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El artículo 177 del Código de Procedimiento Civil es claro en señalar que a las
partes incumbe “probar el supuesto de hecho de las normas que consagran el
efecto jurídico que ellas persiguen”, disposición legal que establece la carga de
prueba para el actor de probar los hechos en que fundamenta sus pretensiones.
En relación con el contenido de la indicada carga de la prueba y las
consecuencias que de ella se derivan, conviene tener en cuenta lo expuesto por la
Sala Plena de esta Corporación: “La noción de carga ha sido definida como ‘una
especie menor del deber consistente en la necesidad de observar una cierta
diligencia para la satisfacción de un interés individual escogido dentro de los varios
que excitaban al sujeto’. La carga, entonces, a diferencia de la obligación, no
impone al deudor la necesidad de cumplir incluso pudiendo ser compelido a ello
coercitivamente con la prestación respecto de la cual se ha comprometido con el
acreedor, sino que simplemente faculta la aludida carga, a aquél en quien
recae, para realizar una conducta como consecuencia de cuyo despliegue puede
obtener una ventaja o un resultado favorable, mientras que si no la lleva a cabo,
asume la responsabilidad de aceptar las consecuencias desventajosas,
desfavorables o nocivas que tal omisión le acarree. Trayendo este concepto al
ámbito del proceso y de la actividad probatoria dentro del mismo, la noción de carga
se traduce en que a pesar de que la igualdad de oportunidades que, en materia de
pruebas, gobierna las relaciones entre las partes procesales, dicho punto de partida
no obsta para que corra por cuenta de cada una de ellas la responsabilidad de
allegar o procurar la aportación, al expediente, de la prueba de ciertos hechos, bien
sea porque los invoca en su favor, bien en atención a que de ellos se deduce lo que
pide o a lo que se opone, ora teniendo en cuenta que el hecho opuesto está exento
de prueba verbigracia, por venir presumido por la ley o por gozar de notoriedad o
por tratarse de una proposición (afirmación o negación) indefinida. En ese orden
de ideas, el concepto de carga de la prueba se convierte en (i) una regla de
conducta para el juez, en virtud de la cual se encontrará en condiciones de proferir
fallo de fondo incluso cuando falte en el encuadernamiento la prueba del hecho que
sirve de presupuesto a la norma jurídica que debe aplicar y, al mismo tiempo, (ii) en
un principio de autorresponsabilidad para las partes, derivado de la actividad
probatoria que desplieguen en el proceso, pues si bien disponen de libertad para
aportar, o no, la prueba de los hechos que las benefician y / o la contraprueba de
aquellos que, habiendo siendo acreditados por el adversario en la litis, pueden
perjudicarlas, las consecuencias desfavorables derivadas de su eventual inactividad
probatoria corren por su cuenta y riesgo. Como fácilmente puede advertirse, el
aspecto en últimas más trascendente de las reglas de la carga de la prueba se
concreta en las consecuencias que se derivan de su no satisfacción, esto es, del no
ejercicio de los derechos a la aportación o solicitud de práctica de pruebas o a la
formulación de alegaciones dentro del proceso, si se tiene en cuenta que la finalidad
de éste, para las partes, es la estimación o desestimación de la(s) pretensión(es)
formulada(s) y que, por ello, dentro de él se lleve a cabo una instrucción
encaminada a proporcionar al juzgador los elementos necesarios para que pueda
efectuar la comparación entre los fundamentos de tal(es) pretensión(es) y el
ordenamiento jurídico. Y el de las consecuencias del incumplimiento de la carga de
probar o alegar es el aspecto más relevante, habida cuenta de que la parte que
desee obtener un resultado favorable a sus pretensiones necesitará probar y alegar
todo aquello que sea útil y pertinente para la defensa de su posición. En otros
términos, «no existe un deber de probar, pero el no probar significa en la mayoría de
los casos la derrota»; las reglas de la carga de la prueba sirven para establecer cuál
de las partes tendrá que soportar el resultado desfavorable derivado de una
actividad probatoria o de la falta de alegación o de una alegación incompleta, pues
aunque el juez no disponga de todos los hechos cuyo conocimiento hubiera
resultado necesario para fallar en uno u otro sentido, la prohibición de «non liquet»
le obliga a resolver, en todo caso. Es entonces cuando las reglas de la carga de la
prueba le indicarán en cabeza de cuál de las partes recaía la obligación de haber
acreditado un determinado hecho y, por consiguiente, a quién corresponderá
adscribir, en la sentencia, las consecuencias desfavorables derivadas de su no
demostración, pues dichas reglas, precisamente, permiten al fallador cumplir con su
función de resolver el litigio cuando falta la prueba, sin tener que abstenerse de
dirimir, de fondo, la cuestión, para no contrariar, con un pronunciamiento inhibitorio,
los principios de economía procesal y de eficacia de la función jurisdiccional. De ahí
su importancia, pues “[S]i no existiera esta regla de juicio que faculta al juez para
evitar el non liquet cuando falte la prueba, sería muy frecuente el fracaso del
proceso y la consiguiente pérdida de tiempo, trabajo y dinero para el Estado y las
partes. La justicia y la función jurisdiccional del Estado resultarían entorpecidas y
frustradas en infinidad de ocasiones al no ser posible la sentencia de mérito, a la
vez que se fomentaría la incertidumbre jurídica en las relaciones sociales, la
repetición indefinida de procesos para el mismo litigio, y se permitiría que quienes
tengan interés en esa situación caótica puedan fácilmente burlar los fines de interés
público del proceso y la jurisdicción, ocultando pruebas y entorpeciendo la actividad
oficiosa del juez. La carga de la prueba es, por consiguiente, una medida
imprescindible de sanidad jurídica y una condición sine qua non de toda buena
administración de justicia. Por otro aspecto, según opinan varios autores, es la guía
imprescindible y fundamental del juzgador en la solución de los litigios, que orienta
su criterio en la fijación de los hechos que sirven de base a su decisión: ‘sustrae el
derecho al arbitrio de la probabilidad y lo coloca bajo la égida de la certeza’.
Conviene precisar, en cualquier caso, que las reglas de la carga de la prueba son
apenas un sucedáneo de la actividad probatoria de las partes y, por tanto, sólo
determinan el sentido de la decisión en ausencia de prueba. Pero si ésta es
suficiente, las aludidas reglas no deben tener aplicación, pues ellas distribuyen entre
las partes la falta de certeza y se convierten en un parámetro de decisión del cual se
valdrá el juez ante el hecho incierto o desconocido, luego no sustituyen la actividad
probatoria de la parte gravada con la carga de acreditar un hecho, sino a la prueba
en sí misma, considerada objetivamente, cualquiera que debiera ser su origen, de
modo que solamente cuando falta la prueba, debe el juez examinar a quién
correspondía la responsabilidad de suministrarla, para aplicar, en su contra, las
consecuencias desfavorables correspondientes. Desde esta perspectiva, las reglas
de la carga de la prueba estimulan a las partes a demostrar los hechos que les
interesan, precisamente para evitar que el juez aplique aquellas como sucedáneo
de los elementos de prueba indispensables para acreditar los supuestos de hecho
de las normas jurídicas con base en las cuales proferirá sentencia.”
Los documentos con los cuales la parte actora pretendió probar la existencia y el
incumplimiento de un contrato denominado de “Administración Indirecta del
almacén general de la cárcel del Distrito Judicial de Valledupar”, que afirmó haber
celebrado con el “… director del INPEC en Valledupar (...) el día 15 de enero de
1997”, obran en copia simple y, por ende, no son legalmente aptos para demostrar
su existencia, como tampoco su ejecución e incumplimiento. Al efecto cabe tener
en cuenta que el artículo 168 del Código Contencioso Administrativo señala
expresamente que a los procesos atribuidos al conocimiento de la Jurisdicción de
lo Contencioso Administrativo aplicará el régimen legal probatorio establecido por
el Código de Procedimiento Civil. Así, al incorporarse dicho régimen se adoptó
también la filosofía que inspira las pruebas en el estatuto procesal civil, el cual se
materializa en el sistema de valoración probatoria que está presente en los
procesos constitutivos, declarativos o de condena que regula esa normatividad.
Bajo esta perspectiva, es necesario tener presente que de acuerdo con el artículo
253 del C. de P. C., los documentos pueden aportarse al proceso en original o en
copia, éstas últimas consistentes en la trascripción o reproducción mecánica del
original; sumado a ello, el artículo 254 del C. de P. C., regula el valor probatorio de
los documentos aportados en copia, respecto de los cuales señala que tendrán el
mismo valor del original en los siguientes eventos: i) cuando hayan sido
autorizados por notario, director de oficina administrativa o de policía, o secretario
de oficina judicial, previa orden del juez en donde se encuentre el original o copia
autenticada; ii) cuando sean autenticados por notario, previo cotejo con el original
o con la copia autenticada que se le ponga de presente y iii) cuando sean
compulsados del original o de la copia auténtica. A lo anterior se agrega que el
documento público, es decir aquel que es expedido por funcionario de esa
naturaleza, en ejercicio de su cargo o con su intervención (artículo 251 C. de P.
C.), se presume auténtico y tiene pleno valor probatorio frente a las partes, los
terceros y el juez, salvo que su autenticidad sea desvirtuada mediante tacha de
falsedad, según lo dispone el artículo 252 del C. de P.C. De otro lado, si el
documento aportado es de naturaleza privada, al tenor de lo dispuesto en el
aludido artículo 252 del C. de P. C., éste se reputará auténtico en los siguientes
casos: i) cuando hubiere sido reconocido ante el juez o notario, o judicialmente se
hubiere ordenado tenerlo por reconocido; ii) cuando hubiere sido inscrito en un
registro público a petición de quien lo firmó; iii) cuando se encuentre reconocido
implícitamente por la parte que lo aportó al proceso, en original o copia, evento en
el cual no podrá impugnarlo, excepto cuando al presentarlo alegue su falsedad; iv)
cuando se hubiere declarado auténtico en providencia judicial dictada en proceso
anterior, con audiencia de la parte contra quien se opone en el nuevo proceso, y v)
cuando se hubiere aportado a un proceso, con la afirmación de encontrarse
suscrito por la parte contra quien se opone y ésta no lo tache de falso. En relación
con las copias aportadas a un proceso y su alcance probatorio, la Corte
Constitucional, en sentencia C - 023 de febrero 11 de 1998, puntualizó: “El artículo
25 citado se refiere a los “documentos” y hay que entender que se trata de
documentos originales. En cambio, las normas acusadas versan sobre las copias,
como ya se ha explicado. Sería absurdo, por ejemplo, que alguien pretendiera que
se dictara mandamiento de pago con la copia simple, es decir, sin autenticar, de
una sentencia, o con la fotocopia de una escritura pública, también carente de
autenticidad. “Un principio elemental que siempre ha regido en los ordenamientos
procesales es el de que las copias, para que tengan valor probatorio, tienen que
ser auténticas. Ese es el principio consagrado en las normas del Código de
Procedimiento Civil que regulan lo relativo a la aportación de copias de
documentos. “De otra parte, la certeza de los hechos que se trata de demostrar
con prueba documental, y en particular, con copias de documentos, está en
relación directa con la autenticidad de tales copias. Tal certeza es el fundamento
de la eficacia de la administración de justicia, y en últimas, constituye una garantía
de la realización de los derechos reconocidos en la ley sustancial. “En tratándose
de documentos originales puede el artículo 25 ser explicable, porque su
adulteración es más difícil, o puede dejar rastros fácilmente. No así en lo que tiene
que ver con las copias, cuyo mérito probatorio está ligado a la autenticación.”
CONSEJO DE ESTADO
SECCION TERCERA
I. Antecedentes
1. Demanda.
El 27 de julio de 1998, los señores Antonio Vicente Russo González y Martha Ligia
Salcedo presentaron demanda en ejercicio de la acción de controversias
contractuales consagrada en el artículo 87 del C.C.A., contra el Instituto Nacional
Penitenciario “INPEC” (fols. 7 a 10 c. 1).
1.1. Pretensiones.
1.2. Hechos.
2. Trámite
2.1. El Tribunal Administrativo del Cesar admitió la demanda por auto del 5
de agosto de 1998, el cual se notificó personalmente al demandado el día 20
siguiente y al señor Agente del Ministerio Público el 24 de agosto de ese mismo
año (fols. 11, 12 y 13 c. 1).
3. Sentencia apelada.
4. Recurso de apelación.
“El criterio expuesto en esta providencia, no está acorde con los hechos y
pretensiones de la demanda y no lo está, porque es la falladora quien sin
haberse controvertido la prueba que demuestra el incumplimiento del
contrato, las desvirtúa sin tener en cuenta lo establecido en los artículos 174
al 177 del C. de P.C.
El contrato según el artículo 1.602 del Código Civil, es ley entre las partes y
como el que nos ocupa está legalmente celebrado, al no haberse cumplido
por el demandado lo pactado en la cláusula décima ni demostrado éste lo
contrario, no puede ser de recibo que se le niegue las súplicas de la
demanda (…)” (fols. 56 a 57 c. ppal.).
El recurso se admitió por auto del 7 de julio de 2000 y una vez ejecutoriada
dicha providencia se ordenó el traslado a las partes y al Ministerio Público para
que presentaran sus escritos finales, mediante providencia del 2 de agosto
siguiente. Dentro de esta oportunidad procesal las partes y el señor Agente del
Ministerio Público guardaron silencio (fols. 64 y 66 c. ppal.).
II. CONSIDERACIONES
La parte recurrente afirmó que sí probó los hechos en los cuales fundamentó
sus peticiones, comoquiera que obran en el expediente sendas pruebas
demostrativas del incumplimiento del contrato, las cuales no fueron controvertidas
por la parte demandada; también invocó lo aplicación de lo previsto en el artículo
95 del C. de P. C., en relación con lo cual afirmó que, como el INPEC no intervino
en las distintas oportunidades procesales, cabe deducir que aceptó los hechos
que determinan la responsabilidad contractual que demanda.
1
La pretensión mayor de la demanda es por concepto de perjuicios materiales, estimados en
$30’573.900 (150 S.M.M.L. vigentes al año de presentación de la demanda -1998-), cifra que
resulta superior a la exigida por la Ley para que un proceso de controversias contractuales iniciado
en el año 1998 tuviera vocación de doble instancia ($18’850.000).
En efecto, antes de lo previsto en la Constitución de 1991, la Corte Suprema
de Justicia y esta Corporación, a partir del contenido del artículo 16 de la
Constitución de 1886, definieron los elementos determinantes de la
responsabilidad patrimonial del Estado, diferenciaron dos regímenes de
responsabilidad, el primero subjetivo o edificado en la falla del servicio y el
segundo objetivo, que se configura con el riesgo excepcional y con el rompimiento
del principio de igualdad ante las cargas pública o también denominado daño
especial.
2
Sentencia del 13 de julio de 1993, Exp. 8163; CP: Dr. Juan de Dios Montes.
De igual manera, la Corte Constitucional con apoyo en lo expuesto
previamente por esta Corporación expresó:
3
Sentencia C-333 proferida el 1 de agosto de 1996; M.P. Alejandro Martínez Caballero.
“Este marco jurídico, en el ámbito de la responsabilidad de la Administración
Pública, regido desde la altura del inciso primero del artículo 90 de la
Constitución Política4, es en buena medida aplicable a la contratación pública
(Códigos Civil y de Comercio, al cual remiten los artículos 13, 32 y 40 de la
Ley 80 de 1993), porque la responsabilidad contractual de una entidad
pública contratante puede comprometerse con fundamento en la culpa (Art.
50 ejusdem), es decir, una responsabilidad con falta, derivada de una
conducta de incumplimiento de las obligaciones contractuales, la cual debe
ser analizada, entre otras, de acuerdo con las reglas explicadas en
precedencia del régimen del derecho común, pero sujetas o armonizadas
con las reglas del derecho administrativo en caso de que exista norma
expresa en éste y, por supuesto, con prevalencia del interés público.” 5
4
Que consagra la cláusula general de responsabilidad patrimonial del Estado, en virtud de la cual
éste responderá patrimonialmente por los daños antijurídicos que le sean imputables, causados por
la acción o la omisión de las autoridades públicas; disposición que, como lo ha manifestado la
jurisprudencia de la Sección, no sólo establece la responsabilidad patrimonial en el ámbito
extracontractual, sino que consagra un régimen general, según el cual la noción de daño
antijurídico, entendido como “el perjuicio que es provocado a una persona que no tiene el deber
jurídico de soportarlo”, es aplicable en materia pre-contractual y contractual del Estado y, por tanto,
fundamenta la totalidad de su responsabilidad patrimonial.
5
Expediente 17.552; actor: Alberto Vergara; C.P. Dra. Ruth Stella Correa Palacio.
6
8
“El carácter objetivo de la responsabilidad de la Administración ha supuesto una grave dificultad
para la delimitación del concepto de antijuridicidad como requisito de la existencia de la lesión en
sentido técnico –es decir, de daño indemnizable- y para su aplicación por los Tribunales. Sin
embargo, es perfectamente distinguible de la culpa. La antijuridicidad se predica, en la
responsabilidad administrativa, del perjuicio, no de la conducta dañosa. Es decir, si alguna norma
permite expresamente a la Administración la producción de un perjuicio patrimonial sin
indemnización, éste no tendrá carácter antijurídico, el administrado tendrá la obligación de
soportarlo y la Administración no estará obligada a repararlo. El problema es que las normas
atributivas de potestades no suelen ser todo lo explícitas que debieran, lo que normalmente fuerza
a acudir a criterios adicionales de interpretación.” BERMEJO VERA, José y otros. Derecho
Administrativo. Parte especial. Madrid: Civitas Ediciones, S. L. 1999., pág. 1166.
9
“[p]or esta [responsabilidad contractual] se entiende, la obligación que surge a cargo de las
entidades estatales de reparar los daños antijurídicos que causen a los contratistas como
consecuencia del incumplimiento de sus obligaciones en el seno de los contratos.” ESCOBAR GIL,
Rodrigo. Teoría General de los Contratos de la Administración Pública. Bogotá, Legis S. A. 1999.
Pág. 503.
10
Cfr. Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación Civil, Exp. 6461 de 4 de julio de 1992, M.P.
José Fernando Ramírez Gómez.
11
Expediente 16.103; actor: Augusto Moreno Murcia.
“Ese daño debe ser cierto y su existencia establecerse plenamente en el
respectivo proceso; en otras palabras, los perjuicios que alega el acreedor y
que reclama del deudor deben estar revestidos de plena certeza.
(…)
El daño antijurídico para que sea indemnizable debe tener una existencia
real y concreta y debe ser evaluable en términos económicos; es necesario
entonces que el contratista acredite su existencia, lo cuantifique en dinero,
de acuerdo con los parámetros del contrato celebrado o los factores
objetivos existentes y además lo individualice14”
“Artículo 40. Los contratos del Estado ser perfeccionan cuando se logra
acuerdo sobre el objeto y la contraprestación y éste se eleve a escrito.”
(…)”
Al efecto cabe tener en lo afirmado por Marienhoff, para quien, como regla
‘puede afirmarse que el contrato queda ‘perfeccionado’ cuando se produce el
acuerdo o fusión de voluntades entre las partes’ 16.
15
Aplicable al caso concreto como quiera que en la demanda se afirmó que el contrato incumplido se
celebró el 15 de enero de 1997.
16
Miguel S. Marienhoff, Tratado de Derecho Administrativo, tomo III A, tercera edición actualizada,
Ed. Abeledo Perrot, Buenos Aires 1992, pág143.
17
Sentencia proferida el 28 de septiembre de 2006; expediente 15.307, actor: Sergio David
Martínez Sánchez; C.P: Dr. Ramiro Saavedra Becerra.
La imputación que permite atribuir el daño a un sujeto de derecho comporta
un juicio jurídico que involucra una valoración de la causa material del mismo y del
título de imputación aplicable al caso concreto.
“El incumplimiento contractual puede revestir tres formas 18: la mora o falta de
cumplimiento de la obligación en el plazo estipulado; el cumplimiento
defectuoso de la obligación “( ) cuando la conducta se dirige a ejecutar la
prestación que constituye el objeto de la obligación, pero no se logra la
extinción de ésta, porque la ejecución de la obligación no se ajusta a los
parámetros y condiciones exigidas por el contrato, la ley, o la buena fe para
la satisfacción del interés público” y el incumplimiento definitivo de la
obligación que la doctrina encuadra dentro de tres situaciones: i) por “la
imposibilidad sobrevenida de la prestación objetiva y absoluta”; ii) “la
imposibilidad relativa por expiración del plazo contractual con frustración del
fin de interés público del contrato” y iii) por, “la decisión inequívoca de la
Administración de no ejecutar el objeto contractual” 19”20
“siendo principio general el que los contratos se celebran para ser cumplidos
y, como consecuencia, que las partes deban ejecutar las obligaciones que
emanan de él en forma integra, efectiva y oportuna 21, el incumplimiento de
las mismas, esto es, su falta de ejecución o su ejecución tardía o defectuosa,
es sancionada por el orden jurídico a título de responsabilidad subjetiva y por
culpa (…)”22
18
Consejo de Estado. Sala de lo Contencioso Administrativo. Sección Tercera. Sentencia de marzo
1 de 2006. Expediente 15898. C.P. María Elena Giraldo Gómez.
19
ESCOBAR GIL, Rodrigo. Op.Cit. Págs. 503 y siguientes.
20
Sentencia proferida el 25 de febrero de 2009, expediente 16.103; actor: Augusto Moreno Murcia;
C.P: Dr. Mauricio Fajardo G.
21
Cfr. Corte Suprema de Justicia, Casación Civil, Sentencia de 3 de julio de 1963: “La integridad
está referida a la totalidad de la prestación debida, hecho o cosa; la efectividad,
dice relación a solucionar la obligación en la forma pactada; y la oportunidad alude al tiempo
convenido".
22
Sentencia 16.491 proferida el 23 de abril de 2008; actor: Daniel Perea; CP: Dra Ruth Stella
Correa P.
3. Lo probado en el caso concreto.
“En efecto, si bien conforme al artículo 1602 del Código Civil, el contrato se
constituye en ley para las partes y, por virtud del artículo 1494 ibídem en
fuente de obligaciones, tales obligaciones, tratándose de contratos
sinalagmáticos, no se hacen exigibles para una parte, hasta tanto la otra no
cumpla la que le corresponde (Art. 1609 C.C.). Desde esta perspectiva, para
la Sala es evidente que para poder solicitar ante el juez la declaratoria de
incumplimiento, de una parte o de la totalidad del contrato por parte del
contratista, es indispensable que éste, a su vez, acredite que satisfizo todas
23
Así mismo, del artículo 177 del ordenamiento procesal ya citado, se deduce
que le corresponde a las partes probar el supuesto de hecho que pretenden
demostrar, lo cual implica, para el caso del proceso contractual que nos
ocupa, que correspondía al demandante demostrar que efectivamente
cumplió a cabalidad con sus obligaciones contractuales y, en consecuencia,
el municipio se encontraba en mora de pagar la ejecución de dicho contrato,
circunstancias éstas que no se encuentran plenamente acreditadas con el
acervo probatorio allegado al expediente, el cual es precario e inconsistente.
(…).”24
“Así pues, para que surja la obligación de reparación como consecuencia del
incumplimiento de un contrato, resulta necesario acreditar en el proceso la
existencia de los perjuicios que dicho incumplimiento ocasionó, como serían,
por ejemplo, los mayores costos que debió soportar el contratista por
concepto de gastos de administración, disponibilidad de maquinaria y equipo,
jornales del personal, entre otros, pues si bien es cierto que es tarea del juez
la estimación de los perjuicios alegados por el acreedor, también lo es que
para ello requiere de su prueba y cuantificación, carga que incumbe al
acreedor insatisfecho que debe acreditarlos plenamente, de conformidad con
los dictados del artículo 177 del Código de Procedimiento Civil, (…)” 25
24
Sentencia de febrero 24 de 2005. C. P. Germán Rodríguez Villamizar. Exp. 14937.
25
Actor: Augusto Moreno Murcia.
consecuencias que de ella se derivan, conviene tener en cuenta lo expuesto por la
Sala Plena de esta Corporación:
“La noción de carga ha sido definida como ‘una especie menor del deber
consistente en la necesidad de observar una cierta diligencia para la
satisfacción de un interés individual escogido dentro de los varios que
excitaban al sujeto’26. La carga, entonces, a diferencia de la obligación, no
impone al deudor la necesidad de cumplir incluso pudiendo ser compelido
a ello coercitivamente con la prestación respecto de la cual se ha
comprometido con el acreedor, sino que simplemente faculta la aludida
carga, a aquél en quien recae, para realizar una conducta como
consecuencia de cuyo despliegue puede obtener una ventaja o un resultado
favorable, mientras que si no la lleva a cabo, asume la responsabilidad de
aceptar las consecuencias desventajosas, desfavorables o nocivas que tal
omisión le acarree.
“[S]i no existiera esta regla de juicio que faculta al juez para evitar el non
liquet cuando falte la prueba, sería muy frecuente el fracaso del proceso y la
consiguiente pérdida de tiempo, trabajo y dinero para el Estado y las partes.
La justicia y la función jurisdiccional del Estado resultarían entorpecidas y
frustradas en infinidad de ocasiones al no ser posible la sentencia de mérito,
a la vez que se fomentaría la incertidumbre jurídica en las relaciones
sociales, la repetición indefinida de procesos para el mismo litigio, y se
permitiría que quienes tengan interés en esa situación caótica puedan
fácilmente burlar los fines de interés público del proceso y la jurisdicción,
ocultando pruebas y entorpeciendo la actividad oficiosa del juez.
Los documentos con los cuales la parte actora pretendió probar la existencia
y el incumplimiento de un contrato denominado de “Administración Indirecta del
almacén general de la cárcel del Distrito Judicial de Valledupar”, que afirmó haber
celebrado con el “… director del INPEC en Valledupar (...) el día 15 de enero de
1997”, obran en copia simple y, por ende, no son legalmente aptos para demostrar
su existencia, como tampoco su ejecución e incumplimiento.
Al efecto cabe tener en cuenta que el artículo 168 del Código Contencioso
Administrativo32 señala expresamente que a los procesos atribuidos al
conocimiento de la Jurisdicción de lo Contencioso Administrativo aplicará el
régimen legal probatorio establecido por el Código de Procedimiento Civil. Así, al
incorporarse dicho régimen se adoptó también la filosofía 33 que inspira las pruebas
en el estatuto procesal civil, el cual se materializa en el sistema de valoración
probatoria que está presente en los procesos constitutivos, declarativos o de
condena que regula esa normatividad.
“El artículo 25 citado se refiere a los “documentos” y hay que entender que
se trata de documentos originales. En cambio, las normas acusadas versan
sobre las copias, como ya se ha explicado. Sería absurdo, por ejemplo, que
alguien pretendiera que se dictara mandamiento de pago con la copia
35
En este sentido se ha pronunciado la Sala, entre otras, en sentencia proferida el 23 de junio de
2010, expediente 20345, actor: Víctor Daniel Viveros Villegas.
36
MP: Dr. Jorge Arango Mejía.
simple, es decir, sin autenticar, de una sentencia, o con la fotocopia de una
escritura pública, también carente de autenticidad.
De otra parte, la certeza de los hechos que se trata de demostrar con prueba
documental, y en particular, con copias de documentos, está en relación
directa con la autenticidad de tales copias. Tal certeza es el fundamento de
la eficacia de la administración de justicia, y en últimas, constituye una
garantía de la realización de los derechos reconocidos en la ley sustancial.
4. Análisis de la Sala.
37
El Decreto Ley 2160 del 30 de diciembre de 1992, por medio por el cual se fusionó la Dirección
General de Prisiones del Ministerio de Justicia con el Fondo Rotatorio del Ministerio de Justicia
establece en su artículo 2, que: “El Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario es un
establecimiento público adscrito al Ministerio de Justicia, con personería jurídica, patrimonio
independiente y autonomía administrativa.”
Tampoco consta en el expediente prueba indicativa de que el señor Jairo de
Jesús Ebratt fuese el Director de la Cárcel del Distrito Judicial de Valledupar para
el 15 de enero de 1997 pues no acreditó esta condición; tampoco se acreditó su
competencia para suscribir contratos estatales, lo cual resultaba indispensable si
se tiene en cuenta que el Decreto ley 2160 del 30 de diciembre de 1992 38, por el
cual se fusionó la Dirección General de Prisiones del Ministerio de Justicia con el
Fondo Rotatorio del Ministerio de Justicia 39, prevé en relación con la competencia
para suscribir los contratos del INPEC, lo siguiente:
(…)
(…)
(…)”
38
Publicado en el Diario Oficial No. 40.703 de 31 de diciembre de 1992.
39
Proferido por el Presidente de la República en ejercicio de las atribuciones que le confiere el
Artículo Transitorio 20 de la Constitución Política.
necesario propender por la reconstrucción de la prueba en cuyo caso el actor
interesado en su recaudo, debió pedir la práctica de otras pruebas demostrativas
de la existencia del contrato y de su contenido.
Cabe agregar que la Sala, en relación con las omisiones en que incurren las
entidades públicas en desarrollo de un proceso judicial, ha precisado que el juez
no puede deducir responsabilidad de la entidad porque ello equivaldría a darle a
tal inasistencia el tratamiento de una confesión de responsabilidad y con ello se
desconocería el mandado del artículo 199 del Código de Procedimiento Civil 41.
FALLA
En esa perspectiva, considero que la Sala debe replantear la forma como aborda
el análisis de los elementos estructurales de la responsabilidad del Estado, para
evitar de esta manera introducir criterios que se subsumen en los conceptos antes
referidos. Proceder como se viene haciendo, en contravía de la propia
jurisprudencia administrativa, es desconocer la realidad normativa (artículo 90
C.P.), que corresponde como bien lo señala la Jurisprudencia Constitucional, a un
giro copernicano en la materia, toda vez, que la virtud o bondad del precepto
estriba precisamente en consolidar en nuestra cultura jurídica el derecho de
daños, opuesto a la concepción tradicional en el tema, donde prevalecía el análisis
subjetivo de la conducta por oposición al carácter hoy objetivo del daño, de no
hacerlo así, como se viene haciendo en una sorprendente cotidianidad jurídica en
los fallos proferidos por la Jurisdicción Contenciosa Administrativa, es sin lugar a
dudas, seguir manteniendo una posición que no coincide con el ordenamiento
jurídico en su dimensión unitaria o hermética, para de paso, mantener
equivocadamente en mi criterio, una postura que corresponde a un modelo de
pensamiento jurídico ya superado como fue el que antecedió a la constitución
vigente. En síntesis, puede afirmarse, que la labor analítica del juez en asuntos de
esta naturaleza, se reduce simple y llanamente a la constatación del daño como
entidad, que es un dato objetivo o de conocimiento dado por la experiencia; a la
posición axial frente al mismo por parte del juez, lo que imprime el sello de
antijurídico o jurídico, y una vez estructurado aquel –daño antijurídico - ,
coprogramáticamente mirar la posibilidad de imputación del mismo a una entidad
de derecho público.
Ahora bien, en materia del llamado nexo causal, debe precisarse una vez más que
este constituye un concepto estrictamente naturalístico que sirve de soporte o
elemento necesario a la configuración del daño, otra cosa diferente es que
cualquier tipo de análisis de imputación, supone, prima facie, un estudio en
términos de atribuibilidad material (imputatio facti u objetiva), a partir del cual se
determina el origen de un específico resultado que se adjudica a un obrar –acción
u omisión - , que podría interpretarse como causalidad material, pero que no lo es
jurídicamente hablando porque pertenece al concepto o posibilidad de referir un
acto a la conducta humana, que es lo que se conoce como imputación. No
obstante lo anterior, la denominada imputación jurídica (imputatio iure) supone el
establecer el fundamento o razón de la obligación de reparar o indemnizar
determinado perjuicio derivado de la materialización de un daño antijurídico, y allí
es donde intervienen los títulos de imputación que corresponden a los diferentes
sistemas o regímenes de responsabilidad que tienen cabida tal como lo ha dicho
la jurisprudencia en el artículo 90 de la Constitución Política. Así las cosas, hay
que reconocer que desde la estructura moderna de la responsabilidad patrimonial
del Estado, el nexo de conexión, o vínculo que debe existir entre la acción,
omisión, o conducta generante de un efecto, esto es, de una modificación
patrimonial –el daño en sentido fenoménico y jurídico - , corresponde a la
imputación material y / o normativa del mismo, lo que explica precisamente la
posibilidad de eximentes de imputación cuando quiera que por alguna
circunstancia no es posible hacer esa referibilidad, superando así aún, la
problemática que presenta la denominada causalidad de la conducta omisiva y
que en el esquema tradicional en vano ha tratado de justificarse acudiendo a todo
tipo de distorsiones dialécticas, que lo único que hacen es poner de manifiesto el
paralelismo entre physis y nomos. Esa relación en el derecho, tradicionalmente
llamada causalidad física, no puede seguir siendo la base del sistema, ni elemento
autónomo, ya que es parte estructural del daño al posibilitar su existencia en la
alteración o conformación mejor de una realidad, cosa diferente es la posibilidad
de atribuir ese daño al obrar o no del sujeto, lo que constituye la imputación en
sentido jurídico; más aún hoy día en que se habla de la crisis del dogma causal en
las ciencias de la naturaleza, lo que ha permitido la conceptualización y desarrollo
de criterios como el de la imputación objetiva y el deber de cuidado en el campo
jurídico, desde luego. En síntesis, mientras se mantenga la convicción de que la
causalidad en su natural sentido óntico, hace parte de las ciencias sociales, y que
constituye en ese entorno un elemento de la responsabilidad patrimonial, se
incurre en un error al mezclar dos líneas paralelas, que corresponden a objetos de
conocimiento diferentes: la naturaleza y el derecho, como ya se dijo. Y de otro
lado, aunque el daño es producido por la acción u omisión, esto es, se da una
relación entre dos hechos, eso hace parte de una regla de derecho –imputación -
mas no causalidad, la imputación vincula conductas, por ello se ha dicho: “La
ciencia del derecho no pretende, pues, dar una explicación causal de las
conductas humanas a las cuales se aplican las normas jurídicas”, o bien, en otro
horizonte: “La diferencia entre la causalidad y la imputación se pone de manifiesto
en la relación entre la condición y la consecuencia: en la ley de la naturaleza se
designa a la condición como causa y a la consecuencia como efecto, pero no
interviene ningún acto humano o sobrehumano. En la ley moral, religiosa o jurídica
la relación entre condición y consecuencia se establece por actos humanos o
sobrehumanos”.
CONSEJO DE ESTADO
SECCION TERCERA
“(...)
“Y en sentencia proferida el 22 de julio de 2009, expediente 17.552,
explicó el concepto de responsabilidad contractual por
incumplimiento así:
‘Ahora bien, sabido es que existe responsabilidad contractual sólo a
condición de que cualquiera de las partes deje de ejecutar por su
culpa el contrato y haya causado un perjuicio al acreedor. Para que
se estructure esa responsabilidad contractual por infracción a la ley
del contrato, debe demostrarse: (i) el incumplimiento del deber u
obligación contractual, bien porque no se ejecutó o lo fue
parcialmente o en forma defectuosa o tardía; (ii) que ese
incumplimiento produjo un daño o lesión al patrimonio de la parte
que exige esa responsabilidad y, obviamente, (iii) que existe un nexo
de causalidad entre el daño y el incumplimiento 42.
(…)” (Cursiva en original) (Pág. 10 de la providencia)
2.1. La Sala parte, en este caso, del reconocimiento de que son varios los
elementos estructurales de la responsabilidad del Estado, los cuales serian, a
saber: i) daño antijurídico, ii) falla del servicio, iii) nexo causal y, en algunos casos,
iv) hecho dañoso.
42
Cfr. Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación Civil, Exp. 6461 de 4 de julio de 1992, M.P.
José Fernando Ramírez Gómez.
El inciso primero del texto constitucional señalado, es del siguiente tenor literal:
43
Kelsen – Cossio, problemas escogidos de la teoría pura del derecho. Buenos Aires. Editorial
Guillermo Kraft Ltda.. 1952. Pág. 12.
44
Kant los asimila a mandatos de la razón que denomina imperativos. Fundamentación de la
metafísica de las costumbres, Editorial Ariel, Barcelona, Primera Edición, 1996, pág. 62
que originar como realidad, toda vez que no es un efecto incausado. Y en él se
encuentra inmersa la causalidad, como parte o condición del efecto – DAÑO - .
Por ello se ha dicho con trascendencia y claridad epistemológica:
45
Revista de derecho de la Universidad de Antioquia. Homenaje a Hans Kelsen, B. Mantilla
Pineda. El principio de retribución y la ley de causalidad. Pág. 358 y 359.
objetivamente comprobable y cuya inexistencia determina el fracaso
ineluctable de la pretensión”46
46
Sentencia del Consejo de Estado de diez de septiembre de 1993 expediente 6144 Consejero
Ponente Juan de Dios Montes.
47
En este sentido pueden verse también las sentencias de 2 de marzo de 2000, exp. 11135; 9 de
marzo de 2000 exp. 11005; 16 de marzo de 2000 exp. 11890 y 18 de mayo de 2000 exp. 12129
48
Sentencia proferida por el Consejo de Estado del 4 de diciembre de 2002 expediente 12625
Consejero Ponente Germán Rodríguez Villamizar
jurídicas pretenden repara o evitar no es cualquier daño, sino únicamente aquél
que frustra expectativas aseguradas por el derecho 49”
49
“27. HAYEK señala a este propósito que solo así “la regla de no perjudicar a otro cobra algún
sentido para un grupo de hombres que tienen el derecho a perseguir cada uno sus propios
objetivos”; de otra forma, si todas las personas tuviesen que atenerse continuamente a lo que los
otros esperan o presuponen de su comportamiento, “el resultado sería, en breve plazo, el
descalabro del orden” (cfr. Hayek, F.A.: Droit, legislation et liberté, París, 1981,t. I,pp. 122 y 124,
respectivamente). Vid., en el mismo sentido, CARNEIRO DA FRADA, M. A.: Contrato e deveres de
proteccao, Coimbra, 1994, p. 130”. Citado en Busto lago, José Manuel. La antijuridicidad del daño
resarcible en la responsabilidad civil extracontractual. Ed. Tecnos S.A. Madrid. 1998. pag 45.
50
Busto lago, José Manuel. Ob cit. Pag 50.
del daño, es decir, se basa en la posición jurídica de la víctima y no
sobre la conducta del actor del daño, que es el presupuesto de la
responsabilidad entre particulares.
“De manera tal que “la fuente de la responsabilidad patrimonial del Estado
es un daño que debe ser antijurídico, no porque la conducta del autor sea
contraria al derecho, sino porque el sujeto que lo sufre no tiene el deber
jurídico de soportar el perjuicio, razón por la cual se reputa indemnizable” 53,
lo cual significó un giro copernicano en el fundamento de la responsabilidad
estatal, la cual ya no reposa en la “calificación de la conducta de la
Administración, sino la calificación del daño que ella causa” (subrayas en el
original)54.
51
Ponencia para segundo debate – Plenaria Asamblea Nacional Constituyente, Gaceta
Constitucional No. 112 de 3 de julio de 1991, pág. 7 y 8.
52
Al respecto ver, entre otras, las sentencias: C-333 de 1996, M.P. Alejandro Martínez Caballero;
C-533 de 1996; C-043 de 2004, M.P. Marco Gerardo Monroy Cabra; C-038 de 2006, M.P.
Humberto Sierra Porto.
53
Sentencia C-533 de 1996.
54
Sentencia C-043 de 2004. En la misma decisión sostuvo: “No se trata de saber si hubo o no una
falla en el servicio, es decir una conducta jurídicamente irregular aunque no necesariamente
culposa o dolosa, sino de establecer si cualquier actuar público produce o no un “daño
antijurídico”, es decir un perjuicio en quien lo padece, que no estaba llamado a soportar” (negrillas
fuera del texto original).
"La Corte Constitucional ha entendido que esta acepción del daño
antijurídico como fundamento del deber de reparación estatal armoniza
plenamente con los principios y valores propios del Estado Social de
Derecho debido a que al Estado corresponde la salvaguarda de los
derechos y libertades de los administrados frente a la propia
Administración55. Igualmente ha considerado que se ajusta a distintos
principios consagrados en la Constitución, tales como la solidaridad (Art. 1º)
56
y la igualdad (Art. 13) , y en la garantía integral del patrimonio de los
ciudadanos, prevista por los artículos 2º y 58 de la Constitución 57. (Negrilla
fuera del texto)
55
Sentencia C-333 de 1996.
56
Esta Corporación, en Sentencia C-333-96, con ponencia del Magistrado Alejandro Martínez
Caballero, resaltó la armonía existente entre el régimen de responsabilidad patrimonial del Estado
consagrado en el artículo 90 de la Carta y el Estado Social de Derecho: “Desde el punto de vista
sistemático, la Corte considera que esta acepción del daño antijurídico como fundamento del deber
de reparación del Estado armoniza plenamente con los principios y valores propios del Estado
Social de Derecho (CP art. 1º), pues al propio Estado corresponde la salvaguarda de los derechos
y libertades de los particulares frente a la actividad de la administración. Así, la responsabilidad
patrimonial del Estado se presenta entonces como un mecanismo de protección de los
administrados frente al aumento de la actividad del poder público, el cual puede ocasionar daños,
que son resultado normal y legítimo de la propia actividad pública, al margen de cualquier conducta
culposa o ilícita de las autoridades, por lo cual se requiere una mayor garantía jurídica a la órbita
patrimonial de los particulares. Por ello el actual régimen constitucional establece entonces la
obligación jurídica a cargo del Estado de responder por los perjuicios antijurídicos que hayan sido
cometidos por la acción u omisión de las autoridades públicas, lo cual implica que una vez causado
el perjuicio antijurídico y éste sea imputable al Estado, se origina un traslado patrimonial del Estado
al patrimonio de la víctima por medio del deber de indemnización. Esta concepción de la
posibilidad de indemnización de un daño antijurídico incluso originado en una actividad lícita del
Estado armoniza además con el principio de solidaridad (CP art. 1º) y de igualdad (CP art. 13), que
han servido de fundamento teórico al régimen conocido como de daño especial, basado en el
principio de igualdad de todos ante las cargas públicas. En efecto, si la Administración ejecuta una
obra legítima de interés general (CP art. 1º) pero no indemniza a una persona o grupo de personas
individualizables a quienes se ha ocasionado un claro perjuicio con ocasión de la obra, entonces el
Estado estaría desconociendo la igualdad de las personas ante las cargas públicas (CP art. 13),
pues quienes han sufrido tal daño no tienen por qué soportarlo, por lo cual éste debe ser asumido
solidariamente por los coasociados (CP art. 1º) por la vía de la indemnización de quien haya
resultado anormalmente perjudicado. Se trata pues, de un perjuicio especial sufrido por la víctima
en favor del interés general, por lo cual el daño debe ser soportado no por la persona sino por la
colectividad, por medio de la imputación de la responsabilidad al Estado. Por ende, la fuente de la
responsabilidad patrimonial del Estado es un daño que debe ser antijurídico, no porque la conducta
del autor sea contraria al derecho, sino porque el sujeto que lo sufre no tiene el deber jurídico de
soportar el perjuicio, por lo cual éste se reputa indemnizable. Esto significa obviamente que no
todo perjuicio debe ser reparado porque puede no ser antijurídico, y para saberlo será suficiente
acudir a los elementos del propio daño, que puede contener causales de justificación que hacen
que la persona tenga que soportarlo”.
57
Sentencia C-832 de 2001.
sostenido que la imputación está ligada pero no se confunde con la
causación material, por cuanto en ciertos eventos se produce una
disociación entre tales conceptos, razón por la cual para imponer al Estado
la obligación de reparar un daño “es menester, que además de constatar la
antijuricidad del mismo, el juzgador elabore un juicio de imputablidad que le
permita encontrar un ´título jurídico´ distinto de la simple causalidad
material que legitime la decisión; vale decir, la ´imputatio juris´ además de la
imputatio facti”58. (Negrilla fuera del texto)
58
Consejo de Estado. Sentencia de 13 de julio de 1993, loc. cit.
59
Sentencia del Consejo de Estado de mayo 8 de 1995, Expediente 8118, Consejero Ponente
Juan de Dios Montes Hernández.
autoridad pública, sin hacer distingos en cuanto al causante del
daño.”60
2.6. En esa perspectiva, considero que la Sala debe replantear la forma como
aborda el análisis de los elementos estructurales de la responsabilidad del Estado,
para evitar de esta manera introducir criterios que se subsumen en los conceptos
antes referidos. Proceder como se viene haciendo, en contravía de la propia
jurisprudencia administrativa, es desconocer la realidad normativa (artículo 90
C.P.), que corresponde como bien lo señala la Jurisprudencia Constitucional, a un
giro copernicano en la materia, toda vez, que la virtud o bondad del precepto
estriba precisamente en consolidar en nuestra cultura jurídica el derecho de
daños, opuesto a la concepción tradicional en el tema, donde prevalecía el análisis
subjetivo de la conducta por oposición al carácter hoy objetivo del daño, de no
hacerlo así, como se viene haciendo en una sorprendente cotidianidad jurídica en
los fallos proferidos por la Jurisdicción Contenciosa Administrativa, es sin lugar a
dudas, seguir manteniendo una posición que no coincide con el ordenamiento
jurídico en su dimensión unitaria o hermética, para de paso, mantener
equivocadamente en mi criterio, una postura que corresponde a un modelo de
pensamiento jurídico ya superado como fue el que antecedió a la constitución
vigente. En síntesis, puede afirmarse, que la labor analítica del juez en asuntos de
esta naturaleza, se reduce simple y llanamente a la constatación del daño como
entidad, que es un dato objetivo o de conocimiento dado por la experiencia; a la
posición axial frente al mismo por parte del juez, lo que imprime el sello de
antijurídico o jurídico, y una vez estructurado aquel –daño antijurídico - ,
coprogramáticamente mirar la posibilidad de imputación del mismo a una entidad
de derecho público.
Ahora bien, en materia del llamado nexo causal, debe precisarse una vez más que
este constituye un concepto estrictamente naturalístico que sirve de soporte o
elemento necesario a la configuración del daño, otra cosa diferente es que
cualquier tipo de análisis de imputación, supone, prima facie, un estudio en
60
Corte Constitucional, sentencia C-038 de 2006, M.P. Humberto Sierra Porto.
términos de atribuibilidad material (imputatio facti u objetiva), a partir del cual se
determina el origen de un específico resultado que se adjudica a un obrar –acción
u omisión - , que podría interpretarse como causalidad material, pero que no lo es
jurídicamente hablando porque pertenece al concepto o posibilidad de referir un
acto a la conducta humana, que es lo que se conoce como imputación.
Así las cosas, hay que reconocer que desde la estructura moderna de la
responsabilidad patrimonial del Estado, el nexo de conexión, o vínculo que debe
existir entre la acción, omisión, o conducta generante de un efecto, esto es, de una
modificación patrimonial –el daño en sentido fenoménico y jurídico - , corresponde
a la imputación material y / o normativa del mismo 62, lo que explica precisamente
la posibilidad de eximentes de imputación cuando quiera que por alguna
circunstancia no es posible hacer esa referibilidad, superando así aún, la
problemática que presenta la denominada causalidad de la conducta omisiva y
que en el esquema tradicional en vano ha tratado de justificarse acudiendo a todo
tipo de distorsiones dialécticas, que lo único que hacen es poner de manifiesto el
paralelismo entre physis y nomos.
61
Consejo de Estado, Sección Tercera, sentencia de julio 12 de 1993, expediente 7622, M.P.
Carlos Betancur Jaramillo.
62
“En la responsabilidad del Estado la imputación no se identifica con la causalidad material, pues
la atribución de la responsabilidad puede darse también en razón de criterios normativos o
jurídicos” Sentencia proferida por la Sección Tercera del Consejo de Estado, de 21 de febrero de
2002 expediente 14215.
En síntesis, mientras se mantenga la convicción de que la causalidad en su
natural sentido óntico, hace parte de las ciencias sociales, y que constituye en ese
entorno un elemento de la responsabilidad patrimonial, se incurre en un error al
mezclar dos líneas paralelas, que corresponden a objetos de conocimiento
diferentes: la naturaleza y el derecho, como ya se dijo. Y de otro lado, aunque el
daño es producido por la acción u omisión, esto es, se da una relación entre dos
hechos, eso hace parte de una regla de derecho –imputación - mas no
causalidad, la imputación vincula conductas, por ello se ha dicho: “La ciencia del
derecho no pretende, pues, dar una explicación causal de las conductas humanas
a las cuales se aplican las normas jurídicas” 63, o bien, en otro horizonte: “La
diferencia entre la causalidad y la imputación se pone de manifiesto en la relación
entre la condición y la consecuencia: en la ley de la naturaleza se designa a la
condición como causa y a la consecuencia como efecto, pero no interviene ningún
acto humano o sobrehumano. En la ley moral, religiosa o jurídica la relación entre
condición y consecuencia se establece por actos humanos o sobrehumanos”. 64
Es por lo anterior, que lo itero una vez más, el análisis de éstas controversias debe
hacerse en el entendimiento que se deja planteado, de no hacerlo así, la Sala
estaría manteniendo una postura que ya ha sido superada en el ordenamiento
jurídico (art. 90 C. P.).
63
Kelsen, Hans, Teoría Pura del Derecho, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 12 Edición,
1974, pág. 20.
64
Kelsen – Cossio. Obra cit Pág. 22.
uno de los pilares del Estado de Derecho, social y democrático, que
proclama el art. 1.° de la misma Constitución .
65
Tribunal Supremo Español – Sala de lo Contencioso, sentencia de 11 de noviembre de 1993,
rad. STS 11664, M.P. Ángel Alfonso Llorente Calama. Ver igualmente: sentencia de 10 de julio de
1992, rad. STS 11010.
capítulo denominado “daño antijurídico e imputabilidad” fue aprobado sin ningún
tipo de observación y en forma unánime.
2.9. Bajo las anteriores precisiones, dejo sentada mi posición en cuanto concierne
a la forma como se abordó el análisis de los elementos de la responsabilidad
patrimonial del Estado, materia sobre el cual recae esta aclaración de voto.
Atentamente,