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COMO SE TRAE A LA MANO LA PATOLOGIA. Ensayo para ser leído a dos voces.

(Original: The Bringing Forth of Pathology, 1988)

Carmen Luz Méndez.


Fernando Coddou.
Humberto Maturana. Traducción: Guido Demicheli M. (1992)

RESUMEN

Este artículo aplica, en el dominio clínico, la teoría de Maturana acerca de cómo se genera o 'se trae a la
mano' la realidad. Se redefinen varios aspectos centrales para la terapia, incluyendo las nociones de
'psicopatología', familia, cognición, lenguaje y conversaciones, Se introducen nuevos conceptos, entre los
que destacan 'multiverso' y 'objetividad entre paréntesis'. Se examina críticamente la asignación social del
rol de especialista, en tanto dicha atribución pretende que se tiene acceso privilegiado a una realidad
objetivamente existente. Los autores proponen un cambio radical en la epistemología, basándose en los
cambios de comprensión que ellos postulan en relación a la ontología del fenómeno de la cognición. Se otorga
particular atención a 'ortogonalidad' del terapeuta como modalidad interactiva para tratar con la familia.
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Una de las pecularidades de nuestro trabajo en psicología clínica es que nos encontramos la mayor
parte del tiempo bajo la urgente necesidad de decidir, o ayudar a decidir, en cuestiones de salud
psicológica. Como resultado de lo anterior, rara vez nos detenemos a reflexionar acerca de las
nociones cognitivas y sociales que proporcionan fundamento y validez a nuestro quehacer cuando
participamos en dichas decisiones. Sin embargo, si nos detenemos a reflexionar no podemos
eludir una primera interrogante básica, esto es, ¿ qué entendemos nosotros por problema de salud
psicológica ? O, más generalizadamente, ¿ qué queremos decir cuando afirmamos que hay un
problema de salud ? .

Un problema es algo que alguien vive como una dificultad y que él o ella define como tal, para
otra persona o para sí mismo. Un problema, por lo tanto, tiene que ver con la forma en que alguien
se ve a sí mismo o a algún otro y con el modo en que él o ella establece un dominio social
congruente con la definición de problema, definiendo su vida concordantemente con ello. Por lo
tanto, para que un problema pueda tener lugar, alguien debe hacerlo presente, señalando que hay
un problema en un dominio social que lo acepta como tal. Si no hay una aseveración de ese tipo y
una aceptación de la declaración "hay un problema", entonces, no hay problema.

En estas circunstancias, para que una situación interaccional sea un problema de salud mental
alguien debe definirlo como tal en un contexto social que acepte dicha definición. O, en otras
palabras, una conducta particular llegará a ser psicopatológica, cuando alguien afirma que ésta
constituye un problema de salud mental, adjudicándole condiciones de dolor, sufrimiento, pérdida
de control o indeseabilidad y cuando esto es aceptado como tal en el dominio social en que dicha
afirmación tiene lugar. Así, las declaraciones del tipo "yo tengo un problema psicológico", "tú
tienes un problema psicológico", traen a la mano problemas psicológicos cuando son aceptados. La
primera declaración, "yo tengo un problema psicológico" conlleva la aceptación del problema de
parte del declarante, pues de no ser así no lo diría, pero, ¿ de qué modo llega esto a declararse ?. La
segunda declaración, "tú tienes un problema psicológico" es una imposición sobre alguien que
puede ignorarla, aceptarla o rechazarla. Pero, ¿ qué determina qué hace cada persona a este
respecto ?

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Para que un problema exista, alguien debe especificarlo y alguien debe aceptarlo. Así, todo
problema impone una comunicación y toda comunicación impone una dinámica congruente entre
los participantes que coordinan sus conductas a través de ella. Sin embargo, no toda interacción
humana es una comunicación dentro del dominio en que se pretende que lo sea. Cualquier
persona puede decir "hay un problema" o "tú tienes un problema" pero sólo algunas personas
pueden traer a la mano problemas con tales declaraciones, porque no a todas las personas se les
hace igual caso en los dominios sociales en que ellas hablan. Efectivamente, que una persona sea
escuchada y que un problema sea traido a la mano con el enunciado "hay un problema" revela un
consenso social explícito o explícito, o un acuerdo que concede poder mediante la disposición a
escuchar y obedecer. Es en esta particular concesión de poder a través de la disposición a
escuchar, que las interacciones humanas generan algunas de las peculiaridades que caracterizan a
algunos sistemas sociales particulares, sean estos, parejas, familias, sociedades, en tanto entidades
políticas en las que el terapeuta ha de operar. Cada sistema social otorga poder, mediante su
particular forma de operar, a ciertas personas que realizan definiciones de normalidad o
anormalidad, salud o enfermedad, y en consecuencia, les concede derecho a ser escuchadas y
obedecidas en esos dominios. En nuestra actual cultural occidental, este poder es socialmente
otorgado a dichas personas, en el supuesto que ellas dominan un conocimiento objetivo que les
permite distinguir de entre sus semejantes, quienes estarían en la categoría de los psicológica-
mente sanos y quienes en la opuesta. Por otra parte, esta franquicia social para hacer distinciones
psicopatológicas en base a la noción de conocimiento objetivo es, en realidad, un otorgamiento
social de poder que -a través de su demanda de obediencia social- considera ciertas acciones
(enseñanza especial, medicación, reclusión), como si estuviesen basadas en una verdad
trascendental (objetiva), es decir, como acciones legítimas y socialmente adecuadas para tratar a las
personas así distinguidas (caracterizadas) de esta manera.

Así, bajo la noción explícita o explícita que el conocimiento objetivo es una base adecuada para la
autoridad social en el dominio de la salud mental, nosotros los terapeutas (psicólogos y
psiquiatras) definimos a través del diagnóstico y la especificación de tratamiento, qué les ocurre a
los demás desde la posición objetiva-imparcial de alguien que tiene acceso privilegiado a una
realidad independiente. Algunas veces, hacemos esto con dudas, que surgen de la reflexión
adicional, pero fundamentalmente nos resulta fácil, puesto que somos miembros de una sociedad
que nos otorga este poder prestándonos obediencia en estos asuntos y, en tal sentido, participamos
de las mismas nociones epistemológicas básicas que definen dicho poder. Esta actitud debe
cambiar.

La objetividad entre paréntesis

El poder social que se nos otorga a los profesionales de la salud mental, se basa en la premisa de
que tenemos acceso a una realidad objetiva, y que nuestro conocimiento de esa realidad objetiva es
lo que confiere validez a nuestros procedimientos clínicos. En verdad, toda nuestra formación,
tanto es términos de la información adquirida como de experiencia práctica, nos lleva a creer que
es así. En consecuencia con ello, actuamos como si nuestras dificultades de eficacia y de
conocimiento, estuvieran relacionadas sólo con nuestras dificultad para descubrir la más
verdadera, las más exacta representación de esa realidad objetiva independiente de nosotros. Por
lo tanto, nuestra tarea en el campo de la salud mental consiste en observar, experimentar y
descubrir cómo son realmente los seres humanos, a fin de clasificarlos de acuerdo con su cordura o
locura intrínsecas.

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Generalmente, creemos que en la actualidad sólo conocemos una parte de esta realidad cualquiera
sea su dominio yque existen grandes zonas que ignoramos, a partir de lo cual se originan distintas
escuelas de pensamiento, teorías y modelos. Aún así, podemos percatarnos que esta falta de
acuerdo, esta diversidad de teorías y por sobre todo de prácticas efectivas, nos revela que el
supuesto de poder captar a través del conocimiento una realidad objetiva, independiente de
nosotros, es inapropiado, y que el fenómeno del conocimiento es algo diferente. En realidad,
podemos considerar que estas discrepancias relativas a cómo las cosas son, nos revelan dos cosas:
a) que no hay cosas tales como una realidad independiente, objetiva, sino más bien una expresión
de nuestra tenaz resistencia a aceptar la verdad y, b) que el fenómeno de conocimiento o cognición
surge en las distinciones que hace el observador y con las cuales el/ella trae cosas a la mano a
través de su operar en el lenguaje, más que de la captación o compresnisón de entidades
independientes de él (ver Maturana 1978a, 1978b).

Si la cognición es aquello que hacemos en nuestras distinciones y no la captación de una realidad


independiente, entonces lo que cada cual conoce o distingue es igualmente legítimo -aunque no
igualmente deseable- porque ésta es la única distinción que un
observador puede hacer al momento de distinguir. Es por esto, que no podemos pretender,
honestamente, que la autoridad social que recibimos en cuestiones de salud mental está
legítimamente validada por nuestro acceso a una realidad objetiva. Detengámonos aquí por el
momento, puesto que casi todo lo que hemos dicho más arriba, puede haber sido oído en la larga
historia de las reflexiones filosóficas. Lo que nosotros estamos proponiendo, es un cambio
epistemológico en el ámbito de la salud mental, fundado en un cambio de entendimiento de la
comprensión de la ontología del fenómeno de la cognición.

Los dos primeros autores de este artículo, Carmen Luz Méndez y Fernando Coddou, trabajando
como equipo terapéutico durante los diez últimos años (1974-1984), se vieron obligados a
abandonar la manera tradicional de comprender la pregunta por la cognición, producto de su
encuentro con innumerables parejas que vivían en permanente y desesperanzador desacuerdo. En
muchas oportunidades, se encontraro frente a parejas en que cada cual estaba dedicado a
imponerle al otro la 'la forma real' en que se debía ser padre o madre, marido o esposa, qué estaba
correcto y qué estaba errado. A menudo estas 'formas de realidad' eran diferentes para cada
miembro de la pareja y lo que para uno era claramente objetivo, para el otro era un evidente error;
lo que uno consideraba verdadero, el otro lo consideraba una locura. Ante estos dilemas, los
esfuerzos del terapeuta por mostrarles 'los elementos subjetivos de sus diferentes percepciones'
eran siempre bien recibidos por las parejas, excepto en unos pocos puntos respecto de los cuales
cada uno permanecía cierto de su verdad objetiva. El intento por resolver esos desacuerdos
recurriendo a la autoridad de la objetividad significaba, necesariamente, la pérdida de objetividad
para uno u otro miembro de la pareja o para ambos, si se otorgaba primacía a la objetividad del
terapeuta. Ninguna de las tres alternativas era satisfactoria, operacional ni teóricamente. Como
solución clínica a esta confusión básica, que ellos encontraron operando a plena fuerza en la
dinámica de parejas, comenzaron a emplear la noción de múltiples genuinas percepciones de una
misma realidad (Méndez y Coddou, 1984). Sin embargo, esta solución, satisfactoria para el trabajo
clínico, los dejaba con la misma pregunta básica: ¿ qué quiere significar uno con 'realidad
objetiva'?.
¿Qué significa que hay múltiples percepciones genuinas de la misma realidad, o de la misma
realidad objetiva? ¿Cómo ocurre esto en tanto fenómeno perceptual ? La inseguridad en las
respuestas significaba que en algún nivel, nosotros como terapeutas estábamos usando una
triquiñuela clínica, por que si hay una realidad objetiva última, a la larga alguien debe estar en lo

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correcto (ya sea uno de los miembros de la pareja o el terapeuta), o todos deben estar equivocados.
La otra forma de escapar a este dilema, consiste, por supuesto, en negar la realidad objetiva,
solución que requiere un cambio conceptual básico en relación a la ontología del conocimiento.

En esa época, Humberto R. Maturana, el tercer autor de este artículo, apareció en el dominio de
existencia de los otros dos autores, y en una aventura conjunta los fue introduciendo hacia
terrenos más movedizos, en una deriva desde la seguridad de la objetividad, pasando por las
percepciones múltiples de la misma realidad, hasta abandonar totalmente la noción de realidad
objetiva en sí misma.

Para Maturana, la experiencia fundamental que lo llevó a su propia comprensión de la cognición,


tuvo lugar al reconocer la imposibilidad constitutiva de establecer correlaciones operacionales
entre la actividad de células ganglionares de la retina y la composición espectral de estímulos
cromáticos, al estudiar la visión de color en palomas. Asumiendo que esta imposibilidad no
provenía de limitaciones técnicas del momento, sino que representaba una condición constitutiva
del fenómeno de la visión, él realizó un viraje epistemológico, que implicó a la vez un cambio
ontológico en la comprensión de los fenómenos de percepción y cognición. Enfrentado a la
imposibilidad de generar el espacio visual cromático a través de la correlación entre la
composición de longitudes de onda de un estímulo coloreado y la actividad de la retina,
seguidamente se preguntó si se podría, en cambio, hacer esto mismo correlacionando la actividad
de las células ganglionares de la retina con el nombre del color distinguido (Maturana, et al., 1968).

La denominación del color visto revela una operación realizada por el sistema nervioso, como
consecuencia de un cierto estado particular de actividad de la retina y de otras áreas visuales en
ese momento, con independencia de la manera en que se producen tales estados de actividad y la
recurrencia del nombre debe revelar la recurrencia de los estados de actividad que son vividos
como esa experiencia cromática particular. Visto así el problema, se revela que la recurrencia de
una experiencia cromática se correlaciona con la recurrencia de una configuración de actividad
neuronal en la retina, que es determinada en todo instante por la estructura dinámica de ésta
(conectividad anatómica y estado funcional) y no por la luz, que al afectarla, desencadena dicha
actividad (Maturana, et al. 1968). Que esto sea posible, no es un problema trivial. En realidad, esta
forma de resolver la interrogante acerca de la generación del espacio cromático abre la posibilidad
para un viraje conceptual, que revela que en la comprensión del fenómeno de la percepción debe
considerarse al sistema nervioso como una red neuronal cerrada, que opera sobre sus propias
dinámicas de estado como un sistema estructuralmente determinado, cuya estructura cambia en
forma continua, de manera contingente a las interacciones del organismo (Maturana, 1983). Esto
significa que las interacciones del organismo sólo pueden gatillar en el sistema nervioso cambios
estructurales determinados por su estructura en su dinámica interna cerrada y no por el agente
que actúa sobre él. También significa que para el funcionamiento del sistema nervioso como red
neuronal no hay adentro ni afuera. Más aún, la idea que los seres humanos no podemos referirnos
a una realidad externa independiente en nuestras afirmaciones cognitivas a través del
funcionamiento de nuestro sistema nervioso, puede ser considerada no sólo una reflexión
filosófica, sino una condición biológica constitutiva.

Sin duda, las reflexiones que hemos hecho anteriormente pueden ser consideradas como
ingeniosos malabarismos intelectuales si se las mira en relación a lo concreto de nuestras
experiencias cotidianas. Así, si a usted como lector de este artículo se le preguntara: "¿ qué es lo
que tiene frente a usted? ", seguramente responderá que tiene un artículo escrito por Méndez,

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Coddou y Maturana y, por cierto, entrará a discutir evidencias, si se le dice que esos nombres no
corresponden a los autores reales del artículo. Si esto ocurre, la discusión sólo terminará cuando
alguien proporcione algún criterio de decisión acerca de autoría, que usted y la otra persona
acepten. En otras palabras, si bien la discusión puede parecer referida a realidad objetiva -la
autoría del artículo-, terminará con la aceptación de un criterio que defina la autoría como prueba
de autoría, y no con una evidencia acerca de su objetividad.

Con la percepción sensorial ocurre lo mismo. Presentado de una manera exagerada, puede
hacerse lo siguiente: cruce los dedos índice y mayor de su mano preferida y tóquese con ambos
simultáneamente el extremo de su nariz. Si hace esto, puede sentir que su nariz tiene dos puntas,
lo cual está en abierta contradicción con lo que dice el espejo. Si usted se pregunta ahora si su
nariz tiene una o dos puntas, responderá 'una' o 'dos' según prefiera tomar como evidencia
adecuada el espejo o los dedos cruzados. Que la mayor parte de la gente prefiera aceptar lo que
indica el espejo no cambia el hecho que al aceptar una experiencia como una percepción implica
aceptar una particular operación de distinción determinada por la estructura del sistema usado,
sea un órgano o un instrumento, como criterio de validación de dicho supuesto y no por la
captación efectiva de rasgos independientes de la cosa presuntamente percibida.

El acuerdo de los demás al respecto, constituye un consenso acerca del uso de un particular criterio
de validación, pero no confirma la captación de una realidad objetiva independiente. En verdad,
sólo hay dificultad cuando hay desacuerdo. Si alguien le dice que su nariz tiene dos puntas
porque cuando la toca con sus dedos cruzados cuenta dos, y que usted no debería creer en el
espejo porque miente, por lo general se inicia una discusión en el intento recíproco de cada cual de
mostrarle al otro que está equivocado. Cada uno sostendrá que mantiene su captación de la
realidad objetiva, alegando que el otro la ha perdido. ¿ Cómo podría ser de otra manera si cada
cual cree tener un acceso privilegiado a la realidad objetiva?. Habitualmente, si el desacuerdo
persiste, cada cual hace ver al otro como equivocado, malo (en sentido moral), resistente o enfermo
(loco). La única manera de eludir esta trampa es aceptar que nosotros, como entidades biológicas,
no tenemos, constitutivamente, acceso a una realidad objetiva independiente, y que la noción de
objetividad como referencia a ella es una suposición explicativa inadecuada, ya que los acuerdos,
en todo caso, se basan en la aceptación de un criterio común de discernimiento. La concordancia
operativa, ya sea como acuerdo social o como coordinación biológica, sólo surge a través de la
generación continua del consenso que supone la coexistencia. En este trabajo, proponemos, en
primer lugar, abandonar la noción de realidad objetiva y no usarla nunca para validar nuestras
afirmaciones y, en segundo lugar, dar señales de ello colocando la objetividad entre paréntesis.
Veamos algunas consecuencias de esto:

1) Cuando ponemos la objetividad entre paréntesis, nos percatamos que la igualdad queda
especificada por la operación de distinción que trae a la mano aquello que se distingue, vale decir,
nos damos cuenta que desde el punto de vista operacional, dos entidades son iguales sólo en la
medida que provienen de una operación de distinción repetida. Sin embargo, dicha repetición
valida sólo eso y no la existencia independiente de la entidad que se genera a través de ella. En
verdad, al poner la objetividad entre paréntesis nos damos cuenta que lo real es especificado por
una operación de distinción y que hay tantos dominios de realidad, como tipos de operaciones de
distinción. Como resultado de esto, los hechos objetivos desaparecen, y quedamos liberados de la
necesidad de pretender que tenemos acceso privilegiado a una realidad objetiva, en base a la cual
validar nuestras afirmaciones.

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2) Los errores lógicos no originan desacuerdo, sino desentendimientos que pueden ser
solucionados con facilidad mediante una conversación sincera. Los desacuerdos son algo diferente.
Constituyen intentos de confrontar ideas o concepciones que no pueden ser confrontados, dado
que pertenecen a (son válidas en) distintos dominios fenoménicos que no se intersectan entre sí
(dominios de coherencias operacionales que no se intersectan). Cuando la objetividad no es puesta
entre paréntesis, las partes en desacuerdo necesariamente se mueven hacia la negación mutua,
dado que cada una de ellas parte de la convicción que tiene la verdad y sabe cómo son realmente
las cosas, pues posee conocimiento objetivo acerca del asunto en disputa. Con la objetividad sin
paréntesis, alguien está en lo correcto y otros están errados o locos. Cuando la objetividad es
colocada entre paréntesis, el desacuerdo -como tal- desaparece, puesto que las distintas partes se
dan cuenta que las diferentes visiones son válidas en diferentes dominios, porque se basan em
diferentes premisas. Con la objetividad entre paréntesis, las diversas concepciones o nociones se
vuelven legítimas, aun cuando sus consecuencias no sean igualmente convenientes para todos los
observadores. Si la objetividad está puesta entre paréntesis, el punto deja de ser quién está en lo
correcto y quién está equivocado; la cuestión pasa a ser si deseamos o no co-existir y si deseamos o
no, las consecuencias que se derivan de esa realidad particular. Si deseamos coexistir, debemos
encontrar un dominio común, donde compartir las premisas que lo definen, y donde las
contiendas no tengan cabida o sus consecuencias sean irrelevantes. Con la objetividad sin
paréntesis, el criterio de resolución de un conflicto es el predominio de aquel que tiene acceso a la
realidad objetiva y, forzosamente, entraña un intento continuo de negación mutua y destrucción.
Con la objetividad en paréntesis desaparece la necesidad de imponer las propias visiones a los
demás y la consecuente destrucción de esos otros en ese dominio; cada cual se vuelve responsable
de sus deseos y preferencias, dado que éstos constituyen el fundamento de todas sus
construcciones racionales.

3) La objetividad sin paréntesis demanda un uni-verso, un único dominio de coherencias


operacionales que sustente todas las verdades y por lo tanto, una realidad independiente y única
como refernte último en la solución de todos los desacuerdos. La objetividad entre paréntesis
admite el multi-verso, esto es, la legitimidad de múltiples dominios diferentes de coherencias
operacionales, como dominios distintos e igualmente válidos de realidad, que son traídos a la
mano mediante distintas clases de operaciones de distinción. Con la objetividad en paréntesis no
hay necesidad de recurrir a la negación mutua, pues no hay ninguna verdad que defender y hay
conciencia que el desacuerdo sólo puede superarse coexistiendo en otro dominio de distinciones
en el cual aquél no surge, lo cual sólo se logra si existe un efectivo (sincero) deseo y voluntad de
coexistencia.

4) Al abrir espacio para el multi-verso, la objetividad entre paréntesis también abre espacio para la
aceptación de la legitimidad de todos los diferentes dominios de existencia, pero, al mismo tiempo,
lo hace también para la aceptación de la responsabilidad constitutiva que tiene todo ser humano,
por el mundo que trae a la mano en su coexistencia con los demás.

Trabajo clínico y objetividad entre paréntesis

¿Cómo puede operar un clínico si no cuenta con la posibilidad de recurrir a una realidad objetiva
que valide lo que hace? ¿Cuál sería en ese caso su tarea? Reflexionemos nuevamente sobre las
fuentes de autoridad para la acción clínica. Al sostener que hacemos algo porque tenemos cierto
conocimiento objetivo, lo que estamos diciendo es que dicho conocimiento nos otorga autoridad,
una autoridad absoluta, incuestionable y transconsensual, para hacer todo aquello que hacemos y

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exigir obediencia (o reclamar el derecho) a ser obedecidos en virtud de esa autoridad. Si, por el
contrario, sostenemos que la biología de la cognición nos demanda operar con la objetividad entre
paréntesis, ya no podemos sostener la idea de contar con una autoridad transconsensual legítima
de poder para decidir en relación a otro ser humano, basándonos en la demanda de obediencia que
supone la pretensión de conocimiento objetivo. Concordantemente, si ponemos la objetividad
entre paréntesis, debemos reconocer que sólo podemos actuar gracias a la autoridad y, por ende,
con el poder que nos concede, el consenso social implícito o el acuerdo social explícito, que define
determinados comportamientos como patológicos o problemáticos, dentro del dominio de
interacciones en el cual ellos ocurren. De hecho, poner la objetividad entre paréntesis implica el
reconocimiento explícito que lo deseable o indeseable de cualquier conducta está determinado
socialmente, y que no podemos pretender que algo es bueno o malo, sano o insano, como si estas
características fueran constitutivas e intrínsecas de ello. En otras palabras, dado que no podemos
afirmar nada acerca de una realidad objetiva (Maturana, 1978a), tenemos que aceptar la dinámica
de la aceptación mutua en la coexistencia, como el origen del fenómeno social (Maturana, 1985).

De acuerdo con lo anterior, salud y enfermedad no son entidades absolutas o cualidades


constitutivas de los individuos, sino modos de existencia socialmente definidos como deseables o
indeseables, y que en tanto tales, no son independientes de las condiciones sociales que los
generan. Aclaremos esto. Los seres humanos y los sistemas sociales que ellos generan con su
comportamiento son sistemas estructuralmente plásticos, sistemas en permanente transformación.
Los seres humanos cambian de manera contingente con las interacciones en que ellos participan en
tanto componentes de los sistemas sociales que integran; a su vez, estos sistemas sociales cambian
su manera de generarlos como resultado de los cambios en su comportamiento. Todo esto ocurre
de un modo que, o bien origina la estabilización de cierta pauta dinámica de interacciones
interpersonales en la composición de un sistema social, o bien, mediante la ruptura de las
interacciones, lleva a la desintegración de las pautas, y a la aparición de alguna otra cosa, distinta a
lo anterior.

Cuando la estabilización de un patrón particular de interacciones interpersonales dentro de un


sistema social dado, origina la estabilización de un patrón recurrente de contradicciones
emocionales debido a la demanda de comportamientos contradictorios por parte de las personas
que lo componen, y cuando esto sucede bajo el supuesto implícito que tales conductas no son
contradictorias, esas personas se vuelven infelices y viven dicho estado, como si se tratase de una
disarmonía social que proviene de una conducta 'objetivamente' inadecuada (patológica) de
alguno de ellos. Si esto sucede, esas personas pueden solicitar ayuda para su infelicidad.

Si en tales circunstancias, nosotros como terapeutas no hemos puesto la objetividad entre


paréntesis, nos inclinaremos a pensar que nuestro conocimiento objetivo nos da autoridad y poder
para actuar en favor de aquellos que piden nuestra ayuda, decidiendo por ellos, qué es bueno y
qué es malo. Pero si hemos puesto la objetividad entre paréntesis, sabemos que, precisamente,
aquellos que buscan nuestra ayuda, al hacerlo (lo sepan o no) nos están concediendo el poder y la
autoridad para hacer con ellos lo que consideremos mejor. Sin embargo, también sabemos que,
dado que no podemos pretender conocimiento objetivo, debemos (concientemente) devolverles el
poder curativo a quienes nos traen a la mano su infortunio social como un problema de salud,
pues independientemente de cómo ellos piensen, sabemos que esto es bueno para ellos. Si desean
vivir juntos, sólo ellos mismos pueden generar su armonía social, recuperando la aceptación
mutua incuestionada, condición biológica constitutiva de la coexistencia, en la cual las
contradicciones emocionales son eventos transitorios y no una manera permanente de convivir.

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La enfermedad, la patología, la disfunción psicológica, son valoraciones sociales de situaciones de
contradicción emocional que surgen cuando se intenta satisfacer expectativas sociales
contradictorias, aceptadas como si fueran objetivamente legítimas, como si pertenecieran al mismo
dominio de coexistencia, en circunstancias que pertenecen a dominios diferentes. En tal sentido, la
enfermedad, la patología la disfunción psicológica, constituyen una dinámica social (linguística)
de estabilización de patrones interactivos contradictorios que se viven como sufrimientos del
cuerpo y de la mente, que no pueden ser interrumpidos sin negar su validez objetiva. Es por esto,
que sólo con la aceptación de la objetividad entre paréntesis y en la confianza que los seres
humanos pueden vivir con ella, nosotros como clínicos, podemos ayudar a quienes nos lo piden y
se presentan a sí mismos como psicológicamente enfermos, para que se constituyan en un dominio
diferente de coexistencia.

Vamos a reflexionar un poco más sobre estos tópicos de salud y enfermedad. Nosotros afirmamos
que los juicios acerca de salud y enfermedad son valoraciones sociales hechas en el entendido que
revelan una realidad objetiva, al señalar propiedades y cualidades objetivas de los evaluados.
Más aun, sostenemos que, en tal sentido, dichas evaluaciones son erróneas y socialmente
peligrosas. Decimos que son erróneas porque toda realidad es un fenómeno social, consensual y,
que por lo tanto, la noción de enfermedad como una característica objetiva del individuo carece de
sentido. Afirmamos también que son socialmente peligrosas, porque contribuyen a estabilizar la
dinámica de sufrimiento en que han surgido. Al mismo tiempo, sostenemos que aunque la
solicitud de ayuda que hace la persona (al indicar que tiene un problema o una enfermedad),
obedece a la dinámica social en que tiene lugar el sufrimiento, dicho contexto sólo se revela si el
que escucha (el terapeuta, o el amigo) no está atrapado en la presunción de objetividad. Sin
embargo, no estamos afirmando que las evaluaciones de salud, enfermedad o patología, ocurran
en un vacío o como meras fantasías. Por el contrario, afirmamos que para un observador que
coloca la objetividad entre paréntesis, tales evaluaciones constituyen la situación en que ellas
tienen lugar y definen el dominio de sus posibles acciones como terapeuta si le solicitan ayuda.
Esta no es una cuestión trivial. Las características de los componentes de una unidad compuesta
(sea éste un organismo, una familia o un auto) dependen de la organización de dicha unidad, y el
tipo de unidad (su organización) como una colección de elementos componentes, depende de las
características de éstos. Por eso, la estabilización de uno implica la estabilización del otro, y un
juicio expresado y aceptado ya sea dentro de la familia, en la interacción terapéutica, o en
cualquier otra relación interpersonal, configura lo que afirma como si se tratase de una realidad
objetiva. Es por estas razones, que la pregunta por la objetividad es central en el dominio de la
terapia y las diferentes respuestas que se le den tienen distintas consecuencias sociales, que el
trabajo clínico no puede ignorar.

MULTIVERSO: PLURALIDAD DE DOMINIOS DE EXISTENCIA

Si ponemos la objetividad entre paréntesis, nos damos cuenta que la relación paciente-terapeuta
descansa, operacionalmente hablando, en lo que podría llamarse la dinámica del suceder del vivir
en la apertura del multiverso. Quienes tienen un problema viven un 'verso', el terapeuta vive el
suyo, y el/los pacientes junto con el terapeuta dan origen a otro más, todos como uno de los
múltiples versos que, en tanto tales, los sistemas vivos pueden vivir. Más aun, todos los versos
son diferentes, pero igualmente legítimos, si no igualmente deseables como dominios de realidad
(dominios de existencia); ninguno de ellos es el dominio supremo o el 'verdaderamente real',

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porque esto no existe. Sin embargo, el hecho que todos los dominios de realidad sean igualmente
válidos, aunque no igualmente convenientes para todos los observadores, sumado al hecho que
todo lo que hacemos los seres humanos ocurre en la constitución de un dominio social, hace que
toda acción humana constituya un juicio ético que valida una manera particular de coexistencia.
La relación paciente-terapeuta no es ajena a esto, y en un contexto en que el paciente otorga poder
al terapeuta para decidir sobre su vida, esto origina la responsabilidad social de éste último.

Si los clínicos somos concientes de estas condiciones constitutivas, no podemos dejar de estar
concientes también, que al enfrentar una situación clínica nos encontramos en medio de una red de
relaciones interpersonales en la cual nos guste o no, participamos como expresión del consenso
social que define determinadas conductas y patrones de interacción como patología psicológica.
Tampoco podemos dejar de advertir que, el hecho que la persona se vea a sí mismo como paciente
y que los demás también lo vean como tal, hacen que el/ella operen como un ser vivo en un verso
diferente del que demanda el consenso social. Al mismo tiempo, el/ella otorgan poder a dicho
consenso aceptando la interdicción de la patología, en la creencia que alguna otra persona tiene
autoridad para decidir acerca de su condición, porque cuenta con un conocimiento objetivo acerca
de cómo las cosas son realmente. No obstante, no podemos dejar de advertir que lo que nos
parece una conducta inadecuada en un determinado dominio social no lo es en otro y que ningún
dominio social es intrínsecamente perverso. Así, por ejemplo, un adolescente que fuma marihuana
es considerado normal por sus pares y drogadicto por sus parientes; pero tanto sus pares como sus
parientes pueden reclamar estar en lo correcto y pretender la exclusión de los otros, porque cada
cual cree saber cómo las cosas son realmente. Cuando se pretende que un dominio de existencia (
verso en el multiverso) es el real, el objetivo, todos los otros se vuelven irreales, falsos o ilusorios;
a la inversa, cuando se pone la objetividad entre paréntesis, todos los dominios de existencia, todos
los versos, llegan a ser dominios de realidad diferentes igualmente legítimos. En estas
circunstancias, cuando un terapeuta, un paciente o cualquier persona cambia su perspectiva acerca
de la objetividad, modifica también la visión que tiene de sí mismo y de los demás, así como sus
dominios de obediencia y concesión de poder en el dominio de lo social. Por esta razón, poner la
objetividad entre paréntesis supone abandonar la visión objetiva según la cual un sistema y sus
componentes tienen una constancia y estabilidad independientes del observador que los trae a la
mano, y supone aceptar que la única constancia y estabilidad que el sistema y sus componentes
tienen, depende de las coherencias propias de su constitución en el dominio de realidad en que
existe al ser distinguido y que, por consiguiente, aparecen y desaparecen según se realice o no, su
distinción. Apenas un dominio de realidad deja de ser traído a la mano, porque la estructura de
las entidades que lo constituyen cambió, los sistemas que lo pueblan desaparecen.

LENGUAJEO Y FLUIR EMOCIONAL

Lenguajear no es una forma de transmitir conocimiento o información. Es un modo de


coexistencia, una manera de convivir en coordinaciones recursivas de acciones consensuales que
hacen que la estructura de los participantes cambie contingentemente con su participación en
dicho espacio común (Maturana, 1978a; 1978b). Por consiguiente, el lenguaje es un fenómeno
social en que el flujo de interacciones recurrentes entre organismos que éste implica, constituye el
dominio de existencia de los participantes, como dominio para su realización en tanto sistemas
vivos. En realidad, los seres humanos sólo existimos (como tales) en el lenguaje, y desde esta
perspectiva, 'ser humano' consiste en ser parte de una red de conversaciones (maneras de ir juntos
en el lenguaje), que se constituye mediante configuraciones recurrentes o continuas de

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coordinaciones consensuales recursivas de conductas consensuales, que constituyen en nosotros,
como humanos, todo lo que hay en nuestro dominio de existencia como tales. Además, en el flujo
de interacciones que constituyen el lenguaje, nosotros lenguajeamos también mediante nuestros
cuerpos, estando nuestras corporalidades en un cambio continuo y contingente al curso que siguen
nuestras interacciones en el lenguaje: devenimos acorde con nuestras conversaciones y generamos
las conversaciones según nuestro devenir. En estas circunstancias, un observador puede distinguir
varios tipos de conversaciones como diferentes configuraciones de coordinaciones de conducta en
diferentes dominios del devenir. De entre ellas, queremos mencionar algunas que consideramos de
particular relevancia clínica. Hay conversaciones cuyos resultados son coordinaciones de
conductas sólo en el dominio en que ellas ocurren, sin involucrar ningún otro dominio como parte
de su acontecer. A éstas las llamamos 'conversaciones de coordinaciones de acciones'. Hay otras
conversaciones, que resultan en coordinaciones de conductas en dos o más dominios al mismo
tiempo; de ellas, nos interesan dos que ocurren en un dominio de conductas futuras anticipadas.
A las primeras las llamamos 'conversaciones de caracterizaciones', si ellas suponen expectativas
acerca de características de los participantes sobre las cuales no ha habido acuerdo previo. A las
segundas, las llamamos 'conversaciones de acusaciones y recriminaciones injustificadas', cuando
ellas implican quejas por expectativas insatisfechas respecto de conductas de los participantes
sobre las cuales tampoco ha habido acuerdo previo. Todas estas conversaciones se intersectan en
un trasfondo de interacciones consensuales y no-consensuales, que permanentemente traen a la
mano (desencadenan la ocurrencia de) el dominio emocional en que tienen lugar.

Vamos a clarificar esto. Toda conducta emerge como resultado del actuar interactivo de un
animal, ya sea a partir de su propia dinámica estructural interna o, a partir de cambios
estructurales gatillados en él a través de sus interacciones, o bien, del entrelazamiento de ambos,
inserta en un trasfondo básico de corporalidad cambiante, que especifica a cada momento el
dominio de coherencias operacionales en que esto ocurre. La cambiante corporalidad del
comportarse animal ocurre en un pequeño número de formas básicas innatas, que un observador
visualiza como diferentes emociones y estados de ánimo. Los seres humanos no somos una
excepción a esto, ni siquiera en nuestro lenguajear, que es donde tiene lugar nuestra racionalidad.
En realidad, los seres humanos estamos en un continuo fluir consensual de emociones y estados de
ánimo, que especifican los dominios de coherencias operacionales a través de los cuales nos
movemos en nuestras acciones y reacciones lingüísticas y determinan las premisas operacionales
implícitas básicas (valores, verdades aceptadas, etc.) que por constituir en todo momento nuestra
identidad social, especifican los diferentes dominios racionales en que realizamos y justificamos
nuestras acciones. En los vertebrados en general, pero especialmente en las aves y mamíferos, las
circunstancias particulares de interacciones que modulan el fluir del cambio de sus emociones y
estados de ánimo son continuamente especificadas por las contingencias de su historia de
interacciones con el medio y entre sí. En otras palabras, en cada mamífero o ave, la particular
concatenación de sus emociones y estados de ánimo que es propia del fluir de su vivir, emerge
como un rasgo de su ontogenia subordinado tanto a las contingencias de su historia de interacción
en el medio, como a las peculiaridades de su historia de consensualidad social. En los seres
humanos esto es más notorio aún, pues vivimos en la consensualidad recursiva del lenguaje, y es a
través de él, que hacemos la concatenación de nuestras emociones innatas básicas, lo cual es
contingente con el curso de nuestro vivir (biológico) y de nuestro vivir continuo y recursivo en
consensualidades sociales cambiantes. En estas circunstancias, a través del contacto corporal
mutuo que toda conversación supone, en cada conversación particular las coordinaciones de
conductas que la constituyen recursivamente participan en la modulación de las corporalidades de

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los participantes, especificando, momento a momento, el trasfondo emocional en que ella tiene
lugar como proceso en curso.

Las coordinaciones recursivas de conducta que constituyen el lenguaje son consensuales, del
mismo modo en que lo son las coordinaciones de emociones que ocurren en el lenguajear. El
lenguaje tiene lugar en las coordinaciones de conducta, no en las coordinaciones de emociones,
pero las coordinaciones de emociones que tiene lugar a tráves del lenguaje determinan los
dominios de coherencias operacionales en los cuales el proceso de lenguajear ocurre. Por lo tanto,
las coordinaciones de conducta y las coordinaciones de emociones forman, en toda conversación,
un entrelazamiento de modulaciones mutuas. Sin embargo, no todas las conversaciones son
iguales en cuanto al cambio emocional que originan; algunas son, en principio, emocionalmente
indiferentes, como las conversaciones de coordinaciones de acciones en cualquier dominio, porque
no cuestionan la identidad social básica de los participantes. Más adelante veremos las
implicaciones que esto tiene.

LA FAMILIA

Llamamos familia a un dominio de interacciones de apoyo mutuo, generado por dos o más
personas (a veces incluyendo otros seres vivos), en la pasion por vivir juntos en proximidad física
o emocional, ya sea, a través de un acuerdo explícito, o porque crecen juntos en el acontecer de su
vivir. En tanto tal, una familia se realiza siempre a través del vivir de quienes la integran, y
constituye un dominio operacional donde sus miembros se realizan como individuos de un
manera que involucra la dinámica de la realización de sus corporalidades a través de sus
interacciones. En otras palabras, como sistema, una familia existe en el dominio biológico a través
del cual se realiza el vivir de sus componentes. Además, cada familia se constituye como una
familia particular, mediante una configuración de relaciones que se realiza en el lenguajear como
una configuración específica de conversaciones recurrentes que constituye su organización como
familia particular. Reflexionemos sobre la organización de estas dos entidades que habitualmente
llamamos 'familia': la familia en general y la familia de un tipo particular. Una familia se
manifiesta, necesariamente, mediante el comportamiento de sus miembros, esto es, a través de sus
particulares configuraciones de cambio estructural en las interacciones recurrentes que constituyen
sus conversaciones recurrentes. Si estas configuraciones de cambio estructural se modifican, la
familia, o permanece invariante, desintegrándose como familia de un tipo particular, o se
desintegra como familia en general, dependiendo de lo que ocurra con la configuración de
conversaciones recurrentes que ellos generan. Además, las conversaciones, en tanto formas de
coordinaciones recursivas de conducta, especifican la dinámica posible de cambio estructural de
las personas que viven como familia, según perdure su coexistencia. Por lo tanto, en la medida
que un grupo de individuos mantenga la coherencia de una familia, la configuración recurrente de
conversaciones que constituye la organización que los define como una familia particular, opera
como una dinámica recursiva que limita los cambios de corporalidad de sus miembros en la
medida en que éstos la realizan a través de esas mismas conversaciones. Cuando los cambios de
corporalidad de los miembros de una familia son tales que éstos no pueden participar en la
generación de las conversaciones que definen a la familia como una familia particular, dichas
conversaciones ya no pueden darse y la familia se desintegra como familia de ese tipo particular.

La constitución de una familia es un fenómeno no racional, que se da cuando existe la pasión por
vivir juntos en proximidad física o emocional. Por lo tanto, una familia se desintegra cuando esta
pasión se pierde, o cuando la separación impide mantenerla. En consecuencia, dado que una

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familia particular se define por su peculiar configuración de conversaciones, cuando ésta
desaparece, la familia se desintegra como familia de ese tipo particular, pero una 'nueva' familia
puede aparecer en su lugar si quienes la componen no han perdido su pasión por vivir juntos.
Dado que la corporalidad humana permite una gran diversidad de cambios estructurales (en las
conversaciones y en las emociones), muchos de ellos originan sufrimiento antes que se produzca la
desintegración de la familia, pues aunque surgen en dominios distintos y contradictorios, se los
vive como si ocurrieran en un dominio único.

LAS VERSIONES DE LA FAMILIA

La familia es la más básica red social en lo que respecta a concesiones de autoridad y poder para
decidir acerca de la salud mental de sus miembros. Al mismo tiempo, cuando surge el sufrimiento
en ella, se traen a la mano tantas realidades de mal funcionamiento, como miembros tiene la
familia. Más aun, en nuestra cultura, por lo general, cada integrante familiar experimenta su
propia versión -con objetividad sin paréntesis- como si fuera la versión (universo) y
concordantemente, vive las interacciones en base a las cuales la constituye, en términos de juicios
que implican captación de una realidad absoluta: " yo tengo razón, tú estás equivocado". Es muy
raro que los miembros de una familia operen, implícita o explícitamente, con la objetividad puesta
entre paréntesis, aceptando sus diferentes versiones como distintos dominios legítimos de
existencia. Esto se debe, principalmente, a la forma actual en que nuestra cultura esta constituida,
pero también al temor del presunto caos conductual que podría surgir de una aceptación mutua
sin cuestionamientos. Como resultado, cuando una familia consulta, lo que usualmente trae
consigo en una forma u otra -según sea la particular historia de sus miembros- es la dinámica
operacional de una red cerrada de conversaciones que contiene caracterizaciones, acusaciones y
recriminaciones mutuas, en términos de ser sano o insano, estar en lo correcto o equivocado, ser
bueno o malo, etc., todo lo cual es vivido como una revelación o develamiento de cualidades o
defectos permanentes. Por otro lado, precisamente, es la red de conversaciones que los
consultantes traen a la mano para definir su familia, la que el terapeuta debe escuchar. Si lo que
traen es una red de conversaciones con caracterizaciones, acusaciones y recriminaciones mutuas,
consideradas objetivas, se configura una familia definida como una red de conversaciones
conteniendo demandas imposibles, que generan emociones contradictorias con la aceptación
mutua en que está basada la coexistencia familiar mediante la pasión por convivir. Más aun, si esto
ocurre, esa red de conversaciones de caracterizaciones, acusaciones y recriminaciones ha de ser
escuchada, porque constituye la organización de la particular familia traída a la mano por los
consultantes. En tal sentido, dicha organización genera y realiza a la vez, la contradicción
existencial que lleva a los miembros de la familia a solicitar ayuda, y perdurará en la medida en
que ellos acepten emocionalmente que esa es su realidad objetiva como familia. Si el terapeuta
desea ayudar a los miembros de una familia a superar el sufrimiento que les produce esta
contradicción existencial, sólo podrá hacerlo participando con ellos en interacciones que
desencadenen un cambio estructural que genere la desintegración de esa organización.

DINAMICA DE LA DESINTEGRACION

El funcionamiento de un sistema (por ejemplo, una familia) está determinado por el


funcionamiento de sus componentes. A su vez, la operatoria de los componentes de un sistema (o
sea, las conductas de los miembros individuales de una familia) está determinada en todo
momento por su estructura presente (las corporalidades de sus miembros, en el caso de la familia).
La configuración de relaciones e interacciones entre los componentes de un sistema que lo realizan

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como sistema de un tipo particular, constituye su organización. Dado que en el dominio humano
todo ocurre a través del lenguajear (Maturana, 1978), la configuración de interacciones que realiza
dinámicamente a una familia como entidad particular es una red cerrada de conversaciones. Estas
son coordinaciones de acción cuando los miembros de la familia viven con la objetividad puesta
entre paréntesis, y son caracterizaciones, acusaciones y recriminaciones mutuas cuando ellos no
conviven con ese entendimiento. Un sistema, una familia, se desintegra cuando se desinterga su
organización. En una familia esto ocurre cuando cambia alguna de las propiedades de uno o más
de los individuos que la componen, y ya no puede realizarse la configuración de conversaciones
que la constituían como esa familia particular. Los cambios en las propiedades de los
componentes de un sistema (una familia, en nuestro caso) que generan su desintegración, surgen
como resultado de cambios estructurales gatillados en ellos por interacciones que no implican su
participación en tanto tales. Llamamos 'interacciones ortogonales' a aquellas en que los
componentes de un sistema participan sin involucrar las propiedades mediante las cuales ellos
realizan la organización del propio sistema. Las interacciones no-ortogonales son parte de la
dinámica de composición del sistema y lo confirman. No todas las interacciones ortogonales
desencadenan la desintegración de un sistema, pero algunas sí lo hacen.

Volvamos ahora a la situación clínica. Si el terapeuta se percata que los miembros de una familia
que consulta no operan con la objetividad entre paréntesis, advertirá también que están enredados
en lo que para ellos es una danza de caracterizaciones, acusaciones y recriminaciones objetivas, y
que haga lo que haga en ese dominio, sólo logrará confirmar el tipo particular de familia que dicha
danza implica. Si esto sucede, el terapeuta no puede ayudar a la familia. Si su propósito es ayudar
a esas personas a salir de su contradicción emocional-existencial, el/ella debe contribuir a
desintegrar esa particular familia actual y a que sus integrantes generen algo distinto, que puede o
no ser otra familia, pero que no sea una red de sufrimientos. Para hacer esto, el terapeuta debe
elegir una acción (enunciado, intervención o interacción) que no confirme el tipo particular de
familia vigente en ese momento. Dicha acción tiene que ser una interacción ajena al dominio de
conversaciones que definen la particular familia consultante, pero ha de estar dentro del dominio
de existencia de a lo menos uno de sus miembros. En otras palabras, la acción emprendida por el
terapeuta deberá ser una adecuada interacción ortogonal. De ser así, ésta desencadenará en uno o
más miembros de la familia cambios estructurales tales, que ya no podrán participar en la red de
conversaciones de caracterizaciones, acusaciones y recriminaciones mutuas que constituyen la
familia en la cual ellos u otros sufren por sus contradicciones emocionales. Para hacer esto, el
terapeuta debe descubrir la organización familiar operacionalmente traída a la mano por sus
miembros como consultantes, recordando que cualquiera sea la familia que ellos hagan presente,
ésta sólo existe en la medida que ellos la generan y no independientemente de sus acciones, aun
cuando ellos no lo vean de igual modo. Al mismo tiempo, el terapeuta debe descubrir las
características de los miembros de la familia que ellos integran como familia traída a la mano, sin
perder de vista, que cualesquiera sean esas características, existen sólo como parte de la red de
coordinaciones de conducta en la cual ellas tienen lugar.

Por último, el terapeuta debe percatarse que todo lo que sucede en la familia flota sobre un
compromiso emocional básico de coexistencia, que hemos llamado la pasión por vivir juntos, y que
el sufrimiento surge cuando las conversaciones que definen a esa familia particular contradicen ese
compromiso, o éste se pierde y sus miembros no se separan, porque se involucran en
conversaciones que justifican su convivencia sin ese compromiso. Si el terapeuta es exitoso en
hacer todo esto, puede escoger responsablemente la acción, la interacción ortogonal efectiva, que
desencadene la desintegración de la familia y restituya de facto el poder operacional a los

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miembros de la familia en el dominio de su existencia como individuos, dentro de un espacio
operacional que permita algo distinto, lo cual puede ser o no, una nueva familia.

Aquí es donde la pasión y el compromiso del terapeuta deberían aparecer, no para cambiar al otro,
sino para actuar responsable-mente, generando un dominio de interacción que permita al otro, de
hecho o a través de la reflexión, colocar la objetividad entre paréntesis.

Consideremos ahora un ejemplo clínico. Un profesor pide evaluación psicológica para un alumno
que, según le parece, tiene problemas de rendimiento. Al hacer esto, el profesor está definiendo al
estudiante como una persona con problemas, esto es, con dificultades que no dependen de su
voluntad. El psicólogo consultado evalúa al alumno aplicándole una serie de tests que, según
dicho psicólogo, revelan objetivamente que su comportamiento configura un 'síndrome de
ansiedad', confirmando de esta manera, la evaluación de anormalidad hecha por el profesor. El
psicólogo recomienda psicoterapia individual. La madre acepta el diagnóstico como una
caracterización apropiada de la anormalidad de su hijo y se muestra dispuesta a seguir la
indicación de iniciar una terapia.

La familia del niño está compuesta, además de él, por la madre, el padre, su hermano mayor y dos
abuelos. La madre se autodefine como una mujer dominada por el marido, a quien percibe como
un padre ausente. Al mismo tiempo, dice sentirse incapaz de encarar adecuadamente a este
hombre en relación a su propia situación de dependencia, lo cual –dice ella- la hace sentirse
ansiosa y enojada. El padre, quien se define a sí mismo como un hombre independiente y exitoso,
critica a la madre diciendo que ella es débil e incapaz de asumir y enfrentar la vida tal cómo es.
Para el padre el problema del niño es su flojera, mientras la madre cree que él es mentalmente
disminuido. El hermano mayor considera que su hermano es un manipulador que maneja a
ambos, logrando sobreprotección de la madre y evitando las exigencias de rendimiento impuestas
por el padre. Los abuelos consideran que siempre ha sido un chico enfermizo, e intentan
compensar sus deficiencias con regalos a escondidas del padre. El niño-problema se autodefine
como enfermo, diciendo que algo raro le pasa que le impide tener buen rendimiento en el colegio.

No es difícil describir el comportamiento del niño-problema (el paciente identificado)) del


siguiente modo: su flojera es utilizada por el padre para atacar a su esposa, reclamando que la
debilidad, dependencia y fracaso del niño no hacen sino reflejar lo que a su juicio, son las
características de ella; la madre ataca al padre afirmando que la enfermedad mental del niño es el
resultado de su ausencia del hogar y de su carácter excesivamente dominante; el hermano mayor
saca partido de los síntomas del menor, fortaleciendo su alianza con el padre, puesto que en la
medida que su hermano -a los ojos del padre- se hace más dependiente, él se vuelve cada vez más
fuerte y autónomo; los abuelos también se benefician, porque los síntomas del niño les permiten
sentirse útiles y mejores padres que los padres reales; por último, el niño-problema se beneficia
(aparece poderoso) ya que toda la familia gira en torno suyo, mientras él opera en alianza con su
madre interfiriendo la relación entre padre y madre.

En esta familia todos parecen ganar algo, sacar alguna ventaja de la dinámica de sus relaciones e
interacciones. Aun así, todos son infelices, y porque lo son de una manera que no les parece
legítima es que buscan ayuda. Si compartiéramos la posición de objetividad sin paréntesis del
profesor, el psicólogo y los miembros de la familia, aceptaríamos -junto con ellos- la problemática
objetiva del niño como un rasgo constitutivo de su personalidad o de su constitución biológica.
Más aun, nos alegraría saber que la madre reconoce la enfermedad de su hijo y está dispuesta a

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colaborar. Por último, admitiríamos también que los miembros de la familia son infelices porque
uno de ellos está enfermo y su enfermedad interfiere con el bienestar de todos. Obviamente, no
haremos eso. Ni tampoco lo harían, en la actualidad, la mayoría de los terapeutas familiares.

Aun a riesgo de ser repetitivos, haremos ahora algunos comentarios que se derivan de lo que
hemos dicho, y que queremos poner de relieve por su importancia para la terapia:

1. Una familia existe en el dominio de operación biológica de los individuos que la constituyen
mediante sus interacciones, y cualquier transformación en ella, ocurrirá a través de cambios en
esas interacciones. En tales circunstancias, la biología de la constitución de una familia es,
necesariamente, el referente último de cualquier acción emprendida por un terapeuta, una fuente
de limitaciones que restringe sus acciones posibles, de la cual depende la vez la efectividad que
éstas puedan tener y, la única posibilidad que poseen los miembros de la familia para escapar del
sufrimiento. Esta es una condición conceptual inicial para lo demás.

2. La realidad surge mediante operaciones de distinción y hay tantos dominios de realidad como
dominios de distinción y clases de observadores que los constituyen en la praxis de sus
distinciones. Nosotros nos hacemos cargo de esto colocando la objetividad entre paréntesis, pero
aun haciéndolo, nos damos cuenta que cualquier intento explicativo, o acción basada en este
entendimiento de la realidad, debe esforzarse por evitar la confusión de dominios de realidad,
teniendo presente los dominios distintos en que ocurren los diferentes fenómenos. Debemos
hacerlo de este modo, porque sabemos que la realidad será aquello que traigamos a la mano con
nuestras distinciones, nos demos cuenta o no, de los dominios fenoménicos en que hacemos la
distinción. Cualquier distinción aceptada por los miembros de un sistema social, genera las
coherencias operacionales (dominios de realidad) que ella supone. En consecuencia, la distinción
'familia', realizada en la consulta, es la operación básica en el proceso de satisfacer la demanda de
ayuda de los consultantes individuales. Esto es así porque dicha distinción, o bien, origina un
sistema que existe a través de la biología de los consultantes individuales, esto es, una familia
como sistema dentro del dominio biológico, o bien, trae a la mano un sistema que existe en la
descripción (literaria) que el terapeuta hace y que determina el curso de la consulta.

3. Afirmamos que, al describir la familia de la que hemos hablado antes, como un sistema definido
por una red de relaciones de poder, no traemos a la mano una familia como sistema existente en la
biología de las personas consultantes, sino una entidad literaria (discursiva). Nuestro argumento
es que las relaciones que traemos a la mano como concesiones de poder que conllevan sufrimiento,
son secundarias a las conversaciones que generan emociones disruptivas, tales como
caracterizaciones inter-personales y acusaciones de insatisfacción por expectativas implícitas y no
acordadas previamente. Sólo las conversaciones de coordinaciones de acciones no entrañan
emociones disruptivas y, habitualmente, no son descritas como relaciones de poder por los
participantes, puesto que no cuestionan su identidad social básica. Por lo tanto, nosotros
sostenemos que la descripción en términos de relaciones de poder que hicimos antes, representa
un sistema literario generado en la consulta, pero que no capta la organización de la familia del
modo en que ésta es traída a la mano en el dominio de existencia biológica de sus integrantes.
Además, si el terapeuta trae a la mano relaciones de poder en la consulta, éstas pueden
incorporarse a las conversaciones familiares y llegar a ser parte de su praxis del vivir, interfiriendo
con la posibilidad que el terapeuta pueda traer a la mano una familia como sistema en el dominio
biológico.

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4. Todas las interacciones humanas se dan como parte del proceso de lenguajear, ya que somos
seres humanos sólo en el lenguaje. Al mismo tiempo, dado que las interacciones en el lenguaje
están entrelazadas en una danza de interacciones estructurales recíprocas, nosotros afectamos a los
demás con nuestra nuestro lenguajear. Además, dado que éste consiste en una coordinación
consensual y recurrente de conductas, cuando nos referimos a hablar y escuchar no estamos
aludiendo sólo a la emisión y recepción de sonidos, sino a cualquier acción y reacción involucrada
en los cambios estructurales propios del proceso en curso de coordinaciones consensuales
recurrentes de conductas. Dado que, hablar y escuchar ocurren simultáneamente en todos los
participantes de cualquier proceso de lenguajear, cada uno de ellos es hablante y oyente a la vez,
para los demás y para sí mismo. Por otra parte, el hablar y el escuchar se dan determinados por la
estructura dinámica actual del individuo, y representan su inserción dentro de una historia de
transformaciones estructurales en curso, a la cual él pertenece, en tanto miembro de una red de
sistemas sociales dentro de una cultura. A consecuencia de esto, nada de lo que se dice en una
consulta es trivial. Esto es así no sólo porque se genera un dominio de realidad, sino también
porque al escuchar a los participantes, para el terapeuta se revela el presente de ellos y, por ende,
los sistemas que ellos hacen emerger en su presente. Como resultado, la gran responsabilidad del
terapeuta que pone la objetividad entre paréntesis, así como su mayor ventaja en la consulta, es
que el/ella es conciente de todo esto, y no es inocente respecto del uso que hace del lenguaje como
instrumento para elicitar cambios estructurales en las personas que lo consultan.

5. La conciencia de sí mismo tiene lugar cuando, en las coordinaciones consensuales recursivas de


conductas, se produce una distinción recursiva en que el hablante comienza a escuchar su propia
escucha como hablante. Cuando esto ocurre, y debido a la recursividad de los cambios
estructurales del sistema nervioso, que opera como una red cerrada de elementos neuronales
interactuantes (Maturana, 1983), los cambios estructurales del hablante interfieren con la
generación de acciones por parte de el/ella dentro de su dominio de conciencia. Por esto, la auto-
conciencia siempre lleva a un cambio en el curso de las interacciones de los participantes del
lenguajear, dentro del dominio mismo de la autoconciencia. El terapeuta que se da cuenta de esto
se percata también de la autoconciencia, tal como fue definida antes, es decir, como un
instrumento para elicitar cambio estructural.

6. En la dinámica de composición, los componentes y la entidad compuesta se dan en una relación


constitutiva, en que cada uno existe sólo en la constitución del otro. Concordantemente, cuando un
observador hace la distinción de una unidad compuesta, también trae a la mano los componentes
que la constituyen; de otro modo, aquella hubiera sido distinguida. Igualmente, si un observador
distingue una entidad como componente de una unidad compuesta, también trae a la mano la
unidad compuesta que ese componente integra; de otro modo, éste no se habría distinguido. Por
lo tanto, cuando una persona distingue a otra como miembro mentalmente enfermo de una
familia, el/ella trae a la mano una familia en la cual la enfermedad mental es un rasgo constitutivo
de su composición; de otro modo, la operación de distinción que especifica al miembro
mentalmente enfermo no hubiese podido ser hecha. En el ejemplo que hemos presentado, si la
madre no hubiera aceptado el diagnóstico no habría una familia con un niño mentalmente
enfermo. No tiene sentido preguntarse si el niño estaba mentalmente enfermo o no,
independientemente del diagnóstico, puesto que nada existe previo a su distinción. El diagnóstico
es hecho en el suceder del vivir y éste sigue un cierto curso si el diagnóstico es hecho, y otro
distinto si no se hace. Sin embargo, a través de nuestra explicación del fenómeno biológico ahora
conocemos la relación entre lenguajear y corporalidad y la dinámica de generar realidad humana
como una dinámica de relaciones corporales en el lenguaje; lo que es traído a la mano en el

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lenguaje existe en el dominio que el lenguaje especifica. Esto puede sonar extraño dado que,
usualmente, hemos vivido con varias creencias engañosas y contradictorias: hemos creído que el
cuerpo tiene una estructura fija que explica la constancia de sus propiedades; hemos creído que el
lenguaje es un sistema de comunicación que maneja entidades abstractas, tales como símbolos,
ideas o información; hemos creído que no afectamos la corporalidades de los demás con las
palabras; hemos creído que, como individuos, tenemos una identidad propia autónoma; hemos
creído que los demás nos hacen cosas; hemos creído que la mente está en la cabeza ... y no nos
damos cuenta que traemos a la mano el mundo que generamos cuando lenguajeamos.

El lenguajear está constituido por coordinaciones de coordinaciones consensuales de conducta,


que emergen mediante la transformación estructural de las personas que viven juntas, como algo
que ocurre en el suceder de su vivir, única circunstancia en la cual ellos pueden ser, a través de la
conservación de sus identidades en sus interacciones recurrentes. Así, la dinámica de composición
también es aplicable para el lenguajear. Una palabra es una palabra, no como un sonido o un
gesto, sino como un rasgo de la dinámica en curso de coordinaciones consensuales recursivas de
acciones. No tiene existencia fuera de esa dinámica, y sólo como tal, incluye los rasgos del mundo
que el lenguajear trae a la mano como coordinaciones consensuales de acciones en el suceder del
vivir. Más aun, es en esta dinámica (en curso) de cambios estructurales congruentes de las
corporalidades de los participantes en sus recursivas coordinaciones consensuales de acciones,
donde el lenguaje conlleva las coherencias operacionales del mundo que él mismo trae a la mano.

Si un médico dice "el niño no tiene neumonía" vivimos un mundo con un niño sin neumonía y nos
comportamos en concordancia con eso. Si al pasar los días el niño muere y la queja es que el niño
murió por una neumonía no tratada, este es el mundo que vivimos, un mundo con un niño que ha
muerto debido a una neumonía no tratada. La pregunta relativa a si el niño tenía o no neumonía
cuando fue visto la primera vez, puede ser respondida ahora, pero cualquiera sea la respuesta que
nos demos, ésta es parte de las coherencias del mundo que estamos trayendo a la mano en este
momento. Si decimos que la neumonía pudo haber sido diagnosticada en esa oportunidad,
nosotros decimos algo que es válido dado que, en realidad, el diagnóstico pudo haber sido hecho
si el médico hubiera realizado entonces, la operación de distinción 'neumonía' con las coherencias
operacionales que nosotros usamos ahora. Sin embargo, también estamos diciendo algo que
carece de sentido, ya que, obviamente, esa operación de distinción no pudo ser realizada en aquel
momento porque el médico operó bajo coherencias operacionales diferentes y, en concordancia,
esa distinción no fue realizada. Quizás cambiemos como resultado de esto y hagamos las cosas de
una manera distinta la próxima vez, pero esto no altera el hecho que los seres humanos vivimos el
mundo que generamos al lenguajear, puesto que el mundo se constituye de las distinciones que
realizamos en el suceder del vivir.

7. Los sistemas vivientes hacen lo que hacen, por el hecho de ser lo que son, y no con el propósito
de ser o permanecer vivos. En general, los sistemas existen mientras las condiciones que los
definen son satisfechas y sólo en el dominio en que esas condiciones se satisfacen.
Concordantemente, un sistema traído a la mano por un observador existe sólo en la medida que
éste lo genera a través de la operación de distinción que lo constituye y del modo en que ésta se lo
especifica. Esto significa que un sistema se desintegra o desaparece, cuando las condiciones que lo
constituyen ya no están presentes, del mismo modo en que se preserva si las condiciones se
mantienen. La conservación es una condición constitutiva en la existencia. Por supuesto, todo
esto también es válido para los sistemas sociales, por ejemplo, para las familias. Sin embargo,
dado que la conservación de la existencia de un sistema es contingente con su realización en su

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dominio de existencia, la distinción de un sistema es, en sí misma, una expresión de la
conservación de la relación entre el sistema distinguido y el medio que lo contiene -incluido el
observador- como un sistema operacionalmente independiente y estructuralmente determinado.
Así, una familia sólo existe según se realiza en el dominio de existencia de las familias, que como
hemos dicho antes es un dominio emocional, aquel de la pasión (voluntad o deseo) de vivir juntos
que los seres humanos (y algunos animales) poseen. En todo caso, una familia, cualesquiera sean
sus características particulares, se conserva sólo mientras la pasión (por vivir juntos) se mantenga
en sus miembros. Al mismo tiempo, es esta pasión la que permite a un grupo de personas
constituir una familia nueva y diferente, cuando la familia que ellos constituían originalmente se
desintegra. Si esta pasión no existe o se pierde, no hay posibilidad que un grupo de personas
constituya una familia. Finalmente, la pasión por vivir juntos surge como lo hacen todas las
emociones: en el suceder del vivir, sin justificación racional, y como expresión de la biología de los
participantes. Se presenta como parte del continuo fluir emocional de los seres humanos en la
dinámica de cambios estructurales de sus corporalidades.

8. La pasión por vivir juntos simplemente sucede, y cuando esto ocurre, necesariamente se da a
través del lenguajear en la dinámica de coordinaciones consensuales recursivas de conductas que
constituyen a una familia como una red de varios tipos de conversaciones entrelazadas. De ellas,
hemos mencionado tres tipos fundamentales: 1) conversaciones que suponen acuerdos para
acciones en un dominio en que, peticiones y promesas son aceptadas o no, y a las cuales hemos
denominado conversaciones para la coordinación de acciones en cualquier dominio, 2)
conversaciones que implican adjudicación de características positivas o negativas entre los
participantes, a las que hemos llamado conversaciones de caracterizaciones y, 3) conversaciones
que conllevan quejas por expectativas insatisfechas, que denominamos conversaciones de
acusaciones y recriminaciones.

Estos distintos tipos de conversación dan origen a dinámicas emocionales diferentes, e involucran
de distinta manera a los participantes, en relación a las actitudes básicas acerca de la realidad
(objetividad o verdad) las que, a la larga, los definen como individuos. Las interacciones humanas
siempre se presentan en estados emocionales que están permanentemente abiertos al cambio,
acorde con el modo en que el flujo de conversaciones que ellas implican involucre a los
participantes en la confirmación o rechazo de su constitución fundamental de verdades implícitas
aceptadas. De esta manera, conversaciones como aquellas de coordinación de acciones en
cualquier dominio, sólo implican aceptación o no aceptación de peticiones y promesas y no tienen
trascendencia respecto de verdad y objetividad. En tanto tales son emocionalmente monótonas en
la interacción, no introducen tensión, no cuestionan la identidad básica de los participantes ni los
amenazan o confirman en ese dominio. Por el contrario, la conversaciones de caracterizaciones,
acusaciones y recriminaciones ("eres un mentiroso", "me dejaste esperando") no son indiferentes
con respecto a la verdad y la objetividad, porque implican demandas absolutas que cuestionan la
identidad básica de los participantes. Caracterizaciones, acusaciones y recriminaciones, son
vividas entonces como negando la identidad básica del que escucha, puesto que siempre son oídas
como revelaciones de una realidad objetiva hechas por un hablante que tiene autoridad (derecho a
ser obedecido) en aquel tópico, porque el/ella tiene un acceso privilegiado a ese tema. Si son
repetitivas, más allá que sean positivas o negativas, tales demandas siempre constituyen una
tensión que elicita un estado emocional frustrante, porque ellas son siempre escuchadas como
revelando o reclamando una falla en el que escucha.

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En una conversación, todos los participantes son oyentes y hablantes al mismo tiempo, haciéndolo
desde el dominio de expectativas, obligaciones y valores al que pertenecen estructuralmente en los
dominios social y cultural que ellos contribuyen a generar con su conducta. Debido a esto, quienes
participan en conversaciones recurrentes de caracterizaciones, acusaciones y recriminaciones viven
en un dominio cultural con objetividad sin paréntesis y viven la frustración emocional recurrente
de no satisfacer las expectativas de los otros o de sí mismos. Por eso, la recurrencia de
conversaciones de caracterizaciones, acusaciones y recriminaciones en una familia, es una trampa
que tarde a temprano produce infelicidad existencial por la generación recurrente de
contradicciones emocionales en sus miembros mediante la permanente frustración de expectativas
y la correspondiente emoción de rechazo, en medio de la pasión por vivir juntos. En otras
palabras, la familia llega a ser una red recíproca de expectativas que no puede ser satisfecha,
porque tiene lugar en la ceguera para captar lo insostenible de suponer que nuestras expectativas
acerca de los demás están justificadas por nuestro acceso a una realidad objetiva. Las
conversaciones de caracterizaciones, acusaciones y recriminaciones, dan lugar a frustraciones y
abren espacio para el sufrimiento y el resentimiento, porque ellas son constitutivamente ciegas con
respecto a la dinámica natural de los componentes de una familia, debido a la naturaleza del
fenómeno de composición (descrito previamente).

9. Las conversaciones recurrentes de caracterizaciones y acusaciones dan origen a frustraciones y


emociones de rechazo. Los miembros de una familia particular, constituida así dada su peculiar
red de conversaciones recurrentes de caracterizaciones y acusaciones vive en sufrimiento mediante
la continua contradicción emocional generada en ellos. Debido a la naturaleza del fenómeno de
composición, el único escape que los miembros de una familia de ese tipo ven para el sufrimiento,
es la desintegración de ésta, es decir, la pérdida de la organización (particular red de
conversaciones) que los define. Esto sólo puede ocurrir a través de cambios en los miembros de la
familia que terminen en la pérdida de la pasión por vivir juntos, o en su inhabilitación para
continuar generando la misma red de conversaciones.

UN CAMBIO DE PERSPECTIVA

Los distintos modelos intermedios (estructuralista, estratégico, interaccional y constructivista) del


paradigma sistémico ponen término a la noción de causalidad lineal. No obstante, de algún modo
dichos modelos continúan ocupando la objetividad sin paréntesis y en todos ellos las
justificaciones en base a las cuales se pretende poder para decidir, continúa siendo algún supuesto
privilegio para acceder a una realidad objetiva última. Incluso los constructivistas que sostienen
que la realidad es inventada, proponen un encaje de la experiencia como la forma de 'saber' qué es
correcto y qué es incorrecto. En las palabras de von Glasersfeld (1984), "el breakdown en la
experiencia, revela lo inapropiado, lo que no calza (unfit), lo inválido y nos fuerza a corregir
nuestro modelo". Colocando la objetividad entre paréntesis, se produce algo cualitativamente
distinto de esto. Los seres humanos no podemos afirmar nada acerca de realidad objetiva, por que
dicha afirmación sólo puede ser hecha en el lenguaje, que es donde la realidad emerge (Maturana,
1978), ni podemos reclamar ningún acceso privilegiado a una realidad objetiva independiente del
que habla como un criterio de validación (salud o enfermedad, normalidad o anormalidad). Por
estas razones, la noción de encaje de la experiencia no es aplicable; implica una realidad objetiva.
Colocando la objetividad entre paréntesis reconocemos que la convivencia, la coherencia
operacional consensual y las operaciones de distinción en el lenguaje, constituyen la generación y
validación de toda realidad. Colocando la objetividad entre paréntesis, reconocemos el multiverso
y la existencia de tantos dominios de realidad como dominios de coherencias operacionales

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generados en nuestras distinciones, y que ninguno de dichos dominios es más válido o más
verdadero que los otros, porque más allá de ellos, no hay nada; no hay cosas más allá del lenguaje
(Maturana, 1978). Colocando la objetividad entre paréntesis, reconocemos que desde la
perspectiva de cualquier dominio de realidad, todos los otros son ilusiones y que los desacuerdos
no triviales (ilógicos) sólo pueden resolverse con un nuevo modo de convivir. Colocando la
objetividad entre paréntesis, en nuestras interacciones sociales volvemos al dominio emocional
básico de la aceptación biológica mutua, sobre el cual descansa la socialización.

En estas circunstancias, la experiencia y responsabilidad clínica demandan que el terapeuta esté


conciente que su tarea consiste en participar en la apertura de un espacio de coexistencia, que
permita a los miembros individuales de una familia, escapar de la contradicción emocional que los
llevó a consultar. El terapeuta sabe también, que sólo podrá cumplir con su cometido,
participando en la desintegración de la familia particular que las personas consultantes
constituyen. Más aun, colocando la objetividad entre paréntesis, el terapeuta sabe además, que
puede participar en la desintegración de una familia particular sólo si escucha la red de
conversaciones que la define como tal en la consulta, con vistas a encontrar una manera de
interacción con alguno o todos sus miembros en un dominio ortogonal a esa red de
conversaciones, de modo tal que ellos experimenten un cambio estructural que les impida
continuar generándola. Si esto último ocurre, la familia se desintegra y algo nuevo emerge en su
lugar, algo que puede ser otro tipo de familia, si se mantiene la pasión por vivir juntos.
Finalmente, colocando la objetividad entre paréntesis, el clínico llega a darse cuenta que, a la larga,
su tarea consiste en ayudar a la gente a colocar la objetividad entre paréntesis como forma
operatoria en la constitución de la familia.

En la práctica, para que esto ocurra debe pasar lo siguiente: a) interactuando con los miembros de
la familia, el terapeuta debe escuchar el reporte de comportamientos que ellos hacen y abstraer a
partir de allí, las conversaciones recurrentes que constituyen su organización definiéndola como
una familia de un tipo particular. En el caso de la familia que hemos considerado antes, el
terapeuta hace esto cuando asume que la familia está constituida como una red recurrente de
conversaciones de caracterizaciones negativas que se manifiesta mediante acusaciones explícitas o
implícitas de debilidad y dependencia, contra un telón de fondo de continuas demandas de
independencia y fortaleza. El terapeuta también hace esto si describe la conducta de los miembros
de la familia como una danza recurrente en la cual el padre y el hijo mayor hacen valer su éxito y
su independencia, mediante la aceptación de la dependencia y la incapacidad de la madre y el hijo
menor, reconociendo que dicha descripción es una referencia metafórica a las conversaciones
recurrentes de caracterización y acusación, b) el terapeuta debe interactuar ortogonalmente con los
miembros de la familia, esto es, a través de aquellas dimensiones de identidad individual que no
están involucradas en las conversaciones de caracterizaciones y acusaciones mediante las cuales
ellos constituyen la familia en la cual existen en contradicción emocional y, c) las interacciones
ortogonales del terapeuta deben desencadenar en la familia original cambios estructurales que,
posteriormente, permitan a sus miembros a través de sus conversaciones, constituir una nueva
familia, organizada como una red de conversaciones de coordinaciones de conductas en cualquier
dominio que no dé lugar al rechazo mutuo, mientras perdure la pasión por vivir juntos. Las
interacciones que llevan a los miembros de una familia constituida como una red de
conversaciones de caracterizaciones y acusaciones, colocan de facto o intencionalmente, la
objetividad entre paréntesis; como tales, son interacciones familiares ortogonales que gatillan su
desintegración. Si esto sucediera en la familia que hemos considerado antes, la dependencia y la
autonomía dejarían de ser rasgos centrales de las conversaciones recurrentes entre sus miembros

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de la manera en que ellos las constituyen a través de sus interacciones, dado que éstas no estarían
centradas en las caracterizaciones o acusaciones. En vez de eso, las conversaciones de
coordinaciones de conducta en cualquier dominio podrían reemplazarlas, como si los participantes
operaran con la objetividad puesta entre paréntesis.

Para hacer esto, el terapeuta debe escoger una acción que todos o alguno de los miembros pueda
(n) realizar y que, de hacerla, interfiera con la recurrencia de conversaciones de caracterizaciones y
acusaciones. Tales acciones son diferentes para distintos casos, pero tarde o temprano todas ellas
implican prestar atención explícita o implícita a dichas conversaciones en el dominio operacional
en que ellas se presentan. En todo caso, lo que operará será siempre una acción que lleve al oyente
a colocar la objetividad entre paréntesis como modo permanente de coexistencia dentro del
sistema social, porque el tomar conciencia de esto necesariamente interfiere con las conversaciones
que validan la objetividad sin paréntesis.

Finalmente, para que esto sea posible de hacer, el terapeuta debe también prestar atención a lo
peculiar de las formas concretas en que se realiza la red de conversaciones recurrentes que definen
la familia. Sólo haciendo esto, el terapeuta puede asir comprensivamente las particulares
dimensiones lingüísticas de las conductas concretas que constituyen esa red de conversaciones
recurrentes y descubrir aquellas que le permitirán ser escuchado en un dominio de conversaciones
que suponga objetividad entre paréntesis.

COMENTARIOS FINALES.

Hemos analizado la imposibilidad de afirmar la existencia objetiva o de las cosas en sí, y cómo esta
misma imposibilidad nos lleva a colocar la objetividad entre paréntesis. También hemos mostrado
que cuando operamos desde esa perspectiva, nuestros conceptos de salud y patología sólo reflejan
la distinción de diferentes realidades (todas ellas igualmente legítimas, aunque no por ello
igualmente deseables) en un multiverso que resulta de las diferentes maneras de convivir en el
lenguaje. Hemos mostrado también el lugar que ocupa la dinámica de concesiones de poder en
relación con la definición de de salud psicológica y cómo aquella lleva al hablante a hacer
afirmaciones ciegas (fanáticas) respecto de los demás, cuando opera con la objetividad sin
paréntesis. De manera similar, hemos mostrado la relevancia fundamental de esta dinámica en
relación a lo que ocurre en la familia, donde el operar con la objetividad sin paréntesis lleva a sus
miembros a entrar en relaciones fundadas en la posesión de la verdad y a vivir su interacción
como una lucha continua expresada en conversaciones de caracterizaciones y acusaciones, que
reflejan el deseo de vivir juntos y, al mimso tiempo, contradicciones emocionales. Finalmente,
también mostramos cómo cada miembro de una familia necesariamente existe en muchos
dominios diferentes, de los cuales sólo uno es su manera de constituir la familia como un sistema
biológico y no como un sistema literario (descriptivo).

La regla operativa de las sociedades humanas modernas es la concesión de poder bajo el supuesto
que si alguien tiene conocimiento de una realidad objetiva independiente, tiene derecho intrínseco
para ostentar dicho poder. Efectivamente, si estamos inmersos en la suposición que existe un
universo en que las cosas son como son, intrínsecamente independientes de nosotros ("el niño es
flojo", "el café es malo"), y participamos de la creencia que podemos caracterizar las cosas o las
personas en términos de cómo son intrínsecamente porque nosotros tenemos un acceso
privilegiado a su objetividad, entonces no queda sino, corregir los errores de los demás o
castigarlos por su desobediencia, apropiándonos del poder para hacerlo mediante el derecho a ser

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obedecidos, en virtud de nuestro conocimiento objetivo. El reclamo de conocimiento objetivo es
una demanda absoluta a la obediencia.

Nosotros debemos comprender lo siguiente: si los miembros de una familia están unidos por la
pasión de vivir juntos y actúan con la objetividad sin paréntesis, pretendiendo posesión de la
verdad, no pueden sino luchar por imponer a cada uno de los demás aquello que es correcto y
aquello que es verdadero; no pueden dejar de hacerlo, en tanto obligación ética y moral de
coexistencia justa o apropiada, según su propio punto de vista, cayendo necesariamente en una
red recurrente de conversaciones de caracterizaciones y acusaciones que irrevocablemente
conduce al sufrimiento. Esta situación cambia, para la familia y para el terapeuta, cuando
colocamos la objetividad entre paréntesis. Sin embargo, éste no es un mero cambio de énfasis, sino
una modificación que implica una transformación fundamental de nuestras responsabilidades. En
realidad, la pregunta por la patología desaparece como una interrogante central para nosotros
como terapeutas, al mismo tiempo que el sufrimiento y la infelicidad de los individuos como
experiencias fundamentales de su ser miembros de esa familia, aparece dominando nuestra
atención en la consulta. Las descripciones de sus sufrimientos que los miembros de la familia
ponen en evidencia, revelan la red de conversaciones que constituyen la organización del sistema
(familia) que estas descripciones connotan, revelando su dominio de posibles desintegraciones. En
estas circunstancias, nuestra tarea terapéutica es contribuir a la desintegración de aquel sistema (en
nuestro caso, la familia), para que algo distinto aparezca en su lugar. Si esto ocurre y la pasión por
convivir es conservada, quienes consultan podrán integrar otra familia en la cual el sufrimiento de
sus miembros no será un rasgo constitutivo, porque esta nueva entidad operará de facto o
mediante la toma de conciencia, con la objetividad entre paréntesis.

Finalmente, deseamos resumir todo lo dicho en tres afirmaciones:

a) operar con la objetividad entre paréntesis implica operar en un dominio que siempre nos
permite movernos honestamente dentro de un metadominio de coexistencia, cualquiera sean las
circunstancias de ésta.
b) si nos damos cuenta que operamos con la objetividad entre paréntesis, podemos actuar con
conciencia de nuestras emociones en el dominio de las relaciones humanas y ser responsables por
ellas y,
c) el éxito terapéutico en el dominio de las relaciones humanas consiste en ayudar a quien (es)
consulta (n) a operar de facto o mediante percatación conciente, con la objetividad entre paréntesis
en su dominio de coexistencia.

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