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Sitio Web: RELIGIÓN Y MORAL

Autor: José Campanario Álvarez | Fecha: Domingo, 11 de septiembre de 2016, 03:32

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RELIGIÓN Y MORAL
Siempre que la jerarquía de Iglesia Católica recurre a la canonización de uno de sus fieles de
acuerdo con sus normas, se produce un hecho recurrente, se repiten situaciones, argumentos, en
pro y en contra, y se llega en muchas ocasiones a descalificaciones morales y éticas. Nada de esto
va a reflejarse en estas líneas. Vaya por delante la profesión en la fe agnóstica del firmante.
Se trata de otro tema muy distinto: la relación entre religión y moral. Y no con ello vamos a decir
que todos los religiosos (el femenino va implícito en el plural por mucho que se empeñen en lo
contrario determinados sectores de la sociedad), por el hecho de serlo, tengan un
comportamiento moral o, mejor dicho, ético. Ejemplos los hay a cientos, a miles y en todas las
religiones conocidas; es parte del costo del comportamiento humano, parte de la condición ruin
del hombre, el precio del peaje de la vida humana.
Cuando mencionamos el término religión lo hacemos de forma
genérica, sin concretar en ninguna de las doctrinas al uso. La religión
como aspiración del hombre a entender lo desconocido, al
conocimiento de los fenómenos que pertenecen a la dimensión
sobrenatural. La moral por el contrario es la conducta que cada
persona debe observar de acuerdo con sus convicciones, sean o no
religiosas. Y la ética sería el comportamiento humano adecuado a la
moral. Dicho todo ello en términos amplios, no filosóficos.
Podríamos partir del concepto que las dos posturas más comunes tienen del hombre. Una
concepción religiosa del hombre da la posesión de un alma a cada individuo, como característica
fundamental; un alma de la que un ser supremo ha dotado a esa persona. Por el contrario, para
los materialistas y existencialistas, la condición de hombre se adquiere por su relación social: por
su nacimiento en un contexto social concreto y por el papel que desempeña en esa sociedad. El
equivalente al alma para esta corriente de opinión puede hacerse coincidir con la energía del
cuerpo humano. Como vemos lo fundamental es que en unos es un regalo o una donación
proveniente de un ser externo, en tanto que para los segundos es tan sólo la consecuencia de la
existencia humana.
Hay todo un rosario de signos que manifiestan la influencia de la religión en la sociedad:
festividades, formas de contratos matrimoniales, importancia de los ritos, calendario, etc. Es más,
hasta determinadas fiestas religiosas provienen, en la mayoría casi rozando la totalidad, de
celebraciones paganas. Insistimos hablamos de religiones, todas, algunas de ellas ya
desaparecidas como las prácticas religiosas de los celtas.

En nuestra gastronomía, hay múltiples reminiscencias religiosas. Existe, por ejemplo, toda una
cocina de Cuaresma (Hasta hay ferias de la tapa de cuaresma en muchos pueblos de Andalucía),
dulces que se consumen de forma exclusiva en determinadas fiestas religiosas (mantecados,
torrijas, pestiños…), etc.
Y no digamos nada de la lengua y de la historia. Nuestro idioma está plagado de palabras con
sentido exclusivamente religioso. Y nuestra historia, la historia de la humanidad, tiene sentido
vista desde una perspectiva de la religión. Ejemplos de esto los hay a miles.
Instituciones tan arraigadas en nuestra sociedad como el matrimonio, tienen profundas raíces en
la religión. Hay religiones que admiten la poligamia, otras son estrictas con la práctica monógama.
Incluso al concebir edificios para uso civil, no hablamos de edificios religiosos, la religión tiene un
inusitado peso. No hay más traer a nuestras retinas la imagen de un cementerio.

La influencia social de la religión, podríamos continuar con


muchos más ejemplos, es tan grande que en muchos casos
hasta crea industria, puestos de trabajo y formas de vida.
Hay un catálogo muy amplio, no es necesario pormenorizar,
de industrias cuyo único fundamento es la religión.

Pero si algo es determinante para establecer la gran diferencia entre religión y materialismo es la
concepción de la muerte. La muerte implica la aceptación o negación de una cadena de
situaciones. Lo que para unos es ficción, para otros es dogma. Lo que para los existencialistas no
es más que sueños, alucinaciones y miedo a lo desconocido, para los religiosos es esperanza y
realidad. Lo que para los primeros es el final de la vida humana, para los segundos es
precisamente el comienzo de otra vida que es la que da sentido a sus creencias. Son posiciones
tan diametralmente opuestas que no hay posibilidad de convergencia.

No hay que olvidar que es una minoría, la clase sacerdotal de las distintas religiones, la que tiene
la exclusiva de la interpretación del más allá, la que posee las llaves para interpretar ritos y
leyendas que conforman el universo religioso. Es lo que los materialistas indican como el dominio
de una minoría apoyado en el miedo de los seguidores de la religión.
En muchos ambientes religiosos, el sufrimiento, la enfermedad, la desgracia es un camino hacia
el objetivo final: conseguir el paraíso, el cielo, la gloria o como cada cual quiera denominar a la
nueva vida que da sentido a la religión. Por el contrario, los que consideran la enfermedad o la
desgracia como un acontecimiento que perjudica a la persona, mantienen una posición opuesta,
hasta el extremo de defender la dignidad de la persona y el derecho a una muerte digna.
Un rasgo que caracteriza a las religiones, el sentido de la muerte como tránsito a la vida eterna,
es considerado como herramienta de sometimiento por los existencialistas, como método de
control de voluntades y como engaño ante el miedo del hombre a lo desconocido.

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