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La visibilidad del consenso: Representaciones entorno al sufragio en la primera mitad del siglo XIX.

Marcela Ternavasio.
A pena producida la Revolución del Rio de la Plata, comenzaron a celebrarse las elecciones a lo largo de todo
el territorio del ex Virreinato. Representantes para las Juntas de Gobierno, diputados, constituyentes,
miembros del cabildo y autoridades diversas fueron electos, según las pautas que, en forma sucesiva,
impusieron los diferentes reglamentos dictados después de 1810. La creación de un régimen representativo
dio entrada a una competencia por los cargos que rompían los parámetros de la disputa preexistente en la
época colonial. La celebración de elecciones periódicas en reemplazo de las reglas de sucesión monárquica
colocaba a la nueva elite dirigente frente a un dilema que no acertaba a definir en su justa medida:
legitimidad solo podía proceder del consentimiento de aquellos sobre los que había de ejercerse la autoridad,
a la vez que los mecanismos puestos en juego para expresar dicho consentimiento traían consigo una
inevitable cuota de imprevisibilidad. De todos modos, quedaba siempre una brecha entre el control ejercido
por la elite y la manifestación de las preferencias de los ciudadanos.
El conflicto político que inevitablemente devenía de la competencia electoral se convirtió en un problema
clave para la elite dirigente criolla. Se trataba de una competencia que, carecía de parámetros y reglas que
regulara, pero que por esa misma razón, era percibida como perturbadora del nuevo orden instaurado con la
Revolución.
Luego de la caída del Poder Central en 1820, los gobiernos sucedidos en el Estado de Buenos Aires,
buscaron atenuar el margen de incertidumbre que devenía de los procesos electorales mediante la difusión
de dispositivos simbólicos que encuadrasen a las elecciones en tramas valorativas capaces de encauzar el
conjunto de practicas que, asociadas al voto, no estaban contempladas en la letra de la ley. En los dos
momentos mas representativos del periodo tratado (la feliz experiencia y el gobierno de Rosas), estos
dispositivos que se construyeron sobre la base de la publicidad y la visibilidad de la practica electoral.
(HIPOTESIS)
Las elecciones en ambos periodos tenían en común una misma normativa que las regulaba – la ley electoral
de voto amplio y directo sancionado en Buenos aires en 1821- y una misma voluntad política por sacar al
sufragio del terreno poco visible en el que se había mantenido durante la década revolucionaria. Los rasgos
comunes agotan, sin embargo, apenas e contempla la dinámica de los procesos electorales desplegados en
cada uno de los periodos mencionados. Los argumentos que apelaron a la visibilidad del acto de sufragar los
propios rituales que destacaron la dimensión pública del comicios reflejan los contrastantes sentidos que
asumieron las elecciones para el grupo rivadaviano, por un lado, y para Rosas y sus mas fieles seguidores, por
el otro.
La visibilidad de la deliberación.
Temas tales como el lugar en que debía celebrarse una elección, pasando por la forma en que se daría a
conocer la convocatoria, hasta cuales eran las modalidades aceptables para discutir las candidaturas a los
cargos en disputa, eran temas centrales.
Durante la década de 1810, pocos cuestionaban que el escenario físico en que se celebrarán las elecciones
fueran las casas particulares de los alcaldes de barrio o de las autoridades locales. Los bandos de convocatoria
a elecciones, escasamente difundidos, reflejan la lábil distinción entre el espacio publico y privado.
Por otro lado, las disputas por las candidaturas se desplegaban básicamente a puertas cerradas, en las casas
de los miembros de la elite, o en espacios como tertulias, cafés, salones. La reprobación que recibió la poco
frecuente práctica de hacer pública la representación de candidatos a elecciones de diverso tipo se extendía a
la prensa periódica, a la discusión en la plaza pública y a la divulgación de listas como mecanismos de
propaganda electoral. Los políticos criollos preferían implementar mecanismos que, lejos de llevar el proceso
electoral al ámbito de lo público, lo reducían a un espacio privado escasamente visible, la propuesta de
recoger votos casa por casa fue una de las tantas alternativas enunciadas con el propósito no solo de atenuar
el bullicio popular que allí se experimentaba en las elecciones, sino de atenuar el margen de exposición de un
acto que aun no se aceptaba abrir a los ojos de todos.
Os resultados obtenidos no fueron los esperados por quienes las promovieron. Al no divulgarse con suficiente
antelación y voluntad de publicidad las convocatorias a elecciones, el escenario comicial fue un poco
transitado por los potenciales su fragantes, dejando como corolario un constante cuestionamiento hacia las
autoridades surgidas del proceso electoral. Por otro lado, al condenarse la deliberación libre y abierta de las
candidaturas, no pasó mucho tiempo antes de que surgieran críticas a una modalidad de negación catalogada
de legista. Al concluir la década revolucionaria, las representaciones en torno a lo que se consideraba bueno y
deseable respecto de las practicas electorales comenzaban a cambiar.
Con el ascenso de Martin Rodríguez a la gobernación de Bs. As y de Rivadavia al Ministerio de Gobierno (1821-
1824) implico una implementación de una ley electoral (que instituyo el voto amplio y directo) y además un
conjunto de principios considerados esenciales para obtener el éxito en la imposición de un nuevo orden. La
estabilidad y la legitimidad no derivarían de un mundo político cerrado y restringido a los espacios privados de
la elite, sino de la deliberación libre y abierta en el espacio público y a la vez la formulación estricta del acto
electoral.
Los cambios que la elite aspiraba que se produjeran en los diversos planos de la sociedad debían reflejarse en
el escenario público. Los debates de la Sala no solo debían publicarse en actas sino también en la prensa
periódica con el objeto de difundir lo que allí se decía en nombre del pueblo de Buenos Aires. Se estimulaba
una suerte de deliberación permanente con el firme consentimiento de que por medio del debate público,
lejos de generarse incertidumbre y conflicto, se crearía un clima propio para obtener el consenso.
El sufragio debía abandonar el componente artesanal signado por leyes poco precisas, que dejaban abierta la
posibilidad de convertir el voto manipulado por autoridades menores del régimen político, para pasar a ser un
acto visible en el que se comprendiera que a través de él se ejercía la soberanía sin mediaciones de colegios
electorales. La visibilidad traería consigo el entusiasmo de los electores potenciales, legitimado por medio del
número una práctica política que en la década precedente había padecido de un déficit insuperable. Se
procedió a reglamentar el lugar físico donde debían realizarse las elecciones. Que las elecciones se hicieran en
un paraje que esta bajo la sola dirección del juez de Paz, se precisó, poco después, que tampoco debían
hacerse en las casas de los jueces de paz y que las mesas electorales debían reunirse en los lugares más
públicos de las parroquias. Se determino que las elecciones se hicieran en un solo día en el horario estipulado,
que las autoridades tuvieran el texto de la ley y a la vista para poder calificar a los electores, y que las actas y
los registros se confeccionaron según formulas preestablecidas.
La explosión de la prensa periódica de esos años también jugó un rol de fundamental importancia en la
redefinición del sufragio. Además de incluir artículos que reflexionaban filosóficamente acerca del problema
de la representación política, ofrecían una prolífica información sobre las elecciones realizadas. Se notificaba
sobre el desarrollo de estas, sus resultados. Otros medios de propaganda se ocupaban de difundir las
convocatorias a elecciones, como los papeles públicos colocados en las esquinas o parajes a la vista el aviso
difundido de casa en casa por los jueces de paz, alcaldes y tenientes alcaldes de cada cuartel de la ciudad y de
los partidos de campaña.
Los periódicos destinaron sus columnas a la publicación y propagandizacion de listas de candidatos a las
elecciones de diputados para la Junta de Representantes.
La razón aludida para ese cambio de posición la otorgaba la misma experiencia revolucionaria, que había
reducido el espacio de debate de los candidatos a las logias encarnadas en los colegios electorales haciendo a
la política una mera practica secreta y privada, y se legitimaba en las teorías vigentes en algunos países
europeos sobre la dinámica parlamentaria en las que la deliberación publica era presentada como
indispensable.
Este dispositivo puesto en marcha por la elite dirigente bien podría haber quedado en una simple enunciación
retórica de principios no traducidos en la práctica electoral ni en los resultados obtenidos. Sin embargo, aun
cuando es preciso admitir a desproporción entre los objetivos y los cambios realmente producidos es justo
reconocer también los éxitos logrados en el corto plazo. La participación electoral se multiplico en la ciudad y
Campania. La lógica deliberante se expuso en el espacio publico, bajo el auspicio directo de la elite dirigente
en pos de corregir las viejas negociaciones hechas a puertas cerradas por las lógicas revolucionarias o
pequeños grupos que no requerían movilizar muchos votantes para alcanzarse en el gobierno.
Esta lógica deliberativa encontró en la discusión de las listas de candidatos y en los debates de la legislatura de
Bs. As 2 escenarios privilegiados. Mientras la deliberación en torno a las listas de candidatos expresa un tipo
de competencia nota biliar, los debates de la Sala de Representantes expresan un tipo de deliberación nota
biliar. Los debates de la Sala de Representantes expresan rasgos comunes con otros regímenes
parlamentarios liberales, dado el papel asignado a un tipo de deliberación nacional en que los representantes
se concebían como individuos independientes, libres de toda atadura para opinar y decidir según su propio
parecer. El principio de división de poderes, aunque no prescripto en la letra de la ley (dada la ausencia de una
constitución nacional) comenzó a funcionar de manera informal, lo que impidió al legislativo una fuerte
centralidad en la dinámica política y a los diputados que formaban parte de el un papel clave en términos del
valor asignado a la libertad de opinión y a la no subordinación a las decisiones del Ejecutivo.
La deliberación era presentada como un dispositivo a construir para suplir la ausencia de su manifestación
espontánea y educar a los ciudadanos en una práctica que debían aprender primero los propios miembros de
la elite dirigente.
El interés por instaurar un dispositivo capaz de hacer visible a libre deliberación en los 2 espacios mas
importantes en el que se dirimía la soberanía fue en parte, exitoso si se contempla la ampliación producida en
la disputa por las candidaturas y las características que tuvieron los debates legislativos en ese periodo. Los
miembros de la elite hicieron un aprendizaje de la deliberación y la incorporación casi como un derecho
adquirido. El imperio de la deliberación, las asenadas asambleístas y un deslegitimado sistema electoral que
no lograba convocar a un cuerpo nutrido de votantes, a muy corto andar se convirtió en fuente de nuevos
conflictos, cuyo despliegue comenzó a ser visto como motivo de amenaza al orden. La amenaza fuer percibida
por los propios responsables de haber puesto a rodar el dispositivo deliberativo, con la consecuente
formación de grupos de oposición en la legislatura.
La reunión del Congreso Constituyente de 1824-1827 y del fracaso del grupo rivadaviano, hicieron que el
dispositivo de la visibilidad y publica deliberación en el campo electoral y legislativo se vio seriamente
afectado. Los grupos federales que se hicieron cargo del gobierno de Buenos aires en 1827, con Dorrego a la
cabeza, se vio seriamente condicionados por un nuevo dispositivo que comenzaba a constituirse alrededor de
valores que denostaban ese tipo de publicidad y visibilidad en las formas de hacer política.
La visibilidad plebiscitaria: la ampliación de la disputa por las candidaturas condujo a un clima de violencia
creciente en el espacio político, cuya máxima potencia se advierte en las elecciones de 1828 y en las realizadas
luego del ascenso de Rosas a la primera gobernación en 1829 . Aun cuando dicho ascenso trajera consigo el
otorgamiento de las facultades extraordinarias al titular del Poder Ejecutivo y el consecuente ocaso del sector
unitario, no existía un consenso unánime dentro del mismo grupo federal en torno a la ya proclamada
intención de aquel y su sequito mas cercano de limitar la deliberación practicada antes de cada elección
alrededor de las candidaturas y la que por efecto directo esta se trasladaba a los debates en el seno de la Sala.
Dado que la deliberación por las candidaturas se desplegaba en una esfera informal difícil de ser controlada
legalmente, pero en un clima de opinión generalizado que colocaba al sufragio como única herramienta
legítimamente de la autoridad. Rosas emprendió la ardua tarea de redefinir tales prácticas dentro de la misma
ingeniería de ideas y valores que invertían el sentido de lo que hasta ese momento había sido presentado
como bueno y deseable para el espacio público.
Rosas pusieron en acto el fantasma de la guerra con el objeto de suprimir lo que en su percepción conducía al
enfrentamiento constante y a la imposibilidad de crear un gobierno estable. Para instalar la idea de que las
elecciones conducían a la guerra y la anarquía, no dudo en incentivar la violencia en el momento de la
autorización electoral, valiéndose de mecanismos poco frecuentes en la etapa precedente. Con la Mazorca y
la colaboración de su esposa Encarnación Ezcurra, los cambios se convierten en verdaderos campos de
batallas. En la correspondencia que intercambiaron ambos conyugues en esos meses se advierte la
intencionalidad del ex gobernador de exacerbar la violencia en las elecciones con el objeto non solo de
obtener el triunfo sino, además, de dejar demostrado en el espacio púbico los peligros que se corrían en un
sistema de esa naturaleza.
La estrategia resulto exitosa. En 1835, Rosas logro torcerle el brazo a la Sala de Representantes y obtuvo la
suma del poder público por “todo el tiempo que a juicio del Gobernador electo fuese necesario”. El nuevo
gobernador se aboco a construir una maquina electoral en la que el momento deliberativo de disputa de
candidaturas quedaba definitivamente anulado y en la que se potenciaba la máximo el momento de la
autorización procedente del mundo elector. Realizo la imposición de la lista única elaborada personalmente
por el y la cuidadosa construcción de un dispositivo mediante el cual Rosas se encargaba de garantizar la
impresión y circulación de dichas listas entre un acotado numero de autoridades intermedias, jueces de paz/
jefes de milicias/ militares/ curas. La incertidumbre procedente de la diversidad de opiniones, su mutua
disidencia, el interés de los partidos o fracciones de la sociedad en obtener una mayoría de sufragios sobre el
resto de la misma sociedad, podía ser controlada si se suprimía el momento más conflictivo del proceso
electoral centrado en la deliberación de las candidaturas. Así, se llegaba a esas elecciones donde la opinión de
los ciudadanos explicaba casi universalmente se manifiesta con uniformidad, identificándose tal uniformidad
con la voluntad casi universal, la voluntad general. En efecto, el dispositivo resista se acercaba más a un
régimen plebiscitario en que tal delegación se daba por consumada en el momento de la autorización del
mundo elector, sobre el cual se apoyo toda la legitimidad del sistema.
Este segundo momento, fue el que Rosas ritualismo al máximo y el que se convirtió en epicentro de la nueva
publicidad y visibilidad propuestas por el régimen. La práctica del sufragio se convirtió en un símbolo festivo y
conmemorativo que rectifica el poder de quien se autoproclamaba el “Restaurador de Leyes”.
El plebiscito y los comicios, debían expresar públicamente, de manera absolutamente visible, la adhesión al
gobernador. La producción del voto se dio, en un marco de amplia movilización de los electores con el objeto
de ratificar con su presencia la delegación de la soberanía en el cuerpo de representantes que el gobernador
designaba. La soberanía del número alcanzaba así, en su dimensión cuantitativa, la expresión máxima de
legitimación del poder, cuya contracara era el abstencionismo electoral al que Rosas procuro compensar con
un nutrido número de sufragantes en el espacio rural. Sin embargo, no siempre se obtenían en el ámbito rural
las cifras por quien pretendía mostrar a los ojos de todo un apoyo sin reticencia.
La insatisfacción de Rosas por no encontrar en un plano “empíricamente” demostrable un número de su
fragantes peticionan tés, capaz de despejar dudas sobre la unanimidad evocada, era un recurso mas, utilizado
en pos de redoblar la apuesta: las constantes renuncias del gobernador se habían en un marco ritual que
obligaba a repetir el acto de sufragar/peticionar hasta que este lograra alcanzar un “piso” de electores
suficientemente crecido. El control personal que Rosas ejerció sobre los actos comiciales refleja no solo la
búsqueda de una legitimidad fundada en el orden legal preexistente sino, además, la vocación por hacer de
ese régimen un sistema capaz de singularizar el mando y la obediencia. Las elecciones le sirvieron a Rosas para
reivindicar su proclamado apego a las leyes, demostrar el consenso de que gozaba, movilizar a un crecido
número de habitantes con el objeto de plebiscitar su poder y conocer quienes acudieran al acto para
demostrar públicamente su adhesión al jefe.
En este contexto, la Sala de Representantes se vacío, de aquellos personajes que habían hecho de la
revolución su carrera política, fundando su notoriedad o prominencia en el saber y la experiencia acumulados
en la cosa publica. La Legislatura perdió la contabilidad que había adquirido inmediatamente después de su
creación en 1821 y con ella la posibilidad de seguir siendo el principal escenario a partir del cual la nueva
dirigencia política ensayaba sus primeras experiencias de gobierno aprendía la práctica deliberativa propia de
ese tipo de asambleas. La Sala juego el papel ratificador adulador del gobernador y, de ese modo, perdió toda
posibilidad de iniciativa y discusión.
Los valores que Rosas se encargo de difundir exaltaban más que banca la dimensión publica y visible de los
comicios. Se trataba, de una visibilidad muy diferente a la concebida por el grupo rivadaviano. Al mismo
tiempo que Rosas procuro mostrar el apoyo unánime a su figura, no se molesto por ocultar los mecanismos
puestos en juego para lograr ese apoyo. A diferencia de otro mecanismo sutil, como el fraude, los utilizados
durante el régimen rosista expresan los cambios producidos en torno a las representaciones que fundaban la
legitimidad de las prácticas electorales. Este nuevo dispositivo creado en 1835 no dejaba de ser exitoso en un
punto clave: si el problema que traía consigo el nuevo orden revolucionario era la incertidumbre derivada de
las preferencias de los ciudadanos, Rosas logro reducir ese margen de imprevisibilidad, un objeto que los
rivadavianos habían intentado alcanzar por medio del dispositivo deliberativo. Si la deliberación publica en las
elecciones y la legislatura era portadora de la división, solo se trataba se suprimir aquella para mostrar, ahora
sí, la pública y visible unidad del cuerpo positivo alcanzada a través de las elecciones canónicas que no
reconocían mas que un componente de adhesión al jefe del federalismo.
Con la caída de Rosas en 1852, las representaciones en torno al sufragio comenzaron a cambiar al ritmo de las
transformaciones políticas y sociales producidas en la segunda mitad de siglo. Los valores asociados a la
publicidad y la visibilidad del acto de sufragar asumieron nuevos contenidos. Ya no era posible aceptar los
toscos mecanismos de producción del sufragio implementados en la época de Roas ni reeditar sin controles el
dispositivo de la feliz experiencia rivadaviana. El fraude comenzó a ser tematizado en la opinión pública al
calor de nuevas prácticas que combinaban la evocación a la libre deliberación por las candidaturas y el
ocultamiento de mecanismos tendientes a adulterar materialmente los resultados de los votos.
Hilda Sábato
Con el quiebre producido en 1852, en el ámbito electoral dejo de funcionar la imposición oficial de lista única
característica publica. Las elecciones eran objeto de manipulación y control oficial, pero no por ello dejaban
de constituir un momento insoslayable de la vida política. Dada la existencia de un amplio derecho de
sufragio, los aspirantes al poder buscaban competir por el favor de los votantes organizando sus respectivas
clientelas con mano férrea. Pero por otra parte, el poder creciente de las distintas Salas de Representantes y
de sus miembros y la expansión del aparato militar no siempre oficialista, incrementaron las posibilidades de
los opositores para competir en las urnas. Además, la vigencia relativamente amplia de las libertades básicas,
auspiciaba el debate político, que tenía su manifestación en la prensa periódica.
La competencia electoral para ocupar los cargos de la Legislatura (que a su vez designaba al gobernador)
generaba una extendida actividad en torno a los clubes parroquiales en la ciudad y a los clubes electorales que
operaban en toda la provincia. Dado que no existía un mecanismo formal de definición de candidaturas, estas
surgían del seno de diferentes grupos políticos que buscaban imponer sus favoritos. La confirmación de las
listas de candidatos quedaba, sin embargo, en manos de los clubes, donde además se organizaban las
“fuerzas” electorales.
Los clubes políticos, se constituyeron en redes de vinculación y movilización políticas por fuerza del aparato
oficial. El club aparecía como una organización operativa que dirigía los llamados: trabajos electorales: en
favor de ciertos candidatos y para formar la opinión. Sin embargo, constituían formas de agregación más
permanentes que traducían alimentos diversos dentro de los propios partidos. Desarrollaron su actividad de
manera centralizada, existía una comisión directiva que se reunía y tomaba decisiones, y es probable que los
temas más importantes se acordaran en el seno de un pequeño círculo de dirigentes. Pero a la vez, se
convocaba a asambleas que eran muy concurridas y se producía el debate abierto, las votaciones y las
disidencias.
I bien participaban de ellos grandes figuras que llevaban allí sus clientelas, que constituían el grueso del
público que asistía a las reuniones, los clanes estaban en manos de una dirigencia gestada a partir de la propia
actividad política, no eran núcleos cerrados ni secretos, sino que tenían una gran visibilidad publica, pero
tampoco eran ámbitos democráticos de expresión popular. Constituían redes políticas que articulaban
diferentes niveles de dirigencia y bases, reclutadas en función de la construcción de bases electorales.
En cuanto al sufragio, si bien era universal para todos los hombres adultos (nacidos en buenos aires o en el
resto de la Confederación), la aplicación en los cambios rara vez quedaba liberada a la voluntad individual de
los potenciales votantes. Más bien, para ganar una elección, era indispensable reclutar electores por medio de
diferentes mecanismos de captación de índole clientelar, actividad que estaba a cargo de dirigentes de
distintos niveles, caudillos locales que, en el marco de los clubes, se encargaban de reunir sus huestes el día
de los comicios. El control de los cargos estatales vinculados a la mecánica electoral, juez de paz, comisarios,
encargados del registro, etc., era un instrumento clave tanto para captar votantes como para incidir en el
resultado electoral, pero también había otros canales de movilización. De esta manera, se conformaban redes
políticas que articulaban a los dirigentes con sus bases, unidos entre sí por vínculos personales y políticos
complejos.
En suma, votar era un acto colectivo del que participaban grupos previamente reclutados y que operaban no
solo para emitir su propio voto sino para tratar de impedir el sufragio de los contrarios. Los tiempos de
elecciones eran, en consecuencia, periodos de movilización, con su cuota variable de acción colectiva,
militancia grupal y violencia.

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