En los últimos tiempos existe una preocupación generalizada entre los adultos porque los chicos leen poco. O, peor, no leen. La cultura de la lectura no está instalada entre niños y adolescentes, salvo excepciones. A diferencia de generaciones anteriores, las que vivieron el siglo XX, cuando no existía internet ni play station, los celulares se usaban para hablar por teléfono y la televisión tenía unos pocos canales, la actual generación de chicos le presta mayor atención a dispositivos electrónicos que a los libros. A favor de los chicos habrá que decir que tienen habilidades y aptitudes, generalmente relacionadas con el manejo de la tecnología, que la mayoría de los que superan los 40 años no poseen. Pero lo que padres, docentes y pedagogos detectan a diario es aún más preocupante que la inexistencia del hábito de la lectura: los alumnos de los niveles primario y secundario no entienden lo que leen. O, al menos, no lo entienden en su totalidad. Hay incluso buenos alumnos que basan su eficaz performance educativa en la excelente memoria que los caracteriza, pues retienen los contenidos memorizando párrafos enteros. Por supuesto, no es ése el método adecuado para aprender. En evaluaciones específicas que se hacen en el área de Lengua se detecta que los estudiantes no tienen la capacidad de interpretar significaciones y sentidos, no se jerarquizan las ideas y no se manifiestan relaciones entre los textos, entre otras falencias. Los datos de la última prueba PISA (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes) muestran que el 53% de los chicos de 15 años no pudo reconocer la idea central de un texto. José Luis Moure, doctor en Filosofía y Letras (UBA), investigador del Conicet y miembro de la Academia Argentina de Letras, señala que los docentes universitarios se encuentran con estudiantes que ostentan "una notable y creciente incapacidad para la lectura y la comprensión de textos académicos, así como para una aceptable expresión escrita”. Los especialistas entienden que hay un problema en los métodos de enseñanza, pues así como los estudiantes no entienden lo que leen, los docentes, sobre todos los que superan los cincuenta años, no comprenden las nuevas formas de comunicación de niños y adolescentes. Nuevas formas que suelen prescindir de la escritura formal para reemplazarla por otras maneras de interrelacionarse, como por ejemplo el chat, en el que abundan las frases cortas, las abreviaturas, los sobreentendidos y formas gestuales, como las interjecciones o los denominados emoticones. No es casual que los docentes más jóvenes, o más consustanciados con estas formas escuetas y originales de expresión, sean los que mejores resultados obtienen en el aprendizaje de sus alumnos, incluso en lo que respecta a la interpretación de lo que leen. La distancia existente entre docentes y estudiantes opera como una barrera, como una restricción que debe removerse. Pensar en nuevas estrategias pedagógicas para entender a los chicos, y para que éstos se interesen por los contenidos escolares y puedan aprovecharlos de manera eficiente, es un desafío que no se practica demasiado, pero que es necesario y exige el aporte de especialistas.