You are on page 1of 50

1

Emile Durkheim

LA DIVISIÓN DEL
TRABAJO SOCIAL

~ COLOfÓ,.J )./\.
PRÓLOGO

Tírulo original: De Id division du travail social

Traducción: Carlos G. Posada

En portada: Oro negro. Mariano Moré

En 1858, en Lorena, nace Emilio Durkheim en el seno


de una familia de rabinos. En 1893 defiende su tesis docto-
ral, De la División du Travail Social, a la que acompaña de
una tesis secundaria, redactada en laím, tal como pedían las
costumbres académicas de la época, sobre la contribución de
Montesquieu a la ciencia social (Quid Secundatus politicae
scientae instituendae contule rit).
Entre esas dos fechas, Durkheim consiguió terminar
brillantemente sus estudios secundarios, ingresar (con bas-
tante menos brillantez) en la Ecole Normale Superieure
(1879), viajar por Alemania y estudiar con Wundt
Sexta edición en Colofón. 2007 (1885-86), ser nombrado profesor de Pedagogía y Ciencia
Social en la Facultad de Letras de la Universidad de Burdeos
© Colofón S.A de CN.• 2007 y profesar así por primera vez en la Universidad francesa cur-
Franz Hals núm. 130 sos de sociología (1887). Sucinto recordatorio de fechas y ex-
Alfonso XIII, 01460 periencias que, ciertamente, puede iluminarse con detalles
México, D.F. menos banales. Así, puede evocarse al joven provinciano
instalado en París para preparar el concurso de ingreso en la
ISBN: 978-968-867-008-8 Ecole Normale que tiene como compañero de pensión a
Jean Jaurés, otro provinciano que también sigue idénticos
Prohibida su reproducción por cualquier medio mecáni~ o estudios, con quien habla largo y tendido sobre política: ni
electrónico sin la autorización escrita de los editores. el uno es todavía socialista•. ni el otro sociólogo, pero ambos
Impreso en México I
..
'Y"''

DE LA DIVISIÓN
T
!
el último asilo de la pequeña propiedad. Aun cuando en se-
mejante materia convenga guardarse de generalizar con exce-
so, sin embargo, parécenos hoy dificil poner en duda que las
DBL
1 principales ramas de la industria agrícola se encuentran cada
vez más arrastradas en el movimiento general ( 1 ). En fin, el
TRABAJO SOCIAL mismo comercio se ingenia en seguir y reflejar, en todos sus
matices, la diversidad infinita de las empresas industriales,
y mientras esta evolución se realiza con una espontaneidad
irreflexiva, los economistas que escrutan las causas y apre-
cian los resultados, lejos de condenarla y combatirla, procla-
man su necesidad. Ven en ella la ley superior de las socieda-
des humanas y la condición del progreso.
INTRODUCCION Pero la división del trabajo no es especial al mundo eco-
nómico; se puede observar su influencia creciente en las
regiones más diferentes de la sociedad. Las funciones polí-
El problema. ticas, administrativas, judiciales, se especializan cada vez
más. Lo mismo ocurre con las funciones artísticas y cien-
tíficas. ~stamos lejos del tiempo en que la Filosoría era la
Aunque la división del trabajo no sea cosa que date de ciencia única; se ha fragmentado en una multitud de discipli-
ayer, sin embargo, solamente a finales del siglo último es cuan- nas especiales, cada una con su objeto, su método, su espíritu.
do las sociedades han comenzado a tener conciencia de esta <De medio siglo en medio siglo, los hombres que se han seña-
ley, cuyos efectos sentían casi sin darse cuenta. Sin duda que lado en las ciencias se han hecho inás especialistas• (z).
en la antigüedad muchos pensadores se apercibieron de su im- Mostrando la naturaleza de los estudios de que se habían
portancia (r); pero Adam Smith es el primero que ha ensaya- ocupado los sabios más ilustres desde hace dos siglos, M. De
do hacer l¡¡ teoría. Es él, además, quien creó este nombre Candol!e observa que en la época de Leibnitz y Newton
que la ciencia social proporcionó más tarde a la Biología. •apenas si le bastarían dos o tres designaciones para cada sa-
Hoy día se ha generalizado ese fenómeno hasta un punto bio; por ejemplo, astrónomo y físico, o matemático, astrónomo
tal que salta a la vista de todos. No hay que hacerse ya ilu- y fisico, o bien no emplear más que términos generales como
siones sobre las tendencias de nuestra industria moderna; se filósofo o naturalista. Y aun esto no habría bastado todavía.
inclina cada vez más a los mecanismos poderosos, a las Los matemáticos y los naturalistas eran algunas veces erudi-
grandes agrupaciones de fuerzas y de capitdes, y, por con- tos o poetas. A fines del siglo xv,u habrían sido incluso nece-
secuencia, a la extrema división del trabajo. No solamente sarias designaciones múltiples para indicar exactamente qué
en el interior de las fábricas se han separado y especializado tenían de notable en muchas categorías de ciencias y de letras
las ocupaciones hasta el infinito, sino que cada industria es hombres como Wolff, Haller, Carlos Bonnet. Esta dÍficultad
ella misma una especialidad que supone otras especialidades. en el siglo x1x ya no existe, o al menos es muy rara• (3). No
Adam Smith y Stuart Mill todavía eweraban que al menos
la agricultura seria una excepción a la regla, y en ella veían
(r) Journal des Econumistes, noviembre de 1884, pág. 21 I.
(2) De Candolle, Histoire des Sciences et des Savants, 2.a edición~
(1) ou yCtp Sx aúo ~a't'p&'l yCj'IS't<Xt XOt'VOO'Yta., cxAA~ S§ ~ct'tpoü XCÚ ye:rop- página 263.
"(05 xcxt 5Aw~ hápro'Y oUx. tarov (Etica a Nicomaco. E, r 133 a, r6). (3) Ob. cit.
48 49
'
solamente el sabio ya no cultiva simultáneamente ciencias debemos querer? Nuestro deber ¿es buscar y llegar a constituir
diferentes, sino que incluso no abarca el conjunto de toda ¡¡
un ser acabado y COf11pleto, tu1 todo que se baste a sí mismo,
una ciencia. El círculo de sus investigaciones se restringe a ~
0 bien, por el contrario, limitamos a formar la parte de un
un orden determinado de problemas o incluso a un único !
~ todo, el órgano de un organismo? En una palabra, la división
problema. Al mismo tiempo, la función científica, que antes del trabajo, al mismo tiempo que es una ley de la Naturaleza,
casi siempre se acumulaba con alguna otra más lucrativa, 1 ¿es también una regla moral de la conducta humana, y, si tiene
como la del médico, la del sacerdote, la del magistrado, la este carácter, por qué causas y en qué medida? No es nece-
del militar, se basta cada vez más a sí misma. M. De Candolle sario demostrar la gravedad de este problema práctico, pues,
prevé incluso, para un día no lejano, que la profesión de sa- sea cual fuere el juicio que se tenga sobre la división del tra-
bio y la de profesor, hasta hoy tan íntimamente unidas toda- bajo, todo el mundo sabe muy bien que es y llega a ser cada
vía, se disociarán definitivamente. vez más, una de las bases fundamentales del orden social.
Las recientes especulaciones de la filosofía biológica han Este problema, la conciencia moral de las naciones se lo
acabado por hacemos ver en la división del trabajo un hecho ha planteado con frecuencia, pero de una manera confusa y
de una generalidad que los economistas que hablaron de ella
por vez primera no hubieran podido sospechar. Sábese, en
1 sin llegar a resolver nada. Dos tendencias contrarias encuén-
transe en presencia, sin que ninguna de ellas llegue a tomar
efecto, después de los trabajos de Wolff, de Von Baer, de sobre la otra una preponderancia que no deje lugar a dudas.
Milne-Edwards, que la ley de la división del trabajo se aplica Parece, sin duda, que la opinión se inclina cada vez más
a los organismos como a las sociedades; se ha podido incluso a hacer de la división del trabajo una regla imperativa de
· decir que un organismo ocupa un lugar tanto más elevado en conducta, a imponerla como un deber. Los que se sustraen
la escala animal cuanto más especializadas son las funciones. a la misma no son, es verdad, castigados con una pena pre-
Este descubrimiento ha tenido por efecto, a la vez, extender cisa, fijada por la ley, pero se les censura. Han pasado los
desmesuradamente el campo de acción de la división del tra- tiempos en que parecían os ser el hombre perfecto aquel que,
bajo y llevar sus orígenes a un pasado infinitamente lejano, interesándose por todo sin comprometerse exclusivamente
puesto que llega a ser casi contemporáneo al advenimiento 1 en nada, y siendo capaz de gustarlo y comprenderlo todo, en·
de la vida en el mundo. Ya no es tan sólo una institución contraba el medio de reunir y de condensar en él lo que ha-
social que tiene su fuente en la inteligencia y en la voluntad bía de más exquisito en la civllización. Hoy dia esta cultura
de los hombres; se trata de un fenómeno de biología general
1
e
general, antes tan alabada, no nos produce otro efecto que
del que es preciso, parece, buscar sus condiciones en las ~
el de una disciplina floja y relajada (r). Para luchar contra la
propiedades esenciales de la materia organizada. La división t naturaleza tenemos necesidad de facultades más vigorosas y
del trabajo social ya no se presenta sino como una forma par- i¡ de energías más productivas. Queremos que la actividad, en
ticular de ese processus general, y las sociedades, conformán· lugar de dispersarse sobre una superficie amplia, se concen-
dose a esta ley, ceden a una corriente nacida bastante antes tre y gane en intensidad cuanto pierde en extensión. Des-
que ellas y que conduce en el mismo sentido a todo el mun- confiamos de esos talentos excesivamente movibles que, pres-
do viviente. 1 tándose por igual a todos los empleos, rechazan elegir un
Un hecho semejante no puede, evidentemente, producirse papel determinado y atenerse a él sólo. Sentimos un aleja-
sin afectar de manera profunda nuestra constitución moral, miento hacia esos hombres cuyo único cuidado es organizar
pues el desenvolvimiento del hombre~ harli en dos sentidos
completamente diferentes, según nos abandonemos a ese mo-
¡1 ( I) Se ha interpretado u veces este pasaje como si implicara una con-
vimiento o le ofrezcamos resistencia. Mas entonces una cues- denación absoluta de toda especie de cultura general. En realidad, como
del contexto se deduce, no hablamos aquí más que de la cultura humanis-
tión apremiante se presenta: entre esas dos direcciones, ¡cuál ta, que es una cultura general, sin duda, pero no la única posible.
50 51
y doblegar todas sus facultades, pero sin hacer de ellas nin-
triste, dice Juan Bautista Say, darse cuenta de no haber ja-
gún uso definido y sin sacrificar alguna, como si cada uno
ás hecho que la décimoctava parte de un alfiler; y no se
de ellos debiera bastarse a sí mismo y formar un mundo in- m
imaginen que únicamente el obrero, que durante toda la VI'd a
dependiente. N os parece que ese estado de desligamiento
maneja una lima y un martillo, es quien así degenera en la
de indeterminación tiene algo de antisocial. El buen homb7e
dignidad de su naturaleza; lo mism~ ocur:e a aquel q.u~ por su
de otras veces no es para nosotros más que un diletan.
rofesión ejerce las facultades mas sutiles del espmtu» (r).
te, y negamos al diletantismo todo valor moral; vemos m·
bien la perfección en el hombre competente que busca, no:
~esde comienzos del siglo, Lemontey (z), comparando la exis-
tencia del obrero moderno con la vida libre y amplia del salvaje,
ser completo, sino el producir, que tiene una tarea delimitada
encontraba al segundo bastante más favorecido que al prime-
Y que se consagra a ella, que está a su servicio, traza su sur-
ro. Tocqueville no es menos severo. «.'\. medida, dice, que
co. •Perfeccionarse, dice M. Secrétan, es aprender su papel,
el principio de la división del trabajo recibe una aplicación
es hacerse capaz de llenar su función ..... La medida de
más completa, el arte hace progresos, el artesano retroce-
nuestra perfección no se encuentra ya en producirnos una
de• (3). De una manera general, la máxima que nos ordena
satisfacción a nosotros mismos, en los aplausos de la muche-
especializarnos hállase, por todas partes, como negada por_ el
dumbre o en la sonrisa de aprobación de un diletantismo principio contrario, que nos manda re~ar a todos un _miS-
preciso, sino en la suma de servicios proporcionados y en nues- mo ideal y que está lejos de haber perd1do toda su autondad.
tra capacidad para producirlos todavía (r). Así, el ideal mo- Sin duda, en principio, este conllicto nada tiene que deba
ral, de uno, de simple y de impersonal que era, se va diver- sorprender. La vida moral, como la del cuerpo y el espíritu,
sificando cada vez más. N o pensamos ya que el deber exclu- responde a necesidades diferentes e incluso contradictorias;
sivo del hombre sea realizar en él las cualidades del hombre en es natural, pues, que sea hecha, en parte, de elementos anta-
general; creemos que está no menos obligado a tener las de gónicos que se limitan y se ponderan mutuamente. No deja de
su e_mpleo. Un hecho, entre otros, hace sensible este estado ser menos cierto que, con un antagonismo tan acusado, hay
de opinió?, y es el carácter cada vez más especial que toma para turbar la conciencia moral de las naciones, ya que ade-
la educación. Juzgamos cada vez más necesario no someter más es necesario que pueda explicarse de dónde procede una
tod?s nuestros hijos a una cultura uniforme, como si todos contradicción semejante.
d~b1eran lleva_r una misma vida, sino formarlos de manera Para poner término a esta indecisión, no recunimos al
diferente, en VIsta de las funciones diferentes que están lla- método ordinario de los moralistas que, cuando quieren de·
mados a cumplir. E_n_ resumen, desde uno de sus aspectos, cidir sobre el valor moral de un precepto, comienzan por
el lmperabvo categonco de la conciencia moral está en vías presentar una fórmula general de la moralidad para confron-
de tomar la forma siguiente: ponte en estado'de llenar útilmen- tar en seguida el principio discutido. Sabemos hoy lo que
te una función determinada.
valen esas generalizaciones sumarias (4). Formuladas al co-
Pero, en relación con esos hechos, pueden citarse otros mienzo del estudio, antes de toda observación de los hechos,
que los_ ~?:radicen. Si la opinión pública sanciona la regla no tienen por objeto dar cuenta de los mismos, sino enunciar el
de. la diVISIOn del trabajo, no lo hace sin una especie de in-
qUietud Y vacilación. Aun cuando manda a los hombres es- (t) Tralté d'économiepolitiqta, lib. I, cap, VIII.
p-ecializarse, parece siempre temer qu~e especialicen dema- (2) Raison ou Folie, capítulo sobre la influencia de la división del trabajo.
Siado. Al lado de máximas que ensalzan el trabajo intensivo (3) La lJemocracia en América, Madrid, Jorro, editor.
hay otras no menos extendidas que señalan los peligros. <Es (4) En la primera edición de este libro hemos desenvuelto ampliamen-
te :as razones que, a nuestro juicio, prueban la esterilidad de este método.
(r) Le Principt de la morale, pág. r8 • Creemos ahora poder ser más breves. Hay- discusiones que no es preciso
9 prolongar indefinidamente.
52
53
principio abstracto de una legislación ideal completa. No nos trabajo, es decir, a que necesidad social corresponde.
dan, pues, un resumen de los caracteres esenciales que presen- Determinaremos en seguida las causas y las condiciones
ten realmente las reglas morales de tal sociedad o de tal tipo
social determinado; expresan sólo la manera como el mora-
lista se representa la moral. Sin duda que no dejan de ser
1 de que depende.
Finalmente, como no habría sido objeto de acusaciones
tan graves si realmente no se desviase con más o menos
instructivas, pues nos informan sobre las tendencias morales frecuencia del estado normal, buscaremos clasificar las prin-
que están en vías de surgir en momento determinado. Pero cipales formas anormales que presenta, a fin de evitar que
tienen sólo el interés de un hecho, no de una concepción sean confundidas con otras. Este estudio ofrecerá además el
científica. Nada autoriza a ver en las aspiraciones persona-
les sentidas por un pensador, por reales que puedan ser, una
1 interés de que, como en Biología, lo patológico nos ayudará
a comprender mejor lo fisiológico.
expresión adecuada de la realidad moral. Traducen necesida- f Por lo demás, si tanto se ha discutido sobre el valor moral
des que nunca son más que parciales; responden a algún desi- ' de la división del trabajo, ha sido mw;:ho menos por no estar
deratum particular y determinado que la conciencia, por una de acuerdo sobre la fórmula general de la moralidad, que por
ilusión que en ella es habitual, erige en un fin último o único. haber descuidado las cuestiones de hecho que vamos a tocar.
¡Cuántas veces ocurre incluso que son de naturaleza mórbida! Se ha razonado siempre como si fueran evidentes; como si,
r-:o
debería uno, pues, referirse a ellas como a criterios obje- para conocer la naturaleza, la actuación, las causas de la di-
tivos que permiten apreciar la moralidad de las prácticas. visión del trabajo, bastara analizar la noción que cada uno de
Necesitamos descartar esas deducciones que general- nosotros tiene. Un método semejante no tolera conclusiones
~ente no se emplean sino para figurar un argumento y ! científicas; así, desde Adam Smith, la teoría de la división
¡usttficar, fuera de tiempo, sentimientos preconcebidos e im- 1 del trabajo ha hecho muy pocos progresos. •Sus continua-
presiones personales. La única manera de apreciar objetiva- í dores, dice Schmoller ( r ), con una pobreza de ideas notable,
m~nte la división del trabajo es estudiarla primero en sí se han ligado obstinadamente a sus ejemplos y a sus obser-
IIDSma en ;ma forma completamente especulativa buscar a vaciones hasta el día en que los socialistas ampliaron el
"' '
qUien sirve y de quién depende; en una palabra, formamos 11 campo de sus observaciones y opusieron la división del tra-
de ella una noción tan adecuada como sea posible. Hecho bajo en las fábricas actuales a la de los talleres del siglo xvm.
esto, hallarémonos en condiciones de compararla con los de- 1 Pero, incluso ahí, la teoría no ha sido desenvuelta de una
más fenómenos morales y ver qué relaciones mantiene con !
~ manera sistemática y profunda; las consideraciones tecnoló-
ellos. Si encontramos que desempeña un papel semejante a gicas o las observaciones de una verdad banal de algunos
cualquiera otra práctica cuyo carácter moral y normal es in- economistas no pudieron tampoco favorecer particularmente
discutible; que si, en ciertos casos, no desempeña ese papel el desenvolvimiento de esas ideas.• Para saber lo que obje-
es a consecuencia de desviaciones anormales; que las causas

¡ tivamente es la división del trabajo, no basta desenvolver el


~

que la producen son también las condiciones determinantes contenido de la idea que nosotros nos hacemos, sino que es
de otras reglas morales, podemos llegar a la conclusión de preciso tratarla como un hecho objetivo, observarlo, compa-
que. de?e ser clasificada entre estas últimas. Y así, sin querer
sustitUimos a la conciencia moral de las sociedades, sin pre-
ten~er _le~lar en su lugar, podemos ~varle un poco de luz
i rarlo, y veremos que el resultado de esas observaciones difiere
con frecuencia del que nos sugiere el sentido íntimo (2 ).

y d1smmmr sus perplejidades. 1


. Nuestro trabajo se dividirá, pues, en tres partes prin- ( 1) La divisitm du travail étudiée au potnt de vut kislorique, en la
Cipales. RerJ. d'écon. pol, 1889, pág. 567.

j
(2) Desde 1893 har. aparecido o han llegado a nuestro conocimiento,
Buscaremos primero cuál es la función de la división del
dos obras que interesan a la cuestión tratada en nuestro libro. En primer
54
55

LIBRO PRIMERO
L/1 FUNC.ION DE L/1 DIIIISION DEL TRIIBIIJO

1
1 t CAPITULO PRIMERO
!
MÉTODO PARA DETERMINAR ESTA FUNCIÓN

La palabra función se emplea en dos sentidos diferentes;


o bien designa un sistema de movimientos vitales, abstrac-
ción hecha de sus consecuencias, o bien expresa la relación
de correspondencia que existe entre esos movimientos y
algunas necesidades del organismo. Así se habla de la fun-
ción de digestión, de respiración, etc.; pero también se dice
que la digestión tiene por función la incorporación en el
organismo de substancias líquidas y sólidas destinadas a
reparar sus pérdidas; que la respiración tiene por función
introducir en los tejidos del animal los gases necesarios para
el mantenimiento de la vida, etc. En esta segunda acepción
entendemos la palabra. Preguntarse cuál es la función de la
división del trabajo es, pues, buscar a qué necesidad corres-
t ponde; cuando hayamos resuelto esta cuestión, podremos
! ver si esta necesidad es de la misma clase que aquellas a
1 que responden otras reglas de conducta cuyo carácter moral
no se discute.
lugar, la .Socia/e .Dt:fferenzierung de Simmel (Leipzig, VII, pág. r 4¡), en la 11 Si hemos escogido este término es que cualquier otro
que no es especialmente problema la división del trabajo, sino el proces- t resultaría inexacto o equívoco. N o podemos emplear el de
sus de individ.ualización, de una manera gen'ftt. Hay después el libro de ¡
Bücher, .Die Entstelmng der Volk.swirlsckaft, recientemente traducido al fin o el de objeto y hablar en último término de la división
a a
francés bajo el título de Etu&s lústoire et économie polittqu¿ (París, del trabajo, porque esto equivaldría a suponer que la división
Alean, Jgor), y en el cual varios capítulos están consagrados a la división del trabajo existe en vista de los resultados que vamos a de-
del trabajo económico. terminar. El de resultados o el de efectos no deberá tampoco
56 57
satisfacernos porque no despierta idea alguna de correspon- grado de inmoralidad alcanzado en una sociedad dada. Ahora
déncia. Por el contrario, las palabras rol o función tienen la bien, si se hace la experiencia, no resulta en honor de la
gran ventaja de llevar implícita esta idea, pero sin prejuzgar civilización, puesto que el número de tales fenómenos mór-
nada sobre la cuestión de saber cómo esta correspondencia se bidos parece aumentar a medida que las artes, las ciencias
establece, si resulta de una adaptación intencional y precon- y la industria progresan (r). !O ería, sin duda, una ligereza sacar
cebida o de un arreglo tardío. Ahora bien, lo que nos importa 1 de este hecho la conclusión de que la civilización es inmoral,
es saber si existe y en qué consiste, no si ha sido antes pre- pero se puede, cuando menos, estar cierto de que, si tiene
sentida ni incluso si ha sido sentida con posterioridad. sobre la vida moral una influencia positiva y favorable, es
bien débil.
Si, por lo demás, se analiza este complexus mal definido
que se llama la civilización, se encuer,tra que los elementos
I
de que está compuesto hállanse desprovistos de todo carácter
moral.
Nada parece más fácil, a primera vista, como determinar 1
¡ Es esto sobre todo verdad, con relación a la actividad eco-
el papel de la división del trabajo. ¿No son sus esfuerzos
conocidos de todo el mundo? Puesto que aumenta a la vez
i nómica que acompaña siempre a la civilización. Lejos de ser-
vir a los progresos de la moral, en los grandes centros indus-
la fuerza productiva y la habilidad del trabajador, es la con· triales es donde los crímenes y suicidios son más numerosos;
dición necesaria para el desenvolvimiento intelectual y ma- 1 en todo caso es evidente que no presenta signos exteriores en
terial de las sociedades; es la fuente de la civilización. Por 1
~
los cuales se reconozcan los hechos morales. Hemos reem-
otra parte, como con facilidad se concede a la civilización plazado las diligencias por los ferrocarriles, los barcos de vela
un valor absoluto, ni se sueña en buscar otra función a la di- por los transatlánticos, los pequeños talleres por las fábricas;
visión del trabajo. todo ese gran desplegamiento de actividad se mira general-
Que produzca realmente ese resultado es lo que no se mente como útil, pero no tiene nada del moralmente obliga-
puede pensar en discutir. Pero, si no tuviera otro y no sir-
viera para otra cosa, no habría razón alguna para atribuirle
1 torio. El artesano y el pequeño industrial que resisten a esa
corriente general y perseveran obstinadamente en sus mo-
1
un carácter moral. ~ destas empresas, cumplen con su deber tan bien como el gran
~
En efecto, los servicios que así presta son casi por com- j{ industrial que cubre su país de fábricas y reune bajo sus
pleto extraños a la vida moral, o al menos no tienen con órdenes a todo un ejército de obreros. La conciencia moral
ella más que relaciones muy indirectas y muy lejanas. Aun de las naciones no se engaña: prefiere un poco de justicia a
cuando hoy esté muy en uso responder a las diatribas de todos los perfeccionamientos industriales del mundo. Sin
Rousseau con ditirambos en sentido inverso, no se ha pro- duda que la actividad industrial no carece de razón de ser;
bado todavia que la civilización sea una cosa moral. Para responde a necesidades, pero esas necesidades no son mo-
dirimir la cuestión no puede uno referirse a análisis de con- 1 rales.
ceptos que son necesariamente subjetivos; sería necesa- '~
¡
Con mayor razón ocurre esto en el arte, que es absolu-
rio conocer un hecho que pudiera servir para medir el ni ve! tamente refractario a todo lo que parezca una obligación,
~
de la moralidad medía y observar en ~dá cómo cambia a puesto que no es otra cosa que el dominio de la libertad. Es
medida que la civilización progresa. Desgraciadamente, nos 1
falta esta unidad de medida; pero poseemos una para la 1 (1) V. Alexander von Oettingen, Mora!statistik, Erlangen, 1882, pá ..
inmoralidad colectiva. La cifra medía de suicidios, de crime- rrafos 37 y sigs,-Tarde, Criminalité comparée, cap. II (París, F. Alean).
nes de toda especie, puede servir, en efecto, para señalar el Para los suicidios, véase más adelante (lib. II, cap. I, párrafo z).
58 59
un lujo y ~n adorno que posiblemente es bueno tener, pero cambio ni el sentido en que es necesario cambiar; por el con-
que no esta uno obligado a adquirir: lo que es superfluo no se trario, una conciencia esclarecida sabe por adelantado pre-
impone. Por el contrario, la moral es el mínimum indispen- pararse la forma de adaptación. He aquí por qué es preciso
sable, lo estrictamente necesario, el pan cotidiano sin el cual que la inteligencia, guiada por la ciencia, tome una mayor
las sociedades no pueden vivir. El arte resp~nde a la necesi- parte en el curso de la vida colectiva.
dad que tenemos de expansionar nuestra actividad sin fin Sólo que la ciencia que todo el mundo necesita así po-
por el placer de extenderla, mientras que la moral nos cons-' seer no merece en modo alguno llamarse con este nombre.
triñe a seguir un camino determinado hacia un fin definido· N o es la ciencia; cuando más, la parte común y la más
quien dice obligación dice coacción. Así, aun cuando pued~ general. Se reduce, en efecto, a un pequeño número de
estar animado por ideas morales o encontrarse mezclado en conocimientos indispensabl<:s que a todos se exigen por-
la evolución de fenómenos morales propiamente dichos, el que están al alcance de todos. La ciencia propiamente dicha
arte no es moral en sí mismo. Quizá la observación llegaría pasa muy por encima de ese nivel vulgar. No sólo compren-
incluso a establecer que en los individuos, como en las so- de lo que es una vergüenza ignorar, sino lo que es posible
ciedades, un desenvolvimiento intemperante de las faculta- saber. No supone únicamente en los que la cultivan esas fa-
des estéticas es un grave síntoma desde el punto de vista cultades medias que poseen todos los hombres, sino disposi-
de la moralidad. ciones especiales. Por consiguiente, no siendo asequible más
De todos los elementos de la civilización, la ciencia es el que a un grupo escogido, no es obligatoria; es cosa útil y
único que, en ciertas condiciones, presenta un carácter mo- bella, pero no es tan necesaria que la sociedad la reclame
ral. En efecto, las sociedades tienden cada vez más a consi- imperativamente. Es una ventaja proveerse de ella; nada
derar como un deber para el individuo el desenvolvimiento de hay de inmoral en no adquirirla. Es un campo de acción
su inteligencia, asimilando las verdades científicas estableci- abierto a la iniciativa de todos, pero en el que nadie está
das. Hay, desde ahora, un cierto número de conocimientos obligado a penetrar. Nadie esta obligado a ser ni un sabio ni
que todos debemos poseer. No está uno obligado a lanzarse un artista. La ciencia está, pues, como el arte y la industria,
en el gran torbellino industrial; no está uno obligado a ser fuera de la moral ( r).
artista; pero todo el mundo está obligado a no permanecer Si tantas controversias han tenido lugar sobre el carácter
un ignorante. Esta obligación hállase incluso tan fuerte- moral de la civilización, es que, con gran frecuencia, los mo-
mente sentida que, en ciertas sociedades, no sólo se encuen- ralistas no han tenido un criterio objetivo para distinguir
tra sancionada por la opinión pública, sino por la ley. No los hechos morales de los hechos que no lo son. Es cos-
es, por lo demás, imposible entrever de dónde viene ese pri- tumbre calificar de moral a todo lo que tiene alguna no-
vilegio espt:cial de la ciencia. Y es que la ciencia no es otra bleza y algún precio, a todo lo que es objeto de aspiraciones
cosa que la conciencia llevada a su más alto punto de clari- un tanto elevadas, y gracias a esta extensión excesiva de la
dad. Ahora bien, para que las sociedades puedan vivir en las palabra se ha introducido la civilización en la moral. Pero es
condiciones de existencia que actualmente se les han forma- preciso que el dominio de la Etica sea tan indeterminado;
do, es preciso que el campo de la conciencia, tanto individual comprende todas las reglas de acción que se imponen impe-
como social, se extienda y se aclare. En efecto, como los rativamente a la conducta y a las cuales está ligada una
medios en que viven se hacen cada ve~ás complejos, y, sanción. pero no va · más allá. Por consiguiente. puesto que
por consiguiente, cada vez más movibles, para durar es pre-
ciso que cambien con frecuencia. Por otra parte, cuanto más
(z) "La r..aracterística esencial de lo bueno 1 comparado con lo verda-
obscura es una conciencia, más refractaria es al cambio, dero1 es, pues1 la de ser obligatorio. Lo verdadero, tomado en sí mismo, no
porque no percibe con bastante rapidez la necesidad del tiene ese carácter.» (Janet, Morale, pág. 139.)
6()
61
l
nada hay en la civilización que ofrezca ese criterio de la mo- proporcionaría se reducirían a reparar las pérdidas que oca-
ralidad, moralmente es indiferente. Si, pues, la división del sionare.
trabajo no tuviera otra misión que hacer la civilización posi- Todo nos invita, pues, a buscar otra función a la divi-
ble, participaría de la misma neutralidad moral. sión del trabajo. Algunos hechos de observación corriente
Por no ver generalmente otra función en la división del
1
f van a ponemos en camino de la solución.
¡
trabajo, es por lo que las teorías que se han presentado son
ha_sta ese punto, inconsistentes. En efecto, suponiendo qu~
eXIsta una zona neutra en moral, es imposible que la división
II
del trabajo forme parte de la misma (I). Si no es buena, es
mala; si no es moral, no es moral. Si, pues, no sirve para otra
cosa, se cae en insolubles antinomias, pues las ventajas eco- Todo el mundo sabe que amamos a quien se nos aseme-
nómicas que presenta están compensadas por inconvenientes ja, a cualquiera que piense y sienta como nosotros. Pero el
morales, y como es imposible sustraer una de otra a esas dos fenómeno contrario no se encuentra con menos frecuen-
cantidades heterogéneas e incomparables, no se debería decir cia. Ocurre también muchas veces que nos sentimos atraídos
cuál de las dos domina sobre la otra, ni, por consiguiente, to- 1 por personas que no se nos parecen, y precisamente por eso.
mar un partido. Se invocará la primacía de la moral para Estos hechos son, en apariencia, tan contradictorios, que
condenar radicalmente la división del trabajo. Pero, aparte 1¡ siempre han dudado los moralistas sobre la verdadera natu-
de que esta ultima ratio es siempre un golpe de Estado cien- raleza de la amistad y se han inclinado tanto hacia una como
!
t~fico, la evidente necesidad de la especialización hace impo- hacia otra de las causas. Los griegos se habían planteado ya
sible sostener una posición tal. 1 la cuestión. <La amistad, dice Aristóteles, da lugar a muchas
Hay más; si la división del trabajo no llena otra misión, 1 discusiones. Según unos, consiste en una cierta semejanza, y
no solamente no tiene carácter moral, sino que, además, no los que se parecen se aman: de ahí ese proverbio de que las
se percibe cuál sea su razón de ser. Veremos en efecto buenas yuntas Dios las cría y ellas se ¡"untan, y algunos más
, ' . '
como por s1 misma la civilización no tiene valor intrínseco y
)
por el estilo. Pero, según otros, al contrario, todos los que se
absoluto; Jo que la hace estimable es que corresponde a cier- parecen son modeladores los unos para los otros. Hay otras
tas necesidades. Ahora bien, y esta proposición se demos- explicaciones buscadas más alto y tomadas de la considera-
trará más adelante(2). esas necesidades son consecuencias ción de la naturaleza. Así, Eurípides dice que la tierra dese-
de la división del trabajo. Como ésta no se produce sin un cada está llena de amor por la lluvia,_y que el cielo sombrío,
aumento de fatiga, el hombre está obligado a buscar, como cargado de lluvia, se precipita con furor amoroso sobre la tie-
aumento de reparaciones, esos bienes de la civilización que, rra. Heráclito pretende que no se puede ajustar más que
de ~tr~ _manera, no tendrían para él interés alguno. Si, pues, aquello que se opone, que la más bella armonía nace de las
la división del trabajo no respondiera a otras necesidades diferencias, que la discordia es la ley de todo lo que ha de
que éstas, f,!O tendría otra función que la de atenuar los efec- devenir» (r).
~s que ella misma produce, que curar las heridas que oca- 1 Esta oposición de doctrinas prueba que existen una y otra
SIOna. En esas condiciones podría ser necesario sufrirla ¡
¡
amistad en la naturaleza. La desemejanza, como la semejan-
pero no habría razón para quererla, por~e los servicios qu~ 1 za, pueden ser causa de atracción. Sin embargo, no bastan a
!¡ producir este efecto cualquier clase de desemejanzas. No en-
(1} Puesto que se halla en antagonismo con una regla moral. ¡Ver In·
contramos placer alguno en encontrar en otro una naturale-
traducción.
(s) Véase lib. II, ca_ps. I y V. ( I) Etkiqut a Nto., \111, 1, "55 a, 32.
62
63
1
za simplemente diferente de la nuestra. Los pródigos no bus-
can la compañia ~e l~s avaros, ni los caracteres rectos y
francos la de los htpócntas y sohpados; los espíritus amables
y dulces no sienten gusto alguno por los temperamentos du-
r
1
La historia de la sociedad conyugal nos ofrece del mismo
fenómeno un ejemplo más evidente todavía.
No cabe duda que la atracción sexual sólo se hace sen-
tir entre individuos de la misma especie, y el amor supone,
ros y agrios. Sólo, pues, existen diferencias de cierto género con bastante frecuencia. una cierta armonía de pensamien-
que mutuamente se atraigan; son aquellas que, en lugar de 1 tos y sentimientos. No es menos cierto que lo que da a esa
oponerse y excluirse, mutuamente se completan. •Hay, dice ¡ inclinación su carácter específico y lo que produce su par-
M. Bain, un género de desemejanza que rechaza, otro que ticular energía, no es la semejanza, sino la desemejanza de
atrae, el uno tiende a llevar a la rivalidad, el otro conduce a naturalezas que une. Por diferir uno de otro el hombre y la
la amistad ..... Si una (de las á os personas) posee una cosa mujer, es por lo que se buscan con pasión. Sin embargo,
que la otra no tiene, pero que desea tener, en ese hecho se
encuentra el punto de partida para un atractivo positivo»(!).
Así ocurre que el teórico de espíritu razonador y sutil tiene
¡ como en el caso precedente, no es un contraste puro y sim-
ple el que hace surgir esos sentimientos recíprocos: sólo di-
ferencias que se suponen y se completan pueden tener esta
con frecuencia una simpatía especial por los hombres prácti- i virtud. En efecto, el hombre y la mujer, aislados uno de otro,
cos, de sentido recto, de intuiciones rápidas; el tímido por 1 no son más que partes diferentes de un mismo todo concre-
las gentes decididas y resueltas, el débil por el fuerte, y recí. to que reforman uniéndose. En otros términos, la división
procamente. Por muy bien dotados que estemos, siempre nos del trabajo sexual es la fuente de la solidaridad conyugal, y
falta alguna cosa, y los mejores de entre nosotros tienen el 1 por eso los psicólogos han hecho justamente notar que la se-
sentimiento de su insuficiencia. Por eso buscamos entre nues-
tros amigos las cualidades que nos faltan, porque, uniéndo-
nos a ellos, participamos en cierta manera de su naturaleza y
¡ paración de los sexos había sido un acontecimiento capit~ en
la evolución de los sentimientos; es lo que ha hecho posible
la más fuerte quizá de todas las inclinaciones desinteresadas.
nos sentimos entonces menos incompletos, Fórmanse así pe- Hay más. La división del trabajo sexual es susceptible
queñas asociaciones de amigos en las que cada uno des- de ser mayor o menor; puede o no limitarse su alcance a los
empeña su papel de acuerdo con su carácter, en las que hay órganos sexuales y a algunos caracteres secundarios que de
un verdadero cambio de servicios. El uno protege, el otro ellos dependan, o bien, por el contrario, extenderse a todas
consuela, éste aconseja, aquél ejecuta, y es esa división de las funciones orgánicas y sociales. Ahora bien, puede verse
funciones o, para emplear una expresión consagrada, esa en la historia cómo se ha desenvuelto en el mismo sentido
división del trabajo, la que determin" tales relaciones de exactamente y de la misma manera que la solidaridad con-
amistad.
yugal.
Vémonos así conducidos a considerar la división del tra- Cuanto más nos remontamos en el pasado más se redu-
bajo desde un nuevo aspecto. En efecto, los servicios econó- 1 ce la división del trabajo sexual. La mujer de esos tiempos
micos que puede en ese caso proporcionar, valen poca cosa lejanos no era, en modo alguno, la débil criatura que después
al lado del efecto moral que produce, y su verdadera función ha llegado a ser con el progreso de la moralidad. Restos de
es crear entre dos o más personas un sentimiento de solidari. osamentos prehistóricos atestiguan que la diferencia entre la
dad. Sea cual fuere la manera como ese resultado se obtuvie- fuerza del hombre y la de la mujer era en relación mucho
re, sólo ella suscita estas sociedades ~amigos y las imprime más pequeña que hoy día lo es (r). Ahora mismo todavía,
su sello. en la infancia y hasta la pubertad, el esqueleto de ambos se-
xos no difiere de una manera aoreciable: los rasrros domi-

(r) Emotions et Volonté, París, Alean, pág. 135. (r) Topinard, Anl!tropologie, pág. 146.
64 65
nantes son, sobre todo, femeninos. Si admitimos que el des- ro de pueblos salvajes en que la mujer se mezcla en_ la v~da
envolvimiento del individuo reproduce, resumiéndolo, el de olítica. Ello especialmente se observa en las tnbus m-
la especie, hay derecho a conjeturar que la misma homoge- ~as de América, como las de los Iroqueses, los Natchez (r),
neidad se encuentra en los comienzos de Ja evolución hu- en HaW ai , donde participa de mil maneras en la v1da .. de los
mana, y a ver en la forma femenina como una imagen apro- hombres (2), en Nueva Zelanda, en Samoa. Tamb1en se ve
ximada de lo que originariamente era ese tipo único y común, frecuencia a las mujeres acompañar a los hombres a la
con excitarlos al combate e incluso tomar en e'l una par te
del que la variedad masculina se ha ido destacando poco a guerra ,
poco. Viajeros hay que, por lo demás, nos cuentan que, en muY activa. En Cuba, en el Dahomey, son tan guerreras
algunas tribus de América del Sur, el hombre y la mujer como los hombres y se baten al lado de ellos (3). Uno de los
presentan en la estructura y aspecto general una semejanza atributos que hoy en día distingue a la mujer, la dulzura, no
que sobrepasa a todo lo que por otras partes se ve (r). ece haberle correspondido primitivamente. Y a en algunas
En fin, el Dr. Lebon ha podido establecer directamente y con :ecies animales la hembra se hace más bien notar por el
una precisión matemática esta semejanza original de los dos carácter contrano. . .
sexos por el órgano eminente de la vida física y psíquica, Ahora bien, en esos mismos pueblos el mat~m~mo se
el cerebro. Comparando un gran número de cráneos es- halla en un estado completamente rudimentario. Es mcl~so
cogidos en razas y sociedades diferentes, ha llegado a la muy probable, si no absolutamente ~~mO!ltrado, que ha _habtdo
conclusión siguiente: «El volumen del cráneo del hombre y una época en la historia de la famiha en que no extst1a ma-
de la mujer, incluso cuando se comparan sujetos de la mis- trimonio; las relaciones sexuales se anudab~ ~ .se :o m-
ma edad, de igual talla e igual peso, presenta considerables , a voluntad sin que ninguna obligación JUndtca hgase
pmn ' . T
diferencias en favor del hombre, y esta desigualdad va igual- a los cónyuges. En todo caso, conocemos un tipo frum 1ar,
mente en aumento con la civilización, en forma que, desde que se encuentra relativamente próximo a nosotros (4).
el punto de vista de la masa cerebral y, por consiguiente, de y en el que el matrimonio no está todavía sino e~ estado de
la inteligencia, Ja mujer tiende a diferenciarse Qada vez más germen indistinto: la familia maternal. Las relacwnes de la
del hombre. La diferencia que existe, por ejemplo, entre el madre con sus hijos se hallan muy definidas, pero las de am-
término medio de cráneos de varones y mujeres del París bos esposos son muy flojas. Pueden cesar en cuanto ~as par-
contemporáneo es casi el doble de la observada entre los tes quieran, o, aún más bien, no se contratan smo ~or
cráneos masculinos y femeninos del antiguo Egipto> (2). Un un tiempo limitado (5). La fidelidad conyugal n_o se, e~1ge
antropólogo alemán, M. Bischoff, ha llegado en este punto todavía. El matrimonio, o lo que así llamen, constste umca-
a los mismos resultados (3). mente en obligaciones de extensión limitada, y con frecuen-
Esas semejanzas anatómicas van acompañadas de seme- cia de corta duración, que ligan al marido a los padres de la
janzas funcionales. En esas mismas sociedades. en efecto. 1 mujer; se reduce, pues, a bien poca cosa. Ahora bien, en una
las funciones femeninas no se distinguen claramente de las sociedad dada, el conjunto de esas reglas jurídicas que cons-
funciones masculinas; los dos sexos llevan, sobre poco más
o menos, la misma existencia. Todavía existe un gran núme-
1
(•) Waitz, Antkropoklgie, lll, IOI-102,
(z) Id., ob. dt., VI, 12r.
(3) Spencer, Sociologie, trad. fran., París, Alean, III, 39r.
(1) Ver Spencer, Essais sdentifiques, trlltP. fran., París, Alean, pági·
na 300. - Waitz, en su Anthropologie der Naturvotker, I, 76, da cuenta
1 ( } La familia maternal ha existido indudablemente entre los germa-
4
nos.-Véase Dargun, Mutterrecht un Raube!te im Germaniscken Rechte.
de muchos hechos de la misma clase. Breslau, r883.
(2) L'Homme el les Sociétés, Il, 154. (S) Véase principalmente Smith, Marriage and Kins!tip in Early
(3) Das Gehirngewicht des Menscken, eine Studie, Bonn, 188o. Arabia. Cambridge, 1885, pág. 67.
67
r tituyen el matrimonio no hace más que simbolizar el estado afectivas y el otro las funciones intelectuales. Al
de la solidaridad conyugal. Si ésta es muy fuerte, los lazos ·rertas clases a las mujeres ocuparse de arte y lite-
- ver en C ,
que unen a los esposos son numerosos y complejos, y, por ' omo los hombres, se podría creer, es verdad, que
ratura, e .
consiguiente, la reglamentación matrimonial que tiene por .·.·.·¡as ·.. ocupaciones de ambos sexos . tienden
. a. ser homogeneas. .
objeto definirlos está también muy desenvuelta. Si, por el ·.·> • cluso en esta esfera de accton la mu¡er aporta su propta
_:_ ;·;Pero, m ' . .
contrario, la sociedad conyugal carece de cohesión, si las re- ::i.C naturaleza, y su papel sigue siendo muy espectal, muy d1fe:en-
laciones del hombre y de la mujer son inestables e intermiten- .!:.de del papel del hombre. Además, si el arte y las letras comren-
tes, no pueden tomar una forma bien determinada, y, por · .·.·•.·. . hacerse cosas femeninas, el otro sexo parece abandonar-
JUUla · · Pd'
consiguiente, el matrimonio se reduce a un pequeño número · las para entregarse más especialmente a la crencra. o na,
de reglas sin rigor y sin precisión. El estado del matrimonio uy bien suceder que la vuelta aparente a la homoge-
pues, m .
en las sociedades en que los dos sexos no se hallan sino débil- ·dad primitiva no hubiera sido otra cosa que el comienzo
ne1 .• · f
mente diferenciados, es testimonio, pues, de que la solidari- de una nueva diferenciación. Además, esas d11erencras ~n-
dad conyugal es muy débil. . al s se han hecho materialmente sensrbles por las drfe-
cron e
Por el contrario, a medida que se avanza hacia los tiem- rendas morfológicas que han determinado. N o. solamente la
pos modernos, se ve al matrimonio desenvolverse. La red talla, el peso, las formas generales son muy drferentes en el
de lazos que crea se extiende cada vez más; las obligaciones hombre y en la mujer, sino que el Dr. Lebon. h.a. de~.ostrado,
que sanciona se multiplican. Las condiciones en que puede emos visto que con el progreso de la crv1ltzac10n el ce-
ya lo h ' . S . t
celebrarse, y aquellas en las cuales se puede disolver, se de- ebro de ambos sexos se diferencia cada vez mas. egun es e
limitan con una precisión creciente, así como los efectos de ~bservador, tal desviación progresiva se debería, a la ~ez, al
esta disolución. El deber de fidelidad se organiza; impuesto desenvolVimiento considerable de los crán~os masculr~os Y
primeramente sólo a la mujer, más tarde se hace recíproco. un estacionamiento o incluso una regresrón de los craneos
Cuando la dote aparece, reglas muy complejas vienen a fijar :emeninos. e Mientras que, dice, el término medio ~e las ge?-
los derechos respectivos de cada esposo sobre su propia for- tes masculinas de París se clasifican entre los c~aneos mas
tuna y sobre la del otro. Basta, por lo demás, lanzar una grandes conocidos, el término medio de las femenmas se cla-
ojeada sobre nuestros Códigos para ver el lugar importante sifica entre Jos cráneos más pequeños observad~s, muy por
que en ellos ocupa el matrimonio. La unión de los dos espo- bajo del cráneo de las chinas, y apen~s por enc1ma del crá-
sos ha dejado de ser efímera; no es ya un contacto exterior. neo de las mujeres de Nueva Caledonra» (r). . .
pasajero y parcial, sino una asociación íntima, durable, con En todos esos ejemplos, el efecto más notable de la dtvt-
frecuencia incluso indisoluble, de dos existencias completas. sión del trabajo no es que aumente el rendimiento de las
Ahora bien, es indudable que, al mismo tiempo, el tra- funciones divididas, sino que las hace más solidanas. Su pa-
bajo sexual se ha dividido cada vez más. Limitado en un pel, en todos esos casos, no es simplemente e~bellecer. ~
principio únicamente a las funciones sexuales, poco a poco mejorar las sociedades existentes, srno hacer posibles s~cte
se ha extendido a muchas otras. Hace tiempo que la mu- dades que sin ella no existirían. Si se .retrotrae más al:a de
jer se ha retirado de la guerra y de los asuntos públicos, un cierto punto la división del trabaJO sexual, la soc1edad
y que su vida se ha reconcentrad :J toda entera en el interior conyu"'al se desvanece para no dejar subsistir más que rela •
0

de l.a :amilia. P.osteriorm~nte su pap~no ha hecho sino es- ciones sexuales eminentemente efímeras; mientras los se:os
pecializarse mas. Hoy dta, en los pueblos cultos, la mujer no se hayan separado, no surgirá toda una forma .d~ :a v1da
lleva una existencia completamente diferente a la del hombre. social. Es posible que la utilidad económica de la dtvrs1ón del
Se diría que las dos grandes funciones de la vida psíquica se
han como disociado, que uno de los sexos ha acaparado las (t) Ob. cit., I54·
69
68
trabajo influya algo en ese resultado, pero, en todo caso, sobre. Por corto que este análisis resulte, basta para mostrar
pasa infinitamente la esfera de intereses puramente econórni. ue este mecanismo no es idéntico al que sirve de base a los
cos, pues consiste en el establecimiento de un orden social ;entimientos de simpatía cuya semejanza es la fuente. Sin
moral sui generis. Los individuos están ligados unos a otroy duda, no puede haber jamás solidaridad entre otro y nos-
Y si no fuera por eso serían independientes; en lugar de dess~ otros, salvo que la imagen de otro se une a la nuestra.
envolverse separadamente, conciertan sus esfuerzos; son so. Pero cuando la unión resulta de la semejanza de dos imáge-
lidario~, y de una solidaridad que no actúa solamente en los nes, consiste entonces en una aglutinación. Las dos repre-
co~os mst~ntes en que se cambian los servicios, sino que se sentaciones se hacen solidarias porque siendo indistintas
extiende mas allá. La solidaridad conyugal, por ejemplo, tal totalmente o en parte, se confunden y no forman más que
como hoy día existe en los pueblos más civilizados, ¿no hace una, y no son solidarias sino en la medida en que se con-
sen~ir su acción a cada momento y en todos los detalles de funden. Por el contrario, en los casos de división del tra-
la Vlda? Por otra parte, esas sociedades que crea la división bajo, se hallan fuera una de otra y no están ligadas sino por-
del trabajo no pueden dejar de llevar su marca. Ya que que son distintas. Los sentimientos no deberían, pues, ser los
tienen :ste origen ~s-pecial, no cabe que se parezcan a las que mismos en los dos casos, ni las relaciones sociales que de ellos
determma la atraccwn del semejante por el semejante; deben se derivan.
constituirse de otra manera, descansar sobre otras bases, ha- Vémonos así llevados a preguntarnos si la division del
cer llamamiento a otros sentimientos. trabajo no desempeñará el mismo papel en grupos más ex-
Si con frecuencia se las ha hecho consistir tan sólo en tensos; si, en las sociedades contemporáneas en que ha
el cambio de relaciones sociales a que da origen la división adquirido el desarrollo que sabemos, no tendrá por funció?
del trabajo, ha sido por desconocer lo que el cambio implica y integrar el cuerpo social, asegurar su un1dad. Es muy leg¡-
lo que de él resulta. Supone el que dos seres dependan mu- timo suponer que los hechos que acabamos de observar se
tuamente u?o de otro, po~gue uno y otro son incompletos, y reproducen aquí, pero con más amplitud; que esas grandes
no hace mas que traducir al exterior esta dependencia mu- sociedades políticas no pueden tampoco mantenerse en
tua. N o es, pues, más que la expresión superficial de un es- equilibrio sino gracias a la especialización de las tareas;
tado interno y más profundo. Precisamente porgue este que la división del trabajo es la fuente, si no única, al me~os
estado es co~stante, suscita todo un mecanismo de imáge- principal de la solidaridad social. En este punto de vista
nes que funcwna con una continuidad que no varía. La ima- se había ya colocado Comte. De todos los sociólogos, den-
gen del ser que nos completa llega a ser en nosotros tro de lo que conocemos, es el primero que ha señalado
mismos inseparable de la nuestra, no sólo porgue se asocia en la división del trabajo algo más que un fenómeno pura-
a ella con mucha frecuencia, sino, sobre todo, porgue es mente económico. Ha visto en ella «la condición más esencial
su complemento natural: deviene, pues, parte integrante y para !a--:ida social», siempre que se la conciba «en toda su
permanente de nuestra conciencia, hasta tal punto que no extensión racional, es decir, que se la aplique al conjunto de
podemos pasarnos sin ella y que buscamos todo ¡0 que pue- todas nuestras diversas operaciones, sean cuales fueren, en
da aumentar su energía. De ahí que amemos la sociedad de lugar de limitarla, como es frecuente, a simples casos mate·
aquello que representa, porgue la presencia del objeto que riales>>. Considerada bajo ese aspecto, dice, «Conduce inme-
expre~a, h~ciéndolo pasar al estad~e percepción actual, le diatamente a contemplar, no sólo a los individuos y a las cla-
da mas relieve. Por el contrario, nos causan sufrimiento to- . ses, sino también, en muchos respectos, a los diferentes pue-
das las circunstancias que, como el alejamiento 0 la muerte ' blos, como participando a la vez, con arreglo a su propia ma-
pueden tener por efecto impedir la vuelta y disminuir la viva~ nera y grado especial, exactamente determinado, en una obra
cidad. inmensa y común cuyo inevitable desenvolvimiento gradual
70 71
1iga, por lo demás, también a los cooperadores actuales a la se- ce la solidaridad. Pero es necesario, sobre todo, determinar en
rie de sus predecesores, cualesquiera que hayan sido, e igual- qué medida la solidaridad que produce contribuye a la in te-
mente a la serie de sus diversos sucesores. La distribución con- gración general de la sociedad, pues sólo entonces sabremos
ti~ua. de los diferentes trabajos humanos es la que constituye, hasta qué punto es necesaria, si es un factor esencial de la co-
pnnc¡palmente, pues, la solidaridad social y la que es causa hesión social, o bien, por el contrario, si no es más que una
elemental de la extensión y de la complicación creciente del condición accesoria y secundaria. Para responder a esta cues-
organismo social> ( r ). . tión es preciso, pues, comparar ese lazo social con los otros,
Si es~a ~ipótesis fuera demostrada, la división del trabajo a fin de calcular la parte que le corresponde en el efecto to-
desempenana un papel mucho más importante que el que de tal, y para eso es indispensable comenzar por clasihcar las
ordinario se le atribuye. No solamente serviría para dotar a diferentes especies de solidaridad sociaL
nuestras sociedades de un lujo, envidiable tal vez, pero su- Pero la solidaridad social es un fenómeno ~ompletamen!e
perfluo; sería una condición de su existencia. Gracias a ella moral que, por sí mismo, no se presta a observación exacla
o, cuando menos, principalmente a ella, se aseguraría su co- ni sobre todo, al cálculo. Para proceder tanto a esta clasifica-
hesión; determinaría los rasgos esenciales de su constitución. ciÓn como a esta comparación, es preciso, pues, sustituir el
Por eso mismo, y aun cuando no estamos todavía en estado hecho interno que se nos escapa, con un hecho externo que
de resolver la cuestión con rigor, se puede desde ahora entre- le simbolice, y estudiar el primero a través del segundo.
ver, sin embargo, que, si la función de la división del trabajo es Ese símbolo visible es el derecho. En efecto, alh donde
realmente tal, debe tener un carácter moral, pues las necesi- la solidaridad social existe, a pesar de su carácter inmaterial,
dades de orden, de armonía, de solidaridad social pasan ge- no permanece en estado de pura potencia, sino que mani-
neralmente por ser morales. fiesta su presencia mediante efectos sensibles. Allí donde es
Pero, antes de examinar si esta opini(.u común es fun- fuerte, inclina fuertemente a los hombres unos hacia otros,
dada, es preciso comprobar la hipótesis que acabamos de les pone frecuentemente en contacto, multiplica las ocasiones
emitir sobre el papel de la división del trabajo. Veamos si, en que tienen de encontrarse en relación. Hablando exacta-
efecto, en las sociedades en que vivimos es de ella de quien mente, dado el punto a que hemos llegado, es difícil de~ir s~
esencialmente deriva la solidaridad social. es ella la que produce esos fenómenos, o, por el contrano, S!
es su resultado; si los hombres se aproximan porque ella es
enérgica, o bien si es enérgica por el hecho de la aproxima-
ción de éstos. Mas, por el momento, no es necesario dilucidar
la cuestión, y basta con hacer constar que esos dos órdenes
lii de hechos están ligados y varían al mismo tiempo y en el
mismo sentido. Cuanto más solidarios son los miembros de
Mas, ¿cómo procederemos para esta comprobación? una sociedad, más relaciones diversas sostienen, bien unos
.No tenemos solamente que investigar si, en esas clases de con otros bien con el grupo colectivamente tomado, pues,
' .
s~_cJedades, existe una solidaridad social originaría de la divi- si sus encuentros fueran escasos, no dependenan unos de
sw~ de.! trabajo. Trátase de una verdad evidente, puesto que otros más que de una manera intermitente y débiL Por otra
la diVISIÓn del trabajo está en ellas muy.¿¡le~~nvuelta y produ- parte, el número de esas relaciones es necesariamente propor-
cional al de las reglas jurídicas que las determman. En efec-
to, ]a vida social, allí donde existe de una manera permanen-
(t) Cours de pkilosophie positive, IV, 4 25.-Ideas análogas se en- te tiende inevitablemente a tomar una forma definida Y a
cuentren en Schaeffle, Bau und Ltben des socialen Km-rl>.-.. - ¡¡ •·· · ' .
el , S:. .
ement, czence soczale, I, 2 35 y sigs.
'.J:"''"' tr""'szm,y organizarse,_y el derecho no es otra cosa que esa orgamza-
72 73
La
ción, incluso en lo que tiene de más estable y preciso ( 1). pero es que carecen de importancia y de con ti-
v1da general de la sociedad no puede extenderee sobreun
_ • .j
nuidad, salvo, bien entendido, los casos anormales a que
punto determmado sm que la vida jurídica se extie d .acabaiiJtOS de referirnos. Si, pues, es posible que existan tipos
· . n a al
m1smo tiempo y en la misma relación. Podemos, pues, estai lidaridad social que sólo puedan manifestar las costum-
w
· ciertamente, son muy secundarios; por el contrano, e
. l
seguros de encontrar
. reflejadas en el derecho todas las v anec
'
dd
a es esenciales de la solidaridad social. .de:¡:e(:ho reproduce todos los que son esenciales, y son éstos
Ciertamente, se podría objetar que las relaciones socia] : ¡ s únicos que tenemos necesidad de conocer.
0
pueden establecerse sin revestir por esto una forma jurídi~· Habrá quien vaya más lejos y sostenga que la solidari-
¡ social no se halla toda ella en esas maru'fest acwnes.
Hay algunas en que la reglamentación no llega a ese gradb' •
prec1so y consohdado; no están por eso indeterminadas, pen:i}' ¡Que éstas no la expresan sino en parte e imper-
en lugar de regularse por el derecho, sólo lo son por las ¿Que más allá del derecho y de la costum-
costumb.res. El ~erecho no refleja, pues, m2s que una parHi' encuéntrase el estado interno de que aquella pro-
de. la v1da soc1aJ y, por consiguiente, no nos proporciom!' ', cede y que para conocerla de verdad es preciso llegar hasta
mas ella misma y sin intermediario?-Pero no podemos conocer
. que datos incompletos para resolver el problema . Hay
mas; con frecuencia ocurre que las costumbres no están de · científicamente !as causas sino por los efectos que produ-
acuerdo con el derecho; continuamente se dice que atempe-'' cen, y, para mejor determinar la naturaleza, la ciencia no
:an los rigores, corrigen Jos excesos formalistas, a veces hace más que escoger entre esos resultados aquellos que
mcluso que están animadas de un espíritu completamen- ron más objetivos y se prestan mejor a la medida. Estudia el
te d1stmto. ¿No podría entonces ocurrir que manifestaren calor al través de las variaciones de volumen que producen
~tr~s clases de solidaridad social diferentes de ]as que exte- en los cuerpos los cambios de temperatura, la electricidad a
nonza el derecho positivo? través de sus fenómenos fisico-químicos, la fuerza a través
~ero esta oposición no se produce más que en circuns- del movimiento. ¿Por qué ha de ser una excepción la solida-
tancias completamente excepcionales. Para ello es preciso ridad social?
que el de:echo no se halle en relación con el estado presente ¿Qué subsiste de ella, además, una vez que se la des-
d~ la soc1edad y que, por consiguiente, se mantenga, sin ra- poja de sus formas sociales? Lo que le proporciona sus caracte·
zon de .ser, por la fuerza de la costumbre. En ese caso, en res específicos es la naturaleza del grupo cuya unidad asegura;
efecto: Jas nuevas relaciones que a su pesar se establecen por eso varía según Jos tipos sociales. No es la misma en el
no de¡an de organizarse, pues no pueden durar si no buscan seno de la familia y en las sociedades políticas; no estamos
su ~onsolidacion. Sólo que, como se hallan en conflicto con el ligados a nuestra patria de la misma manera que el romano
an!!guo derecho que persiste, no pasan del estado de cos- Jo estaba a la ciudad o el germano a su tribu. Puesto que
t~mbres ~ no llegan a entrar en la vida jurídica propiamente esas diferencias obedecen a causas sociales, no podemos ha-
dtc~a. As1_es como el antagonismo surge. Pero no puede pro- cernos cargo de ellas más que a través de las diferencias que
~uctrse mas que en casos raros y patológicos que no pueden ofrecen los efectos sociales de la solidaridad. Si desprecia-
me! uso durar sin peligro. Normalmente las costumbres no se mos, pues, estas últimas, todas esas variedades no se pueden
oponen al derecho, sino que, por el contrario, constituyen distinguir, y no podremos ya percibir más que lo común a to·
su base. Es verdad que a veces o~e que nada se le- das, a saber, la tendencia general a la sociabilidad, tendenci.a
v:mta sobre esta base. Puede haber relaciones sociales que que siempre es y en todas partes la misma, y que no está li-
solo toleren esa reglamentación difusa procedente de las gada a ningún tipo social en particular. Pero este residuo no
es más que una abstracción, pue~ la sociabilidad en sí n~ se
(r) Véase más adelante, libro III, cap. r. encuentra en parte alguna. Lo que existe, y realmente vtve,
74 75
más manifiesta (r). Sin duda que esas consideraciones
son la~ formas part~culares de la solidaridad, la solidarictaa
domesttca, la solzdandad profesional, la solidaridad nacional complementarias, introducidas sin método, a título de ejem-
l~ ~e ayer, la ~e hoy, etc. Cada una tiene su naturaleza pro~ plos y siguiendo los azares de la sugestión, no son suficien-
pia, por consigurente, esas generalidades no deberi tes para dilucidar bastante la naturaleza social de la solida-
td d an,en ridad. Pero, al menos, demuestran que el punto de vista
. o o caso, ar del fenómeno más que una explicación muy
m completa, puesto que necesariamente dejan escapar lo sociológico se impone incluso a los psicólogos.
hay de concreto y de vivo. que
Nuestro metodo hállase, pues, trazado por completo. Ya
· ElE estudio de la solidaridad depende , pues , de la S ocw
. 1o-
que el derecho reproduce las formas principales de la solida-
gia.. s un h:cho social que no se puede conocer bien sino
ridad social, no tenemos sino que clasificar las diferentes
po_r :ntermedw de sus efectos sociales. Si tantos moralistas y
psicologos han podido tratar la cuestión sin seguir este mé- especies del mismo, para buscar en seguida cuáles son las
diferentes especies de solidaridad social que a aquéllas co-
tod?, es que han soslayado la dificultad. Han eliminado del
rresponden. Es, pues, probable que exista una que simbolice
fenomeno todo lo que tiene de más especialmente social para
esta solidaridad especial de la que es causa la división del
no r:tener más que el germen psicológico que desenvuelve.
trabajo. Hecho esto, para calcular la parte de esta última, bas-
Es Cierto, en efecto, que la solidaridad, aun siendo ante todo
tará comparar el número de reglas jurídicas que la expresan
un hecho social, d_ep:'nde de nuestro organismo individual.
Pa_ra que pue~a eXIstir es preciso que nuestra constitución con el volumen total del derecho.
Para este trabajo no podemos servirnos de las distincio-
físiCa Y psiqUica la soporte. En rigor puede uno, pues, con-
nes utilizadas por los juristas. Imaginadas con un fin prác-
tentarse con estu_diarla bajo este aspecto. Pero, en ese caso,
tico, serán muy cómodas desde ese punto de vista, mas la
no se ve de ella smo la parte más indistinta y menos especial;
ciencia no puede contentarse con tales clasificaciones empí-
propiamente hablando, no es ella en realidad, es más bien ¡0
ricas y aproximadas. La más extendida es la que divide el
que la hace posible.
derecho en derecho público y derecho privado; el primero
No sería muy fecundo todavía en resultados este estudio
tiene por misión regular las relaciones entre el individuo y el
abstracto.
... Mientras permanezca en estado de simple ~m d" _
Estado, el segundo, las de los individuos entre sí. Pero cuan·
posici~n de_ nuestra naturaleza física, la solidaridad es algo
do se intenta encajar bien esos términos, la línea divi-
demasiado mdefinido para que se pueda fácilmente !le
el!~. Trátase de una virtualidad intangible que no ofrec~: soria, que parecía tan clara a primera vista, se desvanece.
Todo el derecho es privado en el sentido de que siempre y
O~Jeto a la observación. Para que adquiera forma compren-
en todas partes se trata de individuos, que son los que actúan;
Sible :s pre~iso que se traduzcan al exterior algunas conse-
pero, sobre todo, todo el derecho es público en el senti-
c~enc¡as sociales. Además, incluso en ese estado de indeter-
do de ser una función social, y de ser todos los Individuos,
minación, depende de condiciones sociales que la explican y
aunque a título diverso, funcionarios de la sociedad. Las
de las cuales, por consiguiente, no puede ser desligada. Por
funciones maritales, paternas, etc., no están delimitadas ni
eso es muy raro que en los análisis de pura psicologia no organizadas de manera diferente a como lo están las funcio-
se encuentren mezclados algunos puntos de vista sociológi-
nes ministeriales y legislativas, y no sin razón el derecho
cos. !\sí, por ejemplo, algunas palabras aluden a la influencia
romano calificaba la tutela de munus publicum. ¿Qué es, por
del estado gregario sobre la formación del sentimiento social
lo demás. el Estado? ,Dónde comienza y dónde termina?
eng~neral (r); o bien se indican rápi~ente las principales
relacwnes sociales de que la solidaridad depende de la ma-
(1) Spencer, Principes de Psychologíe, VIIf parte, cap. V. ParÍs,
Alean.
(I) Bain, Emotions et Volonté, págs. II¡ y sigs., Parí~. Alean
77
76
Bien sabemos cuánto se discute la cuestión; no es científico
apoyar una clasificación fundamental sobre t:.na noción tan
obscura y poco analizada.
Para proceder metódicamente necesitamos encontrar al-
guna característica que, aun siendo esencial a los fenómenos
jurídicos, sea susceptible de variar cuando ellos varían. Ahora
bien, todo precepto jurídico puede definirse como una regla
de conducta sancionada. Por otra parte, es evidente que las CAPITULO Ir
1 sanciones cambian según la gravedad attibuída a los precep-
tos, el lugar c¡ue ocupan en la conciencia pública, el papel
SOLIDARID.~D ~lECÁN!CA O POR SEMEJANZAS
que desempeñan en la sociedad. Conviene, pues, clasificar
las reglas jurídicas según las diferentes sanciones que a ellas
van unidas. I
Las hay de dos clases. Consisten esencialmente unas en
un dolor, o, cuando menos, en una disminución que se oca- El lazo de solidaridad social a que corresponde el derecho
siona al agente; tienen por objeto perjudicarle en su fortuna , represivo es aquel cuya ruptura constituye el crimen; llama-
o en su honor, o en su vida, o en su libertad, privarle de mos con tal nombre a todo acto que, en un grado cualqtúe-
alguna cosa de que disfruta. Se dice que son represivas; tal ra, determina contra su autor esa reacción característica que
es el caso del derecho penal. Verdad es que las que se hallan se llama pena. Buscar cuál es ese lazo equivale a preguntar
ligadas a reglas puramente morales tienen el mismo carácter· cuál es la causa de la pena o, con más claridad, en qué con-
sólo que están distribuidas, de una manera difusa, por toda~ siste esencialmente el crimen.
partes indistintamente, mientras que las del derecho penal no Hay, sin duda, crímenes de especies diferentes; pero entre
se aplican sino por intermedio de un órgano definido; están todas esas especies hay, con no menos seguridad, algo de
organizadas. En cuanto a la otra clase, no implican necesaria- común. La prueba está en que la reacción que determinan
mente un sufrimiento del agente, sino que consisten tan sólo por parte de la sociedad, a saber, la pena, salvo las dife-
· en poner las cosas en su sitio; en el restablecimiento de rela- rencias de grado, es siempre y por todas partes la misma.
ciones perturbadas bajo su forma normal, bien volviendo por La unidad del efecto nos revela la unidad de la causa. N o
la fuerza el acto incriminado al tipo de que se había desviado solamente entre todos los crímenes previstos por la legisla-
bien anulándolo, es decir, privándolo de todo .valor social. S~ ción de una sola y única sociedad, sino también entre todos
deben, pues, agrupar en dos grandes especies las reglas jurí- aquellos que han sido y están reconocidos y castigados en
dicas, según les correspondan sanciones represivas organiza- 1 los diferentes tipos sociales, existen seguramente semejanzas
das, o solamente sanciones restitutivas. La primera com-
prende todo el derecho penal; la segunda, el derecho civil, el
derecho mercantil, el derecho procesal, el derecho adminis-
¡ esenciales. Por diferentes que a primera vista parezcan los
actos así calificados, es imposible que no posean algún fondo
común. Afectan en todas partes de la misma manera la con-
trativo y constitucional, abstracción hecha de las reglas pena- ciencia moral de las naciones y producen en todas partes la
les que en éstos puedan encontrarse. ¿; misma consecuencia. Todos son crímenes, es decir, actos
Busquemos ahora a qué clase de ~solidaridad social co- reprimidos con castigos definidos. Ahora bien, las propieda-
rresponde cada una de esas especies. des esenciales de una cosa son aquellas que se observan por
todas partes donde esta cosa existe y que sólo a ella perte-
necen. Si queremos, pues, saber en qué consiste esencialmen-
78 79
te el crimen, es preciso desentrañar los rasgos comunes que
aparecen en todas las variedades criminológicas de los di- jantes variaciones del derecho represivo prueban, a la vez, que
ferentes tipos sociales. No hay que prescindir de ninguna. ese carácter constante no debería encontrarse entre las propie-
Las concepciones jurídicas de las sociedades más inferiores dades intrínsecas de los actos impuestos o prohibidos por las
no son menos dignas de interés que las de las sociedades reglas penales, puesto que presentan una tal diversidad, sino

li
'
.!
más elevadas; constituyen hechos igualmente instructivos.
Hacer de ellas abstracción sería exponernos a ver la esencia
del crimen allí donde no existe. El biólogo habría dado una
en ]as relaciones que sostienen con alguna condición que les
es externa .
Se ha creído encontrar esta relación en una especie de
definición muy inexacta de los fenómenos vitales si hubiera antagonismo entre esas acciones y los grandes intereses so-
desdeñado la observación de los seres monocelulares; de la ciales, y se ha dicho que las reglas penales enunciaban para
sola contemplación de los organismos y, sobre todo, de los cada tipo social las condiciones fundamentales de la vida
organismos superiores, habría sacado la conclusión errónea colectiva. Su autoridad procederá, pues, de su necesidad; por
de que la vida consiste esencialmente en la organización. otra parte, como esas necesidades varían con las sociedades,
El medio de encontrar este elemento permanente y ge- explicaríase de esta manera la variabilidad del derecho re-
neral no es, evidentemente, el de la enumeración de actos que presivo. Pero sobre este punto ya nos hemos explicado.
han sido, en todo tiempo y en todo lugar, calificados de crí- Aparte de que semejante teoría deja al cálculo y a la refle-
menes, para observar los caracteres que presentan. Porque xión una parte excesiva en la dirección de la evolución so-
si, dígase lo que se quiera, hay acciones que ·han sido uni- ¡ cial, hay multitud de actos que han sido y son todavía mi-
versalmente miradas corno criminales, constituyen una ínfima rados como criminales, sin que, por sí mismos, sean per-
minoría, y, por consiguiente, un método semejante no podría
darnos del fenómeno sino una noción singularmente trun-
¡ judiciales a la sociedad. El hecho de tocar un objeto tabou,
un animal o un hombre impuro o consagrado, de dejar extin-
cada, ya que no se aplicaría más que a excepciones (r). Seme-
¡
¡
guirse el fuego sagrado, de comer ciertas carnes, de no ha-
ber inmolado sobre la tumba de los padres el sacrificio tra-
dicional, de no pronunciar exactamente la fórmula ritual, de
{r) Es el método seguido por Garófalo. Parece, sin duda, renunciar a no celebrar ciertas fiestas, etc., etc., ;por qué razón han podido
él cuando reconoce la imposibilidad de hacer una lista de hechos univer ...
constituir jamas un peligro social? Sin embargo, sabido es el
s~lmente castigados (Oriminalogie, pág. 5), lo que, por lo demás, es exce-
Sivo. Pero al fin lo acepta puesto que, en definitiva, para él el crimen natural
1 lugar que ocupa en el derecho represivo de una multitud de
es el que hiere los sentimientos que son en todas partes la base del dere- pueblos la reglamentación del rito, de la etiqueta, del cere-
cho penal, es decir, la parte invariable del sentido moral, y sólo ella. Mas, monial, de las prácticas religiosas. No hay más que abrir el
¿por qué el crimen que hiere algún sentimiento particular en ciertos tipos Pentateuco para convencerse, y como esos hechos se encuen-
sociales ha de ser menos crimen que los otros? Así Garófalo se ve llevado
a negar el carácter de crimen a actos que han sido universalmente re- 1 tran normalmente en ciertas especies sociales, no es posible
ver en ellos ciertas anomalías o casos patológicos que hay
chazados como criminales en ciertas especies sociales y, por consiguiente,
a es_t:echar a~tificialme~lte los cuadros de la criminalidad. Resulta que su derecho a despreciar.
noc10n del cnmen es Singularmente incompleta. Es tambien muy tluctuante 1 Aun en el caso de que el acto criminal peijudique cier-
pues el autor no hace entrar en sus comparacitmes a todos los tipos socia-
tamente a la sociedad, es preciso que el grado perjudicial
les, sino que excluye un gran número que trata de anormales. Cabe decir
que ofrezca se halle en relación regular con la intensidad
de un hecho social que es anormal con relac~ al tipo de ]& especie, pero
una especie no podrá ser anormal. Son dos pB.Íabras que protestan de verse de la represión que lo castiga. En el derec~o penal de
acopladas. Por interesante que sea el esfuerzo de Garófalo para llegar a
una noción científica del delito, no está hecho con un método suficiente- una nueva manifestación de la doctrina de Spencer, para quien la vida
mente exacto Y preciso. La expresión de delt"fo natural que utiliza bien lo social no es verdaderamente natural más que .en las sociedades industria..
muestra. ¿E-~q~~ no son natu;:~l~; t;d~s- ios delitos? Tal vez en e~to haya les. Desgraciadamente, nada hay más falso.
80
81
los pueblos más civilizados, el homicidio está universalmente que consisten -salvo algunas excepciones aparentes que
considerado como el más grande de los crímenes. Sin em. más adelante se examinarán- en actos universalmente re-
bargo, una crisis económica, una jugada de bolsa, una quie- probados por los miembros de cada sociedad. Se pregunta
bra, pueden incluso desorganizar mucho más gravemente el hoy día si esta reprobación es racional y si no sería más
cuerpo social que un homicidio aislado. Sin duda el asesina- cuerdo ver en el crimen una enfermedad o un yerro. Pero no
to es siempre un mal, pero no hay nada que pruebe que sea tenemos por qué entrar en esas discusiones; buscamos el
11 el mayor mal. ¿Qué significa un hombre menos en la socie- determinar lo que es o ha sido, no lo que debe ser. Ahora
dad? ¿Qué significa una célula menos en el organismo? Dícese bien, la realidad del hecho que acabamos de exponer no ofre-
que la seguridad general estaría amenazada para el porvenir ce duda; es decir, que el crimen hiere sentimientos que, para
si el acto permaneciera sin castigo; que se compare la impor- un mismo tipo social, se encuentran en todas las conciencias
tancia de ese peligro, por real que sea, con el de la pena; la sanas.
desproporción es manifiesta. En fin, los ejemplos que acaba- No es posible determinar de otra manera la naturaleza de
mos de citar demuestran que un acto puede ser desastroso esos sentimientos y definirlos en función de sus objetos par-
para una sociedad sin que se incurra en la más mínima re- ticulares, pues esos objetos han variado infinitamente y pue-
presión. Esta definición del crimen es, pues, inadecuada, mí- den variar todavía ( r ). Hoy dia son los sentimientos altruis-
rese como se la mire. tas Jos que presentan ese carácter de la manera más señalada,
¿Se dirá, modificándola, que los actos criminales son ' pero hubo un tiempo, muy cercano al nuestro, en que los
aquellos que parecen perjudiciales a la sociedad que los re- sentimientos religiosos, domésticos, y otros mil sentimientos
prime? ¿Que las reglas penales son manifestación, no de las tradicionales, tenían exactamente los mismos efectos. Aún
condiciones esenciales a la vida social, sino de las que pare- abora es preciso que la simpatía negativa por otro sea la
cen tales al grupo que las observa? Semejante explicación única, como quiere Garófalo, que produzca ese resultado. ¿Es
nada explica, pues no nos enseña por qué en un gran núme· que no sentimos, incluso en tiempo de paz, por el hombre
ro de casos las sociedades se han equivocado y han impues- que traiciona su patria tanta aversión, al menos, como por
to prácticas que, por sí mismas, no eran ni útiles siquiera. e! ladrón o el estafador? ¿Es que, en los países en que el sen·
En delinitiva, esta pretendida solución del problema se redu- timiento monárquico está vivo todavía, los crímenes de lesa
ce a un verdadero •truísmo>, pues si las sociedades obligan majestad no suscitan una indignación general? ¿Es que, en
así a cada individuo a obedecer a sus reglas, es evidente- los países democráticos, las injurias dirigidas al pueblo no
mente porque estiman, con razón o sin ella, que esta obe- desencadenan las mismas cóleras? No se debería, pues, hacer
diencia regular y puntual les es indispensable; la sostienen una lista de sentimientos cuya violación constituye el acto
enérgicamente. Es como si se dijera que las sociedades criminal; no se distinguen de los demás sino por este rasgo,
iuzgan las reglas necesarias porque las juzgan necesarias. que son comunes al término medio de Jos individuos de la
Lo que nos hace falta decir es por qué las juzgan así. Si este misma sociedad. Así, las reglas que prohiben esos actos y
sentimiento tuviera su causa en la necesidad objetiva de las que sanciona el derecho penal son las únicas a que el famoso
prescripciones penales, o, al menos, en su utilidad, sería una axioma jurídico: nadie puede alegar ignorancia de la ley, se
explicación. Pero hállase en contradicción con los hechos;
la cuestión, pues, continúa sin res<lWer. ( I) No vemos la razón científica que Garófalo tiene para decir que
Sin embargo, esta última teorí; no deja de tener cierto los sentimientos morales actualmente adquiridos por la parte civilizada de
fundamento; con razón busca en ciertos estados del sujeto la humanidad constituyen una moral cno susceptible de pérdida, sino de
un desenVolvimiento siempre creciente:. (pág. 9). ¿Qué es lo que permite -
las condiciones constitutivas de la criminalidad. En efecto, la
que se pueda señalar de esa manera un límite a los cambios que se hagan
única característica común a todos los crímenes es la de en un sentido o en otro?
82
83
·~r~t·dl c una solución más definida; si la costumbre continuara tun-
0

aplica sin ficción. Como están grabadas en todas las con-


ciencias, todo el mundo las conoce y siente su fundamento. f cionando silenciosamente sin suscitar discusión ni dificulta-
Cuando menos esto es verdad con relación al estado normal. 1 des, no habría razón para que se transformara. Puesto que
Si se encuentran adultos que ignoran esas reglas fundamen- el derecho penal no se codifica sino para establecer una es-
tales o no reconocen su autoridad, una ignorancia tal, o una cala gradual de penas, es porque puede dar lugar a dudas. A
indocilidad tal, son síntomas irrefutables de perversión pato- 1 la inversa (I), si las reglas cuya violación castiga la pena
'lógica; o bien, si ocurre que una disposición penal se man-
tiene algún tiempo, aun cuando sea rechazada por todo el
l
'
no tienen necesidad de recibir una expresión jurídica, es que
no son objeto de discusión alguna, es que todo el mundo
mundo, es gracias a un concurso de circunstancias excepcio- siente su autoridad.
nales, anormales, por consiguiente, y un estado de cosas se- Es verdad que, a veces, el Pentateuco no establece san-
mejante jamás puede durar. ciones, aun cuando, como veremos, no contiene más que
Esto explica la manera particular de codificarse el dere- disposiciones penales. Es el caso de los diez mandamientos,
cho penal. Todo derecho escrito tiene un doble objeto: esta- tales como se encuentran formulados en el capítulo XX del
blecer ciertas obligaciones, definir las sanciones que a ellas B%odo y el capítulo V del Deuteronomio. Pero es que el Pen-
están ligadas. En el derecho civil, y más generalmente en toda ' tateuco, aunque hace el oficio de Código, no es propiamente
clase de derecho de sanciones restitutivas, el legislador abor-
da y resuelve con independencia los dos problemas. Pri-
¡ un Código. No tiene por objeto reunir en un sistema único,
y precisar en vista de la experiencia, reglas penales practi-
mero determina la obligación con toda la precisión posible, cadas por el pueblo hebreo; tan no es una codificación que
y sólo después dice la manera como debe sancionarse. las diferentes partes de que se compone parecen no haber
Por ejemplo, en el capítulo de nuestro Código civil consa- sido redactadas en la misma época. Es, ante todo, un resu-
grado a los deberes respectivos de los esposos, esos derechos men de las tradiciones de toda especie, mediante las cuales
y esas obligaciones se enuncian de una manera positiva; los judíos se explicaban a sí mismos, y a su manera, la gé-
pero no se dice qué sucede cuando esos deberes se violan nesis del mundo, de su sociedad y de sus principales prácti-
por una u otra parte. Hay que ir a otro sitio a buscar esa cas sociales. Si enuncia, pues, ciertos deberes, que induda-
sanción. A veces, incluso se sobreentiende. Así, el art. 214 blemente estaban sancionados con penas, no es que fueran
del Código civil ordena a la mujer vivir con su marido: se ignorados o desconocidos de los hebreos, ni que fuera ne-
deduce que el marido puede obligarla a reintegrarse al do- cesario revelárselos; al contrario, puesto que el libro no es
micilio conyugal; pero esta sanción no está en parte alguna más que un tejido de leyendas nacionales, puede estarse se-
formalmente indicada. El derecho penal, por el contrario. guro que todo lo que encierra estaba escrito en todas las
sólo dicta sanciones, y no dice nada de las obligaciones a que conciencias. Pero se trataba esencialmente de reproducir,
aquéllas se refieren. No manda que se respete la vida del fijándolas, las creencias populares sobre el origen de esos
otro, sino que se castigue con la muerte al asesino. No dice preceptos, sobre las circunstancias históricas dentro de las
desde un principio, como hace el derecho civil, he aquí el cuales se creía que habían sido promulgadas, sobre las fuen-
deber, sino que, en seguida, he aquí la pena. Sin duda que, tes de su autoridad; ahora bien, desde ese punto de vista, la
si la acción se castiga, es que es contraria a una regla obli- determinación de la pena es algo accesorio (z ).
gatoria; pero esta regla no está ~resamente formulada.
Para que asi ocurra, no puede habetmás que una razón: que (I) Cf. Binding, Die Normen und iltn Uebertretung, Leipzig, •872, 1,
la regla es conocida y está aceptada por todo el mundo. Cuan- 6 y siguientes.
do un derecho consuetudinario pasa al estado de derecho es- (2) Las únicas excepcion~s verdaderas a esta particularidad del dere~
crito y se codifica, es porque reclaman las cuestiones litigiosas cho penal se producen cuando es un acto de autoridad pública el que crea
85
84
stringido de conciencias. Mas esta delegación puede ser
Por e:a misma razón el funcionamiento de la justicia re. :ebida, ya a la mayor multiplicidad de los negocios, que ne-
pres1va tiende siempre a permanecer más 0 menos dif esita la institución de funcionarios especiales, ya a la extra-
E f ·al uso. e .
n . 1pos soc1 es muy diferenciados no se ejerce por rdinaria importancia adquirida por ciertos personaJes o
mag¡strado especial, sino que la sociedad entera particiun ~ertas ciases, que se hacen intérpretes autorizados de los sen-
en ella en una medida más o menos amplia. En las socieJ'a
tiaúentos colectivos.
,, des primitivas, en las que, como veremos, todo el derecho :
penal, la asamblea del pueblo es la que administra justicia.
1
Sin embargo, no se ha definido el crimen cuando se
T~ era el caso entre los antiguos germanos (I). En Roma, ha dicho que consiste en una ofensa a los sentimientos
''1
mientras los_ asuntos civiles correspondían al pretor, los 1¡ colectivos; los hay entre éstos que pueden recibir ofen-
asuntos. c:J=al:s se juzgaban por el pueblo, primero por sa sin que haya crimen. Así, el incesto es objeto de una
los comiCIOS cunados, y después, a partir de la ley de XII 1 aversión muy general, y, sin embargo, se trata de una acción
T~bl~, por los comicios centuriados; ·hasta el fin de la Re" inmoral simplemente. Lo mismo ocurre con las faltas al ho-
,,¡ pub~c_a, Y aunque de hecho hubiera delegado sus poderes a
'<l 1 nor sexual que comete la mujer fuera del estado matrimo-
COmiSIOnes permanentes, permanece aquél, en principio, nial, o con el hecho de enajenar totalmente su libertad o
como J ~ez supr~mo -~ara esta clase de procesos (2 ). En Ate- de aceptar de otro esa enajenación. Los sentimientos co-
nas, ba¡o_ la leg¡slac10n de Solón, la jurisdicción criminal co- lectivos a que corresponde el crimen deben singularizar-
rrespondJa en parte a los heliastas, vasto colegio que nomi- se, pues, de los demás por alguna propiedad distintiva:
nalmente comprendía a todos los ciudadanos por encima de deben tener una cierta intensidad media. No sólo están
los treinta. años (3 ). En fm, entre las naciones gennanolati- grabados en todas las conciencias, sino que están muy fuer-
nas, _la sociedad interviene en el ejercicio de esas mismas temente grabados. No se trata en manera alguna de ve-
func10ne~ representada por el Jurado. El estado de difusión leidades vacilantes y superficiales, sino de emociones y
en ~u: tlen~ que encontrarse esta parte del poder judicial de tendencias fuertemente arraigadas en nosotros. Hallamos
sena me:-:p~cable si las reglas cuya observancia asegura y, la prueba en la extrema lentitud con que el derecho pe-
por cons1gwente, los sentimientos a que esas reglas respon- nal evoluciona. No sólo se modifica con más dificultad que
den, no estuvieran inmanentes en todas las conciencias. Es las costumbres, sino que es la parte del derecho positivo
v~rd~d que, en otros casos, hállase retenido por una clase pri- más refractaria al carnbio. Obsérvese, por ejemplo, lo que la
v!leg¡ada_ o por magistrados particulares. Pero esos hechos legislación ha hecho, desde comienzos de siglo, en las dife-
no d1smmuyen el valor demostrativo de los precedentes rentes esferas de la vida jurídica; las innovaciones en mate-
pues de que los sentimientos colectivos no reaccionen m~ ria de derecho penal son extremadamente raras y restringí-
que a través de ciertos intermediarios, no se sigue que ha- das, mientras que, por el contrario, una multitud de nuevas
yan cesado de ser colectivos para localizarse en un número disposiciones se han introducido en el derecho civil, el de-
recho mercantil, el derecho administrativo y constitucional.
el delito. En ese caso el deber es generalmente definido independientemen Compárese el derecho penal, tal como la ley de las XII Ta-
te de la. .sane·' , ---~~Iante puede darse uno cuenta' de la causa de esta"
IOn; mas blas lo ha fijado a Roma, con el estado en que se encuen-
excepc10n.
tra en la época clásica; los cambios comprobados son bien
(1) Tácito. Germania, cap. XH.
(•) Cf. Walter, Hisioire de la procldurf'civile et du droit crimine/ poca cosa al lado de aquellos que ha sufrido el derecho
clr.ez les Rcnnains, trad. franc., párrafo 829; Rein, Criminalredtt der Jl¡z ... civil durante el mismo tiempo. En la época de las Xli Ta-
mer, pág. 63. blas, dice Mainz, los principales crímenes y delitos hálla n-
. (3) Cf. Gilbert, Handbud• dtr Griec!tisclun StaatsaJiert/tiimer, Leip- se constituídos: <Durante diez generaciones el catálogo de
Zlg, 1881, 1, 138. 87
86
crímenes públicos sólo fué aumentado por algunas leyes que
castigaban el peculado, la intriga y tal vez el plagium• ( 1 ).
En cuanto a los delitos privados, sólo dos nuevos fueron re-
conocidos: la rapiña (actio bonorum vi raptorum) y el daño
··~·· ~=:~~~ ,:·,;:';.:;: .;:,:.': ,': ; : ,"::;:; .: :
objetos muy generales. Así, las reglas penales se distinguen
por su claridad y su precisión, mientras que las reglas pura-
causado injustamente (damnum injuria datum). ER todas mente morales tienen generalmente algo de fluctuantes. Su
partes se encuentra el mismo hecho. En las sociedades in- naturaleza indecisa hace incluso que, con frecuencia, sea
feriores el derecho, como veremos, es casi exclusivamente dificil darlas en una fórmula definida. Podemos sin incon-
penal; también está muy estacionado. De una manera ge- veniente decir, de una manera muy general, que se debe tra-
neral, el derecho religioso es también represivo: es esen- bajar, que se debe tener piedad de otro, .etc., pero no pode-
cialmente conservador. Esta fijeza del derecho penal es un mos fijar de qué manera ni en qué medida. Hay lugar aquí,
testimonio de la fuerza de resistencia de los sentimientos por tanto, para variaciones y matices. Al contrario, por estar
colectivos a que corresponde. Por el contrario, la plasti- determinados los sentimientos que encarnan las reglas pena-
cidad mayor de las reglas puramente morales y la rapidez les, poseen una mayor uniformidad; como no se !es puede
relativa de su evolución demuestran la menor energia de los entender de maneras diferentes, son en todas partes los
,, sentimientos que constituyen su base; o bien han sido más mismos.
recientemente adquiridos y no han tenido todavía tiempo de
penetrar profundamente las conciencias, o bien están en vías Nos hallamos ahora en estado de formular la conclusión.
de perder raíz y remontan del fondo a la superficie. El conjunto de las creencias y de los sentimientos comu-
Una observación última es necesaria todavía para que nes al término medio de los miembros de una misma socie-
nuestra definición sea exacta. Si, en general, los sentimientos dad, constituye un sistema determinado que tiene su vida
que protegen las sensaciones simplemente morales, es decir, propia, se le puede llamar la conciencia colectiva o común. Sin
difusas, son menos intensos y menos sólidamente organiza- duda que no tiene por substrato un órgano único; es, por
dos que aquellos que protegen las penas propiamente dichas, definición, difusa en toda la extensión de la sociedad; pero
hay, sin embargo, excepciones. Así, no existe razón alguna no por eso deja de tener caracteres específicos que hacen de
.¡-
para admitir que la piedad filial media, otambiénlas formas ele- ella una realidad distinta. En efecto, es independiente de las
mentales de la compasión por las miserias más visibles, cons- condiciones particulares en que los individuos se encuentran
tituyan hoy día sentimientos más superficiales que el respeto colocados; ellos pasan y ella permanece. Es la misma en el
por la propiedad o la autoridad pública; sin embargo, al mal Norte y en el Mediodía, en las grandes ciudades y en las pe-
hijo y al egoísta, incluso al más empedernido, no se les trata queñas, en las diferentes profesiones. Igualmente, no cambia
como criminales. No basta, pues, con que los sentimientos con cada generación sino que, por el contrario, liga unas con
sean fuertes, es necesario que sean precisos. En efecto, cada otras las generaciones sucesivas. Se trata, pues, de cosa muy
uno de ellos afecta a una práctica muy definida. Esta prác- diferente a las conciencias particulares, aun cuando no se
tica puede ser simple o compleja, positiva o negativa, es de- produzca más que en los indíviduos.IEs el tipo psíquico de la
cir, consistir en una acción o en una abstención, pero siem- sociedad, tipo que tiene sus propiedt.des, sus condiciones de
pre determinada. Se trata de hacer o de no hacer esto u existencia, su manera de desenvolverse, como todos los tipos
lo otro, de no matar, de no herir, d~rormncjar tal fórmula, individuales, aunque de otra manera. Tiene, pues, derecho a
que se le designe con nombre especial. El que hemos em-
pleado más arriba no deja, en realidad, de ser algo ambiguo.
( r) Es~a ldstorico del derecho criminal en la Roma antigua, en
la Nouvelle Revue l#slorique du droit fran;aise et étranger, r882, pági- Como los términos de colectivo y de social con frecuencia se
nas 24 y z¡. toman uno por otro, está uno inclinado a creer que la con-
88 89
ciencia colectiva es toda la conciencia social, es decir, que se decir en qué consiste esta delictuosidad. ¿En una inmoralidad
extiende tanto como la vide psíquica de la sociedad, cuando particularmente grave? ~~¡ quiero, mas esto es responder a
sobre todo en las sociedades superiores, no constituye más• la cuestión con la cuestion mrsma y poner una palabra en
que una parte muy restringida. Las funciones judiciales Jugar de otra palabra; de lo que se trata es de saber precisa-
gubernamentales, científicas, industriales, en una palabra,• .. mente lo que es la inmoralidad, y, sobre todo, esta inmorali-
todas las funciones especiales, son de orden psíquico, puesto . dad particular que la sociedad reprime por medio de penas
que consisten en sistemas de representación y de acción; sin organizadas y que constituye la criminalidad. No puede, evi-
embargo, están, evidentemente, fuera de la conciencia común. dentemente, proceder más que de uno o varioo caracteres
Para evitar una confusión (I) que ha sido cometida, lo mejor ' comunes a todas las variedades criminológicas; ahora bien,
sería, quizá, crear una expresión técnica que designara lo único que satisface a esta condición es esa oposición que
especialmente el conjunto de las semejanzas sociales. Sin existe entre el crimen, cualquiera que él sea, y ciertos senti-
embargo, como el empleo de una palabra nueva, cuando no mientos colectivos. Esa oposición es la que hace el ~rimen,
es absolutamente necesario, no deja de tener inconvenientes, · por mucho que se aleje. En otros términos, no hay que decir
conservaremos la expresión más usada de conciencia colec- que un acto hiere la conciencia común porque es criminal,
tiva o común, pero recordando siempre el sentido estrecho sino que es criminal porque hiere la conciencia común. No
en el cual la empleamos. lo reprobamos porqué es un crimen, sino que es un crimen
Podemos, pues, resumiendo el análisiE que precede, decir porque lo reprobamos. En cuanto a la naturaleza intrínseca
que un acto es criminal cuando ofende los estados fuertes y de esos sentimientos, es imposible especificarla; persiguen los
definidos de la conciencia colectiva (2). objetos más diversos y no sería posible dar una fórmula
El texto de esta proposición nadie lo discute, pero se le única. No cabe decir que se refieran ni a los intereses
da ordinariamente un sentido muy diferente del que debe vitales de la sociedad, ni a un mínimum de justicia; todas
tener. Se la interpreta como si expresara, no la propiedad esas definiciones son inadecuadas. Pero, por lo mismo que
esencial del crimen, sino una de sus repercusiones. Se sabe un sentimiento, sean cuales fueren el origen y el fin, se en-
bien que hiere sentimientos muy generosos y muy enérgicos; cuentra en todas las conciencias con un cierto grado de
pero se cree que esta generalidad y esta energía proceden de fuerza y de precisión, todo acto que le hiere es un crimen.
la naturaleza criminal del acto, el cual, por consiguiente, que- La psicología contemporánea vuelve cada vez más a la idea
da en absoluto por definir. No se discute el que todo delito de Spinosa, según la cual las cosas son buenas porque las
sea universalmente reprobado, pero se da por cierto que la amamos, en vez de que las amamos porque son buenas. Lo
reprobación de que es objeto resulta de su carácter delictuo- primitivo es la tendencia, la inclinación; el placer y el dolor
so. Sólo que, a continuación, hállanse muy embarazados para no son más que hechos derivados. Lo mismo ocurre en la
vida social. Un acto es socialmente malo porque lo rechaza
( I) La confusión no deja de tener peligr.o. Así vemos que algunas
la sociedad. Pero, se dirá, ¿no hay sentimientos colectivos
veces se pregunta si la conci6ncia individual varía o no como la concien- que resulten del placer o del dolor que la sociedad experi-
cia colectiva; todo depende del sentido que se dé a la palabra. Si repre- menta al contacto con sus objetos? Sin duda, pero no todos
senta similítudes sociales1 la relación de variación es inversa, según vere- tienen este origen. Muchos, si no la mayor parte, derivan de
mos; si designa toda la vida psíquica de la so~j¡dad, la relación es directao otras causas muy diferentes. Todo lo que determina a la acti-
Es, pues. necesario distinguir. tv
(2) No entramos en la cuestión de saber si la conciencia colectiva es vidad a tómar una forma definida, puede dar nacimiento a
una conciencia como la del individuo. Con esa palabra designamos simple- costumbres de las que resulten tendencias que hay, desde
mente al conjunto de semejanzas sociales, sin prejuzgar por la categoría luego, que satisfacer. Además, son estas últimas tenden-
~entro de la cual ese sistema de fenómenos debe definirse. cias las que sólo son verdaderamente fundamentales. Las
90 91
otras no son más que formas especiales y mejor determina-
d.as; pues, para encontrar agrado en tal o cual objeto, es pre-
CiSO que la sensibilidad colectiva se encuentre ya constituida
en forma que pueda gustarla. Si los sentimientos correspon.
dientes están suprimidos, el acto más funesto para·la socie-
r
1
gobierno se establece, tiene, por sí mismo, bastante fuerza
para unir espontáneamente, a ciertas reglas de conducta, una
sanción penal. Es capaz, por su acción propia, de crear cier-
tos delitos o de agravar el valor criminológico de algunos
otros. Así, todos los actos que acabamos de citar presen-
dad podrá ser, no sólo tolerado, sino honrado y propuesto tan esta característica común: están dirigidos contra algu-
como ejemplo. El placer es incapaz de crear con todas 5
. ~ no de los órganos directores de la vida social. ¿Es nece-
pwzas una inclinación; tan sólo puede ligar a aquellos que sario, pues, admitir que hay dos clases de crímenes proceden-
existen a tal o cual fin particular, siempre que éste se halle en tes de dos causas diferentes? No debería uno detenerse ante
relación con su naturaleza inicial. hipótesis semejante. Por numerosas que sean las varieda-
des, el crimen es en todas partes esencialmente el mismo,
Sin embargo, hay casos en los que la explicación prece- puesto que determina por doquiera el mismo efecto, a saber,
dente no parece aplicarse. Hay actos que son más severamen- la pena, que, si puede ser más o menos intensa, no cambia
te reprimidos que fuertemente rechazados por la opinión. por eso de naturaleza. Ahora bien, un mismo hecho no pue-
Así, la coalición de los funcionarios, la intromisión de las de tener dos causas, a menos que esta dualidad sólo sea
autoridades judiciales en las autoridades administrativas, las aparente y que en el fondo no exista más que una. El poder
'1 funciones religiosas en las funciones civiles, son objeto de de reacción, propio del Estado, debe ser, pues, de la misma
~1
...¡
una represión que no guarda relación con la indignación naturaleza que el que se halla difuso en la sociedad.
que suscitan en las conciencias. La sustracción de documen- Y, en efecto, ¿de ·dónde procede? ¿De la gravedad de inte-
tos públicos nos deja bastante indiferentes y, no obstante, reses que rige el Estado y que reclaman ser protegidos de
se la castiga con penas bastante duras. Incluso sucede que el una manera especial? Mas sabemos que sólo la lesión de in-
acto castigado no hiere directamente sentimiento colectivo tereses, graves inclusive, no basta a determinar la reacción
alguno; nada hay en nosotros que proteste contra el hecho penal; es, además, necesario que se resienta de una cierta
i~l de pescar y cazar en tiempos de veda, o de que pasen manera. ¿De dónde procede entonces que el menor perjuicio
F¡' vehículos muy pesados por la vía pública. Sin embargo, no
' causado al órgano de gobierno sea castigado, cuando desór-
hay razón alguna para separar en absoluto estos delitos de denes mucho más importantes en otros órganos sociales sólo
los otros; toda distinción radical (r) sería arbitraria, porgue se reparan civilmente? La más pequeña infracción de la poli-
todos presentan, en grados diversos, el mismo criterio exter- cía de caminos se castiga con una multa; la violación, aun
no. No cabe duda que la pena en ninguno de estos ejemplos repetida, de los contratos, la falta constante de delicadeza en
parece injusta; la opinión pública no la rechaza, pero, si se las relaciones económicas, no obligan más que a la repara-
"! la dejara en libertad, o no la reclamaría o se mostraría me- ción del perjuicio. Sin duda que el mecanismo directivo juega
nos exigente. Y es que, en todos los casos de este género, la un papel importante en la vida social, pero existen otros cuyo
il1, delictuosidad no procede, o no se deriva toda ella, de la vi- interés no deja de ser vital y cuyo funcionamiento no está,
vacidad de los sentimientos colectivos que fueron ofendidos, sin embargo, asegurado de semejante manera. Si el cerebro
,,
sino que viene de otra causa. tiene su importancia, el estómago es un órgano también
:1
Es indudable, en efect(),_<¡_Ue,u~ vez que un poder de esencial, y las enfermedades del uno son amenazas para la
vida, como las del otro. ¿A que viene ese privilegio en favor
( 1) No hay más que ver cómo Garófalo distingue los que él llama ver- de lo que suele llamarse el cerebro social?
daderos crímenes (pág. 45) de los otros; se trata de una apreciación perso- La dificultad se resuelve fácilmente si se nota que, donde
nal que no descansa sobre ninguna característica objetiva. quiera que un poder director se establece, su primera y prin-
92 93
cípal función es hacer respetar las creencias, las tradiciones, Jas sociedades inferiores esta autoridad es. mayor y m_ás
las prácticas colectivas, es decir, defender la conciencia co- elevada la gravedad, y, por otra parte, como esos mis-
mún contra todos los enemigos de dentro y de fuera. Se mos tipos sociales tienen más poder en la conciencia cole-
convierte así en símbolo, en expresión viviente, a los ojos tiva.
de todos. De esta manera la vida que en ella existe se le co- Hay, pues, que venir siempre a esta última; toda la cri-
munica, como las afinidades de ideas se comunican a las pala- minalidad procede, directa o indirectamente, de ella. El cri-
1! bras que las representan, y he aquí cómo adquiere un carác-
ter excepcional. N o es ya una función social más o menos
men no es sólo una lesión de intereses, incluso graves, es
una ofensa contra una autoridad en cierto modo transcenden-
importante, es la encarnación del tipo colectivo. Participa, te. Ahora bien, experimentalmente, no hay fuerza moral
pues, de la autoridad que este último ejerce sobre las con- superior al individuo, como no sea la fuerza colectiva.
ciencias, y de ahí le viene su fuerza. Sólo que, una vez que Existe, por lo demás, una manera de fiscalizar el resultado
ésta se ha constituido, sin que por eso se independice áe la a que acabamos de llegar. Lo que caracteriza al crimen es
fuente de donde mana y en que continúa alimentándose, se que determina la pena. Si nuestra definición, pues, del cri-
convierte en un factor autónomo de la vida social, capaz de men es exacta, debe darnos cuenta de todas las características
'll
producir espontáneamente movimientos propios que no de- de la pena. Vamos a proceder a tal comprobación.
termina ninguna impulsión externa, precisamente a causa de Pero antes es preciso señalar cuáles son esas caracterís-
esta supremacía que ha conquistado. Como, por otra parte, ticas.
no es más que una derivación de la fuerza que se halla in-
manente en la conciencia común, tiene necesariamente las
Il
mismas propiedades y reacciona de la misma manera, aun
cuando esta última no reaccione por completo al unísono.
Rechaza, pues, toda fuerza antagónica como haría el alma En primer lugar, la pena consiste en una reacción pasio-
difusa de la sociedad, aun cuando ésta no siente ese antago- nal. Esta característica se manifiesta tanto más cuanto se
nismo, o no lo siente tan vivamente, es decir, que señala trata de sociedades menos civilizadas. En efecto, los pueblos
como crímenes actos que la hieren sin a la vez herir en el primitivos castigan por castigar, hacen sufrir al culpable úni-
mismo grado los sentimientos colectivos. Pero de estos últi- camente por hacerlo sufrir y sin esperar para ellos mismos
mos recibe toda la energía que le permite crear crimenes ventaja alguna del sufrimiento que imponen. La prueba está
y delitos. Aparte de que no puede proceder de otro sitio en que no buscan ni castigar lo justo ni castigar útilmente,
y que, además, no puede proceder de la nada, los hechos que sino sólo castigar. Por eso castigan a los animales que han
siguen, que se desenvolverán ampliamente en la continua- cometido el acto reprobado(!), e incluso a los seres inani-
ción de esta obra, confirman la explicación. La extensión de mados que han sido el instrumento pasivo (z). Cuando la
"1
la acción que el órgano de gobierno ejerce sobre el número pena sólo se aplica a las personas, extiéndese con frecuencia

.~ 1 y sobre la calificación de los actos criminales, depende de la más allá del culpable y va hasta alcanzar inocentes: a su
fuerza que encubra. Esta, a su vez, puede medirse, bien por mujer, a sus hijos, sus vecinos, etc. (3). Y es que la pasión,
;¡ la extensión de la autoridad que desempeña sobre los ciuda-
danos, bien por el grado de graveda~econocido a Jos críme-
nes dirigidos contra él (1). Ahora b1én, ya veremos cómo en (1) Véase Exodo, XXI, 28; Lev., xx, 16. .
(z) Por ejemplo, el cuchillo que ha servido para perpetrar el cnmen.-
Véase Post, Bausteine für eine allf(emeine Recktswinssenckajt, I, 230-231.
(x) Por lo demás, cuando la multa es toda la pena, como no es más ~3) Véase ExodD, xx, 4 y 5; Deuteronomio, xu, 12~18; Thonissen, Etu
que una reparación cuyo importe es fijo, el acto se halla en los límites del des sur rhistoire du droit crzminel, J, 70 y r¡8 y sigs.
derecho penal y del derecho restitutivo.
95
94
que constituye el alma de la pena, no se detiene hasta des-
pués de agotada. Si, pues, ha destruido a quien más inme- ''·~rM§, ~:::u::~~e~~~~;r:;_c~~~~ti~~;et,i;:~:.ae~e:::~~a~,au~n~e:~:~
diatamente la ha suscitado, como le queden algunas fuerzas ! dero acto de defensa, aun cuando instintivo e irreflexivo. No
se extiende más aún, de una manera completamente mecá-' nos vengamos sino de lo que nos ha ocasionado un mal, Y lo
nica. Incluso cuando es lo bastante moderada para uo coger ue nos ha causado un mal es siempre un peligro. El instinto
q l. . d

l! más que al culpable, hace sentir su presencia por la tenden-


cia que tiene a rebasar en gravedad el acto contra el cual
reacciona. De ahí vienen los refinamientos de dolor agrega-
de ]a venganza no es, en suma, más que e mstmto e con-
servación exagerado por el peligro. Está muy lejos de haber
tenido la venganza, en la historia de la humanidad, el papel
dos al último suplicio. En Roma todavía, debía el ladrón, no negativo y estéril que se le atribuye. Es un arma defensiva
sólo devolver el objeto robado, sino además pagar una mul- que tiene su valor; sólo que es un arma grosera. Como no
ta del doble o del cuádruple (r). ¿No es, además, la pena tan tiene conciencia de los servicios que automáticamente presta,
general del talión, una satisfacción concedida a la pasión de 00
puede regularse en consecuencia; todo lo contrario, se
la venganza/ extiende un poco al azar, dando gusto a causas ciegas que
Pero hoy día, dicen, la pena ha cambiado de naturaleza; la empujan y sin que nada modere sus arrebatos. Actual-
la sociedad ya no castiga por vengarse sino para defenderse. mente, como ya conocemos el fin que queremos alcanzar,
El dolor que inflige no es entre sus manos más que un ins- sabemos utilizar mejor los medios de que disponemos; nos
trumento metódico de protección. Castiga, no porque el cas- protegemos con más método, y, por consiguiente, con más
tigo le ofrezca por sí mismo alguna satisfacción, sino a fin de eficacia. Pero desde el principio se obtenía ese resultado,
que el temor de la pena paralice las malas voluntades. N o es aun cuando de una manera más imperfecta. Entre la pena
ya la cólera, sino la previsión reflexiva, la que determina la de hoy y la de antes no existe, pues, un abismo y, por con-
represión. Las observaciones precedentes no podrían, pues, siguiente, no era necesario que la primera se convirtiera en
generalizarse: sólo se referirían a la forma primitiva de la otra .cosa de lo que es, para acomodarse al papel que desem-
.?J.'
'({i! pena y no podrían extenderse a su forma actual. peña en nuestras sociedades civilizadas. Toda la diferencia
Mas, para que haya derecho a distinguir tan radicalmente procede de que produce sus efectos con una mayor concien-
¡·.·¡i
!]) esas dos clases de penas, no basta comprobar su empleo en cia de lo que hace. Ahora bien, aunque la conciencia indivi-
vista de fines diferer.tes. La naturaleza de una práctica no cam- dual o social no deja de tener influencia sobre la realidad que
!i,,!jl bia necesariamente porque las intenciones conscientes de aque- ilumina, no tiene el poder de cambiar la naturaleza. La es-
llos que la aplican se modifiquen. Pudo, en efecto, haber des- tructura interna de los fenómenos sigue siendo la misma, que
'''ii'.
'·!~
empeñado otra vez el mismo papel, sin que se hubieran aper- sean conscientes o no. Podemos, pues, contar con que los
.:11 elementos esenciales de la pena son los mismos que antes.
cibido. En ese caso, ¿en razón a qué había de transformarse
sólo por el hecho de que se da mejor cuenta de los efectos qu Y, en efecto, la pena ha seguido siendo, al menos e~
produce! Se adapta a les nuevas condiciones de existencia parte, una obra de venganza. Se dice que no hacemos sufnr
::
'1'
.i! que le han sido proporcionadas sin cambios esenciales. Tal al culpable por hacerlo sufrir; no es menos verdad que en-
!1 es lo que sucede con la pena. contramos justo que sufra. Tal vez estemos equivocados,
En efecto, es un error creer que la venganza es sólo pero no es eso lo que se discute. Por el momento buscamos
·1
·.·¡·.'.
' una crueldad inútil. Es posible q~ en sí misma consista definir la pena tal como ella es o ha sido, no tal como debe
en una reacción mecánica y sin finaiidad, en un movimiento ser. Ahora bien, es indudable que esta expresión de venganza
Pasional e ininteligente, en una necesidad no razonada de pública, que sin cesar aparece en el lenguaje de los tribuna-
les, no es una vana palabra. Suponiendo que la pena pueda
{I) Walter, ob. cit., párrafo 793·
realmente servir para protegernos en lo porvenir, estimamos
97
96
que debe ser, ante todo, una eY.-ptación del pasado. Lo prueban davía un acto de venganza puesto que es un acto de ex-

'
las precauciones minuciosas que tomamos para proporcio-
narla tan exacta como sea posible en relación con la grave.
dad del crimen; serían inexplicables si no creyéramos que el
culpable debe sufrir porque ha ocasionado el mal, y en la
r piación. Lo que nosotros vengamos, lo que el criminal expía,
es el ultraje hecho a la moral.

Hay, sobre todo, una pena en la que ese carácter pasional

f j
i
misma medida. En efecto, esta graduación no es necesaria si
la pena no es más que un medio de defensa. Sin duda que
para la sociedad habría un peligro en asimilar los atentados
1
se manifiesta más que en otras; trátase de la vergüenza, de la
infamia que acompaña a la mayor parte de las penas y que
crece al compás de ellas. Con frecuencia no sirve para nada.
más graves a simples delitos; pero en que los segundos fue- ¿A qué viene el deshonrar a un hombre que no debe ya vivir
ran asimilados a los primeros no habría, en la mayor parte más en la sociedad de sus semejantes y que, a mayor abun-
de los casos, más que ventajas. Contra un enemigo nunca damiento, ha probado con su conducta que las amenazas
son pocas las precauciones a tomar: ¿Es que hay quien diga más tremendas no bastarían a intimidarlel El deshonor se
que los autores de las maldades más pequeñas son de natu- comprende cuando no hay otra pena, o bien como comple-
raleza menos perversa y que, para neutralizar sus malos mento de una pena material benigna; en el caso contrario, se
<!11 instintos, bastan penas menos fuertes? Pero si sus inclinacio- castiga por partida doble. Cabe incluso decir que la sociedad
nes están menos viciadas, no dejan por eso de ser menos no recurre a los castigos legales sino cuando los otros son
intensas. Los ladrones se hallan tan fuertemente inclinados insuficientes, pero, ¿por qué mantenerlos entonces? Constitu-
al robo como los asesinos al homicidio; la resistencia que yen una especie de suplicio suplementario y sin finalidad, o
ofrecen los primeros no es inferior a la de los segundos, y, que no puede tener otra causa que la necesidad de compen-
por consiguiente, para triunfar sobre ellos se deberá recurrir sar el mal por el mal. Son un producto de sentimientos ins-
!(!¡
a los mismos medios. Si, como se ha dicho, se trata única- tintivos, irresistibles, que alcanzan con frecuencia a inocentes;
mente de rechazar una fuerza perjudicial por una fuerza con- así ocurre que el lugar del crimen, los instrumentos que han
traría, la intensidad de la segunda debería medirse única- servido para cometerlo, los parientes del culpable participan
mente con arreglo a la intensidad de la primera, sin que la a veces del oprobio con que castigamos a este último. Ahora
calidad de ésta entre en cuenta para nada. La escala penal bien, las causas que determinan esta represión difusa son
no debería, pues, comprender más que un pequeño númer.o también las de la represión organizada que acompaña a la pri-
de grados; la pena no debería variar sino según que el crimi- mera. Basta, además, con ver en los tribunales cómo funciona
nal se halle más o menos endurecido, y no según la natura- la pena para reconocer que el impulso es pasional por com-
:j¡
leza del acto criminal. Un ladrón incorregible seria tratado pleto; pues a las pasiones es a quienes se dirige el magistra-
como un asesino incorregible. Ahora bien , de hecho , aun do que persigue y el abogado que defiende. Este busca ex-
cuando se hubiera averiguado que un culpable es defir,itiva- citar la simpatía por el culpable, aquél, despertar los senti-
mente incurable, nos sentiríamos todavía obligados a no mientos sociales que ha herido el acto criminal, y bajo la
aplicarle un castigo excesivo. Esta es la prueba de haber influencia de esas pasiones contrarias el juez se pronuncia.
<n seguido fieles al principio del talión, aun cuando lo entenda-
:¡¡ mos en un sentido más elevado que otras veces. N o medimos Así, pues, la naturaleza de la pena no ha cambiado esen-
'! ya de una manera tan material y g~era ni la extensión de cialmente. Todo cuanto puede decirse es que la necesidad de
la culpa, ni la del castigo; pero siempre pensamos que debe la venganza está mejor dirigida hoy que antes. El espíritu de
haber una ecuación entre ambos términos, séanos o no ven- previsión que se ha despertado no deja ya el camp~ tan libre
tajoso establecer esta comparación. La pena ha seguido, pues, a la acción ciega de la pasión; la contiene dentro de ciertos
siendo para nosotros lo que era para nuestros padres. Es "to- límites, se opone a las violencias absurdas, a los estragos sin
98 99
Esas sociedades están compuestas de agregados
razón de ser. Más instrurda, se derrama menos al azar· y de naturaleza casi familiar, y que se han .de-
' a '~lenlerHai~o, 1 cómoda expresión de clans. Ahora bien,
no se la ve, aun cuando sea para satisfacerse, volverse con-
.:o-nado con a · · b-os
tra los inocentes. Pero sigue formando, sin embargo, el ~~·- atentado se comete por uno o vanos mJem '
alma de la pena. Podemos, pues, decir que la pena consiste c~an:ocl~: contra otro, es este último el que castiga por
en una reacción pasional de intensidad graduada (r). · d. e u e a sufrida (r)· Lo que mas aumenta, al
' ismo 1a Oiens d
s.I. ,.m en apanen. cia 1 la importancia de esos hechos.d des e
Pero ¿de dónde procede esa reacción? ¿Del individuo 0 de me005 d . t de la doctrina es el haber sostem o con
la sociedad? elP.· unto . equeVIS a '
la vendetta había sido primitivamente a umca
1 • .
Todo el mundo sabe que es la sociedad la que casti- ¡recuencia . · t t s que nada
. ... de la pena; había, pues, consistido es a, a~ e . . ,
ga; pero podría suceder que no fuese por su cuenta. Lo que r~nna de venganza privada. Pero entonces, SI hoy ¡a socre~
pone fuera de duda el carácter socral de la pena es que, una en actos tra armada con el derecho de castigar, no podra
vez pronunciada, no puede levantarse sino por el Gobierno dad se encue~ . en virtud de una especie de dele-
to ser parecenos, smo . S
en nombre de la sociedad. Si ella fuera tan sólo una satisfac- es.. ' • d .. d s No es más que su mandatano. on
·~~~mMW· 1
ción concedida a los particulares, éstos serían siempre due- gact. tereses de éstos últimos los que la sociedad en su u-
ños de rebajarla: no se concibe un privilegio impuesto y al los m . robablemente porque los gestiona meJor, pero
que el beneficiario no puede renunciar. Si únicamente la so- gar gestwna, P . Al principio se vengaban ellos
n los suyos proptos. h
ciedad puede disponer la represión, es que es ella la afectada, n~ soos· ahora es ella quien los venga; pero como el derec o
aun cuando también lo sean los individuos, y el atentado mism . de haber cambiado de naturaleza a consecuen-
dirigido contra ella es el que la pena reprime. penal no pue .. , da tendrá entonces de
. de esa simple transmrswn, na - ,
Sin embargo, se pueden citar los casos en que la ejecu- Cia . . 1 Si la sociedad parece desempenar aqui
ción de la pena depende de la voluntad de los particulares. proptamente sociad. nte sólo es en sustitución de los in di-
un papel prepon era ,
En Roma, ciertos delitos se castigaban con una multa en
vid u os.
provecho de la parte lesionada, la cual podía renunciar a ella -y extendida que este, t a1 t eona, · es contraria
o hacerla objeto de una transacción: tal ocurría con el robo Pero, por mu . N uede citar una sola
a Jos hechos mejor establecidos. o se p . ·r a de
no exteriorizado, la rapiíia, la injuria, el daño causado injus-
tamente (2). Esos delitos, que suelen llamarse privados (de- sociedad en que a t.
1
la pena. Por el con rar~o,
endetta haya sido la forma pnmt
es indudable que el derecho penal
¡¡ ioso Es un hecho evi-
IV

licta privata), se oponían a los crímenes propiamente dichos, en su origen era esencralmente re g . " h e allí
cuya represión se hacía a nombre de la ciudad. Se encuentra . Judea porque el derec o qu
dente para la India, p.ara 'velado (2). En Egipto, los
la misma distinción entre los griegos, entre los hebreoE (3).
se practicaba se constderaban;:nían el derecho criminal con
En los pueblos más primitivos la pena parece ser, a veces,
diez libros de Hermes, que co b' del Estado se
cosa más privada aún, como tiende a probarlo el empleo de todas las demés leyes relativas al go Ierno ' t·-
E. fi a que desde muy an I
llamaban sacerdotales, y he~ a :m , d ·udicial (3).
(r) Tal es, además, lo que reconocen incluso aquellos que encuentran
guo, los sacerdotes egipcios e¡ercieron el po er 1
incomprensible la idea de la expiación; pues su conclusión es que, para Andent Society, Londres, r8¡o, pá-
ser puesta en armonía con su doctrina, la concepción tradicional de la ( 1) Ver especialmente M organ,
pena debería transformarse totalmente de arri» a abajo. Es que descan- gina ¡6. . ran sacerdotes, pero todo juez era el re-
sa, y ha descansado siempre, sobre el princ~Pio que combaten. (Véase (2) En Judea., los jueces no e - (D te I r¡· Exodo, xxu, z8). En
1hombre de Dws e:u r., ' '
Fouill~, Scitnce sociale, págs. 307 ysigs.). presentan te de D !OS, e f · 'n era mírada como esen-
(2) Rein, ob. cit.,_pág. 111. Ia India era el rey quien ju:bgabal pero esta unclo
(3) Entre los hebreos el rob~~-i~- violación de depósitos, el abuso de . 1 te religiosa ( Manú, VIII, vl 303-31 I ). droz't crz·-,·nel, l, pág. I07.
c1a m en l'lz · toire du ""
confianza y las lesiones se consideraban delitos privados. (3) Thonissen1 Etudes sur ts
IOI
lOO
diferentes formas del sacrilegio, las faltas a los diversos de-
·Lo rmismo
· ocurría en la antigua Germanía ( I) En Greci 1
, a a
beres religiosos, a las exigencias del ceremonial, etc. (!). A
tcra era considerada como una emanación de Júp 1·t
JUs
. ~y
e1 sentimiento como una venganza del dios (2). En Roma, la vez, esos crimenes son los más severamente castigados.
los ongenes
. religwsos del derecho penal se han s1·empre Entre los judíos, los atentados más abominables son los
mamfestado en tradiciones antiguas (3). en prácticas ar- atentados contra la religión (2). Entre los antiguos germa-
caicas que subsistieron hasta muy tarde y en la termino! • nos sólo dos crimenes se castigaban con la muerte, según
gía jurídica misma (4). Ahora bien, la religión es una coso Tácito: eran la traición y la deserción l3l· Según Confucic
. 1 a
esencw mente ~oci~l: Lejos de perseguir fines individuales, y Meng-Tseu, la impiedad constituye una falta más grave
e¡erce sobre el md¡v¡duo una presión en todo momento. L que el asesinato (4). En Egipto el menor sacrilegio se casti-
obliga a prácticas que le molestan, a sacrificios, pequenos ~ gaba con la muerte (5), En Roma, a la cabeza en la escala de
grandes, que le cuestan. Debe tomar de sus bienes las los crímenes, se encuentra el crimen perduellionis (6).
ofrendas que está obligado a presentar a la divinidad· deb Mas entonces, ¿qué significan esas penas privadas de las
d . , e
estmar del tiempo que dedica a sus trabajos o a sus distrac- que antes poníamos ejemplos? Tienen una naturaleza mixta
ciones los momentos necesarios para el cumplimiento de¡ y poseen a la vez sanción represiva y sanción restitutiva.
•t d
n os; ebe imponerse toda una especie de privaciones que se
w Así el delito privado del derecho romano representa una es-
le mandan, renunciar incluso a la vida si los dioses se ¡0 or- pecie de término medio entre el crimen propiamente dicho y
denan. La ~ida :eligiosa es completamente de abnegación y la lesión puramente civil. Hay rasgos del uno y del otro y
de desmteres. S1, pues, el derecho criminal era primitiva- flota en los confines de ambos dominios. Es un delito en el
mente un der~cho religioso, se puede estar seguro que los sentido de que la sanción fiiada por la ley no consiste sim-
mtereses que Sirve son sociales. Son sus propias ofensas las plemente en poner las cosas en su estado: el delincuente no
que los dioses vengan con la pena y no las de los particula- está sólo obligado a reparar el mal causado, sino que encima
res; ahora bien, las ofensas contra los dioses son ofensas debe además alguna cosa, una expiación. Sin embargo, no
. !~11 contra la sociedad. es completamente un delito, porque, si la sociedad es quien
,,,. Así, en las sociedades inferiores, los delitos más numero- pronuncia la pena, no es dueña de aplicarla. Trátase de un de-
'1
t
sos son los que lesionan la cosa pública: delitos contra la recho que aquélla confiere a la parte lesionada, la cual dispone
¡11 religión, contra las costumbres, contra la autoridad, etc. No libremente (1), De igual manera, la vendetta, evidentemente,
El hay más que ver en la Biblia, en el Código de Manú, en los es un castigo que la sociedad reconoce como legítimo, pero
:i.i~. monume_ntos que nos quedan del viejo derecho egipcio, el lu- que deja a los particulares el cuidado de infligir. Estos hechos
'" gar relativamente pequeño dedicado a prescripciones protec-
toras de los individuos, y, por el contrario, el desenvolvi-
no hacen, pues, más que confirmar lo que hemos dicho sobre
la naturaleza de la penalidad. Si esta especie de sanción in-
miento abundantísimo de la legislación represiva sobre las termedia es, en parte, una cosa privada, en la misma meaiOa,

1
( ) Zrepfl, Deutscke Reclttsgesckickte, pág. 909. ( 1) Ver Thonnissen, passim.
(2) otEs el hijo de Saturno, dice Hesiodo, el que ha dado a los hom- (2) Munck, Palestine, pág. 216.
'.ll
n .bres la justicia.» (1ravaux et Jours. V, 279 y 28o, edición Didvt}.-
c.Cuando los mortales se entregan..... a las ~iones viciosas, Júpiter 8 . la
(3)
l4)
Germania, Xll.
Plath, Gesefz und li'eckt im alten China, 1865, 69 y 70.
larga, les infligirá un rápido castigo.» ( lbí?.; 266. Cons. ]liada, X~I, 8 (SJ Thoníssen, ob. cit., C 145.
y siguientes.) 3 4 {6) Walter, ob. cit., párrafo 8o3.
· (3) Walter, ob. cit., párrafo ¡88. ( 7) Sin embargo, lo que acentúa el cará~ter penal del delito privado
\4) Rein, ob. _cit., pág~. z¡- 36. es que lleva la infamia, verdadera,pena pública (ver Rein, ob. cit., pág. gz6,
y Bouvy, .De finfamie en4r-oi-t4o'F,··Paris,. 1-88-4, 35).·
102 103
no es una pena. El carácter penal hállase tanto menos p roulado. Su carácter penal no ofrece d,uda, pues sr los textos
· d ro-
nunc¡a o cuanto el carácter social se encuentra más dif < son mudos en cuanto a la pena, expresan al mismo tiempo
1 . U-O
Y a a 10versa. La venganza privada no es, pues, el prototip~ por el acto prohibido un horror tal que no se puede ni por
de la pena; al contrano, no es más que una pena imper- un instante sospechar que hayan quedado sin castigo (r).
Hay, pues, motivo para creer que ese silencio de la ley viene
tl: .fecta. .Lejos de haber sido los atentados contra las person u
Jos pnmeros que fueron reprimidos, en el origen tan sólo se simplemente de que la represión no está determinada. Y, en
~!, hallaban en el umbral del derecho penal. No se han elevado efecto, muchos pasajes del Pmtateuco nos enseñan que había
en. la escala de la criminalidad sino a medida que la sociedad actos cuyo valor criminal era indiscutible y con relación a
mas se ha 1do resistiendo a ellos, y esta operación, que no ]os cuales la pena no estaba establecida sirw por ei juez que
tenemos ]a aplicaba. La sociedad sabia bien que se encontraba en pre-
. por qué describir, no se ha reducido , ciertamente, a
una s1mple transferencia. Todo lo contrario, la historia de sencia de un crimen; pero la sanción penal que al mismo debía
e~ta penalidad no_ es más que una serie continua de usurpa- ligarse no estaba todavía definida (2). Además, incluso entre
CIOnes de la soc1edad sobre el individuo o más bien so- las penas que el legislador enuncia, hay muchas que no se
bre los grupos elementales que encierra en su seno, y el re- especifican con precisión. Así, sabemos que había diferentes
su:tado de esas usurpaciones es ir poniendo, cada vez clases de suplicios a los cuales no se consideraba a un mismo
mas, en el lugar del derecho de los particulares el de la socie- nivel, y, por consiguiente, en multitud de casos los textos
dad (r). no hablaban más que de la muerte de una manera general,
sin decir qué género de muerte se les debería aplicar. Según
Pero las características precedentes corresponden lo mis- Sumner Maine, ocurría lo mismo en la Roma primitiva: los
~o a la represión difusa que sigue a las acciones simplemente crimina eran perseguidos ante la asamblea del pueblo, que
~11'
!~morales, que_ a la represión legal. Lo que distingue a esta fijaba soberanamente la pena mediante una ley, al mismo
ult~ma es, segun hemos dicho, el estar organizada; mas ¿en tiempo que establecía la realidad del hecho incriminado (3).
que cons1ste esta organización? Por último, hasta el siglo xv1 inclusive, el principio ge-
Cuando se piensa en el derecho penal tal como funciona neral de la penalidad «era que la aplicación se dejaba al
en nuestras sociedades actuales, represéntase uno un código arbitrio del juez, arbitrio et oj/icio judicis ..... Solamente no le
en el que penas muy definidas hállanse !iuadas a crímenes está permitido al juez inventar penas distintas de las usua-
igualmente muy definidos. El juez dispone, ~in duda, de una les» (4)- Otro efecto de este poder del juez consistía en que
c1erta hbertad pa.ra aplicar a cada caso particular esas dispo- dependiera enteramente de su apreciación el crear figuras de
SlClünes generales; pero, dentro de estas líneas esenciales la delito, con lo cual la calificación del acto criminal quedaba
pena se halla predeterminada para cada categoría de ac~os siempre indeterminada (5).
defectuosos. Esa organización tan sabia no es, sin embargo,
consbtutJ va de ~a pena, pues hay muchas sociedades en que (1) Deuterouomio, v1, 25.
(z) Habían encontrado un hombre recogiendo leña el día del sábado:
la pena ex1ste sm que se haya fijado por adelantado. En la
<Aquelfos que lo encontraron lo llevaron a Moisés y a Aaron y a toda la
Biblia se encuentran numerosas prohibiciones que son tan asamblea y le metieron en prisión, pues 110 !tabían todavía declarado lo que

ill imperativas como sea posible y que, no obstante, no se en-


cuentran sancionadas oor ningún ca~o exoresamente for-
debían hacerle» (Números, xv, 32 36). Además, se trata de un hombre
que había blasfemado el nombre de Dios. Los asistentes le detienen, pero
no saben cómo debe ser tratado. Moi'sés mismo ignora y va a consultar al
Eterno (Lev., xxtv, 12-16).
( r) En todo caso, importa señalar que la vendetta es cosa eminente-
(3) Ancien Droit, pág. 353·
mente colectiva. No es el individuo el que se veng.e, sino su clan; más tarde
(4) Du Boys, E.listoire dtt droit crimine! des peuples modernes, VI, Ir.
es al clan o a la familia a quien se paga la composición.
(sJ rct., ibid., '4·
104
105
La organización distintiva de ese género de .represión Entre las causas que producen ese resultado hay quepo-
no consiste, pues, en la reglamentación de la pena. Tam~ rimera línea la representación de un estado contra-
ner en P . .
poco consiste en la institución de un procedimiento criznÍ, río. Una representación no es, en efecto, una s1mple 1magen
na!; los hechos que acabamos de citar demuestran suficiente- de la realidad, una sombra inerte proyectada en nosotros por
mente que durante mucho tiempo no ha existido. La única s· es una fuerza que suscita en su alrededor un tor-
l i SOsa

1
C' ,. ,. . .
organización que se encuentra en todas partes donde existé bellinO de fenómenos orgamcos y fls1co~: N o solo_ la corne~-
la pena propiamente dicha, se reduce, pues, al establecimien- . erviosa que acompaña a la formac10n de la 1dea ¡rradm
t, n "d
to de un tribunal. Sea cual fuere la manera como se compon- :, Ios centros corticales en torno al punto en que ha tem o
en •
ga, comprenda a todo el pueblo o sólo a unos elegidos, siga . arel nacimiento y pasa de un plexus al otro, sino que re-
l~ . .
o no un procedimiento regular en la instrucción del asun- - rcute en los centros motores, donde determma movl-
pe . t . ,
to como en la aplicación de la pena, sólo por el hecho de mientos, en los centros sensoriales, donde desp1er a 1magenes;
que la infracción, en Jugar de ser juzgada por cada uno se excita a veces comienzos de ilusiones y puede incluso afec-
someta a la apreciación de un cuerpo constituido, y qué tar a funciones vegetativas (r); esta resonancia es tanto
la reacción colectiva tenga por intermediario un órgano más de tener en cuenta cuanto que la representación , es,
definido, deja de ser difusa: es organizada. La organiza- ella misma más intensa, que el elemento emocional esta mas
ción podrá ser más completa, pero existe desde ese mo- desenvuelto. Así la representación de un sentimiento contra-
mento. rio al nuestro actúa en nosotros en el mismo sentido y de
La pena consiste, pues, esencialmente en una reacción b misma manera que el sentimiento que sustituye; es como
pasional, de intensidad graduada, que la sociedad ejer- si él mismo hubiera entrado en nuestra conciencia. Tiene en
ce por intermedio de un cuerpo constituido sobre aquellos erecto, ras mismas afinidades, aunque menos vivas; tiende a
de sus miembros que han violado ciertas reglas de con- despertar las mismas ideas, los mismos movimientos, las mis-
ducta. mas emociones. Opone, pues, una resistencia al juego de
Ahora bien, la definición que hemos dado del cri- nuestros sentimientos personales, y, por consecuencia, lo
men da cuenta con claridad de todos esos caracteres de la debilita, atrayendo en una dirección contraria toda una parte
pena de nuestra energía. Es como si una fuerza extraña se hubie·
ra introducido en nosotros en forma que desconcertare el li-
bre funcionamiento de nuestra vida física. He aquí por qué
una convicción opuesta a la nuestra no puede manifestarse
III
ante nosotros sin perturbarnos; y es que, de un solo golpe,
penetra en nosotros y, hallándose en antagonismo con todo
Todo estado vigoroso de la conciencia es una fuente de lo que encuentra, determina verdaderos desórdenes. Sin
vida; constituye un factor esencial de nuestra vitalidad gene- duda que, mientras el conflicto estalla sólo entre ideas abs-
:1 ral. Por consiguiente, todo lo que tiende a debilitarla nos tractas, no es muy doloroso, porque no es muy profundo.
disminuye y nos deprime; trae como consecuencia una im- La región de esas ideas es a la vez la más elevada y la más
presión de perturbación y de malestar análogo al que sen- superficial de la conciencia, y los cambios que en ella sobre-
timos cuando una función importa~ se suspende o se debi- vienen, no teniendo repercusiones extensas, no nos afectan
lita. Es inevitable, pues, que reaccionemos enérgicamente sino débilmente. Pero, cuando se trata de una creencia que
contra la causa que nos amenaza de una tal disminución, nos es querida, no permitimos, o no podemos permitir, que
que nos esforcemos en ponerla a un lado, a fin de mantener
la integridad de nuestra conciencia. (I) Véase Maudsley, Pkysiologie de fesprit, trad. franc,l pág. 270.

106 107
se ponga impunemente mano en ella. Toda ofensa dirigida los socorros así evocados a las necesidades, ia dis-
contra la misma suscita una reacción emocional, más 0 me .. tenga por efecto afirmarnos más en nuestras convic-
nos violenta, que se vuelve contra el ofensor. N os encoleriza- lejos de quebrantarnos.
mos, nos indignamos con él, le queremos mal, y los senti- Ahora bien, sabido es el grado de energía que puede ad-
mientos así suscitados no pueden traducirse en actos; le hui- •'ili' ,,.,;,.;r una creencia o un sentimiento sólo por el hecho de
mos, le tenemos a distancia, le desterramos de nuestra so- ,.;,.-.-- .. sentido por una misma comunidad de hombres, en rela-
ciedad, etc. ción unos con otros; las causas de ese fenómeno son hoy día
No pretendemos, sin duda, que toda convicción fuerte bien conocidas (r). De igual manera que los estados de con-
sea necesariamente intolerante; la observación corriente bas- ciencia contrarios se debilitan recíprocamente, los estados de
ta para demostrar lo contrario. Pero ocurre que causas conciencia idénticos, intercambiándose, se refuerzan unos a
exteriores neutralizan, entonces, aquellas cuyos efectos aca. otros. Mientras Jos primeros se sostienen, los segundos se
bamos de analizar. Por ejemplo, puede haber entre adver- adicionan. Si alguno expresa ante nosotros una idea que era
sarios una simpatía general que contenga su antagonismo ya nuestra, la representación que nos formamos viene a
y que lo atenúe. Pero es preciso que esta simpatía sea agregarse a nuestra propia idea, se superpone a ella, se con-
más fuerte que su antagonismo; de otra manera no le sobre- tunde con ella, le comunica lo que tiene de vitalidad; de esta
vive. O bien, las dos partes renuncian a la lucha cuando fusión surge una nueva idea que absorbe las precedentes y
averiguan que no puede conducir a ningún resultado, y se que, como consecuencia, es más viva que cada una de ellas
]J contentan con mantener sus situaciones respectivas; se to-
leran mutuamente al no poderse destruir. La tolerancia re-
tomada aisladamente. He aquí por qué, en las asambleas nu-
merosas, una emoción puede adquirir una tal violencia; es
cíproca, que a veces cierra las guerras de religión, con fre- que la vivacidad con que se produce en cada conciencia se
cuencia es de esta naturaleza. En todos estos casos, si el refleja en las otras. N o es ya ni necesario que experimente-
conflicto de los sentimientos no engendra esas consecuen- mos por nosotros mismos, en virtud sólo de nuestra natura-
cias naturales, no es que las encubra; es que está impedido leza individual, un sentimiento colectivo para que adquiera
de producirlas. en nosotros una intensidad semejante, pues lo que le agrega-
Además, son útiles y al mismo tiempo necesarias. Apar- mos es, en suma, bien poca cosa. Basta con que no seamos un
te de derivar forzosamente de causas que las producen, terreno muy refractario para que, penetrando del exterior con
contribuyen también a mantenerlas. Todas esas emociones la fuerza que desde sus orígenes posee, se imponga a nos-
violentas constituyen, en realidad, un llamamiento de fuer- otros. Si, pues, los sentimientos que ofende el crimen son, en
zas suplementarias que vienen a dar al sentimiento atacado el seno de una misma sociedad, los más universalmente colec-
:11
la energía que le proporciona la contradicción. Se ha dicho tivos que puede haber; si, pues, son incluso estados particu-
a veces que la cólera era inútil porque no era más que una larmente fuertes de la conciencia común, es imposible que
pasión destructiva, pero esto es no verla más que en uno de sus toleren la contradicción. Sobre todo si esta contradicción no
aspectos. De hecho consiste en una sobreexcitación de fuer- es puramente teórica, si se afirma, no sólo con palabras, sino
zas latentes y disponibles, que vienen a ayudar nuestro sen- con actos, como entonces llega a su ma:rimum, no podemos
timiento personal a hacer frente a los peligros, reforzándolo. dejar de resistirnos contra ella con pasión. Un simple poner
:11 En el estado de paz, si es que así 4JUede hablarse, no se ha- las cosas en la situación de orden perturbada no nos basta:
Ha éste con armas suficientes para la lucha; correría, pues, el necesitamos una satisfacción más violenta. La fuerza contra
riesgo de sucumbir si reservas pasionales no entran en línea la cual el crimen viene a chocar es demasiado intensa
en el momento deseado; la cólera no es otra cosa que una
movilización de esas reservas. Puede incluso ocurrir que, por (í> Ver Espinas, Sociétés animales, passim, París, Alean.

108 !09
para reaccionar con tanta moderación. No lo podría hacer día cómo se hacen esas alienaciones parciales de la persona·
además, sin debilitarse, ya que, gracias a la intensidad de 1~ ¡¡dad. Ese milagro es hasta tal punto inevitable que, bajo una
reacción, se rehace y se mantiene en el mismo grado de forma u otra, se producirá mientras exista un sistema repre-
energía. sivo. Pues, para que otra cosa ocurriera, sería preciso que no
Puede así explicarse una característica de esta reacción hubiera en nosotros más que sentimientos colectivos de una
que con frecuencia se ha señalado como irracional. Es indu: intensidad mediocre, y en ese caso no existina mas la pena.
dable que en el fondo de la noción de expiación existe la idea (
-se dirá que el error disiparíase por sí mismo en cuanto los
de una satisfacción concedida a algún poder, real o ideal, hombres hubieran adquirido conciencia de él? Pero, por más
superior a nosotros. Cuando reclamamos la represión del que sepamos que el sol es un globo inmenso, siempre lo ve·
crimen no somos nosotros los que nos queremos personar- remos bajo el aspecto de un disco de algunas pulgadas. El
mente vengar, sino algo ya consagrado que más o menos entendimiento puede, sin duda, enseñarnos 8 interpretar nues-
confusamente sentimos fuera y por encima de nosotros. Esta tras sensaciones; no puede cambiarlas. Por lo demás, el error
cosa la concebimos de diferentes maneras, según los tiempos sólo es parcial. Puesto que esos sentimientos son colectivos, no
y medios; a veces es una simple idea, como la moral, el deber; es a nosotros lo que en nosotros representan, sino a la socie·
con frecuencia nos la representamos bajo la forma de uno o dad. Al vengarlos, pues, es ella y no nosotros quienes nos
de varios seres concretos: los antepasados, la divinidad. He vengamos, y, por otra parte, es algo superior al individuo. N o
aquí por qué el derecho penal, no sólo es esencialmente reli- hay, pues, razón para aferrarse a ese carácter casi religioso
gioso en su origen, sino que siempre guarda una cierta se- de la expiación, para hacer de ella una especie de superfeta-
:.1·
' ñal todavía de religiosidad: es que los actos que castiga parece ción parásita. Es, por el contrario, un elemento integrante
como si fueran aten tactos contra alguna cosa transcendental, de la pena. Sin duda que no expresa su naturaleza más que
ser o concepto. Por esta misma razón nos explicamos a nos- de una manera metafórica, pero la metáfora no deja de
otros ,mismos cómo nos parecen reclamar una sanción supe- ser verdad.
rior a la simple reparación con que nos contentamos en el Por otra parte, se comprende que la reacción penal no
orden de los intereses puramente humanos. sea uniforme en todos los casos, puesto que las emociones
Seguramente esta representación es ilusoria; somos nos- que la determinan no son siempre las mismas. En efecto, son
otros los que nos vengamos en cierto sentido, nosotros los más o menos vivas según la vivacidad del sentimiento herido
que nos satisfacemos, puesto que es ~>n nosotros, y sólo en y también según la gravedad de la ofensa sufrida. Un estado
nosotros, donde los sentimientos ofendidos se encuentran. fuerte reacciona más que un estado débil, y dos estados de
Pero esta ilusión es necesaria. Como, a consecuencia de su la misma intensidad reaccionan desigualmente, según que han
origen colectivo, de su universalidad, de su permanencia en sido o no más o menos violentamente contradichos. Esas
la duración, de su intensidad intrínseca, esos sentimientos variaciones se producen necesariamente, y además son útiles,
tienen una fuerza excepcional, se separan radicalmente del
:l
! resto de nuestra conciencia, en la que los estados son mucho
más débiles. N os dominan, tienen, por así decirlo, algo de
pues es bueno que el llamamiento de fuerzas se halle en
relación con la importancia del peligro. Demasiado débil, sería
insuficiente; demasiado violento, sería una pérdida inútil.

1 sobrehumano y, al mismo tiempo, nos ligan a objetos que se


encuentran fuera de nuestra vida Jrmporal. N os parecen,
Puesto que la gravedad del acto criminal varía en función a
los mismos factores, la proporcionalidad que por todas partes
pues, como el eco en nosotros de una fuerza que nos es ex- se observa entre el crimen y el castigo se establece, pues,
traña y que, además, nos es superior. Así, hallámonos ne· con una espontaneidad mecánica, sin que sea necesario ha,;:er
cesitados de proyectarlos fuera de nosotros, de referir a cómputos complicados para calcularla. Lo que hace la gra-
cualquier objeto exterior cuanto les concierne; sabemos hoy duación de los crímenes es también lo que hace la de las
l!O 111
penas; las dos escalas no pueden, por consiguiente, dejar de objeto se debe al hecho de- ser Universalmente respetados.
corresponderse, y esta correspondencia, para ser necesaria Ahora bien, el crimen no es posible como ese respeto no
no deja al mismo tiempo de ser útil. ' sea verdaderamente universal; por consecuencia, supone
que no son absolutamente colectivos y corta esa unanimi-
En cuanto al carácter social de esta reacción, deriva de dad origen de su autoridad. Si. pues, cuando se produce, las
la naturaleza social de los sentimientos ofendidos. Por el conciencias que hiere no se unieran para testimoniarse las
hecho de encontrarse éstos en todas las conciencias, la in- unas a las otras que permanecen en comunidad, que ese
fracción cometida suscita en todos los que son testigos 0 caso particular es una anomalía, a la larga podrían sufrir
que conocen la existencia una misma indignación. Alcanza un quebranto. Es preciso que se reconforten, asegurándose
a todo el mundo, por consiguiente, todo el mundo se resiste mutuamente que están siempre unidas; el único medio para
contra el ataque. N o sólo la reacción es general sino que es esto es que reaccionen en común. En una palabra, pues-
colectiva, lo .que no es la misma cosa; no se produce aislada- to que es la conciencia común la que ha sufrido el aten-
mente en cada uno, sino con un conjunto y una unidad que tado, es preciso que sea ella la que resista, y, por con siguien·
varían, por lo demás, según los casos. En efecto, de igual te, que la resistencia sea colectiva.
manera que los sentimientos contrarios se repelen, los senti-
mientos semejantes se atraen, y esto con tanta mayor fuerza Sólo nos resta que decir por qué se organiza.
cuanto más intensos son. Como la contradicción es un peli- Esta última característica se explica observando que la
gro que los exaspera, amplifica su fuerza de atracción. Jamás represión organizada no se opone a la represión difusa, sino
se experimenta tanta necesidad de volver a ver a sus com- que sólo las distinguen diferencias de detalle: la reacción tie-
patriotas como cuando se está en país extranjero; jamás el ne en aquélla más unidad. Ahora bien, la mayor intensidad
creyente se siente tan fuertemente llevado hacia sus correli- y la naturaleza más definida de los sentimientos que venga
gionarios como en las épocas de persecución. Sin duda que la pena propiamente dicha, hacen que pueda uno darse cuen-
en cualquier momento nos agrada la compañía de los que ta con más facilidad de esta unificación perfeccionada. En
piensan y sienten como nosotros; pero no sólo con placer efecto, si la situación negada es débil, o si se la niega débil-
sino con pasión los buscamos al salir de discusiones en las mente, no puede determinar más que una débil concentra-
i¡ ¡ que nuestras creencias comunes han sido vivamente comba- ción de las conciencias ultrajadas; por el contrarío, si es
¡.
'.·.1.··
.. 1
•.

tidas. El crimen, pues, aproxima a las conciencias honradas fuerte, si la ofensa es grave, todo el grupo afectado se con-
y las concentra. No hay más que ver lo que se produce, sobre trae ante el peligro y se repliega, por así decirlo, en sí mis-
,¡. todo en una pequeña ciudad, cuando se comete algún escán- mo. No se contenta ya con cambiar impresiones cuando la
dalo moral. Las gentes se detienen en las calles, se visitan, se ocasión se presenta, de acercarse a este lado o al otro, según
encuentran en lugares convenidos para hablar del aconteci- la casualidad lo impone o la mayor comodidad de los en-
miento, y se indignan en común. De todas esas impresiones cuentros, sino que la emoción que sucesivamente ha ido ga-
similares que se cambian, de todas las cóleras que se mani- nando a las gentes empuja violentamente unos hacia otros
fiestan, se desprende una cólera única, más o menos deter- a aquellos que se asemejan y los reune en un mismo lugar.
minada según los casos, que es la de todo el mundo sin ser Esta concentración material del agregado, haciendo más ín-
la de una persona en particular. Es.Jt! cólera pública. tima la penetración mutua de los espíritus, hace así más
Sólo ella, por lo demás, puede servir para algo. En efecto, fáciles todos los movimientos de conjunto; las reacciones
los sentimientos que están en juego sacan toda su fuerza emocionales, de las que es teatro cada conciencia, hállanse,
del hecho de ser comunes a todo el mundo; son enérgicos pues, en las más favorables condiciones para unificarse. Sin
porque son indiscutidos. El respeto particular de que son embargo, si fueran muy diversas, bien en cantidad, bien en
112 113
ticipar sin que todos los actos que le ofenden sean recha-
calidad, seria imposible únafusión completa entre esos ele-
zados y combatidos como aquellos que ofenden a la concien-
mentos parcialmente heterogéneos e irreducibles. Mas sabe~
mos que los sentimientos que los determinan están hoy de- cia colectiva, y esto aun cuando no sea ella directamente
finidos y son, por consiguiente, muy uniformes. Participan afectada.
pues, de la misma uniformidad y, por consiguiente, viene~

1 con toda naturalidad a perderse unos en otros, a confundirse


e~ una resultante única que les sirve de sustitutivo y que se
e_¡erce, no por cada uno aisladamente, sino por el cuerpo so-
IV

El análisis de la pena ha confirmado así nuestra defini-


~e cial así constituido. ción del crimen. Hemos comenzado por establecer en forma
inductiva cómo éste consistía esencialmente en un acto con-
Hechos abundantes tienden a probar que tal fué, históri-
ifl ca:nente, la génesis de la pena. Sábese, en efecto, que en el
ongen era la asamblea del pueblo entera la que ejercía la fun-
trario a los estados fuertes y definidos de la conciencia co-
mún; acabamos de ver que todos los caracteres de la pena
:fC ción de tribunal. Si nos referimos inclusive a los ejemplos derivan, en efecto, de esa naturaleza del crimen. Y ello es
que hemos citado un poco más arriba del Pentateuco(!), así, porque las reglas que la pena sanciona dan expresión a
puede verse que las cosas suceden tal y como acabamos de las semejanza;; sociales más esenciales.
describirlas. Desde que se ha extendido la noticia del crimen De esta manera se ve la especie de solidaridad que el de-
el pueblo se reune, y, aunque la pena no se halle predetermi-' recho penal simboliza. Todo el mundo sabe, en efecto, que
nada, la reacción se efectúa con unidad. En ciertos casos era hay una cohesión social cuya causa se encuentra en una
el pueblo mismo el que ejecutaba colectivamente la senten- cierta conformidad de todas las conciencias particulares ha-
cia, tan pronto como había sido pronunciada (z). Más tarde, cia un tipo común, que no es otro que el tipo psíquico de la
a~l! dond~ la asamblea encarna en la persona de un jefe, con- sociedad. En esas condiciones, en efecto, no sólo todos los
,~1 v¡ertese este, total o parcialmente, en órgano de la reacción miembros del grupo se encuentran individualmente atraídos

·~· penal, y la organización se prosigue de acuerdo con las leyes los unos hacia los otros porque se parecen, sino que se ha-

'1 generales de todo desenvolvimiento orgánico.


No cabe duda, pues, que la naturaleza de los sentimien-
llan también ligados a lo que constituye la condición de
existencia de ese tipo colectivo, es decir, a la sociedad que
:.1·
to~ colectivos es la que da cuenta de la pena y, por consi- forman por su reunión. No sólo los ciudadanos se aman y
)'
guiente, del crimen. Además, de nuevo vemos que el poder se buscan entre sí con preferencia a los extranjeros, sino que
d~ de reacción de que disponen las funciones gubernamentales, aman a su patria. La quieren como se quieren ellos mis-
t1.l
una vez que han hecho su aparición, no es más que una mos, procuran que no se destruya y que prospere, porque sin
emanaci~n del que se halla difuso en la sociedad, puesto que ella toda una parte de su vida psíquica encontraría li-
nace de el. El uno no es sino reflejo del otro; varía la exten- mitado su funcionamiento. A la inversa, la sociedad pro-
sión del primero como la del segundo. Añadamos, por otra cura que sus individuos presenten todas sus semejanzas
parte, que la institución de ese poder sirve para mantener la fundamentales, porque es una condición de su cohesión.
illll
conciencia común misma, pues se debilitaría si el órgano Hay en nosotros dos conciencias: una sólo contiene estados
que 1~ represen~a no participare del respeto que inspira y de la personales a cada uno de nosotros y que nos caracterizan,
autondad partiCular que ejerce. AhoD bien, no puede par- mientras que los estados que comprende la otra son comu-
nes a toda la sociedad ( I ). La primera no representa sino
(r) Ver antes pág. rr2, nota 2.
(2) Ver Thonissen, Etttde.r, etc., II, págs. 30 y 232.-Los testigos del (x) Para simplificar la exposición, suponemos que el individuo no pet'""
crimen gozaban a veces un papel preponderante en la ejecución. tenece más que a una sociedad. De hecho formamos parte de muchos gru-
114
liS
nuestra personalidad individt!al y la constituye; la segunda que, por sí mísmos, fueran perjudiciales para la sociedad. En
representa el tipo colectivo y, por consiguiente, la sociedad efecto, al igual que el tipo individual, el tipo colectivo se ha
sin la cual no existiría. Cuando uno de los elementos de esta' formado bajo el imperio de causas muy diversas e incluso de
última es el que determina nuestra conducta, no actuamos en encuentros fortuitos. Producto del desenvolvimiento históri-
vista de nuestro interés personal, sino que perseguimos fines co, !leva la señal de las circunstancias de toda especie que la
colectivos. Ahora bien, aunque distintas, esas dos concien- sociedad ha atravesado en su historia. Sería milagroso
cias están ligadas una a otra, puesto que, en realidad, no son que todo lo que en ella se encuentra estuviere ajustado a al-
más que una, ya que sólo existe para ambas un único subs- gún fin útil; no cabe que hayan dejado de introducirse en la
trato orgánico. Son, pues, solidarias. De ahí resulta una so- misma elementos más o menos numerosos que no tienen re-
lidaridad sui generis que, nacida de semejanzas, liga directa- lación alguna con la utilidad social. Entre las inclinaciones,
mente al individuo a la sociedad; en el próximo capítulo las tendencias que el individuo ha recibido de sus antepasa-
podremos mostrar mejor el por qué nos proponemos llamarla dos o que él se ha formado en el transcurso del tiempo, mu-
mecánica. Esta solidaridad no consiste sólo en una unión ge- chas, indudablemente, no sirven para nada, o cuestan más
neral e indeterminada del individuo al grupo, sino que hace de lo que proporcionan. Sin duda que en su mayoría no son
también que sea armónico el detalle de los movimientos. En perjudiciales, puesto que el ser, en esas condiciones, no po-
efecto, como esos móviles colectivos son en todas partes los dría vivir; pero hay algunas que se mantienen sin ser útiles,
mismos, producen en todas partes los mismos efectos. Por e incluso aquellas cuyos servicios ofrecen menos duda tie-
consiguiente, siempre que entran en juego, las voluntades se nen con frecuencia una intensidad que no se halla en rela-
1 mueven espontáneamente y con unidad en el mismo sen-
tido.
ción con su utilidad, porque, en parte, les viene de otras
causas. Lo mismo ocurre con las pasiones colectivas. Todos
Qf Esta solidaridad es la que da expresión al derecho repre- los actos que las hieren no son, pues, peligrosos en sí mis-
sivo, al menos en lo que tiene de vital. En efecto, los actos mos o, cuando menos, no son tan peligrosos como son re-
que prohibe y califica de crímenes son de dos clases: o bien probados. Sin embargo, la reprobación de que son objeto no
manifiestan directamente una diferencia muy violenta contra deja de tener una razón de ser, pues, sea cual fuere el origen
el agente que los consuma y el tipo colectivo, o bien ofen- de esos sentimientos, una vez que forman parte del tipo co-
den al órgano de la conciencia común. En un caso, como en lectivo, y sobre todo si son elementos esenciales del mismo,
el otro, la fuerza ofendida por el crimen que la rechaza es la todo lo que contribuye a quebrantarlos quebranta a la vez
misma; es un producto de las semejanzas sociales más esen- la cohesión social y compromete a la sociedad. Su nacimien-
ciales, y tiene por efecto mantener la cohesión social que re- to no reportaba ninguna utilidad; pero, una vez que ya se
,:1!11 sulta de esas semejanzas. Es esta fuerza la que el derecho sostienen, se hace necesario que persistan a pesar de su irra·
penal protege contra toda debilidad, exigiendo a la vez de cada cionalidad. He aquí por qué es bueno, en general, que los
uno de nosotros un mínimum de semejanzas sin las que el indi- actos que les ofenden no sean tolerados. No cabe duda que,
viduo seria una amenaza para la unidad del cuerpo social, razonando abstractamente, se puede muy bien demostrar que
e imponiéndonos el respeto hacia el símbolo que expresa y no hay razón para que una sociedad prohiba el comer deter-
resume esas semejanzas al mismo tiempo que las garantiza. minada carne, en sí misma inofensiva. Pero, una vez que el
1 Así se explica que existieran actos que hayan sido con fre-
cuencia reputados de criminales y, ~m o tales, castigados ~in
horror por ese alimento se ha convertido en parte integrante
de la conciencia común, no puede desaparecer sin que el lazo
social se afloje, y eso es precisamente lo que las conciencias
pos y hay en nosotros varias conciencias colectivas; pero esta complica-
sanas sienten de una manera vaga (r).
ción no cambia en nada la relación que estamos en camino de establecer.
( 1) No quiere esto decir que sea preciso, a pesar de todo, conservar
116 117
Lo mismo ocurre con la pena. Aunque procede de una el castigo está, sobre todo, destinado a actuar sobre las gen-
reacción absolutamente mecánica, de movimientos pasiona. tes honradas, pues, como sirve para curar las heridas oca-
les y en gran parte irreflexivos, no deja de desempeñar un sionadas a los sentimientos colectivos, no puede llenar su
papel útiL Sólo que ese papel no lo desemoeña
. allí donde de papel sino allí donde esos sentimientos existen y en la medi-
ordinario se le ve. No sirve, o no sirve sino muy secundaria. da en que están vivos. Sin duda que, previniendo en los es-

1 mente, para corregir al culpable o para intimidar a sus posi-


bles imitadores; desde este doble punto de vista su eficacia
píritus ya quebrantados un nuevo debilitamiento del alma
colectiva, puede muy bien impedir a los atentados multi-
plicarse; pero este resultado, muy útil, desde luego, no es
ic
es justamente dudosa, y, en todo caso, mediocre. Su verda-
dera función es mantener intacta la cohesión social, conser. más que un contragolpe particular. En una palabra, para
vando en toda su vitalidad la conciencia común. Si se la formarse una idea exacta de la pena, es preciso reconciliar
¡fl: negara de una manera categórica, perdería aquélla necesa. las dos teorías contrarias que se han producido: la que ve
en ella una expiación y la que hace de ella un arma de de-
riamente su energía, como no viniera a compensar esta pér-
;lf: dida una reacción emocional de la comunidad, y resultaria fensa social. Es indudable, en efecto, que tiene por función
entonces un aflojamiento de la solidaridad social. Es preciso, proteger la sociedad, pero por ser expiatoria precisamente;
:~11 pues, que se afirme con estruendo desde el momento que se la de otro lado, si debe ser expiatoria, ello no es porque, a con-
cGntradice, y el único medio de afirmarse es expresar la a ver. secuencia de no sé qué virtud mística, el dolor redima la fal-
sion unánime que el crimen continúa inspirando, por medio ta, sino porque no puede producir su efecto socialmente útil
de un acto auténtico, que sólo puede consistir en un dolor más que con esa sola condición ( r ).
que se inflige al agente. Por eso, aun siendo un producto De este capítulo resulta que existe una solidaridad social
necesario de las causas que lo engendran, este dolor no es que procede de que un cierto número de estados de concien-
una crueldad gratuita. Es el signo que testimonia que los cia son comunes a todos los miembros de la misma sociedad.
sentimientos colectivos son siempre colectivos, que la comu- Es la que, de una manera material, representa el derecho
:dj nión de espíritus en una misma fe permanece intacta y por represivo, al menos en lo que tiene de esencial. La parte que
esa razón repara el mal que el crimen ha ocasionado a la so- ocupa en la integración general de la sociedad depende, evi-
;:
'11·.

ciedad. He aquí por qué hay razón en decir que el criminal dentemente, de la extensión mayor o menor de la vida social
:'i
·-'1"
debe sufrir en proporción a su crimen, y por qué las teorías que que abarque y reglamente la conciencia común. Cuanto más
rehusan a la pena todo carácter expiatorio parecen a tantos relaciones diversas haya en las que esta última haga sen-
d~_,
···11f espíritus subversiones del orden social. Y es que, en efecto, tir su acción, más lazos crea también que unan el individuo
esas doctrinas no podrían practicarse sino en una sociedad al grupo; y más, por consiguiente, deriva la cohesión social
1111
en la que toda conciencia común estuviera casi abolida. Sin de esta causa y lleva su marca. Pero, de otra parte, el número
'ftll esta satisfacción necesaria, lo que llaman conciencia moral de esas relaciones es proporcional al de las reglas represi-
no podría conservarse. Cabe decir, sin que sea paradoja, que vas; determinando qué fracción del edificio jurídico repre-
senta al derecho penal, calcularemos, pues, al mismo tiem-
1111
una regla penal porque, en un momento dado, haya correspondido a algUn
sentimiento colectivo. No tiene razón de se:, como este último no se en-
cuentre vivo y enérgico todavía. Si ha d~parecido
,.,V
o se ha debilitado1 (1) Al decir que la pena, tal como ella es, tiene una razón de ser, no
nada más vano, e incluso nada más perjudicial, que intentar mantenerlo queremos decir que sea perfecta y que no se pueda mejorar. Por el contra~
artificialmente y por fuerza. Puede incluso suceder que sea preciso comba- rio, es a todas luces evidente que, siendo producida • por causas en gran
tir una práctica que haya sido común, pero que ya no lo es y se opone al parte completamente mecánicas, no se puede hallar sino muy imperfecta-
establecimiento de prácticas nuevas y necesarias. Pero no tenemos para qué mente ajustada al papel que desempeña. Sólo se trata de una justificación
entrar en esta cuestión de casuística. loba!.
118 119
po, la importancia relativa de esta- solidaridad. Es verdad
que, al proceder de tal manera, no tendremos en cuenta cier-
tos elementos de la conciencia colectiva, que, a causa de su
menor energía o de su indeterminación, permanecen extra-
ños al derecho represivo, aun cuando contribuyan a asegu.
rar la armonía social; son aquellos que protegen penas sim-
plemente difusas. Lo mismo sucede en las otras partes del
derecho. No existe ninguna que no venga a ser completada CAPITULO III
por las costumbres, y, como no hay razón para suponer que
la relación entre el derecho y las costumbres no sea la mis- SOLIDARIDAD DEBIDA A LA DIVISIÓN DEL TRABAJO U ORGÁNICA
ma en sus diferentes esferas, esta eliminación no hace que
corran peligro de alterarse los resultados de nuestra compa-
ración. I

La naturaleza misma de la sanción restitutiva basta para


mostrar que la solidaridad social a que corresponde ese de-
Ut
recho es de especie muy diferente.
Disting11e a esta sanción el no ser expiatoria, el reducirse
1 a un simple volver las cosas a su estado. No se impone, a
quien ha violado el derecho o a quien lo ha desconocido, un

• sufrimiento proporcionado al perjuicio; se le condena, 8irn-

•1 plemente, a someterse. Si ha habi_do hechos consumados, el


juez los restablece al estado en que debieran haberse encontra-
do. Dicta el derecho, no pronuncia penas. Los daños y perjui-
1 cios a que se condena un litigante no tienen carácter penal; es
tan sólo un medio de volver sobre el pasado para restablecerlo
en su forma normal, hasta donde sea posible. Es verdad que

e Tarde ha creído encontrar una especie de penalidad civil en la


condena en costas, que siempre se impone a la parte que su-
cumbe (I ). Pero, tomada en este sentido, la palabra no tiene
más que un valor metafórico. Para que hubiere habido pena,
seria preciso, cuando menos, que hubiere habido alguna pro-
1 porción entre el castigo y la falta, y para eso sería necesario
que el grado de gravedad de esta última fuera seriamente esta-
blecido. Ahora bien, de hecho, el que pierde el proceso paga los
1 gastos, aun cuando sus intenciones hubieren sido puras, aun
cuando no fuere culpable más que de ignorancia. Las razo-
nes de esta regla parecen ser, pues, otras muy.diferentes:

(x) Tarde, Criminalitl comparée, pág. IIJ, París, Alean.


!20 121
dado que la justicia no es gratuita, estimase equTfativo que débiles. El derecho represivo corresponde a lo que es el cora-
los gastos sean soportados por aquel que ha dado la ocasión. zón, el centro de la conciencia común; las reglas puramente
Es posible, además, que la perspectiva de estos gastos con- morales constituyen ya una parte menos central; en fin, el
tenga al litigante temerario, pero esto no basta para crear derecho restitutivo nace en regiones muy excéntricas para
una pena. El temor a la ruina, que de ordinario sigue a la pe- eXtenderse mucho más allá todavía. Cuanto más suyo llega
reza o a la negligencia, puede hacer al negociante activo y a ser, más se aleja.
aplicado, y, sin embargo, la ruina no es, en el propio sentido Esa característica se ha puesto de manifiesto por la ma-
de la palabra, la sanción penal de esas faltas. nera como funciona. Mientras el derecho represivo tiende a
El faltar a esas reglas ni siquiera se castiga con una permanecer difuso en la sociedad, el derecho restitutivo se
pena difusa. El litigante que ha perdido su proceso no está crea órganos cada vez más especiales: tribunales especiales,
deshonrado, su honor no está manchado. Podemos in- consejos de hombres buenos, tribunales administrativos de
cluso imaginar que esas reglas sean otras de las que son, toda especie. Incluso en su parte más general, a saber, en el
sin que esto nos irrite. La idea de que el homicidio pueda derecho civil, no se pone en ejercicio sino gracias a funcio-
ser tolerado nos subleva, pero aceptamos sin inconveniente narios particulares: magistrs.dos, abogados, etc., que se han
alguno que se modifique el derecho sucesorio y muchos hecho aptos para esa función gracias a una cultura espe-
hasta conciben que pueda ser suprimido. Se trata de una cializada.
OJIII cuestión que no rehuimos discutir. Admitimos incluso sin Pero, aun cuando esas reglas se hallen más o menos fuera
1
. esfuerzo que el derecho de servidumbre o el de usufructo
se organice de otra manera, que las obligaciones del ven-
de la conciencia colectiva, no interesan sólo a los particula-
res. Si fuera así, el derecho restitutivo nada tendría de común
dedor y del comprador se determinen en otra forma, que las con la solidaridad social, pues las relaciones que regula
funciones administrativas se distribuyan con arreglo a otros ligarían a los individuos unos con otros sin por eso unirlos a
principios. Como esas prescripciones no corresponden en la sociedad. Serían simples acontecimientos de la vida priva-
nosotros a sentimiento alguno, y como, generalmente, no da, como pasa, por ejemplo, con las relaciones de amistad. Pero
conocemos científicamente sus razones de ser, puesto que no está ausente, ni mucho menos, la sociedad de esta esfera
esta ciencia no está hecha todavía, carecen de raíces en la de la vida jurídica. Es verdad que, generalmente, no intervie-
mayor parte de nosotros. Sin duda hay excepciones. No ne por sí misma y en su propio nombre; es preciso que sea so-
toleramos la idea de que una obligación contraria a las cos- licitada por los interesados. Mas, por el hecho de ser provoca-
tumbres u obtenida, ya por la violencia, ya por el fraude, da, su intervención no deja menos de ser un engranaje esen-
pueda ligar a los contratantes. Así, cuando la opinión pú- cial del mecanismo, ya que sólo ella es la que le hace funcio-
blica se encuentra en presencia de casos de ese género, se nar. Es ella la que dicta el derecho, por el órgano de sus re-
muestra menos indiferente de lo que acabamos de decir y presentantes.
:1 agrava con su censura la sanción penal. Y es que los dife-
rentes dominios de la vida moral no se hallan radicalmente
Se ha sostenido, sin embargo, que esa función no tenía
nada de propiamente social sino que se reducía a ser conci-
separados unos de otros; al contrario, son continuos, y, por liadora de los intereses privados; que, por consiguiente, cual-
jf~
m, consiguiente, hay entre ellos regiones limítrofes en las que quier particular podía llenarla, y que si la sociedad se encar-
se encuentran a la vez caractere~iferentes. Sin embar- gaba era tan sólo por razones de comodidad. Pero nada más
go, la proposición precedente sigue siendo cierta en relación inexacto que contemplar en la sociedad una especie de árbitro
con la generalidad de los casos. Es prueba de que las re- entre las partes. Cuando se ve llevada a intervenir no es con
glas de sanción restitutiva, o bien no forman parte en abso- el fin de poner de acuerdo los intereses individuales; no busca
luto de la conciencia colectiva, o sólo constituyen estados cuál podrá ser la solución más ventajosa para los adversarios
122 123
ciuso en aquellas que parecen más privadas, y en las cuales
y no les propone transacciones, sino que aplica al caso parti-
su presencia, aun cuando no se sienta, al menos en el estado
cular que le ha sido sometido las reglas generales y tradicio-
normal, no deja de ser menos esencial ( r).
nales del derecho. Ahora bien, el derecho es cosa social en
Como las reglas de sanción restitutiva son extrañas a la
primer lugar, y persigue un objeto completamente distinto al
conciencia común, las relaciones que determinan no son de
interés de los litigantes. El juez que examina una demanda
las que alcanzan indistintamente a todo el mundo; es decir,
de divorcio no se preocupa de saber si esta separación es
que se establecen inmediatamente, no entre _el individuo Y_ la
verdaderamente deseable para los esposos, sino si las causas
sociedad, sino entre partes limitadas y especiales de la socie-
que se invocan entran en alguna de las categorías previstas
dad, a las cuales relacionan entre sí. Mas, por otra parte, conw
por la ley.
ésta no se halla ausente, es indispensable, sin duda, que mas
Pero, para apreciar bien la importancia de la acción social,
0 menos se encuentre directamente interesada, que sienta el
es preciso observarla, no sólo en el momento en que la san-
contragolpe. Entonces, según la vivacidad con que lo sienta,
ción se aplica o en el que la acción perturbada se restablece,
interviene de más cerca o de más lejos y con mayor o menor
sino también cuando se instituye.
actividad, mediante órganos especiales encargados de repre-
En efecto, es necesaria tanto para fundar como para modi-
sentarla. Son, pues, bien diferentes estas relaciones de las
ficar multitud de relaciones jurídicas que rigen ese derecho y
que reg'amenta el derecho represivo, ya_ qu~ ésta~ ligan di-
que el consentimiento de los interesados no basta para crear rectamente, y sin intermediario, la conciencia particular con
ni para cambiar. Tales son, especialmente, las que se refieren la conciencia colectiva, es decir, al individuo con la sociedad.
al estado de las personas. Aunque el matrimonio sea un Pero esas relaciones pueden tomar dos formas muy di-
contrato, los esposos no pueden ni formalizarlo ni rescindirlo ferentes: o bien son negativas y se reducen a una pura abs-
a su antojo. Lo mismo sucede con todas las demás relaciones tención, o bien son positivas o de cooperación. A las dos
tll! domésticas, y, con mayor motivo, con todas aquellas que clases de reglas que determinan unas y otras corresponden
reglamenta el derecho administrativo. Es verdad que las
·'C dos clases de solidaridad social que es necesario distinguir.

,,
1,
obligaciones propiamente contractuales pueden anudarse y
deshacerse sólo con el acuerdo de las voluntades. Pero es
preciso no olvidar que, si el contrato tiene el poder de ligar a
las partes, es la sociedad quien le comunica ese poder. Su-
pongamos que no sancione las obligaciones contratadas; se
¡¡

~e: convierten éstas en simples promesas que no tienen ya más

.,
La relación negativa que puede ser\'ir de tipo a las otras
~111¡¡ que una autoridad moral (r). Todo contrato sup~ne, pu7s, es la que une la cosa a la persona.
que detrás de las partes que se comprometen esta la socie- Las cosas, en efecto, forman parte de la sociedad al igual
dad dispuesta a intervenir para hacer respetar los compro- que las personas, y desempeñan en ella un papel específico;
1:
'illll¡
misos que se han adquirido; por eso no prest~ la socieda~
esa fuerza obligatoria sino a los contratos que tienen, por S!
mismos, un valor social, es decir, son conformes a las reglas
es necesario, por consiguiente, que sus relaciones con el orga-
nismo social se encuentren determinadas. Se puede, pues,
decir que hay una solidaridad de las cosas cuya naturaleza es
de derecho. Ya veremos cómo incluso a veces su interven-
ción es todavía más positi\"a. Se Jta,lla presente, pues, en (I} Debemos atenernos aquí a estas indicaciones generales, comunes
todas las relaciones que determina el derecho restitutivo, in- a todas las formas del derecho restitutivo. Más adelante se verán (mismo
libro, cap. VII) las pruebas numerosas de esta verdad en la parte de ese
derecho que corresponde a la solidaridad que produce la división del
(1) Y aun esta autoridad moral viene de las costumbres, es decir, de
trabajo.
la sociedad.
125
124
lo bastante especial como para traducirse al exterior en con. donde las cosas se integran en la sociedad, la solidaridad que
secuencias jurídicas de un carácter muy particular. resulta de esta integración es por completo negativa. No hace
Los jurisconsultos, en efecto, distinguen dos clases de que las voluntades se muevan hacia fines comunes, sino tan
derechos: a unos dan el nombre de reales; a otros, el de sólo que las cosas graviten con orden en torno a las volunta-
personales. El derecho de propiedad, la hipoteca, perte- des. Por hallarse así limitados los derechos reales no entran en

1 necen a la primera especie; el derecho de crédito a la segunda.


Lo que ca~acteriza a los derechos reales es que, por sí solos,
dan nac1m1ento a un derecho de preferencia y de persecución
conflictos; están prevenidas las hostilidades, pero no hay con-
curso activo, no hay consensus. Suponed un acuerdo semejante
y tan perfecto como sea posible; la sociedad en que reine, si
;( de la cosa. En ese caso, el derecho que tengo sobre la cosa
es exclusivo frente a cualquier otro que viniere a estable-
reina solo, se parecerá a una inmensa constelación, en la que
cada astro se mueve en su órbita sin turbar los movimientos

~e cerse después del mío. Si, por ejemplo, un determinado bien de Jos astros vecinos. Una solidaridad tal no hace con los
hubiere sido sucesivamente hipotecado a dos acreedores, la elementos que relaciona un todo capaz de obrar con unidad;
!( segunda hipoteca en nada puede restringir los derechos de no contribuye en nada a la unidad del cuerpo social.
De acuerdo con lo que precede, es fácil determinar cuál
la primera. Por otra parte, si mi deudor enajena la cosa so-
bre la cual tengo un derecho de hipoteca, en nada se per- es la parte del derecho restitutivo a que corresponde esta so-
lidaridad: el conjunto de los derechos reales. Ahora bien, de la
...
,
judica este derecho, pero el tercer adquirente está obligado,
o a pagarme, o a perder lo que ha adquirido. Ahora bien,
para que así suceda, es preciso que el lazo iurídico una di-
definición misma que se ha dado resulta que el derecho de
propiedad es el tipo más perfecto. En efecto, la relación más
1 rectamente, y sin mediación de otra persona, esta cosa deter· completa que existe entre una cosa y una persona es aque-
minada y mi personalidad jurídica. Tal situación privilegia- lla que pone a la primera bajo la entera dependencia de la
da es, pues, consecuencia de la solidaridad propia de las segunda. Sólo que esta relación es muy compleja y los di-
cosas. Por el contrario, cuando el derecho es personal, la versos elementos de que está formada pueden llegar a ser el
persona que está obligada puede, contratando nuevas obliga- objeto de otros tantos derechos reales secundarios, como el
ciones, procurarme coacreedores cuyo derecho sea igual al usufructo, la servidumbre, el uso y la habitación. Cabe, en
mío, y, aunque yo tenga como garantías todos los bienes de suma, decir que los derechos reales comprenden a! derecho
mi deudor, si los enajena se escapan a mi garantía al salir de de propiedad bajo sus diversas formas (propiedad literaria,
su patrimonio. La razón de lo expuesto hallámosla en que no artística, industrial, mueble e inmueble) y sus diferentes mo-
existe relación especial entre esos bienes y mi derecho, sino dalidades, tales como las reglamenta el libro segundo de nues-
entre la persona de su propietario y mi propia persona(!). tro Código civil. Fuera de este libro, nuestro derecho re·
Bien se ve en qué consiste esta solidaridad real: refiere di- conoce, además, otros cuatro derechos reales, pero que solo
rectamente las cosas a las personas y no las personas a las co- son auxiliares y sustitutos eventuales de derechos per-
sas. En rigor, se puede ejercer un derecho real creyéndose solo sonales: la prenda, la anticresis, el privilegio y la hipoteca
:1 en el mundo, haciendo abstracción de los demás hombres. Por
consiguiente, como sólo por intermedio de las personas es por
(artículos z.OJI-2.203). Conviene añadir todo lo que se re-
fiere al derecho sucesorio, al derecho de testar y, por consi-

!l guiente, a la ausencia, puesto que crea, cuando se la declara,


una especie de sucesión provisoria. En efecto, la herencia
(1) Se ha dicho a veces que la concti4n de padre, de hijo, etc., eran es una cosa o un conjunto de cosas sobre las cuales los he·
objeto de derechos reales (ver Ortolán 1 Instituts, I, 66o). Pero estas condi·
rcderos o los legatarios tienen un derecho real, bien se ad·
ciones no son más que símbolos abstractos de derechos diversos, unos rea·
les (por ejemplo, el derecho del padre sobre la fortuna de sus hijos menores), quiera éste ipso jacto por la muerte del propietario, o bien
los otros personales. no se abra sino a consecuencia de un acto judicial, como su-
126 127
cede a los herederos indirectos y a los legatarios a titulo ·'*fJt$1~< cesarlas relaciones para reparar el perjuicio, si está consu-
particular. En todos esos casos, la relación jurídica se esta- i mado, o para impedirlo; pero no tienen nada de positivo. No
blece directamente, no entre una cosa y una persona, sino hacen concurrir a las personas que ponen en contacto; no
entre una persona y una cosa. Lo mismo sucede con la do- implican cooperación alguna; simplemente restauran o man-
nación testamentaria, que no es más que el ejercicio del tienen, dentro de las nuevas condiciones producidas, esta

1 derecho real que el propietario tiene sobre sus bienes, 0 al


menos sobre la porción que es de libre disposición.
solidaridad negativa cuyo funcionamiento han venido a
perturbar las circunstancias. Lejos de unir, no han hecho
más que separar bien lo que está unido por la fuerza de
\( Pero existen relaciones de persona a persona que, por no
ser reales en absoluto, son, sin embargo, tan negativas como
las cosas, para restablecer los límites violados y volver a
colocar a cada uno en su esfera propia. Son tan idénticos
las precedentes y expresan una solidaridad de la misma · a las relaciones de la cosa con la persona, que los redactores
id::' clase. del Código no les han hecho un lugar aparte, sino que los

e~ En primer Jugar, son las que dan ocasión al ejercicio de


los derechos reales propiamente dichos. Es inevitable, en
han tratado a la vez que los derechos reales.
En fin, las obligaciones que nacen del delito y del casi
;illfli efecto, que el funcionamiento de estos últimos ponga a ve- delito tienen exactamente el mismo carácter (r). En efecto,
ces en presencia a las personas mismas que los detentan. Por obligan a cada uno a reparar el daño causado por su falta
ejemplo, cuando una cosa viene a agregarse a otra, el pro- en los intereses legítimos. de otro. Son, pues, personales;
pietario de aquella que se reputa como principal se convierte pero la solidaridad a que corresponden es, evidentemente, ne-
al mismo tiempo en propietario de la segunda; pero «debe gativa, ya que consiste, no en servir. sino en no originar
pagar al otro el valor de la cosa que se ha unido• (art. 566). daño. El lazo cuya ruptura someten a sanción es externo
Esta obligación es, evidentemente, personal. Igualmente, todo por completo. Toda la diferencia que existe entre esas rela-
propietario de un muro medianero que quiere elevarlo de al- ciones y las precedentes está en que, en un caso, la ruptura
tura está obligado a pagar al copropietario una indemniza- proviene de una falta, y, en el otro, de circunstancias deter-
ción por la carga (art. 658). Un legatario a título particular minadas y previstas por la ley. Pero el orden perturbado es
está obligado a dirigirse al legatario a título universal para el mismo; resulta, no de un concurso, sino de una pura abs-
obtener la separación de la cosa legada, aunque tenga un tención (z). Por lo demás, los derechos cuya lesión da origen
derecho sobre ésta desde la muerte del testador (art. I.OI4). a esas obligaciones son ellos mismos reales, pues yo soy pro-
Pero la solidaridad que estas relaciones exteriorizan no di- pietario de mi cuerpo, de mi salud, de mi honor, de mi re-
fiere de la que acabamos de hablar; sólo se establecen, en putación, con el mismo título y de la misma manera que las
efecto, para reparar o prevenir una lesión. Si el poseedor cosas materiales que me están sometidas.
de cada derecho pudiera siempre ejercitarlo sin tra•pasar ja- En resumen, las reglas relativas a los derechos reales Y a
más los límites, permaneciendo cada uno en su sitio, no ha- las relaciones personales que con ocasión de los mismos se es-

•••
j li
3lli
bría lugar a comercio jurídico alguno. Pero, de hecho, sucede
continuamente que esos diferentes derechos están de tal modo
empotrados unos en otros, que no es posible hacer que uno (1) Artículos r.382-1.386 del Código civiL-Pueden añadirse los ar~

se valorice sin cometer una usurp~ión sobre los que lo limi- ticulos sobre pago de lo indebido.
(2) El contratante que falta a sus compromisos está-también obl;gado
tan. En este caso, la cosa sobre la que tengo un derecho se
a indemnizar a la otra parte. Pero, en ese caso, los perjuicios·intereses
encuentra en manos de otro; tal sucede con los legados. Por sirven de sanción a un lazo positivo. No es por haber causado un perjuicio
otra parte, no puedo gozar de mi derecho sin peljudicar el por lo que paga el que ha violado un contrato, sino por no haber cumplido
de otro; tal sucede con ciertas servidumbres. Son, pues, ne- la prestación prometida.

128 129
tablecen, forman un sistema definido que tiene por funció-f1-,no por algún tiempo, poner fin a las hostilidades, pero esta sim-
el ligar unas a otras las diferentes partes de la sociedad, sino ple tregua no puede ser más duradera que la laxitud tempo-
por el contrario, diferenciarlas} señalar netamente las barreras ral que la determina_ A mayor abundamiento, ocurre lo mis-
que las separan. :--Jo corresponden, pues, a un lazo social mo con los desenlaces debidos al solo triunfo de la fuer-

1' i
!
positivo; la misma expresión de solidaridad negativa de que
nos hemos servido no es perfectamente exacta. '\:o es una
verdadera solidaridad, con una existencia propia y una na-
za; son tan provisorios y precarios como los tratados que
ponen fin a las guerras internacionales. Los hombres no
tienen necesidad de paz sino en la medida en que están ya
turaleza especial, sino más bien el lado negativo de toda unidos por algún la:::o de sociabilidad_ En ese caso, en efecto,
;e: especie de solidaridad. La primera condición para que un todo
sea coherente es que las partes que lo componen no se tro-
Jos sentimientos que los inclinan unos contra otros moderan
con toda naturalidad los transportes del egoísmo, y, por otra
í~c piecen con movimientos discordantes. Pero esa concordan- parte, la sociedad que los envuelve, no pudiendo vivir sino a
cia externa no forma la cohesión, por el contrario, la supone. condición de no verse a cada instante sacudida por conflic-
~e La solidaridad negativa no es posible más que allí donde tos, gravita sobre ellos con todo su peso para obligarlos a
exi,te otra, de naturaleza positiva, de la cual es, a la vez, la que se hagan las concesiones necesarias. Verdad es que, a
~dll resultante y la condición. veces, se ve a sociedades independientes entenderse para
En efecto, los derechos de los individuos, tanto sobre determinar la extensión de sus derechos respectivos sobre las
!'11111 ellos mismos como sobre las cosas, no pueden determinarse cosas, es decir, sobre sus territorios_ Pero justamente la ex-

1 sino gracias a compromisos y a concesiones mutuas, pues


todo lo que se concede a los unos necesariamente lo aban-
tremada inestabilidad de esas relaciones es la prueba mejor
de que la solidaridad negativa no puede bastarse a sí sola.
donan los otros. A veces se ha dicho que era posible deducir Si actualmente, entre pueblos cultos, parece tener más fuer-
la extensión normal del desenvolvimiento del individuo, ya za, si esa parte del derecho internacional, que regula lo que
del concepto de la personalidad humana (Kant), ya de la podríamos llamar derechos reales de las soéiedades europeas.
noción del organismo individual (Spencer). Es posible, aun tiene quizá más autoridad que antes, es que las diferentes
cuando el rigor de esos razonamientos sea muy discutible. naciones de Europa son también mucho menos indepen-
En todo caso lo cierto es que, en la realidad histórica, ef dientes unas de otras; y sucede así porque, en ciertos aspec-
orden moral no está basado en esas consideraciones abstrae. tos, forman todas parte de una misma sociedad todavía
tas. De hecho, para que el hombre reconociere derechos a otro, incoherente, es verdad, pero que adquiere cada vez más con-

- no sólo en la lógica sino en la práctica de la vida, ha sido


preciso que consintiera en limitar los suyos, y, por consi-
guiente, esta limitación mutua no ha podido hacerse sino
dentro de un espíritu de conformidad y concordia. Ahora
bien, suponiendo una multitnd de individuos sin lazos pre-
ciencia de sí. Lo que llaman equilibrio europeo es un comien-
zo de organización de esta sociedad.
Es costumbre distinguir con cuidado ),¡¡. justicia de la
caridad, es decir, el simple respeto de los derechos de otro,
de todo acto que sobrepase esta virtud puramente negativa.
vios entre sí, ¿qué razón habrá podido empujarlos a esos sa- En esas dos prácticas diferentes se suele ver como dos capas
crificios recíprocos? ¿La necesidad de vivir en paz? Pero la independientes de la -moral: la justicia, por sí sola, formaría
paz por sí misma no es cosa más deseable que la guerra. los cimientos fundamentales; la caridad sería el coronamiento.
Tiene sus cargas y sus ventajas. ¿li)S que no ha habido pue- La distinción es tan radical que, según los partidarios de una
blos y es que no ha habido en todos los tiempos individuos cierta moral, bastaría la justicia para el buen funcionamiento
para los cuales la guerra ha constituido una pasión? Los ins- de la vida social; el desinterés reduciríase a una virtud pri-
tintos a que responde no son menos fuertes que aquellos a vada, que es, para el particular, bueno que continúe, pero de
que la paz satisface_ Sin duda que la fatiga puede muy bien, la cual la sociedad puede muy bien prescindir_ Muchos, inclu-
130 131
si ve, no ven rías para que el matrimonio sea válido, las condicione' ue
. , sin inquietud que intervenga en la vida púb!i ca.
S e a d vertira por lo que precede hasta qué punto tal conce filiación legítima, natural, adoptiva, la manera de escoger
. ~
c1ón se halla muy poco de acuerdo con los hechos. En reali- tutor, etc.
dad, para que los hombres se reconozcan y se garanticen por el contrario, la segunda cuestión es la que resuel-
mutuamente los derechos, es preciso que se quieran, que, por ve los capítulos sobre derechos y deberes respectivos de
una razón cualquiera, se sientan atraídos unos a otros y a ¡os esposos, sobre el estado de sus relaciones en caso de di-
.
una misma sociedad de que formen parte. La justicia está vorcio, de nulidad de matrimonio, de separación de cuerpos
llena de caridad, o, tomando nuestras expresiones, la solida- y de bienes, sobre el poder paterno, oobre los efectos de la
ridad negativa no es más que una emanación de otra solida, adopción, sobre la administración del tutor y sus relaciOnes
ridad de naturaleza positiva: es la repercusión en la esfera con el pupilo, sobre la función a desempeñar por el consejo
de los derechos reales de sentimientos sociales que proceden de familia frente al primero y frente al segundo, sobre la fun-
de otra fuente. No tiene, pues, nada de específica, pero es el ción de los parientes en caso de interdicción y de consejo
acompañamiento necesario de toda especie de solidaridad. judicial. .
Forzosamente se encuentra donde quiera los hombres vivan Esta parte del derecho civil tiene, pues, por objeto de-
. 111111 un~ vida común, bien resulte ésta de la división del trabajo terminar la manera como se distribuyen las diferentes fun-
social o de la atracción del semejante por el semejante. ciones familiares y lo que deban ser ellas en sus mu-
tuas relaciones, es decir, pone de relieve la soliaaridad
particular que une entre sí a los miembros de la familia
como consecuencic. de la división del trabajo doméstico. Ver-
Ili dad es que no se está en manera alguna habituado a consi •
derar la familia bajo este aspecto; lo más frecuente es creer
Si se apartan del derecho restitutivo las reglas de que que lo que hace la cohesión es exclusivamente la comuni-
acaba de hablarse, lo que queda constituye un sistema no dad de sentimientos y de creencias. Hay, en efecto, tantas
menos definido, que comprende al derecho de familia, al de- cosas comunes entre los miembros del grupo familiar, que
recho contractual, al derecho comercial, al derecho de proce- el carácter especial de las tareas que corresponden a cada
dimientos, al derecho administrativo y constitucionaL Las re- uno fácilmente se nos escapa; esto hacía decir a Comte que
laciones que los mismos regulan son de naturaleza muy dife- la unión doméstica excluye «todo pensamiento de coopera-
rente a las precedentes; expresan un concurso positivo, una ción directa y continua hacia un fin cualquiera» (r). Pero la
cooperación que deriva esencialmente de la división del organización jurídica de la familia, cuyas líneas esenc~ales
trabajo. acabamos de recordar sumariamente, demuestra la realidad
Las cuestiones que resuelve el derecho familiar pueden de sus diferencias funcionales y su importancia. La historia
reducirse a los dos tipos siguientes: de la familia, a partir de los orígenes, no es más que un mo-
0
I. ¡Quiim está encargado de las diferentes funciones vimiento ininterrumpido de disociación, en el transcurso del
domésticas? ¿Quién es el esposo, quién el padre, quién el hijo cual esas diversas funciones, primeramente indivisas y con-
legítimo, quién el tutor, etc.? fundidas las unas con las otras, se han separado poco a poco,
2. o ¿Cuál es el tipo nor:nal de es,¡¡p funciones y de sus re- constituido aparte, repartido entre los diferentes parientes
laciones? '" según su sexo, su edad, sus relaciones de depend~ncia, en
. A la primera de estas cuestiones responden las disposi- forma que hacen de cada uno un funcionario espectal de la
ciOnes que determinan las cualidades y condiciones requeri-
das para concertar el matrimo_nío, las formalidades necesa- (r) Cours de Pltihsopltr~ positwe, !V, pág. 4'9·
!32 133
sociedad doméstica (I). Lejos de ser sólo un fenómeno acce- otra significación es el contrato de sociedad, y quizá también
el contrato de matrimonio, en tanto en cuanto determina la
sorio y secundario,
. esta división del trabajo familiar domin·t'
por el contrano, todo el desenvolvimiento de la familia.
. rarte contributiva de los esposos a los gastos del hogar.
Además, para que así sea, es preciso que el contrato de so-
La relación de la división del trabajo con el derecho con- ciedad ponga a todos los asociados a un mismo nivel, que
1; tractual no está menos acusada.
En efecto, el contrato es, por excelencia, la expresión ju-
sus aportaciones sean idénticas, que sus funciones sean las
mismas, y ese es un caso que jamás se presenta exactamente
rídica de la cooperación. Es verdad que hay contratos lla- en las relaciones matrimoniales, a consecuencia de la división
~e: mados de beneficencia en que sólo se liga una de las partes del trabajo conyugaL Frente a esas especies raras, póngase
la variedad de contratos cuyo objeto es amoldar, unas con
Si doy a otro alguna cosa sin condiciones, si me encargo
~•r:a gratuitamente de un depósito o de un mandato, resultan para otras, funciones especiales y diferentes: contratos entre el

,e mí obligaciones precisas y determinadas. Por consiguiente, no


hay concurso propiamente dicho entre los contratantes
puesto que sólo de una parte están las cargas. Sin embar-'
comprador y el vendedor, contratos de permuta, contratos
entre patronos y obreros, entre arrendatario de la cosa y
arrendador, entre el prestamista y el que pide prestado, en-
'dlll go, la cooperación no se halla ausente del fenómeno; sólo que tre el depositario y el depositante, entre el hostelero y el
es gratuita o unilateral. ¿Qué es, por ejemplo, la donación, viajero, entre el mandatario y el mandante, entre el acreedor
sino un cambio sin obligaciones recíprocas/ Esas clases de y el fiador, etc. De una manera general, el contrato es el sím-
contratos no son, pues, más que una variedad de los con- bolo del cambio; también Spencer ha podido, no sin justicia,
tratos verdaderamente cooperativos. calificar de contrato fisiológico el cambio de materiales que
Por lo demás, son muy raros, pues sólo por excepción a cada instante se hace entre los diferentes órganos del cuer-
'•1111 po vivo (1). Ahora bien, está claro que el cambio supone
los actos de fin benéfico necesitan la reglamentación legal.

e: En cuanto a los otros contratos, que constituyen la inmensa


mayoría, las obligaciones a que dan origen son correlativas,
siempre alguna división del trabajo más o menos desenvuel-
ta. Es verdad que los contratos que acabamos de citar toda-

lu bien de obligaciones recíprocas, bien de prestaciones ya efec-


tuadas. El compromiso de una parte resulta, o del compromiso
vía tienen un carácter un poco general. Pero es preciso no
olvidar que el derecho no traza más que Jos contornos ge-
1· adquirido por la otra, o de un servicio que ya ha prestado esta nerales, las grandes lineas de las relaciones sociales, aquellas

•:
~w~
última (z). Ahora bien, esta reciprocidad no es posible más
que allí donde hay cooperación, y ésta, a su vez, no marcha
sin la división del trabajo. Cooperar, en efecto, no es más
que distribuirse una tarea común. Si esta última está dividi-
que se encuentran siempre las mismas en contornos diferen-
tes de la vida colectiva. Así, cada uno de esos tipos de con-
tratos supone una multitud de otros, más particulares, de
los cuales es como el sello común y que reglamenta de un
.,,.
mu
da en tareas cualitativamente similares, aunque indispensa-
bles unas a otras, hay división del trabajo simple o de pri-
solo golpe, pero en los que las relaciones se establecen en-
tre funciones más especiales. Así, pues, a pesar de la simpli·
,JIIu cidad relativa de este esquema, basta para manifestar la ex-
~\Wl .. mer grado. Si son de naturaleza diferente, hay división del
1.,. trabajo compuesto, especialización propiamente dicha. tremada complejidad de Jos hechos que resume.
lllu Esta última forma de cooperación es, además, la que con
más frecuencia manifiesta el contrsrb. El único que tiene Esta especialización de funciones, por otra parte, es más
inmediatamente ostensible en el Código de Comercio, que re-
(t)_ Véanse algunas ampliaciones sobre este punto, en este mismo Ji.. glamenta, sobre todo, los contratos mercantiles especiales:
bro, cap. VII.
(s} Por ejemplo, en el caso del rn!sta 'llO eon interés. (1) Bases de la morale évoltttiomdste, pág. 124, París, ..Alean.
134 135
contratos entre el comisionista y el comitente, entre el car- judiciales. Determina su tipo normal y sus relaciones, ya de
gador y el porteador, entre el portador de la letra de cambio unas con otras, ya con las funciones difusas de la sociedad;
y el librador, entre el propietario del buque y sus acreedo- bastaría tan sólo con apartar un cierto número de las reglas
re,, entre el primero y el capitán y la dotación del barco, generalmente incluidas bajo esta denominación, aunque ten-
entre el fletador y el fletante, entre el prestamista y el pres- gan un carácter penal (r). En fin, el derecho constitucional
tatario a la gruesa, entre el asegurador y el asegurado. Exis- hace lo mismo con las funciones gubernamentales.
te aquí también, por consiguiente, una gran separación entre Extrañará, tal vez, contemplar reunidos en un mismo gru-
la generalidad relativa de las prescripciones jurídicas y la di- po al derecho administrativo y político y al que de ordinario
versidad de las funciones particulares cuyas relaciones regu- se llama derecho privado. Pero, en primer lugar, esa aproxi-
lan, como lo prueba el importante lugar dejado a la costum- mación se impone si se toma como base de la clasificación la
bre en el derecho comercial. naturaleza de las sensaciones, y no nos parece que sea posi-
Cuando el Código de Comercio no reglamenta Jos con- ble tomar otra si se quiere proceder científicamente. Además,
tratos propiamente dichos, determina cuáles deben ser cier- para separar completamente esas dos especies de derecho se-
tas funciones especiales, como las del agente de cambio, del ría necesario admitir que existe verdaderamente un derecho
corredor, del capitán, del juez en caso de quiebra, con el fin privado, y nosotros creemos que todo el derecho es público
de asegurar la solidaridad de todas las partes del aparato co- porque todo el derecho es social. Todas las funciones de la
mq mercial. sociedad son sociales, como todas las funciones del organismo
son orgánicas. Las funciones económicas tienen ese carácter
L El derecho procesal -trátese de procedimiento criminal,
civil o comercial- desempeña el mismo papel en el edificio
como las otras. Además, incluso entre las más difusas, no
existe ninguna que no se halle más o menos sometida a la
8111 judicial. Las sanciones de todas las reglas jurídicas no pue- acción del aparato de gobierno. No hay, pues, entre ellas, des-

e den aplicarse sino gracias al concurso de un cierto núme-


ro de funciones, funciones de los magistrados, de los defen-
sores, de los abogados, de Jos jurados, de los demandan-
de ese punto de vista, más que diferencias de graduación.

En resumen, las relaciones que regula ei derecho coope-


1.. tes y de los demandados, etc.; el procedimiento fija la ma-
nera cómo deben éstos entrar en función y en relaciones.
rativo de sanciones restitutivas y la solidaridad que exterio·
rizan, resultan de la división del trabajo social. Se explica
i
1.1.1
Dice lo que deben ser y cuál la parte de cada uno en la vida además que, en general, las relaciones cooperativas no su-
r( general del órgano.
Nos parece que, en una clasificación racional de las reglas
pongan otras sanciones. En efecto, está en la naturaleza de
las tareas especiales el escapar a la acción de la conciencia
'altil jurídicas, el derecho procesal debería considerarse como colectiva, pues para que una cosa sea objeto de sentimientos

-··
una variedad del derecho administrativo: no vemos qué di- comunes, la primera condición es que sea común, es decir,
ferencia radical separa a la administración de justicia del que se halle presente en todas las conciencias y que todas
1:
••••
resto de la administración. Mas, independientemente de esta se la puedan representar desde un solo e idéntico punto de

.,. apreciación, el derecho administrativo propiamente dicho re- vista. Sin duda, mientras las funciones poseen una cierta

l.... glamenta las funciones mal definidas que se llaman adminis-


trativas ( r ), de la misma manera q~ el otro hace para las
diatamente colocadas bajo la acción de los centros de gobierno. Mas serían
necesarias muchas disposiciones.
( 1) Conservamos la expresión empleada corrientemente; pero sena (J) Y también las que se refieren a los derechos reales de las perso-
necesario definirla y no nos encontramos en estado de hacerlo. Parécenos, nas morales del orden administrativo, pues las relaciones que determinan
tomado en conjunto, que esas funciones son las que se encuentran inme- son negativas.

136 137
generalidad, todo el mundo puede tener algún sentimiento· funciones sociales pueden ser tales que de su ruptura result:n
pero cuanto más se especializan más se circunscribe el nú-' ·ones bastante generales para suscitar una reacc!On
reperc USI 1
mero de aquellos que tienen conciencia de cada una de ellas Pero por la razón que hemos dicho, estos contrago •
. pena.l ,
y más, por consiguiente, desbordan la conciencia común. Las' s son excepcionales. .
reglas que las determinan no pueden, pues, tener esa fuerza pe En definitiva, ese derecho desempeña en la socteda~ una
'¡ función análoga a la del sistema nervioso en ~1 orgamsmo.

11
superior, esa autoridad transcendente que, cuando se la ofen-
de, reclama una expiación. De la opinión también es de donde fecto , tiene por misión regular las diferentes , fun-
Est e, en e . .
les viene su autoridad, al igual que la de las reglas penales, ciones del cuerpo en forma que puedan concurnr ar~omca­
;e:,·
'
. .1
.
pero de una opinión localizada en las regiones restringidas
de la sociedad.
mente: pone de manifiesto también con toda naturaltdad el
tacto de concentración a que ha llegado el orgamsmo, a

e: Además, incluso en los círculos especiales en que se apli-


can y donde, por consiguiente, se presentan a los espíritus,
es
conse
cuencia de la división del trabajo fisiológico. Así, en los
· 1
diferentes escalones de la escala amma ' se pue .
de medir el

<
.
no corresponden a sentimientos muy vivos ni, con frecuen-
cie, a especie alguna de estado emocional. Pues al fijar las
maneras como deben concurrir las diferentes funciones en
gra
do de esta concentración por el desenvolvtmtento del
d" ·
sistema nervioso. Esto quiere decir que se puede me tr 1gua •
mente el grado de concentración a que ha llegado u.na socie-
1

las diversas combinaciones de circunstancias que pueden dad a consecuencia de la división del trabaJO soc1al, por el
presentarse, los objetos a que se refieren no están siempre desenvolvimiento del derecho cooperativo de sancione~ re~­
presentes en las conciencias. No siempre hay que administrar titutivas. Fácil es calcular los servicios que seme¡ante cnteno
una tutela o una curatela (r), ni que ejercer sus derechos de nos va a proporcionar.
acreedor o de comprador, etc., ni, sobre todo, que ejercerlos
en tal o cual condición. Ahora bien, los estados de concien-
IV
cia no son fuertes sino en la medida en que son permanentes.
La violación de esas reglas no atenta, pues, en sus partes
vivas, ni al alma común de la sociedad, ni, incluso, al menos Puesto qu'e la solidaridad negativa no produce por si mi~­
en general, a la de sus grupos especiales, y, por consiguiente, ma ninguna integración, y, además, no tiene n~da de es.p~cl­
no puede determinar más que una reacción muy moderada. fica , reconoceremos sólo dos clases de solidandad positiva,
Todo lo que necesitamos es que las funciones concurran ce que distinguen los caracteres siguientes: . . . .
. o La primera liga directamente el mdtvtduo a la socie-

-
una manera regular; si esta regularidad se perturba, pues, nos 1
basta con que sea restablecida. No quiere esto decir segura- dad sin intermediario alguno. En la segunda depende de la
mente que el desenvolvimiento de la división del trabajo no sociedad, porque depende de las partes que la componen.
pueda repercutir en el derecho penal. Ya sabemos que existen 2
.0 No se ve a la sociedad bajo un mismo aspecto en los
funciones administrativas y gubernamentales en las cuales dos casos. En el primero, lo que se llama con ese nombre
ciertas relaciones hállanse reguladas por el derecho represi- es un conjunto más o menos organizado de creencias ~ de
vo, a causa del carácter particular que distingue al órgano de sentimientos comunes a todos los miembros del grupo: este
la conciencia común y todo lo que a él se refiere. En otros es el tipo colectivo. Por el contrario, la sociedad de que ~o­
casos todavía, los lazos de solid~ad que unen a ciertas mos solidarios en el segundo caso es un sistema de funclO-
nes diferentes y especiales que unen relaciones definidas.
Esas dos sociedades, por lo demás, constituyen sólo una. So.n
( I) He aquí por qué el derecho que regula las relaciones de las fun·
ciones domésticas no es penal, aunque sus funciones sean bastante ge.. dos aspectos de una sola y misma realidad, .pero que no exi-
nerales. gen menos que se las distinga.
139
138
0
3. De esta segunda diferencia dedúcese otra, que va a de esta única manera, no podrían, pues, moverse con unidad
servirnos para caracterizar y denominar a esas dos clases de sino en la medida en que carecen de movimientos propios,
solidaridades. como hacen las moléculas de los cuerpos inorgánicos. Por
La primera no se puede fortalecer más que en la medida eso proponemos liamar mecánica a esa especie de solidari-
en que las ideas y las tendencias comunes a todos los rniem. dad. Esta palabra no significa que sea producida por medios

1 bros de la sociedad sobrepasan en número y en intensidad a


las que pertenecen personalmente a cada uno de ellos. Es
mecánicos y artificiales. No la nombramos así sino por ana-
logia con la cohesión que une entre sí a los elementos de

<
tanto más enérgica cuanto más considerable es este exce- Jos cuerpos brutos, por oposición a la que constituye la uni-
dente. Ahora bien, lo que constituye nuestra personalidad dad de los cuerpos vivos. Acaba de justificar esta denomi-
es aquello que cada uno de nosotros tiene de propio y de nación el hecho de que el lazo que así une al individuo a la

<
(
característico, lo que le distingue de los demás. Esta solida-
ridad no puede, pues, aumentarse sino en razón inversa a la
personalidad. Hay en cada una de nuestras conciencias, se-
sociedad es completamente análogo al que liga la cosa a la
persona. La conciencia individual, considerada bajo este as-
pecto, es una simple dependencia del tipo colectivo y sigue
gún hemos dicho, dos conciencias: una que es común en todos los movimientos, como el objeto poseído sigue aque-
nosotros a la de todo el grupo a que pertenecemos, que, por llos que le imprime su propietario En las sociedades donde
consiguiente, no es nosotros mismos, sino la sociedad vi- esta solidaridad está más desenvuelta, el individuo no se
viendo y actuando en nosotros; otra que, por el contrario, pertenece, como más adelante veremos; es literalmente una
sólo nos representa a nosotros en lo que tenemos de perso- cosa de que dispone la sociedad. Así, en esos mismos tipos
nal y de distinto, en lo que hace de nosotros un individuo (r). sociales, los derechos personales no se han distinguido toda-

••t La solidaridad que deriva de las semejanzas alcanza su ma-


:úmum cuando la conciencia colectiva recubre exactamente
vía de los derechos reales.
Otra cosa muy diferente ocurre con la solidaridad que

~e:
nuestra conciencia total y coincide en todos sus puntos con produce la división del trabajo. Mientras la anterior implica
ella; pero, en ese momento, nuestra individualidad es nula. la semejanza de los individuos, ésta supone que difieren
No puede nacer como la comunidad no ocupe menos lugar unos de otros. La primera no es posible sino en la medida
1111¡ en nosotros. Hay allí dos fuerzas contrarias, una centrípeta, en que la personalidad individual se observa en la perso-
IIHI¡ otra centrífuga, que no pueden crecer al mismo tiempo. No
podemos desenvolvernos a la vez en dos sentidos tan opues-
nalidad colectiva; la segunda no es posible como cada uno
no tenga una esfera de acción que le sea propia, por con-
[•:::
'*11¡
tos. Si tenemos una viva inclinación a pensar y a obrar por
nosotros mismos, no podemos encontrarnos fuertemente in·
siguiente, una personalidad. Es preciso, pues, que la con-
ciencia colectiva deje descubierta una parte de la conciencia
clinados a pensar y a obrar como los otros. Si el ideal es individual para que en ella se establezcan esas funciones es-
crearse una fisonomía propia y personal, no podrá consistir peciales que no puede reglamentar; y cuanto más extensa es
en asemejamos a todo el mundo. Además, desde el momen- esta región, más fuerte es la cohesión que resulta de esta
to en que esta solidaridad ejerce su acción, nuestra persona- solidaridad. En efecto, de una parte, depende cada uno tanto
lidad se desvanece, podría decirse, por definición, pues ya no más estrechamente de la sociedad cuanto más dividido está
somos nosotros mismos, sino el ser colectivo. el trabajo, y, por otra parte, la actividad de cada uno es tan-
Las moléculas sociales. oue no p-ían coherentes más que to más personal cuanto está más especializada. Sin duda,
por circunscrita que sea, jamás es completamente original;
( 1) Sin embargo, esas dos conciencias no constituyen regiones geo- incluso en el ejercicio de nuestra profesión nos conforma-
gráficamente distintas de nosotros mismos, sino que se penetran por todas mos con usos y prácticas que nos son comunes con toda
partes nuestra corporación. Pero, inclusive en ese caso, el yugo que
140 141
l.-Reglas de sancion represiva organizada,
sufrimos es menos pesado que cuando la sociedad entera
pesa soore nosotros, y deja bastante más lugar al libre juc·go (Se encontrará una ciasificación en el capitulo siguiente.)

de nuestra iniciativa. Aquí, pues, la individualidad del todo 11. Reglas de sanción restitutiva determinante de las:
aumenta al mismo tiempo que la de las partes; la sociedad
Derecho de propiedad bajo sus formas

t.
hácese más capaz para moverse con unidad, a la vez qt,e
~ De la cosa diversas (mueble, inmueble, etc.).
cada uno de sus elementos tiene más movimientos pro. --~ RELACIONES Modalidades diversas del derecho de pro-
' con la persona.
píos. Esta soJijaridad se parece a la que se observa en los

...(
piedad (servidumbres, usufructo, etc.)
negativas i
.~.f.·
l
animales superiores. Cada órgano, en efecto, tiene en ellos o de ¡ Determinadas por el ejercicio norma! de
su fisonomía especial, su autonomía, y, sin embargo, la uni- De las personas los derechos reales .
abstencidn.
dad del organismo es tanto mayor cuanto que esta indivi- entre si. Determinadas por la violación culposa
duación de las partes es má> señalada. En razón a esa ana-
1.
1, de los derechos reales.
Entre las funciones domésticas.
logía, proponemos llamar orgánica la solidaridad debida a la
C1 ;-_,'
división del trabajo.
Al mismo tiempo, este capítulo y el precedente nos pro-
RELACIONES
f Entre las ~un~io- ¡ Relaciones contractuales en general.
nes econom1cas {
· difusas.
.
{ Contrat~s espectales.

porcionan los medios de calcular la parte que corresponde a . \ Entre s~


positivas \ De las funciones
cada uno de esos dos lazos sociales en el resultado total y . . . Con las funciones gubernamentales.
admtmstrativas. . - l · d d
o de Con las functone.sdtfusasde a soc1e a
común que concurren a producir por caminos diferentes. Sa-
bemos, en efecto, bajo qué formas exteriores se simbolizan cooperación. DeJas funciones ~ Entre sí
esas dos especies de solidaridades, es decir, cuál es el cuerpo gubernamen- Con las funciones ad~~nistr~tivas.
tales. Con las funciones pohtlcas dtfusas.
de reglas jurídicas que corresponde a cada una de ellas. Por
consiguiente, para conocer su importancia respectiva en un tipo
social dado, basta comparar la extensión respectiva de 1as dos
especies de derechos que las expresan, puesto que el derecho
varía siempre como las relaciones sociales que regula (r).

( 1) Para precisar las ideas, desenvolvemos en el cuadro siguiente la


clasificación de las reglas jurídicas que implícitamente .se comprende en
este capítulo y en el anterior:
143
142

You might also like