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Por ello, no sería muy bueno para el negocio si la compañía cuya reputación se
basa específicamente en que ofrece productos seguros para las personas que amamos,
estuviera produciendo en masa productos que matan a la gente. Dave Collins y otros
ejecutivos de J&J se enfrentaron a esa horrible posibilidad una mañana de octubre de
1982, cuando un periodista de Chicago le pidió a la compañía que comentara sobre
rumores de que alguien había muerto después de tomar Tylenol, el analgésico de J&J
de mayor venta.
Después, se supo que siete personas habían muerto después de ingerir cápsulas
de Tylenol que un saboteador trastornado había rociado con cianuro y vuelto a poner en
los estantes para que los confiados clientes los compraran. Las historias demostraron
ser horripilantes y dolorosas. Una niña se despertó con dolor de garganta; sus padres
le dieron Tylenol y poco después la encontraron muriendo en el piso del baño. Otro fue
el caso de un hombre de veintisiete años que murió después de tomar Tylenol. Sus
afligidos familiares llegaron a su casa a consolarse los unos a los otros, desconcertados
ante el súbito deceso del saludable joven que había muerto por causas desconocidas.
Por vicisitudes del destino, dos de los dolientes, buscando calmar el dolor de cabeza,
tomaron Tylenol del botiquín del difunto, del mismo frasco contaminado. También
murieron.
Sin embargo, todos esos hechos solo se conocieron días después, una vez que
los empleados, los encargados de averiguar las causas de muertes sospechosas y los
funcionarios de salud pública reconstruyeron los hechos después de investigar en el
extenso perímetro de chicago, de más de un millón de barrios, en donde se había
reportado la primera muerte. Al principio, Dave Collins, supervisor de la división que
fabricaba Tylenol, solo tenía un informe de noticias superficial y preguntas de
importancia vital: ¿los consumidores se estaban muriendo a causa del Tylenol? ¿Cómo
había ocurrido el problema? ¿Qué tan extendido estaba? ¿Qué se debía hacer?
Fui a almorzar con Dave Collins para enterarme de cómo habían enfrentado los
ejecutivos de J&J una de las decisiones más trascendentales en la historia de la
compañía. Me preguntaba cómo habían debatido los efectos negativos antes de tomar
una decisión sobre lo que era, entonces, el retiro más costoso de un producto jamás
llevado a cabo en la historia corporativa. En realidad, no necesitó una hora de almuerzo
para contármelo; la narración de las deliberaciones la hizo mientras yo me tomaba un
vaso de agua.
“Pues bien, nosotros teníamos un credo, así que no teníamos otra alternativa”,
dijo. Se refería a la declaración corporativa de valores de J&J, el credo, que comienza
así: “Creemos que nuestra primera responsabilidad es con los médicos, enfermeras y
pacientes, con las madres, padres y todos aquellos que usan nuestros productos y
servicios. Para satisfacer sus necesidades, todo lo que hacemos debe ser de la más
alta calidad”. Fue así como en una mañana de octubre, cuando los hechos no eran
claros, un puñado de exhaustos ejecutivos decidieron que hacer una recogida del
Tylenol a lo largo y ancho del país era la mejor manera de cumplir con la “más alta
calidad”, la primera responsabilidad de su credo con aquellos que usaban sus productos.
Eso era todo. No hubo papelógrafos, no hubo análisis de cuánto costaría recoger el
producto, no se preguntaron qué pasaría si…, ni tampoco hicieron una evaluación de
las posibles consecuencias negativas sobre otros productos de J&J. Simplemente, hubo
una comprobación instintiva de aquello en lo que creían, seguida de una decisión rápida.
Algunos ejecutivos sin duda debieron sentir que no solo estaban retirando del mercado
su producto de mayor venta, sino diciéndole adiós para siempre.
Según Dave, el trabajo preliminar que los llevó a tomar esta decisión se había
efectuado algunos años atrás, cuando el recién designado director ejecutivo de J&J,
James Burke, emprendió a escala mundial una serie de reuniones con la alta gerencia
para “cuestionar el credo”. Dave explicó que “el credo nos había acompañado durante
décadas, y Jim quería verificar si todavía cumplía con su cometido en la actualidad. No
quería que se convirtiera en una serie de lemas vacíos. Si ya no podíamos cumplir con
él debido a las condiciones cambiantes del negocio, entonces estaba dispuesto a que
se cambiara; pero si lo íbamos a mantener, quería que fuera porque los gerentes habían
pensado en él y deseaban vivir de acuerdo con él”. Así que a los miembros del equipo
se les dio la oportunidad de cuestionar el credo y después cambiarlo, desecharlo o
volver a comprometerse con él.
Las compañías no creen en cosas; solo los seres humanos creen. En realidad,
la palabra credo significa “creo”, en latín, y los valores de J&J, o de cualquier
organización, tienen sentido solamente cuando quienes van a trabajar todos los días
asumen esos valores como algo personal. Las personas no obtienen sus valores en el
trabajo; llevan sus valores al trabajo.