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POLO, Leonardo. El yo, Cuadernos de Anuario Filosófico (Univ.de Navarra) nº 170, 2004. pp. 35-49
Capítulo I
EL YO EN DESCARTES Y KANT
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El yo - Capítulo 1
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El yo - Capítulo 1
Conviene ser muy enérgico con este punto, porque aquí nos
jugamos mucho, ya que se trata de una cuestión de punto de partida. Si
no pasamos por el tamiz crítico de Kant seríamos unos ingenuos. Pero
si pasamos, no conocemos nada real como tal: la verdad se esfuma, y
con la verdad el conocimiento. El conocimiento es una relación a la
verdad, y sólo en cuanto que es relación a la verdad es conocimiento. El
yo no puede ser el juez de la verdad; no puede ser un personaje tan
arbitrario; un ser desconfiado y totalitario. Es como declarar que
cuando Aristóteles está pensando la metafísica, todo lo que descubre
puede ser pasado por el tamiz de la crítica que un moderno sugiere
diciendo algo así como: “un momento, un momento, todo eso son
datos”. La respuesta a esa actitud moderna debe ser negativa, pues aquí
no hay ningún dato, sino que se está buscando entender. Desde un
punto de vista moderno, como se dice que lo conocido son datos,
alguien puede sospechar, e intentar comprobar si esos datos son o no
válidos. Sin embargo, cabría preguntar lo siguiente a quien abriga tal
actitud: ¿quién es usted para dudar?, o, como popularmente se
pregunta, ¿a usted quien le ha dado vela en este entierro? Si el yo es
eso, el yo es una preocupación psicológica que sobra, incompatible con
una mentalidad que sepa lo que es una mente que esté buscando la
verdad, que se está lanzado a una tarea investigadora.
A tal posición cabe la respuesta: no me venga con balances, porque
de entrada ese balance es extrínseco, es un criterio de propia
satisfacción que nada tiene que ver con la verdad. Pero ¿cómo sabe
usted que lo que le satisface vale? Con eso arruina usted el
conocimiento y la verdad. Estrictamente, el criterio de certeza no se
puede formular. Que la certeza pueda hacer las veces de la verdad es
descabellado, porque si hemos perdido la verdad, ¿cómo aceptar como
verdadero ese criterio? Tal vez se nos responda: “Pues mire usted, si
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El yo - Capítulo 1
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2. EL YO LINGÜÍSTICO
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El yo - Capítulo 1
me dices eso para engañarme: me dices que vas a Sevilla para que crea
que vas a La Coruña. Pero como sé que me quieres engañar, me doy
cuenta de que en realidad vas a Sevilla”. Esto, que es bastante gallego,
es sobre todo lingüístico.
Alguna vez he hecho un experimento con gallegos, que son gente
magnífica, pero que tienen una mentalidad curiosamente muy moderna.
Mira – le he dicho a alguno – te enseño esta moneda y luego le voy a
dar varias vueltas, pero no al azar, sino un número de vueltas concreto,
y tú tienes que adivinar qué cara de la moneda queda. Aquí hay dos
posibilidades, o que se repita la cara que ya le he mostrado, o que le
enseñe la otra. Pero como enseñar la otra es muy trivial, el gallego,
normalmente, dice que se va a repetir la misma cara. Ahora bien, si me
doy cuenta de que el gallego piensa que es del género tonto cambiar la
cara, porque eso es lo más trivial, entonces cambio la cara y así no
adivina; entonces actúo con segunda intención.
Pues bien, eso de las segundas y terceras intenciones es lógica de
términos, pero no es el modo de actuar el pensamiento. El pensamiento
no procede así, no piensa sobre sí mismo, sino que piensa sobre la
verdad, que no es lo mismo. ¿Por qué los universales no son reales,
pregunta Ockham? Porque los universales tienen suppositio verbalis ¿Y
eso que quiere decir? Que significan lo mismo que significan y, por
tanto, no significan nada. Pues eso es lo que les pasa a las palabras:
significan siempre lo mismo, la famosa suppositio terminorum.
Aludamos al ejemplo del famoso teorema de Gödel, que ha hecho
retemblar todo el pensar moderno – como Gödel mismo dice –. Éste es
un teorema sobre enunciados matemáticos, no sobre la verdad de la
matemática. Es un teorema acerca del lenguaje matemático; no acerca
del pensamiento matemático, sino sobre la formulación matemática. Y
esto es así porque existe la república de los matemáticos, y esa república
está formada por gente que se comunica cosas. No hay lenguaje
privado, lo privado es el pensamiento, pero cuando quiero comunicar
tengo que acudir al lenguaje. Hay una cierta isomorfía del lenguaje con
lo pensado, pero el lenguaje no repite el pensamiento, porque el
lenguaje tiene una estructura distinta: la intencionalidad del lenguaje
no es pura y versa sobre datos. La intencionalidad del pensamiento es
pura y no versa sobre datos, sino sobre realidades y, por lo tanto, es
iluminante. La intencionalidad lingüística no es iluminante, sino
informante. Con otro ejemplo: si pregunto ¿qué hay ahí?, y se me
responde que una papelera, me entero de que hay una papelera aunque
no la haya visto. La verdad en sentido lingüístico es la expresión, la
manifestación. Pero eso es una consecuencia, es el tercer sentido de la
verdad; no la verdad en sentido fuerte y estricto que tiene la referencia
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3. EL YO KANTIANO
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El yo - Capítulo 1
Entender qué sea una pura intencionalidad se nos hace difícil [18] .
En primer lugar, porque es complicado, pero en segundo lugar, porque
estamos acostumbrados a pensar la intencionalidad como un signo,
como algo que está soportado: la bandera, por ejemplo, es una tela que
tiene una significación añadida; nuestras voces también son algo cuya
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El yo - Capítulo 1
Hemos empezado diciendo que a los datos hay que añadirles algo
que es un criterio de clarificación, un criterio de certeza que está
exclusivamente en mí. ¿Por qué no damos un paso más?, ¿por qué no
suprimimos los datos sin quedarnos en la vacío? Si el yo fuese un
productor de los datos, entonces no hace falta una certeza
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