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HACIA LA AURORA

Ernesto Luis Rodríguez

Ya lo sé de memoria

desde cuando mi madre lo decía.

Su voz hecha de brisa

apagaba la rosa del sueño desvelado:

—Esta noche no vienen, hijo mío,

a Baltasar se le durmió el camello—.

Otra vez escuchaba:

—Melchor anda descalzo y está viejo,

los caminos son duros como piedras,

y este cerro ha crecido…—.

Vinieron otros años

y su voz de colmena y amapola

desboronaba el cielo en mi pregunta:

—Gaspar no ve de noche…,

los barrancos acechan azorados de luna—.


II

Eran tiempos de olvido.

Recogía la tarde sus corderos azules

y el aire mansamente me traía

una dulce fragancia de aguinaldo antiguos.

Mi madre iba en el agua

convocando el amor de los claveles.

Sobre el llanto invisible

alzaba la canción como una lámpara

y el aroma del mundo se llenaba con ella.

Después, remota y simple,

la luz de la ciudad se diluía

con mis ojos adentro…

Y el sueño estaba allí sobre una lágrima.

III

Ya lo sé de memoria

desde cuando mi padre lo decía:

—Cuando tengas doce años

te subiré al camello de Melchor—.

Yo le di mis palabras una noche

para cantar por la ciudad alegre

soñándome un juguete…
—¡Quién tuviera una trampa

de coger mariposas

y soltarlas después, iluminadas

con la oración del cerro!—.

Pero…

a mi padre le dolía mi voz en el bolsillo

y se podó el regreso como si fuera un árbol.

El sueño se durmió sobre una lágrima.

IV

Mañana sí vendrán, amigos míos.

Los veréis acercarse luminosos

en camellos de níspero y frambuesa.

(…)

Venid a mis palabras, a mis ojos,

a mi niñez de pueblo sin campana,

y encontraréis el sitio para vivir cantando.

Quiero estar con vosotros como un niño.

Juntos iremos todos a recibir la aurora.

Melchor, Gaspar y Baltasar regresan.

Mi madre va con ellos

hacia todos los niños de la tierra.

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