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I. LA MODERNIDAD Y SECULARIZACIÓN
1. La modernidad
A. Concepto.
La modernidad expresa el surgimiento de una nueva cosmovisión y sus
consiguientes paradigmas, que configura Occidente de una manera distinta a como lo hizo
su predecesora cultura monolítica de cristiandad católica europeo-medieval. No solo
distinta, sino opuesta por cuanto los modernos tenían la convicción y conciencia de
situarse en una etapa de la historia nueva y superior a la anterior. Así los humanistas del
renacimiento (Erasmo, Tiziano, Dante Alighieri, Bruni, Valla, Pico della Mirandola,
Alberti) son precursores de esta mentalidad, que tiene su origen en el medioevo con
autores como F. Petrarca (1304-1374) y G. Boccaccio. Los renacentistas se concebían
como actores de una nueva etapa de la historia, gestora de una nueva y profunda
renovación donde su preocupación era el hombre como centro de las artes y pensamiento,
el surgimiento de la ciencia moderna, el rechazo al pensamiento escolástico y a la tutela
clerical del saber. Junto a esto unían la búsqueda del deseo, gozo, alegría de la vida y una
sabiduría de vida práctica. Añadían la primacía de la acción por sobre la contemplación,
unida a una fuerte crítica a la sociedad de su tiempo (como ocurre con Erasmo y su
“Elogio a la locura”). Se deja ver, entonces, la Modernidad nace con una ruptura respecto
2
del espíritu y paradigmas propios del medioevo. Como habremos de notar, este cambio
radical también repercutirá en el lugar y valoración asignado a la religión en Occidente
(especialmente el cristianismo).
La modernidad abarca el período histórico que transcurre entre los siglos XV y
XX. Se inicia con la toma de Constantinopla (1453), aunque algunos la inician a partir de
la reforma protestante (s. XVI) o el descubrimiento de América (s. XV). Se cierra con el
fin de la Segunda Guerra Mundial (1945), aunque, quizás, pueda extenderse hasta
disolución de la Unión Soviética (1991). Tiene como hito preparatorio el ocaso del
medioevo, particularmente el dramático siglo XIV y el renacimiento1. Se extenderá por
Europa a través de la Ilustración. Expresiones socio-políticas serán los grandes
metarrelatos (liberalismo, marxismo, nacional-socialismo). Fenómenos específicos en el
plano religioso son el ateísmo, la secularización y el surgimiento y predominio de una
cultura intelectual de la increencia, hasta hoy sin contrapeso en los círculos occidentales
europeos.
Aunque no hay una definición de la modernidad que suscite consenso, la
podríamos concebir como "el proyecto de emancipación y autonomía individual y
corporativa del ser humano fundado en la razón y ciencia en orden a su propia plenitud".
De un modo más específico, se puede entender como:
“El ideario de la conquista de la propia autonomía a partir de la razón crítica y
el saber científico-técnico para ser el propio gestor de su bien individual”;
1
El término Renacimiento deriva de la expresión italiana rinascita, vocablo usado por primera vez
por el primer renacentista, el literato Petrarca. El Renacimiento (ss. XV-XVI) es el periodo en que se
abandonan las categorías escolásticas y aristotélicas de comprensión de la realidad propias del medioevo,
así como también las formas de organización económicas y sociales (es la primera etapa del proceso de
transformación del feudalismo al capitalismo). La ruptura con el mundo medieval se produce en todos los
órdenes de la cultura, es un período complejo, plural, donde lo viejo y lo nuevo y se entrecruzan. La teoría
política es fiel reflejo de ello: se sostiene que el gobierno es una institución terrenal pero de origen divino.
Surgen entonces nuevos pensadores que renuevan la teoría política, exigiendo la separación de poderes: el
gobierno es una institución terrenal de invención humana que no tiene nada que ver con la divinidad. Así
Dante, que, en su obra De Monarquia defiende la autoridad civil sobre la eclesiástica. Marsilio de Padua
también propone esta división. Maquiavelo, afirma por primera vez la total separación de poderes entre la
Iglesia y Estado, indicando que el objetivo de un buen gobernante debía ser el bienestar de su comunidad,
por tanto, el soberano podía saltarse cualquier cuestión moral, ética o religiosa. Es un moderno a plenitud.
Será, además, el momento de la crítica al cristianismo-católico por la condición moral en la que está
sumergido, por ello se intenta una renovación religiosa, cuyo punto más duro será el quiebre de la
cristiandad católico-medieval a causa de la reforma protestante..
2
El término “emancipación” proviene del mundo romano, e indica la liberación de esclavos.
3
Águila, R., emancipación, en Águila, R. (ed), Manual de Ciencia Política, Madrid, Trotta, 4ed,
2008, p. 201.
3
4
Habermans, J., El discurso filosófico de la modernidad, Taurus, Madrid, 1993, p. 29.
4
autoridad eclesiástica, gobierno absolutista, ley moral venida desde fuera). El ser humano
es capaz de conducirse a sí mismo por medio de su razón y el despliegue de la libertad,
valiéndose, además, del saber científico. Expresión privilegiada de esta autonomía se
encuentra en el pensamiento de I. Kant (1724-1804) quien planteará el principio de la
autonomía de la razón y la voluntad, en cuanto facultades del sujeto que poseen en sí
mismas las leyes del constituir el objeto del pensamiento racional y del actuar ético. El
filósofo alemán plantea la idea de un sujeto ético con una voluntad capaz autodeterminar
su propia la acción moral, a partir de los imperativos categóricos morales que la razón
práctica, por sí misma, establece y le ofrece (pe, “trata siempre a una persona como un
fin”, “obrar como si la máxima que eligieses se tornará ley moral para todos”, “obra
movido por el deber en cuanto deber”). El hombre mismo se da leyes a partir de su razón
para conducir su voluntad según esas leyes en situaciones morales concretas. La
autonomía, entonces, es la capacidad del hombre del conducirse a sí mismo libre de un
guía o regla exterior5 -incluso la moral revelada- que pretenda determinar desde fuera y
de antemano su obrar ético-religioso, es la capacidad de autogobierno a partir de una
voluntad que se autodetermina en su acción con independencia de todo influjo exterior, a
partir de las leyes morales y religiosas de acción que le establece la razón teórica
independientemente de la experiencia. El inglés J. Bentham funda una moral a partir del
individuo y su felicidad: la moralidad de una acción viene dada por lo que resulte más
útil a su la felicidad del individuo, en donde lo útil es lo que le procura mayor placer
posible (único bien en sí mismo) y le reporta el menor dolor posible (único más en sí
mismo). El ser humano, en definitiva, es el gestor de sí mismo, ya no esté en manos de
la Iglesia, un gremio, la familia, las tradiciones, incluso la revelación. En cierto sentido,
el camino de la autonomía lo deja sólo, rompe con el entorno que lo sostiene, lo incorpora
en la realidad y sirve de guía-preceptor.
Unida a la autonomía se encuentra la idea de libertad. Ambas no son sinónimos:
la libertad es condición para el despliegue y ejercicio habitual de la autonomía, una
dimensión constitutiva de la fisonomía autónoma del ser humano. La modernidad
comprende, de esta manera, a la libertad como condición necesaria de la autonomía y
como un eje antropológico central de este período. No es de extrañar, de este manera, que
los tratados sobre la libertad se multiplican (Kant, Locke, Mill). No es que no existieran
en el medioevo (Tomás de Aquino, Alberto Magno, Buenaventura, la abordan con
extensión), sino que su interés por su discusión radica en que el concepto y significado
de la misma libertad cambia. A grandes líneas y costa de una generalización un tanto
artificial, la libertad de la teología medieval era el más grande don en el orden creacional
dado al ser humano y su recto uso estaba en orden a alcanzar a Dios como fin último y
felicidad suprema. Era además una libertad herida por el pecado que había sido sanada y
potenciada por Cristo. En la modernidad, en cambio, la libertad es concebida integra y
sin daño alguno, además ordenada primeramente para el ser humano mismo, para el
despliegue pleno y autónomo de sí mismo.
Los modernos tendrán distintas maneras de comprender la libertad. Pero en
general, se la concibe constituida por dos momentos: como independencia de toda
sujeción a un agente externo que ejerce coacción el ser humano. Es una “libertad de”, un
liberarse de cualquier coerción, especialmente de la autoridad civil y eclesial. Es
condición necesario para la segunda dimensión, de corte positivo; la “libertad de” es
5
Esos guías eran la Iglesia (particularmente la autoridad eclesiástica), la tradición filosófica y
eclesial, los reyes, la monarquía absoluta, la misma revelación, la moral donde prima el bien como objeto
y fin exterior a la voluntad. Lutero, en esta línea, es uno de los primeros modernos ya que rechaza toda guía
externa para leer e interpretar la Sagrada Escritura, valiéndose para ello de su propia razón auxiliada
internamente por el Espíritu Santo.
5
condición de la “libertad para”, la cual se entiende como opción de elegir guiado por la
razón, capacidad de decidir por sí mismo por una u otra alternativa, antecedida por el
examen racional y neutro de la razón6. Así Locke sostendrá que “la libertad consiste en
una potencia de actuar o de no actuar...en esto, pues, consiste la libertad, a saber: en
que seamos capaces de actuar o de no actuar, a consecuencia de nuestra elección o
volición… todo hombre…como ser inteligente, debe determinarse a inclinar su voluntad
hacia lo que considere que es lo mejor que debe hacer, según el dictado de su
pensamiento y juicio; de lo contrario estaría bajo la determinación de otro que no fuera
él mismo, que es falta de libertad7.
En tercer lugar, unida a la autonomía y la libertad, surge y se impone el predominio
la razón, la cual, también, adquiere un nuevo significado y función. El individuo quiere
servirse de la razón en todo, desea examinar y conocer por medio de ella, conducirse por
medio de ella, justificar y fundamentar todos los ámbitos de lo real a partir de ella. El
desmedido lugar antropológico que adquiere la razón proyectado sobre la comprensión
del mundo y del cosmos, hará que se denomine con el nombre de racionalismo a este
nuevo paradigma. No es que en el Medioevo no hubiese un alto concepto de la razón
(baste estudiarla en las grandes sumas teológicas y el método escolástico), pero la razón
medieval es una herida por el pecado y puede errar en su ejercicio, es una razón cuya más
alta expresión es estar al servicio de la fe y potenciada por ella misma (así la famosa
expresión “La filosofía sierva de la teología”), es una razón medida por la objetividad (se
halla determinada en su discurso y operar por la primacía del ser de la realidad
extramental, o bien por la verdad revelada), es una razón metafísica, es decir una razón
que puede ir más allá del fenómeno sensible o lo inmediatamente dado a la conciencia,
para penetrar en la estructura profunda, invisible que da orden, fundamenta y mueve la
realidad (Paltón, Aristóteles y S. Tomás), una razón que busca más comprender desde el
ser la realidad y la fe que someter a un examen crítico los diverso ámbitos de lo real. El
hombre moderno se fía ante todo de su razón y produce un giro radical: la razón se vuelve
autónoma de la fe, se separa de la teología, y busca los fundamentos del obrar moral y la
estructura de lo real prescindiendo de la revelación. Lo hace con una nueva idea de razón
que adquiere su modelo de las matemáticas (Descartes). Sigue buscando la verdad, pero
bajo los criterios de un método “geométrico” que busca evidencia, mediante la inferencia
que es un proceso deductivo que parte de ideas claras (la mente percibe de un modo
indudable todos los conceptos que las componen) y distintas (totalmente comprensible y
diferenciable de las otras) para llegar a una conclusión donde todos los conceptos
involucrados y las relaciones lógicas entre ideas, los vínculos formales entre argumentos
sean evidentes y totalmente comprensibles a la razón. Con esto se logra un conocimiento
cabal (no una opinión) y se arriba a la verdad. En la modernidad hay dos formas de este
racionalismo; el de las ideas que la mente posee de modo innato (por ejemplo, Descartes
y su famoso “pienso, luego existo”) y el empirismo racionalista británico, donde las ideas
se derivan de la experiencia, pero reducida a empirismo (sólo se perciben las sensaciones).
Esto es propio de J. Locke y J. Bentham. Este último, como sabemos parte en su moral
de una evidencia racional-empírica evidente: la utilidad entendida como máximo placer
y mínimo dolor, llegando a establecer tablas con criterios racionales para calcular el grado
de placer y dar con la acción moral correcta.
6
“Si los hombres investigaran los asuntos morales con el mismo método y con igual indiferencia
con que investigan las verdades matemáticas, descubrirían que las ideas morales tienen una conexión más
poderosa, una consecuencia más necesaria a partir de nuestras ideas claras y distintas y que admiten una
demostración más cercana a la perfección de lo que comúnmente se concede”. J. LOCKE, Ensayo sobre el
entendimiento humano.
7
Ibid.
6
8
En Regulae ad directionem ingenii, Descartes define el método de la siguiente manera: "Así pues,
entiendo por método reglas ciertas y fáciles, mediante las cuales, el que las observe exactamente no tomará
nunca nada falso por verdadero, y, no empleando inútilmente ningún esfuerzo de la mente, sino aumentando
gradualmente su ciencia, llegará al conocimiento verdadero de todo aquello de que es capaz” (regla IV).
La concepción moderna de razón matemático-abstracta y de certeza al modo del que obtiene la ciencia
newtoniana (Kant) o las matemáticas (Descartes, Locke) y el consiguiente intento por unificar la verdad y
existencia de cualquier cosa que se quiera conocer, será central para entender la evolución del problema de
Dios y su repercusión en el advenimiento del agnosticismo, del estado y educación laica con neutralidad
religiosa.
9
I. Kant (1724-1804) es el autor que lleva al extremo el problema crítico, reflexiona sobre las
condiciones subjetivas del conocimiento para responder a las siguientes preguntas: qué puedo conocer
(Crítica a la razón pura), qué debo hacer (Crítica a la razón práctica), qué puedo esperar (La religión bajo
los límites de la razón).
7
verdad de un modo absoluto”. El saber verdadero debe estar fundado sobre evidencias
infalibles según una razón cuya operatividad y certeza se fundan en un método infalible
y un examen crítico de su alcance cognoscitivo. En todos los dominios, ya se trate de la
ciencia, creencias, moral u organización política y social, el principio de la razón va a
sustituir a los principios que regían hasta ese momento al ser humano (autoridad,
tradición, pensamiento medieval). Esta razón crítica terminará siendo una razón
postmetafísica y postreligiosa, ya que los mismo límites que la razón moderna se impone
así mismo llevará a cerrar el mundo metafísico y el universo religioso como objetos de
conocimiento, más aun, se lo llegará a negar en nombre de esa misma razón (Hume, por
ejemplo, desde el empirismo inglés, Kant, desde su filosofía trascendental, Comte, desde
el positivismo). Así, la razón metafísica como empeño de conocimiento real y consistente
para penetrar en lo profundo de lo real en lo que está más allá del fenómeno, va a ser
paulatinamente clausurada en el decurso de la modernidad. De metafísica, deviene en una
razón fenoménica; se ciñe a lo que aparece de un modo inmediato: a lo empíricamente
dado, ya sea a nivel de los sentidos (empirismo británico), a lo que ella se pueda
representar como a nivel de la conciencia (fenomenología de Husserl).
Pero el paradigma del racionalismo va más allá del horizonte del significado y
naturaleza nueva de la razón. Comporta una nueva comprensión del cosmos, la sociedad
el hombre, el arte y la música, y la ética, en cuanto todo esto está regido por leyes
racionales, posee en sí mismo una estructura racional, es en sí mismo racionalidad pura,
a tal punto que Hegel nos dirá que "Lo que es racional se torna real, lo que es real se
torna racional”10. El mismo Hegel sostendrá que la historia no es sino el despliegue del
absoluto, que no es sino idea o razón, y que dicho despliegue es según una ley racional
interna a la historia misma: la dialéctica. Lo racional –como veremos- terminará por
ordenar la sociedad misma a través de la razón instrumental. Recordemos que para Weber
lo propio de las sociedades modernas occidentales es su progresiva racionalización por
las que ellas se desvinculan de lo religioso. Se marcaría el declive y marginación de la
religión, mediante el proceso de modernización que iría a la par con otro de capital
importancia y que abordaremos en otra unidad: la secularización.
La primacía del individuo como centro de cultura es otro de los rasgos del
proyecto individual de la modernidad, y que se denomina individualismo. Ya desde los
inicios de la modernidad lo que existe como centro de la sociedad, las artes y el
pensamiento es el individuo como tal (Ockham), el individuo frente a Dios (Lutero). De
hecho los humanistas del renacimiento centraron su interés en el ser humano, pero
entendido como individuo. Así, para Montaigne, el conocerse a sí mismo es una
respuesta sobre las características del hombre individual no sobre la esencia humana
(humanidad): el yo individual, sus intereses y necesidades particulares se transforman en
el centro de la realidad y el punto de referencia de la sociedad. Mill nos dirá “Sobre sí
mismo, sobre su cuerpo y si espíritu, el individuo es soberano… la única libertad que
merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien a nuestra propia manera, en
tanto que no privemos a no intentemos privar de sus bienes a otros, o frenar sus esfuerzos
para obtenerla” 11. Hegel, a su vez señalará: “En la sociedad civil cada uno es fin para
sí mismo, todo lo demás no significa nada para él. Pero sin relación con los otros no
puede alcanzar sus fines. Estos otros se convierten, por tanto, en medio para el fin del
individuo particular”12. El individualismo, entonces, indica que el sujeto humano en
cuanto totalidad unificada en sí mismo y cerrada sobre sí mismo es fin último para la
sociedad y él mismo. Es primer principio de la realidad, yo volcado sobre sí y actuando
10
Tomado de Habermas, J., op. cit. p. 58 .
11
JS MILL, Sobre la libertad.
12
Tomado de Habermas, J., op. cit. p. 53.
8
16
Nuevamente el arte nos da pistas de esta evolución. Así ocurre, p.e., con el arte abstracto, donde
ya no importa expresar artísticamente la realidad externa tal como es en sí; más bien no representa objetos
o personas del mundo observable, sino más que el concepto tal y como lo percibe el autor, abstrayéndose
de la imagen real inicial y poniendo su subjetividad libre y creadora para expresar una esencia, idea o
concepto. En el fondo, toda representación artística es una abstracción de la realidad, y la abstracción pura
prescinde de todo elemento que vincule la obra de arte con el mundo natural, para quedarse exclusivamente
con la idea: con el concepto y la belleza.
17
La reforma protestante (Lutero, Calvino, Zwinglio) es un surgimiento de la afirmación de la
experiencia del individuo en el plano religioso: lo que importa no es lo que Dios sea en sí mismo, sino lo
que Dios significa para mí, a partir de mi subjetividad. La interpretación de la Sagrada Escritura no tiene
mediaciones objetivas externas (Tradición, Iglesia docente, sacerdocio ministerial) sino que resuelve en el
interior del sujeto, a partir del libre examen que hace de la Escritura a través de su juicio privado, la oración
y la asistencia interior del Espíritu. Lutero quería hacer residir en el Espíritu Santo la mediación objetiva
de la interpretación personal de la verdad bíblica. La historia ha mostrado los serios reparos que tiene la
afirmación de lo objetivo en lo subjetivo, ya que ha devenido frecuentemente en subjetivismo religioso.
18
En el pensamiento clásico se había pensado que la razón conocía las cosas tal como eran: se
puede conocer la sustancia individual, o cosa en sí tal y como es (Aristóteles, Tomás de Aquino); el ser
tiene primacía sobre el conocer. Pero Kant dice: no, esto no es posible. Lo que llama "la cosa en sí" ("das
Dinge an sich") no se puede conocer; porque yo conozco "la cosa en mí". Lo que yo conozco, lo conozco
sometido a mí; sometido a mi espacio, a mi tiempo, a mis categorías, esto es la "cosa en mí", que él llamará
"fenómeno", oponiéndolo al "noumeno", la cosa en sí. Cuando yo conozco algo, transformo, modifico la
cosa en sí, que, como tal, es inadmisible. Es contradictorio que yo conozca la cosa en sí porque cuando la
conozco está en mí, ingresa en mi subjetividad, que la modifica. En el tema del concepto del tiempo se
puede apreciar este giro. Aristóteles lo definía como la medida del cambio de las cosas, algo perteneciente
a la realidad de las cosas con independencia de la mente que conoce. Para Kant, sin embargo, el tiempo no
es algo que pertenece a las cosas y externo al sujeto; es una categoría una estructura mental del sujeto (junto
con el espacio), que le permite ordenar y conocer en el objeto que forma, el conjunto de fenómenos que
reciben los sentidos. Finalmente Bergson (1859-1941) planteará la existencia de un tiempo de valoración
antropológica: un minuto de tiempo objetivo, puede equivaler a un lapso mucho más largo desde la
perspectiva del sujeto que lo vivencia (pensemos, p.e. en una persona que está en medio de un terremoto).
10
19
Habermas, J, op. cit., pp. 17-18.
20
Para abordar ambas temáticas hemos tenido como referencia Aguila, R. (ed), Manual de Ciencia
Política, Madrid, Trotta, 4ed, 2008; Ruiz Miguel, A., Díaz, E.,(ed), Filosofía política (vol II). Teoría del
Estado, Trotta, Madrid, 2da ed, 2004.
21
Entenderemos por Estado “un poder político un complejo institucional organizado sobre
determinado territorio, capaz de ejercer con una eficacia razonable el monopolio de la producción de
normas más relevantes y del uso público de la fuerza, la coerción legal sobre las personas o sociedad
sometidas a su jurisdicción”. De Gabriel, JA, La formación del estado moderno, en Manual de Ciencia
Política, Trotta, Madrid, Águila, R. (ed), 2008, p. 34. También lo comprenderemos como
11
23
Kant, I., Recensiones sobre la obra de Herder “ideas para una filosofía de la historia de la
humanidad”, AK VIII, 65.
24
Es una ley general al modo de las leyes de Newton, las que se cumplen inexorablemente en los
parámetros del universo en las que se dan (p.e., la ley de gravedad).
25
Los planteamientos darwinistas serán mirados con admiración por Marx y Engels, y serán
utilizado como fundamento teórico por Hitler para formular la figura de la raza Aria y su función en la
historia.
13
su plenitud (la sociedad sin clases, el edén del trabajo), o la ley de los tres estadios de
Comte 26 que conduciría inexorablemente al estado positivo27. El moderno, entonces,
pensaba con espíritu optimista, tenía como seguro que la humanidad en su conjunto –en
la etapa final de la ciencia y la técnica- iba a arribar prontamente a una situación final y
definitiva en la que se desterraría definitivamente la violencia, miseria material,
enfermedad, ignorancia, oscuridad moral: se trataba de trasladar -como ya lo hemos hecho
notar- el más allá (vida eterna) al más acá (el paraíso en la tierra). Se entiende entonces
que Gray28 señale que la noción de progreso haya sido una idea reguladora social
extremadamente poderosa, que señala implícitamente la idea de una cultura potente
camino a una cúspide permanente, donde el más modesto miembro de tal cultura –la
europea, en todo caso- podía sentirse incorporado en el tren de la historia. Una idea
además que presupone un concepto de historia: evolutiva de avance lineal inexorable
desde periodos menos desarrollados hacia un punto futuro de plenitud. Habermans, en
esta línea, explicando el pensamiento de Marx señala que la idea de progreso rompe el
“hechizo” que el pasado tenía sobre el presente29 (como sucedía con el romanticismo).
Ahora más bien el Presente está “hechizado” y determinado por el futuro, y cuando ocurra
el advenimiento de la sociedad sin clases y sin estado o la sociedad científica que
producirá el hombre nuevo, o aquella sociedad donde todos gozarán de los bienes, fruto
de un trabajo hecho en libertad y regulado por el mercado (cuando el futuro se haga
presente), será ese presente perpetuo que ejercerá el “hechizo” sobre el pasado en cuanto
su norte referencial y paradigmático. La secuela de esta visión del progreso es desechar
todo lo que ha quedado atrás en el tiempo por caduco (parte de ese “todo” era la religión),
y validar como verdadera toda idea, programa con sentido de futuridad, simplemente por
el hecho de estar referido al futuro y progreso.
La Utopía30, constituye otra idea madre con una gran fuerza cultural desde los
inicios de la modernidad. Ya Bauman anota que la modernidad temprana era famosa por
la multiplicación de literatura utópica que no sólo se publicó y leyó, sino también se
discutió31. Y es que las sociedades imaginadas por Tomás Moro32, T. Campanella o F.
26
Para Comte existen tres estadios en la historia: religioso, metafísico, positivo. Son períodos de
desarrollo paulatino en los que la humanidad va de un menos a un más pleno.
27
Para Comte la reforma de la sociedad – espiritual, moral, económica- se logrará sólo en la etapa
positivista de la historia, cuando la organización social y la solución a todo tipo de problemas sean la
resultante de aplicar el conocimiento obtenido por el método propio de las ciencias naturales.
28
Gray, J., El silencio de los animales. Sobre el progreso y otros mitos modernos. DF México,
Sexto piso, 2013, pp. 15 y ss.
29
Op. cit., pp. 79-80.
30
Utopía es un término inventado por Tomás Moro que sirvió de título a una de sus obras escritas
en latín alrededor de 1516. Según la versión de varios historiadores, Moro se fascinó por las narraciones
extraordinarias de Américo Vespucio sobre la recién avistada isla de Fernando de Noronha, en 1503. Moro
decidió entonces escribir sobre un lugar nuevo y puro donde existiría una sociedad perfecta y socialista.
Moro hace referencia a dos neologismos griegos con esta palabra: outopia (ningún lugar) y eutopia (buen
lugar). La utopía de Tomás Moro describe una sociedad a través de la narración de los hechos que realiza
un explorador, Rafael Hytlodeo. Utopía es una república que establece la propiedad común de los bienes.
No existen los abogados y no envía a sus ciudadanos a la guerra -salvo en casos extremos-, pero contrata
mercenarios entre sus vecinos más belicosos. Tal vez Moro se basó en la regla monacal cuando describe la
manera en que funciona su sociedad, dado que él era un hombre de Iglesia. Desde entonces, se ha empleado
el término Utopía para describir tanto obras de ficción que presentan las ideas de un autor respecto a la
manera en que una sociedad se debe organizar mejor, como en comunidades fundadas para poner en práctica
tales teorías.
31
Bauman, Z., Sociedad individualizada, 2001, p. 78.
32
La Utopía de Tomás Moro describe una sociedad organizada racionalmente. He aquí un texto
sugerente: “Los que no han admitido la religión cristiana no persiguen a los que se han convertido. Pero
un recién bautizado se inflamó en su ardor, y aunque yo le amonestaba a que se callase, no se limitaba a
14
Bacon constituyen diferentes modelos de una sociedad ideal, faro referente de las
sociedades o ciudades que habrían de venir a futuro: las sociedades imaginadas en las
utopías habrían de convertirse en el futuro en sociedades reales. Revelan una concepción
del hombre, naturaleza, poder político e historia que opera como fundamento de la
racionalidad moderna, racionalidad propia de una nueva era plena de optimismo y de
expectativas en un mundo mejor. Bauman nos dice de ellas: “Las utopías modernas
fueron algo más que vuelos de fantasía…constituyeron un modelo del mundo venidero
dominado por el hombre, una declaración de propósito de obligar a ese mundo a
aparecer y un cálculo serio de los medios para hacerlo. Sirvieron también de tubos de
ensayo en los cuales se mezclaban los ingredientes básicos del pensamiento moderno y
se sedimentaba y daba forma al conjunto de las ambiciones modernas”33. La utopía,
entonces, es el diseño de la forma social moderna que habría de expresar el proyecto
emancipador con todos sus rasgos: centralidad del hombre, idea de progreso, paz y justicia
perpetua, organización racional de la sociedad (más adelante volveremos sobre esto),
ciencia al servicio del progreso y desarrollo del ser humano, esperanza trasladada desde
el absoluto trascendente, que es Dios, hasta la inmanencia, aquí en la tierra. En definitiva,
la utopía señalaba inequívocamente que era posible construir en este mundo la sociedad
humana perfecta hacia la cual todos los esfuerzos se encaminaban.
La utopía, de esta manera, se
transforma en un proyecto de modificación radical de un determinado orden social que
produce alienación y carencia para el ser humano con la consiguiente transición en el
futuro histórico, donde la humanidad lograra su plenitud y felicidad. Quizá la idea de
sociedad sin clases de Marx sea uno de los ejemplos más claros del pensamiento utópico
moderno a este respecto: se eliminan las desigualdades económicas, la división del trabajo
alienante para la clase obrera. En el futuro histórico la sociedad socialista imaginada será
una sociedad son clases, sin estado ni división del trabajo, una sociedad justa e igualitaria.
Allí los hombres productivos desarrollan su trabajo como un aspecto central de su
plenitud humana, su vida social, y demás actividades se desenvolverán de modo pacífico,
en libertad e igualdad, sin necesidad de un Estado controlador, sin existencia de ninguna
clase social privilegiada.
Uno de los rasgos más nítidos de la modernidad es el advenimiento de la ciencia
y su definitiva incorporación en la vida del ser humano. Será en el Renacimiento cuando
la ciencia comience a adquirir carta de ciudadanía34, especialmente a través de la
exponer con entusiasmo su fe cristiana, sino que condenaba a las demás, llamando impíos a los que no
querían adorar a la Santísima Trinidad, amenazándoles con el fuego eterno. Este tal fue preso, no tanto
como violador de la religión del país, sino por ser causa de tumultos y de alborotar al pueblo, ya que la
norma común es que cada uno profese con toda libertad la religión de su agrado…Estas leyes las hicieron
no solamente por conservar la paz puesta en peligro por la desunión y el odio, sino también porque están
persuadidos de que los diversos cultos son agradables a Dios y que por esto inspira a unos y a otros
diferentes ritos, juzgando que no era conveniente que nadie intentara con violencias ni amenazas forzar a
otro a creer aquello que uno tiene por verdadero”. T. MORO, Utopía, sobre la religión.
33
Bauman, Z., op. cit., p. 78.
34
La gran revolución científica del siglo XVII fue preparada por los hombres de ciencia del
Renacimiento. La ciencia renacentista presenta a la naturaleza como un sistema sencillo y ordenado, en el
que cada acción es totalmente regular y necesaria: la naturaleza es el dominio de las matemáticas. El gran
libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático, siendo sus caracteres los mismos círculos,
triángulos, etc.., en consecuencia, el método de la filosofía será buscar la verdad con razones claras y no
mediante fantasías y poesía. El científico se sitúa frente a la naturaleza, muy lejos de la actitud simpática
del mago, con fría objetividad. Observación y demostración serán los dos elementos indispensables de su
método científico, que producirán la llamada revolución científica del S. XVII. La verdad o falsedad se
debe conocer por la experiencia y cuando existan demostraciones matemáticas; las diferencias entre la
nueva ciencia y la tradicional forma de entender el saber filosófico acerca de la naturaleza se reduce a:
utilización de distintos lenguajes, distintos métodos y pretensiones o métodos diferentes. La ciencia necesita
15
un nueva moral, reemplazará a la religión y filosofía, y logrará una sociedad justa, libre,
plena.
El conocimiento científico-técnico, finalmente, confiere no sólo saber, sino que
poder. Ese poder junto con el ideario de transformación social, configurará un ser humano
volcado a dominar la naturaleza y al cambio de la sociedad. Tal rasgo pertenece a otros
de las características de la modernidad: se trata de la primacía de la praxis (acción,
actividad del hombre con poder para influir y modificar el estado de cosas) por sobre el
conocimiento teórico y contemplativo. El hombre se va haciendo por la praxis, esa misma
praxis genera la moral, transforma la realidad social acorde a los ideales de paz, justicia
y libertad, o bien conduce a la sociedad sin clase donde se habrán superado todas las
alienaciones (Marx).
Un último rasgo de la dimensión social de la modernidad es la organización
racional de la sociedad, se trata de la aplicación de la razón instrumental a la sociedad
en orden al despliegue el proyecto emancipatorio en el plano social. En un intercambio
epistolar entre Freud y Einstein, al preguntar este último sobre si algún día se acabarían
las guerras, el padre de la psicología responde: “lo ideal sería, desde luego, una
comunidad de hombres que hubieran sometido su vida instintiva a la dictadura de la
razón. Ninguna otra cosa sería capaz de producir una unión más perfecta y resistente
entre los hombres…pero es muy probable que esta esperanza sea utópica”37 Más allá de
las bases de pensamiento que sostienen la afirmación del fundador del psicoanálisis – y
que se deje ver un dejo de escepticismo con el cambio de significado del concepto
“utopía”- lo claro está que la comunidad de hombres, la sociedad, diríamos nosotros, debe
estar regulada y configurada con el fierro gobierno de la razón para su correcto
funcionamiento. Esta primacía de la razón en el orden social se deja ver también en
nuestras ya conocidas utopías. Las ciudades ideadas ahí implican la instalación de un
orden social diseñado por la razón moderna, la cual opera mediante una meticulosa
planificación racional del entorno de la vida cotidiana, aterrizando hasta los detalles del
diseño del espacio urbano. Se trata de la razón moderna funcional, ordenadora, eficaz:
“no hay nada caótico en estas ciudades: en todas partes reina un orden perfecto y
asombroso…todo en la cuidad es funcional…domina en ellas una perfecta regularidad.
Las calles son anchas son anchas y tan rectas que se tiene la impresión que se han trazado
con reglas”38. Pues bien, la sociedad ordenada, la sociedad emancipada, aquella de la
revolución industrial, aquella del trabajo liberador, de la paz perpetua y el desarrollo
social pleno necesariamente se diseña operativamente a partir de la organización según la
razón instrumental. La sociedad aparece como un gran sistema en el que se van
especificando y definiendo funciones, se va desempeñando roles según un orden y
procedimiento de corte racional. Las distintas esferas de la sociedad (salud, educación,
economía, poder legislativo, político, judicial, etc.) se van separando, especializando y se
organizan según una razón funcional y técnico –instrumental. Es consecuencia del
proceso de racionalización característico de la modernidad39 (Weber). Surgen
instituciones, modos de organizar la producción (economía capitalista), administración
pública (busca organizar cada vez mejor la sociedad), burocracia, todas ellas configuradas
racionalmente, con tendencia al cálculo, moldes racionalmente prefijados, a la eficacia
técnica y con alto grado de funcionalidad (todo sirve para algo). Su lenguaje nos es
familiar: acción estratégica, plan de desarrollo estratégico, organigrama, carta Gantt,
37
Freud, S., Why War?, p. 213, Tomado de Gray, J., op. cit, p. 93.
38
Baczko, B., Utopian Lights; The evolution of the Idea of social progress, Nueva York,
Paragon, 1989, pp. 219-235, tomado de Bauman, Z, op. cit., p. 79.
39
Este proceso de racionalización abarca a todas las expresiones de la cultura: arte, filosofía,
economía, moda, derecho, arquitectura, estado.
17
tareas y roles definidos según sus funciones, planificación semestral y anual, evaluación
de los resultados. Aquí, además, el orden, la disciplina, el cumplimiento exacto de tareas
previamente delimitadas son de capital importancia para la eficiencia y logro de las
metas40, para el desarrollo, modernización y progreso de la sociedad. Para ello es contar
con un sujeto disciplinado por el poder, necesario para que funcione bien el sistema según
una función (administración, instituciones, burocracia) que está racionalmente definida
dentro de una organización social, convirtiéndose en un engranaje de una máquina que
debe cumplir disciplinada y mecánicamente con sus tareas para así lograr metas fijadas,
donde recibe un premio o gratificación si ha realizado con excelencia su trabajo, es decir
si ha rendido bien en su función.
Cabe consignar, finalmente, una observación al proyecto social de la modernidad.
El moderno va desconfiando rápidamente de la religión o creencias de la fe como fuerzas
para realizar un cambio de las proporciones necesarias para producir un nuevo orden
social. Por eso que la fe del moderno recaerá en todo lo que pueda ser agente de cambio
del cual él mismo pueda ser gestor con su praxis: educación, política, economía, estado.
Se trata de instancias de cambios externas al hombre que transformarán al hombre mismo
o bien a la sociedad, para que ese cambio llegue al ser humano. Lentamente se irá por la
pendiente del cambio estructural, las modificaciones de las condiciones exteriores
asumiendo que eso, de suyo, lograría transformar al ser humano en su interioridad y darle
las condiciones de su desarrollo, emancipación y progreso.
2. Modernidad y Secularización
A. Introducción
La temática de la secularización es un concepto ampliamente difundido y
discutido en el ámbito de las ciencias sociales, historia, filosofía y teología. Hija de la
Modernidad, el impacto que la cosmovisión que se origina e implanta con la
secularización ha sido de enormes proporciones en Occidente. De modo particular lo ha
sido para la cosmovisión creyente –católica, cristiana y religiosa en general, ya que la
secularización plantea operativamente una imagen del ser humano, la sociedad, la
naturaleza y el universo que supone implícita o explícitamente una valoración, un lugar
de la religión en esta nueva cosmovisión y, por ende, una toma de postura frente a ella a
partir de los nuevos paradigmas introducidos por la secularización en Occidente.
En efecto, la secularización es un fenómeno que nace y se desarrolla con la
modernidad e incide fuertemente en la actual configuración de las sociedades
occidentales, de hecho, la historia de occidente no puede comprenderse sin referirse a este
fenómeno social. Se podría afirmar que con el advenimiento de la modernidad se instala
una comprensión de la relación Dios- mundo, religión-sociedad que es radicalmente
distinta a la concepción que tenían las religiones y pueblos antiguos, catolicismo medieval
y el protestantismo que nace en los albores de la modernidad.
40
“Hay todavía otro cauce por donde penetra la racionalidad procedimental del estado moderno:
a través del criterio ordenador de la disciplina. Desde la práctica científico-técnica hasta la fábrica, pasando
por la medicina, los hospitales, las casas de salud y la Iglesia, se expande un enorme esfuerzo disciplinador”.
J.M. MARDONES, Postmodernidad y cristianismo, Santander, Sal terrae 1988, p. 28.
18
41
Davie, G., Sociología de la religión, Akal, Madrid, 2011, p. 69.
42
Habermas, J., p.11
43
A este propósito Berger sostiene que una de las propiedades de la religión es establecer un
cosmos sagrado. Cfr., Berger, P., El dosel Sagrado, p. 40 ss.
44
Idem.
19
45
Habermans, J., op. cit., p. 32.
20
47
Carta del Papa Gelasio I al Emperador Anastasio I, año 494. Tomado de Enrique Gallego
Blanco, Las relaciones entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media, Ediciones de la Revista de Occidente,
Biblioteca de Política y Sociología, Madrid 1973, pp. 82-83.
22
expresa tanto del Papa como de Lutero). Llega la paz de Augsburgo o la paz de la religión
(1555) donde se reconoce a cada uno de los príncipes del imperio alemán la posibilidad
de elección de su propia religión y la consiguiente adhesión de sus súbditos a tal religión
(estaban obligados a ello). Nacía el estado confesional: a tal rey, tal religión del territorio
sometido a su autoridad. La paz duro poco, en Francia, como antecedente de lo que estaba
por venir ocurre la sangrienta matanza de san Bartolomé: la noche del 23 al 24 de agosto
de 1572 los protestantes franceses son masacrados por los católicos en París, previo cierre
de las puertas de la cuidad. Tal masacre se extendería durante los meses siguientes por
toda Francia. Luego sigue la Guerra de los Ochenta Años (Países Bajos, en donde el norte
se hizo protestante y el sur continuó fiel a la monarquía católica). Tras una Tregua de
doce años, llegó a la última y no menos cruel fase: la guerra de los treinta años (1618-
1648). Fue un conflicto europeo global, iniciada a partir de los nuevos enfrentamientos
católico-protestantes en Alemania, y en el que intervinieron España, Francia y las
monarquías escandinavas. A esto hay que agregar las simultáneas guerras de los tres
reinos en las Islas Británicas, las cuales tuvieron un componente religioso esencial y en
donde los católicos fueron masacrados en Inglaterra a manos de los anglicanos. La guerra
entre cristianos convulsionó y dividió el viejo continente, pero sobre todo puso en jaque
la idea del cristianismo como fuente de paz y unidad social, como principio legitimador
del orden social. Además, dejó entrever la solución endeble de los estados confesionales
ya que –en el fondo- era una solución discriminatoria y fuente de arbitrariedad en el plano
civil, no sólo para los cristianos que no adherían a la religión oficial del Estado, sino frente
a otras religiones (judaísmo, islamismo). Hecho clave será la paz de Westfalia (1648).
Con esto se detienen las guerras de la religión y ocurre un hecho clave: el nacimiento del
estado-nación definido por la territorialidad, que derrumba el sistema de organización
feudal. De todos modos, persistía la confesionalidad del estado, lo cual generada
discriminación fuerte en los derechos de los ciudadanos que no pertenecían a la religión
oficial del Estado. O bien habrá un control absoluto del poder religioso sobre el civil,
como el caso de la Ginebra de Calvino en donde el gobierno civil estaba ordenado
directamente desde la Sagrada Escritura, normado rígidamente (el disenso se eliminaba
rápidamente) y controlado por un grupo de venerables hombres de fe que decidían sobre
la suerte de la cuidad. El Estado nacional católico (España, Francia, Austria), por otra
parte, se transformó en una alianza “trono y altar”, en donde se suprimió rápidamente la
tolerancia religiosa y se creyó que había un solo modo católico-oficial (por ser la religión
verdadera) de abordar y solucionar los problemas sociales (de todos modos, al final, la
Iglesia Católica, “pagó” está alianza con la exigencia de una obediencia incondicional
férreamente vigilada).
Llegamos finalmente a las monarquías absolutas48. Fue una forma de gobierno y
de organizar el poder político que se desarrolló entre los ss. XVI al XVIII, a partir de la
unificación de los Estados europeos —España, Inglaterra y Francia— y hasta la
Revolución Francesa. Fue una evolución de los estados nacionales que nacen con el
quiebre del cristianismo europeo a causa de la reforma protestante.
La monarquía absoluta ya está instalada al estallar la guerra de los 30 años. Krebs
afirma que se formó en oposición contra los poderes universales, locales, papales,
imperiales y de los señores feudales49. Explica su surgimiento como respuesta a la
descomposición del régimen feudal y los conflictos religiosos, que llevo a países como
Francia, al borde de la desintegración total. La respuesta para superar este estado de
anarquía y descomposición fue la monarquía absoluta. A modo de síntesis diremos que la
48
Para la descripción y fuente de la monarquía absoluta me he remitido a Krebs, R., La Monarquía
absoluta en Europa. Ediciones Universitarias, Santiago, 1979.
49
Idem., p. 19.
23
monarquía como forma de gobierno y la figura política del rey con su poder, tiene su
fundamentación y legitimidad en la religión, en concreto en el cristianismo. De hecho, el
filósofo y jurista Juan Bodino (1529/30-1596), uno de los pensadores políticos de gran
relieve del s. XVI, le dará su forma jurídica en su famosa obra “Los seis libros de la
república” (1576). La monarquía consiste en que todo el poder público y de gobierno
reside en manos de una sola persona: el monarca. Su poder es absoluto: no está sometido
a ningún control, no debe rendir cuenta a nadie, salvo a Dios y su conciencia (voz de
Dios). Sus decisiones son inapelables, en él residen los tres poderes (legislativo, judicial,
ejecutivo). Por lo mismo puede revertir las decisiones de un tribunal o dictaminar leyes
del tipo que sean sin rendir cuentas a nadie; es decir, tiene poder para derogarlas o
modificarlas parcial o totalmente. A él también le correspondía nombrar los magistrados.
Es el Señor y dueño del País. No existe poder alguno en la sociedad civil contra él, su
único límite son las leyes morales naturales y reveladas. Los súbditos le debían obediencia
pasiva y leal, además estaban excluidos de toda participación directa en la vida pública.
El fundamento de la obediencia era por principio de religión (es voluntad de Dios
consignada en la Sagrada Escritura) y por ley del Estado. Hay que decir en todo caso, que
el absolutismo no pretendió constituirse en un régimen arbitrario y despótico, quería
orientarse hacia el bien común. Ahora bien, el fundamento de este poder, soberanía y
forma de gobierno la encontró en la doctrina del derecho divino de los reyes: la monarquía
absoluta era el orden político que correspondía a Dios y a la naturaleza humana. El rey
obra en nombre de Dios y su autoridad deriva de él (es sagrada), es el un enviado de Dios,
la imagen visible del Dios eterno en la tierra para los asuntos de gobierno: sus leyes son
reflejos de la ley divina. El detenta de manera exclusiva la soberanía que proviene de
Dios. No tiene nadie encima de él, salvo Dios. Y todo en razón a que es voluntad divina,
la providencia de Dios para con los hombres es la que ha determinado esta forma de
gobierno. Quizá a nosotros nos cueste entender esto, pero “los súbditos pensaron que los
reyes consagrados, ungidos por el Señor, eran seres superiores. En Francia, el pueblo
estaba convencido de que los reyes estaban dotados del poder milagroso de curar las
escrófulas”50 . La monarquías absolutas – he aquí su ocaso- fomentaron sociedades
altamente estratificadas, con grupos sociales claramente privilegiados sobre otros, y con
grupos sociales como los trabajadores manuales y campesinos con prohibiciones y cargas
tributarias desproporcionadas. Por otra parte, el tipo de gobierno – como de hecho
ocurrió- no daba garantías suficientes a los derechos por igual a todos los ciudadanos,
había también una clara desigualdad económica que se sostenía estructuralmente, además,
en el caso de Inglaterra, la discriminación religiosa fue un factor no menor en su caída.
En ese contexto puede entenderse la famosa afirmación “liberté, egalité, fraternité”. En
el siglo XVIII caen la monarquía inglesa (después de un largo proceso) y la monarquía
francesa (mediante la revolución y la guillotina). La monarquía española, en cuanto a su
condición de absoluta, llega a su fin en el s. XVIII, luego de tres guerras y donde el ideario
del estado liberal logró hacerse paso constitucionalmente.
Desde la perspectiva de la secularización, con la formación del Estado moderno y
la democracia se opera un giro en 180 grados a toda la forma social de gobierno y
autoridad descrita. En realidad, es una de las grandes revoluciones de occidente: se
50
Idem, P. 30. Bodino afirma “No hay en el mundo, junto a Dios omnipotente nada más grande y
sublime que la majestad de los reyes…no hay que hablar ni pensar de ellos sino como enviados del Dios
eterno y omnipotente…quien ofende al supremo soberano a quien le debe obediencia ofende a la majestad
de Dios…las leyes y costumbres dependen del arbitrio y de la voluntad de aquel que ejerce el poder
supremo del estado. Por consiguiente, la soberanía no puede ser compartida por los súbditos…Para el
Estado es muy importante que la dinastía sea sacrosanta, con el fin de que el estado no se derrumbe con
la muerte de un rey”. Los seis libros de la república, I, tomado de Krebs, R, op. cit, pp 29-30.
24
51
Todo este pensamiento lo expone en su libro El Utilitarismo (1863)
25
que es una ética que prescinde de Dios, centrada en el hombre, en sus pasiones medidas
y dirigidas por la razón, sin referencia a alguna ni a la revelación ni a religión alguna.
Mill, cuando escribe su obra El Utilitarismo, estaba, entre otras cosas
reaccionando contra Kant (al que denominaba “gran filósofo”), pero no en cuanto al fondo
del pensamiento (autonomía del obrar humano), sino a una serie de inconsecuencias y
lagunas en la aplicación de sus principios. Con todo Kant, también representa la
secularización del ideario de la ilustración en la ética, aunque con una diferencia respecto
a los ilustrados franceses y el liberal Mill (que continuaba la línea ética de Bentham y
Hume): postulaba a Dios como principio sostenedor de su ética autónoma, aunque no
fuera más que un postulado incognoscible sin incidencia en la estructura del obrar ético
del ser humano. El filósofo de Könisberg no podía aceptar un código moral externo dado
(revelado, surgido por costumbre, o por una moral de mandamientos con contenidos
objetivos externos) al que había que ajustar y someter pasivamente el obrar moral libre
por fuerza coactiva exterior. Frente a esto, la secularización de la ética Kantiana52 se
refiere a que en último término es la razón práctica que formula a partir de sí misma una
serie de imperativos éticos universales con los cuales la voluntad se determina a obrar
aplicándolos a los casos particulares. Simplificando algo su pensamiento, algunos de
estos imperativos eran “obra por el deber en cuanto deber solamente”, “trata siempre a la
persona no como un medio sino como un fin”. La bondad y moralidad de las acciones
vienen determinadas por la intención del sujeto y por la aplicación de estos imperativos,
más que por una ley moral objetiva y exterior al sujeto cuyo origen y fuente de sus
contenidos y preceptos provienen de una religión o de la revelación cristiana (aunque al
igual que Mill, la matriz implícita o supuesta de los contenidos era todavía cristiana) o de
una moral de contenidos objetivos externa al sujeto. El punto esta es que Kant prescinde
de la religión y funda en la constitución del ser humano mismo la fuente y valoración
moral del acto ético. La moralidad funda la religión, la cual queda circunscrita a los
límites de la razón. Así enuncia como postulado del obrar ético la inmortalidad del alma
y a Dios, no en cuento realidades cognoscibles sino en cuento principios que se requieren
o exigen para que el ser humano le dé sentido y unidad a la decisión ética propia, a su
experiencia moral autónoma.
Dejamos para terminar la cuestión de la racionalidad científica y su impacto en el
proceso de la secularización. Empecemos con la famosa conversación de Napoleón con
Laplace. Después que Bonaparte –que saqueó el Vaticano y tuvo prisionero al Papa-
ojeará el libro del físico “Tratado de la mecánica celeste”, le comentó a Laplace: Monsieur
Laplace, Newton habló de Dios en su libro. Recorrí el suyo y no lo he encontrado
nombrado una sola vez. El físico – que no era precisamente lo que se dominaba un
caballero para la época- le respondió: Sire, nunca he necesitado esa hipótesis. No hay
que tomar la afirmación como una declaración de “ateísmo científico”. El asunto es más
complejo y remonta al gran físico inglés I. Newton, quien con la ley de la gravitación
universal explicaba la atracción y movimiento de los cuerpos del universo (planetas,
lunas, soles, etc.) y, de paso, daba un nuevo golpe a la cosmología aristotélica. El punto
está en que, recogiendo las aportaciones de la física anterior,9 la ley gravitacional
refrendaba la afirmación de que los planetas del sistema solar se movían en trayectorias
elípticas perfectas. El problema era - Newton lo sabía- que había ciertas irregularidades
en esos movimientos, por ejemplo, para Marte y las órbitas de Saturno y Neptuno. Newton
no podía explicar estás perturbaciones con la ley de gravedad universal, lo hizo
postulando a Dios como causa que ocasionaba esas anomalías en los movimientos. ¿Qué
hizo Laplace? Con los avances de las matemáticas que no poseía Newton, estudiando a
52
El pensamiento moral kantiano se puede encontrar en su Crítica a la razón práctica y en su
Fundamentación de la metafísica de las costumbres.
26
espontánea, como la cosmovisión recién descrita, se debe a Darwin, el enunciar una teoría
científica que con el tiempo fue acumulando evidencia de múltiples disciplinas
(paleontología y genética, por nombrar dos) y que desbancaba esta imagen de mundo,
este cosmos sagrado. La edad de la tierra, la idea de que las especies proceden de otras
(están emparentadas), donde hay cambios que morfológicos que demoran siglos, la idea
de que el hombre no es un ser excepcional en el mundo animal, sino que procede de un
ancestro anterior y común a otras especies actuales emparentas con el hombre (por
ejemplo, los simios), la explicación del porqué ocurre estos procesos evolutivos, una
concepción dinámica y cambiante del mundo causó un verdadera conmoción en el mundo
cristiano y un rechazo fuerte hacia el zoólogo inglés. Con todo hay que decir que no todo
el mundo cristiano reaccionó. J. H. Newman no vio problema en compatibilizar la teoría
de la evolución con el dogma católico (él mismo aplicó la idea de evolución y desarrollo
al dogma católico). Y de hecho el mismo Darwin escribió en el prólogo a la sexta y última
edición de su Origen de las especies –curiosamente omitida u olvidadas por muchos
sostenedores de una teoría de la evolución radical (evolucionismo)- que: “Hay grandeza
en esta opinión de que la vida, con sus diversas facultades, fue infundida en su origen
por el Creador en unas pocas formas o en una sola ley y que…innumerables formas
bellísimas y llenas de maravillas se han desenvuelto de un origen tan simple, y siempre
siguen desenvolviéndose”. También escribió en ese mismo libro: “No creo que haya
razón bastante para que las teorías dadas en este volumen choquen a los sentimientos
religiosos de nadie…A mi juicio, se aviene mejor con lo que conocemos de las leyes
impresas en la materia por el Creador, el que la producción y la extinción de los
habitantes pasados y presentes del mundo sean debidas a causas secundarias, como las
que determinan el nacimiento y la muerte de los individuos…”. El punto está en que –
nuevamente- emerge la racionalidad científica que desintegra una imagen de cosmos
sagrado y opera en sus métodos y conclusiones con autonomía propia, a tal punto que
ahora no es el saber que se tiene que ajustar a la fe y doctrina del creyente, sino que la
enseñanza de un credo, las afirmaciones del dogma y Sagrada Escritura, para ser validadas
deben dar cuenta de los cuestionamientos y dificultades que la imagen científica del
mundo le plantea,
Hemos hecho un largo recorrido, graficándolo con ejemplos, del proceso de
secularización iniciado en la modernidad. Pensamos que ya estamos en condiciones de
precisar este concepto, que –como hemos dicho- suele estar sujeto a confusiones.
De este modo y a partir de todo lo expuesto entendemos secularización en la línea
de la diferenciación introducida por los principios de emancipación, autonomía y
racionalidad propia de la modernidad. Así secularización significa: diferenciación
autofundante e independencia de las esferas temporales o del mundo respecto de las
instituciones, creencias, valoraciones, normas y control legitimador procedentes del
ámbito religioso.
Diferenciación autofundante, en cuanto lo temporal, las áreas del saber, el arte, el
derecho, la sociedad y sus instituciones se distinguen nítidamente del ámbito religioso,
cada una se autoconstituye y específica como una unidad en sí misma (por ejemplo, la
economía, el derecho, el arte, la física, la salud, educación, administración pública) a
partir de los fundamentos, métodos, objeto que abarcan, leyes que se dan a sí mismos a
partir de la razón. Independencia en cuanto significa autonomía; cada área de la realidad
(por ejemplo, el Estado y el derecho que lo delinea) se autorregulan, se “valen y justifican
por sí mismas, sin buscar legitimidad en ninguna dimensión del ámbito religioso. Como
afirma Davie “en el plano societal sobresale la diferenciación funcional, observándose
que un conjunto de sectores sociales históricamente sujetos al control de la Iglesia
comienza a convertirse gradualmente en esferas provistas de entidad propia y de
28
53
Op. Cit, pp. 79-80
29
O bien no existe religión alguna, ya que no puede ser demostrada en modo alguno por la
razón, incluso no tienen arraigo ni en la naturaleza misma del ser humano (Paine,
Bentham). La fe y la religión se reducen a un sentimiento que puede tener utilidad en la
medida que estimule la mejora de la humanidad, pero la existencia de una religión
revelada o natural no posee evidencia externa que permita demostrar su existencia y sus
creencias (Mill). La religión se presenta como algo irracional (contraria a la razón) y un
mero sentimiento. En su esencia, todas las religiones son iguales y quedan reducidas a lo
que de Dios podía inferir a partir del cosmos la ciencia o la razón de tipo empirista
obtenían (deísmo). Quizá la afirmación de Mill grafique el estado de la cuestión: “de las
evidencias de cualquier revelación, se sigue que la actitud racional de una mente pensante
hacia lo sobrenatural, en la religión revelada o natural, es la del escepticismo…y del
ateísmo”55. El utilitarismo que tiene su origen en J. Bentham56 sostiene un fundamento
de moralidad que emana de un criterio objetivo, racional e inmanente: la utilidad,
determinado por lo que no procura mayor felicidad, en el sentido que nos produce mayor
beneficio, placer (lo único objetivo bueno en sí) o disminuye y previene el dolor (lo único
objetivamente malo en sí mismo). Para establecer la acción útil Bentham recurre a una
tabla con criterios racionales y evidentes para cuantificar el placer y el dolor. Señala que
la voluntad de Dios no es estándar del bien y el mal, ya que su interpretación de esa
voluntad varía en razón de la diversidad de religiones (relativismo religioso), el hombre
pierde autonomía y no es un criterio neutro. Rechaza, entonces, que la fuerza, sanción y
criterio de la obligación moral se originen en Dios ya que no hay experiencia (empírica)
arraigada en el hombre mismo que sea evidente para la razón que permita tal
fundamentación y proceder.
La religión, y el cristianismo en particular, pierden pie en el occidente europeo de
la modernidad como fuente de la cual deriva la ética, la organización e instituciones
sociales, la visión del ser humano que pueda solucionar sus problemáticas y procurar un
real progreso humano y explicación consistente y sólida de la realidad. Aquí ya tenemos
las bases de lo que llevará siglos más tardes a sostener el fin de la religión por efectos de
la secularización.
Volviendo al siglo pasado un autor merece especial atención como sustentador de
la teoría del fin de la religión por efectos de la modernidad: Bryan Wilson. Escribe “la
religión en perspectiva sociológica” (1982) y hasta su muerte (2004) se mantendrá como
férreo defensor de la teoría de la secularización en cuanto declive de la religión y pérdida
de significado en el entramado social. No señala el fin de la religión, pero si su total
pérdida de relevancia en la sociedad y para el individuo.
En realidad, el descenso de la práctica religiosa, la crisis de las iglesias cristianas
en Europa, los cambios de mentalidad de los mismos creyentes que desertaban de las
enseñanzas de sus confesiones cristianas, una buena parte del mundo bajo el yugo de la
dictadura del comunismo (Unión Soviética, China, Vietnam del Norte, Corea del Norte,
Cuba) que implantaban el reemplazo de la clase de religión por la de ateísmo científico e
intentan eliminar todo rastro de presencia religiosa (con persecución y martirio en varias
de esas naciones y negación de la libertad religiosa) hacía presagiar el inminente fin de la
religión. Como veremos, está “predicción” más que fundarse en la siempre dificultosa
interpretación del dato duro de los estudios cuantitativos, respondía a una petición de
principio de ciertos planteamientos que respondían a una visión parcial, sesgada y errónea
sobre la religión y sobre la modernidad y la secularización. A lo que hay que añadir la
legislation, Oxford, Claredon Press, 2da ed., 1823, pp. 1-7, 21-23, 29-31, 111-112, 122-124, 171,
31
63
Op.cit, pp. 15-16
64
Op. cit,, p. 112
65
Op. cit., p. 113.
66
Grodin, J. La filosofía de la religión, Herder, Barcelona, ed. digital, p.22
67
Idem, p. 38.
68
Op. Cit., p. 2.
69
El profesor emérito de Harvard escribe en 1994 Fuego del cielo: el auge del Pentecostal
Espiritualidad y la reconfiguración de la religión en el siglo 21, donde da un giro a su postura de los 60’ y
70’. Realiza una propuesta religiosa cristiana en torno a la espiritualidad (prescindiendo del dogma),
enfatizando el encuentro y diálogo del cristianismo con otras religiones.
70
Op. cit., p. 6.
34
71
La Enciclopedia Cristiana Mundial consigna al respecto que a comienzos del siglo XX el 50 %
de la población mundial profesaba tanto las religiones cristianas, el catolicismo, el protestantismo, el islam
y el hinduismo, a principios del siglo XXI esta cantidad se elevó al 64 %, y se estima que en el año 2025
alcanzará al 85 %. La Encuesta Mundial de Valores confirma también esta tendencia sobre el crecimiento
de la participación religiosa.
72
Op. cit, p. 9.
73
Op. Cit., p. 16.
74
Parker, C., Pluralismo religioso, educación y ciudadanía, en Sociedad y Estado, Brasilia, v.
23, mayo-Agosto, 2008, pp. 281-353.
35
75
A este propósito cfr. Anexo estadístico del documento “una idea de religión”.
36
humanidad para el 2050. Son varios los hechos sintomáticos en los que se expresa este
crecimiento: el vigor expansivo del pentecostalismo protestante, el crecimiento del
catolicismo al ritmo de la población mundial, la presencia de la religiosidad popular76 en
América latina (un “colchón religioso-cultural que no pudo demoler la modernidad), el
crecimiento y fuerza cultural del islamismo, el emergente cristianismo en sectores “no
tradicionales”, como África y Asia e, incluso en Estados Unidos (en 1861 era el 1% de
la población de ese país, el 2015 alcanzaba el 26, 5 %). Podríamos decir que el relato del
monoteísmo está en desarrollo, y que va seguir creciendo debido a la naturaleza de este
tipo de religión a salir fuera de sí misma hacia la sociedad y cultura, además de dos datos
no menores: la tasa de natalidad y el porcentaje de población joven. En este contexto cabe
hablar de la “revancha del monoteísmo” (P. Berger): el resurgir y expansión del discurso
religioso monoteísta y su propuesta universalista, es decir la de existencia de solo Dios-
uno que sale a buscar a cada hombre y mujer, para transformarlos y formar una sola
humanidad redimida (manteniendo la identidad propia y singular) en torno a él,
movimiento que apunta a su estado final en el mundo suprahistórica de Dios77.
76
El fenómeno de las peregrinaciones o las fiestas religiosas de los santos es una realidad viva en
Latinoamérica. Pensemos que en Chile, para la fiesta de la Inmaculada Concepción (8 de Diciembre)
peregrinan anualmente medio millón de personas. No olvidemos, las peregrinaciones a la Virgen de
Andacollo y a la Tirana. Este fenómeno es posible encontrarlo en toda América del Sur.
77
No deja de ser sintomático que EWTN (más conocido como el “canal católico” o el “canal de la
Madre Angélica”) llegue actualmente a más de 240 millones de hogares en todo el planeta y se transmite
en 11 redes distintas en múltiples idiomas. Sigue abriendo estaciones, no tiene publicidad y sigue creciendo
en audiencia. Y esto sin contar con los canales de la Iglesia Protestante, los cuales también tienen alta
teleaudiencia. Añadamos a eso la multiplicación la proliferación de radios religiosas. Por otra parte no hay
que olvidar que los sitios religiosos son de los más visitados en la red y crecen los blogs dedicados
exclusivamente a lo religioso o espiritual. Todo esto hubiese sido impensable en la década de los 70´-80´.
37
Barret, J.L., “The naturalness and freedom of religion”, ponencia para el instituto Whitherspoon,
78
Mayo 2011, p. 1.
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chicas más maduras. También muestra que las creencias religiosas se han asociado con
un mejor auto-tratamiento de los síntomas en pacientes con trastorno bipolar. Junto con
esto se ha presentado evidencia que reconoce en los creyentes una mayor fuerza ante la
pérdida de un ser querido y mayor capacidad de superar el duelo, menor tasa de
drogadicción y alcoholismo, menor tasa de suicidio, depresión, déficit atencional, menor
sexualidad precoz, mejores resultados académicos (escolar y universitarios), menor tasa
de deserción escolar, mayor actitud esperanzada y alegre ante la vida, mayor resilencia,
niveles más bajos de delincuencia, efecto positivo en la relaciones matrimoniales y
familiares, mejores hábitos de salud, menos depresión y mayor esperanza de vida, un
mayor autocontrol y regulación eficaz de actitudes y emociones, el desarrollo de
características como la amabilidad y la rectitud, ambas sustratos básicos para la
convivencia y la autorregulación. Quinceno, luego de exponer los resultados de las
investigaciones en países anglosajones y algunos en América Latina concluye que "la
religión y la espiritualidad mediante sus prácticas de meditación ...así como el soporte
grupal o social...posibilitan estados de tranquilidad que favorecen los procesos
cognitivos y la salud mental y física en las personas...lo que implican que puedan ser
empleadas como estrategias terapéuticas en procedimientos psicológicos multimodales".
A la vuelta de los últimos decenios, entonces, la investigación clínica y la segunda
psicología por lo menos ponen en jaque las premisas a priori de la primera psicología, la
tesis de que la religión es una expresión de un hombre patológico, neurótico, débil y
resentido ante la vida. La afirmación de Pals es clara con respecto a esta nueva situación:
“por lo menos desde la década de 1980 la asociación de religión con salud mental (y no
con enfermedad mental) ha surgido como un nuevo y promisorio enfoque de investigación
psicológica…también aquí en contra de Freud, la religión emerge a menudo de estas
investigaciones como un aliado del bienestar físico y mental. Tal vez un ejemplo pueda
servir de la mejor manera para representar este programa…la obra titulada
Forgiveness: Theory, Research and Practice (2000) compilado por Michael McCullough,
Kenneth I. Pargament y Carl E. Thoresen reúne una serie de los estudios más recientes
centrados en el cautivante tema de la religión, como agente de reconciliación, como
fuente de reparación de relaciones dañadas. Casi puede decirse que estos teóricos han
puesto patas para arriba el reduccionismo freudiano. Para ellos la religión no es una
enfermedad que sólo el psicoanálisis puede curar, sino una terapia que el psicoanálisis
no puede ofrecer”79. Además, pone entredicho la teoría de la secularización y la visión
nietzscheana de la religión, particularmente del cristianismo. No es de extrañar entonces
que J. Lacan, voz autorizada del segundo psicoanálisis (junto a Jung y Frankl se apartan
de su maestro Freud) afirme en su famoso libro "El triunfo de la religión" que "la religión
es inagotable...Ni siquiera se puede imaginar lo poderosa que es la religión...la
religión…tiene recursos que ni siquiera podemos sospechar".
¿Qué implicancias tiene el colapso de la tesis del fin de la religión por efecto de
la modernidad? No se trata aquí de descalificar los estilos de vida y jerarquía valórica de
los no creyentes, ni pretendemos cuestionar los principios constitutivos de su increencia.
Nadas más lejos que eso. Lo que perseguimos es mostrar que las afirmaciones y
predicciones que anunciaban el fin de la religión y en ese sentido utilizaban el término
“secularización” simplemente resultaron erróneas, no se han cumplido, porque se
sustentaban en premisas falsas. Aun cuando hoy hay autores que la siguen sosteniendo
(Steve Bruce, por ejemplo), para nuestro propósito, hacemos nuestra la afirmación de
Davies “Berger, Martin y de hecho yo misma estamos cada vez menos convencidos de
que el vínculo entre modernización y secularización pueda seguir sosteniéndose, al
79
Pals, D., Ocho teorías sobre la religión, Herder, Barcelona, 2008, p. 488
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menos en una parte notablemente significativa de Occidente próspero, por no hablar del
mundo en vías de desarrollo –un cambio de perspectiva que está consolidándose
claramente- Y, si eso es, efectivamente lo que está sucediendo, las implicaciones que se
derivan, tanto en la esfera política como en el ámbito de la teoría sociológica son
inmensos. De ahí que resulte de vital importancia que nosotros- es decir, los académicos,
los periodistas, los políticos, los impulsores de medidas públicas y los fieles que practican
una religión- nos cercioremos de haber acertado en el diagnóstico”80.
Nosotros pensamos que sí acertamos en el
diagnóstico – al menos cuantitativamente- lo cual supone pones en jaque todo el
constructo teórico que intentaba explicar el hecho religioso como un estado patológico,
infantil, oscuro e irracional del ser humano, planteando una oposición entre religión y
modernidad, entre fe y racionalidad. Le quita el piso argumentativo a la afirmación del
efecto benéfico y liberador que supone excluir a la religión como parte del proyecto
emancipador de la modernidad, a la asociación modernidad y secularización como fin de
la religión, en donde se daba por contado que al 2000 la religión ya estaría en su fase final
de extinción. Señala que la modernidad no lleva necesariamente a un abandono de la fe
por efecto de la secularización, sino a replanteársela en este contexto. Además, abre un
campo de estudio y propuesta interesante: ¿por qué el hombre moderno sigue creyendo’,
¿qué espacio le abre la religión que no le puede ofrecer el proyecto de autonomía de la
modernidad?, ¿Cómo pueden recomponerse la relación religión, modernidad y
secularización entendida como diferenciación?
80
Davie, op.cit, p. 89.
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hay evidencia del nexo causal que señale el paso necesario de una a la otra. Más aún hoy
en día co–existen religiones monoteísta y politeístas en una misma cultura (África e India
son un ejemplo de ello) y no se verifica el paso necesario ni el nexo causal establecido
por Frazer. Más aun, el cambio del politeísmo al monoteísmo (que el que sigue
predominando) no responde a las explicaciones que Frazer establece en su “Rama
Dorada”. E.B. Taylor (1832-
1917), de quien Frazer fuera discípulo, es otro caso de una explicación científica de la
religión que carece de evidencia, donde se da por supuesto – en el contexto de los
paradigmas de la modernidad- que las cosas debieron ocurrir así. Con ese supuesto, hará
deducciones erróneas acerca del origen de la religión. Su influencia no es menor, fue
leído e influyó en F. Engels y Nietzsche. Así postula en su “Cultura Primitiva” (1871)
que el origen de la religión radica en el “animismo” (creencia es seres espirituales que
daban vida a distintos componentes de la naturaleza), al que luego le seguirían – de modo
necesario y fruto de la evolución - el politeísmo y, finalmente, el monoteísmo, como una
religión más avanzada en cuanto a un Dios que ha ganado más supremacía en su ser,
abstracción y precisión en sus atributos (se iba de mortales divinizados a un inmortal
divinizado). Nuevamente no hay evidencia de tal proceso. No explica como en regiones
como la India de hoy co-existen religiones politeístas y monoteístas. Además, a finales
del siglo XIX A. Lang demostró que no era verdadero que las divinidades fueran ganando
en supremacía con el avance de la civilización. En su obra The Making of religion, mostró
que existían Dioses de gran desarrollo en cuanto a su imagen y atributos entre pueblos
tan antiguos como los aborígenes australianos y que la complejidad de la imagen de Dios
no era esperable para el nuestros “ignorantes” ancestros. Incluso entre los pueblos
politeístas frecuentemente se encontraba un Dios supremo y superior a las divinidades
secundarias que implicaba una alta representación del ser trascendente y absoluto para
una “mentalidad primitiva”. D. Hume, otro autor muy influyente, desarrolla sus
tesis sobre la religión en su “Historia de la Religión Natural”. Trata a los pueblos
ancestrales de “bárbaros e indigentes animales”, “ignorantes”, “irracionales”,
“primitivos” (con un tono benevolente superioridad). Representante del deísmo postula
la existencia de un Dios monoteísta e impersonal que ha originado el universo (creador)
al que se llega por evolución a partir de estados religiosos más “primitivos” e
“irracionales. Dios es una inferencia lógica, una deducción racional de la razón filosófica
y abstracta a partir del orden de la naturaleza. Rechaza a la religión revelada y califica al
catolicismo de “rara superstición”. Para el autor escocés la religión originaria del ser
humano es el politeísmo (la primitiva religión de la humanidad ignorante), afirmando que
parece cierto que conforme al progreso del conocimiento humano las masas ignorantes
hayan pasado a una noción vulgar de la divinidad a una más avanzada y racional como la
idea de un ser perfecto que ha creado la naturaleza, es decir el monoteísmo (como en
Tylor y Frazer, postula el desarrollo causal y necesario de del monoteísmo a partir del
politeísmo). La religión en su origen es una superstición irracional que se origina a partir
de los sentimientos humanos que surgen por los vaivenes, incertidumbres y temores que
conlleva la vida y la naturaleza (la destrucción de una cosecha por las fuerzas de la
naturaleza, la enfermedad, la lucha contra los enemigos, la peste, el hambre, la sed de
venganza, el temor a la miseria, el terror a la muerte). Todos estos sentimientos frente al
fluir incierto de la existencia y naturaleza habían llevado al hombre primitivo – que sólo
podía preocuparse de estos sentimientos primarios y elementales- a postular la existencia
de seres de gran poder que regían y controlaban el curso de los acontecimientos y la
naturaleza según un plan. Desconocedores de la ciencia y la filosofía no podían concebir
la existencia de un ser supremo creador y perfectísimo (monoteísmo deísta). La
tesis de Hume ha marcado fuertemente la mentalidad occidental: básicamente son los
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la racionalidad crítica y los paradigmas introducidos por la modernidad (sin olvidar las
limitaciones inherentes a esa época). En ese sentido se puede tratar de intentar explicar la
acción y presencia de Dios en el mundo contando, por ejemplo, con la imagen del
universo y ser humano que ofrecen las ciencias biológicas y la física. También la
autonomía no tiene que ser necesariamente opuesta la acción y gobierno divino. Puede
hablarse de una autonomía teorefencial, en cuanto a su origen y a su fin.
3. En esta línea emerge también el desafío de reconocer que el
mundo es en sí mismo bueno ya que ha salido de las manos de Dios y que existe una
laicidad que inserta por “derecho propio” en ese mundo, está constitutivamente abierta a
Dios (de ahí que la libertad religiosa es un derecho humano fundamental). Trabajo,
sexualidad, amistad, bienes materiales, entretención, virtudes humanas, justicia son
realidades propias del mundo que deben ser vividas desde dentro de modo positivo por el
creyente, sin buscar huir del mundo, sino viviendo en él como su “habitat natural” y a
plena condición de laico creyente que responde que a esta tarea como parte de la misión
que nace de la fe. El ideal cristiano ya no se centra tanto en la “fuga mundi” del monje,
sino en el testimonio y santidad del laico en y a través de las estructuras y actividades del
mundo, las cuales tienen que ser llevadas a su plenitud en Cristo. Esta es una tarea que
supone potenciar el perfil y misión eclesial del laico en el mundo y entender que su
vocación cristiana pasa por santificar y ordenar según el designio de Cristo la dimensión
en el mundo que tiene esa vocación. Implica – como veremos en la unidad IV- un laico
creyente que haga gala de una sana autonomía y que en esa autonomía sepa ser otro Cristo
en el mundo sin violentar la autonomía relativa de las estructuras temporales.
Esto mismo nos introduce al desafío de la modernidad que supone replantear la
relación vida terrena – vida eterna. La modernidad no creyente levanta contra el
cristianismo la seria objeción que ha sido una religión que se evade del mundo, incapaz
de transformarlo y ofrecer los bienes de paz, libertad y justicia que dice portar (marxismo,
movimiento positivismo, liberalismo racionalista). La vida eterna es un concepto evasivo
del mundo, el cristianismo no “toca” ni mejora la sociedad, no provee de soluciones a sus
diversas problemáticas (para no pocas corrientes de pensamiento moderno el cristianismo
mismo las habría causado). Por eso el desafío consiste en presentar una fe que asume las
realidades y problemáticas propias de las estructuras temporales del mundo, las vive en
cuanto a los valores y bienes que tienen en sí mismas (independientes de la revelación o
religión particular) y hace presente allí al Dios del Reino y la vida que comunica. De este
modo, asumiendo las estructuras, problemáticas y tareas propias de la sociedad en su
devenir de la historia y santificando todo desde dentro, coopera al desarrollo de la
sociedad y las culturas como condición necesaria para alcanzar la vida eterna. Se trata de
una fe que alcanza la vida eterna a través de su influjo en el ámbito de la sociedad.
4. El quiebre fe y razón –que está
detrás de lo anteriormente dicho- es otro de las problemáticas del cristianismo – católico
de cara a la modernidad. El racionalismo de la modernidad fue una forma de
individualismo donde el hombre a partir del uso de la razón autónoma determinaba el
estatus de conocimiento y la verdad en cualquier orden de cosas, con rechazo a toda
autoridad externa. Se trataba de una libertad racional que operaba con una idea de razón
abstracta, metódica y homogénea, donde todo ser humano podía alcanzar la verdad
siguiendo un proceso demostrativo con leyes lógicas que concluían en un conocimiento
totalmente comprensible e inteligible para la razón. Desde este punto de partida la religión
es regulada, medida y examinada por la razón empírica-cartesiana. El resultado es que la
existencia de la religión, dogmas y misterios no pueden demostrarse ya que carecen de
evidencias y de un aparato probatorio empírico-racional que produzcan un concepto o
afirmación lógica claramente comprensible a la razón. Los misterios de la fe carecen de
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racionalidad y no son hechos con rango de conocimientos, a lo más una mera opinión (así
se entiende por ejemplo el dogma del pecado original). De un modo radical, el
racionalismo moderno concluirá en que no existe religión alguna, ya que no puede ser
demostrada por la razón ni tener arraigo en el ser mismo ser humano o, incluso, ser
contraria a su propia naturaleza. La religión se presenta como contraria a la razón y un
mero sentimiento, una realidad que le quita autonomía al hombre. Como sabemos la fe y
su fuente (la revelación) pierden autoridad como lugar para fundamentar la moral y una
visión de hombre, así como la organización de la sociedad, incluso la fe mediada por la
razón carece de esa capacidad. Por lo tanto, la fe, al no poseer racionalidad, carece de
fundamento y, de este modo, deja de ser un principio configurador de la sociedad
Un aspecto específico el quiebre razón y fe,
es la oposición entre fe y ciencia surgida desde determinadas corrientes modernas (pe
racionalismo liberal inglés, positivismo). En realidad, más que la ciencia que se opone a
la fe, es una manera de entender el lugar y valor a la ciencia (cientificismo) la que afirma
la contradicción entre fe y ciencia. Aquí, el único conocimiento válido es el científico y
las únicas realidades que existen son aquellas que se demuestran por el método
experimental. Así, este modo de entender la ciencia le exige a toda religión – en particular
la revelación cristiana- el ser comprobada mediante el mismo método de la ciencia
(especialmente la física newtoniana). Se le exige el mismo tipo de razonamiento y
evidencia que se le pide a la geografía o la física. El resultado es que no hay evidencia
del Dios cristiano ni de Dios alguno. Tampoco de los dogmas cristianos. Conclusión:
Dios no existe, la fe es una explicación irracional que carece de evidencia empírica y
frena el avance del conocimiento y progreso humano. Lo irracional para un científico
sería el no rechazar la existencia de Dios en razón al conocimiento que provee la ciencia.
Surge aquí un término propio de la modernidad: ateísmo científico.
El desafío que aquí nos presenta la modernidad es volver a articular
e integrar la relación entre fe y razón, re-pensar tal relación a la luz la crítica de la
modernidad. En esa línea lo primero es mostrar el valor que ha tenido y tiene la razón
moderna, pero a la vez hacer ver sus límites. También se trata de mostrar que la fe posee
una racionalidad que le es propia y, en ese sentido, no se ajusta y va más allá que la razón
moderna, ya sea la que viene del racionalismo filosófico como la del cientificismo.
Particularmente importante es mostrar que el Dios cristiano, no es el Dios de los filósofos
no es un producto elaborado por la razón teórica moderna (por ejemplo, el deísmo). A
este propósito Gadamer señalaba el fracaso de la modernidad al intentar imponer la
universalidad de la metodología científica a todos los ámbitos del saber y la experiencia
humana, señalando los límites de tal razón al mostrar que hay formas de experiencia en
que se expresa una verdad que no puede ser verificada por medio del método de las
ciencias modernas. Y el entonces teólogo J. Ratzinger afirmaba que el conocimiento de
Dios no era el resultado de una construcción de la razón ilustrada y que era un error
identificar fe con ilustración (en cuanto conocimiento conceptual sistemático fruto de la
razón). Reducir a Dios a una idea clara y distinta o una inferencia que se puede hacer de
la información del cosmos que nos puede proveer la ciencia es empobrecer el rostro de
Dios, reducirlo a una noción. Múltiples autores han mostrado la insuficiencia de la razón,
ya sea para dar cuenta de la vida (Nietzsche), de la existencia concreta (Kierkegaard), del
hombre como misterio (Marcel), de su incapacidad para operar con la racionalidad de lo
concreto y personal en la decisión individual que supone una decisión moral o de fe
(Newman). En este
proceder es importante fundamentar que el acto de fe y la fe misma posee una
racionalidad, una lógica, evidencia y certeza que no proviene de la racionalidad de la
modernidad y podríamos decir que involucra aspectos de la razón que van más allá de la
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