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Esta hipótesis se amplía del siguiente modo: la particularidad del abordaje de la violencia
política desde el psicoanálisis está en incluir la dimensión de la singularidad. Desde esta
perspectiva, la principal vía para abordar estas temáticas corresponde a la experiecia
analítica misma, es decir, en la escucha y tratamiento de aquellos que han vivido la
violencia política en su multiplicidad de expresiones: guerras, dictaduras, segregación,
racismo, entre otros. Tal como sostiene Marie-Hélène Brousse: “El psicoanálisis solo
accede a la guerra por las marcas, esas que deja sobre los vivos y sobre los discursos”
(2015, p. 199).
Primero, ¿cómo hacer para que ese abordaje, su formulación y tranmisión, en tanto
implica hacer una clínica, no borre la dimensión singular?
Segundo, ¿qué efectos tiene para la posición del analista la ampliación del campo de
intervención que implica el proyecto de Jacques-Alain Miller (2017), quien invita a
hacernos presentes no solo en la clínica, sino también en el campo político?