Ante el debate por la legalización o despenalización del
aborto, cabe decir algunas cosas sencillas, de “sentido común”.
I.- El aborto no es un tema religioso ni es un tema científico. Es
un tema humano. También la religión es un tema humano. Y también la ciencia es un tema humano. Pero así como no se puede desmentir una afirmación religiosa desde la ciencia ni se puede negar una afirmación científica desde una religión, tampoco se puede decir “si” o “no” al aborto desde una ciencia ni desde una Religión. Esto no niega que un religioso o un científico tengan una posición sobre el tema.
II.- No tiene sentido discutir si el “producto de la concepción”
es o no es un ser humano, una persona, o desde cuando lo es. La razón para decidir eliminarlo es que, con el tiempo, “eso” andará queriendo meter los dedos en el enchufe de la pared o llorará de noche y no nos dejará dormir. “Eso” no es un “tejidito inocuo”. Si así fuera, nadie propondría eliminarlo.
III.- Hay dos preguntas que deben contestarse honestamente.
Y aquí “honestamente” no es una palabra más.
Pregunta 1. ¿Quién de nosotros hubiese aceptado ser
abortado? Es una verdadera lástima que sobre el aborto no se pueda consultar a quienes ya fueron abortados. Nos enteraríamos que hubiesen deseado nacer, que hubiesen querido vivir. Dicho de otro modo: no existe la posibilidad de que alguien no quiera nacer.
Pregunta 2. ¿Quién soy yo para decidir que alguien no
debe nacer?
Para justificar el “aborto libre” se apela a piruetas
intelectuales groseramente falladas. Frente a estos enclenques argumentos solo vale enunciar la ilevantable verdad: el aborto es una pena de muerte sobre alguien que no cometió ningún delito.