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En el mundo femenino, en el de la maternidad, hay una discusión muy viva sobre el uso de la
oxitocina sintética —también llamada la hormona del amor— en los partos. Irene García Perulero
—bióloga e investigadora de esta hormona muy implicada en el desarrollo de las relaciones
sexuales, amorosas y de reproducción y lactancia, en el ser humano—, recuerda que tuvo un parto
muy complicado que terminó en cesárea.
Todo esto cambió su visión: «Sabía que un mal parto te deja hecha polvo, que condiciona la
lactancia y la crianza posterior y que tiene un peso en la construcción de tu maternidad. Pero, en
realidad, sabía muy poco. Y entonces, un día, en un foro de internet sobre partos, a un ginecólogo
que andaba por allí se le ocurrió decirme que la oxitocina sintética era exactamente igual que la
natural. A mí sólo se me ocurrió ponerme a investigar»
La oxitocina es una molécula orgánica pequeña, un oligopéptido que consta de sólo nueve
aminoácidos. Se produce en el sistema nervioso central, concretamente en el hipotálamo. Desde
allí se transfiere a la hipófisis, una glándula que está en nuestro cerebro, dónde se almacena y
desde donde se secreta cuando se necesita. La oxitocina se descubrió a principios del siglo pasado
y se sintetizó artificialmente por primera vez en 1953.
Du Vigneaud recibió en 1955 el premio Nobel por la síntesis de este compuesto. Funcionalmente
lo primero que se sabe de ella es que es una hormona. Viaja por el torrente sanguíneo y actúa en
tejidos alejados de su lugar de síntesis. Entre sus acciones periféricas es responsable de los
movimientos de contracción-relajación de fibras musculares lisas como las que forman el cuerpo
del útero o los conductos galactóforos y, por tanto, produce las contracciones de parto y la
secreción de la leche materna. Por este motivo, la oxitocina sintética se ha venido usando en los
partos desde los años setenta del siglo pasado. Se administra intraparto por vía intravenosa. Su
uso para acelerar las contracciones de parto permite “controlar” en cierto sentido el proceso y se
usa en muchos sitios de forma rutinaria, en lo que se denomina protocolo de manejo activo del
parto».
Efectos secundarios
La oxitocina acelera los partos. Pero tiene efectos secundarios como la rotura uterina y la pérdida
de bienestar fetal. «Este hecho por sí mismo ya es más que suficiente para no tomarnos el uso de
oxitocina sintética a la ligera y por ello la Organización Mundial de la Salud recomienda restringir
su uso todo lo posible», recuerda Irene.
Lo cierto es que la oxitocina sintética y la natural son químicamente idénticas, «pero no funcionan
igual», sostiene la bióloga, ya que «la oxitocina endógena se secreta desde la hipófisis unida a unas
proteínas llamadas neurofisinas, y la principal diferencia es que la sintética se administra en
continuo y la endógena se secreta a pulsos. Este asunto sería soslayable colocando una bomba de
perfusión que administrase la oxitocina exógena también a pulsos, pero el problema es que las
diferencias no terminan aquí», remarca.
La experta añade que «el mecanismo que regula la secreción en pulsos de oxitocina durante el
parto se desconoce, aunque en mi opinión probablemente el bebé —y su capacidad de
recuperarse tras cada contracción— tenga mucho que decir: al fin y al cabo el parto es un proceso
de comunicación química entre dos cerebros complejísimo y del que aún sabemos muy poco.
La oxitocina sintética atraviesa la placenta y llega al bebé. Un estudio realizado por Ibone Olza en
2012 demuestra que la administración de oxitocina sintética reduce el reflejo de succión en recién
nacidos, dificultando el establecimiento de la lactancia y cada vez más estudios realizados en
animales apuntan a que el uso intraparto de oxitocina sintética afecta a numerosos aspectos de la
conducta maternal, social y sexual de los animales.
El gen ancestral de la oxitocina tiene más de 500 millones de años de antigüedad, está presente en
todos los vertebrados y es fundamental para la supervivencia de los mamíferos y en especial los
primates y por supuesto los que, como el ser humano, viven en grupos y necesitan al grupo para
su supervivencia. La oxitocina también se produce en los machos. Irene García Perulero sonríe
cuando reconoce que «cuanto más sabemos sobre la oxitocina más nos damos cuenta de que no
sabemos nada» y recuerda que esta horma es, «sin duda, la gran facilitadora de la vida. «Y desde
luego —razona— si la generosidad, el altruismo y la compasión son características típicas del ser
humano entonces la oxitocina es “la hormona de la humanidad”. La hormona que provoca el
profundo amor inmediatamente después del parto. La ferocidad de la madre en defensa de sus
cachorros».
La mayor concentración de oxitocina endógena que una persona puede experimentar en su vida
se produce durante el parto y después durante la lactancia. Durante las últimas semanas de
gestación las células musculares del útero materno se van poblando de miles de receptores de
membrana para oxitocina. Durante el parto, mientras el útero se va contrayendo, el cerebro
literalmente se inunda de oxitocina. Según algunos neurólogos como Nils Bergman el parto es una
«ventana de oportunidad» en la que, gracias a las altas concentraciones de éste y otros
neurotransmisores como la prolactina, no sólo se ponen en marcha mecanismos neuroendocrinos
altamente conservados por la evolución, sino que se producen variaciones epigenéticas que
afectan a la regulación de nuestros genes y que, además, van a ser heredables.
También según Nils Bergman la oxitocina es la molécula que produce lo que él denomina
«mothers’ferocity», el instinto de protección de la progenie que todas las mamíferas exhiben
inmediatamente después del parto. La oxitocina endógena es esencial durante el parto para que la
madre y la cría se vinculen eficazmente. «Lo cierto es que es una realidad que condiciona un
montón de procesos fisiológicos que afectarán a nuestra salud física, emocional e incluso a
nuestro desarrollo neurológico y puede que cognitivo. El parto es la gran “crisis”, el cerebro dirige
y la oxitocina es el motor», sostiene la experta.
«Si, como me aseguraba aquel ginecólogo —continúa— la oxitocina sintética y la natural no fueran
iguales sería para nota, puesto que la oxitocina es una molécula pequeñísima. Pero que tengan la
misma estructura química sólo quiere decir que tienen la misma estructura química».
«Además de que la oxitocina sintética que se administra en los partos no se produce en forma de
pulsos —explica esta bióloga— la principal diferencia es que no llega al cerebro materno, o llega
en muy poca concentración, puesto que no atraviesa la barrera hematoencefálica (un sistema que
protege a nuestro cerebro de sustancias nocivas). Y no sólo eso, sino que la introducción de
oxitocina exógena en el proceso puede interrumpir la producción propia de oxitocina endógena».
«Por lo tanto, el parto así —explica— no sólo queda en manos de un aparente control externo,
sino que en realidad el proceso se descontrola absolutamente desde el punto de vista neurológico.
Y así, un proceso complejísimo que la naturaleza ha ido seleccionando durante los últimos 500
millones de años se deja en manos de una vía intravenosa y un medicamento y la mayor o menor
prisa del ginecólogo de turno».
En una reflexión final la bióloga concluye con que «lo raro es que aún así podamos parir. Es más
que probable que dentro de unos años nos demos cuenta de que introducir oxitocina sintética de
forma rutinaria en los partos ha sido uno de los experimentos científicos sin control más peligrosos
que ha realizado el ser humano»
Desde hace ya una década numerosas voces como por el ejemplo El parto es nuestro vienen
recordando la importancia que tiene que la mujer se informe (pero de manera veraz, con
publicaciones científicas) para poder saber qué pasará en la que será, probablemente la cita o las
citas más importantes de sus vidas: el nacimiento de sus hijos.