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Emile Durkheim
LA DIVISIÓN DEL
TRABAJO SOCIAL
~ COLOfÓ,.J )./\.
PRÓLOGO
DE LA DIVISIÓN
T
!
el último asilo de la pequeña propiedad. Aun cuando en se-
mejante materia convenga guardarse de generalizar con exce-
so, sin embargo, parécenos hoy dificil poner en duda que las
DBL
1 principales ramas de la industria agrícola se encuentran cada
vez más arrastradas en el movimiento general ( 1 ). En fin, el
TRABAJO SOCIAL mismo comercio se ingenia en seguir y reflejar, en todos sus
matices, la diversidad infinita de las empresas industriales,
y mientras esta evolución se realiza con una espontaneidad
irreflexiva, los economistas que escrutan las causas y apre-
cian los resultados, lejos de condenarla y combatirla, procla-
man su necesidad. Ven en ella la ley superior de las socieda-
des humanas y la condición del progreso.
INTRODUCCION Pero la división del trabajo no es especial al mundo eco-
nómico; se puede observar su influencia creciente en las
regiones más diferentes de la sociedad. Las funciones polí-
El problema. ticas, administrativas, judiciales, se especializan cada vez
más. Lo mismo ocurre con las funciones artísticas y cien-
tíficas. ~stamos lejos del tiempo en que la Filosoría era la
Aunque la división del trabajo no sea cosa que date de ciencia única; se ha fragmentado en una multitud de discipli-
ayer, sin embargo, solamente a finales del siglo último es cuan- nas especiales, cada una con su objeto, su método, su espíritu.
do las sociedades han comenzado a tener conciencia de esta <De medio siglo en medio siglo, los hombres que se han seña-
ley, cuyos efectos sentían casi sin darse cuenta. Sin duda que lado en las ciencias se han hecho inás especialistas• (z).
en la antigüedad muchos pensadores se apercibieron de su im- Mostrando la naturaleza de los estudios de que se habían
portancia (r); pero Adam Smith es el primero que ha ensaya- ocupado los sabios más ilustres desde hace dos siglos, M. De
do hacer l¡¡ teoría. Es él, además, quien creó este nombre Candol!e observa que en la época de Leibnitz y Newton
que la ciencia social proporcionó más tarde a la Biología. •apenas si le bastarían dos o tres designaciones para cada sa-
Hoy día se ha generalizado ese fenómeno hasta un punto bio; por ejemplo, astrónomo y físico, o matemático, astrónomo
tal que salta a la vista de todos. No hay que hacerse ya ilu- y fisico, o bien no emplear más que términos generales como
siones sobre las tendencias de nuestra industria moderna; se filósofo o naturalista. Y aun esto no habría bastado todavía.
inclina cada vez más a los mecanismos poderosos, a las Los matemáticos y los naturalistas eran algunas veces erudi-
grandes agrupaciones de fuerzas y de capitdes, y, por con- tos o poetas. A fines del siglo xv,u habrían sido incluso nece-
secuencia, a la extrema división del trabajo. No solamente sarias designaciones múltiples para indicar exactamente qué
en el interior de las fábricas se han separado y especializado tenían de notable en muchas categorías de ciencias y de letras
las ocupaciones hasta el infinito, sino que cada industria es hombres como Wolff, Haller, Carlos Bonnet. Esta dÍficultad
ella misma una especialidad que supone otras especialidades. en el siglo x1x ya no existe, o al menos es muy rara• (3). No
Adam Smith y Stuart Mill todavía eweraban que al menos
la agricultura seria una excepción a la regla, y en ella veían
(r) Journal des Econumistes, noviembre de 1884, pág. 21 I.
(2) De Candolle, Histoire des Sciences et des Savants, 2.a edición~
(1) ou yCtp Sx aúo ~a't'p&'l yCj'IS't<Xt XOt'VOO'Yta., cxAA~ S§ ~ct'tpoü XCÚ ye:rop- página 263.
"(05 xcxt 5Aw~ hápro'Y oUx. tarov (Etica a Nicomaco. E, r 133 a, r6). (3) Ob. cit.
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'
solamente el sabio ya no cultiva simultáneamente ciencias debemos querer? Nuestro deber ¿es buscar y llegar a constituir
diferentes, sino que incluso no abarca el conjunto de toda ¡¡
un ser acabado y COf11pleto, tu1 todo que se baste a sí mismo,
una ciencia. El círculo de sus investigaciones se restringe a ~
0 bien, por el contrario, limitamos a formar la parte de un
un orden determinado de problemas o incluso a un único !
~ todo, el órgano de un organismo? En una palabra, la división
problema. Al mismo tiempo, la función científica, que antes del trabajo, al mismo tiempo que es una ley de la Naturaleza,
casi siempre se acumulaba con alguna otra más lucrativa, 1 ¿es también una regla moral de la conducta humana, y, si tiene
como la del médico, la del sacerdote, la del magistrado, la este carácter, por qué causas y en qué medida? No es nece-
del militar, se basta cada vez más a sí misma. M. De Candolle sario demostrar la gravedad de este problema práctico, pues,
prevé incluso, para un día no lejano, que la profesión de sa- sea cual fuere el juicio que se tenga sobre la división del tra-
bio y la de profesor, hasta hoy tan íntimamente unidas toda- bajo, todo el mundo sabe muy bien que es y llega a ser cada
vía, se disociarán definitivamente. vez más, una de las bases fundamentales del orden social.
Las recientes especulaciones de la filosofía biológica han Este problema, la conciencia moral de las naciones se lo
acabado por hacemos ver en la división del trabajo un hecho ha planteado con frecuencia, pero de una manera confusa y
de una generalidad que los economistas que hablaron de ella
por vez primera no hubieran podido sospechar. Sábese, en
1 sin llegar a resolver nada. Dos tendencias contrarias encuén-
transe en presencia, sin que ninguna de ellas llegue a tomar
efecto, después de los trabajos de Wolff, de Von Baer, de sobre la otra una preponderancia que no deje lugar a dudas.
Milne-Edwards, que la ley de la división del trabajo se aplica Parece, sin duda, que la opinión se inclina cada vez más
a los organismos como a las sociedades; se ha podido incluso a hacer de la división del trabajo una regla imperativa de
· decir que un organismo ocupa un lugar tanto más elevado en conducta, a imponerla como un deber. Los que se sustraen
la escala animal cuanto más especializadas son las funciones. a la misma no son, es verdad, castigados con una pena pre-
Este descubrimiento ha tenido por efecto, a la vez, extender cisa, fijada por la ley, pero se les censura. Han pasado los
desmesuradamente el campo de acción de la división del tra- tiempos en que parecían os ser el hombre perfecto aquel que,
bajo y llevar sus orígenes a un pasado infinitamente lejano, interesándose por todo sin comprometerse exclusivamente
puesto que llega a ser casi contemporáneo al advenimiento 1 en nada, y siendo capaz de gustarlo y comprenderlo todo, en·
de la vida en el mundo. Ya no es tan sólo una institución contraba el medio de reunir y de condensar en él lo que ha-
social que tiene su fuente en la inteligencia y en la voluntad bía de más exquisito en la civllización. Hoy dia esta cultura
de los hombres; se trata de un fenómeno de biología general
1
e
general, antes tan alabada, no nos produce otro efecto que
del que es preciso, parece, buscar sus condiciones en las ~
el de una disciplina floja y relajada (r). Para luchar contra la
propiedades esenciales de la materia organizada. La división t naturaleza tenemos necesidad de facultades más vigorosas y
del trabajo social ya no se presenta sino como una forma par- i¡ de energías más productivas. Queremos que la actividad, en
ticular de ese processus general, y las sociedades, conformán· lugar de dispersarse sobre una superficie amplia, se concen-
dose a esta ley, ceden a una corriente nacida bastante antes tre y gane en intensidad cuanto pierde en extensión. Des-
que ellas y que conduce en el mismo sentido a todo el mun- confiamos de esos talentos excesivamente movibles que, pres-
do viviente. 1 tándose por igual a todos los empleos, rechazan elegir un
Un hecho semejante no puede, evidentemente, producirse papel determinado y atenerse a él sólo. Sentimos un aleja-
sin afectar de manera profunda nuestra constitución moral, miento hacia esos hombres cuyo único cuidado es organizar
pues el desenvolvimiento del hombre~ harli en dos sentidos
completamente diferentes, según nos abandonemos a ese mo-
¡1 ( I) Se ha interpretado u veces este pasaje como si implicara una con-
vimiento o le ofrezcamos resistencia. Mas entonces una cues- denación absoluta de toda especie de cultura general. En realidad, como
del contexto se deduce, no hablamos aquí más que de la cultura humanis-
tión apremiante se presenta: entre esas dos direcciones, ¡cuál ta, que es una cultura general, sin duda, pero no la única posible.
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y doblegar todas sus facultades, pero sin hacer de ellas nin-
triste, dice Juan Bautista Say, darse cuenta de no haber ja-
gún uso definido y sin sacrificar alguna, como si cada uno
ás hecho que la décimoctava parte de un alfiler; y no se
de ellos debiera bastarse a sí mismo y formar un mundo in- m
imaginen que únicamente el obrero, que durante toda la VI'd a
dependiente. N os parece que ese estado de desligamiento
maneja una lima y un martillo, es quien así degenera en la
de indeterminación tiene algo de antisocial. El buen homb7e
dignidad de su naturaleza; lo mism~ ocur:e a aquel q.u~ por su
de otras veces no es para nosotros más que un diletan.
rofesión ejerce las facultades mas sutiles del espmtu» (r).
te, y negamos al diletantismo todo valor moral; vemos m·
bien la perfección en el hombre competente que busca, no:
~esde comienzos del siglo, Lemontey (z), comparando la exis-
tencia del obrero moderno con la vida libre y amplia del salvaje,
ser completo, sino el producir, que tiene una tarea delimitada
encontraba al segundo bastante más favorecido que al prime-
Y que se consagra a ella, que está a su servicio, traza su sur-
ro. Tocqueville no es menos severo. «.'\. medida, dice, que
co. •Perfeccionarse, dice M. Secrétan, es aprender su papel,
el principio de la división del trabajo recibe una aplicación
es hacerse capaz de llenar su función ..... La medida de
más completa, el arte hace progresos, el artesano retroce-
nuestra perfección no se encuentra ya en producirnos una
de• (3). De una manera general, la máxima que nos ordena
satisfacción a nosotros mismos, en los aplausos de la muche-
especializarnos hállase, por todas partes, como negada por_ el
dumbre o en la sonrisa de aprobación de un diletantismo principio contrario, que nos manda re~ar a todos un _miS-
preciso, sino en la suma de servicios proporcionados y en nues- mo ideal y que está lejos de haber perd1do toda su autondad.
tra capacidad para producirlos todavía (r). Así, el ideal mo- Sin duda, en principio, este conllicto nada tiene que deba
ral, de uno, de simple y de impersonal que era, se va diver- sorprender. La vida moral, como la del cuerpo y el espíritu,
sificando cada vez más. N o pensamos ya que el deber exclu- responde a necesidades diferentes e incluso contradictorias;
sivo del hombre sea realizar en él las cualidades del hombre en es natural, pues, que sea hecha, en parte, de elementos anta-
general; creemos que está no menos obligado a tener las de gónicos que se limitan y se ponderan mutuamente. No deja de
su e_mpleo. Un hecho, entre otros, hace sensible este estado ser menos cierto que, con un antagonismo tan acusado, hay
de opinió?, y es el carácter cada vez más especial que toma para turbar la conciencia moral de las naciones, ya que ade-
la educación. Juzgamos cada vez más necesario no someter más es necesario que pueda explicarse de dónde procede una
tod?s nuestros hijos a una cultura uniforme, como si todos contradicción semejante.
d~b1eran lleva_r una misma vida, sino formarlos de manera Para poner término a esta indecisión, no recunimos al
diferente, en VIsta de las funciones diferentes que están lla- método ordinario de los moralistas que, cuando quieren de·
mados a cumplir. E_n_ resumen, desde uno de sus aspectos, cidir sobre el valor moral de un precepto, comienzan por
el lmperabvo categonco de la conciencia moral está en vías presentar una fórmula general de la moralidad para confron-
de tomar la forma siguiente: ponte en estado'de llenar útilmen- tar en seguida el principio discutido. Sabemos hoy lo que
te una función determinada.
valen esas generalizaciones sumarias (4). Formuladas al co-
Pero, en relación con esos hechos, pueden citarse otros mienzo del estudio, antes de toda observación de los hechos,
que los_ ~?:radicen. Si la opinión pública sanciona la regla no tienen por objeto dar cuenta de los mismos, sino enunciar el
de. la diVISIOn del trabajo, no lo hace sin una especie de in-
qUietud Y vacilación. Aun cuando manda a los hombres es- (t) Tralté d'économiepolitiqta, lib. I, cap, VIII.
p-ecializarse, parece siempre temer qu~e especialicen dema- (2) Raison ou Folie, capítulo sobre la influencia de la división del trabajo.
Siado. Al lado de máximas que ensalzan el trabajo intensivo (3) La lJemocracia en América, Madrid, Jorro, editor.
hay otras no menos extendidas que señalan los peligros. <Es (4) En la primera edición de este libro hemos desenvuelto ampliamen-
te :as razones que, a nuestro juicio, prueban la esterilidad de este método.
(r) Le Principt de la morale, pág. r8 • Creemos ahora poder ser más breves. Hay- discusiones que no es preciso
9 prolongar indefinidamente.
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principio abstracto de una legislación ideal completa. No nos trabajo, es decir, a que necesidad social corresponde.
dan, pues, un resumen de los caracteres esenciales que presen- Determinaremos en seguida las causas y las condiciones
ten realmente las reglas morales de tal sociedad o de tal tipo
social determinado; expresan sólo la manera como el mora-
lista se representa la moral. Sin duda que no dejan de ser
1 de que depende.
Finalmente, como no habría sido objeto de acusaciones
tan graves si realmente no se desviase con más o menos
instructivas, pues nos informan sobre las tendencias morales frecuencia del estado normal, buscaremos clasificar las prin-
que están en vías de surgir en momento determinado. Pero cipales formas anormales que presenta, a fin de evitar que
tienen sólo el interés de un hecho, no de una concepción sean confundidas con otras. Este estudio ofrecerá además el
científica. Nada autoriza a ver en las aspiraciones persona-
les sentidas por un pensador, por reales que puedan ser, una
1 interés de que, como en Biología, lo patológico nos ayudará
a comprender mejor lo fisiológico.
expresión adecuada de la realidad moral. Traducen necesida- f Por lo demás, si tanto se ha discutido sobre el valor moral
des que nunca son más que parciales; responden a algún desi- ' de la división del trabajo, ha sido mw;:ho menos por no estar
deratum particular y determinado que la conciencia, por una de acuerdo sobre la fórmula general de la moralidad, que por
ilusión que en ella es habitual, erige en un fin último o único. haber descuidado las cuestiones de hecho que vamos a tocar.
¡Cuántas veces ocurre incluso que son de naturaleza mórbida! Se ha razonado siempre como si fueran evidentes; como si,
r-:o
debería uno, pues, referirse a ellas como a criterios obje- para conocer la naturaleza, la actuación, las causas de la di-
tivos que permiten apreciar la moralidad de las prácticas. visión del trabajo, bastara analizar la noción que cada uno de
Necesitamos descartar esas deducciones que general- nosotros tiene. Un método semejante no tolera conclusiones
~ente no se emplean sino para figurar un argumento y ! científicas; así, desde Adam Smith, la teoría de la división
¡usttficar, fuera de tiempo, sentimientos preconcebidos e im- 1 del trabajo ha hecho muy pocos progresos. •Sus continua-
presiones personales. La única manera de apreciar objetiva- í dores, dice Schmoller ( r ), con una pobreza de ideas notable,
m~nte la división del trabajo es estudiarla primero en sí se han ligado obstinadamente a sus ejemplos y a sus obser-
IIDSma en ;ma forma completamente especulativa buscar a vaciones hasta el día en que los socialistas ampliaron el
"' '
qUien sirve y de quién depende; en una palabra, formamos 11 campo de sus observaciones y opusieron la división del tra-
de ella una noción tan adecuada como sea posible. Hecho bajo en las fábricas actuales a la de los talleres del siglo xvm.
esto, hallarémonos en condiciones de compararla con los de- 1 Pero, incluso ahí, la teoría no ha sido desenvuelta de una
más fenómenos morales y ver qué relaciones mantiene con !
~ manera sistemática y profunda; las consideraciones tecnoló-
ellos. Si encontramos que desempeña un papel semejante a gicas o las observaciones de una verdad banal de algunos
cualquiera otra práctica cuyo carácter moral y normal es in- economistas no pudieron tampoco favorecer particularmente
discutible; que si, en ciertos casos, no desempeña ese papel el desenvolvimiento de esas ideas.• Para saber lo que obje-
es a consecuencia de desviaciones anormales; que las causas
que la producen son también las condiciones determinantes contenido de la idea que nosotros nos hacemos, sino que es
de otras reglas morales, podemos llegar a la conclusión de preciso tratarla como un hecho objetivo, observarlo, compa-
que. de?e ser clasificada entre estas últimas. Y así, sin querer
sustitUimos a la conciencia moral de las sociedades, sin pre-
ten~er _le~lar en su lugar, podemos ~varle un poco de luz
i rarlo, y veremos que el resultado de esas observaciones difiere
con frecuencia del que nos sugiere el sentido íntimo (2 ).
j
(2) Desde 1893 har. aparecido o han llegado a nuestro conocimiento,
Buscaremos primero cuál es la función de la división del
dos obras que interesan a la cuestión tratada en nuestro libro. En primer
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55
r¡
LIBRO PRIMERO
L/1 FUNC.ION DE L/1 DIIIISION DEL TRIIBIIJO
1
1 t CAPITULO PRIMERO
!
MÉTODO PARA DETERMINAR ESTA FUNCIÓN
(r) Emotions et Volonté, París, Alean, pág. 135. (r) Topinard, Anl!tropologie, pág. 146.
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nantes son, sobre todo, femeninos. Si admitimos que el des- ro de pueblos salvajes en que la mujer se mezcla en_ la v~da
envolvimiento del individuo reproduce, resumiéndolo, el de olítica. Ello especialmente se observa en las tnbus m-
la especie, hay derecho a conjeturar que la misma homoge- ~as de América, como las de los Iroqueses, los Natchez (r),
neidad se encuentra en los comienzos de Ja evolución hu- en HaW ai , donde participa de mil maneras en la v1da .. de los
mana, y a ver en la forma femenina como una imagen apro- hombres (2), en Nueva Zelanda, en Samoa. Tamb1en se ve
ximada de lo que originariamente era ese tipo único y común, frecuencia a las mujeres acompañar a los hombres a la
con excitarlos al combate e incluso tomar en e'l una par te
del que la variedad masculina se ha ido destacando poco a guerra ,
poco. Viajeros hay que, por lo demás, nos cuentan que, en muY activa. En Cuba, en el Dahomey, son tan guerreras
algunas tribus de América del Sur, el hombre y la mujer como los hombres y se baten al lado de ellos (3). Uno de los
presentan en la estructura y aspecto general una semejanza atributos que hoy en día distingue a la mujer, la dulzura, no
que sobrepasa a todo lo que por otras partes se ve (r). ece haberle correspondido primitivamente. Y a en algunas
En fin, el Dr. Lebon ha podido establecer directamente y con :ecies animales la hembra se hace más bien notar por el
una precisión matemática esta semejanza original de los dos carácter contrano. . .
sexos por el órgano eminente de la vida física y psíquica, Ahora bien, en esos mismos pueblos el mat~m~mo se
el cerebro. Comparando un gran número de cráneos es- halla en un estado completamente rudimentario. Es mcl~so
cogidos en razas y sociedades diferentes, ha llegado a la muy probable, si no absolutamente ~~mO!ltrado, que ha _habtdo
conclusión siguiente: «El volumen del cráneo del hombre y una época en la historia de la famiha en que no extst1a ma-
de la mujer, incluso cuando se comparan sujetos de la mis- trimonio; las relaciones sexuales se anudab~ ~ .se :o m-
ma edad, de igual talla e igual peso, presenta considerables , a voluntad sin que ninguna obligación JUndtca hgase
pmn ' . T
diferencias en favor del hombre, y esta desigualdad va igual- a los cónyuges. En todo caso, conocemos un tipo frum 1ar,
mente en aumento con la civilización, en forma que, desde que se encuentra relativamente próximo a nosotros (4).
el punto de vista de la masa cerebral y, por consiguiente, de y en el que el matrimonio no está todavía sino e~ estado de
la inteligencia, Ja mujer tiende a diferenciarse Qada vez más germen indistinto: la familia maternal. Las relacwnes de la
del hombre. La diferencia que existe, por ejemplo, entre el madre con sus hijos se hallan muy definidas, pero las de am-
término medio de cráneos de varones y mujeres del París bos esposos son muy flojas. Pueden cesar en cuanto ~as par-
contemporáneo es casi el doble de la observada entre los tes quieran, o, aún más bien, no se contratan smo ~or
cráneos masculinos y femeninos del antiguo Egipto> (2). Un un tiempo limitado (5). La fidelidad conyugal n_o se, e~1ge
antropólogo alemán, M. Bischoff, ha llegado en este punto todavía. El matrimonio, o lo que así llamen, constste umca-
a los mismos resultados (3). mente en obligaciones de extensión limitada, y con frecuen-
Esas semejanzas anatómicas van acompañadas de seme- cia de corta duración, que ligan al marido a los padres de la
janzas funcionales. En esas mismas sociedades. en efecto. 1 mujer; se reduce, pues, a bien poca cosa. Ahora bien, en una
las funciones femeninas no se distinguen claramente de las sociedad dada, el conjunto de esas reglas jurídicas que cons-
funciones masculinas; los dos sexos llevan, sobre poco más
o menos, la misma existencia. Todavía existe un gran núme-
1
(•) Waitz, Antkropoklgie, lll, IOI-102,
(z) Id., ob. dt., VI, 12r.
(3) Spencer, Sociologie, trad. fran., París, Alean, III, 39r.
(1) Ver Spencer, Essais sdentifiques, trlltP. fran., París, Alean, pági·
na 300. - Waitz, en su Anthropologie der Naturvotker, I, 76, da cuenta
1 ( } La familia maternal ha existido indudablemente entre los germa-
4
nos.-Véase Dargun, Mutterrecht un Raube!te im Germaniscken Rechte.
de muchos hechos de la misma clase. Breslau, r883.
(2) L'Homme el les Sociétés, Il, 154. (S) Véase principalmente Smith, Marriage and Kins!tip in Early
(3) Das Gehirngewicht des Menscken, eine Studie, Bonn, 188o. Arabia. Cambridge, 1885, pág. 67.
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r tituyen el matrimonio no hace más que simbolizar el estado afectivas y el otro las funciones intelectuales. Al
de la solidaridad conyugal. Si ésta es muy fuerte, los lazos ·rertas clases a las mujeres ocuparse de arte y lite-
- ver en C ,
que unen a los esposos son numerosos y complejos, y, por ' omo los hombres, se podría creer, es verdad, que
ratura, e .
consiguiente, la reglamentación matrimonial que tiene por .·.·.·¡as ·.. ocupaciones de ambos sexos . tienden
. a. ser homogeneas. .
objeto definirlos está también muy desenvuelta. Si, por el ·.·> • cluso en esta esfera de accton la mu¡er aporta su propta
_:_ ;·;Pero, m ' . .
contrario, la sociedad conyugal carece de cohesión, si las re- ::i.C naturaleza, y su papel sigue siendo muy espectal, muy d1fe:en-
laciones del hombre y de la mujer son inestables e intermiten- .!:.de del papel del hombre. Además, si el arte y las letras comren-
tes, no pueden tomar una forma bien determinada, y, por · .·.·•.·. . hacerse cosas femeninas, el otro sexo parece abandonar-
JUUla · · Pd'
consiguiente, el matrimonio se reduce a un pequeño número · las para entregarse más especialmente a la crencra. o na,
de reglas sin rigor y sin precisión. El estado del matrimonio uy bien suceder que la vuelta aparente a la homoge-
pues, m .
en las sociedades en que los dos sexos no se hallan sino débil- ·dad primitiva no hubiera sido otra cosa que el comienzo
ne1 .• · f
mente diferenciados, es testimonio, pues, de que la solidari- de una nueva diferenciación. Además, esas d11erencras ~n-
dad conyugal es muy débil. . al s se han hecho materialmente sensrbles por las drfe-
cron e
Por el contrario, a medida que se avanza hacia los tiem- rendas morfológicas que han determinado. N o. solamente la
pos modernos, se ve al matrimonio desenvolverse. La red talla, el peso, las formas generales son muy drferentes en el
de lazos que crea se extiende cada vez más; las obligaciones hombre y en la mujer, sino que el Dr. Lebon. h.a. de~.ostrado,
que sanciona se multiplican. Las condiciones en que puede emos visto que con el progreso de la crv1ltzac10n el ce-
ya lo h ' . S . t
celebrarse, y aquellas en las cuales se puede disolver, se de- ebro de ambos sexos se diferencia cada vez mas. egun es e
limitan con una precisión creciente, así como los efectos de ~bservador, tal desviación progresiva se debería, a la ~ez, al
esta disolución. El deber de fidelidad se organiza; impuesto desenvolVimiento considerable de los crán~os masculr~os Y
primeramente sólo a la mujer, más tarde se hace recíproco. un estacionamiento o incluso una regresrón de los craneos
Cuando la dote aparece, reglas muy complejas vienen a fijar :emeninos. e Mientras que, dice, el término medio ~e las ge?-
los derechos respectivos de cada esposo sobre su propia for- tes masculinas de París se clasifican entre los c~aneos mas
tuna y sobre la del otro. Basta, por lo demás, lanzar una grandes conocidos, el término medio de las femenmas se cla-
ojeada sobre nuestros Códigos para ver el lugar importante sifica entre Jos cráneos más pequeños observad~s, muy por
que en ellos ocupa el matrimonio. La unión de los dos espo- bajo del cráneo de las chinas, y apen~s por enc1ma del crá-
sos ha dejado de ser efímera; no es ya un contacto exterior. neo de las mujeres de Nueva Caledonra» (r). . .
pasajero y parcial, sino una asociación íntima, durable, con En todos esos ejemplos, el efecto más notable de la dtvt-
frecuencia incluso indisoluble, de dos existencias completas. sión del trabajo no es que aumente el rendimiento de las
Ahora bien, es indudable que, al mismo tiempo, el tra- funciones divididas, sino que las hace más solidanas. Su pa-
bajo sexual se ha dividido cada vez más. Limitado en un pel, en todos esos casos, no es simplemente e~bellecer. ~
principio únicamente a las funciones sexuales, poco a poco mejorar las sociedades existentes, srno hacer posibles s~cte
se ha extendido a muchas otras. Hace tiempo que la mu- dades que sin ella no existirían. Si se .retrotrae más al:a de
jer se ha retirado de la guerra y de los asuntos públicos, un cierto punto la división del trabaJO sexual, la soc1edad
y que su vida se ha reconcentrad :J toda entera en el interior conyu"'al se desvanece para no dejar subsistir más que rela •
0
de l.a :amilia. P.osteriorm~nte su pap~no ha hecho sino es- ciones sexuales eminentemente efímeras; mientras los se:os
pecializarse mas. Hoy dta, en los pueblos cultos, la mujer no se hayan separado, no surgirá toda una forma .d~ :a v1da
lleva una existencia completamente diferente a la del hombre. social. Es posible que la utilidad económica de la dtvrs1ón del
Se diría que las dos grandes funciones de la vida psíquica se
han como disociado, que uno de los sexos ha acaparado las (t) Ob. cit., I54·
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trabajo influya algo en ese resultado, pero, en todo caso, sobre. Por corto que este análisis resulte, basta para mostrar
pasa infinitamente la esfera de intereses puramente econórni. ue este mecanismo no es idéntico al que sirve de base a los
cos, pues consiste en el establecimiento de un orden social ;entimientos de simpatía cuya semejanza es la fuente. Sin
moral sui generis. Los individuos están ligados unos a otroy duda, no puede haber jamás solidaridad entre otro y nos-
Y si no fuera por eso serían independientes; en lugar de dess~ otros, salvo que la imagen de otro se une a la nuestra.
envolverse separadamente, conciertan sus esfuerzos; son so. Pero cuando la unión resulta de la semejanza de dos imáge-
lidario~, y de una solidaridad que no actúa solamente en los nes, consiste entonces en una aglutinación. Las dos repre-
co~os mst~ntes en que se cambian los servicios, sino que se sentaciones se hacen solidarias porque siendo indistintas
extiende mas allá. La solidaridad conyugal, por ejemplo, tal totalmente o en parte, se confunden y no forman más que
como hoy día existe en los pueblos más civilizados, ¿no hace una, y no son solidarias sino en la medida en que se con-
sen~ir su acción a cada momento y en todos los detalles de funden. Por el contrario, en los casos de división del tra-
la Vlda? Por otra parte, esas sociedades que crea la división bajo, se hallan fuera una de otra y no están ligadas sino por-
del trabajo no pueden dejar de llevar su marca. Ya que que son distintas. Los sentimientos no deberían, pues, ser los
tienen :ste origen ~s-pecial, no cabe que se parezcan a las que mismos en los dos casos, ni las relaciones sociales que de ellos
determma la atraccwn del semejante por el semejante; deben se derivan.
constituirse de otra manera, descansar sobre otras bases, ha- Vémonos así llevados a preguntarnos si la division del
cer llamamiento a otros sentimientos. trabajo no desempeñará el mismo papel en grupos más ex-
Si con frecuencia se las ha hecho consistir tan sólo en tensos; si, en las sociedades contemporáneas en que ha
el cambio de relaciones sociales a que da origen la división adquirido el desarrollo que sabemos, no tendrá por funció?
del trabajo, ha sido por desconocer lo que el cambio implica y integrar el cuerpo social, asegurar su un1dad. Es muy leg¡-
lo que de él resulta. Supone el que dos seres dependan mu- timo suponer que los hechos que acabamos de observar se
tuamente u?o de otro, po~gue uno y otro son incompletos, y reproducen aquí, pero con más amplitud; que esas grandes
no hace mas que traducir al exterior esta dependencia mu- sociedades políticas no pueden tampoco mantenerse en
tua. N o es, pues, más que la expresión superficial de un es- equilibrio sino gracias a la especialización de las tareas;
tado interno y más profundo. Precisamente porgue este que la división del trabajo es la fuente, si no única, al me~os
estado es co~stante, suscita todo un mecanismo de imáge- principal de la solidaridad social. En este punto de vista
nes que funcwna con una continuidad que no varía. La ima- se había ya colocado Comte. De todos los sociólogos, den-
gen del ser que nos completa llega a ser en nosotros tro de lo que conocemos, es el primero que ha señalado
mismos inseparable de la nuestra, no sólo porgue se asocia en la división del trabajo algo más que un fenómeno pura-
a ella con mucha frecuencia, sino, sobre todo, porgue es mente económico. Ha visto en ella «la condición más esencial
su complemento natural: deviene, pues, parte integrante y para !a--:ida social», siempre que se la conciba «en toda su
permanente de nuestra conciencia, hasta tal punto que no extensión racional, es decir, que se la aplique al conjunto de
podemos pasarnos sin ella y que buscamos todo ¡0 que pue- todas nuestras diversas operaciones, sean cuales fueren, en
da aumentar su energía. De ahí que amemos la sociedad de lugar de limitarla, como es frecuente, a simples casos mate·
aquello que representa, porgue la presencia del objeto que riales>>. Considerada bajo ese aspecto, dice, «Conduce inme-
expre~a, h~ciéndolo pasar al estad~e percepción actual, le diatamente a contemplar, no sólo a los individuos y a las cla-
da mas relieve. Por el contrario, nos causan sufrimiento to- . ses, sino también, en muchos respectos, a los diferentes pue-
das las circunstancias que, como el alejamiento 0 la muerte ' blos, como participando a la vez, con arreglo a su propia ma-
pueden tener por efecto impedir la vuelta y disminuir la viva~ nera y grado especial, exactamente determinado, en una obra
cidad. inmensa y común cuyo inevitable desenvolvimiento gradual
70 71
1iga, por lo demás, también a los cooperadores actuales a la se- ce la solidaridad. Pero es necesario, sobre todo, determinar en
rie de sus predecesores, cualesquiera que hayan sido, e igual- qué medida la solidaridad que produce contribuye a la in te-
mente a la serie de sus diversos sucesores. La distribución con- gración general de la sociedad, pues sólo entonces sabremos
ti~ua. de los diferentes trabajos humanos es la que constituye, hasta qué punto es necesaria, si es un factor esencial de la co-
pnnc¡palmente, pues, la solidaridad social y la que es causa hesión social, o bien, por el contrario, si no es más que una
elemental de la extensión y de la complicación creciente del condición accesoria y secundaria. Para responder a esta cues-
organismo social> ( r ). . tión es preciso, pues, comparar ese lazo social con los otros,
Si es~a ~ipótesis fuera demostrada, la división del trabajo a fin de calcular la parte que le corresponde en el efecto to-
desempenana un papel mucho más importante que el que de tal, y para eso es indispensable comenzar por clasihcar las
ordinario se le atribuye. No solamente serviría para dotar a diferentes especies de solidaridad sociaL
nuestras sociedades de un lujo, envidiable tal vez, pero su- Pero la solidaridad social es un fenómeno ~ompletamen!e
perfluo; sería una condición de su existencia. Gracias a ella moral que, por sí mismo, no se presta a observación exacla
o, cuando menos, principalmente a ella, se aseguraría su co- ni sobre todo, al cálculo. Para proceder tanto a esta clasifica-
hesión; determinaría los rasgos esenciales de su constitución. ciÓn como a esta comparación, es preciso, pues, sustituir el
Por eso mismo, y aun cuando no estamos todavía en estado hecho interno que se nos escapa, con un hecho externo que
de resolver la cuestión con rigor, se puede desde ahora entre- le simbolice, y estudiar el primero a través del segundo.
ver, sin embargo, que, si la función de la división del trabajo es Ese símbolo visible es el derecho. En efecto, alh donde
realmente tal, debe tener un carácter moral, pues las necesi- la solidaridad social existe, a pesar de su carácter inmaterial,
dades de orden, de armonía, de solidaridad social pasan ge- no permanece en estado de pura potencia, sino que mani-
neralmente por ser morales. fiesta su presencia mediante efectos sensibles. Allí donde es
Pero, antes de examinar si esta opini(.u común es fun- fuerte, inclina fuertemente a los hombres unos hacia otros,
dada, es preciso comprobar la hipótesis que acabamos de les pone frecuentemente en contacto, multiplica las ocasiones
emitir sobre el papel de la división del trabajo. Veamos si, en que tienen de encontrarse en relación. Hablando exacta-
efecto, en las sociedades en que vivimos es de ella de quien mente, dado el punto a que hemos llegado, es difícil de~ir s~
esencialmente deriva la solidaridad social. es ella la que produce esos fenómenos, o, por el contrano, S!
es su resultado; si los hombres se aproximan porque ella es
enérgica, o bien si es enérgica por el hecho de la aproxima-
ción de éstos. Mas, por el momento, no es necesario dilucidar
la cuestión, y basta con hacer constar que esos dos órdenes
lii de hechos están ligados y varían al mismo tiempo y en el
mismo sentido. Cuanto más solidarios son los miembros de
Mas, ¿cómo procederemos para esta comprobación? una sociedad, más relaciones diversas sostienen, bien unos
.No tenemos solamente que investigar si, en esas clases de con otros bien con el grupo colectivamente tomado, pues,
' .
s~_cJedades, existe una solidaridad social originaría de la divi- si sus encuentros fueran escasos, no dependenan unos de
sw~ de.! trabajo. Trátase de una verdad evidente, puesto que otros más que de una manera intermitente y débiL Por otra
la diVISIÓn del trabajo está en ellas muy.¿¡le~~nvuelta y produ- parte, el número de esas relaciones es necesariamente propor-
cional al de las reglas jurídicas que las determman. En efec-
to, ]a vida social, allí donde existe de una manera permanen-
(t) Cours de pkilosophie positive, IV, 4 25.-Ideas análogas se en- te tiende inevitablemente a tomar una forma definida Y a
cuentren en Schaeffle, Bau und Ltben des socialen Km-rl>.-.. - ¡¡ •·· · ' .
el , S:. .
ement, czence soczale, I, 2 35 y sigs.
'.J:"''"' tr""'szm,y organizarse,_y el derecho no es otra cosa que esa orgamza-
72 73
La
ción, incluso en lo que tiene de más estable y preciso ( 1). pero es que carecen de importancia y de con ti-
v1da general de la sociedad no puede extenderee sobreun
_ • .j
nuidad, salvo, bien entendido, los casos anormales a que
punto determmado sm que la vida jurídica se extie d .acabaiiJtOS de referirnos. Si, pues, es posible que existan tipos
· . n a al
m1smo tiempo y en la misma relación. Podemos, pues, estai lidaridad social que sólo puedan manifestar las costum-
w
· ciertamente, son muy secundarios; por el contrano, e
. l
seguros de encontrar
. reflejadas en el derecho todas las v anec
'
dd
a es esenciales de la solidaridad social. .de:¡:e(:ho reproduce todos los que son esenciales, y son éstos
Ciertamente, se podría objetar que las relaciones socia] : ¡ s únicos que tenemos necesidad de conocer.
0
pueden establecerse sin revestir por esto una forma jurídi~· Habrá quien vaya más lejos y sostenga que la solidari-
¡ social no se halla toda ella en esas maru'fest acwnes.
Hay algunas en que la reglamentación no llega a ese gradb' •
prec1so y consohdado; no están por eso indeterminadas, pen:i}' ¡Que éstas no la expresan sino en parte e imper-
en lugar de regularse por el derecho, sólo lo son por las ¿Que más allá del derecho y de la costum-
costumb.res. El ~erecho no refleja, pues, m2s que una parHi' encuéntrase el estado interno de que aquella pro-
de. la v1da soc1aJ y, por consiguiente, no nos proporciom!' ', cede y que para conocerla de verdad es preciso llegar hasta
mas ella misma y sin intermediario?-Pero no podemos conocer
. que datos incompletos para resolver el problema . Hay
mas; con frecuencia ocurre que las costumbres no están de · científicamente !as causas sino por los efectos que produ-
acuerdo con el derecho; continuamente se dice que atempe-'' cen, y, para mejor determinar la naturaleza, la ciencia no
:an los rigores, corrigen Jos excesos formalistas, a veces hace más que escoger entre esos resultados aquellos que
mcluso que están animadas de un espíritu completamen- ron más objetivos y se prestan mejor a la medida. Estudia el
te d1stmto. ¿No podría entonces ocurrir que manifestaren calor al través de las variaciones de volumen que producen
~tr~s clases de solidaridad social diferentes de ]as que exte- en los cuerpos los cambios de temperatura, la electricidad a
nonza el derecho positivo? través de sus fenómenos fisico-químicos, la fuerza a través
~ero esta oposición no se produce más que en circuns- del movimiento. ¿Por qué ha de ser una excepción la solida-
tancias completamente excepcionales. Para ello es preciso ridad social?
que el de:echo no se halle en relación con el estado presente ¿Qué subsiste de ella, además, una vez que se la des-
d~ la soc1edad y que, por consiguiente, se mantenga, sin ra- poja de sus formas sociales? Lo que le proporciona sus caracte·
zon de .ser, por la fuerza de la costumbre. En ese caso, en res específicos es la naturaleza del grupo cuya unidad asegura;
efecto: Jas nuevas relaciones que a su pesar se establecen por eso varía según Jos tipos sociales. No es la misma en el
no de¡an de organizarse, pues no pueden durar si no buscan seno de la familia y en las sociedades políticas; no estamos
su ~onsolidacion. Sólo que, como se hallan en conflicto con el ligados a nuestra patria de la misma manera que el romano
an!!guo derecho que persiste, no pasan del estado de cos- Jo estaba a la ciudad o el germano a su tribu. Puesto que
t~mbres ~ no llegan a entrar en la vida jurídica propiamente esas diferencias obedecen a causas sociales, no podemos ha-
dtc~a. As1_es como el antagonismo surge. Pero no puede pro- cernos cargo de ellas más que a través de las diferencias que
~uctrse mas que en casos raros y patológicos que no pueden ofrecen los efectos sociales de la solidaridad. Si desprecia-
me! uso durar sin peligro. Normalmente las costumbres no se mos, pues, estas últimas, todas esas variedades no se pueden
oponen al derecho, sino que, por el contrario, constituyen distinguir, y no podremos ya percibir más que lo común a to·
su base. Es verdad que a veces o~e que nada se le- das, a saber, la tendencia general a la sociabilidad, tendenci.a
v:mta sobre esta base. Puede haber relaciones sociales que que siempre es y en todas partes la misma, y que no está li-
solo toleren esa reglamentación difusa procedente de las gada a ningún tipo social en particular. Pero este residuo no
es más que una abstracción, pue~ la sociabilidad en sí n~ se
(r) Véase más adelante, libro III, cap. r. encuentra en parte alguna. Lo que existe, y realmente vtve,
74 75
más manifiesta (r). Sin duda que esas consideraciones
son la~ formas part~culares de la solidaridad, la solidarictaa
domesttca, la solzdandad profesional, la solidaridad nacional complementarias, introducidas sin método, a título de ejem-
l~ ~e ayer, la ~e hoy, etc. Cada una tiene su naturaleza pro~ plos y siguiendo los azares de la sugestión, no son suficien-
pia, por consigurente, esas generalidades no deberi tes para dilucidar bastante la naturaleza social de la solida-
td d an,en ridad. Pero, al menos, demuestran que el punto de vista
. o o caso, ar del fenómeno más que una explicación muy
m completa, puesto que necesariamente dejan escapar lo sociológico se impone incluso a los psicólogos.
hay de concreto y de vivo. que
Nuestro metodo hállase, pues, trazado por completo. Ya
· ElE estudio de la solidaridad depende , pues , de la S ocw
. 1o-
que el derecho reproduce las formas principales de la solida-
gia.. s un h:cho social que no se puede conocer bien sino
ridad social, no tenemos sino que clasificar las diferentes
po_r :ntermedw de sus efectos sociales. Si tantos moralistas y
psicologos han podido tratar la cuestión sin seguir este mé- especies del mismo, para buscar en seguida cuáles son las
diferentes especies de solidaridad social que a aquéllas co-
tod?, es que han soslayado la dificultad. Han eliminado del
rresponden. Es, pues, probable que exista una que simbolice
fenomeno todo lo que tiene de más especialmente social para
esta solidaridad especial de la que es causa la división del
no r:tener más que el germen psicológico que desenvuelve.
trabajo. Hecho esto, para calcular la parte de esta última, bas-
Es Cierto, en efecto, que la solidaridad, aun siendo ante todo
tará comparar el número de reglas jurídicas que la expresan
un hecho social, d_ep:'nde de nuestro organismo individual.
Pa_ra que pue~a eXIstir es preciso que nuestra constitución con el volumen total del derecho.
Para este trabajo no podemos servirnos de las distincio-
físiCa Y psiqUica la soporte. En rigor puede uno, pues, con-
nes utilizadas por los juristas. Imaginadas con un fin prác-
tentarse con estu_diarla bajo este aspecto. Pero, en ese caso,
tico, serán muy cómodas desde ese punto de vista, mas la
no se ve de ella smo la parte más indistinta y menos especial;
ciencia no puede contentarse con tales clasificaciones empí-
propiamente hablando, no es ella en realidad, es más bien ¡0
ricas y aproximadas. La más extendida es la que divide el
que la hace posible.
derecho en derecho público y derecho privado; el primero
No sería muy fecundo todavía en resultados este estudio
tiene por misión regular las relaciones entre el individuo y el
abstracto.
... Mientras permanezca en estado de simple ~m d" _
Estado, el segundo, las de los individuos entre sí. Pero cuan·
posici~n de_ nuestra naturaleza física, la solidaridad es algo
do se intenta encajar bien esos términos, la línea divi-
demasiado mdefinido para que se pueda fácilmente !le
el!~. Trátase de una virtualidad intangible que no ofrec~: soria, que parecía tan clara a primera vista, se desvanece.
Todo el derecho es privado en el sentido de que siempre y
O~Jeto a la observación. Para que adquiera forma compren-
en todas partes se trata de individuos, que son los que actúan;
Sible :s pre~iso que se traduzcan al exterior algunas conse-
pero, sobre todo, todo el derecho es público en el senti-
c~enc¡as sociales. Además, incluso en ese estado de indeter-
do de ser una función social, y de ser todos los Individuos,
minación, depende de condiciones sociales que la explican y
aunque a título diverso, funcionarios de la sociedad. Las
de las cuales, por consiguiente, no puede ser desligada. Por
funciones maritales, paternas, etc., no están delimitadas ni
eso es muy raro que en los análisis de pura psicologia no organizadas de manera diferente a como lo están las funcio-
se encuentren mezclados algunos puntos de vista sociológi-
nes ministeriales y legislativas, y no sin razón el derecho
cos. !\sí, por ejemplo, algunas palabras aluden a la influencia
romano calificaba la tutela de munus publicum. ¿Qué es, por
del estado gregario sobre la formación del sentimiento social
lo demás. el Estado? ,Dónde comienza y dónde termina?
eng~neral (r); o bien se indican rápi~ente las principales
relacwnes sociales de que la solidaridad depende de la ma-
(1) Spencer, Principes de Psychologíe, VIIf parte, cap. V. ParÍs,
Alean.
(I) Bain, Emotions et Volonté, págs. II¡ y sigs., Parí~. Alean
77
76
Bien sabemos cuánto se discute la cuestión; no es científico
apoyar una clasificación fundamental sobre t:.na noción tan
obscura y poco analizada.
Para proceder metódicamente necesitamos encontrar al-
guna característica que, aun siendo esencial a los fenómenos
jurídicos, sea susceptible de variar cuando ellos varían. Ahora
bien, todo precepto jurídico puede definirse como una regla
de conducta sancionada. Por otra parte, es evidente que las CAPITULO Ir
1 sanciones cambian según la gravedad attibuída a los precep-
tos, el lugar c¡ue ocupan en la conciencia pública, el papel
SOLIDARID.~D ~lECÁN!CA O POR SEMEJANZAS
que desempeñan en la sociedad. Conviene, pues, clasificar
las reglas jurídicas según las diferentes sanciones que a ellas
van unidas. I
Las hay de dos clases. Consisten esencialmente unas en
un dolor, o, cuando menos, en una disminución que se oca- El lazo de solidaridad social a que corresponde el derecho
siona al agente; tienen por objeto perjudicarle en su fortuna , represivo es aquel cuya ruptura constituye el crimen; llama-
o en su honor, o en su vida, o en su libertad, privarle de mos con tal nombre a todo acto que, en un grado cualqtúe-
alguna cosa de que disfruta. Se dice que son represivas; tal ra, determina contra su autor esa reacción característica que
es el caso del derecho penal. Verdad es que las que se hallan se llama pena. Buscar cuál es ese lazo equivale a preguntar
ligadas a reglas puramente morales tienen el mismo carácter· cuál es la causa de la pena o, con más claridad, en qué con-
sólo que están distribuidas, de una manera difusa, por toda~ siste esencialmente el crimen.
partes indistintamente, mientras que las del derecho penal no Hay, sin duda, crímenes de especies diferentes; pero entre
se aplican sino por intermedio de un órgano definido; están todas esas especies hay, con no menos seguridad, algo de
organizadas. En cuanto a la otra clase, no implican necesaria- común. La prueba está en que la reacción que determinan
mente un sufrimiento del agente, sino que consisten tan sólo por parte de la sociedad, a saber, la pena, salvo las dife-
· en poner las cosas en su sitio; en el restablecimiento de rela- rencias de grado, es siempre y por todas partes la misma.
ciones perturbadas bajo su forma normal, bien volviendo por La unidad del efecto nos revela la unidad de la causa. N o
la fuerza el acto incriminado al tipo de que se había desviado solamente entre todos los crímenes previstos por la legisla-
bien anulándolo, es decir, privándolo de todo .valor social. S~ ción de una sola y única sociedad, sino también entre todos
deben, pues, agrupar en dos grandes especies las reglas jurí- aquellos que han sido y están reconocidos y castigados en
dicas, según les correspondan sanciones represivas organiza- 1 los diferentes tipos sociales, existen seguramente semejanzas
das, o solamente sanciones restitutivas. La primera com-
prende todo el derecho penal; la segunda, el derecho civil, el
derecho mercantil, el derecho procesal, el derecho adminis-
¡ esenciales. Por diferentes que a primera vista parezcan los
actos así calificados, es imposible que no posean algún fondo
común. Afectan en todas partes de la misma manera la con-
trativo y constitucional, abstracción hecha de las reglas pena- ciencia moral de las naciones y producen en todas partes la
les que en éstos puedan encontrarse. ¿; misma consecuencia. Todos son crímenes, es decir, actos
Busquemos ahora a qué clase de ~solidaridad social co- reprimidos con castigos definidos. Ahora bien, las propieda-
rresponde cada una de esas especies. des esenciales de una cosa son aquellas que se observan por
todas partes donde esta cosa existe y que sólo a ella perte-
necen. Si queremos, pues, saber en qué consiste esencialmen-
78 79
te el crimen, es preciso desentrañar los rasgos comunes que
aparecen en todas las variedades criminológicas de los di- jantes variaciones del derecho represivo prueban, a la vez, que
ferentes tipos sociales. No hay que prescindir de ninguna. ese carácter constante no debería encontrarse entre las propie-
Las concepciones jurídicas de las sociedades más inferiores dades intrínsecas de los actos impuestos o prohibidos por las
no son menos dignas de interés que las de las sociedades reglas penales, puesto que presentan una tal diversidad, sino
li
'
.!
más elevadas; constituyen hechos igualmente instructivos.
Hacer de ellas abstracción sería exponernos a ver la esencia
del crimen allí donde no existe. El biólogo habría dado una
en ]as relaciones que sostienen con alguna condición que les
es externa .
Se ha creído encontrar esta relación en una especie de
definición muy inexacta de los fenómenos vitales si hubiera antagonismo entre esas acciones y los grandes intereses so-
desdeñado la observación de los seres monocelulares; de la ciales, y se ha dicho que las reglas penales enunciaban para
sola contemplación de los organismos y, sobre todo, de los cada tipo social las condiciones fundamentales de la vida
organismos superiores, habría sacado la conclusión errónea colectiva. Su autoridad procederá, pues, de su necesidad; por
de que la vida consiste esencialmente en la organización. otra parte, como esas necesidades varían con las sociedades,
El medio de encontrar este elemento permanente y ge- explicaríase de esta manera la variabilidad del derecho re-
neral no es, evidentemente, el de la enumeración de actos que presivo. Pero sobre este punto ya nos hemos explicado.
han sido, en todo tiempo y en todo lugar, calificados de crí- Aparte de que semejante teoría deja al cálculo y a la refle-
menes, para observar los caracteres que presentan. Porque xión una parte excesiva en la dirección de la evolución so-
si, dígase lo que se quiera, hay acciones que ·han sido uni- ¡ cial, hay multitud de actos que han sido y son todavía mi-
versalmente miradas corno criminales, constituyen una ínfima rados como criminales, sin que, por sí mismos, sean per-
minoría, y, por consiguiente, un método semejante no podría
darnos del fenómeno sino una noción singularmente trun-
¡ judiciales a la sociedad. El hecho de tocar un objeto tabou,
un animal o un hombre impuro o consagrado, de dejar extin-
cada, ya que no se aplicaría más que a excepciones (r). Seme-
¡
¡
guirse el fuego sagrado, de comer ciertas carnes, de no ha-
ber inmolado sobre la tumba de los padres el sacrificio tra-
dicional, de no pronunciar exactamente la fórmula ritual, de
{r) Es el método seguido por Garófalo. Parece, sin duda, renunciar a no celebrar ciertas fiestas, etc., etc., ;por qué razón han podido
él cuando reconoce la imposibilidad de hacer una lista de hechos univer ...
constituir jamas un peligro social? Sin embargo, sabido es el
s~lmente castigados (Oriminalogie, pág. 5), lo que, por lo demás, es exce-
Sivo. Pero al fin lo acepta puesto que, en definitiva, para él el crimen natural
1 lugar que ocupa en el derecho represivo de una multitud de
es el que hiere los sentimientos que son en todas partes la base del dere- pueblos la reglamentación del rito, de la etiqueta, del cere-
cho penal, es decir, la parte invariable del sentido moral, y sólo ella. Mas, monial, de las prácticas religiosas. No hay más que abrir el
¿por qué el crimen que hiere algún sentimiento particular en ciertos tipos Pentateuco para convencerse, y como esos hechos se encuen-
sociales ha de ser menos crimen que los otros? Así Garófalo se ve llevado
a negar el carácter de crimen a actos que han sido universalmente re- 1 tran normalmente en ciertas especies sociales, no es posible
ver en ellos ciertas anomalías o casos patológicos que hay
chazados como criminales en ciertas especies sociales y, por consiguiente,
a es_t:echar a~tificialme~lte los cuadros de la criminalidad. Resulta que su derecho a despreciar.
noc10n del cnmen es Singularmente incompleta. Es tambien muy tluctuante 1 Aun en el caso de que el acto criminal peijudique cier-
pues el autor no hace entrar en sus comparacitmes a todos los tipos socia-
tamente a la sociedad, es preciso que el grado perjudicial
les, sino que excluye un gran número que trata de anormales. Cabe decir
que ofrezca se halle en relación regular con la intensidad
de un hecho social que es anormal con relac~ al tipo de ]& especie, pero
una especie no podrá ser anormal. Son dos pB.Íabras que protestan de verse de la represión que lo castiga. En el derec~o penal de
acopladas. Por interesante que sea el esfuerzo de Garófalo para llegar a
una noción científica del delito, no está hecho con un método suficiente- una nueva manifestación de la doctrina de Spencer, para quien la vida
mente exacto Y preciso. La expresión de delt"fo natural que utiliza bien lo social no es verdaderamente natural más que .en las sociedades industria..
muestra. ¿E-~q~~ no son natu;:~l~; t;d~s- ios delitos? Tal vez en e~to haya les. Desgraciadamente, nada hay más falso.
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los pueblos más civilizados, el homicidio está universalmente que consisten -salvo algunas excepciones aparentes que
considerado como el más grande de los crímenes. Sin em. más adelante se examinarán- en actos universalmente re-
bargo, una crisis económica, una jugada de bolsa, una quie- probados por los miembros de cada sociedad. Se pregunta
bra, pueden incluso desorganizar mucho más gravemente el hoy día si esta reprobación es racional y si no sería más
cuerpo social que un homicidio aislado. Sin duda el asesina- cuerdo ver en el crimen una enfermedad o un yerro. Pero no
to es siempre un mal, pero no hay nada que pruebe que sea tenemos por qué entrar en esas discusiones; buscamos el
11 el mayor mal. ¿Qué significa un hombre menos en la socie- determinar lo que es o ha sido, no lo que debe ser. Ahora
dad? ¿Qué significa una célula menos en el organismo? Dícese bien, la realidad del hecho que acabamos de exponer no ofre-
que la seguridad general estaría amenazada para el porvenir ce duda; es decir, que el crimen hiere sentimientos que, para
si el acto permaneciera sin castigo; que se compare la impor- un mismo tipo social, se encuentran en todas las conciencias
tancia de ese peligro, por real que sea, con el de la pena; la sanas.
desproporción es manifiesta. En fin, los ejemplos que acaba- No es posible determinar de otra manera la naturaleza de
mos de citar demuestran que un acto puede ser desastroso esos sentimientos y definirlos en función de sus objetos par-
para una sociedad sin que se incurra en la más mínima re- ticulares, pues esos objetos han variado infinitamente y pue-
presión. Esta definición del crimen es, pues, inadecuada, mí- den variar todavía ( r ). Hoy dia son los sentimientos altruis-
rese como se la mire. tas Jos que presentan ese carácter de la manera más señalada,
¿Se dirá, modificándola, que los actos criminales son ' pero hubo un tiempo, muy cercano al nuestro, en que los
aquellos que parecen perjudiciales a la sociedad que los re- sentimientos religiosos, domésticos, y otros mil sentimientos
prime? ¿Que las reglas penales son manifestación, no de las tradicionales, tenían exactamente los mismos efectos. Aún
condiciones esenciales a la vida social, sino de las que pare- abora es preciso que la simpatía negativa por otro sea la
cen tales al grupo que las observa? Semejante explicación única, como quiere Garófalo, que produzca ese resultado. ¿Es
nada explica, pues no nos enseña por qué en un gran núme· que no sentimos, incluso en tiempo de paz, por el hombre
ro de casos las sociedades se han equivocado y han impues- que traiciona su patria tanta aversión, al menos, como por
to prácticas que, por sí mismas, no eran ni útiles siquiera. e! ladrón o el estafador? ¿Es que, en los países en que el sen·
En delinitiva, esta pretendida solución del problema se redu- timiento monárquico está vivo todavía, los crímenes de lesa
ce a un verdadero •truísmo>, pues si las sociedades obligan majestad no suscitan una indignación general? ¿Es que, en
así a cada individuo a obedecer a sus reglas, es evidente- los países democráticos, las injurias dirigidas al pueblo no
mente porque estiman, con razón o sin ella, que esta obe- desencadenan las mismas cóleras? No se debería, pues, hacer
diencia regular y puntual les es indispensable; la sostienen una lista de sentimientos cuya violación constituye el acto
enérgicamente. Es como si se dijera que las sociedades criminal; no se distinguen de los demás sino por este rasgo,
iuzgan las reglas necesarias porque las juzgan necesarias. que son comunes al término medio de Jos individuos de la
Lo que nos hace falta decir es por qué las juzgan así. Si este misma sociedad. Así, las reglas que prohiben esos actos y
sentimiento tuviera su causa en la necesidad objetiva de las que sanciona el derecho penal son las únicas a que el famoso
prescripciones penales, o, al menos, en su utilidad, sería una axioma jurídico: nadie puede alegar ignorancia de la ley, se
explicación. Pero hállase en contradicción con los hechos;
la cuestión, pues, continúa sin res<lWer. ( I) No vemos la razón científica que Garófalo tiene para decir que
Sin embargo, esta última teorí; no deja de tener cierto los sentimientos morales actualmente adquiridos por la parte civilizada de
fundamento; con razón busca en ciertos estados del sujeto la humanidad constituyen una moral cno susceptible de pérdida, sino de
un desenVolvimiento siempre creciente:. (pág. 9). ¿Qué es lo que permite -
las condiciones constitutivas de la criminalidad. En efecto, la
que se pueda señalar de esa manera un límite a los cambios que se hagan
única característica común a todos los crímenes es la de en un sentido o en otro?
82
83
·~r~t·dl c una solución más definida; si la costumbre continuara tun-
0
'
las precauciones minuciosas que tomamos para proporcio-
narla tan exacta como sea posible en relación con la grave.
dad del crimen; serían inexplicables si no creyéramos que el
culpable debe sufrir porque ha ocasionado el mal, y en la
r piación. Lo que nosotros vengamos, lo que el criminal expía,
es el ultraje hecho a la moral.
f j
i
misma medida. En efecto, esta graduación no es necesaria si
la pena no es más que un medio de defensa. Sin duda que
para la sociedad habría un peligro en asimilar los atentados
1
se manifiesta más que en otras; trátase de la vergüenza, de la
infamia que acompaña a la mayor parte de las penas y que
crece al compás de ellas. Con frecuencia no sirve para nada.
más graves a simples delitos; pero en que los segundos fue- ¿A qué viene el deshonrar a un hombre que no debe ya vivir
ran asimilados a los primeros no habría, en la mayor parte más en la sociedad de sus semejantes y que, a mayor abun-
de los casos, más que ventajas. Contra un enemigo nunca damiento, ha probado con su conducta que las amenazas
son pocas las precauciones a tomar: ¿Es que hay quien diga más tremendas no bastarían a intimidarlel El deshonor se
que los autores de las maldades más pequeñas son de natu- comprende cuando no hay otra pena, o bien como comple-
raleza menos perversa y que, para neutralizar sus malos mento de una pena material benigna; en el caso contrario, se
<!11 instintos, bastan penas menos fuertes? Pero si sus inclinacio- castiga por partida doble. Cabe incluso decir que la sociedad
nes están menos viciadas, no dejan por eso de ser menos no recurre a los castigos legales sino cuando los otros son
intensas. Los ladrones se hallan tan fuertemente inclinados insuficientes, pero, ¿por qué mantenerlos entonces? Constitu-
al robo como los asesinos al homicidio; la resistencia que yen una especie de suplicio suplementario y sin finalidad, o
ofrecen los primeros no es inferior a la de los segundos, y, que no puede tener otra causa que la necesidad de compen-
por consiguiente, para triunfar sobre ellos se deberá recurrir sar el mal por el mal. Son un producto de sentimientos ins-
!(!¡
a los mismos medios. Si, como se ha dicho, se trata única- tintivos, irresistibles, que alcanzan con frecuencia a inocentes;
mente de rechazar una fuerza perjudicial por una fuerza con- así ocurre que el lugar del crimen, los instrumentos que han
traría, la intensidad de la segunda debería medirse única- servido para cometerlo, los parientes del culpable participan
mente con arreglo a la intensidad de la primera, sin que la a veces del oprobio con que castigamos a este último. Ahora
calidad de ésta entre en cuenta para nada. La escala penal bien, las causas que determinan esta represión difusa son
no debería, pues, comprender más que un pequeño númer.o también las de la represión organizada que acompaña a la pri-
de grados; la pena no debería variar sino según que el crimi- mera. Basta, además, con ver en los tribunales cómo funciona
nal se halle más o menos endurecido, y no según la natura- la pena para reconocer que el impulso es pasional por com-
:j¡
leza del acto criminal. Un ladrón incorregible seria tratado pleto; pues a las pasiones es a quienes se dirige el magistra-
como un asesino incorregible. Ahora bien , de hecho , aun do que persigue y el abogado que defiende. Este busca ex-
cuando se hubiera averiguado que un culpable es defir,itiva- citar la simpatía por el culpable, aquél, despertar los senti-
mente incurable, nos sentiríamos todavía obligados a no mientos sociales que ha herido el acto criminal, y bajo la
aplicarle un castigo excesivo. Esta es la prueba de haber influencia de esas pasiones contrarias el juez se pronuncia.
<n seguido fieles al principio del talión, aun cuando lo entenda-
:¡¡ mos en un sentido más elevado que otras veces. N o medimos Así, pues, la naturaleza de la pena no ha cambiado esen-
'! ya de una manera tan material y g~era ni la extensión de cialmente. Todo cuanto puede decirse es que la necesidad de
la culpa, ni la del castigo; pero siempre pensamos que debe la venganza está mejor dirigida hoy que antes. El espíritu de
haber una ecuación entre ambos términos, séanos o no ven- previsión que se ha despertado no deja ya el camp~ tan libre
tajoso establecer esta comparación. La pena ha seguido, pues, a la acción ciega de la pasión; la contiene dentro de ciertos
siendo para nosotros lo que era para nuestros padres. Es "to- límites, se opone a las violencias absurdas, a los estragos sin
98 99
Esas sociedades están compuestas de agregados
razón de ser. Más instrurda, se derrama menos al azar· y de naturaleza casi familiar, y que se han .de-
' a '~lenlerHai~o, 1 cómoda expresión de clans. Ahora bien,
no se la ve, aun cuando sea para satisfacerse, volverse con-
.:o-nado con a · · b-os
tra los inocentes. Pero sigue formando, sin embargo, el ~~·- atentado se comete por uno o vanos mJem '
alma de la pena. Podemos, pues, decir que la pena consiste c~an:ocl~: contra otro, es este último el que castiga por
en una reacción pasional de intensidad graduada (r). · d. e u e a sufrida (r)· Lo que mas aumenta, al
' ismo 1a Oiens d
s.I. ,.m en apanen. cia 1 la importancia de esos hechos.d des e
Pero ¿de dónde procede esa reacción? ¿Del individuo 0 de me005 d . t de la doctrina es el haber sostem o con
la sociedad? elP.· unto . equeVIS a '
la vendetta había sido primitivamente a umca
1 • .
Todo el mundo sabe que es la sociedad la que casti- ¡recuencia . · t t s que nada
. ... de la pena; había, pues, consistido es a, a~ e . . ,
ga; pero podría suceder que no fuese por su cuenta. Lo que r~nna de venganza privada. Pero entonces, SI hoy ¡a socre~
pone fuera de duda el carácter socral de la pena es que, una en actos tra armada con el derecho de castigar, no podra
vez pronunciada, no puede levantarse sino por el Gobierno dad se encue~ . en virtud de una especie de dele-
to ser parecenos, smo . S
en nombre de la sociedad. Si ella fuera tan sólo una satisfac- es.. ' • d .. d s No es más que su mandatano. on
·~~~mMW· 1
ción concedida a los particulares, éstos serían siempre due- gact. tereses de éstos últimos los que la sociedad en su u-
ños de rebajarla: no se concibe un privilegio impuesto y al los m . robablemente porque los gestiona meJor, pero
que el beneficiario no puede renunciar. Si únicamente la so- gar gestwna, P . Al principio se vengaban ellos
n los suyos proptos. h
ciedad puede disponer la represión, es que es ella la afectada, n~ soos· ahora es ella quien los venga; pero como el derec o
aun cuando también lo sean los individuos, y el atentado mism . de haber cambiado de naturaleza a consecuen-
dirigido contra ella es el que la pena reprime. penal no pue .. , da tendrá entonces de
. de esa simple transmrswn, na - ,
Sin embargo, se pueden citar los casos en que la ejecu- Cia . . 1 Si la sociedad parece desempenar aqui
ción de la pena depende de la voluntad de los particulares. proptamente sociad. nte sólo es en sustitución de los in di-
un papel prepon era ,
En Roma, ciertos delitos se castigaban con una multa en
vid u os.
provecho de la parte lesionada, la cual podía renunciar a ella -y extendida que este, t a1 t eona, · es contraria
o hacerla objeto de una transacción: tal ocurría con el robo Pero, por mu . N uede citar una sola
a Jos hechos mejor establecidos. o se p . ·r a de
no exteriorizado, la rapiíia, la injuria, el daño causado injus-
tamente (2). Esos delitos, que suelen llamarse privados (de- sociedad en que a t.
1
la pena. Por el con rar~o,
endetta haya sido la forma pnmt
es indudable que el derecho penal
¡¡ ioso Es un hecho evi-
IV
licta privata), se oponían a los crímenes propiamente dichos, en su origen era esencralmente re g . " h e allí
cuya represión se hacía a nombre de la ciudad. Se encuentra . Judea porque el derec o qu
dente para la India, p.ara 'velado (2). En Egipto, los
la misma distinción entre los griegos, entre los hebreoE (3).
se practicaba se constderaban;:nían el derecho criminal con
En los pueblos más primitivos la pena parece ser, a veces,
diez libros de Hermes, que co b' del Estado se
cosa más privada aún, como tiende a probarlo el empleo de todas las demés leyes relativas al go Ierno ' t·-
E. fi a que desde muy an I
llamaban sacerdotales, y he~ a :m , d ·udicial (3).
(r) Tal es, además, lo que reconocen incluso aquellos que encuentran
guo, los sacerdotes egipcios e¡ercieron el po er 1
incomprensible la idea de la expiación; pues su conclusión es que, para Andent Society, Londres, r8¡o, pá-
ser puesta en armonía con su doctrina, la concepción tradicional de la ( 1) Ver especialmente M organ,
pena debería transformarse totalmente de arri» a abajo. Es que descan- gina ¡6. . ran sacerdotes, pero todo juez era el re-
sa, y ha descansado siempre, sobre el princ~Pio que combaten. (Véase (2) En Judea., los jueces no e - (D te I r¡· Exodo, xxu, z8). En
1hombre de Dws e:u r., ' '
Fouill~, Scitnce sociale, págs. 307 ysigs.). presentan te de D !OS, e f · 'n era mírada como esen-
(2) Rein, ob. cit.,_pág. 111. Ia India era el rey quien ju:bgabal pero esta unclo
(3) Entre los hebreos el rob~~-i~- violación de depósitos, el abuso de . 1 te religiosa ( Manú, VIII, vl 303-31 I ). droz't crz·-,·nel, l, pág. I07.
c1a m en l'lz · toire du ""
confianza y las lesiones se consideraban delitos privados. (3) Thonissen1 Etudes sur ts
IOI
lOO
diferentes formas del sacrilegio, las faltas a los diversos de-
·Lo rmismo
· ocurría en la antigua Germanía ( I) En Greci 1
, a a
beres religiosos, a las exigencias del ceremonial, etc. (!). A
tcra era considerada como una emanación de Júp 1·t
JUs
. ~y
e1 sentimiento como una venganza del dios (2). En Roma, la vez, esos crimenes son los más severamente castigados.
los ongenes
. religwsos del derecho penal se han s1·empre Entre los judíos, los atentados más abominables son los
mamfestado en tradiciones antiguas (3). en prácticas ar- atentados contra la religión (2). Entre los antiguos germa-
caicas que subsistieron hasta muy tarde y en la termino! • nos sólo dos crimenes se castigaban con la muerte, según
gía jurídica misma (4). Ahora bien, la religión es una coso Tácito: eran la traición y la deserción l3l· Según Confucic
. 1 a
esencw mente ~oci~l: Lejos de perseguir fines individuales, y Meng-Tseu, la impiedad constituye una falta más grave
e¡erce sobre el md¡v¡duo una presión en todo momento. L que el asesinato (4). En Egipto el menor sacrilegio se casti-
obliga a prácticas que le molestan, a sacrificios, pequenos ~ gaba con la muerte (5), En Roma, a la cabeza en la escala de
grandes, que le cuestan. Debe tomar de sus bienes las los crímenes, se encuentra el crimen perduellionis (6).
ofrendas que está obligado a presentar a la divinidad· deb Mas entonces, ¿qué significan esas penas privadas de las
d . , e
estmar del tiempo que dedica a sus trabajos o a sus distrac- que antes poníamos ejemplos? Tienen una naturaleza mixta
ciones los momentos necesarios para el cumplimiento de¡ y poseen a la vez sanción represiva y sanción restitutiva.
•t d
n os; ebe imponerse toda una especie de privaciones que se
w Así el delito privado del derecho romano representa una es-
le mandan, renunciar incluso a la vida si los dioses se ¡0 or- pecie de término medio entre el crimen propiamente dicho y
denan. La ~ida :eligiosa es completamente de abnegación y la lesión puramente civil. Hay rasgos del uno y del otro y
de desmteres. S1, pues, el derecho criminal era primitiva- flota en los confines de ambos dominios. Es un delito en el
mente un der~cho religioso, se puede estar seguro que los sentido de que la sanción fiiada por la ley no consiste sim-
mtereses que Sirve son sociales. Son sus propias ofensas las plemente en poner las cosas en su estado: el delincuente no
que los dioses vengan con la pena y no las de los particula- está sólo obligado a reparar el mal causado, sino que encima
res; ahora bien, las ofensas contra los dioses son ofensas debe además alguna cosa, una expiación. Sin embargo, no
. !~11 contra la sociedad. es completamente un delito, porque, si la sociedad es quien
,,,. Así, en las sociedades inferiores, los delitos más numero- pronuncia la pena, no es dueña de aplicarla. Trátase de un de-
'1
t
sos son los que lesionan la cosa pública: delitos contra la recho que aquélla confiere a la parte lesionada, la cual dispone
¡11 religión, contra las costumbres, contra la autoridad, etc. No libremente (1), De igual manera, la vendetta, evidentemente,
El hay más que ver en la Biblia, en el Código de Manú, en los es un castigo que la sociedad reconoce como legítimo, pero
:i.i~. monume_ntos que nos quedan del viejo derecho egipcio, el lu- que deja a los particulares el cuidado de infligir. Estos hechos
'" gar relativamente pequeño dedicado a prescripciones protec-
toras de los individuos, y, por el contrario, el desenvolvi-
no hacen, pues, más que confirmar lo que hemos dicho sobre
la naturaleza de la penalidad. Si esta especie de sanción in-
miento abundantísimo de la legislación represiva sobre las termedia es, en parte, una cosa privada, en la misma meaiOa,
1
( ) Zrepfl, Deutscke Reclttsgesckickte, pág. 909. ( 1) Ver Thonnissen, passim.
(2) otEs el hijo de Saturno, dice Hesiodo, el que ha dado a los hom- (2) Munck, Palestine, pág. 216.
'.ll
n .bres la justicia.» (1ravaux et Jours. V, 279 y 28o, edición Didvt}.-
c.Cuando los mortales se entregan..... a las ~iones viciosas, Júpiter 8 . la
(3)
l4)
Germania, Xll.
Plath, Gesefz und li'eckt im alten China, 1865, 69 y 70.
larga, les infligirá un rápido castigo.» ( lbí?.; 266. Cons. ]liada, X~I, 8 (SJ Thoníssen, ob. cit., C 145.
y siguientes.) 3 4 {6) Walter, ob. cit., párrafo 8o3.
· (3) Walter, ob. cit., párrafo ¡88. ( 7) Sin embargo, lo que acentúa el cará~ter penal del delito privado
\4) Rein, ob. _cit., pág~. z¡- 36. es que lleva la infamia, verdadera,pena pública (ver Rein, ob. cit., pág. gz6,
y Bouvy, .De finfamie en4r-oi-t4o'F,··Paris,. 1-88-4, 35).·
102 103
no es una pena. El carácter penal hállase tanto menos p roulado. Su carácter penal no ofrece d,uda, pues sr los textos
· d ro-
nunc¡a o cuanto el carácter social se encuentra más dif < son mudos en cuanto a la pena, expresan al mismo tiempo
1 . U-O
Y a a 10versa. La venganza privada no es, pues, el prototip~ por el acto prohibido un horror tal que no se puede ni por
de la pena; al contrano, no es más que una pena imper- un instante sospechar que hayan quedado sin castigo (r).
Hay, pues, motivo para creer que ese silencio de la ley viene
tl: .fecta. .Lejos de haber sido los atentados contra las person u
Jos pnmeros que fueron reprimidos, en el origen tan sólo se simplemente de que la represión no está determinada. Y, en
~!, hallaban en el umbral del derecho penal. No se han elevado efecto, muchos pasajes del Pmtateuco nos enseñan que había
en. la escala de la criminalidad sino a medida que la sociedad actos cuyo valor criminal era indiscutible y con relación a
mas se ha 1do resistiendo a ellos, y esta operación, que no ]os cuales la pena no estaba establecida sirw por ei juez que
tenemos ]a aplicaba. La sociedad sabia bien que se encontraba en pre-
. por qué describir, no se ha reducido , ciertamente, a
una s1mple transferencia. Todo lo contrario, la historia de sencia de un crimen; pero la sanción penal que al mismo debía
e~ta penalidad no_ es más que una serie continua de usurpa- ligarse no estaba todavía definida (2). Además, incluso entre
CIOnes de la soc1edad sobre el individuo o más bien so- las penas que el legislador enuncia, hay muchas que no se
bre los grupos elementales que encierra en su seno, y el re- especifican con precisión. Así, sabemos que había diferentes
su:tado de esas usurpaciones es ir poniendo, cada vez clases de suplicios a los cuales no se consideraba a un mismo
mas, en el lugar del derecho de los particulares el de la socie- nivel, y, por consiguiente, en multitud de casos los textos
dad (r). no hablaban más que de la muerte de una manera general,
sin decir qué género de muerte se les debería aplicar. Según
Pero las características precedentes corresponden lo mis- Sumner Maine, ocurría lo mismo en la Roma primitiva: los
~o a la represión difusa que sigue a las acciones simplemente crimina eran perseguidos ante la asamblea del pueblo, que
~11'
!~morales, que_ a la represión legal. Lo que distingue a esta fijaba soberanamente la pena mediante una ley, al mismo
ult~ma es, segun hemos dicho, el estar organizada; mas ¿en tiempo que establecía la realidad del hecho incriminado (3).
que cons1ste esta organización? Por último, hasta el siglo xv1 inclusive, el principio ge-
Cuando se piensa en el derecho penal tal como funciona neral de la penalidad «era que la aplicación se dejaba al
en nuestras sociedades actuales, represéntase uno un código arbitrio del juez, arbitrio et oj/icio judicis ..... Solamente no le
en el que penas muy definidas hállanse !iuadas a crímenes está permitido al juez inventar penas distintas de las usua-
igualmente muy definidos. El juez dispone, ~in duda, de una les» (4)- Otro efecto de este poder del juez consistía en que
c1erta hbertad pa.ra aplicar a cada caso particular esas dispo- dependiera enteramente de su apreciación el crear figuras de
SlClünes generales; pero, dentro de estas líneas esenciales la delito, con lo cual la calificación del acto criminal quedaba
pena se halla predeterminada para cada categoría de ac~os siempre indeterminada (5).
defectuosos. Esa organización tan sabia no es, sin embargo,
consbtutJ va de ~a pena, pues hay muchas sociedades en que (1) Deuterouomio, v1, 25.
(z) Habían encontrado un hombre recogiendo leña el día del sábado:
la pena ex1ste sm que se haya fijado por adelantado. En la
<Aquelfos que lo encontraron lo llevaron a Moisés y a Aaron y a toda la
Biblia se encuentran numerosas prohibiciones que son tan asamblea y le metieron en prisión, pues 110 !tabían todavía declarado lo que
1
C' ,. ,. . .
organización que se encuentra en todas partes donde existé bellinO de fenómenos orgamcos y fls1co~: N o solo_ la corne~-
la pena propiamente dicha, se reduce, pues, al establecimien- . erviosa que acompaña a la formac10n de la 1dea ¡rradm
t, n "d
to de un tribunal. Sea cual fuere la manera como se compon- :, Ios centros corticales en torno al punto en que ha tem o
en •
ga, comprenda a todo el pueblo o sólo a unos elegidos, siga . arel nacimiento y pasa de un plexus al otro, sino que re-
l~ . .
o no un procedimiento regular en la instrucción del asun- - rcute en los centros motores, donde determma movl-
pe . t . ,
to como en la aplicación de la pena, sólo por el hecho de mientos, en los centros sensoriales, donde desp1er a 1magenes;
que la infracción, en Jugar de ser juzgada por cada uno se excita a veces comienzos de ilusiones y puede incluso afec-
someta a la apreciación de un cuerpo constituido, y qué tar a funciones vegetativas (r); esta resonancia es tanto
la reacción colectiva tenga por intermediario un órgano más de tener en cuenta cuanto que la representación , es,
definido, deja de ser difusa: es organizada. La organiza- ella misma más intensa, que el elemento emocional esta mas
ción podrá ser más completa, pero existe desde ese mo- desenvuelto. Así la representación de un sentimiento contra-
mento. rio al nuestro actúa en nosotros en el mismo sentido y de
La pena consiste, pues, esencialmente en una reacción b misma manera que el sentimiento que sustituye; es como
pasional, de intensidad graduada, que la sociedad ejer- si él mismo hubiera entrado en nuestra conciencia. Tiene en
ce por intermedio de un cuerpo constituido sobre aquellos erecto, ras mismas afinidades, aunque menos vivas; tiende a
de sus miembros que han violado ciertas reglas de con- despertar las mismas ideas, los mismos movimientos, las mis-
ducta. mas emociones. Opone, pues, una resistencia al juego de
Ahora bien, la definición que hemos dado del cri- nuestros sentimientos personales, y, por consecuencia, lo
men da cuenta con claridad de todos esos caracteres de la debilita, atrayendo en una dirección contraria toda una parte
pena de nuestra energía. Es como si una fuerza extraña se hubie·
ra introducido en nosotros en forma que desconcertare el li-
bre funcionamiento de nuestra vida física. He aquí por qué
una convicción opuesta a la nuestra no puede manifestarse
III
ante nosotros sin perturbarnos; y es que, de un solo golpe,
penetra en nosotros y, hallándose en antagonismo con todo
Todo estado vigoroso de la conciencia es una fuente de lo que encuentra, determina verdaderos desórdenes. Sin
vida; constituye un factor esencial de nuestra vitalidad gene- duda que, mientras el conflicto estalla sólo entre ideas abs-
:1 ral. Por consiguiente, todo lo que tiende a debilitarla nos tractas, no es muy doloroso, porque no es muy profundo.
disminuye y nos deprime; trae como consecuencia una im- La región de esas ideas es a la vez la más elevada y la más
presión de perturbación y de malestar análogo al que sen- superficial de la conciencia, y los cambios que en ella sobre-
timos cuando una función importa~ se suspende o se debi- vienen, no teniendo repercusiones extensas, no nos afectan
lita. Es inevitable, pues, que reaccionemos enérgicamente sino débilmente. Pero, cuando se trata de una creencia que
contra la causa que nos amenaza de una tal disminución, nos es querida, no permitimos, o no podemos permitir, que
que nos esforcemos en ponerla a un lado, a fin de mantener
la integridad de nuestra conciencia. (I) Véase Maudsley, Pkysiologie de fesprit, trad. franc,l pág. 270.
106 107
se ponga impunemente mano en ella. Toda ofensa dirigida los socorros así evocados a las necesidades, ia dis-
contra la misma suscita una reacción emocional, más 0 me .. tenga por efecto afirmarnos más en nuestras convic-
nos violenta, que se vuelve contra el ofensor. N os encoleriza- lejos de quebrantarnos.
mos, nos indignamos con él, le queremos mal, y los senti- Ahora bien, sabido es el grado de energía que puede ad-
mientos así suscitados no pueden traducirse en actos; le hui- •'ili' ,,.,;,.;r una creencia o un sentimiento sólo por el hecho de
mos, le tenemos a distancia, le desterramos de nuestra so- ,.;,.-.-- .. sentido por una misma comunidad de hombres, en rela-
ciedad, etc. ción unos con otros; las causas de ese fenómeno son hoy día
No pretendemos, sin duda, que toda convicción fuerte bien conocidas (r). De igual manera que los estados de con-
sea necesariamente intolerante; la observación corriente bas- ciencia contrarios se debilitan recíprocamente, los estados de
ta para demostrar lo contrario. Pero ocurre que causas conciencia idénticos, intercambiándose, se refuerzan unos a
exteriores neutralizan, entonces, aquellas cuyos efectos aca. otros. Mientras Jos primeros se sostienen, los segundos se
bamos de analizar. Por ejemplo, puede haber entre adver- adicionan. Si alguno expresa ante nosotros una idea que era
sarios una simpatía general que contenga su antagonismo ya nuestra, la representación que nos formamos viene a
y que lo atenúe. Pero es preciso que esta simpatía sea agregarse a nuestra propia idea, se superpone a ella, se con-
más fuerte que su antagonismo; de otra manera no le sobre- tunde con ella, le comunica lo que tiene de vitalidad; de esta
vive. O bien, las dos partes renuncian a la lucha cuando fusión surge una nueva idea que absorbe las precedentes y
averiguan que no puede conducir a ningún resultado, y se que, como consecuencia, es más viva que cada una de ellas
]J contentan con mantener sus situaciones respectivas; se to-
leran mutuamente al no poderse destruir. La tolerancia re-
tomada aisladamente. He aquí por qué, en las asambleas nu-
merosas, una emoción puede adquirir una tal violencia; es
cíproca, que a veces cierra las guerras de religión, con fre- que la vivacidad con que se produce en cada conciencia se
cuencia es de esta naturaleza. En todos estos casos, si el refleja en las otras. N o es ya ni necesario que experimente-
conflicto de los sentimientos no engendra esas consecuen- mos por nosotros mismos, en virtud sólo de nuestra natura-
cias naturales, no es que las encubra; es que está impedido leza individual, un sentimiento colectivo para que adquiera
de producirlas. en nosotros una intensidad semejante, pues lo que le agrega-
Además, son útiles y al mismo tiempo necesarias. Apar- mos es, en suma, bien poca cosa. Basta con que no seamos un
te de derivar forzosamente de causas que las producen, terreno muy refractario para que, penetrando del exterior con
contribuyen también a mantenerlas. Todas esas emociones la fuerza que desde sus orígenes posee, se imponga a nos-
violentas constituyen, en realidad, un llamamiento de fuer- otros. Si, pues, los sentimientos que ofende el crimen son, en
zas suplementarias que vienen a dar al sentimiento atacado el seno de una misma sociedad, los más universalmente colec-
:11
la energía que le proporciona la contradicción. Se ha dicho tivos que puede haber; si, pues, son incluso estados particu-
a veces que la cólera era inútil porque no era más que una larmente fuertes de la conciencia común, es imposible que
pasión destructiva, pero esto es no verla más que en uno de sus toleren la contradicción. Sobre todo si esta contradicción no
aspectos. De hecho consiste en una sobreexcitación de fuer- es puramente teórica, si se afirma, no sólo con palabras, sino
zas latentes y disponibles, que vienen a ayudar nuestro sen- con actos, como entonces llega a su ma:rimum, no podemos
timiento personal a hacer frente a los peligros, reforzándolo. dejar de resistirnos contra ella con pasión. Un simple poner
:11 En el estado de paz, si es que así 4JUede hablarse, no se ha- las cosas en la situación de orden perturbada no nos basta:
Ha éste con armas suficientes para la lucha; correría, pues, el necesitamos una satisfacción más violenta. La fuerza contra
riesgo de sucumbir si reservas pasionales no entran en línea la cual el crimen viene a chocar es demasiado intensa
en el momento deseado; la cólera no es otra cosa que una
movilización de esas reservas. Puede incluso ocurrir que, por (í> Ver Espinas, Sociétés animales, passim, París, Alean.
108 !09
para reaccionar con tanta moderación. No lo podría hacer día cómo se hacen esas alienaciones parciales de la persona·
además, sin debilitarse, ya que, gracias a la intensidad de 1~ ¡¡dad. Ese milagro es hasta tal punto inevitable que, bajo una
reacción, se rehace y se mantiene en el mismo grado de forma u otra, se producirá mientras exista un sistema repre-
energía. sivo. Pues, para que otra cosa ocurriera, sería preciso que no
Puede así explicarse una característica de esta reacción hubiera en nosotros más que sentimientos colectivos de una
que con frecuencia se ha señalado como irracional. Es indu: intensidad mediocre, y en ese caso no existina mas la pena.
dable que en el fondo de la noción de expiación existe la idea (
-se dirá que el error disiparíase por sí mismo en cuanto los
de una satisfacción concedida a algún poder, real o ideal, hombres hubieran adquirido conciencia de él? Pero, por más
superior a nosotros. Cuando reclamamos la represión del que sepamos que el sol es un globo inmenso, siempre lo ve·
crimen no somos nosotros los que nos queremos personar- remos bajo el aspecto de un disco de algunas pulgadas. El
mente vengar, sino algo ya consagrado que más o menos entendimiento puede, sin duda, enseñarnos 8 interpretar nues-
confusamente sentimos fuera y por encima de nosotros. Esta tras sensaciones; no puede cambiarlas. Por lo demás, el error
cosa la concebimos de diferentes maneras, según los tiempos sólo es parcial. Puesto que esos sentimientos son colectivos, no
y medios; a veces es una simple idea, como la moral, el deber; es a nosotros lo que en nosotros representan, sino a la socie·
con frecuencia nos la representamos bajo la forma de uno o dad. Al vengarlos, pues, es ella y no nosotros quienes nos
de varios seres concretos: los antepasados, la divinidad. He vengamos, y, por otra parte, es algo superior al individuo. N o
aquí por qué el derecho penal, no sólo es esencialmente reli- hay, pues, razón para aferrarse a ese carácter casi religioso
gioso en su origen, sino que siempre guarda una cierta se- de la expiación, para hacer de ella una especie de superfeta-
:.1·
' ñal todavía de religiosidad: es que los actos que castiga parece ción parásita. Es, por el contrario, un elemento integrante
como si fueran aten tactos contra alguna cosa transcendental, de la pena. Sin duda que no expresa su naturaleza más que
ser o concepto. Por esta misma razón nos explicamos a nos- de una manera metafórica, pero la metáfora no deja de
otros ,mismos cómo nos parecen reclamar una sanción supe- ser verdad.
rior a la simple reparación con que nos contentamos en el Por otra parte, se comprende que la reacción penal no
orden de los intereses puramente humanos. sea uniforme en todos los casos, puesto que las emociones
Seguramente esta representación es ilusoria; somos nos- que la determinan no son siempre las mismas. En efecto, son
otros los que nos vengamos en cierto sentido, nosotros los más o menos vivas según la vivacidad del sentimiento herido
que nos satisfacemos, puesto que es ~>n nosotros, y sólo en y también según la gravedad de la ofensa sufrida. Un estado
nosotros, donde los sentimientos ofendidos se encuentran. fuerte reacciona más que un estado débil, y dos estados de
Pero esta ilusión es necesaria. Como, a consecuencia de su la misma intensidad reaccionan desigualmente, según que han
origen colectivo, de su universalidad, de su permanencia en sido o no más o menos violentamente contradichos. Esas
la duración, de su intensidad intrínseca, esos sentimientos variaciones se producen necesariamente, y además son útiles,
tienen una fuerza excepcional, se separan radicalmente del
:l
! resto de nuestra conciencia, en la que los estados son mucho
más débiles. N os dominan, tienen, por así decirlo, algo de
pues es bueno que el llamamiento de fuerzas se halle en
relación con la importancia del peligro. Demasiado débil, sería
insuficiente; demasiado violento, sería una pérdida inútil.
tidas. El crimen, pues, aproxima a las conciencias honradas fuerte, si la ofensa es grave, todo el grupo afectado se con-
y las concentra. No hay más que ver lo que se produce, sobre trae ante el peligro y se repliega, por así decirlo, en sí mis-
,¡. todo en una pequeña ciudad, cuando se comete algún escán- mo. No se contenta ya con cambiar impresiones cuando la
dalo moral. Las gentes se detienen en las calles, se visitan, se ocasión se presenta, de acercarse a este lado o al otro, según
encuentran en lugares convenidos para hablar del aconteci- la casualidad lo impone o la mayor comodidad de los en-
miento, y se indignan en común. De todas esas impresiones cuentros, sino que la emoción que sucesivamente ha ido ga-
similares que se cambian, de todas las cóleras que se mani- nando a las gentes empuja violentamente unos hacia otros
fiestan, se desprende una cólera única, más o menos deter- a aquellos que se asemejan y los reune en un mismo lugar.
minada según los casos, que es la de todo el mundo sin ser Esta concentración material del agregado, haciendo más ín-
la de una persona en particular. Es.Jt! cólera pública. tima la penetración mutua de los espíritus, hace así más
Sólo ella, por lo demás, puede servir para algo. En efecto, fáciles todos los movimientos de conjunto; las reacciones
los sentimientos que están en juego sacan toda su fuerza emocionales, de las que es teatro cada conciencia, hállanse,
del hecho de ser comunes a todo el mundo; son enérgicos pues, en las más favorables condiciones para unificarse. Sin
porque son indiscutidos. El respeto particular de que son embargo, si fueran muy diversas, bien en cantidad, bien en
112 113
ticipar sin que todos los actos que le ofenden sean recha-
calidad, seria imposible únafusión completa entre esos ele-
zados y combatidos como aquellos que ofenden a la concien-
mentos parcialmente heterogéneos e irreducibles. Mas sabe~
mos que los sentimientos que los determinan están hoy de- cia colectiva, y esto aun cuando no sea ella directamente
finidos y son, por consiguiente, muy uniformes. Participan afectada.
pues, de la misma uniformidad y, por consiguiente, viene~
·~· penal, y la organización se prosigue de acuerdo con las leyes los unos hacia los otros porque se parecen, sino que se ha-
ciedad. He aquí por qué hay razón en decir que el criminal dentemente, de la extensión mayor o menor de la vida social
:'i
·-'1"
debe sufrir en proporción a su crimen, y por qué las teorías que que abarque y reglamente la conciencia común. Cuanto más
rehusan a la pena todo carácter expiatorio parecen a tantos relaciones diversas haya en las que esta última haga sen-
d~_,
···11f espíritus subversiones del orden social. Y es que, en efecto, tir su acción, más lazos crea también que unan el individuo
esas doctrinas no podrían practicarse sino en una sociedad al grupo; y más, por consiguiente, deriva la cohesión social
1111
en la que toda conciencia común estuviera casi abolida. Sin de esta causa y lleva su marca. Pero, de otra parte, el número
'ftll esta satisfacción necesaria, lo que llaman conciencia moral de esas relaciones es proporcional al de las reglas represi-
no podría conservarse. Cabe decir, sin que sea paradoja, que vas; determinando qué fracción del edificio jurídico repre-
senta al derecho penal, calcularemos, pues, al mismo tiem-
1111
una regla penal porque, en un momento dado, haya correspondido a algUn
sentimiento colectivo. No tiene razón de se:, como este último no se en-
cuentre vivo y enérgico todavía. Si ha d~parecido
,.,V
o se ha debilitado1 (1) Al decir que la pena, tal como ella es, tiene una razón de ser, no
nada más vano, e incluso nada más perjudicial, que intentar mantenerlo queremos decir que sea perfecta y que no se pueda mejorar. Por el contra~
artificialmente y por fuerza. Puede incluso suceder que sea preciso comba- rio, es a todas luces evidente que, siendo producida • por causas en gran
tir una práctica que haya sido común, pero que ya no lo es y se opone al parte completamente mecánicas, no se puede hallar sino muy imperfecta-
establecimiento de prácticas nuevas y necesarias. Pero no tenemos para qué mente ajustada al papel que desempeña. Sólo se trata de una justificación
entrar en esta cuestión de casuística. loba!.
118 119
po, la importancia relativa de esta- solidaridad. Es verdad
que, al proceder de tal manera, no tendremos en cuenta cier-
tos elementos de la conciencia colectiva, que, a causa de su
menor energía o de su indeterminación, permanecen extra-
ños al derecho represivo, aun cuando contribuyan a asegu.
rar la armonía social; son aquellos que protegen penas sim-
plemente difusas. Lo mismo sucede en las otras partes del
derecho. No existe ninguna que no venga a ser completada CAPITULO III
por las costumbres, y, como no hay razón para suponer que
la relación entre el derecho y las costumbres no sea la mis- SOLIDARIDAD DEBIDA A LA DIVISIÓN DEL TRABAJO U ORGÁNICA
ma en sus diferentes esferas, esta eliminación no hace que
corran peligro de alterarse los resultados de nuestra compa-
ración. I
,,
1,
obligaciones propiamente contractuales pueden anudarse y
deshacerse sólo con el acuerdo de las voluntades. Pero es
preciso no olvidar que, si el contrato tiene el poder de ligar a
las partes, es la sociedad quien le comunica ese poder. Su-
pongamos que no sancione las obligaciones contratadas; se
¡¡
.,
La relación negativa que puede ser\'ir de tipo a las otras
~111¡¡ que una autoridad moral (r). Todo contrato sup~ne, pu7s, es la que une la cosa a la persona.
que detrás de las partes que se comprometen esta la socie- Las cosas, en efecto, forman parte de la sociedad al igual
dad dispuesta a intervenir para hacer respetar los compro- que las personas, y desempeñan en ella un papel específico;
1:
'illll¡
misos que se han adquirido; por eso no prest~ la socieda~
esa fuerza obligatoria sino a los contratos que tienen, por S!
mismos, un valor social, es decir, son conformes a las reglas
es necesario, por consiguiente, que sus relaciones con el orga-
nismo social se encuentren determinadas. Se puede, pues,
decir que hay una solidaridad de las cosas cuya naturaleza es
de derecho. Ya veremos cómo incluso a veces su interven-
ción es todavía más positi\"a. Se Jta,lla presente, pues, en (I} Debemos atenernos aquí a estas indicaciones generales, comunes
todas las relaciones que determina el derecho restitutivo, in- a todas las formas del derecho restitutivo. Más adelante se verán (mismo
libro, cap. VII) las pruebas numerosas de esta verdad en la parte de ese
derecho que corresponde a la solidaridad que produce la división del
(1) Y aun esta autoridad moral viene de las costumbres, es decir, de
trabajo.
la sociedad.
125
124
lo bastante especial como para traducirse al exterior en con. donde las cosas se integran en la sociedad, la solidaridad que
secuencias jurídicas de un carácter muy particular. resulta de esta integración es por completo negativa. No hace
Los jurisconsultos, en efecto, distinguen dos clases de que las voluntades se muevan hacia fines comunes, sino tan
derechos: a unos dan el nombre de reales; a otros, el de sólo que las cosas graviten con orden en torno a las volunta-
personales. El derecho de propiedad, la hipoteca, perte- des. Por hallarse así limitados los derechos reales no entran en
~e cerse después del mío. Si, por ejemplo, un determinado bien de Jos astros vecinos. Una solidaridad tal no hace con los
hubiere sido sucesivamente hipotecado a dos acreedores, la elementos que relaciona un todo capaz de obrar con unidad;
!( segunda hipoteca en nada puede restringir los derechos de no contribuye en nada a la unidad del cuerpo social.
De acuerdo con lo que precede, es fácil determinar cuál
la primera. Por otra parte, si mi deudor enajena la cosa so-
bre la cual tengo un derecho de hipoteca, en nada se per- es la parte del derecho restitutivo a que corresponde esta so-
lidaridad: el conjunto de los derechos reales. Ahora bien, de la
...
,
judica este derecho, pero el tercer adquirente está obligado,
o a pagarme, o a perder lo que ha adquirido. Ahora bien,
para que así suceda, es preciso que el lazo iurídico una di-
definición misma que se ha dado resulta que el derecho de
propiedad es el tipo más perfecto. En efecto, la relación más
1 rectamente, y sin mediación de otra persona, esta cosa deter· completa que existe entre una cosa y una persona es aque-
minada y mi personalidad jurídica. Tal situación privilegia- lla que pone a la primera bajo la entera dependencia de la
da es, pues, consecuencia de la solidaridad propia de las segunda. Sólo que esta relación es muy compleja y los di-
cosas. Por el contrario, cuando el derecho es personal, la versos elementos de que está formada pueden llegar a ser el
persona que está obligada puede, contratando nuevas obliga- objeto de otros tantos derechos reales secundarios, como el
ciones, procurarme coacreedores cuyo derecho sea igual al usufructo, la servidumbre, el uso y la habitación. Cabe, en
mío, y, aunque yo tenga como garantías todos los bienes de suma, decir que los derechos reales comprenden a! derecho
mi deudor, si los enajena se escapan a mi garantía al salir de de propiedad bajo sus diversas formas (propiedad literaria,
su patrimonio. La razón de lo expuesto hallámosla en que no artística, industrial, mueble e inmueble) y sus diferentes mo-
existe relación especial entre esos bienes y mi derecho, sino dalidades, tales como las reglamenta el libro segundo de nues-
entre la persona de su propietario y mi propia persona(!). tro Código civil. Fuera de este libro, nuestro derecho re·
Bien se ve en qué consiste esta solidaridad real: refiere di- conoce, además, otros cuatro derechos reales, pero que solo
rectamente las cosas a las personas y no las personas a las co- son auxiliares y sustitutos eventuales de derechos per-
sas. En rigor, se puede ejercer un derecho real creyéndose solo sonales: la prenda, la anticresis, el privilegio y la hipoteca
:1 en el mundo, haciendo abstracción de los demás hombres. Por
consiguiente, como sólo por intermedio de las personas es por
(artículos z.OJI-2.203). Conviene añadir todo lo que se re-
fiere al derecho sucesorio, al derecho de testar y, por consi-
•••
j li
3lli
bría lugar a comercio jurídico alguno. Pero, de hecho, sucede
continuamente que esos diferentes derechos están de tal modo
empotrados unos en otros, que no es posible hacer que uno (1) Artículos r.382-1.386 del Código civiL-Pueden añadirse los ar~
se valorice sin cometer una usurp~ión sobre los que lo limi- ticulos sobre pago de lo indebido.
(2) El contratante que falta a sus compromisos está-también obl;gado
tan. En este caso, la cosa sobre la que tengo un derecho se
a indemnizar a la otra parte. Pero, en ese caso, los perjuicios·intereses
encuentra en manos de otro; tal sucede con los legados. Por sirven de sanción a un lazo positivo. No es por haber causado un perjuicio
otra parte, no puedo gozar de mi derecho sin peljudicar el por lo que paga el que ha violado un contrato, sino por no haber cumplido
de otro; tal sucede con ciertas servidumbres. Son, pues, ne- la prestación prometida.
128 129
tablecen, forman un sistema definido que tiene por funció-f1-,no por algún tiempo, poner fin a las hostilidades, pero esta sim-
el ligar unas a otras las diferentes partes de la sociedad, sino ple tregua no puede ser más duradera que la laxitud tempo-
por el contrario, diferenciarlas} señalar netamente las barreras ral que la determina_ A mayor abundamiento, ocurre lo mis-
que las separan. :--Jo corresponden, pues, a un lazo social mo con los desenlaces debidos al solo triunfo de la fuer-
1' i
!
positivo; la misma expresión de solidaridad negativa de que
nos hemos servido no es perfectamente exacta. '\:o es una
verdadera solidaridad, con una existencia propia y una na-
za; son tan provisorios y precarios como los tratados que
ponen fin a las guerras internacionales. Los hombres no
tienen necesidad de paz sino en la medida en que están ya
turaleza especial, sino más bien el lado negativo de toda unidos por algún la:::o de sociabilidad_ En ese caso, en efecto,
;e: especie de solidaridad. La primera condición para que un todo
sea coherente es que las partes que lo componen no se tro-
Jos sentimientos que los inclinan unos contra otros moderan
con toda naturalidad los transportes del egoísmo, y, por otra
í~c piecen con movimientos discordantes. Pero esa concordan- parte, la sociedad que los envuelve, no pudiendo vivir sino a
cia externa no forma la cohesión, por el contrario, la supone. condición de no verse a cada instante sacudida por conflic-
~e La solidaridad negativa no es posible más que allí donde tos, gravita sobre ellos con todo su peso para obligarlos a
exi,te otra, de naturaleza positiva, de la cual es, a la vez, la que se hagan las concesiones necesarias. Verdad es que, a
~dll resultante y la condición. veces, se ve a sociedades independientes entenderse para
En efecto, los derechos de los individuos, tanto sobre determinar la extensión de sus derechos respectivos sobre las
!'11111 ellos mismos como sobre las cosas, no pueden determinarse cosas, es decir, sobre sus territorios_ Pero justamente la ex-
•:
~w~
última (z). Ahora bien, esta reciprocidad no es posible más
que allí donde hay cooperación, y ésta, a su vez, no marcha
sin la división del trabajo. Cooperar, en efecto, no es más
que distribuirse una tarea común. Si esta última está dividi-
que se encuentran siempre las mismas en contornos diferen-
tes de la vida colectiva. Así, cada uno de esos tipos de con-
tratos supone una multitud de otros, más particulares, de
los cuales es como el sello común y que reglamenta de un
.,,.
mu
da en tareas cualitativamente similares, aunque indispensa-
bles unas a otras, hay división del trabajo simple o de pri-
solo golpe, pero en los que las relaciones se establecen en-
tre funciones más especiales. Así, pues, a pesar de la simpli·
,JIIu cidad relativa de este esquema, basta para manifestar la ex-
~\Wl .. mer grado. Si son de naturaleza diferente, hay división del
1.,. trabajo compuesto, especialización propiamente dicha. tremada complejidad de Jos hechos que resume.
lllu Esta última forma de cooperación es, además, la que con
más frecuencia manifiesta el contrsrb. El único que tiene Esta especialización de funciones, por otra parte, es más
inmediatamente ostensible en el Código de Comercio, que re-
(t)_ Véanse algunas ampliaciones sobre este punto, en este mismo Ji.. glamenta, sobre todo, los contratos mercantiles especiales:
bro, cap. VII.
(s} Por ejemplo, en el caso del rn!sta 'llO eon interés. (1) Bases de la morale évoltttiomdste, pág. 124, París, ..Alean.
134 135
contratos entre el comisionista y el comitente, entre el car- judiciales. Determina su tipo normal y sus relaciones, ya de
gador y el porteador, entre el portador de la letra de cambio unas con otras, ya con las funciones difusas de la sociedad;
y el librador, entre el propietario del buque y sus acreedo- bastaría tan sólo con apartar un cierto número de las reglas
re,, entre el primero y el capitán y la dotación del barco, generalmente incluidas bajo esta denominación, aunque ten-
entre el fletador y el fletante, entre el prestamista y el pres- gan un carácter penal (r). En fin, el derecho constitucional
tatario a la gruesa, entre el asegurador y el asegurado. Exis- hace lo mismo con las funciones gubernamentales.
te aquí también, por consiguiente, una gran separación entre Extrañará, tal vez, contemplar reunidos en un mismo gru-
la generalidad relativa de las prescripciones jurídicas y la di- po al derecho administrativo y político y al que de ordinario
versidad de las funciones particulares cuyas relaciones regu- se llama derecho privado. Pero, en primer lugar, esa aproxi-
lan, como lo prueba el importante lugar dejado a la costum- mación se impone si se toma como base de la clasificación la
bre en el derecho comercial. naturaleza de las sensaciones, y no nos parece que sea posi-
Cuando el Código de Comercio no reglamenta Jos con- ble tomar otra si se quiere proceder científicamente. Además,
tratos propiamente dichos, determina cuáles deben ser cier- para separar completamente esas dos especies de derecho se-
tas funciones especiales, como las del agente de cambio, del ría necesario admitir que existe verdaderamente un derecho
corredor, del capitán, del juez en caso de quiebra, con el fin privado, y nosotros creemos que todo el derecho es público
de asegurar la solidaridad de todas las partes del aparato co- porque todo el derecho es social. Todas las funciones de la
mq mercial. sociedad son sociales, como todas las funciones del organismo
son orgánicas. Las funciones económicas tienen ese carácter
L El derecho procesal -trátese de procedimiento criminal,
civil o comercial- desempeña el mismo papel en el edificio
como las otras. Además, incluso entre las más difusas, no
existe ninguna que no se halle más o menos sometida a la
8111 judicial. Las sanciones de todas las reglas jurídicas no pue- acción del aparato de gobierno. No hay, pues, entre ellas, des-
-··
una variedad del derecho administrativo: no vemos qué di- comunes, la primera condición es que sea común, es decir,
ferencia radical separa a la administración de justicia del que se halle presente en todas las conciencias y que todas
1:
••••
resto de la administración. Mas, independientemente de esta se la puedan representar desde un solo e idéntico punto de
.,. apreciación, el derecho administrativo propiamente dicho re- vista. Sin duda, mientras las funciones poseen una cierta
136 137
generalidad, todo el mundo puede tener algún sentimiento· funciones sociales pueden ser tales que de su ruptura result:n
pero cuanto más se especializan más se circunscribe el nú-' ·ones bastante generales para suscitar una reacc!On
reperc USI 1
mero de aquellos que tienen conciencia de cada una de ellas Pero por la razón que hemos dicho, estos contrago •
. pena.l ,
y más, por consiguiente, desbordan la conciencia común. Las' s son excepcionales. .
reglas que las determinan no pueden, pues, tener esa fuerza pe En definitiva, ese derecho desempeña en la socteda~ una
'¡ función análoga a la del sistema nervioso en ~1 orgamsmo.
11
superior, esa autoridad transcendente que, cuando se la ofen-
de, reclama una expiación. De la opinión también es de donde fecto , tiene por misión regular las diferentes , fun-
Est e, en e . .
les viene su autoridad, al igual que la de las reglas penales, ciones del cuerpo en forma que puedan concurnr ar~omca
;e:,·
'
. .1
.
pero de una opinión localizada en las regiones restringidas
de la sociedad.
mente: pone de manifiesto también con toda naturaltdad el
tacto de concentración a que ha llegado el orgamsmo, a
<
.
no corresponden a sentimientos muy vivos ni, con frecuen-
cie, a especie alguna de estado emocional. Pues al fijar las
maneras como deben concurrir las diferentes funciones en
gra
do de esta concentración por el desenvolvtmtento del
d" ·
sistema nervioso. Esto quiere decir que se puede me tr 1gua •
mente el grado de concentración a que ha llegado u.na socie-
1
las diversas combinaciones de circunstancias que pueden dad a consecuencia de la división del trabaJO soc1al, por el
presentarse, los objetos a que se refieren no están siempre desenvolvimiento del derecho cooperativo de sancione~ re~
presentes en las conciencias. No siempre hay que administrar titutivas. Fácil es calcular los servicios que seme¡ante cnteno
una tutela o una curatela (r), ni que ejercer sus derechos de nos va a proporcionar.
acreedor o de comprador, etc., ni, sobre todo, que ejercerlos
en tal o cual condición. Ahora bien, los estados de concien-
IV
cia no son fuertes sino en la medida en que son permanentes.
La violación de esas reglas no atenta, pues, en sus partes
vivas, ni al alma común de la sociedad, ni, incluso, al menos Puesto qu'e la solidaridad negativa no produce por si mi~
en general, a la de sus grupos especiales, y, por consiguiente, ma ninguna integración, y, además, no tiene n~da de es.p~cl
no puede determinar más que una reacción muy moderada. fica , reconoceremos sólo dos clases de solidandad positiva,
Todo lo que necesitamos es que las funciones concurran ce que distinguen los caracteres siguientes: . . . .
. o La primera liga directamente el mdtvtduo a la socie-
-
una manera regular; si esta regularidad se perturba, pues, nos 1
basta con que sea restablecida. No quiere esto decir segura- dad sin intermediario alguno. En la segunda depende de la
mente que el desenvolvimiento de la división del trabajo no sociedad, porque depende de las partes que la componen.
pueda repercutir en el derecho penal. Ya sabemos que existen 2
.0 No se ve a la sociedad bajo un mismo aspecto en los
funciones administrativas y gubernamentales en las cuales dos casos. En el primero, lo que se llama con ese nombre
ciertas relaciones hállanse reguladas por el derecho represi- es un conjunto más o menos organizado de creencias ~ de
vo, a causa del carácter particular que distingue al órgano de sentimientos comunes a todos los miembros del grupo: este
la conciencia común y todo lo que a él se refiere. En otros es el tipo colectivo. Por el contrario, la sociedad de que ~o
casos todavía, los lazos de solid~ad que unen a ciertas mos solidarios en el segundo caso es un sistema de funclO-
nes diferentes y especiales que unen relaciones definidas.
Esas dos sociedades, por lo demás, constituyen sólo una. So.n
( I) He aquí por qué el derecho que regula las relaciones de las fun·
ciones domésticas no es penal, aunque sus funciones sean bastante ge.. dos aspectos de una sola y misma realidad, .pero que no exi-
nerales. gen menos que se las distinga.
139
138
0
3. De esta segunda diferencia dedúcese otra, que va a de esta única manera, no podrían, pues, moverse con unidad
servirnos para caracterizar y denominar a esas dos clases de sino en la medida en que carecen de movimientos propios,
solidaridades. como hacen las moléculas de los cuerpos inorgánicos. Por
La primera no se puede fortalecer más que en la medida eso proponemos liamar mecánica a esa especie de solidari-
en que las ideas y las tendencias comunes a todos los rniem. dad. Esta palabra no significa que sea producida por medios
<
tanto más enérgica cuanto más considerable es este exce- Jos cuerpos brutos, por oposición a la que constituye la uni-
dente. Ahora bien, lo que constituye nuestra personalidad dad de los cuerpos vivos. Acaba de justificar esta denomi-
es aquello que cada uno de nosotros tiene de propio y de nación el hecho de que el lazo que así une al individuo a la
<
(
característico, lo que le distingue de los demás. Esta solida-
ridad no puede, pues, aumentarse sino en razón inversa a la
personalidad. Hay en cada una de nuestras conciencias, se-
sociedad es completamente análogo al que liga la cosa a la
persona. La conciencia individual, considerada bajo este as-
pecto, es una simple dependencia del tipo colectivo y sigue
gún hemos dicho, dos conciencias: una que es común en todos los movimientos, como el objeto poseído sigue aque-
nosotros a la de todo el grupo a que pertenecemos, que, por llos que le imprime su propietario En las sociedades donde
consiguiente, no es nosotros mismos, sino la sociedad vi- esta solidaridad está más desenvuelta, el individuo no se
viendo y actuando en nosotros; otra que, por el contrario, pertenece, como más adelante veremos; es literalmente una
sólo nos representa a nosotros en lo que tenemos de perso- cosa de que dispone la sociedad. Así, en esos mismos tipos
nal y de distinto, en lo que hace de nosotros un individuo (r). sociales, los derechos personales no se han distinguido toda-
~e:
nuestra conciencia total y coincide en todos sus puntos con produce la división del trabajo. Mientras la anterior implica
ella; pero, en ese momento, nuestra individualidad es nula. la semejanza de los individuos, ésta supone que difieren
No puede nacer como la comunidad no ocupe menos lugar unos de otros. La primera no es posible sino en la medida
1111¡ en nosotros. Hay allí dos fuerzas contrarias, una centrípeta, en que la personalidad individual se observa en la perso-
IIHI¡ otra centrífuga, que no pueden crecer al mismo tiempo. No
podemos desenvolvernos a la vez en dos sentidos tan opues-
nalidad colectiva; la segunda no es posible como cada uno
no tenga una esfera de acción que le sea propia, por con-
[•:::
'*11¡
tos. Si tenemos una viva inclinación a pensar y a obrar por
nosotros mismos, no podemos encontrarnos fuertemente in·
siguiente, una personalidad. Es preciso, pues, que la con-
ciencia colectiva deje descubierta una parte de la conciencia
clinados a pensar y a obrar como los otros. Si el ideal es individual para que en ella se establezcan esas funciones es-
crearse una fisonomía propia y personal, no podrá consistir peciales que no puede reglamentar; y cuanto más extensa es
en asemejamos a todo el mundo. Además, desde el momen- esta región, más fuerte es la cohesión que resulta de esta
to en que esta solidaridad ejerce su acción, nuestra persona- solidaridad. En efecto, de una parte, depende cada uno tanto
lidad se desvanece, podría decirse, por definición, pues ya no más estrechamente de la sociedad cuanto más dividido está
somos nosotros mismos, sino el ser colectivo. el trabajo, y, por otra parte, la actividad de cada uno es tan-
Las moléculas sociales. oue no p-ían coherentes más que to más personal cuanto está más especializada. Sin duda,
por circunscrita que sea, jamás es completamente original;
( 1) Sin embargo, esas dos conciencias no constituyen regiones geo- incluso en el ejercicio de nuestra profesión nos conforma-
gráficamente distintas de nosotros mismos, sino que se penetran por todas mos con usos y prácticas que nos son comunes con toda
partes nuestra corporación. Pero, inclusive en ese caso, el yugo que
140 141
l.-Reglas de sancion represiva organizada,
sufrimos es menos pesado que cuando la sociedad entera
pesa soore nosotros, y deja bastante más lugar al libre juc·go (Se encontrará una ciasificación en el capitulo siguiente.)
de nuestra iniciativa. Aquí, pues, la individualidad del todo 11. Reglas de sanción restitutiva determinante de las:
aumenta al mismo tiempo que la de las partes; la sociedad
Derecho de propiedad bajo sus formas
t.
hácese más capaz para moverse con unidad, a la vez qt,e
~ De la cosa diversas (mueble, inmueble, etc.).
cada uno de sus elementos tiene más movimientos pro. --~ RELACIONES Modalidades diversas del derecho de pro-
' con la persona.
píos. Esta soJijaridad se parece a la que se observa en los
...(
piedad (servidumbres, usufructo, etc.)
negativas i
.~.f.·
l
animales superiores. Cada órgano, en efecto, tiene en ellos o de ¡ Determinadas por el ejercicio norma! de
su fisonomía especial, su autonomía, y, sin embargo, la uni- De las personas los derechos reales .
abstencidn.
dad del organismo es tanto mayor cuanto que esta indivi- entre si. Determinadas por la violación culposa
duación de las partes es má> señalada. En razón a esa ana-
1.
1, de los derechos reales.
Entre las funciones domésticas.
logía, proponemos llamar orgánica la solidaridad debida a la
C1 ;-_,'
división del trabajo.
Al mismo tiempo, este capítulo y el precedente nos pro-
RELACIONES
f Entre las ~un~io- ¡ Relaciones contractuales en general.
nes econom1cas {
· difusas.
.
{ Contrat~s espectales.