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JUAN 7:53 – 8:11

Cierta vez un predicador se refirió al episodio de


la mujer encontrada en adulterio cuando habló sobre “el
mayor milagro de Cristo: el milagro del perdón.”

Las palabras de Cristo a la mujer, “ni yo te condeno, vete


y no peques más,” son muy inspiradoras. Sin embargo,
este relato encierra una de las más notables variantes
textuales de todo el NT, especialmente porque se trata
de una sección entera, y no sólo de un versículo o una
parte de un versículo, como acontece en la mayoría de
las veces.
Las evidencias textuales a favor y en contra de la
autenticidad del relato son las siguientes:
Como se puede ver, a pesar de que existen
siete variantes, los testimonios están divididos en
apenas dos grupos: los que tienen el pasaje y los
que no lo tienen.

Es muy importante observar que en el primer


grupo hay considerable diversidad en cuanto al
lugar original del pasaje (cuatro últimas
variantes), aparte de haber manuscritos en que el
relato aparece señalado como textualmente
dudoso por la presencia de los asteriscos.
Evidencia externa. La evidencia documental no
deja ninguna duda en cuanto al origen no-
juanino del pasaje.

Los manuscritos griegos más importantes, los


mejores y más antiguos no tienen esta lectura:
Códices Sinaítico y Vaticano.

El primero en registrarlo es el Códice Beza, de


final del siglo V o principios del VI.
Los manuscritos A (Alejandrino) y C (De
Ephraim) son defectuosos en ese punto del
Evangelio, pero es muy probable que ninguno
de ellos contenía el relato, pues una medición
cuidadosa muestra que en las hojas perdidas
no habría espacio suficiente para incluirlo
junto con el resto.

L y D dejan algún espacio, pero igualmente


insuficiente.
El segundo hecho que precisa ser mencionado es
el carácter tan diverso de los manuscritos que
omiten el pasaje: representantes de todas las
familias textuales, incluyendo cerca de 80
minúsculos del tipo bizantino y cerca de un
centenar de leccionarios.

El hecho de que el pasaje aparezca señalado con


asteriscos en un buen número de manuscritos
sugiere mucho, como por ejemplo las sospechas
de los copistas en cuanto a su autenticidad
textual.
Debe recordarse que en los manuscritos
posteriores que contienen el relato éste
aparece con un considerable número de
variaciones, lo que indicaría que varias
tradiciones se desarrollaron en torno a él.

Finalmente, debe recordarse que en los


manuscritos posteriores que contienen el
relato éste aparece con un considerable
número de variaciones, lo que indicaría
que varias tradiciones se desarrollaron en
torno a él.
En cuanto a las versiones, la situación es la
misma.
En el Oriente, el pasaje está ausente de la
Antigua Siríaca y de los mejores manuscritos
peshitos, como también de las versiones
coptas y de los más antiguos manuscritos
boaíricos. Tampoco aparece en algunos
manuscritos armenios y en la antigua versión
Geórgica.
En el Occidente , está ausente de la Gótica y
de diversos manuscritos latinos antiguos.
En cuanto a los padres de la iglesia, de los
que comentaron el Evangelio de Juan y cuyas
obras sobreviven, el pasaje sólo es citado por
el más reciente de ellos, Eutimio, que vivió en
la primera parte del siglo XII. Él declara que
las copias más exactas del Evangelio no lo
contenían.
La primera conclusión a que se llega, por lo
tanto, es que es “imposible asegurar que esa
sección sea parte auténtica del Evangelio de
Juan.” (Leon Morris, The Gospel According to
John, p. 882).
Evidencia interna. Las conclusión experimental
de la evidencia externa es totalmente
corroborada por las consideraciones internas, en
términos de estilo y vocabulario.
Comenzando por el vocabulario, el pasaje tiene
algunos sustantivos como o!rqro", moiceiva,
kuvptw, ejpimevnw, ajnakuvptw, kataleivpw y
katakrivnw, que no aparecen ninguna otra vez en
ese o en cualquier otro libro del apóstol. Además,
Juan nunca menciona el monte de las Olivas (8:1),
ni en 18:1. También hay palabras, como
katagravfw, ajnamavrthto" y katakuvptw, que no
aparecen en ninguna otra ocasión en todo el NT.
En relación al estilo, no es difícil percibir que
todo el relato tiene mucho más afinidad
literaria con los sinópticos que con Juan,
aunque hay también afinidades lingüísticas,
como las siguientes: o!rqrou (8:2), como en
Lucas 24:1, cuando la costumbre de Juan es
usar prwi (18:28, 20:1); laov" (8:2) es usado
muchas veces en Mateo y Lucas, pero es muy
raro en Juan, que prefiere o!clo"; ajpoV tou~ nu~n
(8:11) no se encuentra en Juan, pero es
frecuente en Lucas (1:48; 5:10; etc.).
Aparte de éstas, existen todavía aquellas
construcciones que simplemente son un
tanto extrañas a la dicción juanina, como el
uso frecuente de dev en vez de ou^n de Juan,
y poreuvomai eij" (7:53), siendo que el
apóstol prefiere prov"(14:12, 28; 16:28; etc.,
aunque eij" sea usado en 7:35).*

*Ver Henry Alford, The Greek Testament, p.


219.
En verdad, todo el relato parece extraño al
texto de Juan, siendo muy poco apropiado el
lugar que ocupa, entre 7:52 y 8:12.

CONCLUSIÓN

Basándose en las evidencias tanto externas


como internas, parece no haber duda de que la
perícopa de la adúltera no es de origen juanino.
Se ha afirmado algunas veces que el relato
habría sido deliberadamente omitido del
cuarto evangelio, porque podría ser
entendido como una especie de indulgencia
para el adulterio. (Ver John Peter Lange,
Commentary on the Holy Scriptures, vol. 17,
p. 270).
Además hay una declaración de San
Agustín en la cual él afirma que ciertas
personas habían sacado de sus códices tal
sección por temer que las mujeres la
usaran como disculpa para su infidelidad.
(O adulterio conjugal, II, 7).
A pesar de toda la austeridad ascética que de
hecho existía entre los siglos II y IV, esa hipótesis
se debilita por la completa ausencia de cualquier
adición de los escribas de un pasaje tan extenso
sólo para salvaguardar la moralidad.
Por otro lado, no se puede explicar por qué los
tres versículos preliminares (7:53 – 8:2), tan
importantes para situar en el tiempo y en el
espacio los discursos del capítulo ocho, fueran
omitidos juntamente con los demás. Así, parece
no haber duda de que el relato de la mujer
adúltera no es obra de Juan.
El problema no termina aquí, pues aunque no
podemos afirmar que la historia sea parte del
cuarto Evangelio, podemos “sentir” que es
verdadera y corresponde plenamente al
carácter de Jesús.

En efecto, “el carácter inspirado y la


autenticidad histórica” del relato deberían ser
colocados encima de cualquier sospecha.
(Vawter, Bruce. Evangelio según San Juan. En:
Comentario bíblico San Jerónimo, p. 466).
Esta opinión es defendida por muchos autores,
tanto antiguos como modernos, incluyendo los
investigadores de las Sociedades Bíblicas
Unidas, lo que explica el grado de certeza “A”
que aparece en el aparato crítico.
Se cree, en general, que ese relato consiste en un
fragmento de material evangélico auténtico no
incluido originalmente en ninguno de los cuatro
Evangelios, pero que siendo preservado mediante
alguna tradición escrita u oral, acabó más tarde
siendo anotado al margen del Evangelio de Juan, tal
vez para ilustrar la declaración de Jesús en 8:15 –
”yo a nadie juzgo”— y de ahí llegó a ser incluido en
el texto de muchas copias.
La mayoría de los copistas evidentemente
pensó que interrumpía menos la narrativa si el
pasaje era insertado después de 7:52, mientras
que otros lo insertaron después de 7:36 (mss.
225), después de 7:44 (varios mss. Geórgicos) o
de 21:25 (f1 y mss. Armenios); y otros aun lo
pusieron en Lucas, después de 21:38 (f13 o
24:53 (mss. 1333), y eso puede haber
acontecido en función del estilo, que
obviamente es mucho más lucano que juanino.
Que se trata de una narrativa bastante antigua
no hay la menor duda, aunque haya demorado
para ser introducido en la tradición manuscrita
griega.

En la Didascalia, obra de origen siria de


principios del siglo III, aparece una referencia
específica a la historia de la adúltera como un
ejemplo bien conocido de la bondad de Jesús.
Como parte de un conjunto de reglamentos
eclesiásticos para uso de una comunidad
étnico-cristiana, esa referencia ciertamente
significa que la historia era bien popular en
Siria en el siglo II.

De acuerdo con Eusebio, Papías también


parece haberla conocido y explicado.
Él declara: “El mismo escritor [Papías] explicó
otro relato acerca de una mujer acusada ante
el Señor de muchos pecados, el que está
contenido en el Evangelio de los Hebreos”.
(Historia Eclesiástica III, 39).

Si esa fuera realmente una referencia a la


mujer adúltera, como parece, entonces la
historia se remonta a la era apostólica, ya que,
según Ireneo, Papías habría sido discípulo del
apóstol Juan.
Con respecto a la demora en ser aceptado por
los cristianos en general, eso podría muy bien
ser atribuido a la rígida disciplina eclesiástica
para con el adulterio, ya que que la narrativa
revela que Cristo perdonó muy fácilmente a la
mujer.

Solamente cuando la disciplina adoptó


métodos menos intolerantes, después del
siglo IV, fue que la iglesia habría estado
dispuesta a aceptarlo.
Una cosa es cierta:
Las pruebas que tenemos a disposición son
muy fuertes, pero apenas para contrariar el
registro evangélico de la narrativa, y no su
origen evangélico.

La historia, según Camplin, respira el hálito del


Espíritu de Cristo (O Novo Testamento
interpretado, v. 2, p. 395), y dispone de todos
los indicios de ser históricamente auténtica.
De ahí que, en vez de ser sacada del texto
bíblico, debería ser mantenida en su lugar
tradicional, aunque sea entre corchetes dobles,
y no habría el menor problema en continuar
usándola como ilustración de aquel que
realmente fue, y es todavía, “el mayor milagro
de Cristo.

Tomado de: Paroschi. Wilson. (1993). Crítica textual do Novo


Testamento.

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