Professional Documents
Culture Documents
José Sazbón
Pensando en qué tipo de enfoque dar a esta presentación ante ustedes, me pareció
que lo mejor era plantear el tipo de intereses que a mí me movieron a estudiar distintos
aspectos de la Revolución Francesa. En la medida en que esos intereses tienen un
significado general, no son aspectos biográficos de mi acercamiento al tema. Busqué
sistematizar una serie de situaciones, de hechos, de proyecciones que tiene este
acontecimiento, y que pueden servir así como un temario.1
Luego de estas advertencias, comienzo sin más a plantear esas temáticas. Insisto en
que cada uno de los puntos a los que voy a aludir tiene que ver con formas que me
parecen muy significativas de encuadramiento de las temáticas relativas a la Revolución
Francesa.
1
Retomo aquí algunos desarrollos que presento más extensamente en Seis estudios sobre la
Revolución Francesa, La Plata, Ediciones Al Margen, 2005.
La más general de todas, aquella que llama la atención por la discontinuidad que
establece con el pasado y que al mismo tiempo es una especie de prefiguración del
futuro, es decir, la prefiguración de lo que se va a producir en décadas y siglos
posteriores, esa gran significación inicial yo la vería en lo que se puede llamar la toma
de la palabra. La toma de la palabra es el hecho de que por primera vez, en una gran
nación como la Francia del siglo XVIII, se da la oportunidad formal y material de que el
gran conjunto de la población se exprese, y lo haga de una manera que tiene que ver con
incitaciones basadas en la situación propia de cada capa de la población. De tal manera,
allí se expresan sentimientos, aprensiones, expectativas, deseos, con la posibilidad, o
ante el horizonte, de una transformación de las cosas. Trato de no calificar a qué
transformación me refiero, porque sería prematuro hablar de transformación política o
social cuando me estoy refiriendo nada más que a la convocatoria de los Estados
Generales producida durante el año 1788. Después de ciento cuarenta años, se van a
reunir esos Estados Generales para dar una respuesta de la opinión a los problemas que
plantea el reino de Francia, ante la necesidad de la recaudación de impuesto, la
legitimidad de las demandas reales, etcétera. Brevemente, los Estados Generales son los
tres estamentos que formalmente componen la población de Francia: el clero, la
aristocracia, y el pueblo llano o Tercer Estado. Cada uno de estos Estados son llamados
"generales" en este tipo de convocatoria, porque a través de todo el país se convoca a
todos sus delegados para manifestar sus reclamos. Esos reclamos toman la forma de lo
que se conoce como cuadernos de quejas, y hay nada menos que cuarenta mil cuadernos
de quejas que se elaboran en los meses que van entre la convocatoria real y las
elecciones para los diputados que van a formar parte de la Asamblea. A eso yo lo llamo,
con una fórmula sintética y condensada, "toma de la palabra", porque efectivamente lo
es en un sentido desde luego literal: cada uno toma la palabra y escribe. Es un momento
en el que la escritura comienza a cundir como expresión de demandas sociales, un modo
más articulado y formalmente más rico de su formulación.
Esto no es tan obvio, ya que la palabra revolución preexistía a este momento pero
no tenía el carácter que en este momento adquiere. El hecho más significativo y
simbólico que da comienzo a la Revolución es la célebre Toma de la Bastilla el 14 de
julio de 1789. Si uno tiene presente que el 14 de julio es el día fijado por los
contemporáneos y por la posteridad para señalar el comienzo de la Revolución
Francesa, tengamos asimismo en cuenta que el día 12 de julio, es decir, dos días antes
de esa fecha, ya aparece un periódico que se llama Las revoluciones de París. Esto tiene
que ver con la expansión de la conciencia, que está basada también en una expansión de
los medios expresivos de las opiniones, como la prensa. La prensa se multiplica en esos
meses, y es en ese contexto que este periódico llamado Las revoluciones de París va a
tener tirajes fabulosos, hasta de doscientos mil ejemplares, una cifra sin dudas increíble
para la época.
Todo esto revela una forma determinada de manifestación política, una conexión
entre la ~ciencia vigilante y la forma argumentativa con la que se presenta la percepción
del proceso, que es admirable, y que sin dudas es la primera de la modernidad con esas
características. Aquí es donde hay que insistir, porque si bien la expansión de la
opinión, la participación, la movilización, son hechos característicos de lo que se llama
las revoluciones modernas, en el caso de la Revolución Francesa es la modernidad de
estas actitudes la que toma la delantera y la que se expresa con los medios que ahora son
normales y difundidos, pero que hacia la época eran totalmente innovadores. Ese
carácter innovador abarcaba a la prensa periódica, la expresión política, la organización
partidaria, el fraccionamiento o segmentación de los intereses de acuerdo a posiciones
determinadas, todo lo cual hace que se confronten opiniones y grupos, mediante una
forma determinada de dirigirse cada uno a los demás que tiene en cuenta el apremio a
fundamentarlo todo en la razón.
Paso a la tercera de las características en la que quería insistir, teniendo en cuenta
que las dos anteriores son, por así decir, acumulativas. La revolución, el proceso
revolucionario se produce en la penúltima década del siglo XVIII, pero hay consenso en
que está precedida y fomentada por el cambio de las conciencias que se produce en las
décadas anteriores. Las décadas anteriores son aquellas de la difusión de la prédica
ilustrada, es decir, las de las ideas que expanden los que hoy llamaríamos intelectuales,
y que en aquel entonces llamaban "hombres de letras" o "sabios". Ellos presentan una
organización de los conocimientos que busca oponerse a la continuidad tradicionalista
de la enseñanza, generalmente concentrada en la Iglesia católica, y que tiene que ver
también de manera bastante directa con las creencias arraigadas que son examinadas
con criterios racionales, y son desechadas en la medida en que carecen de
fundamentación y sensatez racional. Estoy mencionando los antecedentes que después
van a contribuir al cambio de mentalidades que va a hacer plausible el hecho de vivir un
proceso que es llamado revolucionario casi desde el comienzo.
Una gran cuestión que siempre atareó a los historiadores es saber de qué manera
conectar esas dos instancias. Por un lado, la Revolución que tiene una concreción, un
margen histórico bastante visible por la secuencia de acontecimientos; por el otro, los
antecedentes intelectuales y políticos que pueden aducirse como favorables a que se
haya producido esa revolución, que resultan más difusos. Es decir, existe la profusión
de panfletos, de obras, de críticas a la Iglesia, a la religión instituida, a la monarquía, a
la nobleza y particularmente a algunos personajes considerados irritantes hacia la época,
como la reina María Antonieta. Todos esos son elementos de movilización de las
conciencias que tienden a deslegitimar los poderes existentes, y a promover una forma
nueva de razonar y de argumentar la constitución del poder político.
Todo ese proceso es algo que busca expresarse en parte con el lenguaje racional
que los ilustrados habían legado, y en parte con la emergencia de nuevos conceptos.
Esto es lo que yo indicaría como una transformación de las mentalidades, en la
conexión que hay entre el discurso ilustrado anterior a la coyuntura revolucionaria y las
formas de pensamiento (vinculadas a una inédita práctica política) que genera esa
coyuntura. Si uno tiene en cuenta todo esto, aparece entonces el modo en que ante la
necesidad de inventar, surge también la conveniencia de apoyarse en antecedentes. Y el
antecedente que podría tenerse hacia la época de la Revolución Francesa, en cuanto a
gran transformación de una forma de gobierno que tenga en cuenta los intereses de la
burguesía ahora afirmada, era la Revolución Inglesa del siglo anterior. La revolución
inglesa del siglo XVII había tenido dos fases. Por un lado, hacia mitad de ese siglo, lo
que se llama Guerra Civil o Revolución Puritana, y que los marxistas conocen con el
nombre de Revolución Burguesa; por otro, hacia fines de ese siglo, en 1688, lo que los
ingleses llaman la Revolución Gloriosa, y que es en cambio una transición, bastante
suave en definitiva, de una forma de gobierno sin suficiente consenso parlamentario a
otra en la que sí va a existir este elemento. Lo importante desde el punto de vista de la
Revolución Francesa es que la monarquía y el Parlamento en Inglaterra pudieron
conciliar sus respectivas perspectivas, y a partir de allí establecieron lo que se llama un
gran compromiso, que se cristalizó en acuerdos que rigieron después por más de un
siglo. Dado ese antecedente, hay sin duda en el seno del grupo de revolucionarios una
cierta tendencia a repetir ese procedimiento, o sea, a buscar un acuerdo determinado
entre la monarquía francesa, ahora bastante deslegitimada, y la Asamblea Nacional. Esa
es una variante que se conoce como la vía inglesa.
Por otro lado, hay una corriente que se basa en el imperio de lo que se supone
realmente legitimante: la "voluntad general", una fórmula tomada de Rousseau. La
voluntad general tiende a establecer una comunidad política en la que no existen estas
formas de acuerdos, esta conciliación, sino que está directamente integrada por la
expresión del conjunto de la comunidad. Esta sería la verdadera vía francesa, que sería
predominante.
Pero en esta secuencia, en esta especie de dialéctica de los derechos por la cual un
tipo de derecho llega hasta el límite y demanda por su misma lógica una especie de
autotrascendencia, después de los derechos políticos están los derechos sociales. La
masa del pueblo no había quedado satisfecha con una ampliación de sus capacidades
sólo limitada a los derechos políticos, ya que las subsistencias seguían caras, se
reclamaba una y otra vez una solución a los problemas del hambre. Y no estaba de
ninguna manera en el horizonte de la burguesía revolucionaria solucionar plenamente
los problemas populares.
Desde el punto de vista general: ¿qué es lo que demuestra esto? Demuestra que en
el caso de la Revolución Francesa lo que se abrió es una perspectiva de ensanchamiento
progresivo de los derechos que fue transitando de un nivel al otro, buscando siempre
una mayor ampliación de los beneficiarios y del tipo de beneficios que la Revolución
establecía. Esto es una de las grandes cosas que la Revolución muestra en forma
concentrada en el proceso que tuvo lugar en esos años.
2
Alexis de Tocqueville, El Antiguo Régimen y la Revolución, Buenos Aires, FCE, 1996.
Estado —el caso de Napoleón Bonaparte—, el Imperio que Napoleón va a establecer, y
la Restauración posterior, todo lo cual se produce en un lapso de apenas un cuarto de
siglo. También ha suscitado lecturas irónicas el fenómeno de la "repetición", o sea la
reiteración, poco más adelante, de una misma secuencia: República-golpe-Imperio en el
lapso 1848-1852.
Estas formas de sucesión de regímenes, que está acompañada por una sucesión de
formas constitucionales, es una gran concentración de elementos que el proceso
revolucionario francés brinda. Entonces, ante la pregunta "estudiar la Revolución
Francesa ¿para qué?", una de tantas respuestas, y no la menor, es el hecho de que al
examinar la Revolución Francesa uno se encuentra con todas las formas que la
modernidad política va a establecer como alternativas de gobierno. Tenemos así una
serie de elementos que hacen a la fuerza paradigmática que tiene la Revolución.
Otro de esos paradigmas está ofrecido por el hecho de que del proceso
revolucionario francés emergen determinados tipos políticos que tienen una pregnancia
determinada, y que van a subsistir a lo largo del siglo XIX y parte del siglo XX. Tal vez
el más conocido sea el tipo del jacobino, que es una forma determinada de agente
político, de forma de pensar la urgencia de la gestión política, que después va a subsistir
en los desarrollos que la política europea va a tener en distintos países. Más allá de
Francia, será un modelo de energía revolucionaria, hasta el punto de que en un ámbito
político distinto, ya no burgués sino socialista, en la misma Revolución Rusa, los
jacobinos van a existir como los espejos en que se miraban los revolucionarios rusos.
Los paradigmas que emergen en la Revolución Francesa van a ser formas modelísticas,
esquemas determinados que van a regir por su ejemplaridad en los años siguientes.
3
Buenos Aires, Ediciones B Argentina, 2003.
Miedo del medio rural francés, de los campesinos en 1789, y que Lvovich toma como
modelo de análisis de la supuesta conspiración que hacia el año 1919 podía ser vista por
los medios conservadores argentinos como formas del maximalismo que estaban
incidiendo en la dinámica política argentina. De modo que la Revolución Francesa es
una fuente determinada de modelos, de figuras, que a su vez se desdoblan después en
los que los historiadores de la revolución van a plantear.
Eso habla también del modo en que las herencias producidas por el proceso
revolucionario francés van a subsistir, pasando de un medio a otro. En el siglo XIX la
memoria de la Revolución Francesa va a ser retomada por algunos viejos
revolucionarios sobrevivientes, como el italiano Filippo Buonarotti (compañero de
Babeuf en su "conjura"), quien va a pasar el contenido de esa experiencia dramática y
de ese impulso emancipatorio al movimiento socialista. Hacia 1830 Buonarotti, ya
viejo, publica su libro La conspiración de los iguales, sobre la llamada conspiración de
Babeuf. Ese libro va servir de puente conectivo entre la Revolución Francesa como
hecho del pasado, fijado en la memoria, y la revolución socialista como modelo a
realizar en el futuro a partir de otro agente social, el movimiento obrero socialista.
Dentro de este esquema de intereses que la Revolución Francesa suscita, y que van
desde el proceso histórico mismo a los modelos que genera, quisiera señalar que la
Revolución Francesa plantea también la cuestión, ya desarrollada por los historiadores
del siglo XX, del comparatismo. Al superponer una idea de revolución general al modo
en que esa idea de revolución fue encarnada por la Revolución Francesa, al hacer casi
indistinguible la idea de revolución del hecho de que ésta se planteó en el seno de la
Revolución Francesa, queda entonces como la revolución paradigmática. Se trata de
aquella revolución que no puede dejar de tenerse en cuenta en el momento de cotejar
cualquier proceso revolucionario futuro o cualquier proceso en general que aspire a ser
revolucionario.
Esta cuestión fue tácitamente retomada como crítica y evaluada por el historiador
británico Edward P. Thompson, cuando discutió con sus compatriotas Perry Anderson y
Tom Nairn a propósito de la visión de estos últimos acerca de las limitaciones de la
historia social y política inglesa, en cuanto a una falta de maduración de las perspectivas
—primero burguesas y luego obreras— de emancipación. La tesis general de Perry
Anderson es que la burguesía inglesa nunca llegó a desafiar el poder ideológico de la
aristocracia, y de esta manera fue una clase subordinada que legó a la clase obrera esas
limitaciones de horizonte mental, ese empirismo, que hacen entonces a Inglaterra tan
deficitaria. En cambio, lo que plantea Thompson es que allí está la Revolución Francesa
funcionando como el gran paradigma del modo en que se deben dirimir las cuestiones
de los intereses clasistas enfrentados. De modo que esto da lugar a un proceso en el que
se delinean con bastante nitidez los intereses de clase respectivos que llevarían —así
como la burguesía francesa hizo valer su visión del mundo, sus intereses, su idea del
hombre, su idea del Estado— hacia la revolución triunfante. La posición tácita de
Anderson es que, de la misma manera, otras revoluciones, no solamente del futuro sino
del pasado, como la misma revolución inglesa del siglo XVII, deben evaluarse a la luz
de la francesa. Esta es una posición típicamente comparatista, explícita y a veces
implícitamente comparatista, que en mi opinión sigue en las líneas generales del
marxismo clásico, que es justamente muy comparativo.4 Thompson plantea en cambio
la conveniencia de la singularización de los procesos. Este historiador se preguntaba por
qué basarse en un tipo de pauta modelística, que en este caso sería la Revolución
Francesa, cuando cada proceso nacional tiene sus propias características, su propia
fundamentación y debe regirse entonces por su propia dinámica.
En este sentido, hay que recordar que la Revolución Francesa se inserta dentro de
la serie de las revoluciones en los estudios comparativos más relevantes. Uno de los
últimos textos destacados al respecto es el de Theda Skocpol, pero antes Crane Brinton
y varios otros trataron la Revolución Francesa, que no necesariamente aparece como el
modelo tácito de todas las revoluciones, pero siempre como una del grupo de las
4
Ver al respecto José Sazbón, "Dos caras del marxismo inglés: el intercambio Thompson-Anderson", en
Punto de Vista nro. 29, abril/junio de 1987.
revoluciones más importantes.5 El grupo está constituido, a veces por la inglesa y la
norteamericana, ésas serían revoluciones modernas; si se trata de revoluciones a secas,
entra además la rusa. Yo insisto en que, desde el punto de vista de la fuerza de la noción
y de las experiencias del siglo XIX, están muy marcadas por la Revolución Francesa, no
solamente por esa especie de migración de la idea de revolución al socialismo, sino por
las mismas revoluciones democráticas que se produjeron, y que tienen el léxico y el
conjunto de héroes de la Revolución Francesa como modelo.
Lo que sucede es que la manera en que la Revolución Francesa generó una idea de
revolución fuerte, que después migró a otros procesos y en particular al proceso ruso de
1917, hace que sea casi inevitable el tener que referirse casi simultáneamente a las dos
revoluciones, a la francesa y a la rusa, en cuanto escenarios en los cuales se pone de
manifiesto la dialéctica democrática de manifestación de intereses, generación de
estructuras de poder, formas determinadas de relación entre dirigentes y dirigidos,
5
Theda Skocpol, Los Estados y las revoluciones sociales, México, FCE, 1984; Crane Brinton, Anatomía de
la revolución, México, FCE, 1985.
reclamos populares y sociales que aparecen imperfectamente adaptados o reflejados en
el modo en que los dirigentes los retoman.
Existe una especie de puente imaginario, pero sobre todo de convicciones 'ético-
políticas, que une nuestro presente con aquello que comenzó moderna-mente a plantear
la Revolución Francesa, y que es justamente lo que quiere impedir, lo que ya ha
impedido en gran medida, esta corriente opositora a la herencia de la Revolución
Francesa que existe en Francia. El título de un artículo de Francois Furet, que es el
orientador de la corriente, es bastante significativo: La Revolución Francesa ha
terminado6
Creo que si las ideas de Furet pudieron tener cierto arraigo en el medio político-
cultural francés fue porque estuvieron acompañadas, sobre todo en los últimos tiempos,
por la crisis interna del bloque socialista y la muy celebrada —en el sentido de ser un
acontecimiento histórico que marca una época— caída del muro de Berlín. Furet
establece todos sus postulados, junto con otro grupo de historiadores, de una manera
que se inserta perfectamente dentro de la temática antitotalitaria, o mejor dicho dentro
de la temática del totalitarismo. Hacia los años setenta, la temática que concitó mucha
atención en Francia a nivel de la filosofía política y del pensamiento político fue la idea
de totalitarismo, o el concepto de totalitarismo, en un sentido inclusivo que fue más allá
del fascismo y el nazismo, para abarcar el comunismo. Esa es la contribución francesa
importante, y en ese marco es que se produce la expansión del revisionismo
historiográfico respecto de la Revolución Francesa. Entonces, de hecho los más
extremistas ven totalitarismo también en la Revolución Francesa.
6
En Francois Furet, Pensar la Revolucion Francesa, Barcelona, Petrel,1980.
El arraigo de estas ideas tiene que ver con el hecho de que se insertan en una
orientación política liberal, en la cual la Revolución Francesa como hecho histórico es
instrumentada tácitamente para fortalecer las tesis de un totalitarismo cuyo germen
viene del pasado. Por ejemplo, está el historiador Jacob Talmon con Los orígenes de la
democracia totalitaria, un libro de los años cincuenta, cuando el anticomunismo más
elaborado tenía una sede que no era París sino Londres, en el que manifiesta que el
totalitarismo del siglo XX es como si hubiese estado prefigurado ya desde el siglo
XVIII7.
Yo estoy dentro de una tendencia o de una orientación que diría lo contrario, diría que la
Revolución Francesa no ha terminado. Ya se sabe que la Revolución Francesa tuvo una
duración determinada en su momento, pero que "ha terminado" quiere decir que ha
terminado la estela de esperanzas, expectativas y promesas que dejó. En mi opinión no
es así, o, mejor dicho, depende de nosotros que esté o no terminada, ésa es una cuestión
de convicciones y de posiciones.
7
Jacob Talmon, Los orígenes de la democracia totalitaria, Madrid, Aguilar, 1956.