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Fase EDICIONES Eduardo Sacheri Los duefios del mundo ALEAGUARA ae PROLOGO “CASI” LA VERDAD. slo baba dem vida y dea vida de mis Fire ds ets ey Chetan on nt fee quesipueren al Mande deFatoiae 178 Sinemarg cron ie vera Y node laveiad porvaios motive Pinte boeeo ta pueda enconaraverad sco gure en pig has den ibe comin y oe come car Un ite aie ata apnay ce alge tan dominic einer deme come avid ibaa gue nos contanos ¥enlos cunts leaded ene, Lonny palabras nas es heros ade Sem pranatacimbines al desen de uc gu concen tenga cierta belleza. ¥ la belleza exige atajos, crampas, exageraciones u ocultamientos ‘Cuarto, yo no sé s este libro, en una de esas, puede terminar cayenda en las manos de quienes protagoni- zaton, junto a mi, estas historias. si sucede semejante cosa, puede ser que los chicos y chicas que se criaron conmigo no quieran que esas historias salgan a la luz Y estén en todo su derecho. Aunque yo haya crecido mis enemigos dirin que, en realidad, he envejecido-, conservo la fe en ciertos principios inquebtantables. De manera que jamas me convertiria, por simple pla- cer, en un delator, en un buchén, en un cobarde que manda al frente a sus amigos. ‘Abuelita Nelly, que vivio 108 aftos, me ensené mu- se dice chisimos refranes. ¥ uno de ellos ensefia el pecado, pero no el pecador”. Nada més cierto. Yo no voy a delatar aqui a ninguno de los pecadores que pecaron conmigo, Si voy a contar nuestros pecados. Nuesttas maldades y nuestras hazafias. Me regodea r€ con nuestras victorias. Confesaré, hasta con cierto orgullo resentido, algunas de nuestras derrotas. Pero conserva el secreto de quién fue quién, en ese pasado {que compartimos. Haré un revoltijo de nombres, una mezcolanza, para que nadie sepa del todo a quien le to- ‘c6 qué papel, en esa vida que tuvimos. ‘Sin embargo, casi todo lo que se cuenta en este li> bro es verdad, Pero es ese “casi” el que lo cambia rod. Casi” todo es verdad y, por eso, lo que hicimos se mez~ cla con lo que pudimos haber hecho, con lo que nos faleé hacer porque no nos animamos, con lo que me- recimos haber hecho pero la vida, que muchas veces es 6 injusta, nos privé de hacer, Casi todo es verdad y, por «30, nadie salvo nosotros mismos puede saber donde estan exactamente sembradas las mentiraé que estan ahi, entre otras cosas, precisamente para que nadie pueda seguitnos del todo el rastro, Asi, mis amigos y yo estaremos a salvo, Ninguin ve- cino podré venir a reclamamos por nuestras antiguas fechorias. Ningiin antiguo rival podré exigienos expli- caciones. Y nuestro pasado podra soltarse y corter por las veredas, esas mismas veredas en las que corti y ju- g6 nuestra nitiez, PELOTAS PERDIDAS E | peor érbol que existe, para que te crezea en un ‘campito, es una palmera. Lo digo asi de claro y contundente. Es un axioma. Un principio indis- curible. Puede ser que, ademas de ser indiscutible, sea tun principio initil. Uno de esos conocimientos que no sirven para nada. Y eso, por muchas razones: por empezar, porque es probable que para cualquiera que tenga menos de creinta arios la palabra “campito” no. signifique nada. ¥ no signifique nada, precisamente, porque los campitos estin vireualmente extinguidos, ‘como el asno salvaje sirio 0 el leopardo de Zanzibar (antes de seguir adelante aclaro que los ejemplos que acabo de anotar los sé por internet, y no porque sea es pecialista en zoologia), En mi nifiez existian, en los barrios, dos tipos de canchas de fitbol en las que los pibes podiamos jugar las canchitas y los campitos. Hoy, como ya soy un adul- toy por lo tanto se me han agarrotado los reflejos para captar el mundo completo, cengo que hacet un esfuerza para fundamentar a diferencia entre unas otros, 2Qué era lo que volvia campito al campito y can- chitaa la canchita? Digamos que cuando el terreno era més bien salvaje, cimarr6n, apenas un poco mas evo- lucionado que un baldio, recibia el nombre de campi- +0, En cambio, cuando se trataba de un territorio mas cuidado, con postes de madera para los arcos, 0 con pastizales y yuyos solo en la periferia del campo de jue '20, por ejemplo, aleanzaba el rango mucho mas hono- rable de canchica. En Castelar existian, por supuesto, unas cuantas canchitas, y numerosos campitos. La mejor canchita era la de Presente, que se llamaba ast porque estaba a una cuadra de una tienda que vendia uniformes es colares, con ese nombre. No se imagine el lector que cera una canchita demasiado peeparada. De hecho, la canchita de Presente -a la que acabo de definir como la mejor de todo Castelar- renia un arbol de treinta ‘metros de alto que le erecia en el vértice de una de las reas. Un verdadero obstaculo. Cuando te tocaba ata- cat hacia ese lado, no solo tenias que eludir a cus riva- Tes, sino al tronco desmesurado del maldito eucalipto ‘que habia tenido la pésima idea de crecer en ese siti. ‘Ahora: siesa era la mejor canchita, se pod imagi nar, querido lector, como debia ser el peor de los cam- pitos. Pero éramos gente de conformarnos con poco, En mi barrio, de hecho, en ese barrio que florecia alre- dedor de la esquina de Guido Spano y Blanco Encalada, no tenfamos ni canchita ni campito, Una combinacién cde muchas casas y poca suerte nos volvia indigentes cn la materia, y nos condenaba a jugar ‘inicamence en Ta calle, Cerca de nuestro barrio estaba la canchita de 10 la calle Buchardo. Linda canchita, con un arco de ma- dera y todo. Pero ahi esté el asunto: quedaba “cerca” de nuestro barrio, pero no “en” nuestro barrio. ¥ eso hhacia que les perteneciera a ottos pibes, y no a noso- ros. A veces nos aventurdbamos a usurparla, pero tarde o temprano sus legitimos duefios nos sacaban carpiendo, ‘Sin embargo, no hay mal que dute cien afios nil cuerpo que lo resista, como bien decia Abuelita Nelly. Una tarde cualquiera estabamos ahi, tirados en circulo en la vereda, lamentndonos por nuestra penti= ria de campos de juego. Un colectivo acababa de des- panzurrar la tltima peloca de cuero que teniamos, y Fabio le daba vueltas al cuero aplastada y descosido, ‘que dejaba ver los restos de la cémara de goma estalla da sin remedio, _{Tendra arreglo? ~pregunt6, con una voz en la que la angustia se sobreponia a cualquier otro sen- Esteban le hizo un ademan para que se la alean- zara, Cuando la tuvo, la gir6, la palpé, la analiz6 con ademanes de entendido, —Cimara nueva, Costura. Arreglo tiene, pero vaa salir unos cuantos mangos. i a Los demas asentimos. Esteban era un especialista en saber esas cosas. Fabio recibié los restos del balén y siguid ddandole wueltas, aunque ahora con un atisbo de esperanza. ~Oigan —dijo Sergio, de repence-. Si quieren pue- do conseguir un campito para que juguemos. Se lo hicimos repetir, como para descartar una in- solacién o una imperdonable intencién de burlarse de u nosotros Voli a deci, con un parpadeo de absolu- ‘frm ponble? :Cabia la postbildad de que Sergio spite lr manera en que podiamos hacemos de un Capito? Nos costaba crete. Esa noticia sonaba igual de inverosiml que ie tipo nos hubiea dicho Rivera amigo personal de Mario Alberto Kempes, © Ge em apa de eruzar Ia avenia Iigoyen con los jos vena y sin que lo aplastaran Tos camiones Teexigimes alaracione las bind de nme enltaba que sus ios eran ductos del vereno de ta caqina de Vietrino de a Plaza, em el punt limite del bari, pero adeno. ¥ que les habia preguntado i posiamos usato ye habia dicho que sues olin DMgbamos y culdzbames, pias waro in probe fran La explcacion de Sergio sonaba tan sincera que mo non parecio que tratase de engatarnos. Adem, si realmente nos estaba tomando el pel, siempre nos (Fuolaba el recurso de hacele pagar la broma olin Goto potadas dfimente el ern nfane esti sedlspuesto acorrersemejante riesgo De manera que ahi nos fuimos, a inspeccionar resto dominio recienadquiid y ls trabajos nec ‘Squine, batance grande, rodeado por un alambrado sity eabierto de iguco, Ean costado se podia poe fernando un port de madera cemado eon cand do Fase les mas escepicos suvimos que acepar que fs venaderamene, tera prometida, Sobre Uno {eto los, adem alien habia planeado un par de mranjos,a‘unos cinco metros uno del oro. Estaban 2 apestados y se habian ido en vicio, pero nosotros no los queriamos para comer natanjas sino para que sir- viesen de postes para un arco, Dicho sea de pas arco nunca resulté una maravilla los deboles no tenfan lun troneo tinico que saliese recto hacia arriba, sino un ‘montén de ramas gruesas que se abrian desde el tronco hacia los lados, muy abajo. Cada “poste” por lo tanto, cera un berenjenal de ramas, y era una discusién per petua entre atacantes y defensores, cuando Ia peloca pegaba en esas ramas, decidir si cobribamos gol, re- bote en el palo, cérnet o saque de arco. Los que ata- jaban ahi, ademas, suftian especialmente. A codos nos ‘maravillaba el modo en que el Pato Fillol, aquero de la seleccién campeona del’78, volaba de palo a palo sa- cando balones imposibles de los ingulos, Pero cuando 0, indefectiblemente termindbamos llenos de raspones,estrellados contra el nos poniamos a imitarlo en ese ramerio como mariposas en el radiador de los micros de larga distancia De todas maneras, tenfamos problemas mas ur- ences: el terreno estaba abandonado desde hacia mi cho tiempo, y donde no crecian los yuyos tan altos como nosorros se acumulaban montafias de basura abandonadas ahi desde tiempo inmemorial. Como nos sobraba de voluntad lo que nos faltaba de herra- rmientas, los més grandes nos pusimos a arrancat los yuyos con las manos. ¥ pusimos al personal a nuestras Srdenes -es decir, los pibes mis chicos-a cargar manojos de basura hasta el cordén de la vereda. Cuando la fatiga, amenazaba con derrotarnos nuestros jévenes esclavos amagaban a dejar el trabajo y parecian inmunes a todas 13 estas amenazs, los mayores teniamos las manos tnojeidas cuando no ampoladas,el pap de Nico Tes vine salva: trajo la maquina de ora past, tneablede incventa metros para enchufarlaen lo de tn vecno,y dos machetes enormes y filosos para 23- carlnespesura Mientras su paps se dedicaba a manejar el cata coya gitamos que no pisisemos el eable a rego de Suedarnos pegados" recuerdo queen mi nice me ceotabaconeiar la nodin de elercidad con la de pezamente Nicos y yo nos dedicamos a sacudit los trachtes en el yyal Jon mucho mas encsiamo que Conocimizntes. Creo que munca exuve tan cera, alo Tang de mi vida de perder unos euanos dos de as ‘Nos lev un par de cards dejar todo impioy lo sufientemente liso como para que la pelota rodase Desde toners, el campito de Sergio” se comrs en puss campo dejuegoYpodimos jar salvo delos Coletivosdelas vias deseosts de dorm Ia siesta Pere, como en la vida no exsten las slucones pesfeqas,tovimos que aprender 2 conve con la palmer. Y ahora regreso al principio de este relato, para re petir que no hay un arbol peor para que tecrezca en un campito, que una palmera, De entrada, como tantas cosas en la vida, nos parecis inocente, inofensiva. Claro {que la vimos. Como para no verla. Enorme. Aleisima. ‘Tan gruesa que no alcanz4bamos a rodear su tronco 1“ ‘on los brazos. Con el penacho de hojas pinchudas en. lacima, y el tronco aspero y recto, sin ningtinsitio para agarrarse e intencar treparla, Nos bastaron unos cuantos partidos para damos cuenta de que la dichosa palmera era una devorado- ra insaciable de pelotas. Siempre sucede, cuando uno juega al fcbol en la naruraleza, que algin jugador nistico te cuelga el balén en las ramas de un debol. Es inevitable. Pero, cuando sucede, uno supone que tarde © temprano conseguir recuperar la pelota, Trepando por las ramas, haciéndose pie con los amigos, tirindo- le cascotazos, sacudiendo el follaje.. Esas estrategias Funcionan en todo tipo de arboles: en satices, en pi- hos, en fresnos, en paraisos, en tilos, en cedros. Pero son inditles cuando se trata de una palmera. Porque Ja pelota se encaja alld arriba, en el centro del pena- cho ese de hojas pinchudas, y salvo que uno tenga un helicéptero no hay modo de llegatle a ese corazén lle- no de trampas. Escalar el tronco es imposible. Tirarle piedrazos es initil. ¥ zarandear las ramas, impractica- bie, porque como mucho lo que vas a lograr es que se desprenda una y se te venga encima con todas esas agujas filosas que te pueden dejar cosido a pinchazos, Parece mentira como la vida parece dispuesta a tor- cer sus caminos. Porque nosotros, que con el campito de Sergio nos habiamos librado de los reventones de pe- lotas bajo las ruedas de los colectivos, empezamos a ver las desaparecer en las fauces hambriencas de la maldita. palmera, Cuando a los arqueros desprevenidos se les da- ba por sacar alto, las caras de todos quedaban estiticas clavadas en el cielo. El aite se quedaba quieto y dejaban 1s de escucharse los sonidos, salvo algin aullido de pinico ‘mal contenido. Si el balén pasaba lejos de la palmera, o sile rocaba la punta de las ramas y caia, Fescejébamos con aplausos y seguiamos el partido. Pero si con un rumor verde el balén se encastraba en las alturas, nos agartabamos la cabeza 0 nes quedibamos quietos y frios, a medida que nos colmaba el desconsuelo. Para disuadir a los arqueros irreflexivos estable- cimos una regla categérica: “El que cuelga, garpa”. Y como “dua lex, sed lex” -ese dicho no es de Abuelita Nelly, porque nunca supe latin-, los incautos se acos- ‘umbraron a la fuerza a sacar con la mano y mas bien bajito, Pero el fiebol ciene pulsos y exigencias que van. mas alla de los deseos de los hombres, y de tanto en tanto, algiin balén irreflexive parria, como un eafiona> 20, hacia el infierno final de la cima del érbol asesino. Nuestra guerra contra la palmera empezd a terminar un dia como cualquiera, cuando nos topamos, con un cartel sobre el alambrado. “Se vende”, en ‘grandes letras blancas,y el apellido y el teléfono de un martillero de Ia zona. Consultamos a Sergio sobre el asunto y resulté que el campico no era de Sergio ni de fos tios de Sergio ni de ningtin miembro de la parentela de Sergio. Como éramos indulgentes, no lo fajamos por habetse mandado la parte en vano. Y como éramos ‘optimistas, seguimos jugando sin detenemos a pensar cen el dia en el que, tarde 0 temprano, nos arrebatarian elcampito. Unos meses después llegaron unos obreros que construyeron una empalizada. El duetto legitimo del terreno lo habia vendido para construir unos daplex. 6 ¥ nosotros, dispuetoe a encontrar msojog de ale grin en la desgraci, opto por ver lao buent ros quedibartos para siempre sin camp, pero pr ts conseui or dle ban acer qo derbar a set eenign 9 abi oop sng oda ls peccar qu el lange dete eho palmera nos habia ido arebatando 7 ia do payin eerie tose. madsen una median, vines aloe sree rodeat tl once con sop grucsesy emprenderia alo bachar tos Cuando horadaron la itad dal dimere enorme, cincharon todos juntos pars tocet el Hones y que bral come el espinzo de un dinsesroo de un g gante, No noe temb6 un msclocuandolapalmera ‘solic sino ay spe wegen Teapods dl sopetno fos cnnin ol sus, le pene ove penton ena i, yop sera exe leo corn dea bestia el enmaraiao Centro dal fll un par de nos abandonados, un tmonconamiento de frat y sens, id, ham brenco que te habla eopulide cada uno de nuasos balone. Con cuidado, ara no cava ls aguas atrces de ls hoje ls bros pare cape tala pelts pedis ¥ con ui azombro en el que se mezclban el Bae yin adercin, ecepeshactes ore puien ‘a abla welt a derrtarno, Desputs de mess, de fou de resin wapeuie born «acl poe 1 atipapadas do Tula y sce en loveless rato, rods, absolutamente today las doce © quince mos de un 7 pelotas que encontramos estaban inservibles: con los ‘gajos rotos, el cuero podrido, las costuras abiertas, las camaras desintegradas. Para irnos, saltamos por tiltima vez el porton de madera del campito, A medida que pasibamos las piernas por encima de os listones, echamos un iltimo vistazo al gigante abatido. Los obreros se disponian a cortar el tronca en pedazos, a separar las ramas para apilar los reseas en el cordén de la vereda. Eso sis entre todos cargamos con nosotros los restos, inservibles y despellejados, de todas las peloras. Aunque la palme- ra nos hubiese ganado, también, esa ultima batalla, no ibamos a obsequiarle, ademas, el placer postreto de {quedarse con todos nuestros muertos, COLECTIVOS na de las mejores cosas que cenia el barrio de | ‘mi nifiez era que, por la esquina de mi casa y todo a lo largo de Blanco Encalada, pasaba el colectivo. En esos tiempos de autos excasos y cuadras silenciosas, que por esa calle angosta y mansa aparecie- sen, cada quince o veinte minutos, esas moles rugien- tesy veloces, a nosotros nos pareeia una aventura y un privilegio, La linea era -sigue siendo- la 238. Lo deciamos cortado, como si fuera un niimero de teléfono que uno separa segiin su gusto: todo el mundo la llamaba “dos treinta y ocho”. No deciamos “doscientos treinta y ocho”, como hubiera correspondido. A unas cuadras pasaba el 136 y, tampoco sé por qué, la gente lo decia bien: “Ciento treinca y seis” Las dos lineas pertenecian a empresas diferen- tes: la 238 era de “Transportes Unidos de Merlo”, La TUM, para los intimos. La 136 era de “Transportes del Oeste”. Los 238 eran rojos, los 136 eran celestes En mi escuela cada empresa tenia su hinchada y sus 19 fanaticos. Sosteniamos debates acalorados -y estiipi- dos- sobre cudl de las dos empresas era mejor, cual ha- cia un recorrido mas largo, cual tenfa colectivos mas nuevos y mejor pintados. En mi barrio, por supuesto, todos éramos hinchas del dos treinta y ocho, y recono- ciamos cada interno (el interno es el nimero chiquito que tienen al lado de la puerta y en la parte de atris, y que lo identifica dentro de la empresa) a dos 0 tres ‘cuadras de distancia. Verdaderos peritos en la materia, Festejabamos la compra de un colectivo nuevo como, si fuera un éxito personal o de toda la barra, y en la escuela nos llendbamos la boca como sila enorme flo- ta nos perteneciera. En realidad, eso de “enorme Flota’ nos quedaba un poco grande. Lo cierto es que la TUM. cra mucho més chica que la Transportes del Oeste, y hacia un recorrido mintsculo, comparado con el del 136, y sus intemnas lucian en general una cierca enden- cia al destartalamiento, Pero el amor es el amor, y no conoce de razones. De maneta que estabamos siempre dispuestos a defender al 238, con verdades, con ment ras 0.a pufo limpio, si hacia fala, Yo tenia un motivo personal para querer al 238, {que no compartia con mis demas amigos salvo con Es teban: sus coleetivos eran rojos, completamente rojos, parecidisimos a la camiseca de Independiente. Los veiamos aparecer cuando doblaban desde Vietorino de la Plaza (justo pegindole la vuelta al campito de Sergio). Giraban en segunda y en seguida ‘metian tercera, con una aceleracion que nos parecia pa vorosa y mientras proferfan sonidos de exterminio. Le gando a la esquina de Guido Spano (donde una de las 20 ‘cuatro casas era precisamente st casa) soltaban la cuar- ta velocidad y aceleraban todavia un poco més, Cruza ban esa esquina como si Io tinico que pudieran tenet por delante fuera el porvenir. Eso sf, tocaban un largo. bocinazo a diez metros de Guido Spano, como buques 4 punco de adentrarse en la niebla espesa de mares in: héspitos, como tinica precaucién por si algtin incauto tenia la mala idea de venir hacia la esquina por esa otra calle. Porque alli se ponia en juego la otra mitad de la historia. Desconozco el motivo, pero en el Castelar de los afios setenta los auromovilistas tenian una peligro- sa tendencia a considerarse solos en el mundo. O solos en lacalle, porlo menos. ¥ afrontaban las esquinas con, una confianza eiega en Ia bonevolencia del destino. ‘También ellos se conducian como si lo tinico que pa- diera existir por delante Fuese el fucuro. Tal vez habia en ‘esa €poca tan pocas cuadras pavimentadas en Castelar {que los conductores querian experimentar un poco del vértigode la velocidad. O tal vezelaspecto inofensivede las veredas arboladas disipaban hasta la propia nocién, del peligro. O todos éramos tan céndidos e ingenuos que suponiamos que nada demasiado malo podsia jamis ocurrienos. Lo cierto es que los autos que venian por Guido Spano lo hacian con el mismo desparpajo, con la misma estéipida confianza que los colectivos. La consecuencia logica e inevitable era que, cada ddos por tres, colectivos y autos se pegaban unos vi- rulazos de padre y sefior nuestro, Desde el interior de nnuestras casas el universo de los sonidos se torciay nos anunciaba el desastte: en lugar de escuchar el rugido a reciente del 238 lanzado a sesenta por hora, ofamos tn chillido sobrecogedor, un raspar helado de neuma- ticos sobre el asfalto, y un topetazo brutal de metales escalabrados y cristales hechos trizas. Entonees los pi bes abandondbamos todo, cualquier cosa que estuvié ramos haciendo, deberes, juegos, televisién o merienda, y corriamos a la calle al grito de “choque”, “choque”. ‘Aunque no podiamos confesarlo -porque nuestros pa- ddres nos decian que no habia que alegrarse de la desgra cia ajena- el especticulo de los choques nos encantaba, nos seducfa, nos emocionaba y nos conmovia. La ventaja de vivir en la esquina era que podia Ue- gar antes que cualquiera de mis amigos, y conseguir un lugar prvilegiado en la ereciente ronda de curiosos. El automovilista siempre era el primero en bajarse, con ex presin desorbitada y ademanes enlentecidos. Con pa so inseguro, daba dos o tres vueltas alrededor de su vehiculo, golpedndose Ios muslos o la frente, con ¢a- ra de “no puedo ereerlo, me hizo pelota el auto”. Los colectiveros, en cambio, se manejaban con una calma admirable, Duchos en estos avatares vials, los tips bajaban a las cansadas, como arist6cratas 0 pontifices, clespués de haber permanecido largo rato todavia sen- tados al volante de sus naves repentinamente inmovi- les, con la espalda recta y la mano derecha abandonada sobre la expendedora de boletos que se usaba antes de las maquinas para monedas. Vistos asf, desde nuestra modestia de peatones, sus ojos fijos en algtin punto indefinido del horizonte, la respiracién calma y el ges- to inescrutable, uno podia confundirlos con coman- antes de una escuadra de canques, en plena batalla en 2 cl desierto, Recién cuando se sentian listo y dispuestos, descendian taconeando sobre los escalones de chapa, mientras la corbata azul se les balanceaba como un péndulo sobre la camisa celeste. Para entonces, todo el barrio se habia hecho pre- sente. No faltaba el comedido que ofreciera hielo pa 1a los contusos, consuelo para las sefioras angustiadas © recomendaciones para las averias, Es verdad que en. aquellos tiempos uno veia con frecuencia a todos sus vecinos. Pero a nosotros nos maravillaba verlos a todos ahi, al mismo tiempo, hermanados en la contempla- cign de la tragedia y en el comentario de sus causas y sus efectos, Era usual que el encuentro cara a cara entre automo- vilista y colectivero desivase en un rect hi fproco achaque de responsabilidades, “Fue culpa suya”, " Qué? pecticul: nos habia nacidola laguna. Revuerde elector que mucsto basi hasta unas euantas semanas antes, ea un anodin barrio de clase media suburbana, Manzanas en damero, toes y casas con jardin. De rpente sin pagar uh encavo,enamos montafas yn lao artifical que trite de los Apes suizos, Pore lon prohombres de te cuadvla municipal no fomaron en cuenta, 0 26 secondary esis inaporny en tsp aca Ta que fabian colocado como base pats ataro pe vimento~era an impermeable como la mgjoe dels Tomas Pelopinch. As que de Buenas prmeras en tmibarrio ns encontramos con un epejo de agua de dosclenros metros de largo por desde acho yeas nme de profundidad, Hs certo que as gas se vetan un tan turbias, pero enfin: siempre aims inde de agradecer que de seg pidiendo ¥ ahi nos Times, a desplegar muestra hasta enconces altar fas capacidades nics, Bien vars, cualquier fia de estos, que me detenga a rememorar alguna de lls aventura, Garcons) ‘quiero cerrar estas lineas sin una tiltima. referencia, Mienras las escrbo, me aaa el recuerdo de Miguel timo de los pibes que incorpors a earn 82 El primer dia de aquel baile, cuando nos congre- gamos a ver trabajar a las méquinas viales, Miguel se acereé también a mirar pero, como no era uno de los nuestros, se mantuvo quiero a veinte o ereinta metros. Al mediodfa, cuando a mis amigos los llamaron a co- mer, yo me quedé un rato mas, desoyendo los lamados de mi abuela. Las topadoras me gustaban demasiado ‘como para desprenderme de ellas tan répido, En una de esas giré la cabeza y lo vi,no a treinta metros, sino ‘mucho mas cerca. Se habia bajado de la biei y miraba trajinara las méquinas pero también me miraba a mi, on esa cara inconfundible de quien tiene ganas de po- nerse a charlar Hice memoria. Muchas veces, jugando en la calle, lo habia visto pasar en la bici. Yo eabia que su casa ‘quedaba cerca, llegando a la esquina de Bahia Blanca, es decir, rodavia dentro de lo que considerabamos el barrio nuestro, aunque cerca de la frontera. Supuse, con la claridad que se tiene, tal vez, gracias ala hones- tidad de los doce afios, que ahora se habia animado a acercarse y detenerse porque yo estaba solo, y con lo de las topadoras tenia una excusa para hablar de algo, y porque debia darle menos miedo encararse con uno {que con toda la barra al mismo tiempo. Era més chico que yo. Supongo que entonces tendria nueve o diez aftos. Le dije algo acerca de las ‘maquinas y para poder responderme por encima del estruendo se acercé hasta donde yo estaba. Después le pregunté si era de San Lorenzo, Me miré como si yo fuse un oréculo y me dijo que si, Me parecié in til aclararle que una vuelta lo habia visto pateando, 8

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