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Prólogo
Del otro lado del océano, en los Estados Unidos, Washington Irving
escribió numerosos cuentos sobre fenómenos sobrenaturales
regionales, entre los que se cuentan “La leyenda de Sleepy Hollow” (o
“La leyenda del Jinete sin Cabeza”) y “Rip Van Winkle” (de 1820),
probablemente los más recordados a nivel popular. Si bien se ganó una
fama notable gracias a sus cuentos psicológicos ambientados en Nueva
Inglaterra, Nathaniel Hawthorne también estaba fascinado por las
historias extrañas, y entre sus muchos relatos de lo oculto, “El
experimento del Dr. Heidegger” (de 1837) y el
póstumamente publicado Septimius Felton, o el elixir de la vida (de 1871)
son ejemplos del continuo interés de Hawthorne en la inmortalidad.
Sin duda los cuentos de Edgar Allan Poe han marcado hitos en la senda
de los relatos de horror. A partir de 1835, con “Berenice”, una oscura
narración sobre un hombre que se obsesiona con los dientes de su
amante, las historias de Poe abarcaron el amplio espectro de la ciencia
ficción, el misterio y el terror. Es imposible subestimar su influencia
sobre otras obras venideras. En muchos de sus cuentos, y de manera
novedosa, Poe se esforzó en crear un “único efecto” narrativo, poniendo
el foco en una experiencia emocional intensa. Poe fue notablemente
celebrado en Europa, en especial después de que Charles Baudelaire
tradujera su obra al francés (entre 1852 y 1865), siendo premiado
entonces con el raro honor de ser el primer autor norteamericano más
apreciado en el extranjero que en su propio país. Por ejemplo, si bien “El
escarabajo de oro” (de 1843) y “El cuervo” (de 1845) le valieron una
fama en su patria, apenas pudo ganar dinero con sus escritos, y antes de
su muerte era visto como un depravado, un alcohólico y un adicto a las
drogas.
Hacia finales del siglo XIX aparecieron varios escritores fascinados por
el terror. Arthur Conan Doyle, Rudyard Kipling, Guy de Maupassant,
Henry James y Robert Louis Stevenson produjeron numerosos relatos
de este género, demasiados como para comentarlos aquí. No obstante,
el punto más alto de la literatura de terror decimonónica se erigió sobre
las bases plantadas por ellos. En 1897, Bram Stoker –empresario y
crítico teatral, y autor de ficción romántica y de algunas historias
menores de terror– publicó Drácula, una obra tan escalofriante que se
ha convertido en el parámetro de todas las historias posteriores sobre
criaturas nocturnas.
El inglés Edward John Moreton Drax Plunkett fue el barón Dunsany del
siglo XVIII. Era un dramaturgo prolífico, poeta, novelista y autor de
relatos breves. Si bien escribió varias historias sobrenaturales, es más
recordado como un autor de fantasía, predecesor de J. R. R. Tolkien y C.
S. Lewis. Sus Crónicas de Rodríguez (de 1922) y La hija del rey del país de
los elfos (de 1924) son obras muy celebradas, y por esta razón los
escritores del género fantástico, como Jorge Luis Borges y Neil Gaiman,
y los escritores de ciencia ficción Michael Moorcock, Arthur C. Clarke,
Gene Wolfe y Robert E. Howard han reconocido la influencia de la obra
de Dunsany en la suya propia.
Durante buena parte del siglo XX las ediciones definitivas de las obras
lovecraftianas fueron publicadas en la editorial Arkham House, cuyo
fundador, August Derleth, creó expresamente para dar a conocer la
producción del autor. Lovecraft intencionalmente utilizaba un estilo de
escritura sesquipedálico, extenso, ampuloso y con desinencias arcaicas,
para producir un efecto de seriedad y verosimilitud. Su imaginario
estaba fuertemente influenciado por los dioses arcaicos de Dunsany y
los relatos de antiguos conjuros de Machen. Hacia finales del siglo fue
reconocido por muchos de los mejores escritores de ciencia ficción,
fantasía y horror como una figura clave en esos géneros, y fue
parodiado e imitado en varios formatos y medios masivos, incluso en
muchos filmes.
Notas
1 Fragmenta Historicorum Græcorum, editado por Carl Müller y publicado en 1848, selección de fragmentos de antiguos historiadores griegos. La historia aparece
en Anatomía de la melancolía, de Robert Burton (1621) y en The Phantom World: The History and Philosophy of Spirits (1746), de Dom Augustin Calmet.
2 Probablemente también una lamia. La traducción más famosa de la obra de Filóstrato es la de F. C. Conybeare, publicada en la Loeb Classical Library en 1912.
3 El libro fue vuelto a publicar un año más tarde con el título The Old English Baron. 4 El fantasma de la ópera (de 1910), de Gaston Leroux, con el personaje del loco
y trágico músico que comete asesinatos horribles y secuestra al amor de su vida, probablemente sea el punto más alto de este tipo de relatos.
5 El que ve fantasmas, o El visionario (de 1789), de Friedrich Schiller, es un claro ejemplo. Ambientado en Venecia, este “relato” es un cuento deliberadamente ambiguo
sobre un enmascarado armenio y su cómplice, un médium, que introducen a un rico conde alemán en un complejo laberinto de visiones y magia negra.
6 La novela terminada y perdida es maravillosamente imaginada en La novela de Lord Byron, de John Crowley (Nueva York, William Morrow & Co., 2005).
7 “El horror sobrenatural en la literatura”, en The Recluse (de 1927), revisado en 1933-1935. Lovecraft aseguró que en Melmoth “el miedo queda excluido del ámbito de
lo convencional y es exaltado como una espantosa nube que se cierne sobre el destino de los hombres”.
8 Hay controversias acerca de que Rymer fuera el autor de Varney o si fue obra de Thomas Peckett Prest (1810-¿1859?), autor de numerosos penny dreadfuls (novelas
populares) y creador del demonio barbero Sweeney Todd. Prest aseguró que Varney se basaba en hechos concretos ocurridos a principios del siglo XVIII, pero también