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histórico: el marxismo
como un discurso de primer orden
Richard Gunn
Marx es famoso como teórico social, es decir, aquel que considera la so-
ciedad como su objeto de reflexión teórica. El objetivo de este ensayo es,
precisamente, argumentar que él no es un teórico social, ni siquiera un
teórico. (Por teórico entiendo a quien reflexiona sobre cualquier objeto,
objeto especificado en algún conjunto de conceptos, categorías o términos.)
Una versión inicial de mi argumento puede ser dicha de esta manera: Marx
no ofrece una teoría social sino una crítica de la teoría social, de la misma
manera que ofrece una crítica de la filosofía (en sus trabajos tempranos) y
una crítica de la economía política (que empieza en 1844 y se renueva en
los manuscritos de los Grundrisse de 1857-1858 y en El capital). También
se puede hacer la afirmación de que Marx no era un sociólogo sino un
crítico de la sociología ya que la sociología marxista es una contradicción
en sus términos. (Por sociología entiendo no sólo la disciplina específica
creada sobre bases neokantianas en la segunda mitad del siglo xix (cf. Rose,
1981: cap. 1), sino también cualquier teoría general sobre la sociedad. Más
adelante, el lector podrá encontrar una definición de teoría “general”.) He
aquí otra afirmación personal: el materialismo histórico no puede ser
marxista ni por razones de terminología 1 ni por el determinismo económico
al que sucumben las formulaciones
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1 Citado, muy a menudo, como el locus classicus del materialismo histórico. La cita
es la más notable porque tiene múltiples orígenes. Según Lenin (s/f, vol. 21: 55)
tenemos aquí “una formulación integral de los principios fundamentales del mate-
rialismo como se aplica a la sociedad humana y su historia” (la idea de aplicación).
Según el comentario de Bemstein (1909: 3), aunque resulta que Bemstein se basa
más en las cartas de Engels a Bloch, Schmidt y otros, del decenio de 1890: “Aquí
no falta ningún pensamiento importante sobre la filosofía marxista de la historia”.
Plamenatz (1970: 18-19) ve el Prólogo como la formulación clásica del marxismo.
Según Evans (1975: 61), el Prólogo es la versión clásica de las conclusiones gene-
rales de Marx. Cohén (1978) expresa la misma opinión.
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2 Véase, por ejemplo, Althusser (Althusser y Balibar, 1979: 66), quien declara que las
ciencias pueden proporcionar sus criterios de la verdad sólo una vez que hayan sido
“verdaderamente constituidas y desarrolladas”. ¿Pero qué cuenta como una
constitución real? ¿La determina la propia teoría de primera orden? Althusser
proclama el punto de vista de Spinoza según el cual la verdad per se es la indica-
ción (índice) de la verdad y la falsedad. ¿Pueden, entonces, la cientología y la ov-
nilogía testificar en su propio caso?
3 Desde For Marx, pasando por Lenin and Philosophy y llegando hasta Essays in
Self-Criticism, de Althusser, podemos leer la autohumiIlación de la filosofía como
metateoría. Empezó como la “Teoría de la práctica teórica” y acabó como “lucha de
clases en el reino de la teoría”. Y, sin embargo, a pesar de esta humillación, la
filosofía sigue siendo, según Althusser, el ejemplo decisivo en el marco del “ma-
terialismo dialéctico”. El resultado es un historicismo y un relativismo (véase
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sociología como tal. Pero incluso una sociología orientada hacia la acción -
y separada de los dejos individualistas que generalmente han acompañado
a la sociología- sigue siendo una teoría de la sociedad: y contra estas dos
cosas complementarias, como una teoría de y la sociedad, es que Marx
batalla enérgicamente. La subsistencia de las teorías de y las sociedades se
da sólo cuando se destruye la unidad teoría-práctica.
Como se mencionó anteriormente, estas reflexiones derriban todo lo
que aparezca disfrazado de una sociología marxista, por muy coyuntural
que pueda ser esta sociología ya que, en última instancia, la generalidad se
definía de una manera intensiva. No sólo no es un recurso el análisis a
pequeña escala, sino que, además, la pequeña escala se relaciona con la
gran escala como las especies con los géneros: el uno legitima al otro. Por
ejemplo, el debate sobre fordismo y posfordismo pertenece al género de
sociologías de la transición; la sociología de la transición ha sido
aproximadamente la definición de la sociología per se desde que el autor
de La ética protestante y el espíritu del capitalismo tomó su pluma. O más
bien Gramsci, quien proyecta el análisis coyuntural de una manera
paradigmática, depende tanto de las teorías de elite como del marxismo
(Bellamy, 1987). Finalmente, la oferta de la teoría de la elección racional
de reconstruir una macropolítica de clase a partir de una micropolítica de
decisión individual (Elster, 1985; Roemer, 1989) gira alrededor de
preguntas generales desde el momento en que mete en el juego el concepto
de equilibrio. La cuestión no es que, en cada uno de estos esquemas
coyunturales, se invoque a una teoría general no marxista; sino que las
teorías generales invocadas tienen que ser no marxistas ya que el
marxismo, tal como se definió supra, lucha contra una teoría general (por
ejemplo, una teoría general de la sociedad) de cualquier tipo.
En segundo lugar, debemos prescindir del materialismo histórico. El
denominado materialismo histórico es el enfoque más cercano a una teoría
general de la sociedad que contienen los escritos de Marx, sobre todo en
La ideología alemana, y en el Prólogo de 1859. La mejor manera de
ilustrar el carácter general del materialismo histórico es haciendo referen-
cia a los problemas que ha planteado. De una manera extensiva, hay en
espera un reconocimiento marxista sobre el modo asiático de producción
(Wittfogel, 1953; Lichteim, 1963; cf. Hobsbawn, 1964, introducción), un
enfoque que se vuelve más urgente por la indicación de Bahro (1979) de
que el modo asiático de producción es el escenario donde cabe esperar la
aparición de una crisis del marxismo. Los debates sobre el estatus de un
modo asiático se refieren, claro está, en un marco histórico materialista, a
los comienzos de la historia; de una manera no menos lógica aparecen
poderosas consideraciones extensivas al final de la historia. Una escuela
entera del marxismo (Lukács, 1969: ensayo quinto; Marcuse, 1995;
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posfordistas, y por razones muy diferentes a las que surgen en los debates
sobre su origen marxista. Se puede admitir su procedencia histórica
materialista pero, aún así, fallan. La crítica del materialismo histórico que
se realiza aquí tiene que ver menos con su contenido y más con su forma
(como una teoría general, especificada de forma intensa). Desde luego, ha
habido muchos debates sobre y en el seno del materialismo histórico. Por
ejemplo, está la pregunta recurrente de si el materialismo histórico es
totalizante o causalista; la pregunta asociada de si una “base” económica
puede ser conceptualizada independientemente de una “superestructura”
política, legal e ideológica (Acton, 1959; Plamenatz, 1970: cap. 5, secc. 2;
Cohén, 1978: cap. 5; Lukes, 1984, etc.); y una disputa sobre si las
“fuerzas” de producción tienen prioridad sobre las “relaciones” de
producción y viceversa (Poulantzas, 1991; Panzieri, 1976). La cuestión de
la definición exacta de las fuerzas y relaciones de producción no es menos
controversia!6. Ninguno de estos debates estudia la cuestión del estatus o la
forma del materialismo histórico. De allí que, desde el punto de vista
actual, figuren como secundarios. Quizás las únicas palabras sensatas que
se hayan pronunciado en el curso de estas controversias hayan sido las que
se refieren a la omisión en el Prólogo de 1859 de Marx (cuando describe el
“hilo conductor” de sus estudios) de toda mención a la clase, mientras que
en la fase inicial del Manifiesto comunista caracteriza este hilo de manera
exclusiva como la práctica de la lucha de clases.
Se comentó anteriormente que el materialismo histórico se encuentra
entre los componentes menos originales del pensamiento de Marx. Loca-
lizar “previsiones” del materialismo histórico se ha convertido en una es-
pecie de pasatiempo académico (por ejemplo: Pascal, 1938; Skinner, 1965
y Meek, 1976). Estamos en deuda con Comninel (1987 y véase también
Gerstenberger, 1991) por la sugerencia de que, mientras que en los escritos
de Marx la economía política se ve sujeta a una crítica feroz, su con-
cepción de la historia -y de allí del “efecto de la sociedad”- es aceptada
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7 Las formulaciones del tipo “o/o” son siempre problemáticas y, por ello, se debería
hacer una advertencia. El contraste del o/o se refiere sólo al punto de partida de la
teoría, siendo la reducción de la estructura a la lucha tan detestable como su
opuesto. La cuestión dialéctica tiene que ver aquí con las categorías de forma y
contenido, las que este artículo, por razones de espacio, sólo puede comentar bre-
vemente. La única cuestión puede ser la de problemática mutuamente excluyen- te.
Una dialéctica de la subjetividad es capaz de englobar la objetividad como
cosificación, mientras que una dialéctica de la objetividad expulsa a la subjetividad
de su consideración y puede volver a aceptarla sólo a través del decisionismo o el
historicismo. No hay aquí, pues, ninguna cuestión de reduccionismo.
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Hegel) puede ser recuperado de los puntos de vista de Marx de 1859—, sino tam-
bién porque es sólo al final del Prólogo de 1859 que, según Marx, aparece la
“ciencia” (Wissenschaft). Segundo, y más importante, el discurso de La ideología
alemana es falsificado, de manera consciente o inconsciente, por el Marx de 1859.
Una lectura de la primera parte de La ideología alemana (Las premisas del
materialismo histórico, un subtítulo evidente del editor) revela una ambigüedad en
el enfoque de Marx en 1845-1846 entre puntos de vista totalizantes y causa- listas.
Las premisas implicadas mencionadas son las de la producción de los medios de
subsistencia, de las “nuevas necesidades”, de las estructuras sexualmente
reproductoras, de un “cierto modo de cooperación , del lenguaje (y, por lo tanto, de
la conciencia): todas en un orden ascendente (Marx y Engels, 1975). Este concepto
de ascendiente es causalista en una base de privilegiar los intereses materiales por
sobre la ética, igual que lo fue el discurso de Engels junto a la tumba de Marx
donde, en un estilo darwinista social, las condiciones necesarias y suficientes
(causalistas) del desarrollo social fueron confundidas de una manera tan
catastrófica. Pero Marx añade (Marx y Engels, 1975) que los “aspectos de acti-
vidad social” que ha mencionado “no deben ser tomadas como [...] etapas dife-
rentes” sino más bien como “momentos” distinguibles de la existencia social per
se. Aquí la perspectiva deja de ser causalista (la comida condiciona a la ética) y
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la relación entre capital y trabajo habría ilustrado, mejor que el del trabajo,
la deconstrucción de la abstracción empírica en el pensamiento de Marx
(después de 1857).
¿Qué forma podría tener un pensamiento que renuncia a la abstrac-
ción empírica? Desde luego, podría parecerse a los Grundrisse y a El ca-
pital: Marx fue el primer (y el único) teórico social que hizo una cuestión
de principio el trabajar exclusivamente con abstracciones que existen en la
práctica. De esta manera, Marx da un carácter histórico y totalizante a su
propio pensamiento de una manera radical. Enfatizo la palabra
exclusivamente por si esta reflexión pareciera banal, ya que (desde
McLellan y el humanismo hasta Althusser y el estructuralismo y más allá)
nadie ha negado que el pensamiento de Marx sea guiado por la tesis que
plantea la unidad de la teoría y la práctica.
Por supuesto, todo depende de cómo se entienda esta tesis. Anterior-
mente, sugerí que se comprenda en el sentido de la reflexividad práctica.
Esto permite a Marx concebir las abstracciones no sólo como algo
socialmente situado (como formas ideológicas) sino también como algo
socialmente real. Toda vida social, incluida la abstracción, es esen-
cialmente práctica. Desde luego, puede haber abstracciones socialmente
irreales o, más bien, no verdaderas, pero sólo el pensamiento prácticamente
reflexivo puede iluminar la existencia de las abstracciones (trabajo, clase,
valor, etcétera) que sí son reales; y además, la reflexividad práctica
requiere la interrogación de las abstracciones en relación con la realidad.
En otras palabras, requiere y hace posible una distinción entre la
abstracción empírica y lo que puede ser denominado abstracción sustantiva
o determinada (Gunn, 1987b), siendo esta última el tipo de abstracción
inherente no sólo a la teoría sino también a la práctica.
La continuidad del trabajo de Marx se encuentra en una misma línea
desde los primeros escritos hasta las Tesis sobre Feuerbach inclusive, en
donde se articula la tesis de la unidad entre teoría y práctica hasta la
Introducción de 1857, donde aparece por primera vez el concepto de
abstracción determinada. La ideología alemana que anuncia el materia-
lismo histórico, y especialmente en el Prólogo de 1859 que recuerda in-
correctamente La ideología alemana, son sólo meras digresiones que
sucedieron a lo largo del camino.
Mucho depende de este concepto de abstracción determinada. La
abstracción empírica es una abstracción puramente de primer orden: a ella
pertenecen la distinción entre especie y género y la problemática de los
universales sobre los particulares. La abstracción empírica es el hilo
conductor del Prólogo de 1859, a diferencia de la Introducción de 1857.
Esta reflexión podría explicar hasta cierto punto el tono causalista de los
comentarios de Marx de 1859. Desde luego, no todo análisis que privilegia
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los universales por encima de los particulares tiene por qué ser causalista
(todo esquema metafísico de tipo apriorístico desde Platón y Kant sería
una excepción a esta regla), pero, igualmente, los esquemas causa- listas
están en consonancia con un privilegio de esta clase: la relegación que
hace el causalismo de los particulares se basa en la circunstancia (que,
como condición de la inteligibilidad de la explicación causal, es necesario
considerar) que la misma causa genera los mismos efectos donde sea y
cuando sea. Los particulares figuran necesariamente sólo como ejemplos,
incluyéndose bajo universales a los que (siendo universales) les resulta
indiferente su diversidad: el causalismo y la diferenciación
género/especie/particular van tomados de la mano. Y una vez que las
categorías universales se vean de esta manera privilegiadas en el eje
teórico o de primer orden de teorización empieza la regresión infinita en la
línea del eje metateórico o de más alto orden; en otras palabras, los ejes se
separan. En lo que respecta a Marx, consideren que aquí la objeción que
hacemos es no sólo por el determinismo específicamente económico del
contenido del Prólogo de 1859, sino también por el causalismo (el carácter
fuerte o débilmente determinista) de su forma. Todo causalismo, hasta los
que están orientados hacia la acción y las “causalidades de la libertad”15, se
ve condenado a la luz de los comentarios anteriores. Es más, puesto que el
causalismo privilegia los universales y, por lo tanto, se apoya en una
división entre género y especie, encontramos razones para objetar la
especificación de los modos de producción del Prólogo de 1859 (“modos
de producción” entendido en un sentido universal y genérico) como
“asiáticos, antiguos, feudales, modernos burgueses”, etcétera (Marx,
1986)16. Precisamente, tal sociología no es marxista, independientemente
15 Véase Critica de la razón práctica de Kant o, por ejemplo, Essays on the Active
Powers of the Human Mind de Thomas Reid. El discurso de libre albedrío ha ido
siempre de la mano del causalismo. La sociología hermenéutica (por ejemplo,
Weber) hace lo mismo puesto que espera una explicación causal por las in-
terpretaciones preferidas. En Economía y sociedad, Weber sociologiza la acción
(es decir, trae a Ja acción bajo el signo de la abstracción empírica) en el mismo
movimiento en el que define a la acción social como acción que tiene en cuenta las
opiniones de los demás. La concepción de Giddens de la acción humana como
acción que consigue “construir el mundo social” mientras que, a la vez, está
condicionada o constreñida por el mismo mundo” de su creación (Giddens, 1981:
54) es inherente a la misma tradición. Lo mismo sucede con Bhaskar (1989: cap.
5). La antigua disputa de sociologías voluntaristas versus sociologías deterministas
(junto con sus interrelaciones putativas) se hace innecesaria, quiero decir, una vez
que los términos del discurso se trasladan a un terreno no empírico.
16 Declararse en contra de esquemas de género-especie respecto a la idea de una se-
cuencia histórica de los modos de producción (o de las formaciones sociales, en la
versión estructuralista más sofisticada) puede parecer una victoria demasiado fácil.
Porque ¿cómo, entonces, se deben teorizar los modos precapitalistas? La
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implicación de mi argumento tiene que ver con que pueden ser teorizados sólo
desde dentro de un enfoque que, siendo prácticamente reflexivo, se construye a sí
mismo como algo situado en terreno capitalista (es decir, socialmente contra-
dictorio). Porque es sólo entonces que las abstracciones etnológicas -la religión, la
familia, la magia, la economía y la propia producción- pueden ser planteadas como
problemas. La religión primitiva o, de hecho, la religión feudal, por ejemplo,
siguen siendo abstracciones sin sentido. Para una ilustración de hasta dónde se
puede adentrar este planteamiento de problemas en la categoría aparentemente
socialmente neutral del trabajo (porque está claro que todas las sociedades deben
trabajar para producir sus medios de subsistencia), véase Baudrillard, 1996. En
otras palabras, la categoría todavía-empírica de “producción-en-general” empleada
en la Introducción de 1857 de Marx no es la clave aquí. En el mismo texto, Marx
llega hasta el punto de decir que “tampoco existe [...] producción general” (Marx,
1978), como si dejara de lado su alter ego empírico, el autor del Prólogo de 1859.
Acerca de los orígenes del debate sobre “modos de producción”, véase Dobb,
1985; Hilton, 1978; Hobsbawn en Aston, 1983.
17 En la versión de 1872 de las reglas para la primera Internacional Comunista.
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particulares ya caen bajo los universales -de una manera asesina, según
Hegel- una vez que una relación externa entre ellos haya sido elevada a un
principio de pensamiento. La forma y el contenido equivalen a la me-
tateoría y la teoría respectivamente, fomentando así todas las dificultades
de la circularidad viciosa y la regresión infinita que se consideró
anteriormente, una vez que se haya negado el argumento totalizante de que
las categorías universales puedan tener una existencia concreta (“real”). La
idea fundamental de Marx, que podemos leer en los Grund- risse y en El
capital como espectros de glorias originales, es que una totalización de la
teoría y la práctica, en el sentido de la reflexividad práctica, es la clave de
la totalización per se. Incluso decir que la teoría y la práctica están
internamente relacionadas -y no sólo de una manera causal, como en las
“sociologías del conocimiento” burguesas- es muy débil. Sólo como una
primera aproximación podemos decir que la teoría y la práctica
“interactúan”. De la misma manera que no hay nada en la autoconciencia o
la autorreflexión humana que sea asocial (cf. Hegel, 1966), también y de la
misma manera no hay nada, ni siquiera en las regiones más enrarecidas de
la teoría (cf. Marx sobre “ciencia” en los Manuscritos de 1844), cuyo
principio de constitución se encuentre fuera de algún campo práctico. En
La miseria de la filosofía, Marx condena a Proudhon por confiar en las
abstracciones. Esta condena se puede ma- linterpretar muy fácilmente. Lo
que Marx le reprocha a Proudhon no es tanto el carácter ilusorio e irreal de
sus abstracciones, sino la subsistencia del todo real y conformista -su
subsistencia en la práctica- en el seno de un mundo burgués. En pocas
palabras, según Marx, Proudhon no logró comprender sus abstracciones
(no logró reflexionar prácticamente sobre ellas) como determinadas. En
1847 la dimensión de la crítica de Marx a Proudhon quedó poco
desarrollada. Pero, en el pasaje paralelo de los Grundrisse (Marx, 1978)
deja todo bien claro.
Sólo la teoría totalizante puede cuestionar el estatus de las abstrac-
ciones de una manera suficientemente vigorosa. No todo pensamiento
totalizante enuncia una interrogación que alcance la profundidad necesaria.
La reflexividad práctica, la abstracción determinada y una totalización
rigurosa deben estar juntas: ésta es una manera de exponer la conclusión
positiva que nuestro argumento ha alcanzado hasta ahora.
Pero claro, hay sólo un camino: considero probado por los comen-
tarios anteriores -aunque de una manera general- que la teoría social ge-
neral, lejos de ser un pilar del pensamiento de Marx, no tiene lugar en él.
La reflexividad práctica y la resistencia a una ruptura entre teoría y
metateoría, convierten a la teoría general en un estertor de muerte. La
teoría social general como el materialismo histórico es, precisamente, la
cola de la serpiente porque una vez que cualquier teoría social se haya
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* El autor hace aquí un juego de palabras, usa rattle como estertor de muerte (death
rattle) y también como la punta de la cola de la serpiente cascabel (rattlesnake-
tail). NdT.
19 Ni siquiera el concepto de niveles “intermedios” de abstracción, como se anuncia
por la teoría de la regulación y el fordismo-posfordismo, lo puede salvar. La
intermediación es totalmente inherente -de hecho es la propia definición de- en la
abstracción que ha tomado una forma de género-especie, es decir, empírica.
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es el término apropiado para invocar aquí sólo una vez que se haya
percibido que no hay nada estático -como, por ejemplo, el concepto de
Spinoza de conatus- inherente a él. El modo-de-existencia (forma) rebate a
la ontología (incluida la de los “modos” de Spinoza) en todos los casos en
los que la ontología privilegia al ser por encima de la forma que asume. La
inmediatez -la autopresencia del ser en, por ejemplo Heidegger (cf.
Adorno, 1990)- se ve condenada. La forma es dialéctica hasta la médula.
Pero con la misma intensidad con que declaramos la equivalencia de forma
y modo de existencia, denunciamos toda suerte de dialéctica que, al
abstraerse en el sentido empírico de la práctica, enuncia leyes universales.
La abstracción no podría existir de manera concreta si se rechazara el
concepto de forma que acabamos de explicar. Y la forma si incide en la
acción, lo que hace que la declaración de Marx de que el trabajo alienado
(actividad) es la condición de la propiedad privada, una institución social
(pasividad) sea aún más profética y más profunda para sus escritos
posteriores. A la inversa, la práctica existe -en el sentido anterior, es
ecstática- por sus formas y, desde luego, la mayoría de estas formas han
sido alienantes. La práctica, a lo largo de todo el curso de la historia re-
gistrada (véase la primera frase del Manifiesto comunista) ha subsistido
sólo en la forma, o el modo, de ser negada. El discurso sobre la abstracción
concreta o la abstracción prácticamente existente es, en consecuencia, un
discurso que introyecta la práctica en categorías reificadas. La abstracción
determinada y la abstracción orientada a la práctica van tomadas de la
mano. Por lo tanto, cualquier cosa que haga tal abstracción, teoréticamente
está lejos de constituir la teoría como un reino “independiente”,
independiente de la práctica.
Para los empiristas, sin embargo, un argumento como éste puede no
llegar lo suficientemente lejos. La teorización en el modo que acabamos de
esbozar cae en el peligro de parecer “sin forma”. Le falta un enfoque
específico (véase la crítica de Jessop a Holloway20 y la polémica de Alt-
20 Jessop (1991) se declara en contra del carácter “amorfo” de la lucha de clases como
el que describe, por ejemplo, Holloway. Jessop anuncia un programa de “darles
cuerpo” a las “modalidades” de la lucha de clases: “estaremos engañados... si
enfocamos la lucha de clases sin dar importancia a sus formas específicas”. Es más,
algunas luchas pueden “adquirir relevancia de clase” y otras no. Jessop, pues,
emplea un esquema de género/especie tanto entre las modalidades de la lucha de
clases como entre las modalidades de, específicamente, luchas de clases y luchas
de otro tipo. La “forma” es entendida sólo en términos de “especie” y en ningún
momento en términos de un “modo de existencia” (véase infra). El concepto de re
formación de las luchas precapitalistas -sobre la familia, por ejemplo- en y a través
de la relación de clases capital/trabajo se pierde, de esta manera, de vista. Las
modalidades son, simplemente, especies que caen, estáticamente, bajo algún tipo de
género. El aspecto fundamentalmente sociológico del discurso de Jessop en el
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Hegel del cual depende El capital de Marx. Porque allí las categorías cuantitati-
vas -valor, plusvalía, etcétera- son construidas como cualitativas, es decir, como
cuestiones en la lucha de clases (cf. Cleaver, 1979). Incluso el concepto, precisa-
mente, de una relación inversamente proporcional como la que se da entre el tra-
bajo necesario y el plustrabajo es seleccionado por Hegel (1993): como ejemplo
para demostrar cómo y por qué las distinciones cuantitativas requieren ser cons-
truidas también como cualitativas aquí, si es que lo hace en algún lado (cf. Mac
Gregor, 1984) el concepto de plusvalía se desenvuelve en el pensamiento de He-
gel. Engels y Lenin no lograron leer lo que estaba ante sus ojos. La cantidad es,
para Marx y Hegel, el modo de existencia de la calidad y viceversa. La cantidad
que se transforma en calidad y viceversa permanece una relación demasiado ex-
terna: su resultado es la sociología marxista, así como la economía burguesa-
marxista (cf. Backhaus, 2005). La cantidad como calidad (y viceversa) anuncia
la critica de la sociología -de la teoría social general- en la medida en que el ca-
rácter externo de la relación entre “teoría” y “de” en la expresión “teoría de” se
plantea como problema. El “de manera muy oscura” de Lenin anuncia el fallo
mayor del pensamiento marxista putativo de Diamat.
22 Véase, por ejemplo, Lukács, 1969: ensayo quinto; Marcuse, 1995; Sartre, s/f. En
el marco de este discurso totalizante el capitalismo aparece como la primera so-
ciedad sociológica en virtud del carácter fetichizado de su objetividad, (cf.
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Backhaus, 2005; Horkheimer, 1974) En otras palabras, Marx en ¿JU faceta más
general (como en el Prólogo de 1859) es Marx en su faceta más particular o, por
lo menos, la menos específica, cuando se lee de la manera más benévola posible.
Sólo la sociedad capitalista es una sociedad histórica materialista, con todo el
determi- nismo que esto implica. Se encuentra, pues, subyacente, un enfoque
particular en las más genéricas de las abstracciones marxistas. Un materialismo
histórico (una sociología) del comunismo, por ejemplo, sería una contradicción
en términos.
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(totalizante, dialéctica). Ésta no puede ser una teoría de nada, porque sitúa
sus propios términos en el marco del campo práctico del que informa 23.
Renuncia a lo que Hegel denomina el punto de vista de la “conciencia”
(véase suprá). No hay nada por encima de la teoría determinantemente
abstracta de lo que se pueda informar. Arroja el movimiento de sus
conceptos en el crisol de su objeto (práctica o realidad, véase suprá) a cada
paso, minando así la separación entre concepto y objeto sobre la cual se
basan las ideas de consonancia o trazado de mapas. La teoría general
proyecta una teoría (o metateoría) de su objeto, primero, y, sólo en
segundo lugar, una teoría en su objeto. La teoría de- terminantemente
abstracta invierte esta prioridad, moviéndose desde adentro hacia afuera,
por así decirlo. Siendo así, el positivismo tiene razón, desde su propio
punto de vista, cuando ridiculiza a la dialéctica. Mucho más sospechosos
son los teóricos dialécticos -desde Engels a Bhaskar- quienes consideran
que es posible una especie de acercamiento entre diferentes especies de
abstracción.
Mi argumento tiene un paso final. ¿Sirve un desplazamiento de la
abstracción empírica a la abstracción determinada -de la teoría general a la
teoría totalizante, del materialismo histórico o la sociología al marxismo-
sólo para poner a la teorización a merced de vientos pragmáticos
contingentes? Una vez que la “teoría de” haya sido desplazada de su
preeminencia, ¿quién puede saber en qué orilla acabaremos?
De hecho, la abstracción determinada, para bien o para mal, conlleva
una especificidad propia. Es decir, podemos prescribirla, como una
metateoría, a la teoría de primer orden que segrega. De hecho, hay un di-
lema. O bien nos quedamos callados ante las consecuencias de primer
orden de un abandono de la teoría general (de la misma manera y quizá
como parte de la misma razón, Marx se niega a recomendar el comunismo)
o admitimos -y ésta fue siempre la contracrítica del positivismo- que
condenar al empirismo es cortejar al irracionalismo, sea sotto voce o a
plena voz. Escapar de este dilema es ser infieles a nosotros mismos a
través de la prescripción; permanecer en él es confesar la derrota. Resistir
las dos espinas del dilema es renovar la división entre teoría y metateoría,
y de allí entre teoría y práctica. Aun suponiendo que un lector se haya
sentido atraído hasta aquí por el argumento, esto equivale a una coacción
para despegarlo.
23 Aquí se debe subrayar el término “campo”. Fuera del campo de las contradicciones
que comento más adelante no hay nada, o más bien se anula el dualismo de
dentro y fuera. No hay ningim lugar fuera del terreno de la contradicción
(¡práctica) donde se pueda apoyar la teoría: véase Kojéve, 1972 quien informa
del mismo punto con respecto a la “totalidad”, en el sentido hegeliano de ese tér-
mino.
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25 Para una defensa de este completamente informal concepto del rigor véase Gunn,
1989b. Gunn, en este trabajo, todavía depende demasiado del concepto empírico de
un trazado de mapas de conceptos en objetos de uno-en-uno: teoría de. Su idea
más poderosa desde el punto de vista lógico es la referente a que una verdad que
consigue su meta en un sentido de “correspondencia” es como una pelota de golf
que entra en el hoyo a la primera: ni el teórico que declara conocer la verdad ni el
golfista que alza su palo tienen por qué poder decir cómo se consiguen sus éxitos
respectivos. La versión consensual de la verdad que Gunn busca defender implica
un principio filosófico alemán de reflexividad: la verdad cuenta como tal sólo en el
caso de que pueda ser defendida ante cualquiera que la quiera rebatir. La precisión
casual, de esta manera, no logra ser considerada como verdad. La deficiencia de las
teorías de correspondencia de la verdad es que admiten precisamente este tipo de
coincidencias en su canon y de esta manera se quedan expuestas a los cargos de
historicismo y relativismo que se plantearon antes. La verdad conlleva la
reflexividad. La verdad sin la reflexividad equivale a adivinación. La reflexivi- dad
abre camino hacia la abstracción determinada y la abstracción determinada abre
camino a la sociedad del reconocimiento mutuo en la que (Manifiesto comunista)
la libertad de cada uno es la condición y el resultado de la libertad de todos. Gunn
plantea algunas cuestiones bienintencionadas, pero éstas deben pasar la prueba de
fuego que representa la abstracción determinada. Sólo si la libertad de cada uno es
la condición de la libertad de todos pueden ser redimidas, en el ámbito de una
reflexividad (práctica) que requiere algunas nociones de su público, las
reivindicaciones de (la) verdad.
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Tiene que hacerlo ya que la premisa de una teoría de es que todo es lo que
es y no otra cosa. (Una teoría de... ¿qué?) La abstracción determinada tiene
que aceptar la realidad de la contradicción ya que, como se reportó, si A
puede ser el modo de existencia de B, entonces A puede ser no-A: no hay
salida. Así, el pensamiento dialéctico o totalizante (mar- xista) tiene que
enfrentarse cara a cara con la objeción de Popper. La única manera de
enfrentarse a él es afirmando: que del abanico indefinido de lo que se
puede deducir de una contradicción, sólo algunas deducciones van al
grano. La “utilidad” de la deducción será decidida por el tema en cuestión
(una vez más, una unidad entre concepto y objeto) 26.
Y de este modo, la defensa ante el irracionalismo es una discusión
sobre el tema de la teoría determinantemente abstracta. Aludiendo a la
teoría autonomista y al concepto de Marx del comunismo, hemos ya es-
bozado una preconcepción de esto: no es otra cosa que la clase obrera.
Pero da la casualidad de que podemos hacer algo mejor que ofrecer pre-
concepciones. Basándonos en las prolepsis de Hegel y Marx, podemos
decir algo sobre cómo aparece la contradicción. Lo siguiente es lo que he
caracterizado como una apuesta, y nada más.
Toda contradicción es compleja y triádica. Por razones absolutamente
no formalistas, todas las contradicciones van en grupos de, por lo menos,
tres. Porque una contradicción puede ser contradicha sólo por una
contradicción: si nada (una contradicción) fuera contradicha por algo, el
resultado sería la incoherencia o stasis en vez del movimiento -el “puede
ser contradicho” o modus vivendi (Marx, 2000)- de la propia contradicción.
En el mismo sentido -quizás en el mismo espíritu- Spinoza declaró que
sólo la libertad puede delimitar a la libertad. Lo mismo se da a la inversa.
Una contradicción identificada como real o verdadera, es la que “tiene el
poder de preservarse a sí misma en la contradicción” (Hegel, 1999: párr.
382). “la vida del espíritu no es la vida que se asusta ante la muerte [...]
sino la que sabe afrontarla y mantenerse en ella” (Hegel, 1966), en otras
26 La “utilidad” aquí requiere otro giro dialéctico más. La “utilidad” aparece epis-
temológicamente como demasiado -de una manera demasiado fetichizada y rei-
ficada- establecida. A lo largo de un mundo epistemológico construido bajo el
signo de tal fijeza, la abstracción determinada se mueve como otro huracán más.
Para apreciar la utilidad que la frase aquí comentada invoca, tenemos que poder
ver que si las abstracciones pueden ser reales (en su calidad de determinadas),
entonces, las sociedades pueden ser verdaderas o falsas por su parte. Las abs-
tracciones sociales falsas pueden necesitar una teoría real determinantemente
abstracta, si es que, de hecho, se informa de su verdad -la verdad de su falsedad-
correctamente. “En un mundo que está realmente al revés, lo verdadero es un
momento de lo falso” (Debord, 1976). El tema que se trae entre manos está pre-
formulado de tal manera para que se deslice entre los dedos que lo quieran sujetar
en cualquier sentido sociológico. Véase Horkheimer, 1974 y Adorno, 1990.
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27 Gunn (1977) comete el terrible error de construir las contradicciones como algo
meramente conceptual (= nominalista, = empírica). Sin embargo, eliminando esta
deficiencia, el resto de su argumento es más o menos sólido.
28 Aqui no me refiero tan sólo a McLellan, quien podría, por las exigencias de la
lucha de clases, parecer demasiado anodino, sino también a, por ejemplo, la to-
davía-no-existencia de Bloch. Bloch tiene la pura decencia humana de insinuar que
nuestro futuro podría ser desdibujado por nuestros pecados del pasado; inmediatez,
pues; espontaneidad vulgar, a pesar de la política leninista del propio Bloch. La
contradicción i), por sí misma, está inherente en la abstracción empírica: las
personas en general, sean defensores del Apocalipsis o de la utopía (cf. Gunn,
1985) son, en última instancia, buenos. Véase Holloway (1988) para el mismo
punto de vista optimista inspirado en Bloch. Las complicaciones de las
contradicciones ii) y iii) todavía están por delante, asi que sigan leyendo.
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i)
----------------------------------------------------- ►
A
ü)
iü)
Si cualquiera de estos términos fuera otra cosa que nada (antes que
una contradicción) el espacio del “campo” o totalidad -indicado en el
diagrama supra por las flechas que señalan hacia afuera- se vendría abajo.
Porque una contradicción se puede “preservar a sí misma” sólo cuando es
contradicha por una contradicción. En otras palabras, es con- 29 tradicción
por ser, precisamente, una contradicción que permite a una contradicción
no sólo detonar, sino “moverse” (Hegel, 1966; Negri, 2001; Marx, 2000).
Eso no quiere decir que una contradicción contradicha por algo,
simplemente, se disuelve. Pero para que no se disuelva, su relación con el
“algo” no contradictorio tiene que ser, por su parte, comprendida como
contradictoria (por ejemplo, la relación entre humanidad y naturaleza tiene
que ser vista como una relación social). Y eso quiere decir que, primero, se
tiene que tratar el concepto de la contradicción per se, como se hizo antes.
A menos que estos tres momentos de contradicción sean tematizados, la
contradicción desaparece porque cada una implica a la otra. Cada una es y
no es la otra. Si la contradicción consistiera sólo en i) sería únicamente ella
misma, lo que quiere decir que no sería tal (exactamente la crítica del
positivismo). Para que sea y no sea -para que subsista en su propio modo,
29 El esquema que sigue no es nada más que una interpretación literal de las siguien-
tes dos frases de Hegel (1966): “En su verdad simple, el espíritu es conciencia y
desdobla sus momentos. La acción lo escinde en la sustancia y la conciencia de la
misma, y escinde tanto la sustancia como la conciencia”. Todo en la discusión de
Hegel (1966: cap. VI) sobre las alienaciones del espíritu depende de este punto.
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30 Rara ser claros, se deberían distinguir tres sentidos de “forma”: i) la forma puede
referirse al estatus conceptual (como en “la forma del Prólogo de 1859 de Marx es
cuanto menos tan problemática como su contenido”); la forma se puede referir sólo
a especie (como en Jessop, 1988-1989); y iii) la forma se puede referir a modo de
existencia, el sentido de “forma” que debe ser redescubierto si quiere hacer su
aparición cualquier cosa que se aproxime al radicalismo. Ni hace falta decir que
“modo de existencia”, a su vez, no debería ser construido de manera estática.
Existencia = ek-sistencia = éxtasis. Vivimos de manera extática, por delante de
nosotros mismos, en y a través de nuestras formas.
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