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Domingo XXII Tiempo Ordinario

01 septiembre 2018

Evangelio de Marcos 7, 1-8.14-15.21-23

En aquel tiempo se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos


letrados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos
impuras (es decir, sin lavarse las manos).
(Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse ante las
manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al
volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas
tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas).
Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús:
 ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la
tradición de nuestros mayores?
Él les contestó:
 Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito:
«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El
culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos
humanos».
Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para ateneros a la tradición
de los hombres.
En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo:
 Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer
al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.
Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las
fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes,
desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades
salen de dentro y hacen al hombre impuro.

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DE LOS LABIOS AL CORAZÓN, DE LA RELIGIÓN A LA ESPIRITUALIDAD

El conflicto de los fariseos con Jesús se centró en cuestiones relativas a


la imagen de Dios, al carácter absoluto o no de las normas religiosas y
descendió incluso hasta las llamadas normas de pureza.
De un modo esquemático, podría resumirse en estas contraposiciones: la
gratuidad frente al mérito; el valor de la persona por encima de la ley; y el
cuidado de la interioridad frente a la absolutización de las tradiciones.

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En el texto que leemos hoy, Jesús trae un texto del profeta Isaías, que
desnuda radicalmente cualquier pretensión de absolutismo religioso: “ La
doctrina que enseña son preceptos humanos”.

Las religiones han sido (son) muy reacias a reconocer algo que, sin
embargo, resulta obvio: todas ellas son construcciones humanas . Nacidas a
partir de la enseñanza de algún personaje especialmente carismático, a quien le
fue dado “ver” más allá de lo habitual, no son otra cosa que el intento de
plasmar aquellas intuiciones místicas. Dicho de un modo más amplio: toda
religión es una construcción humana, con la que se trata de vehicular el anhelo
espiritual que habita al ser humano y que constituye una de sus dimensiones
fundamentales y, por tanto, irrenunciable. El humano es un ser habitado por un
misterio mayor que él mismo. A la capacidad para reconocer esa dimensión
profunda se la empieza a nombrar ahora como “inteligencia espiritual”.
El problema surge cuando aquella construcción humana –cualquier
religión- se absolutiza, hasta el punto de pretender identificarse con la verdad,
presentarse como mediadora exclusiva con el Misterio y puerta de entrada
obligada para acceder a lo que denomina “salvación”. Cuando ello ocurre, por
decirlo en palabras del propio Jesús, los responsables religiosos ni “entran a la
vida” ni dejan entrar (Mt 23,13).
Una religión absolutizada se hace indigesta y provoca automáticamente
rechazo en las personas más libres, lúcidas y abiertas, que se rebelan contra la
imposición, el autoritarismo y cualquier pretensión exclusivista (y, por tanto,
excluyente). Y en la medida en que las personas crecen en espíritu crítico,
descubren con facilidad que, tras la fachada de solemnidad con la que suelen
revestirse, se esconde la misma debilidad humana que con frecuencia ellas
mismas condenan.
Toda doctrina es humana, viene a decir Jesús, citando a Isaías. Y no
puede ser de otro modo. Incluso lo que se proclama como “palabra de Dios” –
por más que haya un modo “adecuado” de interpretar esa expresión- no son
sino conceptos humanos elaborados en un contexto histórico y sociocultural
que los condicionaron.
La prioridad no corresponde, por tanto, a las doctrinas cuanto al corazón .
Porque suele ocurrir algo que resulta llamativo: a mayor insistencia en las
doctrinas, más frialdad en el corazón . Este parece ser el reproche que Jesús
dirigía a los fariseos, es decir, a las personas que tienden a absolutizar la
religión: se “honra a Dios con los labios” (los rezos), pero el corazón está
apagado.
La invitación a “tener el corazón cerca de Dios” podría traducirse de este
modo: vivir conscientes de nuestra verdadera identidad, en conexión con lo que
realmente somos –esa es la dimensión específicamente espiritual-, lo cual nos
abrirá a una vivencia abierta e inclusiva, humilde y tolerante, gozosa y
compasiva…, a partir de la Unidad radical en la que nos reconocemos.

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