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T oR L ‘Maquiavelo. Lecturas de lo politico Claude Lefort ‘Traduccién de Pedro Lomba TROTTA ‘Ouvrage publié vec le concours di Ministre renga chor de la culture ~ Centre national du Fre (Obra publicado con lo ayuda del Ministerio fone de cultura Canira nacional dal libro Ext obra se baneficié del opoyo del Senicio Cuts de la Emboiodo de Froncio en Espofo 1 del Ministero francis de Asuntes Exeriores, en el marco dl Programa de Ayuda la Poblcacin (PA. P Gcia Loca) EOLECCION ESTRUCTURASY PROCESOS Serie Filosofia Thulo origina: Le trove de Venue Machiovel (© Eedtoril Trott, SA, 2010 Feroz, 95. 28008 Madkid Teléiono: 91 543 03 61 Fox: 91 543 14 68 E-mail editorial. 8 Inpro. 08 (© Eons Golimard, 1972 © Pasko Lombo Foledn, para le raduceisn, 2010 © Clovde Lefont Eeebon Moline, para ol epiogo, 2010, ISBN: 978-84-9879-156.9 Depésio Legal: M. 25.482-2010 ieee Feménder Ciused, 1 EL NOMBRE Y LA REPRESENTACION DE MAQUIAVELO* |. EL CONCEPTO DE MAQUIAVELISMO Antes de haber leido a Maquiavelo, se tiene ya una cierta noci6n del ‘maquiavelismo. Aunque se ignore todo acerca del hombre y de su obra, el término es utilizado sin vacilar. Designa un cardcter, un comporta- ‘miento 0 una accién, con la misma seguridad con que la palabra pape- La forruna de Maquiavelo ha excitado desde muy pronto la curiosidad de Ia rice, signdole consagrada una importante cantided de ltearurs secundaria, Nosotros hemos excaido lo exencil de nucer informacién de las obras mencionades « continua cin, Su lado no pretende de ninguna manera constisur una bibliografia exhaustiva sobre a cust, Ademis, otras obras erin citadas en el curso de nuestros andliss, con ‘ocasiGn de cierts puntos particaares Estudios de conjunto: AF. Artaud de Montor, Machiave, som ge et ses erreurs, 2 vole, Psi, 1833; Ch. Benois, Le Machiavélisme, vol. Il: Apée Machivel, Pais, 1936; LA. Burd, 1! Principe, Oxford, 1891; B. 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Merezca 0 no Ma- 4quiavelo esta reputacién, la cual parece el efecto de una trégica equivo- caci6n o la justa recompensa por una empresa detestable, todo el mun- do estard de acuerdo, no obstante, en que no se podria hacer coincidir el concepto popular de maquiavelismo y la idea de la obra. La nocién posee un sentido que se puede intentar elucidar, pero que no pertenece al mismo orden al que pertenece el sentido que vamos a buscar en la lectura de la obra. Entendemos dicho sentido tanto mejor cuanto mas dejamos operar al lenguaje, cuanto més otorgamos al término el poder de expresién que tiene con anterioridad a la reflexién, en la practica ‘comin, en la variedad de sus acepciones. Tal como lo aprehendemos entonces, el maquiavelismo es el indice de una representacién colectiva; poco importa que el origen de lo que evoca le sea imputado al escritor florentino, que se admita, se reivindique, se deplore, se combata, se conteste su fundamento en la realidad; concierne a nuestra experiencia [de la politica y, més en general, de la conducta humana. Por el contra- Tio, quien cree poder extraer de la obra la doctrina del maquiavelismo, se vincula a ella mediante un trabajo de conocimiento; este vinculo es singular, y esta anudado de tal suerte que tal vez nadie més compartira su conviccién su pensamiento se ejerce en razén de una exigencia de verdad: quiere saber lo que es verdaderamente dicho y si lo verdadera- mente dicho es verdadero 0 no. ‘Asf pues, los intérpretes que se esfuerzan con la mayor seriedad del mundo, segsin parece, por demostrar que la doctrina de Maquiavelo no fue el maquiavelismo en el sentido vulgar del término, 0 que el uso Tde éste denota una traicién a la obra, pierden el tiempo. No podrian impedirse a sf mismos la utilizacién de este término, pues es verdad que su empleo est universalmente consagrado y que ningin otro se bethan dramas en Litereristorische Forscngen, Weimar, 1897; M. Prar,«Machivell « efinglese deliepoca elisaberianas: Ouadern di Cviltd Moderna (Ficenae) 2 (1930); E. Thuaa, Raison Bia o peste politique dépoque de Ricelien, Pare, 1966; V. Walle, Machiavel en France, Pais, 1884 Por lo dems, los siguientes trabajos proporcionan indicaciones bibliogrfias im- Portantes: A. Norsa1! principio dela fora nel’ penser politico di Niceold Machiavelli (Apéndice), Milano, 1936; C. Santonastsio, Machiavelli, Milano, 1947. 1. Tousssine Guiraudet, Ewres de Machiave, Pars, Ao VI, Pref 12 EL NOMARE Y LA REPRESENTACION OF MAQUIAVELO presta a la misma funcidn. Sin embargo, si no depende de nosotros la abolicién del concepto popular de maquiavelismo, tampoco podemos fingie que lo ignoramos: el hecho de que se haya formado y de que haya conservado durante més de cuatro siglos toda su vitalidad plantea un problema que no podrfamos ignorar, puesto que depende del prejuicio de la lectura. Lo importante es formularlo sin equivoco, es decir, sin mezclar al principio lo que podemos aprender de una representaci6n y lo que podemos aprender de la lectura de los textos. Al considerar) la imago de Maquiavelo, en la que se encuentran condensadas cierta creencias relativas a la politica, al perversidad del poder y del hombre cn general, nos preguntamos: ée6mo nos informa esta imago acerca del efecto sociolégico de la obra? Por tanto, équé es esta imago? Qué es el maquiayelismo en el folclo- re de la mentalidad moderna? éQué es un personaje maquiavelizante? éQué una empresa o un destino maquiavélico? Aunque en el maquiave- lismo quepan la perfidia y la mala fe, como escribe Littré, ninguno de estos dos conceptos lo agota: el pérfido puede ser cobarde, el hombre de mala fe puede no estar cierto de su propio objetivo; a ambos les fal- ta, 0 al menos no les esté necesariamente dada, la voluntad consciente de utilizar la traicién o la mentira como un medio en vista de un fin deliberadamente propuest, EI maquiavelismo implica, en primer I~) gar, Ia idea de un dominio de la conducta. Es maquiavélico quien hace cel mal voluntariamente, quien pone su saber al servicio de un designio esencialmente dafiino para el projimo. No se podria serlo, pues, como se es astuto 0 engafiador: por temperament. Si comprende la astucia, éta es met6dica; si comprende el crimen, éste leva el signo de una operacién rigurosamente ajustada a la intencién del agente, o transpa- rente a si misma. ‘Asi, un cierto mimero de rasgos se encuentran asociados en la repre- sentacién comin déndole su originalidad, En un primer examen, aparece el cflculo de los medios destinados a alcanzar un fin determinado, la previsién de las operaciones cuyo encadenamiento necesario asegurar4 el éxito de una empresa, la anticipacién de la conducta de los adver- satiosy de aus lars. Dicho brevement:el hombre maguiavélico es) considerado como un estrategas pero como un estratega que utiliza siempre estratagemas. Actia conforme a un plan conocido por él solo, haciendo de suerte que sus victimas caigan en las trampas que él les ha tendido asrutamente. Con el eéleulo y la astucia, el principio del secre- to gobierna su accién. Lleva una méscara que hurta a las miradas del pr6jimo, en toda ocasién, los movimientos de su alma. Mejor adn: é1 no cede a estos movimientos. Esté enteramente ocupado en cumplir sus designios y no se deja distraer ni por el odio, ni por el resentimiento, ni por ningtin mévil que pudiera situarle bajo el dominio del pr6ji- B => mo. Este iltimo rasgo es esencial: ¢l hombre maquiavélico es soberano. Frente a él, todos los hombres son inocentes, ignorantes del papel que les ha sido reservado en la intriga que él ha coneebido. Parece haberse dado como maxima tratar siempre al préjimo como un medio, mani- festando asf que su esencia es otra que la del vulgo, que esté alejado de éste por toda la distancia que separa al sujeto del objeto. Ain debemos precisar que esta soberania no emana solamente de una inteligencia y una maldad superiores. La conquista mediante los procedimientos que hhacen que sea reconocida por sus adversarios. Asi, el maquiavelismo no puede dejar de verse acompafiado —creemos— por una puesta en escena que saca a plena luz, en el momento decisivo, el dominio total dl actor, y no solamente su fuerza o su habilidad frente a sus victimas. En este sentido, hace més que designar una técnica criminal; evoca un arte, una actividad consagrada a ofrecerse el espectaculo de su propio éxito, que se encanta con su propio resultado. El maquiavélico se com- place en la intriga complicada que ha compuesto; cuando puede gol- pear sin esperar, alcanzar el objetivo sin desvios, elige la vias oblicuas que dejardn a sus victimas un tiempo para apreciar la extensi6n de su poder y para saborear su desgracia. Bs aquel que juega de buena gana con su adversario y, no contento con dominarle, le obliga aiin a obrar para su propia perdicion, Logica maléfica, astucias acumuladas, perversidad serena, gozo en el crimen... tales son probablemente los componentes del concepto de maquiavelismo, 0 al menos las resonancias de un término al que nos han acostumbrado la literatura, la prensa o el uso cotidiano del lenguaje. Consideremos, por tanto, esta representacién, como hemos anun- ciado, sin cuidarnos de lo que fue el secretario florentino. Por qué, preguntamos, este complejo de rasgos permanece estable a lo largo de los sighos? éPor qué toca con tanta fuerza la imaginaci6n de los hombres en paises y medios sociales diversos? En vano se responderfa que ciertas conductas son efectivamente maquiavélicas, que nos encontramos ante tuna categoria que subsume una experiencia real. Los tipos humanos son innumerables y, no obstante, la estilizacién de caracteres a través de vwcestql Ia literatura no ha producido nada comparable al tipo maquiavélico. Si tc fewwe éste fascina hasta el punto de que una palabra ha llegado a enraizar su simbolo en la naturaleza del lenguaje y a consagrar su poder universal "°C de expresion, ello es indice de que su sentido se constituye en un nivel més profundo que el de una asociacién tipica de rasgos psicol6gicos; digémoslo rapidamente: es indice de que la representacién se alimenta {de un miicleo que mantiene y renueva su unidad. La acepcién politica del término se impone de inmediato a nuestra reflexién, Aparentememte, s6lo es una, privilegiada, entre otras. Si bien el maquiavelismo caracteriza preferentemente una conducta politica, 4 EL NOMBRE ¥ LA REPRESENTACION DE MAQUIAVELO. siempre parece estar cargado de un sentido mas general. Si oigo decir de un hombre de Estado que es maquiavélico, entiendo que esté des- provisto de escrdpulos, que mistifica 2 sus adversarios, que no retroce- de ante el empleo de ningrin medio para alcanzar sus fines y que se com- place edificando su poder sobre las ruinas del pr6jimo. El hombre de Estado es asi descalificado mediante un término que utiliza jgualmente el periodista para designar a un criminal astuto, o el novelista para sugerir la perfidia de una mujer ambiciosa. Maquiavélico es Bismarck, por ejemplo, a los ojos del historiador, y también lo esa los de Balzac la seiiora de Marneffe: su virtuosismo criminal, sus astucias premeditadas, yelarte con que lleva ala ruina al barén Hulot le otorgan el sobrenom- ‘bre de «Maquiavelo con enaguas»?. No obscante, ran pronto como es dirigida a un hombre politico, la acusacidn de maquiavelismo adquiere tun alcance singular. Pues ya no es solamente un individuo como tal lo] que se encuentra denunciado: su comportamiento parece desvelar una relacién esencial del hombre con el hombre, parece responder a una vocacién inscrita en la naturaleza de la politica, parece traducir un ma- leficio cuyo origen esta en la naturaleza misma del poder. Pocos jefes) de Estado, probablemente, y en los regimenes més diversos, escaparon esta acusaci6n. Fue lanzada contra Catalina de Médicis, Cromwell y Enrique VII, Enrique Iil y Enrique IV, Mazarino y Richelieu, Luis XIV, ‘Napoledn I, Luis Felipe y Napole6n Il, Gladstone, Cavour, Bismarck y numerosos contemporsineos nuestros. Fue lanzada incluso contra el gobierno revolucionario en Francia, en 1793, personificado en su fun- cidn de detentor del poder". Ello es asi porque, a pesar de su persona- lidad propia, los hombres de Estado encarnan ante sus adversarios, al ‘menos durante un tiempo, Ia dominacién maléfica del hombre sobre el hombre. No solamente utilizan procedimientos condenables que alfan Ja mala fe, la violencia y la astucia; se muestran como los agentes de un ‘mal que transciende el orden de los earacteres y de las conductas, y que, depende de la funcién misma del gobernante. El maquiavelismo es el nombre de este mal. Es el nombre dado a la politica en tanto que ésta es, cel mal; designa lo que la imaginacién comiin quiere representarse cada ‘vex que el poder es percibido como aquello que es absolutamente ajeno, como aquello que esta en el principio de acciones desconocidas ¢ in- cognoscibles, como aquello que, situado a una. determina contra su voluntad y para su infortunio la existencia comiin, Ala imagen de los hombres gobernados, abocados a la ignorancia, a la sumisi6n, a la prueba de un destino cuyo sentido se les escapa, viene asia contraponerse otra, construida simétricamente: la del hombre que 2H. Balaa, Laconsine Botte, en La Comédie humaine, Pliade, Pais, Vip. 265. 3. 0. Tommasini, op cit. 1s rancia infranaueable gobierna, que sabe absolutamente lo que hace y adénde va, que goza de la posesién fntima de sus fines y que encuentra el placer del juego en el poder que tiene de disponer del préjimo. ‘As{ pues, no es totalmente exacto decir, con Guiraudet, que Ma- quiavelo evoca para el vulgo la figura del tirano; o bien, como escribe un ctitico reciente, después de tantos otros, que es una «encarnacién de la inmoralidads, un «ser diabolico que se ha escapado del mundo de los infiernos para perdicin del género humano»*, Sus rasgos son mas precisos. Si no lo fucran, no se comprenderfa —o deberfamos suponer unos azares milagrosamente repetidos— por qué su nombre ha con- servado a través del tiempo la eficacia simbolica que reconocemos en FE Este nombre, el concepto de maquiavelismo formado a partir de él, nos pone frente a una representacién diferenciada que forma parte de Ja mitologia intelectual de la humanidad moderna. A este fculo retiene ~ “nuestra atencién; por ello, hace entrever una actitud colectiva durade- ra en relaci6n a ciertos problemas, o, por decirlo con un lenguaje mas —+ neutro, a cierta regién de lo real que el escritor ha tocado. El mito del ‘maquiavelismo lleva consigo una acusacién a la politica: esto es lo que nos importa y lo que nos permite suponer que mantiene alguna relacién con la obra, puesto que ésta hace de la politica su objeto. Tal vez el concepto no se reduzca a su acepcién politica; acabamos de decir que posee un uso polivalente del que podria pensarse que, si bien se conserva en raz6n del vigor de su simbolismo primitivo, lo degrada, Sin embargo, la extensién del término no genera una indeterminacién de sentido; lo que puede considerarse primeramente como un abuso, © como algo puramente accidental —por ejemplo, que se hable de un ‘enamorado maquiavélico—, no le parece tal sino al pensamiento reflexi- vo. El pensamiento mftico, por el contrario, mantiene a su manera la unidad de la representacién. A medida que su poder de expresién erece, cl simbolo se enraiza en su funcién primera en el nivel mas profundo del sentido. Aplicado a la politica sola, el término maguiavelismo no pue- se sino designar una condueta perniciosa 0 un cierto sistema de rasgos Tearaccerfsticos del mal gobernante, pero en la extensién de su uso, que aparentemente le desvia de la significacién politica, gana una dimensién Imetafisca: la perversidad politica absorbe los demas modos de la perver- sidad; y el poder que tiene la conducta politica maquiavélica de signi- ficar otros modos del comportamiento humano hace que ésta deje de { designar una conducta particular para inscribirse en el ser del hombre. ( El maquiavelismo es eencarnacién de la inmoralidad», probable- ‘mente, en todos los dominios; pero cambia el sentido de la inmorali 4. A Panella, op. cit, p16. 16 EL NOMSRE Y LA REPRESENTACION DF MAQUIAVELO dad: presténdole su rostro, sugiere la identificacién de la inmoralidad con la pol Estamos en mejores condiciones de entender la cuestin que lleva consigo el mito del maquiavelismo —cuyo objeto es la politica, pero tun objeto escondido bajo diversas imagenes simulténeamente propues- tas— cuando interrogamos al pasado, a la época en que nace, con el mito mismo; es decir, los tiempos que siguen a la publicaci6n y a la primera difusién de la obra. Probablemente, nos asombramos en pri- ‘mer lugar por la funcién del maquiavelismo en la lucha ideol6gice: le- jos de poseer un valor inequivoco, no se determina sino en el seno de cortientes antagénicas. Fs cierto que lo que es llamado maquiavelismo designa la doctrina de Maquiavelo, y ésta es un blanco preciso al que| no se cansan de acosar tanto los hombres de Iglesia, preocupados por restaurar la autoridad de Roma, como los humanistas; tanto los protes-| tantes como los jesuitas. Pero este blanco sélo atrae a los tiradores en la medida en que los rasgos que se le atribuyen redundan en un enemigo bien vivo al que es importante ajustarle las cuentas, El enemigo es En- rique If 0 Enrique III, acusados de haber hecho de El Principe su libro de cabecera; Enrique IN, culpable de haber abrazado la religién de Ma- quiavelo con el solo objetivo de reinar; Catalina de Médicis sobre todo, odiada por haber puesto en practica las méximas de quien es llamado ‘su: maestro florentino®. Pero el poder establecido vuelve su arma contra sus adversarios y, mientras que en Francia el maquiavelismo es princi- palmente el simbolo de una politica de intolerancia cuyo objetivo es el de poner la religién al servicio del gobierno, en Espatia se vincula a los partidarios de la tolerancia, a aquellos que son acusados de arruinar la tunidad religiosa con el solo fin de asegurar el poder del Estadof. Mien- tras que a los ojos de los jesuitas el maquiavelismo constituye el brevia- rio de la Reforma, para los protestantes se confunde con el jesuitismo”. El mismo Maquiavelo es objeto de un odio universal: es denunciado ‘como heteje, ateo, mahometano'; ¢3 acusado de todos los crimenes por aquellos que se encarnizan sucesivamente en su refutacién (éno se llega incluso a juzgar su doctrina como més perniciosa que la herejfa protestante?); pero, lo més a menudo, son otros quienes encarnan en 5. J.R. Charbonnel, of it, pp. 17-23 y 28; F. Thus, op ct, pp. 55-56 6 0. Tommasini, op. ct pp. 14 y 21 Ch, Benois, op. cit, il p. 18. 8. 0. Tommasia, op. ci, pp. 14y 21. Turco» y «mahometano> son los eeminos cempleadossobce todo por Gentilly Possevin. '9.. Es, por ejemplo, la opinidn de Ribadeneia (De religion et vrtuibus princpis brstonisadversis Machiavellun); cf. Chérel, op. ct. 7 lire ( el presente los males cuya paternidad le es imputada. El més eélebre de sus contradietores, el hugonote Gentillet, le acusa de «desprecio de Dios, de perfidia, de sodomia, tirania, crueldad, pillajes, usuras extranjeras y otros vicios detestables»®, pero su obra, destinada a ser durante mucho tiempo la fuente a la que vendrén a beber los antimaquiavelistas de todo género, no oculta sus intenciones politicas: més alla de Maquia- velo, apunta al gobierno; la condena del autor de El Principe es la de los instigadores de la noche de San Bartolomé". En el transcurso del siglo xv, los m6viles de la polémica varian segiin las circunstancias, de suerte que el maquiavelismo se ve, por turnos, confundido con cada tuna de las ideologfas que viene a ocupar la escena histérica y a mo- vilizar contra ella una parte de la opini6n péblica: el maquiavelismo ¢s el anglicanismo, el calvinismo, el atcismo, el tacitismo, cl jesuitismo, al galicanismo, el averroismo; es, segin la formula de Tommasini, «lo «que de él hicieron los acontecimientos y lo que quisieron los odios»™ El personaje de Maquiavelo, tal y como es visto en el caleidoscopio tenebroso del maquiavelismo, dibuja a voluntad las figuras monstruo- sas del mal. Sirviendo a todos los odios, metamorfosedndose al capricho de los, acontecimientos, el maquiavelismo presenta siempre, en efecto, este cardcter singular de fijar la imaginaci6n de los hombres y de encarnar el mal. Tales, ciertamente, la funcidn constante que trasparece tras las diversas acepciones del término en el siglo xv1. El maquiavelismo es el mal, como lo es el atefsmo o la herejfa. No es solamente el nombre de una doctrina atea o herética, rechazable como otras, incluso mas rechazable que las demés: representa una prohibicién que no podria ser transgredida sin exponerse a la condenaci6n; es, mucho mas que una obra del mal, el nicleo del que emanan las obras y las practicas maléficas. No reconocer esta funcién seria cometer el error de no ver en 41 mas que una secuela de la mala reputacién del autor de EI Principe, y en ésta s6lo el efecto de Ia intolerancia religiosa. La intolerancia y el odio religioso, seguramente, no podrian ser subestimados. Denunciada como atea, la obra maquiaveliana propor- iona en medio del siglo xvt la ocasién para una siniestra emulacién entre los clanes cat6lico y protestante, que se disputan el mérito de condenatla y se atribuyen mutuamente tn vergonzante parentesco con 10. 1. Gentiles, Discous sures moyensde ben gouverneretsouteiren bonne paix sux reyatome on ute principaté~ Contre Machiavel, Gentve, 1576 (eed. al evidado de E.Rathé, Droz, Gentve, 1968, p. 37). 11. Sobre el papel desempetiado por Gentile en la formacién de las corrintes anvimaquiavelss, véanse L.A. Burd, op cit p. 54, y A Panella, op. cit p. 4. 12. ©. Tommasini, op. cit, pp. 40y 5 18 EL NOMBRE Y LA REPRESENTACION DE HAQUIAVELO ella. A poco que se considere la acogida que recibe en el momento de su publicacién y las circunstancias de su edici6n, el alcance de la con- dena religiosa no aparece sino més claramente. Parece que al principio no hay escdndalo. El papa autoriza la impresién de El Principe y los Discorsi mediante una cédula; un cardenal les concede su proteccién, otro acepta la dedicatoria del autor. A Roma no le consume todavia Ja prisa por reformarse. La obra del lorentino s6lo es acusada cuan- do la Iglesia, condenando sus propias debilidades, bajo el efecto de los progresos de la herejia, busca dar signos manifiestos de su poder y su pureza, Entonces, quince afios después de su publicacién, se convierte en el objeto de los primeros ataques. Es un inglés, el cardenal Reginald Pole, al que Cromwell ha recomendado irénicamente leer El Principe, quien se indigna en términos vehementes a la vez de sus declaraciones diabélicas y de las justificaciones que proporcionan sus interlocutores italianos. Apenas ha abordado la obra, ya la reconoce como escrita por Ja mano de Satan. Si Satin reinase sobre la tierra, no legarfa otros pre- ceptos a su hijo antes de cederle su reino'. Es un dominico italiano, sensible por lo demas a las ideas modernas, Ambrogio Caterino, quien denuncia el atefsmo de los Discorsi y los pone entre los libros que los ctistianos deben aborrecer. Es un obispo portugues, Girolamo Osorio, a quien el segundo capitulo del Libro II de los Discorsi parece una es- candalosa apologia del paganismo". Tres ataques que en el espacio de diez afios, entre 1540 y 1550, fijan los primeros rasgos de la doctrina maldita, que después no dejardn de adornar los polemistas cristianos y cuyo primer resultado seré la condena del concilio de Trento. Pue: ta en el fndice, la obra maquiaveliana seré leida a partir de entonces| con prevencién. Como escribe Antonio Panella: «Pole, Politi, Osorio, el fndice de Pablo TV forma una cadena compuesta en el crisol de la Contrarreforma»!*. Maquiavelo parece la victima de un tiempo en el que se consumen en la llama de la intolerancia religiosa todas las obras. del pensamiento, de un tiempo que no esté hecho para entender, que 13. Véase, sobre todo, B Vila, op. city I, p. 40S. Panella, por su parte, observa: “Del eareterpericiosa de sus obras no se da cuenta nadie ni entances nia contnuacidn,

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