición de la iglesia. Un llamado tan sagrado no es
por escogencia propia, ni por nombramiento familiar. Por tanto, si en realidad Jesucristo
nos ha llamado, no es en nuestra habilidad que confiamos, no es en nuestro poder que nos lanzamos.
La confianza la tenemos en Él, ya que es Dios quien nos ha apartado para servirle.

Poseer una perspectiva personal especial

El apóstol Pablo ejemplificó esa correcta perspectiva que debe tener todo pastor: “Una cosa hago”, dijo
él, “olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta,
al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (Filipenses 3:13). Aunque envuelto en todo
el quehacer del presente, el pastor efectivo siempre está mirando el futuro. Reconoce dónde la
congregación está ahora en su andar con Cristo, pero en su prédica, en sus instrucciones, en sus
oraciones está mirando a lo que espera que la iglesia llegue a ser en el futuro. Su trabajo, su predicación,
su expectativa está enfocada en ver un crecimiento espiritual constante. Nunca está satisfecho con lo
que ve hoy, puesto que la mirada la tiene puesta en el progreso espiritual que espera de cada miembro
en el mañana. Lo de hoy es para edificar lo que viene mañana. Ve un futuro tan prometedor como las
gloriosas promesas de Dios. Así es que no deja que las dificultades del presente le desanimen, que los
fracasos diarios en las vidas de miembros que luchan en su fe y en su obediencia le desalienten. Sus ojos
los tiene puestos en Cristo, el que le ha asegurado que todo lo puede en Cristo que le fortalece
(Filipenses 4:13). Realmente entra en las fronteras de su llamado para actuar, no para discutir.

Estar abiertos al aprendizaje

Por cierto, si la vista está puesta en lograr todo lo que Dios tiene para nosotros en el futuro, necesitamos
estar preparados para no quedarnos atrás. Reconocemos, entonces, nuestra capacidad para crecer en
conocimientos. El apóstol Pedro nos urge: con toda diligencia, añadid a vuestra fe, virtud, y a la virtud,
conocimiento (2 Pedro 1:5). Creámoslo o no, un pastor es considerado como un especialista. Es, por
decir, un profesional. Su especialidad es Biblia y teología. Digamos, para ilustrar esto, que estamos
enfermos y vamos a un médico. Ya sabemos cual es la enfermedad que nos agobia, pues hemos ido a
un buen médico. Pero al escucharle a este, al oírle diagnosticar, al verle actuar, nos damos cuenta que
no sabe de qué está hablando; que el título que cuelga en la pared es comprado, que el hombre nunca ha
estudiado, que no conoce de medicina, que es un charlatán.
¿Qué haríamos? Seguramente de inmediato saldríamos de su oficina. Y, si queremos proteger a los
ciudadanos del pueblo, lo denunciaríamos ante las autoridades. ¿Qué debemos decir de una persona
que se declara ser pastor pero no tiene estudios? Llamarse pastor equivale a decir que uno es un
profesional, que ha estudiado, que conoce lo que dice, que es un una persona preparada y con
capacidad para enseñar. Es más, los profesionales para mantener su licencia periódicamente tienen que
tomar cursos especiales para mantenerse al día con los avances de su profesión. ¿Por qué ha de ser
distinto con un pastor? Creemos que lo más importante en el mundo es la relación de un alma con
Dios, y nosotros decimos ser los guardianes de las almas. Si tu y yo no nos preocupamos por nuestros
conocimientos, ¿a dónde terminará la iglesia? Así pues, hagamos el hábito de crecer, de estudiar, de leer
libros sobre doctrina y teología, de estudiar consejería, de estudiar los comentarios bíblicos, de
mejorarnos en cada rama de nuestra profesión. Dios nos puede usar solo cuando hemos aprendido.
Como dice Pedro: El que habla, que hable conforme a las palabras de Dios; el que sirve, que lo haga
por la fortaleza que Dios da, para que en todo Dios sea glorificado mediante Jesucristo, a quien
pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén (1 Pedro 4:11).

Ser ejemplos de la fe

Nos dice Hebreos 11:6 Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a
Dios crea que El existe, y que es remunerador de los que le buscan. Entonces ese gran capítulo nos da
una lista de ejemplos de la fe: Abel, Enoc, Noé, Abraham, Sara, Isaac, Jacob, José, Moisés, Rahab,
Josué (por inferencia), Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, y Samuel. Sigue —sin mencionar
nombres— recordándonos a los mártires que murieron firmes en la fe, y termina el capítulo con estas
palabras: “todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido
[la venida del Mesías]; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros [Jesucristo y el mensaje
entero del Nuevo Testamento], para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros. En otras
palabras, los del Antiguo Testamento, igual que nosotros del Nuevo, somos perfeccionados por el
mismo medio: por la fe. Y si por acaso no sabemos lo que es esta fe, nos la define en el primer versículo
del capítulo: Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera [la seguridad que se tiene en lo que Dios
ha prometido en cuanto al cielo], la convicción de lo que no se ve. La “fe” según la Biblia, no es un
sentimiento, no es algo que yo fabrico en mi mente, no es algo que yo logro por un esfuerzo duro y
difícil.

La “fe” de que habla la Biblia es la certidumbre que tenemos como hijos de Dios que todo lo que Dios
nos dice en su Santa Palabra es verdad. Y es más: a base de lo que nos dice esa Palabra y una
convicción puesta en nuestros corazones por el Espíritu Santo, estamos convencidos y seguros que por
un favor inmerecido por parte de Dios, nosotros que creemos en lo que Cristo obro en la cruz al morir
por nuestros pecados, somos perdonados y, al nosotros morir, con toda seguridad iremos al cielo donde
moraremos con Dios para siempre. Al leer el capítulo entero vemos que es de esa clase de “fe” que
habla, como declara el versículo 13: Conforme a la fe [confianza en la Palabra de Dios] murieron todos
éstos sin haber recibido lo prometido [es decir el cielo], sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y
saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.

Exactamente lo mismo que la fe nuestra, creyendo en lo que Dios nos ha prometido en su Palabra, nos
lanzamos por la fe a vivir una vida que le agrada con la consecuencia que nos apartamos del mundo.
Aquí en el ahora vivimos para el cielo que nos espera. Esa “fe” nos hace diferentes, nos da diferentes
ambiciones, nos lleva a vivir distintos a los que creen que esta vida aquí en la tierra es todo lo que hay.
Como pastores, es esa fe la que no solo predicamos, pero vivimos, pidiendo a todo el rebaño que siga
nuestro ejemplo.
CARACTERÍSTICAS DEL LÍDER CRISTIANO
– PARTE II
POR LES THOMPSON

El Dr. Les Thompson comparte experiencias que le llevaron a las siguientes conclusiones

Introducción

Es de esperarse que cuando un autor escribe un artículo para ser publicado, que ese escrito formal ha de
ser substancioso y concreto. Pero, al leerlo, nuestra pregunta como editores es: ¿Qué hay detrás de ese
escrito? ¿Cómo fue que llegó a expresar esas opiniones? ¿Cuál es la vivencia del escritor en relación a lo
escrito?

Este año en esta sección hemos pedido de nuestros autores un artículo formal, pero que en un segundo
artículo nos abra su corazón y nos cuente cosas personales en relación a lo escrito: ¿cómo fue que llegó
a ese entendimiento? Creemos que detrás de cada seria conclusión tiene que haber necesariamente una
serie de razonamientos que le llevaron a fijar esas conclusiones. Nuestra idea editorial es poder
comprender mucho de lo afirmado al llegar a conocer algo de lo que estuvo detrás de esas conclusiones.

El primer artículo fue escrito por el Dr. Les Thompson, fundador de LOGOI. El mismo se tituló:
Características del líder cristiano. En este segundo artículo responde a preguntas sobre lo que dijo.
Veamos cómo estas respuestas nos ayudan a comprender mucho mejor las propuestas del artículo
formal.

PERMANENCIA PREGUNTA:
¿Por qué comenzó usted con la idea de “permanencia” en el ministerio?

RESPUESTA:
Vivimos en un mundo muy movedizo. Tengo amigos que nunca sé dónde están. Vivían en Miami, pero
de pronto me llaman de Chicago. Se mudan de un lugar a otro como que si eso fuera lo más normal de
la vida. Quizás por esto, que la gente se muda tanto, que cada vez que voy a la farmacia para buscar
mis recetas me preguntan si mi dirección sigue siendo la misma.

La idea que quise expresar en el artículo es que solo con permanencia puede una persona perseverar en
el ministerio. Ser pastor es parecido a ser campesino, siembra la semilla, luego la abona, después la
cultiva, entonces deja que madure, para a su tiempo cosecharla. Un pastor que comienza una labor y a
los pocos meses lo abandona no da oportunidad para proteger y cuidar lo sembrado. ¿Será por eso que
hoy en la iglesia vemos crecer tanta cizaña? Pocos son los que cuidan lo sembrado.

Tomemos el ejemplo de William Carey (1761-1834), el “padre” de las Misiones Modernas. Nació en
Inglaterra, y se conocía como un humilde e ignorante zapatero. En su alma quemaba el anhelo de ser
usado por Dios, y aprovechaba sus horas solo en la zapatería para leer, estudiar y auto educarse.
Oyendo de las grandes necesidades en la India, a la edad de 32 marchó a esa tierra para servir de
misionero. Por 40 años — del 1793 al 1834— predicó, fundó iglesias, hizo evangelismo, abrió clínicas,
estableció la Sociedad Misionera Bautista, tradujo la Biblia entera a tres idiomas y el Nuevo
Testamento a cuatro, además creó el primer diccionario de la lengua Bengalí, y también al mayor
periódico del país —El Times de India. Como que si eso no hubiera sido suficiente, para mejorar la vida
de los pobres campesinos, fundó la Sociedad Agrícola y Hortícola. Impactó a ese país como pocos lo
han hecho. Interesantemente, antes de morir, dijo: «Si han de hablar de mi, digan que supe perseverar».
¿Dónde están los hombres de Dios que hoy se distinguen por su permanencia? Que fácil es pensar que
la hierba está más verde al otro lado de la cerca.

LA VIDA PRIVADA PREGUNTA:


En su artículo usted dice: “Una predicación pública significativa es el resultado de una vida privada
efectiva”. Por favor, ¿qué nos quiere decir con eso?

RESPUESTA:
Hablo de saber aprovechar esas horas cuando estamos solos, supuestamente para estudiar y preparar
nuestros estudios o prédicas. Cuando leo que el 45 por ciento de los pastores en nuestro continente son
adictos a la pornografía, esto me agobia. En esos momentos libres, cuando deben estar aprendiendo y
acercándose a Dios, lamentablemente están escondidos por ahí entregándose a todo lo que es
totalmente contrario a lo que creemos y predicamos.

De ninguna manera pretendo ser un gran santo y dar la idea que estas tentaciones no me vienen, ni que
nunca malgasto el tiempo. Al contrario, al darme cuenta de lo que esas horas libres pudieran llevarme a
hacer, he aprendido a tomar medidas preventivas, para aprovecharlas en lugar de perderlas. Un
ejemplo. Cuando mi segundo hijo fue al seminario, se me ocurrió la idea de estudiar las mismas
asignaturas de Biblia y teología que él estudiaba. Por teléfono él me decía el texto que estudiaban y yo
lo conseguía. Por teléfono me daba las asignaturas (¿cuántas páginas tenía que leer, etc.?) y yo hacía las
tareas y leía lo asignado. Si tenía una pregunta, mi hijo se la hacía al profesor, y luego me daba la
respuesta. ¡Cómo aprendí durante esos tres años que mi hijo Daniel estudió en el seminario! Y, qué
lindo fue ese contacto especial que disfrutamos mi hijo y yo.

Luego, cuando mi hijo se graduó y fue llamado a pastorear su propia iglesia, tuve que encontrar otra
manera de mantenerme ocupado. Fue entonces que decidí dedicarme a escribir libros. Ya tengo 13
libros a mi crédito (como se darán cuenta, tengo que mantenerme bien ocupado para no tener tiempo
para pecar). Qué importante es aprovechar el tiempo, primero para el bien del alma de uno mismo y
también para el bien de aquellos a los que Dios nos ha llamado a servir.

DOMINIO PROPIO PREGUNTA:


Bajo el tema Dominio Propio usted menciona tres áreas donde todo pastor tiene que cuidarse mucho:
Dinero, mujeres, orgullo. ¿Podría contarnos de su lucha con uno de estos tres?

RESPUESTA:
Hablemos del área del dinero. Quizás por que nunca he tenido mucho —por lo menos la cantidad que
me hubiera gustado tener—, es sobre en esto que he tenido mis buenas luchas. Interesantemente, el área
particular de mi lucha ha sido la de diezmar (darle a Dios lo que le corresponde). Mi excusa para no dar
esas ofrendas era que, como pastor, ya le había dado mi vida a Dios, con eso —pensaba— Él debiera
estar más que satisfecho.

Viene a mi memoria un dicho de Alberto Schweitzer, famoso doctor alemán que fue al África como
misionero: «Si hubiere algo que tú posees y no puedes deshacerte de ello, entonces tú no lo posees, ello
te posee a ti». Eso fue verdad conmigo. Como misionero sirviendo a Dios, tenía tan poco dinero que de
ninguna manera quería soltarlo, ni aun para Dios.
Muchos de ustedes conocen mi historia, que mi primera esposa murió a los 27 años, dejándome viudo
con tres varoncitos. Dos años más tarde —ahora trabajando en Costa Rica— me casé con Carolina y
logré poder nuevamente consolidar mi familia en San José (era el año 1962). Resulta, sin embargo, que
mi salario era insuficiente para cubrir todos los gastos creados por estos cambios. Llegaba el 22 o el 23
del mes y no teníamos para poner pan sobre la mesa. Esos primeros meses de casados orábamos
desesperadamente y Dios contestaba y milagrosamente recibíamos el dinero que necesitábamos. A
pesar de ello, los domingos, cuando era el momento de dar nuestras ofrendas, yo no daba nada. Me
había convencido que era demasiado pobre. Como pastor que era, conocía muy bien las enseñanzas
bíblicas sobre nuestra necesidad de ofrendar, pero eso era para otros. Mi endurecido corazón rehusaba
hacerlo.

Unos cuatro meses más tarde, llegamos como al 18 del mes y se nos agotó el dinero. Oramos como
siempre, pero nada, ni un centavo nos llegó. Fui donde un amigo y le pedí un préstamo, prometiendo
pagárselo al mes siguiente. Ese mes se me enfermó Gregorio, el hijo más pequeño. Le tuvimos que
llevar al hospital, y con el pago al médico, al hospital y las medicinas, se nos fue casi todo el dinero del
nuevo mes. Fui donde otro amigo y pedí otro préstamo. Fui al que primero me prestó, le expliqué el
problema, y le pedí una extensión. Llegó el tercer mes y las cosas ahora se habían puesto imposibles.
Para el cuarto mes estaba literalmente ahogándome en deudas. Ahora comenzaba a preguntarme: ¿Por
qué será que Dios no me oye? ¿Por qué no suple mis necesidades como Él ha prometido?

Hablé con un pastor amigo, Rubén Lores, que en aquellos días era pastor del Templo Bíblico en San
José y le conté lo que me ocurría. Su primera pregunta fue: “¿Qué de tus diezmos? ¿Le has estado
dando a Dios lo que le pertenece?” Cuando le conté mi filosofía sobre diezmar —que ya había dado
toda mi vida a Dios, que no necesitaba darle más— él se echó a reír. “Esa idea te la dio el diablo, de
ninguna manera viene de Dios”, me dijo. “Todos necesitamos dar nuestras ofrendas a Dios. Es la
manera en que expresamos nuestra fe y dependencia en él”. Me recordó de la destituida viuda de
Lucas 16 que en lugar de comprarse un pancito con las dos blancas que le quedaba se los ofrendó a
Dios. Lores me mencionó la complacencia de Jesucristo al ver que en total dependencia en la provisión
divina ella dio todo lo que tenía a Dios. Le pregunté: “¿Y cuál es la enseñanza tu sacas de esa historia?”
Respondió: “Todo lo que tenemos, hasta el último centavo, viene de Dios. Con nuestras ofrendas y
nuestros diezmos expresamos a Dios, no solo el agradecimiento que tenemos por suplir todas nuestras
necesidades, pero que nuestra dependencia total para todo lo que necesitamos está
únicamente en Él. Eso precisamente es lo que explica Malaquías, y que no darle a Dios nuestras
ofrendas equivale a robarle”.

Pueden imaginarse mi arrepentimiento. Me sentí como si fuera un detestable ladrón. Pero qué
perdonador es Dios. Oyó mi confesión. Cuando al mes siguiente recibí mi salario, lo primero que hice
fue sacar el diezmo (y un poquito más) y lo llevé a la iglesia. Dios y yo arreglamos cuentas. De
maravillosas maneras me ayudó a salir de aquellas deudas. Ahora, cuarenta y cinco años más tarde,
doy gracias a Dios que por medio de esa experiencia aprendí uno de los principios cristianos más
básicos e importantes. Yo que como pastor tenía el deber de enseñar a otros aprendí personalmente a
obedecer el principio cristiano de ofrendar. Ahora confieso, sin ningún cuestionamiento, que uno de
mis mayores gozos es darle a Dios mis diezmos y mis ofrendas sin mezquindad. Y, por si no lo sabían,
en todos estos años, ni un solo mes ha fallado Dios en darme lo que necesito. Qué gran verdad: los
líderes fallan por tener ideales mediocres o equivocados.

EL LLAMADO PREGUNTA:
No hay espacio para que usted nos aclare cada una de las diez partituras que nos dio en su artículo,
Características del líder cristiano. Tomemos tiempo para una última. Me interesó, Dr. Thompson, esa
aseveración que usted hace, que Jesucristo llama por nombre a los que Él quiere que le sirvan como
pastores. Me gustaría que nos contara acerca de la manera en que usted fue llamado.

RESPUESTA:
Fue en Cuba, en una convención en el Seminario Los Pinos Nuevos (el seminario fundado por mi
padre y el Rev. Lavastida) que en el 1944 sentí ese llamado especial de Dios. Tenía 13 años de edad, y
acababa de pasar por una prueba espiritual. Resulta
que mi vida cristiana era muy superficial y mis padres descubrieron varios pecados que había cometido.
Mi mamá me confrontó: “Leslie”, me dijo, “tu manera de vivir me convence que realmente no conoces
a Cristo. Si lo conocieras, te portarías de otra manera.” Esa noche no pude dormir. Sobre mi cama
Mamá había colocado un cuadro con el texto, “Tu, Dios, me ves” (palabras de la abandonada Agar
cuando con Ismael, muriéndose de sed en el desierto, se vio ayudada por Dios). Igualmente yo fui
ayudado esa noche, el Señor Jesucristo asegurándome del perdón de mis pecados.

Ahora, unas semanas más tarde, estábamos en plena convención. Por esa experiencia de
arrepentimiento y nueva confesión de fe, mi corazón estaba abierto, dispuesto a oír de Dios y a seguirle.
En uno de los cultos se predicó sobre el tema de la dedicación de la vida a Dios. Mientras se predicaba
yo sentía que Dios me hablaba, que pedía mi
vida, que me estaba apartando para que yo le sirviera. Cuando al final del servicio se hizo una llamada
a aquellos que entregaban sus vidas para obedecer y servir a Dios toda su vida, yo alegremente fui al
frente. Con otros seis o siete jóvenes ese día yo le di mi corazón a Jesucristo. Sentí en la profundidad de
mí ser que Dios aceptaba mi ofrenda. De ese día en adelante sabía que iba ser un pastor, un siervo de
Dios.

Interesantemente, la comprobación de ese llamado me llegó cuando tenía 19 años de edad. Estaba de
vacaciones de mis estudios en el seminario. Así que no fueron los profesores que me aseguraron del
llamado de Dios sobre mi vida. No fueron los varios tíos que tenía —todos pastores— que vinieron e
imponer sus manos sobre mí y pronunciarme “pastor”. No fue ni mi padre ni mi madre. Me vino el
llamado de una pequeña iglesia en un pueblo minero apegado a la ciudad de Johnstown, Pensilvana.
La gente eran mineros, esas polvorientas y sucias piedras de carbón eran las que sabían trabajar.

Era los meses de vacaciones, y para ganarme el dinero para mis estudios, estaba trabajando en una
fábrica de acero (The Bethlehem Steel Company) en la ciudad de Johnstown. Pocos días después de
empezar a trabajar, de sorpresa se me acercó un hombre, Carl Frick, diciéndome: “Uno de los jefes de
la compañía, el señor Ted Fairchild, me contó que usted es seminarista y me animó a hablarle. Por
meses hemos estado buscando un pastor y no hemos podido encontrar a nadie. Aunque sabemos que
usted no es graduado todavía, ¿vendría para predicarnos y pastorearnos este
verano?” Miré a ese hombre —rústico, simple, poco pulido, pero obviamente un amante de Cristo— y
otra vez sentí que el que me hablaba era el mismo Dios. Intercambiamos un poquito de información, y
nos dimos la mano. Prometí estar con ellos el siguiente domingo.

Nunca olvidaré ese verano. La mayoría en la iglesia tenían el doble de mi edad, y con solo 45 asistentes
se llenaba el recinto. Me imagino que el último en aparecerse como
si fuera el pastor era yo, que apenas había comenzado a afeitarme. Pero cada domingo en la mañana
llegaba la gente. Otro tanto llegaban el domingo en la noche. Para el miércoles, el servicio entre
semana, llegaba otro tanto. Al principio había cupo para todos. Gradualmente los asientos vacíos se
llenaron. Para cada prédica sentía la mano de Jesucristo, quien me había llamado, y la bendición del
Espíritu Santo. En esa pequeña iglesia ese verano la gracia divina era evidente —jóvenes que se
convirtieron, adultos que se arrepintieron y comenzaron a asistir fielmente a la iglesia, ancianos en
Cristo que celebraban la grandeza de la Palabra de Dios conmigo a pesar de mi juventud. Todo sirvió
como aprobación visible de que Dios realmente me había apartado para el ministerio.

Al fin del verano con muchos abrazos y algunas lágrimas, me despedí de mi primera congregación (tal
como habíamos acordado Carl Frick y yo) y regresé para terminar mis estudios en el seminario, ahora
más seguro que nunca del llamado de Dios sobre mi vida. Aunque más tarde fui examinado
formalmente por mi presbiterio, y ordenado oficialmente como pastor de mi denominación, en cuanto a
mí, la ordenación mía efectiva fue la de esa pequeña iglesia en aquel barrio de Johnstown, Pensilvana.
Y como bendición especial, el hijo de Carl Frick es hoy un pastor en el estado de West Virginia,
llamado por Dios durante aquel verano de mi inicio en el ministerio.

EL PASTOR COMO TEÓLOGO, PARTE 1


POR DAN THOMPSON

Uno de los mayores retos de ser pastor es que ¡el domingo parece llegar demasiado rápido! Semana tras
semana, uno estudia y se prepara para predicar. Y tan pronto terminamos el sermón, es hora de
prepararse para la próxima lección o prédica. Algunas veces la gente comprende lo que dices y sientes
que Dios te está utilizando para formar vidas. Pero otras sientes que tienes muy poca influencia sobre lo
que la gente piensa o cómo viven. Son esos los días que sientes que tus estudios y arduo trabajo no son
tan importantes como pensabas. Te agobia pensar que lo que predicaste el domingo pasado es más tu
opinión que la verdadera enseñanza de la lectura. Recuerdas las advertencias de la Biblia sobre el juicio
más severo que recibirán los que enseñan y ¡comienzas a dudar si vale la pena el riesgo! ¿Qué te motiva
a continuar?
¿Cuáles son los incentivos para continuar tus estudios bíblicos y prepararte a predicar y cuidar de tu
rebaño?

Escribo como un colega pastor. Entiendo la desilusión que a veces causa ser la guía de una
congregación cristiana, y también he sentido gozo al ver vidas transformadas por la gracia del
Evangelio. Si no estuviera absolutamente convencido de que lo que enseño es la verdad que la gente
necesita entender, y si no estuviera convencido de la transformación que representa “la renovación del
entendimiento” (Romanos 12:1-2), tendría que darme por vencido. He sido pastor por 28 años y he
visto lo mejor y lo peor. Pero amo la labor de pastorear y el estudio semanal de la Palabra de Dios que
me prepara para predicar y enseñar. Y no puedo imaginar hacer otro trabajo. ¿Qué otra labor puede
llamarnos tan fuertemente a crecer en gracia de Dios, a buscar un mayor entendimiento de su gran
amor, con la misma intensidad que un pastor experimenta la responsabilidad semanal de estudiar y
prepararse para el ministerio de la Palabra de Dios?

Cada semana me enfrento a una batalla. Estoy peleando por los corazones y mentes de hombres y
mujeres, y mi arma es la Biblia “porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en
Dios para la destrucción de fortalezas” (2Cor. 10:4). Para utilizar esa arma con destreza debo
convertirme en un pastor-teólogo – un continuo estudiante de la Escritura. “Procura con diligencia
presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de
verdad.” (2 Tim. 2:15). Como pastor de la gente de Dios, mi llamado es proteger el rebaño de los lobos
hambrientos y alimentarlos con la verdad reconfortante de la Palabra de Dios. “Por tanto, mirad por
vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la
iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán
en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán
hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad, acordándoos
que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno.” (Hechos
20:28-31). ¡Lo que enseñamos en la Iglesia importa! Y es tan fácil confundir la verdad. Pero el mensaje
del Evangelio es definitivo. Las verdades que vemos allí no son negociables, y tenemos que
proclamarlas clara y contundentemente. “Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo
deficiente, y establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé; el que fuere irreprensible,
marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía.
Porque es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no
iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino hospedador,
amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel tal como ha
sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que
contradicen.” (Tito 1:5-9).

Las palabras teología y doctrina no le interesan a mucha gente de nuestra generación. Para ellos,
“teología” suena seca y anticuada. Un hombre de mi iglesia dijo recientemente: “Supuestamente somos
el rebaño de ovejas. Pero las ovejas no son animales inteligentes. No nos des doctrina; solo háblanos de
Jesús y dinos qué tenemos que hacer”. El quería que yo dirigiera mis enseñanzas y prédicas a sus
emociones: “danos historias que nos conmueven, y dinos cómo debemos vivir”, me dijo. Yo creo que la
Biblia instruye a los cristianos sobre cómo se deben comportar, y también creo que la alabanza debe
mover nuestros corazones, pero hay que recordar que existe un contenido intelectual en el evangelio
que las personas necesitan comprender. La verdad del Evangelio es lo que debe conmover nuestros
corazones y emociones. La maravilla del amor de Dios hacia nosotros es lo que debe movernos a
responderle y obedecerle. Descubrir lo que somos en Cristo (como dice Romanos 5) es lo que debe
motivarnos a tener una vida cristiana. Sin esta base de la verdad del Evangelio, podríamos estimular
sentimientos, pero no podríamos cambiar personas. Estos sentimientos se desvanecen y tendríamos que
buscar nuevas formas de inspirar nuestra grey otra vez. Sin un entendimiento profundo de nuestra
unión con Cristo por la gracia de Dios (Romanos 6) o la confianza en saber que hemos sido adoptados
como hijos de Dios para cambiar nuestros corazones (Romanos 8), la gente podría tratar de hacer bien,
pero no van a experimentar una verdadera transformación del Espíritu. El patrón que usa la Biblia para
conmovernos y transformarnos es a través de la mente— cuando entendemos la verdad bíblica, nuestros
corazones responden a Dios en obediencia. “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios
(descritas por Pablo en Romanos), que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a
Dios, que es vuestro culto racional. (Romanos 12:1). La alabanza, en este sentido, es vivir para
glorificar a Dios y con agradecimiento por su gracia en Cristo. “No os conforméis a este siglo, sino
transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la
buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2). Un nuevo entendimiento de la Palabra
de Dios nos motiva a cambiar, nos ayuda a comprender y amar lo que Dios nos pide.

Si yo quiero que alguien experimente el tipo de transformación que Pablo describe en Romanos 12:1-2,
tengo que asegurarme que escuchen y entiendan la verdad sobre la merced que Pablo describe en
Romanos 1-11. Esos capítulos están llenos de doctrina. Pablo le habla a los cristianos en Roma (ver
Romanos 1:7-8 – el asume que ya eran cristianos). ¿Qué deben escuchar estas personas si quieren
acercarse más a Cristo?
¡Tienen que escuchar el Evangelio! En los primeros once capítulos de Romanos, Pablo predica la
verdad, el mensaje que llevó a todos como apóstol de Jesucristo. El no se limitó a los temas fáciles ni se
cuidó de no ofender a nadie (incluyendo las verdades sobre sus pecados, su incapacidad de reconciliarse
con Dios por sus propios esfuerzos, la lucha continua contra el pecado que los llevaría a depender más
de la gracia de Cristo, etc.). El es claro en que Dios es justo y rápido en perdonar a los pecadores. Pablo
pensaba que la gente necesita entender estas verdades fundamentales. Necesitaban escuchar sana
doctrina.

Predicar sana doctrina no significa aburrir a la congregación con datos insignificantes. Lo importante es
mantener la profunda verdad de la Palabra de Dios. Cuando uso la palabra teólogo, no estoy sugiriendo
que nuestras enseñanzas sean abstractas, difíciles, técnicas o aburridas. Simplemente debemos enseñar
lo que Dios ha dicho de sí mismo y lo cierto y verdadero sobre la vida y la muerte. La teología es el
estudio de Dios y su auto-revelación en la Biblia.

Cuando comencé mi trabajo pastoral, decidí que iba a predicar los libros de la Biblia sistemáticamente.
Tenía dos razones para hacerlo: (1) Es difícil elegir un tema diferente cada semana. Era lógico para mí
hablar de una parte de la Biblia y continuar la semana siguiente. Cada pasaje tendría un tema, pero yo
no tenía que elegir el tema. La Biblia escogía por mí, y yo sabía con antelación cuáles eran los próximos
temas que tenía que estudiar. (2) Yo no iba a poder escaparme de los temas más difíciles de la Biblia.
Ellos vendrían a mí y yo tendría que poner de mi tiempo y esfuerzo para estudiarlos. Gracias a esto
crecí como teólogo, buscando un mejor entendimiento de la relación entre las diferentes partes de la
Biblia. Cuando nos enfrentamos a conceptos complicados como predestinación y elección, tenemos que
pensar en su significado. Entonces nos preguntamos ¿cómo se relaciona esta lectura a otras del mismo
tema?
¿Cómo me afecta esta verdad? ¿Cómo puedo ponerla en práctica en mi vida?
Pablo dice, “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir,
para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda
buena obra.” (2 Tim. 3:16-17). Mis congregantes necesitan entender todo lo que Dios ha dicho, ya sea
fácil o difícil. Yo necesito entender estas cosas si quiero crecer en mi relación con Dios. Mis hijos
necesitan debatir las verdades presentadas en la Escritura. Yo tengo que ser un estudiante fiel, y tengo
que estar dispuesto a crecer como teólogo, como estudiante de las cosas de Dios.

Un pastor debe ser “retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda
exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen. Porque hay aún muchos contumaces,
habladores de vanidades y engañadores, mayormente los de la circuncisión, a los cuales es preciso tapar
la boca; que trastornan casas enteras, enseñando por ganancia deshonesta lo que no conviene.” (Tito
1:9-11). Una enseñanza incompleta, que no esté a la par con la enseñanza de la Biblia va a hacer más
daño que bien—y no quiero ser yo el que desvíe a mi rebaño con mis enseñanzas erradas. Tengo que
dedicarme a ser lo más correcto posible en mis prédicas y enseñanzas. Mi congregación necesita más
que opiniones personales y ánimo. ¡Necesitan la verdad!

¿Cómo puedo distinguir entre sana doctrina y opiniones contradictorias? Afortunadamente, no soy el
primer pastor que predica sobre la Biblia. Tengo a mi disposición sermones, comentarios, y libros que
han sido escritos sobre cualquier libro de la Biblia que yo necesite usar. No hay mejor manera de
aprender que verte obligado a descifrar una respuesta a un problema difícil. Me siento muy motivado a
estudiar cuando necesito contestar algún asunto que surja en mi iglesia o si escucho comentarios sobre
alguna enseñanza que considero errónea. En esas situaciones, busco respuestas y al final me beneficio
yo también. Nadie puede alegar que sabe todo sobre Dios y sobre vivir cristianamente. Para que
desarrollemos nuestro entendimiento tenemos que combinar nuestras experiencias con la búsqueda por
un conocimiento más profundo. Las respuestas las hay (aunque yo no entienda todo lo que Dios hace,
tengo buenas razones para confiar en que Dios es bueno). Los pastores tenemos el privilegio de
aprender y buscar respuestas para ayudar a nuestros hermanos a enfrentarse a situaciones difíciles.
A veces estudio los comentarios hechos sobre algún pasaje bíblico y se me ocurren ideas que nadie ha
expresado (por lo menos no veo las mismas conclusiones a las que yo he llegado). He aprendido a no
confiar en mis conceptos sobre un pasaje. Si nadie ha llegado a las mismas conclusiones en sus estudios,
¿será que soy el primero en la historia que verdaderamente entiende lo que los autores de la Biblia
querían decir? No lo creo. En esas situaciones actúo con sumo cuidado. Si me siento verdaderamente
convencido de que lo que he entendido es lo más lógico, le digo a mi congregación, pero con la
salvedad de que no estoy seguro si entendí el significado de la lectura.
Creo que mi congregación aprecia ese tipo de honestidad. Cuando comparto con ellos mi lucha por el
entendimiento, aprenden que ellos también pueden estudiar la Biblia Yo no soy el único “experto” que
deben escuchar. Quiero que escuchen la voz de Dios en la Escritura y que confíen que Dios los va a
guiar a ellos también a lograr ese entendimiento.

La oración es vital en el estudio de la teología. Yo puedo y debo confiar en que el Espíritu Divino me
guiará a comprender su Palabra. No solo necesito a Dios los domingos cuando estoy predicando; lo
necesito toda la semana mientras estudio. Reconozco cuan desesperadamente necesito que Dios me
brinde entendimiento y le digo: “Dios, no entiendo lo que esto significa. Tú nos has prometido que el
Espíritu nos guiará hacia la verdad. Ayúdame a entender lo que esto significa y su contexto bíblico.
Abre mis ojos hacia los mensajes maravillosos de tu Palabra. Bríndame el gozo de la verdad.”

Utiliza, amigo pastor, todos los recursos disponibles, pero pídele al Espíritu que te guíe. Pídele a Dios
que trabaje a través de tus sermones, pero también que El sea la voz en el estudio de Su palabra.

Si la teología es simplemente el estudio de Dios, entonces podemos decir que la teología es vida. No
existe en la vida nada más importante que conocer a Dios. No existe búsqueda más importante que
desarrollar nuestro conocimiento sobre Dios. “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad.” (2 Pedro 3:18).
Este es el llamado del pastor: “Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que
es en Cristo Jesús. Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros (2 Timoteo
1:13-14). El resultado práctico es que como pastor quedarás protegido de las modas pasajeras de la
Iglesia, de tangentes insignificantes, y de ideas confusas que pueden afectar la Iglesia. “Si esto enseñas a
los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina
que has seguido. Desecha las fábulas profanas y de viejas. Ejercítate para la piedad (1 Timoteo
4:6-7).

Siempre se enfrentarán a la Iglesia nuevos movimientos y maneras de enseñar, ideas populares para
animar al pueblo y buscar audiencias. Siempre existirán los que se resisten ante la doctrina de la Iglesia.
En la iglesia habrá algunos que te pidan que prediques como predican los demás, los supuestamente
conocidos que pueden atraer grandes multitudes. Pero el llamado del pastor no es atraer las masas.
Hemos sido llamados a ser fieles en la proclamación de la Palabra de Dios, tenemos que aferrarnos a
ese mensaje y a enseñar a los nuestros a comprender la verdad del evangelio. “Esto manda y enseña.
Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor,
espíritu, fe y pureza. Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza. No
descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del
presbiterio. Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a
todos. Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti
mismo y a los que te oyeren”. (1 Timoteo 4:11-16).

Este es el llamado del pastor como teólogo. El mensaje del evangelio es inspirado por Dios; es
razonable y conmovedor. Y es la responsabilidad y privilegio del pastor, el dedicarse a expandir el
entendimiento de la verdad que Dios nos da en su Palabra.
EL PASTOR COMO TEÓLOGO, PARTE 2
POR DAN THOMPSON

Yo no me propuse ser un teólogo. Yo ni siquiera planeaba convertirme en un pastor. Crecí en una


familia cristiana, asistiendo a la iglesia cada domingo y escuchando la Biblia de mis padres, pero no me
interesaba comprenderla. Fui a la iglesia y escuchaba a mi padre leer la Biblia porque eso es lo que tenía
que hacer. Yo no tenía ninguna razón para desconfiar de lo que me enseñaron. Lo acepté. Pensé que lo
entendía. Yo sabía que el mensaje básico de la Biblia y me consideraba un cristiano.

Cuando llegó el momento de salir de casa e ir a la universidad, mi deseo era estudiar música y
convertirme en un músico profesional. Yo era joven, y mis padres, detectando probablemente mi lejanía
de una verdadera relación con Dios, me pidieron que
asistiera a una universidad bíblica durante un año, después de lo cual, decían, podría ir a cualquier
escuela de música que yo eligiera. Estuve de acuerdo con esa petición, y escogí un instituto bíblico en
Chicago, Illinois, donde también podría empezar a cursar estudios musicales. Durante ese primer año
de universidad, conocí profesores que amaban a Jesús y la Biblia, pero con una interpretación de la
Biblia muy diferente a la que yo había escuchado cuando era niño. Yo no entendía los puntos de vista
teológicos de los que me enseñaban. Todo lo que sabía es que sonaba diferente a lo que había oído toda
mi vida. Mi curiosidad comenzó a crecer. Quería saber la verdad: ¿serían las cosas que estaba
escuchando la verdad, o eran las cosas que me habían enseñado toda mi vida? Creció mi interés por el
estudio de la teología porque yo quería saber lo que era cierto. Quería entender la Biblia.

Mi estudio de la teología comenzó de una manera muy sencilla. Simplemente investigaba el origen de
las ideas que estaba aprendiendo y comparaba esas ideas con lo que otros cristianos han dicho a través
de los siglos. Pasaron los años y decidí completar mis estudios en un seminario teológico; también
recibí mi llamado a ser pastor. Mi educación en el seminario incluyó estudios en teología (el estudio de
Dios). He leído grandes libros escritos hace mucho tiempo por estudiosos de la Biblia. He encontrado
respuestas a muchas de mis preguntas. He descubierto que la Biblia tiene sentido y que tiene un claro
mensaje de principio a fin. Pasé los exámenes en las
clases de teología y aprobé un largo examen por un comité y fui ordenado como pastor ante un grupo
de pastores. Aprendí las respuestas correctas a las preguntas que sabía que iban a preguntar, y, entendía
mis respuestas. Pero no me di cuenta entonces cuan limitada era en realidad mi comprensión de la
Biblia y del evangelio de la gracia de Dios. Una cosa es conocer las respuestas correctas para pasar un
examen. Es otra cosa recibir la verdad del Evangelio profundamente en mi corazón y de experimentar
la transformación progresiva de Dios en mi propia vida.

He sido pastor por más de 28 años. Yo no me propuse ser un teólogo, pero quiero que las personas a
quienes enseño y sirvo conozcan a Dios y amen Su Palabra. Más que eso, quiero glorificar y gozar de
Dios en mi propia vida – ¡Quiero conocer mejor a Dios! Debido a que la teología simplemente significa
“el estudio de Dios” o lo que creemos que es verdad acerca de Dios, cada persona en el mundo es un
teólogo. Hay buenos teólogos y teólogos malos, pero todo el mundo tiene creencias acerca de lo que es
en última instancia el universo. Esas creencias forman las decisiones que tomamos en la vida cotidiana.
Toda la vida es inevitablemente teológica, porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.
Fuimos creados para disfrutar y glorificar a Dios. Lo que pensamos acerca de Dios y la forma en que
afecta nuestras vidas es nuestra teología. Según la Biblia, es posible saber que hay un Dios y conocer
algo de su poder y majestad con sólo mirar el mundo que Dios ha creado. Pero no podemos conocer al
Dios Salvador sin la Biblia. Nuestras opiniones sobre Dios o cómo Él no nos conducirá a la verdad es
parte de la auto-revelación de Dios en la Biblia. Dios tiene que decirnos lo que es verdad y quién él es.
Dios tiene que decirnos por qué nuestro mundo es un desastre y por qué las cosas en este mundo no son
como debieran ser. Dios tiene que explicar por qué anhelamos algo que este mundo no parece ser capaz
de proporcionar.

Vivimos en un mundo donde nuestra opinión es tan válida como la de cualquier otra persona. La gente
nos dice que interpretemos la realidad como un grupo de ciegos que se encuentran con un elefante. Un
ciego siente la trompa del elefante y dice que es como una manguera flexible gigante. Otro ciego agarra
la cola y dice que un elefante es como un látigo peludo. Otro se apodera de una pierna y dice que un
elefante es como un árbol. Todos ellos tienen una visión parcial de la realidad. Cada uno de ellos está
mal — un elefante completo no es igual a ninguna de sus partes. La gente utiliza este ejemplo para decir
que nadie sabe la realidad completa de lo que es el universo — sólo tenemos verdades parciales, pero no
la verdad completa. Pero aunque seamos limitados en nuestra perspectiva, Dios ve al elefante completo.
Él creó al elefante. Y si escuchamos a Dios, tenemos una visión precisa de lo que es real, aún cuando
no tengamos respuestas para cada pregunta que se nos ocurra.

Es cierto que hay conceptos en la Biblia que están más allá de mi comprensión. Hay cosas de Dios que
nunca voy a comprender. Soy un ser finito. Dios es un ser infinito. Un ser finito no puede comprender
plenamente a uno infinito y eterno. Pero podemos conocer a Dios. El se ha dado a conocer en su
Palabra escrita y en la persona de Jesús. Como pastor, estoy llamado a estudiar, para trabajar con
diligencia en la tarea de comprensión de la Palabra de Dios para poder enseñar y predicar tan
claramente como sea posible. Hay veces que tengo que decir a mi gente “no entiendo completamente lo
que este pasaje está diciendo”. No tengo que fingir que lo comprendo todo. Pero puedo decir, “Esto es
lo que yo entiendo de este pasaje y esto es lo que creo que el escritor nos está diciendo. Esto es lo que se
desprende de este pasaje, incluso hay cosas aquí que no acabo de entender”.

La responsabilidad semanal de la enseñanza y la predicación ha sido una gran bendición en mi vida. He


tenido que estudiar la Palabra de Dios para poder enseñar bien a la gente de mi congregación. Recuerdo
a un adolescente que vino un domingo después de la Cena del Señor y me dijo, “Pastor Thompson, ha
dicho que la Cena del Señor es un signo y sello de la alianza de la gracia de Dios, pero ¿qué significa
eso?
¿Cómo es un sello?” Yo estaba usando palabras bíblicas (la lengua de “sellar” viene de
Romanos 4 – Dios dio a Abraham la circuncisión como un signo y sello de la justicia que había por la
fe). Yo estaba usando esas palabras en el contexto adecuado (explicando algo acerca de la Cena del
Señor). Pero yo no entendía lo que significaban las palabras. Le dije a mi amigo adolescente que iba a
pensar en su pregunta y volver más tarde con una respuesta. Tenía que hacer algo de lectura y el
pensamiento para obtener el concepto claro en mi mente antes de explicárselo. ¡Ese es el estudio de la
teología en práctica! Quería ayudar a mi joven amigo, pero también quería entender mejor cómo el
Espíritu de Dios sella la verdad simbolizado en la Cena del Señor a mi propio corazón. ¡Qué agradecido
estoy por las preguntas difíciles que he recibido a través de los años!

Si los pastores van a enseñar lo que dice la Biblia, tenemos que tener las cosas claras en nuestras mentes
para poder enseñar a los demás (tenemos que ser teólogos – Estudiantes de Dios y de Su Palabra). Hace
unos años, fui a ver a un médico de la piel sobre una mancha roja en el pecho. Pensé que era una
picadura de insecto que simplemente no se sanaba. El doctor miró el lugar y me dijo que era la primera
etapa de un tipo de cáncer de piel que me mataría si no la trataban. Tenían que extirpar el cáncer de
quirúrgicamente, y yo tendría que volver periódicamente para chequeos, por si hubieran otros puntos
cancerosos formándose. Estoy agradecido de que este médico pudo detectar la diferencia entre la
picadura de un insecto y un cáncer. ¿Qué hubiera pasado si me hubiese dicho: “Bueno, yo no estoy
seguro. Puede ser una picadura de insecto o podría ser algún tipo de erupción cutánea o una reacción
alérgica o puede ser un cáncer”. Es importante que un médico conozca la diferencia entre una picadura
de insecto y el cáncer de piel. El tratamiento para la picadura de un insecto es muy diferente al
tratamiento para el cáncer.

Esperamos que un médico haga un diagnóstico preciso y que recete el tratamiento adecuado para cada
problema. ¿Esperamos lo mismo de los que predican la Palabra de Dios cada semana? Ellos no dan el
diagnóstico de cáncer o erupciones cutáneas. Están hablando de cuestiones que son infinitamente más
importantes – ¿estoy bien con Dios? ¿Dios me ama, me perdona, me dará Dios la bienvenida a Su
presencia, o me rechazará? Los pastores ofrecemos un diagnóstico de los problemas espirituales de la
gente y guiamos a nuestro rebaño al tratamiento (la cura) que Dios ha provisto en el Evangelio. Es muy
importante que los pastores entendamos las verdades que estamos llamados a predicar. ¿Cómo
podemos explicar las cosas a la gente si no entendemos lo que la Biblia nos enseña?

Hace veinte años tuve la oportunidad de recibir en mi pequeña iglesia un conocido y respetado maestro
de la Biblia. James Montgomery Boice vino a predicar una serie de sermones. Viajaba a hablar en otro
lugar y aceptó pasar tres días con nosotros. Este hombre había escrito muchos libros — los estudios
teológicos y colecciones de sermones. Sus sermones fueron difundidos en la radio en muchas ciudades
de nuestro país. Era un superdotado, muy inteligente, estudiante de la Biblia. Estábamos en mi coche
yendo a almorzar un día, dijo, “Estoy tan contento de que Dios me llamó a ser pastor. No creo que
hubiera tenido la disciplina para estudiar la Biblia por mi cuenta si no tuviera que prepararme cada
semana para enseñar a otras personas”. Ser pastor no fue sólo un trabajo que él eligió. Se complacía en
una mejor comprensión de la Palabra de Dios para sí mismo mientras se preparaba para enseñar a
otros. Ese es mi propio deseo como pastor.

Prepararse para la predicación y la enseñanza no es fácil. A veces un pasaje es bastante claro y fácil.
Otras veces es complejo y muy difícil de entender. Pero es un privilegio tener la responsabilidad de
estudiar la Palabra de Dios, para luchar con el significado de un pasaje hasta que empieza a tener
sentido, y trabajar para explicar a la gente para que puedan entender lo que Dios está diciendo y que la
apliquen en sus propias vidas. Mi congregación se beneficia de mi estudio de la Palabra de Dios. ¡Pero
yo me beneficio mucho más!

Yo no me propuse ser un teólogo. Pero, por misericordia de Dios, he recibido un llamado que requiere
un estudio de la persona y la obra de Dios en una manera que ha transformado mi vida y me llevó a
una comprensión más profunda de lo que Dios ha hecho por mí a través de Jesús Cristo. ¿Qué mayor
llamado hay que ser un pastor- teólogo? ¿Qué mejor regalo puede dar Dios a cualquier hombre que un
conocimiento más profundo suyo y una creciente relación con él? El hábito o disciplina más importante
que un pastor puede establecer es ser un estudiante diligente de la Biblia.
La Biblia no es sólo un libro sobre Dios. Es la revelación de Dios de sí mismo, a fin de que podamos
llegar a conocerlo, amarlo y disfrutarlo.

1 Timoteo 4:6 Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las
palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido.
EL PASTOR COMO EVANGELISTA
POR SALVADOR DELLUTRI

Ariel, mi hijo mayor, es veterinario. Como es esperable vive rodeado de animales y de publicaciones
sobre el tema. Entre las cosas más interesantes tiene una lista clasificada de razas caninas donde figuran
las características físicas y de carácter que tipifican a cada una de ellas y está acompañada de fotografías
ilustrativas. En ese catálogo todo está perfectamente ordenado, discriminado y clasificado para facilitar
la tarea del profesional. Pero cuando lo visito en su veterinaria veo que la mayoría de los perros que
atiende son mestizos, no responden a los estereotipos puros. Me imagino que, así como físicamente son
inclasificables, lo mismo debe pasar con su carácter. Le debemos a los griegos este celo por el
ordenamiento y la clasificación, que es altamente útil para todas las disciplinas. Pero la realidad muchas
veces no condice con el catálogo que nosotros hemos elaborado.

Cuando comenzaba mi ministerio creí que iba a ser un evangelista. Tenía veinte años cuando comencé
a predicar en campañas evangelísticas de pequeñas iglesias en Buenos Aires y presentía que el Señor me
había llamado para cumplir esa tarea. Pero la iglesia a la que asistía, una congregación también
pequeña, estaba necesitada de maestros y continuamente estaba convocado a enseñar. Luego tuve que
asumir la labor pastoral y entonces, confundido, me pregunté ¿para qué me quiere el Señor?
¿quiere usarme como pastor maestro o evangelista? Estaba tratando de definir de acuerdo a un esquema
rígido cuál era el casillero en que el Señor me había colocado, pero la realidad se imponía y no podía
abandonar ninguna de las dos tareas. Para seguir con la comparación diría que el perro no era de raza
definida, era mestizo.

El Nuevo Testamento registra también esa realidad; los cristianos del primer siglo debían realizar tareas
mixtas para cubrir todas las demandas del ministerio.

El Apóstol Pedro comienza su ministerio público en el día de Pentecostés, predicando a los judío
(Hechos 2). El Espíritu Santo obró poderosamente y se añadieron a la iglesia alrededor de tres mil
personas (Hechos 2.41). Inmediatamente Lucas nos informa que los convertidos “perseveraban en la
doctrina de los apóstoles” (Hechos 2.42), demostrando que a la evangelización añadían un trabajo de
discipulado y pastoreo para que aquellos primeros cristianos crecieran en la fe. Más adelante, en el
pórtico de Salomón (Hechos 3), luego del milagro de sanidad operado en el cojo, Pedro vuelve a
confrontar a sus co-nacionales con el evangelio y alrededor de cinco mil personas se añaden a la iglesia
(Hechos 4.4). Con posterioridad y por guía e indicación expresa del Espíritu Santo va a la casa de
Cornelio y evangeliza a los primeros gentiles, quienes reciben el Espíritu Santo, son bautizados y pasan
a formar parte del pueblo de Dios (Hechos 10). Pedro hacía una formidable labor de evangelista. Había
aprendido del Señor quien, en compañía de sus discípulos, visitaba todas las ciudades y aldeas
predicando el arrepentimiento, llamando a la gente a seguirlo, pero también se dedicaba a enseñar y
pastorear a los suyos. Mateo registra esta labor integral realizada por el Señor: Recorría Jesús todas las
ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando
toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque
estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor (Mateo 9.35-36). En este breve
párrafo se describe el trabajo de enseñanza, evangelización y se revela el corazón pastoral de Jesús, a
quien Pedro va a designar como “Príncipe de los pastores” (1 Pedro 5.4).

Al final del Nuevo Testamento tenemos las dos epístolas de Pedro que nos muestran otro aspecto de su
tarea, la de un consumado pastor preocupado por el rebaño, que busca sostenerlo y alimentarlo para
que crezca espiritualmente y llegue a la madurez. En la primera de las epístolas dice “Ruego a los
ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos…” (1 Pedro 5.1) incluyéndose en el
número de pastores que el Señor estaba utilizando en aquella hora y les recomienda que apacienten la
grey del Señor (1 Pedro 5.2). Pedro actuaba como evangelista, maestro y pastor.

El caso del Apóstol Pablo es similar. Fue un consumado evangelista desde su conversión, y en la ciudad
de Damasco predicaba a Cristo en la sinagoga (Hechos 9.20). Luego, al comenzar la obra misionera,
extendió el reino de Dios por Asia Menor y Europa. Su estrategia era simple, pero eficaz; cuando
llegaba a alguna ciudad que no había oído el Evangelio acostumbraba ir a la sinagoga y comenzar la
tarea evangelizadora con sus compatriotas, luego ampliaba su radio de acción y se dirigía a los gentiles.
Es notable su discurso en Atenas donde demuestra un profundo conocimiento de la idiosincrasia y
problemática de los griegos, y una especial capacidad de adaptación a su auditorio, virtud propia de los
evangelistas. En sus alegatos ante las autoridades, cuando estaba prisionero y debía defenderse,
utilizaba esa oportunidad para proclamar el evangelio con fervor. El rey Agripa que lo escuchó durante
su cautiverio en Cesárea tuvo que admitir “Por poco me persuades a ser cristiano” (Hechos 26.28). Al
escribir a los corintios declara su pasión evangélica con encendidas palabras: Pues si anuncio el
evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el
evangelio! (1 Corintios 9.16). Pero desde el comienzo de su ministerio su labor fue múltiple. Al escribir
a Timoteo, su hijo en la fe y destacado colaborador, declara: Para esto yo fui constituido predicador y
apóstol (digo verdad en Cristo, no miento), y maestro de los gentiles en fe y verdad (1Timoteo 2.7). Su
labor itinerante consistía en predicar el evangelio, establecer iglesias y pastorearlas durante algún
tiempo para luego encomendar a otros esa tarea y poder dirigirse a otro lugar para continuar la obra. En
sus cartas descubrimos su tierno corazón pastoral, su amor al rebaño, el cuidado que ponía en
alimentarlo convenientemente, mantenerlo saludable y activo. El Apóstol Pablo era un consumado
evangelista, pero también un pastor de almas.

La obra del Señor no es una empresa comercial. En las empresas cada individuo que forma parte del
plantel ocupa un cargo, tiene un lugar específico de trabajo y le establecen límites. Los organigramas y
manuales de procedimiento describen la jerarquía y el alcance de la tarea de cada uno. Pero la iglesia
del Señor no es una empresa sino un organismo vivo y el Espíritu Santo, que se caracteriza por su
creatividad y versatilidad, puede tomar a un siervo de Dios y capacitarlo, según sea su voluntad y las
necesidades del momento, para que cumpla múltiples funciones.

Al final del Evangelio de Mateo, cuando el Señor se despide de sus discípulos, encontramos la llamada
“Gran Comisión”: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto id y haced discípulos
a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo,
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado, y he aquí yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28.18-20). Este mandato sintetiza la primordial misión de
la iglesia y desglosa el trabajo en dos partes fundamentales: evangelización y enseñanza.

El término “evangelio”, hoy es patrimonio del vocabulario religioso, es anterior al cristianismo y de uso
secular. En la literatura clásica, por ejemplo, se usaba para designar la noticia de una victoria bélica,
que era una buena noticia (evangelio) para los vencedores. Quien tenía el privilegio de transmitirla
estaba evangelizando. Cuando el ángel Gabriel le comunica a Zacarías que va a ser padre le dice que le
trae una “buena nueva” (Lucas 1.19), utiliza la misma palabra. Como consecuencia el evangelio de
Jesucristo es la buena noticia de la salvación que Dios ha consumado entregando a su Hijo para que
muriera por nuestros pecados, y evangelizar es hacer llegar esa buena noticia a quien la necesita. El
discípulo ha creído y aceptado la buena noticia, pero necesita conocer al Señor, sus enseñanzas y
mandatos, y para eso necesita ser ayudado y alimentado en su crecimiento, una tarea esencialmente
pastoral.
Si bien no podemos ignorar que hay quienes se destacan primordialmente como evangelistas, la
evangelización debe ser un fuego que enciende el corazón y la vida de cada creyente, especialmente del
pastor. No se puede permanecer indiferente ante un alma perdida, cada cristiano tiene que sentir su
responsabilidad. La evangelización es una tarea de todos los salvados y así lo estableció el Señor
cuando, luego de la resurrección, mandó a los suyos hacer discípulos a todos las naciones,
predicándoles el arrepentimiento y el perdón de pecados (Lucas 24.47).

Domingo Faustino Sarmiento, el educador y promotor de la enseñanza popular en América, siendo


gobernador de su provincia mandó a los vecinos que blanquearan el frente de su casa. Como la gente se
resistió una mañana Sarmiento en persona salió a la puerta de su casa con un balde de cal, se remangó
y pintó personalmente el frente. Ante el ejemplo todos los vecinos, silenciosamente, comenzaron a
blanquear los suyos. El pastor, como ejemplo de la grey (1 Pedro 5.3), tiene que comprometerse con el
evangelismo, convertirse en un activo predicador del evangelio sin por eso descuidar la labor pastoral.
Si solamente insta a los hermanos a compartir el evangelio, pero no
pone vigor en predicarlo, no tendrá resultados positivos. El ejemplo motivará al pueblo que
seguramente lo acompañará haciendo su parte. El pastor tiene una notable ventaja para hacerlo porque
conoce el entorno, la cultura, los códigos del lugar en que está trabajando y puede comunicarse con un
alto grado de eficacia con la comunidad en la que a la que ha sido llamado a ministrar. Por lo tanto
tiene que poner manos a la obra y verá los resultados.

MI EXPERIENCIA COMO PASTOR EN EL EVANGELISMO


POR SALVADOR DELLUTRI

El Luna Park de Buenos Aires es el estadio cubierto más importante y tradicional de la ciudad,
dedicado exclusivamente al boxeo. Aquella cálida tarde de noviembre entré acompañando a mis
padres, lleno de curiosidad, porque se llevaba a cabo una campaña evangelística y predicaría el Dr.
Oswald Smith, famoso evangelista canadiense. Nunca había estado en ese estadio y era la primera vez
que concurría a una reunión evangélica tan populosa. Mis padres eran cristianos, había asistido
regularmente a la Escuela Dominical, memorizaba versículos bíblicos y conocía el plan de salvación y
por lo tanto sabía que nada de lo que iba a escuchar me resultaría novedoso.

Esa noche me ubiqué en lo más alto de la última tribuna. Como Zaqueo, el publicano, me acomodé en
mi sicómoro disponiéndome a contemplar el evento y quedé extasiado observando a la marea humana
que se iba ubicando lentamente frente al estrado donde estaba el púlpito. No recuerdo las canciones que
entonó el coro, ni los himnos cantaba la concurrencia, pero cuando el Dr. Smith comenzó a predicar
quedé fascinado. Parecía que todo había desaparecido y solo estábamos él y yo, frente a frente. El
sermón era sencillo, hablaba de pasajes que conocía de memoria, pero la palabra fue penetrando
lentamente en mi corazón y cuando convocó a los oyentes a hacer una decisión por Cristo, superé mi
timidez, llorando bajé de la última tribuna y me acerqué al estrado donde entregué mi vida a Cristo.

Mi padre me había acompañado y esa misma noche puso en mis manos los cuatro libros del Dr. Smith
editados en español. El impacto inicial de uno de ellos, “Pasión por las almas”, encendió en mi corazón
un fuego abrasador que me impulsó a evangelizar. Han pasado más de cincuenta años y ese fuego
continúa.
Años después estaba sirviendo al Señor como evangelista. Me sentía feliz predicando, pero en la
pequeña iglesia a la que pertenecía se necesitaba quien enseñara y tuve que abocarme a esa tarea que
derivó luego en un pastorado que se ha prolongado hasta el presente.

Allí tuve que asumir una doble tarea: pastor y evangelista. Al principio quise dividir las áreas realizando
cultos exclusivamente de enseñanza y otros de evangelización, preparando sermones adecuados a cada
oportunidad. Pero los problemas económicos que atravesó el país hicieron que tuviéramos que unificar
los cultos. ¿Cómo hacer para realizar ambas tareas en un solo culto?

En ese tiempo el Pastor Alfredo Smith estaba trabajando activamente en Lima, desarrollando el
programa “Encuentro con Dios” en el que multitudes se acercaban a la iglesia y recibían a Cristo. Las
campañas se hacían en el templo que habitualmente utilizaba la iglesia y duraban quince días. Le
pregunté cómo hacían para evangelizar y a la vez no descuidar la edificación del pueblo de Dios. Entre
otras cosas dijo que para las campañas de evangelización buscaba siempre pastores que fueran
evangelistas porque resultaban más eficaces, sus sermones eran más profundos y además de evangelizar
edificaban al pueblo de Dios.

Comencé a analizar el tema y llegué a algunas conclusiones. Como pastor sabía que las personas que se
acercaban a la iglesia por primera vez lo hacían con cierto temor y muchos prejuicios. Al llegar no se
encontraban en un estadio sino en un ámbito dedicado a la vida espiritual con el que rápidamente se
familiarizaban y podían seguir concurriendo. Entraban en contacto con un pastor que estaba todos los
días trabajando en el mismo lugar, con el que podían establecer fácilmente una relación directa y quien
los podía orientar para que recibieran, si fuera necesario, un aconsejamiento prolongado en el tiempo.
Además, estaba inmerso en la realidad local, sabía cuáles eran los problemas y apetencias de la
comunidad a la que pertenecía, era uno más de ellos.

El problema era cómo elaborar sermones que atendieran a ambas necesidades y eso fue un gran desafío.
Recuerdo que comencé realizando cultos que comenzaban con un breve mensaje evangelístico y un
llamado a recibir al Señor. A quienes manifestaban su deseo de entregar su vida a Cristo los hacía salir
del culto para que tuvieran una reunión con los consejeros y luego desarrollaba un sermón de
edificación para los creyentes. Todo esto era demasiado engorroso, me di cuenta que el método no era
eficaz y decidí buscar otros rumbos.

Recordé que mis maestros en el Instituto Bíblico siempre destacaban la importancia de la predicación
expositiva y comencé a poner en práctica lo aprendido. Tomaba un pasaje bíblico y lo desarrollaba
tratando de sacar toda la enseñanza que atesoraba. De esta forma alimentaba al pueblo de Dios y en la
conclusión daba un giro evangelístico que me permitía hacer una llamado a la conversión al Señor. Así
apuntaba a las dos necesidades. Rápidamente comprobé la eficacia del método porque los asistentes
asimilaban el texto y cada uno aplicaba a su vida lo que necesitaba. Creo haber predicado los cuatro
evangelios completos siguiendo este método porque me resultaba apasionante presentar el plan de
salvación en acción y mostrar la grandeza de Jesucristo. Los milagros, las parábolas, los discursos de
Jesús, sus controversias con los fariseos y los saduceos, los episodios previos al calvario, los sucesos
desarrollados alrededor de la cruz y, sobre todo, las apariciones del Señor resucitado, todo era un
material maravilloso que cautivaba al auditorio. Pero un día caí en la cuenta que no podía seguir
alimentando al pueblo solamente con los evangelios y tenía que animarme a ir más allá.

Comencé a estudiar los salmos siguiendo el mismo camino y vi como se desarrollaba empatía en el
auditorio que veía sus propias vivencias reflejadas en las experiencias del salmista. Cada salmo es una
joya donde podemos asomarnos a las profundidades y contradicciones del alma humana; la angustia
producida por el pecado, la perplejidad ante la prosperidad de los impíos, la calma que impera en una
fluida relación con Dios, la esperanza del hombre de fe… todo está en los salmos.

Luego vinieron los profetas, cada uno con sus reclamos, pero siempre mostrando un camino de salida y
esperanza. Así fui comprendiendo que toda la Biblia podía servir para enseñar y a la vez evangelizar si
utilizaba el método expositivo. Eso no impedía que periódicamente dedicáramos un tiempo especial a
evangelizar haciendo campañas locales con un predicador invitado y reforzáramos la evangelización.

En la preparación de los sermones debía ser muy cuidadoso, pensando siempre que en el auditorio
había personas que no conocían el entorno de los sucesos descriptos en la Biblia ni entendían la jerga
que muchas veces usamos los evangélicos.

Recuerdo que en uno de mis viajes una mujer me contó que su mayor obstáculo para acercarse al Señor
era una frase que repetía el predicador: “Entréguese a Cristo”; tuvo que concurrir varias veces hasta
entender qué quería significar con esas palabras. Presté atención a ese detalle y me di cuenta que
muchas veces al predicar usaba muchos sobre entendidos, pensando que el auditorio sabía de qué se
trata, pero no todos estaban al tanto del significado de ciertas palabras.

Si decía, por ejemplo, “los fariseos se acercaron a Jesús”, podía haber alguna persona que desconociera
quiénes eran los fariseos. No podía ocupar mucho tiempo explicando el origen y desarrollo del
fariseísmo, pero podía definirlo rápidamente diciendo “Los fariseos, una secta de fanáticos religiosos
judíos, se acercaron a Jesús”. Esa frase ubicaba a quienes escuchaban por primera vez el término y no
molestaba a aquellos que lo conocían. Palabras como redención, propiciación, santificación,
consagración merecen siempre una aclaración para aquellos que no tiene claro su significado o le
otorgan otra connotación. Las palabras “santo”, “arrepentimiento” o “comunión” no tienen la misma
connotación para un evangélico que para un católico, y en Latinoamérica la formación religiosa de la
mayoría tiene que ver con el entorno católico romano. Recordemos que el evangelio siempre necesita
una comunicación eficaz dentro de la cultura en la que se está insertado.

La predicación, como señalara John Stott, es un puente que une dos mundos. El predicador debe
conocer profundamente la Biblia, porque es la base de la predicación, pero también debe conocer la
cultura a la que se dirige porque tiene que establecer puntos de contacto. Para lograr impacto tenemos
que ser creativos, mucho más en ésta época dominada por la cultura visual. Las nuevas tecnologías han
puesto a nuestro alcance recursos inesperados pero muy eficaces. Una predicación donde se usen con
sabiduría proyecciones que la ilustren suele tener un gran impacto. Recuerdo un viernes de Semana
Santa donde analizamos las diferentes formas en que la cruz estaba presente en el arte occidental.
Comenzamos con las catacumbas, donde no aparece ninguna imagen de Jesús crucificado, y
culminamos con la forma en que presenta la cruz Mel Gibson en su famosa película “La Pasión”. Fue
un impacto notable en la comunidad que demostró que los cristianos no somos refractarios al arte,
tenemos un sentido crítico y conocemos a fondo lo que dice la Biblia sobre la razón por la cual
Jesucristo entregó su vida en el calvario.

Muchas veces se hace necesario abrir nuevos canales a la predicación. Hace veinte años notamos que
los dirigentes sociales y los profesionales tenían reservas para concurrir a los cultos normales de la
iglesia. Preparamos entonces una actividad especial que venimos desarrollando desde entonces lo que
denominamos “Desayunos para Empresarios y Profesionales”. Allí utilizamos una forma diferente de
hacer llegar el mensaje: comenzamos analizando una situación conflictiva que esté viviendo la sociedad
en ese momento – violencia juvenil, drogadicción, crisis familiar, corrupción administrativa – y luego
damos la respuesta de la Palabra de Dios. Esos encuentros están siempre colmados y el impacto se
siente en toda la ciudad porque los medios periodísticos se hacen eco de los temas tratados.
Durante tres meses en el año todos los domingos por la noche presentamos una obra de teatro, de
aproximadamente una hora de duración. Son obras que, con todos los ingredientes del teatro secular,
abordan la realidad planteando interrogantes espirituales. Luego de cada presentación los actores y el
equipo técnico abren el diálogo con los concurrentes en un clima de cordialidad que les permite dar
testimonio del Señor. Como cada obra se presenta durante tres meses y cada domingo el público se
renueva, es muy importante el trabajo de la iglesia que, motivada por una forma novedosa de
comunicación, trabaja difundiéndola en la comunidad. Los medios periodísticos hacen la crítica del
espectáculo y de esa manera aportan gratuitamente a su difusión. Si bien la preparación de cada obra
demanda mucho esfuerzo, la respuesta suele ser sorprendente.

Cuando el Pastor, movido por el Espíritu Santo y el amor por las almas, diversifica la tarea
evangelística y la encabeza, el pueblo de Dios se siente motivado, se moviliza y acompaña el esfuerzo
con toda naturalidad.

El Señor Jesucristo cuando llamó a Pedro y Andrés les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores
de hombres (Mateo 4.19). Esa tarea nos ha sido encomendada a nosotros, la misión evangelizadora es
ineludible y los pastores tenemos que cumplirla a conciencia. Cuando Pedro, después de una noche de
pesca infructuosa en el Mar de Galilea estaba lavando las redes para retirarse a su casa fue desafiado
por Jesús a volver a pescar. Me imagino que el temperamental galileo debía estar de pésimo
humor, sin embargo, con mucho respeto, se dirigió al Maestro y le dijo: Maestro, toda la noche hemos
estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red (Lucas 5.5). Según Pedro no
era el momento ni la ocasión propicia para intentar la pesca, pero frente a la orden del Señor echó la
red. El resultado fue sorprendente, la red se rompió por la cantidad de peces y tuvieron que llamar a
otros pescadores para que los auxiliaran. Finalmente Pedro se dio cuenta que, más allá de sus cálculos
humanos, el Señor puede obrar en todo lugar y en cualquier circunstancia. Para él no existen
limitaciones.

Podemos hacer nuestras las palabras del pescador galileo: En tu palabra echaré la
red. Cada oportunidad, por adversa que parezca, en que estamos frente a alguien que necesita al Señor,
pidamos sabiduría y echemos la red. Eso también forma parte de nuestro ministerio pastoral y no
debemos olvidarlo.

DULCE ORACIÓN, PARTE 1


POR RAÚL LAVINZ ROCA

La primera parte de este tema tiene que ver más con lo que llamamos “Teología de la oración”, y luego
en la parte segunda, se aplicará a la experiencia, sobre todo pastoral, los principios teológicos que aquí
se mencionarán.

Como representante de una tradición cristiana, como la wesleyana, donde apreciamos mucho el canto y
la himnología, que por cierto desde la mal llamada “renovación de la alabanza” se ha vuelto una
especie de perla perdida en los cultos evangélicos (y hasta en los protestantes, incluidas las iglesias
metodistas), tomé el título de uno de esos grandes himnos para denominar el tema.
Después de 25 años de ministerio pastoral he llegado a reconocer que la mejor “Teo- logía” es aquella
que, sin desconocer la autoridad de las Escrituras, se contextualiza en medio de la situación humana.
Podríamos llamarla Teología encarnacional o contextualizada y comoquiera que sea, siempre será ese
tipo de acercamiento a Dios que esté consciente de sus limitaciones y sin embargo, no por ello deje de
intentar caminar al ritmo que el Maestro le impone. Por ello me agrada llamarla “Teología del
camino”, porque es justamente en ese caminar en que vamos “convirtiéndonos” y llegando a ser
discípulos de Jesucristo que también aprendemos las destrezas de quienes formamos parte del Reino de
Dios, entre ellas la oración.

Desde esta Latinoamérica nuestra, signada por una tras otra conquista y por una tras otra opresión, la
oración tiene que ser necesariamente una herramienta paradigmática de generación de cambios que nos
permita vivir en una constante dinámica donde lo social, lo político, lo económico y lo religioso no
escapen de su doble dimensión [de la oración]: privada y pública.

En primer lugar, para que exista oración debe haber un conocimiento previo de aquel a quien se la
dirige, es decir Dios. La presuposición básica de la teología cristiana es que: Dios ES, no sólo existe. Si
bien es cierto en todas las religiones hay analogías con la oración de un ciudadano del Reino de Dios,
una de las diferencias básicas es que en dichas expresiones religiosas no se enfatiza el conocimiento
personal del dios a quien se “ora”. Es más, generalmente las oraciones van cargadas de un tinte
negativo como gritos, ritos, flagelaciones corporales, etc., para ganar el favor de ese dios y lograr ser
oídos (por ej. Cuando los profetas de Baal oraban a el para que se manifestara. Ver 1 Reyes 18:26-29).

En el caso de la oración de los cristianos, el conocimiento del Dios a quien se la dirige es posible porque
ese Dios se ha dado a conocer al hombre de varias maneras. A ese darse a conocer le llamamos
Revelación, y es una iniciativa de Dios para que su criatura se pudiera comunicar con El. Sin
Revelación no hay oración y cuando la hay ella debe dirigirse al Dios que se ha revelado—dado a
conocer—en la creación, en la Sagrada Escritura, en la encarnación—Jesucristo mismo—, y en la
persona humana hecha a imagen y semejanza de Dios. Es decir, Dios tomó la iniciativa para que
pudiésemos comunicarnos con El, por medio de la oración.

Un segundo aspecto teológico/doctrinal de la oración es que ella es un medio, no un fin en si misma,


ya que el fin sería mantener una comunicación permanente con Dios. En el NT, un ejemplo típico de lo
contrario, era lo que hacían los fariseos ante lo cual Jesucristo presenta el correctivo, enseñando lo que
no es la oración (ver Mateo 6:5-8). Luego enseña el Padrenuestro como un modelo de oración. Dicho
sea de paso, un análisis del Padrenuestro nos confronta con la realidad de las dimensiones que la
oración adquiere cuando es hecha bajo los parámetros que vienen dados por el mismo Señor Jesucristo
y los énfasis que enseña, a través de esta oración, los cuales difieren diametralmente de la enseñanza
farisaica. Es importante destacar aquí que si, como es generalmente aceptado, el Sermón del Monte es
un resumen de las enseñanzas que Jesús daba a sus seguidores quiere decir que el tema de la oración era
parte de las enseñanzas de este joven Rabí, quien continuamente las repetía a quienes lo seguían.

Otro elemento integrante de la oración es la fe. En el cuerpo de enseñanzas de Jesús a sus discípulos
encontramos que, de varias maneras, el anima la fe de ellos para que: sepan que sus oraciones recibirán
respuesta (Mateo 6:7-12); que la fe debe colocarse en El, quien es el que tiene autoridad para honrarla
(Mateo 8:5-10,13); que la fe en El trae sanidad Mateo 9:20-22; Mateo 9:27-31; que la obediencia en fe, a
su palabra, produce resultados sobrenaturales (Mateo 14:23-31); que la fe en El acerca y/o
produce una convicción de que [Jesús mismo] es el Mesías (Mateo 14:32,33); aprendan el valor de
ponerse de acuerdo para pedir y recibir (Mateo 18:19). Obviamente, el desarrollo de una fe así requiere
ir en el camino de la vida diaria con Jesús, como su discípulo(a) aprendiendo el valor de la obediencia a
sus mandatos [como en el caso del oficial del rey, cuyo hijo fue sanado mientras el iba de regreso a su
casa, creyendo la palabra que Jesús le dijo. Juan 4:46-53], de la firmeza en asirse a su Palabra
[registrado por Juan en el cap. 15 de su versión del evangelio], de la virtud de vivir en una sociedad—
mundo—que es indigna de un ciudadano del Reino por su antagonismo hacia el Rey [Hebreos 11:38].
Indiscutiblemente, pretender encerrar la oración en un marco rígido doctrinal es no comprender su
multidimensional esfera de atracción. Es como pensar en una figura geométrica con varias aristas que
forman parte del todo. Si consideramos que la conocida afirmación “el todo es mayor que la suma de
sus partes”, tenemos por un lado que la oración en sí es mayor que la suma de todos sus aspectos
teológico-doctrinales y, la otra cara de la moneda es que aún siendo la oración mayor que la suma de
sus partes, también es menor que el gran todo, a saber la vida de un ciudadano del reino de Dios, la
cual a su vez debe estar enmarcada en el gran tema del Cristianismo neotestamentario: La Missio Dei,
la Salvación.

Otro aspecto doctrinal parcial de la oración es a quién va dirigida. Está claro por las enseñanzas de
Jesús mismo y de los apóstoles en sus cartas neotestamentarias que el destinatario de las oraciones de
los ciudadanos del Reino es precisamente el Rey, es decir Dios el Padre (Mateo 6:6). También
Jesucristo—Dios el Hijo—es destinatario de la oración (Hechos 7:59,60). Adicionalmente, Jesús dijo
que se orara en Su nombre para que El haga lo que se le pida [Juan 14:13,14]. Entendamos que el orar
en el nombre de Jesús quiere decir que el centro de nuestra oración sea la persona de Jesús, su carácter,
su obra en la Cruz. No es finalizar cada oración con la muletilla “en el nombre de Jesús”. Nombre, en
lenguaje bíblico, es sinónimo de personalidad, de carácter, y así hemos de orar, sobre la base del
carácter y la personalidad de Jesús. Lo que no podemos encontrar en el NT es evidencia que refuerce el
pensamiento de que se puede dirigir al Espíritu Santo la oración. Lo que sí podemos entender por el NT
es que el Espíritu Santo está en y con los creyentes, por lo tanto orar al Espíritu Santo sería casi como
dirigir una oración a uno mismo, lo cual sería absurdo. Sin embargo, una de las funciones del Espíritu
Santo es la de ayudar al creyente en sus oraciones (Romanos 8:26,27). Esto tiene que ver con el orar
conforme a la voluntad de Dios, lo cual se convierte en un verdadero laberinto para muchos cristianos e
inclusive pastores. Siendo que una promesa respecto a la oración tiene que ver con la respuesta ya
concedida a los creyentes cuando se ora conforme a la voluntad de Dios (1 Juan 5:14,15), es importante
que esas oraciones sean así. Es función del Espíritu Santo, entonces, dada nuestra debilidad para
conocer la voluntad de Dios, servir de mediador entre Dios y nosotros y da “gemidos indecibles” a
nuestro favor interpretando por nosotros la voluntad de Dios y llevando así esas oraciones a la
presencia del Padre. En última instancia, esa sería la razón verdadera de que nuestras oraciones
hallaran respuesta. Esa es también la razón por la cual Juan el apóstol contempla, en la Revelación que
Dios le da, un cuadro donde hay 4 seres vivientes y 24 ancianos cada uno de ellos con copas de oro
“llenas de incienso, que son las oraciones de los santos (Apocalipsis 5:2). Luego en otra visión del
mismo Juan el ve “un ángel con un incensario de oro, y se le dio mucho incienso para que lo añadiera a
las oraciones de todos los santos…Y de la mano del ángel subió ante Dios el humo del incienso con las
oraciones de los santos” (Apocalipsis 8:3,4). Qué cuadro más impresionante sobre la oración como un
instrumento de adoración a nuestro Padre celestial y que le es agradable, lo cual está simbolizado por el
humo que sube ante su presencia.

Como hijos de Dios, nuestra meta en la oración ha de ser orar conforme a su voluntad, conscientes de
la ayuda del Espíritu Santo. En esta tarea no debemos olvidar que para el mismo Jesucristo el punto
focal de la oración fue la voluntad del Padre. Jesucristo logró, por y para, nosotros un nuevo acceso al
Padre mediante la oración en Su nombre y en armonía con la voluntad de Dios. Usemos ese acceso
directo a El y hagamos así de nuestra oración una: ¡Dulce oración!
DULCE ORACIÓN, PARTE 2
POR: RAÚL LAVINZ ROCA

“Lo que a continuación se describe es pura ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura
coincidencia. Los nombres, lugares y circunstancias se han cambiado para prevenir cualquier mal
interpretación”.

Esta es una semana típica en la vida del pastor Romualdo Lucena, pastor de la Iglesia Evangélica
“Altar de Oración”, una iglesia pequeña, como muchas en Latinoamérica, con una asistencia
dominical de unas 50 personas de los cuales alrededor de 35 son miembros “comprometidos”. Es una
obra reciente y él es quien tuvo, con su familia, la iniciativa para comenzarla. Ahora cuentan con una
filiación denominacional que, al menos, les provee de una “identidad”. Su esposa Teresa, es profesional
y trabaja. Los hijos, todos estudian. La iglesia no está en capacidad de sostenerle con un “salario
digno”. No es la situación ideal para ver crecer una obra, sin embargo tanto él como su esposa hacen lo
mejor que pueden para pastorear dicha congregación:

• Domingo—El enseña en una de las cuatro clases de la A-B-C (Academia Bíblica Cristiana–otro
nombre que le dieron a la Escuela Dominical). Su esposa hace lo propio con otra clase. Predica el
sermón del culto de la mañana, que es el único que hasta el momento tienen. En la tarde, se reúne con
los líderes de los cinco grupos familiares que funcionan entre semana, para darles las pautas para los
estudios de la semana.
• Lunes—Es el día de “descanso” de la familia pastoral (en teoría, al menos). El tiene un trabajo de
trascripción de textos, que desarrolla en el apartamento en que viven, en su computadora. Con ello
gana un dinero que le sirve para nivelar la economía hogareña y no le impide realizar la labor pastoral.
Ha decidido, haciendo esfuerzos enormes, salir a comer afuera con la familia, dos de los cuatro lunes de
cada mes, y los otros dos prepara algo especial—con la ayuda de sus hijos.

• Martes—Hace visitas contactadas con anterioridad, en el sector donde está ubicado el “templo” para
dar a conocer la iglesia y darse a conocer él mismo como pastor. Esto le provee una lista de miembros
en perspectiva.

• Miércoles—Día de consejería para quienes necesitan algún tipo de ayuda especial o atraviesan
alguna circunstancia que amerite la intervención directa del pastor.
• Jueves—Día de visitación a los miembros fieles de la iglesia (previo acuerdo) para cultivar el
acercamiento con ellos y manifestarles su servicio, así como conocer más a fondo las intimidades y
necesidades de cada familia a fin de ayudarles en su búsqueda de soluciones.

• Viernes—Día de vigilias y semivigilias de Estudio Bíblico y Oración.

• Sábado—En la tarde, reunión con su Grupo Discipular (los que comparten las responsabilidades de
liderazgo). Visita el “Círculo de Entretenimiento Edén” en la noche [es un ministerio sencillo que los
jóvenes y adolescentes llevan a cabo

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pues descubrieron que en el sector no había lugares de entretenimiento para la juventud. La idea ha
funcionado].

Luego de una semana de este calibre, la pregunta que surge es ¿dónde está la oración en todo esto? La
respuesta no es sencilla y realmente depende del concepto que tengamos acerca de lo que es la oración.
Desde mi perspectiva—siendo yo también pastor—me identifico plenamente con las luchas, alegrías y
frustraciones de las que somos objeto en relación al tema de la oración. Estoy seguro que el pastor
Romualdo no tiene que colocar en su agenda semanal un punto de “tiempo de oración” porque
ella está presente en cada paso de los que semanalmente he alistado. Es decir, la oración no es solo
parte de la vida de un pastor, es la vida misma y por ello cada momento es un momento de oración y
debe ser aprovechado en su justa dimensión con el tipo de oración pertinente. Con toda razón John
Wesley no usaba el término tiempo devocional sino hablaba más bien de Vida de devoción que es como
se enfoca en las iglesias de tradición wesleyana—como por ejemplo la Metodista Unida—lo que
llamamos “piedad”:

Si Wesley pudiera decir a los cristianos contemporáneos algo acerca de la vida espiritual, bien podría
ser: “Dios no lo llama a tener un tiempo de devoción; Dios lo llama a vivir una vida
de devoción”. Una mirada a sus escritos imponentes nos revela que para él la vida de devoción estaba
mucho más relacionada a la totalidad de sus experiencias que a momentos específicos de oración…Para
él cada momento era un momento divino, un
momento para que Dios se revelara y para que él respondiera.(Steve Harper, La Vida de Devoción en la
Tradición Wesleyana, Libros Upper Room, Nashville, Tennessee, p.
10.)

Si tomamos en consideración que Jesucristo es el modelo supremo del buen Pastor, de aquel de quien
podemos imitar los principios para una vida de devoción, de aquel quien es en sí mismo oración
viviente, diría que para efectos de una pastoral de la oración, hay que tomar en consideración dos
aspectos bajo los cuales se puede englobar dicha pastoral:

1. Perspectivas a Confrontar

1.1 El Síndrome de imitación de la excelencia


Existe en nuestro medio una marcada tendencia a pretender imitar a otros que están teniendo éxito en
lo que respecta a la oración. Desgraciadamente, esta tendencia es alimentada por las casas publicadoras
de libros, quizá con la intención de ver incrementadas sus ventas. Paul Yonggi Cho (hoy David Cho,
cuyo nombre fue cambiado según él mismo, por revelación divina) puede ser el pastor de la iglesia más
grande del mundo en Corea del Sur y debemos alegrarnos de ello mas no pretender imitarlo. Dios lo
puede usar a él de esa manera y a ti de otra. El ora 3 horas diarias [como lo expresó cuando estuvo en el
I Congreso Evangélico de Venezuela. Preguntó al auditorio cuántos pastores presentes allí oraban 3
horas diarias, a lo cual ninguno

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levantó la mano. Al fin de cuentas, la mayoría de los pastores oraba un promedio de 15 a 30 minutos
diarios.
No es, entonces, por importante que pueda ser—y sin desestimar a los grandes hombres de Dios que
invierten varias horas diarias en oración—la cantidad de tiempo de oración la que lleva al éxito
pastoral. La admonición bíblica es a: Orar sin cesar (i.e. en todo tiempo) (1 Tes 5:17 ); con eficacia y
siendo justo; ser perseverantes en ella (Col
4:2); la constancia (Ro 12:12).

Ciertamente, sobre todo Hechos, muestra a los líderes de la iglesia como hombres de oración (9:40;
10:9; 16:25; 28:8) que urgen a los cristianos a orar con ellos (20:28, 36;
21:5). De igual manera hemos de recordar que la iglesia se fundamentó en la oración como uno de sus
pilares (Hch. 2:42). En lo personal, como pastor, todavía lucho por tener una vida de devoción estable,
no como fin en si mismo, sino como medio que me permita vivir “en la voluntad de Dios” y debo
confesar que mis fracasos en ello son los que me han impulsado a aprender, bajo la guía del Espíritu
Santo a que no me frustre por no ser igual a fulano o, a mengano sino a desarrollar mi vida de devoción
en mi contexto particular reconociendo que en mis debilidades reside mi fortaleza (2 Co. 12:9) y que, al
igual que en el caso de Elías, no son mis pasiones las que obstaculizan el obrar de Dios (Stg. 5:17).

1.2 La continua “tensión redentora” para lograr un orden de prioridades Realmente, desde mi óptica
personal, es un contrasentido hablar de tener prioridades. Si la prioridad es lo primero, lo más
importante, de allí en más todo lo que sigue es secundario. Como pastores, muchos somos también
esposos y padres de familia.
Quizá también trabajadores seculares—aparte de las responsabilidades eclesiásticas— así como
personas públicas, dada la dinámica dimensión social de nuestros ministerios y también en última, o
primera, instancia seres humanos con nuestras metas personales, gustos, necesidades, aficiones,
expectativas, pasatiempos, etc. Suena agradable al oído de muchos aquella categorización de
“prioridades” que establece: 1° Dios, 2° mi familia y 3° la iglesia.

Obviamente, sería necesario entender qué es lo que implica eso de 1°, 2° y 3°. Indudablemente,
categorizar de esa manera coloca el asunto de las “prioridades” como una competencia. Como Dios no
puede perder, siempre tendrá la medalla de oro— independientemente de lo que esto signifique—, así
que la competencia queda por el segundo y el tercer lugar. Creo que Mateo 6:33 nos da pie para
establecer un orden. Mi responsabilidad primaria como pastor—y es también para cada creyente—se ha
de centrar en “buscar el Reino de Dios y su justicia”. Jesús nos enseña, con el Padrenuestro, que una
faceta de la oración debe ser “…Venga tu reino”. No es justo
que por malas experiencias de pastores que han descuidado a sus esposas e hijos se establezca
erróneamente, y sin sólida base bíblica, un orden arbitrario de prioridades. Cabe mencionar aquí que la
familia es tan importante como para que en las casas se haya desarrollado la iglesia durante los dos o
tres primeros siglos de la era cristiana. Adicionalmente, si observamos las elevadas demandas para los
obispos (1 T. 3:1-7; Tito 1:5-9) encontramos fusionadas en las mismas, cualidades que tienen que ver
con lo familiar y doctrinal. Entonces, la prioridad en esta perspectiva a confrontar es el

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Reino de Dios y, para las demás necesidades hemos de entender que viviremos continuamente en una
“tensión redentora”.
1.3 Una Cosmovisión centrada en la Vida de Devoción
Bajo la tensión mencionada en el punto anterior, con sus altibajos (como Elías, quien después de
confrontar a los profetas de Baal y lograr una gran victoria de “oración” habiendo visto la mismísima
gloria de Dios respaldándolo—1 R. 18—sale luego huyendo de temor ante la amenaza de la malvada
Jezabel—1 R. 19); tendremos que aprender la lección dura que necesitamos contextualizar y entender
en esta sociedad posmoderna: NO SOMOS DE ESTE MUNDO, nuestro destino no es terrenal, y el
mundo nos va a odiar. Tan importante es este aspecto de nuestra ciudadanía verdadera que Jesús oró al
Padre para que El nos guardara de este mundo malo (Jn 17:14-16). Mientras seamos odiados, ello será
un buen signo de vitalidad espiritual. Cuidémonos más bien, cuando el mundo empiece a aplaudirnos o
darnos algún tipo de reconocimiento. Será la señal de alerta de que algo en nuestra Devoción está
funcionando mal. Tendremos que volver al desierto “para ser tentados” y retomar
nuestra verdadera ciudadanía y la convicción de ser diferentes lo cual nos llevará a vivir también de
forma diferente, como Juan el Bautista durante su breve pero impactante ministerio. Ello también nos
hará detestables y aborrecidos pero será también una
señal de que estamos en el camino correcto (1 Co 1:27, 28). Somos una especie especial de gente que no
pertenece a donde está y que tan solo está peregrinando hacia su hogar definitivo. En ese transitar
vamos mostrando al mundo su pecado, corrupción para que se avergüencen y vengan al
arrepentimiento (2 Co 2:14-17). Y en medio de esa lucha entre la ciudad secular—mundo—y la
celestial—que aún no ha llegado—es nuestra fe la que va dándonos la victoria (1 Jn 5:4,5) (San Agustín
plantea esta lucha en su gran obra La Ciudad de Dios). Sin embargo, nuevamente una contradicción en
esta cosmovisión, la fe que permanece es aquella que no recibe lo prometido (Heb 11:13; Ro 8:24) sino
que se mantiene expectante y, con paciencia, espera.

2. Claves para una correcta pastoral Devocional


Este es el segundo aspecto bajo el que se puede englobar la pastoral—en este caso para los pastores—de
la oración. Voy a resumir estas claves en las siguientes realidades:

2.1 La realidad del llamado


Los pastores no estamos en el ministerio porque nos guste, nos la hayan pedido, o sea la profesión que
hemos escogido para subsistir. Hay una sola razón para estar allí: Dios nos ha llamado y hemos
respondido. En los momentos de dificultad y crisis, sobre todo cuando pareciera que los ataque más
fieros provienen de los de nuestros círculos más cercanos, tendremos que recurrir a la oración de
confirmación. Pablo tuvo que retirarse a Arabia para redefinir muchas cosas, antes de consultar con
hombre alguno (Gá
1:15-17). Recuerda, no es el hombre el que te escogió sino Dios quien, a pesar de ti y quizá contra todo
pronóstico, te consideró fiel y te colocó en el ministerio (1 T 1:12).

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2.2 La realidad de los Dones Espirituales


Cada uno de nosotros ha sido dotado por el Espíritu Santo con Dones de Gracia o Carismas. Ellos son
para la edificación del Cuerpo de Cristo. Cada pastor debería considerar la posibilidad de no delegar el
ministerio de oración en otra persona que no sea el mismo. Tanto el ministerio del púlpito—la
predicación—como la oración deben ser responsabilidad y privilegio del pastor (Hch 6:4).

2.3 La realidad del sacrificio


Cada pastor está llamado a dar su cuota de sacrificio en el ministerio. Dios en Cristo fue a la vez
sacrificador y sacrificio. No nos queda, sino seguir el ejemplo del Buen Pastor quien da su vida por las
ovejas. (Jn 10:10-15,18; 1 P 4:12-14) A veces ese sacrificio es silente y se convierte en una “agonía
redentora” como cuando oficiamos funerales, bodas que sabemos no van a funcionar, acompañamos a
un enfermo en su enfermedad terminal, etc. Sin embargo, cuanta vida se puede dar a otros a través de
nuestro dolor. Yo califico al sufrimiento, en esta perspectiva, como un medio de gracia para quien la
necesita. ¡Dulce oración,…elevas tú mi petición…”. Verdaderamente la necesitamos, esa dulce oración.

2.4 La realidad de la soledad


Hay debate aún sobre si el liderazgo es o no un lugar de soledad. En la experiencia de Jesús, lo vemos
en el evangelio según las 4 versiones del mismo como alguien no que era abandonado por los suyos en
los tiempos de oración, sino que buscaba intencionalmente estar a solas con el Padre, con SU Padre. Es
cierto que hay que cultivar la oración con la esposa; con los hijos, o el llamado altar familiar. Sin
embargo, en mi experiencia de 25 años pastoreando, es en los momentos de soledad y vacíos
existenciales que es insustituible la comunión a solas con Dios. Lo hago con cierta frecuencia y me sirve
porque sólo El es capaz de entender hasta las más crudas realidades que pongamos en oración. No hay
mejor rendición de cuentas que ante EL, sobre todo cuando por circunstancias diversas no tenemos
humanos ante quien hacerlo. El alma de un llamado sólo puede ser escudriñada por aquel que le llamó.
El
oye, perdona, vindica, acoge, restituye, disciplina, transforma,… Sí, en esos tiempos de devoción
especial con El…sólo El, siempre EL.

2.5 La realidad del amor


Quizá uno de los pasajes del NT donde observamos el profundo amor de un corazón de pastor es 1 Tes.
2:5-8, en especial el v. 7. Pablo usa aquí un lenguaje del contexto de la atención a un niño por parte de
su madre. El punto es que solo se puede amar de
esa manera cuando existe una dosis especial del Espíritu del Padre en nosotros. Como pastores lidiamos
con distintos tipos de personalidades y, la verdad sea dicha, a veces nos sentiríamos más contentos si no
viéramos a ciertos tipos de “personajes”
asistiendo a los cultos: al que critica los sermones que predicamos; al que tuerce nuestras palabras
falseándolas; a quienes forman “reuniones paralelas” en pleno culto

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distrayendo la atención; a quien habla mal—chismea—de nosotros y nuestra familia; a quien pretende
un sitial de autoridad y busca la más mínima falla en nosotros; etc. Sólo en oración los podemos
sobrellevar.

2.6 La realidad de un nuevo modo de comunicación con la deidad


Finalizo con este punto que pareciera muy obvio pero no lo es tanto. Los nombres de Dios son
expresiones verbales de la realidad de su carácter y naturaleza. Un estudio de ellos es muy instructivo.
Sin embargo, en la relación de Jesús—Dios Hijo—con SU Padre, Dios el Padre, usó una palabra
aramea: ABBA.

Esta palabra comunicaba una afectuosa intimidad y es Jesús quien la usa agregando el equivalente
griego, llegando a convertirse así en ‘Abba, Padre’. Estoy empezando a usarla en mi vida devocional y
debo decir que cuando pronuncio la frase algo pasa dentro de mí que me llena de una ternura especial
hacia quien es también mi Padre y para quien soy hijo. No es que crea que por pronunciar la frase mis
oraciones serán
más efectivas, pero por qué no pensar que aun a mi edad necesito también, y necesitamos todos
nosotros, un momento de ternura especial de El. Al final de cuentas, pastores como somos, El es
nuestro Pastor y, como lo expresa el pastor-apóstol Pedro: “Y cuando aparezca el Príncipe de los
pastores, recibiréis la corona inmarcesible de Gloria” (1 P. 5:4). ¡Sí! Esa corona que sólo nos la puede
colocar El y cuando aparezca, porque un día decidimos llevar nuestra Cruz. Y mientras El no aparezca
aún, aprendamos a vivir en una tensión que redime: Por todo ello:

¡DULCE ORACIÓN, DULCE ORACIÓN…Hasta el momento en que veré las puertas francas de
Sión, entonces me despediré Feliz de ti, Dulce Oración!

Para el tratamiento del Tema sobre las prioridades, bajo 1.2 en este artículo, recomiendo el libro
Ladrones de Tiempo, publicado por Editorial UNILIT.

El pastor como maestro


Dr. Antonio Cruz

Habitualmente se considera que el pastor predica, mientras que el maestro enseña. Uno se dirige casi
siempre a personas adultas predispuestas a escuchar con atención reflexiones morales o espirituales
extraídas de la palabra de Dios, mientras que el otro imparte conocimientos de cultura general o incluso
normas de conducta a un público que, en ocasiones, suele ser infantil o adolescente y no siempre
muestra tanto interés por aquello que se le explica. Así es como se entiende a grosso modo la diferencia
entre la tarea del predicador y la del docente. Las desigualdades resultan evidentes. No obstante, la
cuestión que nos ocupa aquí sería: ¿existen semejanzas entre predicar y enseñar? ¿Hay puntos en común
entre la labor del pastor y la del maestro lo suficiente importantes como para merecer la atención de
todo aquél que se sube al púlpito y desea mejorar el don que ha recibido de Dios?

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El apóstol Pablo, refiriéndose al Señor Jesucristo, afirma que él mismo constituyó a unos, apóstoles; a
otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para
la obra del ministerio, para la edificación del
cuerpo de Cristo (Ef. 4:11-12). El gran apóstol de los gentiles entendía la función pastoral como un don
divino que consistía en velar espiritualmente por la congregación de los santos como velaba por sus
ovejas cualquier pastor de Palestina, en tanto que la misión del maestro era instruir a la grey en los
rudimentos de la fe, en las enseñanzas de la Escritura, y conducirla así hacia la madurez espiritual. Uno
y otro ministerio no tienen por qué estar divorciados, sino que más bien se complementan.

El sentido del verbo “predicar” es “decir algo acerca de un sujeto”. El predicado es aquello que se dice
de alguien o de alguna cosa. Por tanto, desde la perspectiva de la fe cristiana y teniendo en cuenta las
estrictas normas de la gramática, predicar sería
“decir cosas sobre Jesucristo”, el sujeto fundamental de nuestra creencia. Por otro lado, “enseñar”
consiste en “hacer que alguien aprenda cierta cosa”. Comunicarle conocimientos, sabiduría,
experiencia, comportamientos, hábitos o habilidades. Resulta evidente que ambos términos, predicar y
enseñar, están íntimamente relacionados. El buen predicador “pastorea” y a la vez “enseña” a su
congregación. No sólo dice cosas acerca de Jesús y su misión en este mundo, sino que además procura
que su auditorio aprenda, interiorice y ponga en práctica las verdades del evangelio. A todo pastor le
interesa que lo que predica de Dios llegue a su iglesia y cale en ella. De ahí que los mejores
predicadores suelan aplicar los principios de la buena enseñanza cuando se suben al púlpito.

Características del buen maestro


El pastor que desea ser un buen maestro debe sentir un verdadero interés por la palabra de Dios ya que,
si no es así, difícilmente la hará significativa o logrará motivar a sus oyentes. Jamás podremos dar lo
que no tenemos, ni enseñar lo que no sabemos. Nadie debiera engañar a su congregación haciéndose
pasar por lo que no es. Quien predica tiene que irradiar verdad y convicción pues sólo la palabra que
sabe a vivencia personal es capaz de incitar a los demás a creer y a crecer en dicha fe. Enseñar a otros
no es sólo decirles cosas sino sobre todo abrirles nuestro corazón de par en par para que descubran en él
aquello que deseamos transmitirles.

Más que un simple dispensador de información teológica, el maestro cristiano debe inducir en sus
oyentes el deseo de escudriñar la Biblia por sí mismos. La predicación que despierta el hambre por la
lectura de la Palabra está construyendo senderos hacia la eternidad. Lo importante es enseñar a
aprender directamente de Dios y su revelación. El éxito o fracaso en dicha tarea determina en gran
medida el nivel de formación bíblica de las iglesias. Por desgracia, en algunas comunidades evangélicas
en las que se detecta una falta de interés por la lectura bíblica, se constata también que es el propio
pastor quien induce a ello con su poca valoración del estudio de la
Escritura o su apatía ante la lectura de la misma. Muchas predicaciones no enseñan casi nada porque
no se basan en una lectura rigurosa de la palabra de Dios o no aciertan a profundizar suficientemente en
ella. De ahí la necesidad que tenemos todos

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aquellos que nos subimos al púlpito de escudriñar las Escrituras mediante todas las herramientas
hermenéuticas o de interpretación que tengamos a nuestra disposición.

El maestro que realiza bien su trabajo es honesto y suele sentir respeto e incluso ternura por aquellos a
los que está enseñando. Se esfuerza en ser agradable, accesible, entusiasta y cariñoso. Procura estar
siempre abierto a las necesidades de la
congregación y se muestra sensible a las preguntas o inquietudes que puedan sugerirle después de su
predicación. Es evidente que si el pastor desea lograr esto debe estar bien documentado o, como
mínimo, tiene que saber adónde acudir para informarse acerca de todas aquellas cuestiones que se le
requieran. Nadie lo sabe todo ni tiene todas las respuestas. No debemos sentir miedo a ser vulnerables.
A veces la respuesta más sincera y humilde es simplemente: “no lo sé”. Esto no nos resta credibilidad
sino que, al contrario, hace que nuestros hermanos nos tengan más confianza ya que ven que no
pretendemos ocultarnos bajo la máscara hipócrita del “sabelotodo”, o
recubrirnos de una aureola de falsa sabiduría. Además, al reconocer lo que desconocemos, les
demostramos que todavía estamos aprendiendo, que seguimos siendo estudiantes de la palabra de Dios
y que sólo enseñamos aquello que somos o sabemos. No obstante, el pastor tiene la obligación moral
delante del Señor y de su iglesia de saber, si no todas, por lo menos las respuestas fundamentales de la
fe cristiana.

Es necesario que siempre estemos aprendiendo. Los mejores predicadores no son aquellos que llevan en
su mente todas las enseñanzas que memorizaron cuando eran estudiantes en el seminario, sino los que
permanentemente saben incorporar a su predicación las nuevas informaciones que desde entonces han
ido adquiriendo. El nuevo predicador y maestro que necesita la Iglesia de hoy tiene que ser un experto
en aprender, no simplemente una persona estancada en una determinada área del conocimiento bíblico.
Creer que uno ya sabe todo lo que necesita su congregación es un gran acto de presunción y orgullo, así
como una infravaloración del resto de los hermanos. Si limitamos nuestra formación bíblica, estamos
deteniendo el crecimiento espiritual de la iglesia. Sin embargo, traer palabra de Dios cada domingo a la
congregación es la mayor bendición y responsabilidad que posee el pastor. Por tanto, no debemos
escatimar esfuerzos en hacerlo honestamente y con dignidad. Si tenemos que aprender continuamente,
esto significa que nunca deberíamos dejar de enseñar, incluso aunque no estemos en el púlpito.
Tendríamos que ser como la vaca del refrán hebreo: “El deseo del ternero por la leche de su madre es
pequeñísimo comparado con el deseo de la madre de dar su leche al ternero”.

Otra característica primordial propia de aquella persona que enseña es su capacidad para saber
movilizar a los oyentes y llevarlos a cambios significativos en su vida personal. Esto sólo se consigue de
forma eficaz cuando uno se entrega por completo a su profesión, procurando ser auténtico y
congruente. El buen predicador emana pasión por enseñar y determinación en lo que hace. Semejante
deseo resulta contagioso para los demás ya que pronto se descubre si hay o no interés sincero en esa
actitud. De manera que la misión pastoral principal es cultivar el espíritu de los oyentes y no sólo
atiborrar sus mentes con datos y conocimientos. Una predicación no es una clase de teología. Los
creyentes deben poder ver en su pastor los mejores valores cristianos: autenticidad, amor a Jesucristo,
pasión por la Palabra, honradez, disciplina,

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generosidad, autocrítica, sencillez, cariño y respeto por las personas así como optimismo frente al
futuro. Esto no significa que el maestro deba ser el ejemplo vivo de todas las virtudes humanas, pero sí
un testimonio de superación espiritual y desarrollo humano permanente. Los buenos pastores conocen
a sus feligreses y se dedican a hacer accesible el conocimiento bíblico a todos porque están convencidos
de que cada uno puede aprender más y mejorar su vida espiritual. Debemos asumir metas altas para
cada uno de nuestros hermanos que nos escuchan asiduamente y no darnos por vencidos con aquellos a
quienes les cuesta más seguir las enseñanzas.
El maestro debe poseer la habilidad de hacer fácil lo difícil. Tiene que ser capaz de desmenuzar las ideas
complejas y hacerlas entendibles para su auditorio, si desea que la gente le comprenda. Ello se
conseguirá dominando el lenguaje y usando un vocabulario apropiado. Antes de explicar una cosa es
menester entenderla bien. Si el pastor tiene dudas o posee lagunas en algún asunto del texto bíblico que
está comentando, éstas se trasladarán inevitablemente a la congregación y contribuirán a crear
confusión. Es preferible no referirse a tal asunto hasta que uno tenga las ideas más claras. No hay que
tener miedo de repetirse. Las cosas importantes conviene decirlas más de una vez, ya que la primera
ocasión que se declaran, únicamente se escuchan; la segunda ya se reconocen, mientras que sólo es en
la tercera oportunidad que se repiten, cuando se aprenden verdaderamente. Hay que tener en cuenta
que las palabras del maestro nunca son neutrales. Nuestras expresiones indican a los oyentes no
solamente un punto de vista sobre el mundo o información acerca del texto que se analiza, sino también
nuestras propias valoraciones, preferencias o visiones de
carácter subjetivo. Las palabras dicen más de lo que aparentemente dicen. Debemos tener en cada tema
que tratemos los objetivos claros y bien escritos porque esto ayudará al auditorio a entender aquello que
está aprendiendo.

El mejor de los maestros fue Jesús


La mayoría de estas características que hemos analizado brevemente confluyeron en la persona del
Señor Jesús, el Maestro de maestros. En efecto, nadie como él tuvo tanto interés personal en predicar la
palabra de Dios a sus contemporáneos. Cuando tenía tan sólo doce años de edad, en vez de caminar
junto a sus padres rumbo a Galilea, se quedó con los doctores de la ley en Jerusalén, oyéndoles y
preguntándoles, hasta que su madre María lo encontró. Su explicación fue: ¿Por qué me buscabais?
¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? (Lc. 2:49). La revelación de la
voluntad del Padre fue el negocio fundamental al que el Maestro dedicó su corta vida humana.

Cristo indujo siempre a sus seguidores a estudiar las Escrituras por sí mismos y a obedecerlas. En cierta
ocasión dijo a sus compatriotas judíos: Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en
ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí (Jn. 5:39). El creyente debe beber
directamente de la fuente de agua viva que es la palabra de Dios y no depender siempre de otros para
acercarse al Altísimo.

Nadie respetó y amó tanto como Jesús a los discípulos que enseñaba. El evangelista
Juan recoge estas palabras de labios del Maestro dirigidas a ellos: Como el Padre me

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ha amado, así yo también os he amado; permaneced en mi amor (Jn. 15:9). Siempre procuró estar
abierto a las necesidades de sus seguidores y fue sensible a las preguntas que le formularon,
respondiéndolas puntualmente.

Toda la vida terrena del Señor Jesús muestra la íntima relación espiritual que existía entre el Padre y él.
Cada día se retiraba para orar, meditar y buscar la voluntad de Dios. Este comportamiento se aprecia
con notable claridad en el monte de los Olivos, momentos antes de que la turba de los judíos le
prendiera para conducirlo al martirio.
El Maestro nunca se conformó con poseer un conocimiento estático del Padre, sino que cada instante
de su existencia procuró buscarle en oración para aprender algo más acerca de él. Incluso siendo el Hijo
unigénito de Dios, como escribe el autor de
Hebreos, por lo que padeció aprendió la obediencia y fue perfeccionado para llegar a ser el autor de la
eterna salvación de aquellos que le obedecen (He. 5:8-9). Si él aprendió, nosotros también debemos
hacerlo.

Las palabras de Jesús cambiaron para siempre las vidas de millones de personas, desde su época y hasta
nuestros días, entre otras cosas, porque supo hacer fácil lo difícil. ¡Quiera Dios que el magisterio de
Cristo influya decisivamente en los pastores de hoy para que aprendamos a predicar con sencillez, pero
también con profundidad y eficacia!

Púlpito adolescente
Dr. Antonio Cruz

“¡Qué bien recita este niño!” Se oyó decir en la vieja capilla evangélica, mientras el pequeño
pronunciaba aquellos inspirados versos navideños de Almudévar:

Belén, humilde aldea, escondida entre los verdes montes de Judá, violeta de amor que cierto día pudiste
ver la inmensa maravilla que por siglos la tierra admirará.

Belén, serás del hombre bendecida, aldea de Judá, que entre los montes pastoreas tus dóciles corderos,
porque en ti nació el Pastor tan bueno, el Salvador de pobres pecadores, el Redentor de un triste mundo
esclavo, el consuelo de todos los que lloran su pecado, el Dios y Hombre ansiado, aquel Hijo del Cielo
a quien adoran todos los pecadores ya salvados.

Una sonrisa de satisfacción iluminó el rostro de doña Lidia al oír semejante exclamación. Ella, como
profesora de la escuela dominical, se había encargado durante las últimas semanas de hacer que los
niños memorizaran y expresaran de la mejor manera posible sus poemas y diálogos de Navidad. Que
los oyentes alabaran la interpretación infantil suponía, desde luego, un claro estímulo a la labor
esforzada de los maestros. Aunque, si se tiene en cuenta que la mayor parte del auditorio estaba
formado por los propios padres y familiares de los pequeños, hay que reconocer que el nivel de
exigencia no era demasiado alto. Algunos niños provocaban los aplausos con sólo balbucear unas pocas
palabras que casi nadie llegaba a entender. Pero daba igual, sus familias se sentían felices únicamente
con ver a los muchachos iluminados

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sobre el improvisado escenario y aplaudían más por el gozo que les provocaba esta visión que por los
méritos de los pequeños poetas.

Sin embargo, aquel niño de diez años recitaba de otra manera. Se entendía bien todo lo que decía.
Hacía pausas oportunas entre las frases. No manifestaba prisa por acabar. Su voz era clara y modulaba
de forma adecuada, teniendo en cuenta su corta edad. Era lógico que provocara las más emotivas
ovaciones de un público tan entregado.

A principios de la década de los 60 del pasado siglo, el esposo de doña Lidia, el pastor Samuel Vila,
había conseguido levantar numerosas congregaciones evangélicas por toda la geografía española,
gracias en parte a la ayuda recibida desde el extranjero, pero sobre todo a su propia tenacidad y
capacidad de trabajo. Como viajaba tanto, ya que las diferentes iglesias le requerían no sólo para
predicar sino también para que les solucionara asuntos legales y jurídicos, su congregación se vio en la
necesidad de incorporar otro pastor que la ministrase durante las frecuentes ausencias.

Sixto Paredes, así se llamaba el nuevo predicador, era un manchego sencillo pero tenaz que había
estudiado teología con don Ernesto Trenchard y que se entregó por completo a la tarea pastoral en la
iglesia de Terrassa. Tuvo mucha visión de futuro ya que dedicó buena parte de su tiempo a preparar
jóvenes para el ministerio de la predicación. Su idea era que si algún día faltaba el pastor debido a
cualquier eventualidad, siempre hubiera en la iglesia alguna persona preparada que pudiera traer la
palabra de Dios que enriquece al pueblo. Era, por tanto, inevitable que con esta sensibilidad por la
formación de líderes pronto descubriera en aquel niño “que recitaba tan bien las poesías” a un posible
predicador, si se le preparaba convenientemente.

Pasó algún tiempo y el niño se convirtió en adolescente, antes de llegar a ser líder de los jóvenes de su
congregación. A los 17 años manifestó públicamente su deseo de ser bautizado por inmersión y Sixto lo
bautizó un domingo del mes de abril de 1969, en el templo bautista de la iglesia Betel de Terrassa. Ese
mismo día el pastor empezó a motivar al muchacho para que predicara no ya en las reuniones de
jóvenes o en los cultos de oración como solía hacer con frecuencia, sino el domingo por la mañana en el
culto general ante toda la congregación. Aquella invitación supuso un reto importante que el muchacho
habría rechazado con gusto, de no haber sido por la insistencia y estímulo continuo del pastor.

Llegó el día señalado y el joven se subió al púlpito. Había preparado un mensaje de edificación bien
redactado y estructurado. Sixto lo supervisó personalmente concediendo su aprobación. La
congregación estaba expectante ante el primer sermón oficial del muchacho. Todavía no llevaba ni
cinco minutos hablando, cuando ocurrió lo que nadie hubiera podido imaginar. Los nervios le jugaron
una mala pasada, perdió el conocimiento y se desvaneció cuan alto era sobre la plataforma de predicar.
Aquella experiencia traumatizó durante algunos años al joven, dividiendo también la opinión de la
congregación. Si era voluntad de Dios que no fuese predicador, ¿por qué debíamos empeñarnos en que
lo fuera? Mientras que otros, entre los que se encontraba el propio Sixto, opinaban que los nervios se
podían vencer y confiaba en que, con la ayuda de Dios, el muchacho llegaría algún día a ser un buen
expositor de la Palabra.

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Pues bien, aquél nervioso e inexperto predicador se llamaba Antonio Cruz, el mismo que ahora escribe
estas palabras. Han transcurrido cuarenta años desde aquellos accidentados inicios y hoy puedo
confesar con convicción que no existe muralla o impedimento en nuestra vida que el poder de Dios no
pueda eliminar, si aprendemos a ser fieles a Él y perseverantes en el desarrollo de los dones que en su
misericordia nos ha concedido. El púlpito adolescente se fue transformando poco a poco en otro más
maduro, a la misma velocidad que aparecieron las canas y la vida nos convirtió, sin pedirnos permiso,
en abuelos pacientes y relajados. Sin embargo, después de tantos mensajes y conferencias dadas durante
este tiempo, he de confesar que los nervios nunca me abandonaron del todo. Es más, estoy convencido
que resultan necesarios para mantener esa tensión reverente que requiere toda predicación realizada en
el nombre del Señor. El exceso de tranquilidad al predicar puede ser peligroso, sobre todo si nos
conduce a decir inconveniencias no deseables, de ahí que algo de nervios siempre vaya bien.

Mi formación teológica fue incentivada por el pastor Sixto, quien me introdujo lógicamente en el
pensamiento de su maestro, el profesor inglés Ernesto Trenchard, pero también en el de otros escritores
españoles, como José Grau, José María Martínez, Francisco Lacueva y algunos más del momento.
Poco después descubrí de forma autodidacta la teología de autores protestantes alemanes e ingleses que
eran traducidos al español por editoriales católicas. Paralelamente, ingresé en la Universidad de
Barcelona (España) donde completé mi afición teológica con la
científica. Allí realicé la licenciatura en Ciencias Biológicas y después el doctorado en la misma
especialidad, lo que me permitió ejercer la docencia.

Al comienzo de los estudios universitarios, empezaron las primeras escaramuzas dialécticas con mi
sufrido pastor. En aquellos tiempos de juventud defendía vehementemente el evolucionismo que
acababa de aprender en las aulas universitarias, contra el creacionismo sostenido por Sixto. Debo
reconocer que aunque él no poseía demasiados conocimientos científicos sobre el tema, su respeto por
el relato bíblico de los orígenes me impactó de tal manera que me llevó a estudiar el asunto durante
muchos años y finalmente a convencerme de que, si bien existe una innegable variabilidad en todos los
seres vivos, el método de las mutaciones al azar y la selección natural propuesto por Darwin no podía
ser el motor de la creación divina. Hoy reconozco que Sixto, aquél sencillo pastor de La Mancha,
paisano del Sancho de Don Quijote, despertó en mí las convicciones que me hacen ser lo que soy.

No estoy en contra, ni mucho menos, de los estudios teológicos y doctrinales que suelen impartirse en
la mayoría de los seminarios evangélicos por todo el mundo. Creo que son imprescindibles para la
formación de tantos pastores y líderes de las iglesias. Sin embargo, algunas de tales instituciones
imparten una teología sesgada y partidista que produce en los estudiantes cierta visión limitada de la
realidad. Se les insiste mucho en los propios puntos de vista de la denominación a la que pertenece el
seminario, olvidándose en ocasiones de estudiar también las otras posturas existentes. Esto contribuye a
generar una cerrazón mental que fácilmente puede conducir al
fanatismo religioso. Creo que las facultades de teología deberían hacer un esfuerzo por ser más
universalistas, en el sentido de motivar a sus estudiantes a tener una mente abierta y respetuosa hacia
las diversas interpretaciones cristianas. Cuanto más se

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prepare intelectualmente al futuro líder, mejor servirá después al Señor y a la propia congregación.

En mi caso, tal como he señalado, el desarrollo como predicador fue de la mano con el de profesional
de la enseñanza. Desde luego, se trata de dos mundos diferentes pero que se asemejan en ciertos
aspectos. Veamos primero una diferencia importante, para pasar después a las semejanzas entre ambas
dedicaciones. Si bien el profesor se enfrenta a veces con alumnos jóvenes o adolescentes que están poco
motivados por el estudio o por el temario que se les debe enseñar y tiene que captar su atención,
imponerse o seducirles con sus explicaciones, el pastor goza por el contrario de un auditorio
predispuesto cuya atención suele estar más o menos garantizada. Habitualmente nadie le interrumpe
durante sus sermones y se puede explicar con total libertad. Esto no siempre es así en el ambiente
docente y menos con los alumnos más jóvenes.

Entre los parecidos están los siguientes. Tanto el pastor como el profesor tienen la misión de enseñar,
explicar de la mejor manera posible y responder con coherencia y sinceridad. Ante las preguntas de los
alumnos o de los feligreses, hay que buscar siempre el rigor, la excelencia y la veracidad de las
respuestas. La preocupación por ofrecer soluciones satisfactorias debe ser prioritaria en ambas
profesiones, sobre todo si se vive en un ambiente hostil a la fe, como el que está surgiendo en Europa y
en general en el mundo occidental. No debemos dar respuestas simplonas que puedan poner en
entredicho la credibilidad del Evangelio. Hay que llegar hasta el fondo de las
cuestiones y ello, qué duda cabe, exige tiempo y esfuerzo, tanto en una profesión como en la otra.

De la misma manera que el buen maestro tiene pasión por enseñar correctamente a sus alumnos, el
pastor debe experimentar también pasión por edificar y evangelizar a sus hermanos. Es el deseo de
movilizar a los oyentes al cambio de vida, que será siempre el resultado de haber interiorizado las
enseñanzas teóricas. Educar es ayudar a otros a crecer y madurar como personas, igual que el éxito en
la tarea pastoral consiste en motivar a los creyentes a crecer espiritualmente y llevar vidas
comprometidas con su fe en Jesucristo; alcanzar esa madurez personal que les permita dejar de nutrirse
de “leche” para empezar a comer “carne” espiritual. Si el profesor induce a sus alumnos a la lectura, el
pastor hará lo propio con el estudio y meditación
de la Escritura.

Ser un buen maestro consiste, entre otras cosas, en hacer fácil lo difícil. De ahí que también el buen
predicador cristiano deba esforzarse por divulgar las complejas cuestiones teológicas y ponerlas al
alcance de su congregación, pero procurando no crear problemas allí donde antes no existían sino
aportando las soluciones o los puntos de vistas positivos. Así como el profesor que ama y valora a todos
sus alumnos procura recuperar y aprobar, si no es posible a todos, por lo menos al máximo número, de
igual forma el buen pastor tiene que preocuparse porque todos los hermanos lleguen al conocimiento de
la verdad y crezcan en dicho conocimiento. Estos son algunos de los aspectos comunes que se repiten
entre la función pastoral y la docente.

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Durante todos estos años, mi mayor deseo ha sido progresar en dichos aspectos, contando sobre todo
con la ayuda del Señor, para lograr alejarme todo lo que pueda de aquél primer púlpito adolescente. ¡En
ello estamos todavía!

El pastor como administrador


por Martín Añorga
Nosotros los pastores hemos recibido un llamado del Señor; pero debemos reconocer que a partir de ese
llamado, para entrar en el plano del servicio hay cierta distancia que recorrer. Tan pronto sentimos la
vocación pastoral el deber de prepararnos para ejercer nuestra misión es obligación que no podemos
descuidar. Todos los que hemos gozado del llamamiento estamos equipados con determinados dones y
constituye un reto el desarrollarlos para que produzcan frutos abundantes,

Hoy vamos a hablar del don de la administración. Predicar, enseñar, cantar, evangelizar, consolar, son
funciones nobles de un pastor consagrado; pero la responsabilidad de administrar su propia vida y la de
organizar a su congregación para el ministerio cotidiano es una decisión que no debe descuidarse.

Si nos fijamos en los orígenes de la palabra “administrar” nos damos cuenta de que existe una estrecha
conexión entre la misma y el vocablo “ministro”, que etimológicamente significa “servidor”. Es decir,
administrar es servir, no controlar, imponer autoridad o asumir mandos omnímodos. Administrar es
más bien definir métodos y metas, y compartir con otros el privilegio del trabajo.

Hay tres pasos fundamentales en el proceso de la administración. El primero es el de organizar las


estructuras, las prioridades y el proceso que se utilizará para medir los resultados.

Organizar una iglesia no es tan solo proveer un espacio para la adoración, conducir la predicación y
preparar la música. Hay que pagar deudas, equipar líderes, buscar y crear recursos que faciliten la labor
a realizar, establecer metas definidas y determinar las tácticas para lograrlas. Este proceso de
organización incluye la formación de un equipo de gobierno. La iglesia en la que el pastor lo hace todo,
desde limpiar el piso, a encargarse personalmente de las finanzas, carece de una dinámica organizativa
que dañará su proceso de crecimiento.

Generalmente las iglesias pertenecen a una denominación en la que se adopta una forma determinada
de gobierno, y aún las llamadas independientes establecen sus propias reglas de gobierno. El pastor o la
pastora deben trabajar dentro de esas estructuras en la congregación de la que son responsables; sin
sucumbir ante la tentación de convertirse en gobernantes absolutos de la iglesia. Hay que tener, pues, en
cuenta, el paso que sigue a la organización. Se trata del don de delegar.

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Delegar es una función que requiere sentido de humildad, habilidad para determinar los dones y
habilidades de las personas con las que trabajamos y capacidad para asignarles responsabilidades o
conseguir que se ofrezcan para llevar a cabo tareas en el seno de la iglesia para las que se sientan
llamadas.

Generalmente las iglesias tienen manuales en los que se enumeran los comités y puestos de gobierno
que deben establecerse. En determinadas denominaciones la congregación, en una asamblea convocada
para esos fines, elige a sus gobernantes. En algunas iglesias se trata de la Junta de Oficiales, en otras del
Consistorio o la Junta Parroquial. Una vez que estas posiciones se asuman, es deber del guía espiritual
reunirse con los elegidos para sesiones de orientación, determinación de proyectos y asignación de
comités de trabajo.
Alguien dijo que “más vale el pastor que hace que diez trabajen que el que hace el trabajo de diez”.
Nosotros hemos estado en contacto con centenares de iglesias en los Estados Unidos y fuera del país y
hemos observado cosas muy interesantes. Conocí un pastor en El Paso, Texas, que me impresionó.
Todos los miembros de la iglesia, sin excepción, pertenecían a un comité determinado de trabajo.
Cuando le pregunté que podrían hacer las personas más ancianas o con limitaciones físicas, me
contestó:
“Para ellas se ha creado el ministerio de la oración telefónica”. Semanalmente se les suple una lista con
nombres de enfermos, hospitalizados, recluidos en asilos, solitarios o sin familia, para que se comparta
con ellos un texto de Las Escrituras y una palabra de oración, El resultado era una iglesia unida, llena
de espíritu de alabanza y con una asistencia que aumentaba de domingo en domingo. Es fundamental
la imaginación del pastor. Hay personas en la iglesia que no hacen nada porque al pastor o a los líderes
no se le ha ocurrido pedirles que hagan algo. Hay que aprender a delegar, a repartir oportunidades de
trabajo, a organizar grupos de acción, intercesión o proclamación.

Sería interesante que leyéramos la porción bíblica que se halla en Éxodo 18:13-24. Jetró, suegro de
Moisés visitó a éste cuando se hallaba en plena labor atendiendo a los ciudadanos. Dándose cuenta del
cansancio de su yerno, le dijo: “No está bien lo que haces, pues te cansas tú y se cansa la gente que está
contigo. La tarea sobrepasa tus fuerzas, y tú solo no vas a poder realizarla”. ¿Qué hizo Moisés? Pues
organizó a los
que estaban en capacidad de servirle, y les delegó las responsabilidades que debían asumir.

Organizar y delegar son dos acciones del pastor que constituyen el fundamento administrativo de la
iglesia; pero hay otra función que no debe quedarnos inadvertida, y es la de la supervisión. Recuerdo al
pastor que en una determinada iglesia que visité
en San Diego, California, reaccionó de una interesante manera a la charla que compartíamos con un
grupo de fieles sobre técnicas de administración. “Yo, al que sirve, lo respaldo, pero al que no sirve, lo
destituyo”. Entablamos una conversación que me sirvió de base para ayudar a una iglesia que estaba
herida. Mi comentario —no mi consejo, porque de éstos doy pocos— fue que era necesario definir las
características y la conducta que esperamos de las personas encargadas de alguna tarea en la
congregación. A la hora de asignar hay que tener en cuenta la capacidad de la persona designada en
relación con la misión que se espera desempeñe. Es muy fácil que hagamos la selección equivocada y
después le echemos la culpa de cualquier

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contratiempo a la persona seleccionada. Y además, la supervisión no es una búsqueda de defectos, sino
un descubrimiento de posibilidades.

Uno de los más serios problemas administrativos en una iglesia local es que se hacen planes y se
seleccionan proyectos sin fijar una meta y sin proveer los medios para evaluar el desarrollo del trabajo.
“Ya el Señor nos hará llegar los fondos”, es quizás una expresión de fe; pero si no buscamos, no
encontramos, y si no pedimos no recibimos. Es necesario, más a menudo de lo que algunos creen,
comparar gastos con ingresos, y determinar los medios para obtener lo que nos falte para lograr el
cumplimiento de los objetivos. La supervisión es una necesidad que jamás podemos ignorar.
El pastor o la pastora de una iglesia debe enseñar a los miembros cuáles son los procedimientos
administrativos de la iglesia. Ir a una reunión sin una agenda escrita con copia para cada participante
provoca una actitud de improvisación de parte de todos. A una reunión así, que no tenga control ni
especificaciones, a cualquiera se le ocurre una idea no sobre pesada que desvía la atención que merecen
los asuntos que deben ser tratados. Recordemos estas tres palabras básicas: organice, delegue y
supervise.

Una nota adicional es sobre la necesidad de crear una oficina efectiva. No hay dinero malgastado en
emplear a una secretaria con entrenamiento para tratar al público. En muchas ocasiones hay personas
jubiladas con dones para el trabajo que lo harían de forma voluntaria o con una mínima compensación.
Esos teléfonos de iglesias con salutaciones que duran más de un par de minutos invitan a que el que
llame interrumpa su llamada. Recordemos que los teléfonos celulares tienen los minutos contados y que
cuando alguien llama a una iglesia lo menos que quiere es hablar con una máquina,
por supuesto a horas laborables normales. El hecho es que no tan solo hay que estar organizados, sino
aparentarlo de una manera creíble.

Hace años estuve en una iglesia en la que a la hora de tomar las ofrendas, el pastor desde el púlpito
seleccionó a tres o cuatro personas para que lo hicieran y le asignó la oración a una joven que
enmudeció por el miedo. Los que estábamos presentes, al menos la mayoría, pensó que si eso pasaba
un domingo en la mañana, era mejor no enterarse de lo que pasaría el resto de la semana.

En efecto, la administración no es cosa secreta ni privada. Es algo que la gente percibe y que
impresiona, ya sea negativa o positivamente. Algo que es provechosamente práctico es instalar en
público a las personas de la iglesia que ostentan cargos
oficiales. Aunque el pastor sea el instrumento para la selección, la misma tiene que reflejar la voluntad
de Dios. Una instalación en público, con oración e imposición de manos le fija caracteres espirituales y
de madurez al sistema administrativo parroquial.

Leamos las cartas del Apóstol San Pablo y las epístolas universales para que descubramos que el tema
de la administración era fundamental en la iglesia primitiva. Una tarea muy provechosa sería la de
anotar los oficios que señala el Apóstol Pablo, las recomendaciones que hace sobre el manejo de las
finanzas, la administración de los sacramentos y las características espirituales y morales de las
personas que desempeñan funciones sagradas. Y adoptar en espíritu los conceptos expuestos, siempre
teniendo en cuenta que los tiempos y las circunstancias cambian.

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Jesús también nos da ejemplos de organización y delegación. Vayamos a la narración que aparece en
San Lucas 10:10-12, y posteriormente analicemos 10:17-20. Primero el Señor concibe el proyecto de la
visita misionera, después escoge a los que van a llevar a cabo el proyecto, y finalmente supervisa los
resultados. Jesús es un sabio administrador, como lo demuestra en su milagro de la multiplicación de
los panes y los peces y en la preparación de su última cena con los discípulos, para poner dos simples
ejemplos. Los que estiman que la administración no es una prioridad pastoral porque el llamado al
servicio cristiano es preferentemente espiritual pierden de vista una contundente verdad teológica. El
Señor se sirvió de medios seculares o materiales, como quiera llamárseles, para llevar a cabo su misión.
Los ejemplos serían
inacabables. Pensemos en que el camino, la luz, el pan y el agua fueron conceptos que identificaron a
Jesús. El sacramento de la Eucaristía fue instituido con pan y vino y fue seguido de una vasija, agua y
una toalla. El señor oró sobre una piedra en Getsemani y fue coronado con un ramillete de espinas. Lo
material, en manos del Señor, adquiere matiz espiritual.

Ante Dios no existe diferencia entre lo sagrado y lo secular. El es el Creador de todo lo material, y todo
lo ha ordenado con leyes funcionales que proyectan orden y finalidad. El pastor no debe jamás
“espiritualizar” tanto su ministerio que pretenda desechar su obligación santa de administrador.

El Apóstol Pablo sentía orgullo al identificarse como administrador. “Así, pues, téngannos los hombres
por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios”, decía en 1 Corintios 4:2.

El fin del discurso es sencillo: ser un buen administrador es parte del llamamiento que nos ha hecho el
Señor Jesús para que le sirvamos en la gloriosa aventura del ministerio cristiano.

El recado de un viejo pastor (Experiencias en el campo administrativo) por Martín Añorga

Empecé mi pastorado relativamente joven. Tenía apenas veintitrés años de edad cuando me asignaron
una iglesia. Recuerdo que después del primer domingo de predicación me sentí el hombre más feliz de
la tierra; pero al despertarme el lunes, me vino la pregunta a la mente, “¿qué hago?”.

Descubrí bien temprano que si yo mismo no me administraba, mal podría administrar la iglesia. Hay
que recordar el recado de Pablo a Timoteo: “si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá
cuidar la iglesia de Dios?” Mi primera meta fue la de determinar el mejor uso de mi tiempo. Un pastor
no tiene ni jefe ni supervisores que le den una lista de las cosas que tiene que hacer, ni les marcan las
horas de servicio en una tarjeta. En el seminario el sonido de una campana me despertaba, y de
inmediato

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me internaba en un horario que se encargaba de determinar la manera en que tenía que vivir cada
momento del día. En la parroquia no.

Un consejo que les doy a mis estudiantes cuando enseño un curso sobre administración tiene que ver
siempre con lo que llamo las dos grandes tentaciones del pastor: el mal uso del tiempo y el mal uso del
dinero. Aprendí ciertas cosas que me han sido muy útiles. Algo muy cierto, y la cita no es mía, es que
“el tiempo es como las maletas, los espacios vacíos se llenan con cosas pequeñas”. Cada vez que un
pastor amigo me dice “no tengo tiempo”, mi respuesta es señalarle que lo más probable es
que no sepa administrarlo.

Mi sugerencia a cada pastor es que haga un itinerario para su vida. Hay que separar tiempo para la
devoción, la lectura y el estudio, y después para entrevistas, reuniones, visitas a enfermos y hospitales, y
hasta donde se pueda, visitas a los feligreses. Es necesario separar tiempo para atender la
correspondencia personal y para instruir a la secretaria (si es que se dispone de estos servicios) acerca de
sus deberes diarios. Y no asumir jamás una actitud negativa ante los hechos inesperados que suelen
aparecer (y fíjense que no uso el vocablo “interrumpir”) en la vida cotidiana del pastor. He sido
consciente siempre de que el ministerio espiritual conlleva muchas experiencias no programadas, las
que al atenderlas nos ensanchan los límites de nuestras
posibilidades de testimonio y servicio. Hay pastores que no saben el daño que hacen estas palabras: “no
puedo atenderlo ahora. Estoy demasiado ocupado”.

En mi primer pastorado, en una ciudad de 40,000 habitantes y una congregación de no más de 150
personas, decidí dedicarle tiempo al evangelismo personal, a hacer contactos con individuos que no
abrazaban la fe cristiana y a ofrecer servicios comunitarios desde la iglesia. Era fascinante ver como se
me acababan los días sin
que me molestara el tedio o la frustración. Conocí a dos personas que conducían una emisora local de
radio y negocié con ellos que yo condujera un par de programas los fines de semana y que no me
cobraran, pero que tampoco yo les pagaría.. A las dos semanas ya entrevistaba a chóferes de alquiler,
amas de casa, estudiantes, y en fin, a cuantas personas se me ocurriera No tan solo la emisora aumentó
su número de oyentes, sino que me quedé con una hora diaria de transmisión. Para usar más
provechosamente mi tiempo, solicité un espacio para escribir comentarios en un semanario provincial.
Me lo otorgaron y fue así que descubrí mi vocación de escritor, que hasta hoy subsiste. Parte de la
administración del tiempo es buscar qué hacer. Les aseguro que fuera de la iglesia hay recursos y
posibilidades disponibles para que las usemos para extender el contenido de nuestro ministerio.

Una vez que el pastor ordena su vida, puede sentirse capaz de ordenar la vida de la iglesia. Ese fue
precisamente mi gran reto cuando en Miami, Dios me colocó al frente de una iglesia que crecía
abruptamente con la llegada de centenares de refugiados políticos provenientes de Cuba. Descubrí
entonces, casi después de doce años de previa experiencia, el secreto de trabajar con líderes de
diferentes procedencias a quienes había que insertarlos en el trabajo de la iglesia. Voy a señalar tres
realidades que aprendí.

Primero, el pastor tiene que aceptar a los demás como son. Eso no nos exime del privilegio de ir
erosionando defectos ajenos, pero sin señalarlos como acusación ni

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permitir que se conviertan en obstáculos en el mejoramiento de nuestras relaciones. Aún las personas
que parezcan ser menos dotadas tienen habilidades personales que pueden ponerse al servicio del
Señor. Pudiera citar numerosos casos reales que ratifican esa aseveración, pero basta decir que en las
iglesias hay actividades simples que podemos delegar: prender las velas, (donde se usen, por supuesto);
repartir los programas, saludar a los visitantes, dejar en orden el santuario una vez terminadas las
actividades, y la lista pudiera extenderse. Durante varios años disponíamos en la iglesia de tres
autobuses que iban a buscar personas mayores para que pudieran
participar de los servicios religiosos. No nos costó trabajo entrenar a seis chóferes para que sirvieran en
este ministerio. Uno de ellos, que tenía formidable voz y sabía cantar preparó un coro de adultos de 21
voces: ¡eran los pasajeros de su autobús!
Segundo, el pastor debe ir descubriendo los dones y habilidades de aquellos a quienes puede involucrar
en el trabajo de la iglesia. Yo soy un pastor que carece del don de la música, lo que me ha permitido
apreciar de manera muy especial a los que lo tienen.
En nuestra iglesia tuvimos coros de niños, de jóvenes, grupos musicales y coros de adultos, además de
un impresionante desfile de solistas. Recuerdo que descubrí a varias personas que tenían una formidable
voz para la radio y las invité a que me acompañaran a los espacios radiales de que disponía. Dos de
estas personas fueron contratadas como profesionales en la emisora en la que yo conducía mis
programas. Hoy día, cuando escasean las personas que sienten vocación pastoral, el futuro crecimiento
de la iglesia depende mucho de los laicos. Los que estamos en posición de poder detectar, promover y
convertir en servicio la vocación cristiana que existe entre los miembros de nuestras congregaciones
hacemos un aporte efectivo y duradero en beneficio de las mismas.

Mantener un tarjetero personal en el que exista una lista de las profesiones y habilidades de las personas
de la iglesia es un recurso extraordinario. Yo podía disponer, en un momento dado de nuestra iglesia,
de carpinteros, electricistas, plomeros, farmacéuticos y médicos con tan solo marcar un número de
teléfono. Logré tener tantos maestros y pedagogos en mi lista que invité a muchos de ellos a que se me
unieran en la aventura de organizar una escuela parroquial. Ya teníamos establecido un eficiente centro
de cuidado infantil. Surgió así “La Progresiva”, un colegio cristiano que ha alcanzado alto prestigio
público a la vez que les ha forjado caminos de logros y rectitud a innumerables jóvenes.

Y tercero, aprendí a determinar objetivos con el asesoramiento de personas capacitadas que podían
aportar sus ideas. En muchas de nuestras iglesias se desarrollan ministerios en los que no se determinan
objetivos específicos. Se habla de evangelización, educación religiosa, trabajo entre niños y ancianos;
pero no se pasa de las generalidades a lo concreto. Hay tres preguntas básicas que deben acompañar a
un proyecto. ¿Cuándo y cómo empezamos? ¿Quiénes son los responsables del mismo?, y ¿qué
queremos conseguir?

Hay personas que tienen un mal concepto de los comités. Es cierto que algunas veces no trabajan y lo
que hacen es complicar el trabajo de otros; pero no es que los comités sean de por sí infecundos, sino
que suelen carecer de liderazgo y clara información de

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las responsabilidades a asumir y de un tiempo limitado para el cumplimiento de las mismas.

Hay iglesias en las que existe “un manual de operaciones”. En otras, quizás la mayoría, ni siquiera
existe la idea de que sea útil la adopción de uno. En mi caso, cada año, en diciembre publicábamos una
Memoria Anual en la que se detallaban los logros del año vencido y se señalaban las metas para el año
entrante. Se publicaba la lista de comités de trabajo con los nombres de sus integrantes, y en un Servicio
especial de Adoración se instalaban por medio de la oración y la imposición de manos. Nuestro
propósito era el de enfatizar que el compromiso que se hace con el Señor y su iglesia no puede tomarse
a la ligera. Muchos toman con cierta fragilidad las responsabilidades que asumen. Para ellos tiene que
funcionar la ayuda pastoral, ejercida con amor y comprensión, nunca de forma autoritaria.
De veras que existe una gran diferencia entre una iglesia organizada y otra que no lo es. Debido a que
cada congregación tiene su propia geografía y vive en medio de condiciones que le son peculiares, es
necesario que el pastor desarrolle su liderazgo administrativo de acuerdo con las circunstancias dadas.
Lo que nunca debe descuidarse en cada caso, es que el pastor y los que con él trabajan desempeñen sus
funciones organizadamente, con un sentido vocacional de la administración.

Siempre las personas esperan respuestas muy concretas a sus preguntas. En cierta ocasión un pastor
joven me pidió que le enumerara lo que para mí eran los principios básicos en la administración de la
iglesia local. He rescatado de memoria la lista, y la comparto como epílogo de este modesto trabajo:

1. Al llegar a una iglesia no cambie lo que funciona. Cambiar por el gusto de cambiar generalmente es
un mal paso administrativo.

2. Cuando considere un proyecto para la iglesia, llévelo a cabo en equipo. Si no hay respaldo, busque la
manera de conseguirlo por medios persuasivos.

3. Tenga en cuenta que todo programa o proyecto requiere varios pasos. Es muy importante
determinar gastos, tiempo y objetivo. Siempre es una buena ayuda hacer revisiones periódicos del
proceso en desarrollo.

4. La vida de la iglesia es corriente continua. Cuando concluya un proyecto o consolide exitosamente


un programa, planee nuevos retos y mantenga la congregación en actividad y expectativa.

5. Mantenga siempre informada a la iglesia. Aunque haya grupos de liderazgo, la congregación tiene
derecho y necesidad de saber qué se hace, cómo se hace y qué se espera.

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El pastor como consejero
Dr. Rogelio Aracena Laserre

“Dios tiene un plan para nuestra vida, como lo tiene para el mundo. Y si hoy día el mundo está
enfermo, es porque desobedece las leyes divinas, también los hombres lo están, porque no conforman
sus vidas al plan de Dios”. Dr. Paul Tournier en su libro Medicina de la Personalidad
Ya desde los tiempos de Hipócrates se planteaba una relación entre la enfermedad y el estado moral del
individuo. Para Freud la centralidad del problema estaba en la dicotomía entre los impulsos básicos del
individuo y el código de valores o superego impuesto o auto impuesto. No importa qué línea ética
establezcamos, con Dios o sin él, vivimos una contradicción interna que se expresa en un estado moral
que afecta todo nuestro ser. Hoy somos informados de más o menos un 80% de problemas de origen
sicosomático.

En Noviembre de 2008 estuve en mi país Chile y en Santiago investigue sobre la salud mental, dado
que tenía noticias especializadas sobre el deterioro psicológico del chileno. Me llamo la atención puesto
que Chile es uno de los países con alta penetración cristiana evangélica en América Latina. Llamé a
varios consultorios sicológicos y psiquiátricos, y me asombró la saturación de consultas de tal manera,
que no se podía obtener una cita antes de 20 días ¿Qué sucedería con algún suicida potencial?
Conversando con pastores conocidos, me corroboraron dicha situación y agregaron que cierto
porcentaje de creyentes no son ajenos a esto.

A la luz de lo anterior, la función del pastor implica el ser instrumento de Dios para llevar al hombre a
un conocimiento de Dios y su Palabra para ser salvo, y a la vez desde un punto de vista de docencia
integral ayudar al creyente a conformar su vida al plan de Dios. No en vano el pastor debe cumplir un
ministerio que complementa la pastoral con la enseñanza y la atención personal.

El éxito en esta tarea es el resultado de establecer una relación personal que brinde el conocimiento de
la persona y sus problemas, creando a la vez un ambiente de confianza que invite a la confidencia. Aquí
en este punto es donde surge el problema, dado la cultura actual paradójicamente individualista y a la
vez solitaria. En este escrito lo ilustraré con un ejemplo.

Años atrás el médico tomaba su carruaje y se dirigía a ver un enfermo cuya familia y entorno conocía:
su trabajo, sus relaciones familiares, hábitos, sueños, fracasos y éxitos. Tenía tiempo de pensar y
recordar una serie de hechos anteriores conocidos, que le permitían diagnosticar y muchas veces no
recetar ningún medicamento, sino solo dedicar tiempo a escuchar al paciente y su familia. En la
mayoría de los casos no era necesario delicados y costosos exámenes (no los había del todo). La
relación médico-paciente equivalía a la de un miembro de la familia al cual se le podían consultar todos
lo asuntos y problemas. Su voz era escuchada y su consejo atendido.

El caso del pastor debería ser similar. Implica disponer tiempo para la visitación, escuchar, establecer
relaciones personales, crear confiabilidad, estar disponible. Las personas cuentan sus problemas a
alguien en quien confían y a la vez que demuestran

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interés personal con ellos. Lamentablemente hoy el pastor lo que desea es ser un ejecutivo inalcanzable
que administra una gran iglesia, dedica su tiempo a ser miembro de comisiones y solo se dirige a la
gente a través del pulpito, la radio o la TV. Los problemas personales se reducen a necesidad de
“liberación espiritual” (en sus
distintas formas), un seminario rápido de “sanidad interior” (equivalente a una catarsis o desahogo
temporal), o un teléfono donde pedir oración por una necesidad donde es atendido por una persona que
solo hará eso: orar por algo cuyo trasfondo no conoce. No es común que personas expertas atiendan
este tipo de casos. Iglesias liberales harán una remisión a sicólogos seculares lo cual ahondara el
problema.
La consejería es una función personal e implica un conocimiento profundo de la Biblia, la confianza
absoluta en la suficiencia de ella, un conocimiento adecuado de la conducta humana, y el
convencimiento que como función es un diálogo de doble vía. Es escuchar y hablar (notemos que es la
actitud inversa). La Biblia dice: “De la abundancia del corazón, habla la boca” (Luc 6:45).

Escuchando es como podemos conocer lo que hay en el corazón de la persona que se ha acercado a
nosotros y eso demanda tiempo y un cierto carácter. Muchas veces lo aprendido para aconsejar será
cambiado por la iluminación del Espíritu Santo en un proceso que implica tiempo y conocimiento. En
otras ocasiones el aconsejado reflejará problemas aún no superados por el propio consejero y esto
llevará al propio consejero a una profunda reflexión y crecimiento. En este sentido el Espíritu Santo
hace un doble trabajo: el aconsejado es ayudado en su situación y el consejero es sensibilizado y
desarrollará mayor comprensión y compasión hacia el sufrimiento moral y emocional.

Miremos ahora el ministerio de Jesús con sus apóstoles, y le veremos realizar un ministerio triple el
cual, sin lugar a dudas, es el mismo encomendado a nosotros:

“Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del reino, y
sanando toda enfermedad y dolencia en el pueblo” (Mt 4:23)

Para nuestro objeto, analizaremos la palabra “sanado”, que en el original es TERAPEUO, y según
Strong implica: cuidado por el enfermo, tratamiento, cura, sanidad y, en Mateo 17:14-18, liberación
espiritual. La palabra “salvación” en la Biblia, que en una de las acepciones en el griego es SOZO,
implica también “hacer que algo sea completo”.

En este sentido, sanar es tanto un hecho instantáneo, como también un proceso. Este proceso tiene
como objetivo el “bienestar integral” que según la OMS es ausencia de enfermedad. El dolor puede ser
tanto físico como emocional.

El pastor como consejero es un TERAPISTA que debe involucrarse en un proceso de acercamiento


integral al aconsejado, llevándole a entender las causas de su problema espiritual, moral o emocional.
¿Qué es lo que le impide disfrutar de la vida llena y abundante que Jesús prometió? Ayudarle a
reconocer las culpas reales consecuencia de infringir la ley de Dios, y a superar y desechar las culpas
ficticias consecuencia de erróneamente asumir responsabilidades morales que no le corresponden. En
suma, ayudarle a un desarrollo integral de su nueva vida en Cristo.

Indudablemente que esta tarea necesita una adecuada planificación y conocimientos básicos de
psicología. En este sentido hay dos posiciones en la consejería: los que

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desechan lo que la psicología puede aportarnos en cuanto a las causas de la conducta humana,
especialmente en lo patológico, afirmando que basta con la consejería bíblica o discipulado. En otras
palabras es una tarea exclusivamente del Espíritu Santo. En el lado opuesto están los que colocan a la
psicología como la base principal y la Biblia como algo accesorio.
Creo, desde un punto de vista equilibrado, que la consejería adecuada, tiene como base insustituible la
Biblia y como instrumento de acercamiento al problema los aportes de la psicología. Por ejemplo, lo
útil de aprender la técnica de la entrevista, como hacer preguntas, poder diferenciar una epilepsia de
una problemática espiritual.

El pastor como consejero debe tener una mente balanceada. Una mente fría y el corazón ardiente. Una
vida llena del Espíritu Santo, el cual guía a toda verdad. Será a veces una tarea anónima que no recibirá
aplausos o reconocimiento público, pero que es de gran estima para nuestro Señor. Muchos pastores
con los cuales he conversado sobre este tema, dicen sentirse inseguros frente a esta tarea encontrándola
demasiado confrontativa. Reconocen que se sienten puestos a prueba frente a todo tipo de situaciones
humanas. La congregación le ve como la suma de la destreza y la
sabiduría que comunica desde el púlpito. Ello implicará estudio y preparación,
paciencia con el progreso lento, y fortaleza frente al aconsejado que a pesar del trabajo hecho con él, no
desea cambiar de conducta.

La predicación y la consejería no son antagónicas, ni tampoco independientes la una de la otra. Lo que


el pastor predica y cómo lo dice o comunica, determinará si él es visto como un consejero o no. Si la
predicación es al estilo de “al que le venga el saco que se lo ponga o no “, difícilmente le verán como un
potencial consejero al cual acercarse. En la predicación dará a conocer su actitud hacia las personas, sus
debilidades, sus problemas y pecados. El gran predicador Fosdick decía que la mejor evaluación de un
sermón es el número de personas que luego quieren conversar a solas con el predicador.

Finalmente, debemos decir que hay creyentes que tienen un especial llamado a esta tarea que en
términos bíblicos es la “exhortación”: ayudar a un creyente a dar pasos de fe, en otras palabras asistirle
para con la ayuda del Señor, quitar o eliminar lo que en su vida le impide avanzar hacia el propósito
que Dios tiene para el. La barrera puede ser espiritual, moral, emocional, o física. Hoy más que nunca
en un mundo impersonal, lleno de angustia, temor y culpa esta tarea es urgente ¿No veía el Señor
Jesucristo a la gente de su tiempo como ovejas sin pastor?

Un programa de consejería en la iglesia


Dr. Rogelio Aracena Lasserre

La manera de trabajar de las iglesias es muy variada, y el desarrollo de un programa de consejería


dependerá en gran medida del enfoque doctrinal y de trabajo de la Iglesia. Para nuestro propósito
plantearemos algunas ideas que puedan motivar a comenzar un programa. Estas ideas son parte de
nuestra experiencia en la iglesia; las comparto a

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manera de motivación para que el pastor continúe esta tarea que seguramente ya está haciendo.

En primer lugar debemos establecer lo siguiente: los pastores no somos psicoterapeutas, ya que esta
labor implica procesos largos y un conocimiento profundo de las causas y variables de la personalidad y
conducta. Además requiere un grado académico en psicología. La realidad es que somos consejeros con
base teológica. Debemos haber adquirido conocimientos y herramientas básicas de psicología, las
cuales nos permiten distinguir una gran cantidad de situaciones que podemos atender. Sin embargo,
muchos de los problemas que encontramos deben ser remitidos a un psicoterapeuta cristiano. Esto
permitirá que los consejeros tengan una debida actitud hacia si mismos y las personas que ayudarán.

Por ejemplo, un creyente nos comenta que él tiene el hábito de apropiarse de cosas que no le pertenecen
y que siente vergüenza cuando es sorprendido. La primera opción es que estamos en presencia de un
ladrón confeso. El robo es prohibido y castigado en la Biblia. Sin embargo al profundizar en su
problema descubrimos que el
individuo no oculta lo que roba y por eso es sorprendido y avergonzado. Este es uno de los síntomas
principales de la cleptomanía. La ayuda que necesita es más
especializada y debemos remitirlo. El consejero debe aprender a mirar los problemas fijando su
atención, no tanto en qué sucede, sino el por qué sucede dicho problema. Esto requiere entrenamiento,
tiempo, experiencia y supervisión.

La clave es el pastor: su grado de interés en la consejería y su compromiso pastoral harán posible que
una iglesia tome con seriedad esta tarea ministerial.

Miremos el cómo se deben usar tres elementos claves en la consejería:

La oración, en la consejería, debe ser relevante en la experiencia de entrevistar. Debemos preguntar si el


aconsejado desea orar, caso contrario podría ser coercitiva. Si no desea orar, el consejero puede
mentalmente orar por él y el éxito de la entrevista.

1. La oración no debe ser usada para establecer la autoridad del punto de vista del consejero o para
inducir cambios de conducta.

2. Tampoco debe verse como un sustituto religioso para cerrar una entrevista. Es mejor honestamente
decir: “el tiempo ha terminado, continuaremos en una próxima cita”.

3. Cuando las dos personas han establecido una relación interpersonal profunda, habrá un común
deseo de hablar con Dios y pedir su guía y ayuda. La oración entonces debe estar presente. A veces el
aconsejado pedirá que se ore por él, sin embargo el consejero puede animarlo a que oren juntos.

4. La oración puede ser usada efectivamente en la consejería si es relevante, adecuada, y expresa un


deseo mutuo. En este sentido la oración honra a Dios, agrada al Señor Jesucristo quien es el pastor de
las almas, y permite la acción del Espíritu Santo como Consolador.

5. Utilice un lenguaje sencillo y pertinente. Evite declaraciones teológicas en la oración que no puedan
ser entendidas por el aconsejado.

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La Palabra de Dios, la Biblia, es “útil para enseñar, redargüir, (derriba nuestros argumentos erróneos)
para corregir, para instruir en justicia. A fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente
preparado para toda buena obra” (2 Ti 3:16-17).
1. La Biblia debe ser presentada con su propia autoridad en el poder del Espíritu Santo que la ha
inspirado, y no con la manipulación autoritaria del consejero. Se debe evitar la amenaza de castigo si
no se obedece la Palabra según el punto
de vista del consejero.

2. El consejero no puede infaliblemente juzgar la condición espiritual del aconsejado y arbitrariamente


conectar un pasaje de la escritura con el posible problema que parece descubrir. Es mejor sugerir la
posible aplicación de un pasaje bíblico sugerido y preguntar ¿Ve usted aquí algo que hable a la situación
que me está compartiendo?

3. La mayoría de las personas en consejería manifiestan ansiedad. No debemos apresurarnos a usar un


pasaje de la Biblia. Dejemos que la persona verbalice completamente lo que tiene en su interior, y luego
la Palabra de Dios será más fácilmente oída y entendida.

4. Hay personas que no manifiestan ansiedad, culpa o preocupación por el problema que enfrentan.
Para ellos la amonestación bíblica es pertinente, especialmente si son reincidentes. De todas maneras
debe hacerse amorosamente.

5. El uso de la Palabra de Dios debe hacerse en oración. La meditación personal en la Palabra y en los
pasajes apropiados para la consejería, ayudarán al consejero a trabajar apropiadamente.

6. Seleccionar una lista de pasajes que ilustren los problemas y orienten acerca de el. Himnos y cánticos
cristianos son también apropiados, especialmente los himnos. Las personas en situaciones de crisis se
aferran a las personas y cosas que les son familiares. Por ejemplo la letra de himnos como, “Oh qué
amigo nos es Cristo“, “Roca de la Eternidad“, “Nadie pudo amarme como Cristo” y algunos cánticos
nuevos que expresan seguridad y consuelo como, “Tu fidelidad”, “Gracias Señor”, “El Salmo 23 “ y
otros. Un adecuado uso de esta música puede proveer un contexto de alivio y seguridad para el
aconsejado, junto con las citas que recibe. Es adecuado establecer un programa disciplinado de
preparación bíblica básica para los miembros de la Iglesia, el cual deben tomar también los consejeros.
Estos deberán incluir temas importantes como Introducción a la Biblia, Doctrina de la Salvación y La
Doctrina del Espíritu Santo, Las grandes doctrinas de la Biblia, El Plan de Dios en el Antiguo
Testamento e Introducción a los Cuatro Evangelios.

En cuanto a las bases necesarias en Psicología, sugiero dos libros para comenzar: La Enciclopedia de
Problemas Sicológicos del Dr. Clyde N. Narramore, que nos enseñará a conocer los diversos problemas
psico-emocionales que están en el ámbito de atención del consejero en una forma práctica que incluye:
descripción de la situación, etiología o causas, atención sugerida. Este libro será parte de las
Conferencias LOGOI
2009, puesto que uno de los temas es precisamente el de Consejería.

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En cuanto a ampliar la teoría y estrategia de la consejería, el libro El arte de aconsejar bíblicamente, del
Dr. Larry Crabb, editado por Ministerios LOGOI u otro similar. Un punto muy importante es la
supervisión. El pastor debe llevar un registro de las citas de consejerías y anotar lo sucedido en cada
cita. A veces será importante que comparta algunos casos con colegas (sin mencionar nombres) para
recibir opiniones. En la
iglesia local, los líderes encargados de consejería deben informar de lo que están haciendo a su superior
inmediato, y estar dispuestos a escuchar sugerencias, corrección, o aprobación de lo que están
haciendo. Lo mismo en el caso de los equipos de visitación. Un informe acerca del que, como, el
cuando, y los resultados de la visita. Ellos de esa manera también detectan necesidades físicas de las
familias que deben ser atendidas.

¿Quién califica como candidato para consejero? El pastor debe ayudar a sus miembros a descubrir sus
dones espirituales y especialmente el de exhortación. Son esos creyentes que el Espíritu Santo les
habilita para la relación interpersonal, el mostrar confiabilidad, prudencia, discreción y la habilidad de
enseñar.

Finalmente debo decir que en mi experiencia como consejero, he usado una programación como la que
he sugerido en este artículo, aparte de predicar a la iglesia y enseñar acerca de varias áreas de la
consejería, como matrimonio y familia, divorcio y nuevo matrimonio, cursos prematrimoniales y ayuda
personal a quienes desarrollan consejería. Por otra parte contamos en nuestra iglesia con un psicólogo
clínico cristiano (mi hijo, el Dr. Alejandro Aracena) quien toma casos que son remitidos. El ayuda en la
planificación académica. Lo desafío a usted, hermano pastor, a orar y confiar en lo que Dios puede
hacer a través de un buen programa de consejería en su iglesia local.

Es mi oración que el Señor le anime en esta tarea.


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