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Anatomía del fraude científico

Publicado el 14 de septiembre de 2007 en Libros por omalaled


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El 22 de marzo, en el New York Times se podía leer un artículo titulado: “Bióloga paga
caro haber cuestionado un estudio”. Dicho artículo hacía referencia a una becaria de
biología llamada Margot O’Toole que había puesto en duda un trabajo salido del MIT y
publicado en la revista Cell. Uno de los principales autores del artículo era un tal David
Baltimore, rector de la Universidad Rockefeller, en Nueva York. Con él firmaba Thereza
Imanishi-Kari, directora del pequeño laboratorio del MIT donde Margot O’Toole trabajaba
merced a una beca anual.

Todo esto quedaría en una acusación tipo pataleta o cada uno decidiría según el prejuicio
que más tenga arraigado, pero la cosa cambiará totalmente de contexto cuando os comente
el detalle siguiente: David Baltimore es Premio Nobel de Medicina de 1975.

Baltimore describió a Margot O’Toole como una mera “becaria posdoctoral contrariada”.
La denunciante se vio desterrada del mundo científico y obligada a vender la casa junto a su
marido. Acabó trabajando de telefonista en una compañía de mudanzas propiedad de su
hermano.

No obstante, la Oficina de Integridad Científica filtró el borrador de un informe que daba la


razón a esta mujer calificándola de heroína por haber hecho valer “su compromiso para con
la integridad científica”. Por suerte, Mark Ptashne, un biólogo molecular de Harvard, la
reincorporó a los círculos científicos dándole un empleo en el Genetics Institute.

Este suceso dio la idea al autor a escribir este libro que da un repaso por diferentes fraudes
que se han hecho en la ciencia moderna muy centrados en los campos biológicos. Se basa
en que tal y como el fraude existe en la sociedad (tiene 5 o 6 páginas citando altos
directivos de gigantescas y famosas empresas que han acabado acusados de todo tipo de
delitos), también existe en los círculos científicos. Durante su lectura, el autor diferencia
tipos de fraude para intentar sacar un patrón de los mismos y poder así detectarlos a tiempo,
antes de llegar a su publicación.

No es fácil demostrar que un científico ha cometido fraude. En física o química quizás sí lo


es, pues a la que alguien anuncia un descubrimiento, otros laboratorios del mundo lo
repetirán para corroborarlo. Sin embargo, eso no sucede en ciencias biológicas donde gran
parte de los estudios tienen mucho que ver con las estadísticas y las repeticiones de los
experimentos en entornos muy controlados tienen bajos presupuestos, poco tiempo, etc. Al
final, en muchos casos, los datos acaban por ser inventados. Existen muchas becas para
realizar nuevos experimentos, pero ninguna para repetirlos; así que se ha de confiar en la
integridad personal del científico.
También es difícil separar el concepto de fraude científico del de negligencia. Puede que el
científico se haya equivocado o puede que, de forma inconsciente, considere erróneos
aquellos resultados que no van con su teoría y los desprecie. Tendríamos así un resultado
sesgado. Pero la variedad es grande. Hay quien se inventa un dato y hay quien se los
inventa todos.

Dice algunas cosas graciosas, como que los peces gordos del mundo científico proclaman
con cierta regularidad que el fraude es algo casi inexistente en su disciplina. Incluso Roald
Hoffman, Premio Nobel de Química en 1981, en la reunión anual de la Sociedad Química
estadounidense afirmó que a su entender el fraude científico “no es un verdadero
problema”; pero el autor lo pone en duda.

Habla también del dinero que se da para la investigación y se descubren gastos destinados
al mantenimiento de un yate, flores para celebraciones en casa del rector y sábanas para sus
camas. El hombre al que descubrieron en este asunto era Donald Kennedy. Cuando lo
denunciaron no dudó en devolver buena parte del dinero recibido y 6 meses después tuvo
que dimitir. Pero ya se sabe que los peces gordos jamás abandonan a sus congéneres y
conservó su puesto docente. En junio de 2000 se hizo con la dirección de Science.

Sin llegar al fraude, pero sí a la incongruencia también habla de un científico que descubrió
cierto fenómeno biológico y elaboró un artículo. Cuando quiso publicarlo, el director de la
revista se lo rechazó. Entre tanto, otro científico hizo el mismo descubrimiento innovador y
escribió un trabajo en el que reconocía la ayuda técnica del primero. Cuando salió el
artículo de este segundo, recibió el premio Nobel. El hombre al que denegaron la
publicación no quiere que se sepa su nombre ni hallazgo para no ser reconocido, así que el
autor del libro no da más detalles del asunto.

También habla del problema en que demasiados autores firman un artículo, cuando algunos
de ellos no han tenido que ver nada en su elaboración. Si los beneficios favorecen a todos y
cada uno de los autores, ¿no es razonable que todos y cada uno acepten también las
responsabilidades?

Otro fraude, quizás el más destructivo de todos, es el plagio. Puede finalizar con carreras de
ilusionados investigadores.

En 1988 Carolyn Phinney era una investigadora que completaba una beca posdoctoral en
Michigan que estaba haciendo un estudio sobre si la sabiduría aumenta con la edad.
Aunque el tema es vago, parecía ir por buen camino. Perlmutter, en calidad de
investigadora principal, le dijo que era ella quien debía entregar la petición para su
publicación. Y lo hizo, solo que no citó a Phinney. Se entabló un pleito y la Universidad
tuvo que pagar 1,67 millones de dólares más intereses a Phinney. Aun habiendo ganado el
caso declaró que, después de todo, había perdido diez años de su trabajo y su carrera
profesional había finalizado. Hoy día es una enérgica activista contra el fraude y en favor
de la protección de los denunciantes.

Aunque el caso de Phinney acabó en favor de la víctima, no sucedió lo mismo con Heidi
Weissman, una científica en el campo de la medicina nuclear. Su jefe de departamento,
Leonard Freeman, trató de hacer pasar por suyo un trabajo de esta mujer. Weissman lo
denunció y ganó el caso en una corte federal, pero la expulsaron de su trabajo. Mientras ella
tuvo que pagarse el caso, el centro médico defendió y pagó el caso a su jefe. Y por si fuera
poco, le ascendieron.

Pero el caso estrella es, sin duda, el que citaba al principio: David Baltimore, un Premio
Nobel implicado en un fraude científico. Hubo ríos de tinta sobre ello, publicaciones
amenazadoras e insultantes en revistas científicas de unos a otros y cosas que se escapan de
lo que es ciencia para ser vanidad. Por suerte, hay quien tiene claro el concepto de ciencia.
Howard Temin, que compartió el Premio Nobel con él dijo:

David actuó mal por lo siguiente: cuando alguien, sea quien fuere, pone en tela de juicio
un experimento, uno tiene la responsabilidad de comprobarlo, y es norma inamovible de la
ciencia que cuando uno publica cualquier cosa debe responder por ello. Uno de los
aspectos más sólidos de la ciencia estadounidense, en comparación con la rusa, la
alemana y la japonesa, es que aun el profesor de más nombradía tiene que atender a los
reparos que pueda poner a su obra el más humilde de los técnicos de laboratorio o los
estudiantes universitarios, y considerar sus críticas. Este es uno de los rasgos más
fundamentales de la ciencia estadounidense.

Dice que Edelman (presumiblemente Gerald Edelman, Premio Nobel de Medicina en 1972,
aunque sólo especifica el apellido) tampoco podía ver mucho a Baltimore, y dijo al autor
del libro:

Deje resumirle lo que pienso: David Baltimore no es un científico. Punto. Y él mismo, con
sus actos, está dejando claro que no lo es. Un científico repite un experimento cuando
alguien lo pone en duda. Punto: no hay más que decir. (…) Y el dogma de nuestra religión
es ese: si eres experimentador, repite el experimento, y si no puedes, pide a un ayudante o
a un amigo que lo haga (…)

Un detalle que me llamó la atención es que el autor nos dice que desconfiemos cuando haya
muchas publicaciones, todas perfectas, geniales e innovadoras hechas por una misma
persona. Cuando no hay tiempo material para hacer experimentos o comprobaciones la cosa
huele a chamusquina. Además, no todos los experimentos salen a la primera y se necesitan
también experimentos para comprobar teorías erróneas.

Como opinión personal del libro, creo que debería ser un poco más descriptivo y no tan
filosófico. A veces da demasiadas vueltas a una misma idea y se me hizo por momentos
algo pesado. Tiene unas 450 páginas y puede leerlo cualquiera, pues no hacen falta
conocimientos previos, aunque sólo lo recomendaría para quienes conozcan la
investigación biológica y estén interesados en conocer detalles sobre el fraude científico.
Título: Anatomía del fraude científico
Autor: Horace Freeland Judson

Más opiniones de este libro:


http://www.elcultural.es/HTML/20060511/LETRAS/LETRAS17211.asp
http://libros.libertaddigital.com/articulo.php/1276231710
http://weblogs.madrimasd.org/universo/archive/2006/09/03/39546.aspx

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