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I. Bernard Cohén
La revolución newtoniana
y la transformación
de las ideas científicas
Alianza Universidad
I. Bemard Cohén
La revolución newtoniana
y la transformación
de las ideas científicas
Versión española de
Carlos Solís Santos
Alianza
Editorial
I. Bernard Cohén
La revolución newtoniana
y la transformación
de las ideas científicas
Versión española de
Oírlos Solís Santos
Alianza
Editorial
Título original:
The Newtonian Revolution
Prefacio 13
N o t a s .................................................................................................. 313
Bibliografía........................................................................................ 384
PREFACIO
Cambridge, M ass. I. B. C.
Ju lio de 1980.
I. B. C.
Cambridge, M ass.
Agosto de 1982.
Parte primera
LA REVOLUCION NEWTONIANA Y EL ESTILO
DE NEWTON
Capítulo 1
LA REVOLUCION CIENTIFICA DE NEWTON
y las letras son triángulos, circuios y otras figuras geométricas, sin cuyos medios
resulta humanamente imposible comprender una sola palabra9.
a resultados útiles, los científicos del siglo xvii — como todos los
científicos desde entonces— buscaban también relaciones exactas
entre los números obtenidos de las mediciones, experimentos y
observaciones. Un ejemplo de ello es la tercera ley (o ley «armó
nica») de Kepler. En el sistema copernicano, cada uno de los planetas
posee una velocidad que parece estar relacionada con su distancia
al Sol, de modo que cuanto más lejos se encuentra del Sol, más
lenta es su velocidad. Tanto Galileo como Kepler estaban conven
cidos de que las velocidades y distancias no podía ser arbitrarias,
debiendo existir alguna relación exacta entre ambas cantidades, dado
que Dios tenía que tener un plan, una ley, al crear el universo. El
esquema kepleriano de los cinco sólidos regulares engastados en un
nido de esferas mostraba un aspecto de la «necesidad» matemática
en la distribución de los planetas por el espacio, pero no incluía los
datos relativos a sus velocidades. De esta manera tan sólo satisfacía
en parte el objetivo que Kepler se había impuesto como copernicano
y que expresaba como sigue: «Había tres cosas en particular, a
saber, el número, las distancias y los movimientos, respecto a las
cuales yo [Kepler] buscaba celosamente las razones por las cuales
eran como eran y no de otro modo» '.
En el Mysterium cosmographicutn (1596), donde había recurrido
a los cinco sólidos regulares para mostrar por qué había seis
y sólo seis planetas espaciados como muestra el sistema copernicano,
Kepler había tratado también de hallar «las proporciones de los
movimientos [de los planetas] respecto a las órbitas». La velocidad
orbital de un planeta depende de su distancia media al Sol (y por
tanto de la circunferencia de la órbita) y de su período sideral de
revolución, ambos valores dados por Copérnico en su De revolu-
tionibus (1543) con un grado de precisión razonablemente elevado.
Kepler decidió que el «anima motrix» que actúa sobre los planetas
pierde fuerza a medida que aumenta la distancia al Sol. Pero en lugar
de suponer que dicha fuerza disminuye con el cuadrado de la distan
cia (lo que querría decir que se extiende uniformemente en todas
direcciones, como ocurre con la luz), Kepler consideró más probable
que dicha fuerza disminuyese en proporción al círculo u órbita por
la que se expande, dependiendo directamente del aumento de la
distancia más bien que del cuadrado del aumento de la distancia. La
distancia al Sol, según Kepler, «actúa dos veces para aumentar el
período» de un planeta, ya que actúa una vez para hacer más lento
el movimiento del planeta, según la ley mediante la cual la fuerza
que mueve al planeta se debilita en proporción al incremento de
la distancia, y actúa otra vez, dado que la trayectoria total por la
que ha de moverse el planeta para completar una revolución aumenta
1. L a revolución científica de Ncwton 41
todo, en el caso de las leyes de Kepler, Newton podía dar por su
puesta la ley de inercia, ya que se trataba de una verdad aceptada
de la nueva ciencia, de modo que tenía que existir alguna causa por
la cual los planetas se desviasen de la trayectoria rectilínea para se
guir una órbita elíptica. Si dicha causa es una fuerza, entonces debe
estar dirigida hacia un punto (el Sol, en el caso de los planetas), ya
que en caso contrario no puede darse la ley de áreas. Sin embargo,
en el caso de los gases compresibles o fluidos elásticos, la situación
es un tanto distinta. En primer lugar, para Newton no había la
menor duda de que tales «fluidos elásticos constaban realmente de
partículas», ya que creía firmemente en la filosofía corpuscular; mas
debe observarse que había muchos científicos en su época quienes,
como los seguidores de Descartes, no creían ni en los átomos ni
en el vacío. Mas, aun en el caso de que pudiera darse por supuesta
la naturaleza particularista de los gases, nos encontraríamos con esa
propiedad adicional atribuida a tales partículas, cual es la de verse
dotadas de fuerzas que les permitan repelerse entre sí. Muchos de
los que creían en la «filosofía mecánica» y aceptaban la doctrina del
carácter particularista de la materia no habrían de convenir necesa
riamente con Newton en atribuir fuerzas a tales partículas, ya fuesen
átomos, moléculas u otro tipo de corpúsculos. Además, como Newton
deja bien claro en el escolio que sigue a su propuesta de un modelo
físico explicativo de la ley de Boyle, «Todo esto ha de entenderse
de partículas cuyas fuerzas centrífugas terminan en aquellas partícu
las que se hallan próximas a ellas, sin que se extiendan mucho más
allá». Por consiguiente, hay una amplia y considerable brecha entre
la suposición de un conjunto de condiciones matemáticas del que
Newton pueda derivar la ley de Boyle, y la afirmación de que se
trata de una descripción física de la realidad natural. Como se expli
cará en el capítulo 3, es justamente la habilidad de Newton para
separar en los problemas los aspectos matemáticos de los físicos la
que le permite lograr en los Principia tan espectaculares resultados.
Precisamente lo que caracteriza al estilo newtoniano es la posibilidad
de elaborar las consecuencias matemáticas de las suposiciones rela
tivas a posibles condiciones físicas, sin tener que discutir la realidad
física de tales condiciones en las primeras etapas de la investigación.
Difícilmente se podría considerar una novedad del siglo xvn el
ideal de crear una ciencia física exacta basada en las matemáticas.
O. Neugebauer nos ha recordado que Ptolomeo, quien escribía en
el siglo n d.C., había proclamado ese mismo ideal en el título ori
ginal de su gran tratado de astronomía que conocemos como el Al-
magesto, aunque él lo llamaba «Composición (o 'Compilación’) ma
temática» (Neugebauer, 1946, p. 20; cf. Neugebauer, 1948, pági-
50 L a revolución nevrtoniana y el estilo de Newton
ción de las mareas que parecía exigir que la Tierra rotase en torno
a su eje mientras giraba en torno al Sol.
E l inmenso avance en las ciencias físicas exactas del siglo XVII
se puede calibrar por la brecha que separa a la cinemática de Ga-
lileo y a la dinámica incorrecta y fallida de Kepler9, por una parte,
del objetivo newtoniano de una dinámica matemática congruente
con las leyes cinemática fenomenológicas y del descubrimiento de
su causa física, por la otra. Kepler, a pesar de su semejanza con
Newton en tantos de sus preceptos, representa un nivel completa
mente distinto de creencias y procedimientos científicos. Kepler parte
de las causas, mientras que Newton concluye en ellas; Kepler acepta
una especie de atracción celeste basada en la analogía con el mag
netismo terrestre, buscando luego sus consecuencias, mientras que
Newton llega a su idea de la gravitación universal tan sólo una vez
que la lógica del estudio de las fuerzas y movimientos le lleva en
esa dirección (véase el capítulo 5). La filosofía de Newton le con
duce de los efectos a las causas y de lo particular a lo general, mien
tras que Kepler estimaba preferible proceder en la dirección inversa.
«N o tengo el menor escrúpulo en declarar», escribía, «que todo
lo que Copémico ha demostrado a posteriori y sobre la base de
observaciones interpretadas geométricamente, se puede demostrar a
priori sin ambages de nigún tip o .»10
Newton mostró que las leyes de Kepler, al igual que las leyes
de la caída de los cuerpos de Galileo, eran verdaderas tan sólo en
circunstancias limitadas que él se encargó de especificar, tratando de
determinar nuevas formas de dichas leyes que fuesen más umver
salmente verdaderas. Como veremos en el capítulo 3, la potencia
revolucionaria del método newtoniano provenía de su habilidad para
combinar nuevos métodos de análisis matemático con el estudio de
las causas físicas, controlada constantemente mediante rigurosos ex
perimentos y observaciones. Ahora bien, uno de los ingredientes
esenciales de su modo de proceder era el claro reconocimiento de la
jerarquía de las causas, junto con su capacidad para separar las leyes
matemáticas de las propiedades físicas de las fuerzas en cuanto cau
sas. En tal supuesto, no se limitó a producir meros constructos o
abstracciones de carácter matemático, carentes de todo contenido
o realidad que no fuese el mero «salvar los fenómenos», sino que
creó además lo que consideraba puras contrapartidas matemáticas de
situaciones físicas simplificadas e idealizadas que pudieran ponerse
luego en relación con las condiciones reales desveladas por los ex
perimentos y observaciones. En mi opinión, fue este aspecto de la
ciencia newtoniana el que produjo un resultado tan sobresaliente
como para que sus Principia se tuviesen como la inauguración de
1. La revolución científica de Newton 57
Las teorías son más numerosas que en cualquier otro período anterior, sus
sistemas se hallan más diversificados y las revoluciones se siguen en la más
rápida sucesión. En casi todas las área científicas, los cambios de moda o
doctrina y de autoridad se pisan los talones, hasta el punto de que tan sólo
enumerarlos y recordarlos resultaría difícil.
que muestra hasta qué punto Míller superaba los límites de un mero
compilador, concluía su «Recapitulación» observando que «E l si
glo x v in era fundamentalmente LA EPOCA D E L INTERCAM BIO
LITER A R IO Y C IEN TIFIC O » (Miller, 1803 vol. 2, pp. 413,
438).
b d
I. Dada continuamente (es decir, para todos los tiempos) la longitud del
espacio descrito, hallar la velocidad del movimiento en cualquier tiempo pro
puesto.
I I . Dada continuamente la velocidad del movimiento, hallar la longitud
del espacio descrito en cualquier tiempo propuesto12.
Por esta razón, procedo ahora a explicar el movimiento de los cuerpos que
se atraen mutuamente, considerando a las fuerzas centrípetas como atraccio
nes, por más que, si utilizamos el lenguaje de la física, quizá deberían denomi
narse más propiamente impulsos. En efecto, aquí nos ocupamos de matemá
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 93
tículas de los fluidos elásticos, tenía que hacer una advertencia pú
blica, puesto que no tenía modo de convencer a una persona escép
tica de la posible corrección física de su modelo22. El modelo de
la ley de Boyle no era sino una pequeña parte de una teoría general
de la materia y de las reacciones de la materia (esto es, la química),
basada en las fuerzas que se asientan en las partículas de la materia
y actúan entre ellas. Esta teoría de Newton nunca alcanzó el nivel
matemático de los Principia ni el carácter físicamente completo del
sistema newtoniano del mundo. Por consiguiente, tal vez este modelo
estático de un gas comprensible se quedase, incluso para el propio
Newton, en un simple modelo explicativo.
He empletado la palabra «modelo» al comentar el sistema inge
niado por Newton para explicar la ley de Boyle, y lo he hecho porque
se trata de una estructura conceptual postulada para dar cuenta de
un cierto dominio de la experiencia. En este sentido, se parece hasta
cierto punto al modelo cinético-molecular postulado más tarde para
dar cuenta de las leyes de los gases. Quizá se pueda justificar asi
mismo la denominación de «modelo» para el éter con varios grados
de densidad que propuso Newton para explicar la acción de la
gravitación universal. Mas para que ambos modelos puedan califi
carse plenamente como tales en el sentido actualmente vigente, esas
propuestas explicativas tendrían que presentarse como metáforas más
bien que como posibles descripciones literales. No obstante, este
problema nos alejaría demasiado del tema que ahora nos ocupa.
Con todo, puede señalarse que lo que Newton utiliza en lo que he
denominado fases uno y dos del estilo newtoniano no puede tildarse
de modelo en este sentido, pues se trata de constructos imaginarios
concebidos a menudo (aunque no necesariamente) como análogos ma
temáticos de la naturaleza simplificada e idealizada. Por el contrario,
al pasar a la fase tres, una vez que los principios matemáticos esta
blecidos en las dos primeras fases se aplican a la filosofía natural,
Newton parecería haber empleado modelos (o haber usado algo
muy parecido a los modelos) a fin de explicar el modo de acción
o de transmisión de la fuerza de la gravitación universal o del resorte
del aire, de acuerdo respectivamente con la ley del inverso del cua
drado o con la ley de Boyle (véase la nota 13).
En otras palabras, Huygens sabían muy bien que tenía que haber
una causa de algún tipo que actuase sobre los planetas, ya que de
otro modo se moverían en línea recta según el principio de inercia.
Lo mismo se puede decir de nuestra Luna en su movimiento en
torno a la Tierra. Además puede ocurrir perfectamente que sea
la misma causa la que hace que los cuerpos terrestres sean pesados
y desciendan en caída libre hacia la Tierra. Para Huygens, esta
causa podría ser la acción física de un conjunto de vórtices a la
manera cartesiana o neo-cartesiana.
A continuación, Huygens explica de qué modo Newton ha hecho
progresar considerablemente el conocimiento, de un modo que a él
no se le había ocurrido:
100 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton
Por lo que atañe a la Causa de las mareas que suministra d señor New
ton, no me siento en absoluto satisfecho [ni por ella] ni por todas las restan
tes Teorías que monta sobre este principio de Atracción que me parece absurdo,
como ya he mencionado en la adición al Discurso sobre la Gravedad. A me
nudo me he maravillado de que se haya entregado a las molestias de realizar
tal número de investigadones y cálculos difíciles que no tienen más base que
ese mismísimo principio 4.
Además,
piedades del sistema del mundo, por la sencilla razón de que enton
ces tendría que haber una fuerza dirigida hacia cada uno de los
cuerpos, y eso no se podía acomodar en una teoría de vórtices en
la que el cuerpo central no desempeña ninguna función física en
absoluto. Además esta atracción mutua entre dos cuerpos sugiere
una atracción, un concepto que para Huygens era absolutamente
tabú *.
Hemos visto hasta qué punto aborrecía Huygens la atracción,
llegando incluso a preguntarse cómo es que Newton podía haber
empleado tantas horas tediosas investigando y calculando los efectos
de un supuesto principio de atracción «que me parece absurdo».
A este respecto, Huygens aludía específicamente a la teoría newto
niana de las mareas, por más que Newton nunca utilice la palabra
«atracción» en conexión con las mareas. De hecho, trataba de ate
nerse a la distinción que había establecido entre modelos matemá
ticos y realidad física, entre los niveles del discurso de los libros
primero y segundo de los Principia y del libro tercero («Sobre el
sistema del mundo»). La gravedad y la gravitación constituyen con
ceptos físicos propios del libro tercero, si bien hemos visto que
Newton señalaba que la «atracción» se había introducido en un
sentido matemático y no físico, por lo que correspondía exclusiva
mente a los libros primero y segundo.
El modo en que Newton mantuvo la distinción que había esta
blecido entre «atracción» y «gravedad» (o «gravitación») se pone
de manifiesto en el Index verborum 9 de los Principia, que recoge
algo más de trescientos casos del nombre attractio o del verbo
attrabere en todas las formas gramaticales. Más del 90 por ciento
de esos casos aparece en los libros primero y segundo, dándose tan
sólo 18 casos en el libro tercero, nueve de los cuales se refieren a
atracciones magnéticas o eléctricas. De los restantes, dos aparecen
en partes sin importancia dedicadas a la discusión d e los cometas
y cuatro se concentran en la demostración de una sola proposición
(la 28), que no es especialmente importante,0. Así pues, el lector
que realmente quiera ver cómo usa Newton «atraer» o «atracción*
en el libro tercero se verá limitado a tres ejemplos (de los cuales
solamente dos aparecen en la primera edición). E l primero de ellos
se halla en el corolario 1 a la proposición 5, donde al discutir la
gravedad (y la gravitación de Júpiter «hacia todos sus satélites,
Saturno hacia sus satélites y la Tierra... hacia la Luna, así como el
Sol hacia todos los planetas primarios»), observa como principio
general que «toda atracción es mutua, por la tercera ley del movi
miento». También en el corolario 3 afirma: «Júpiter y Saturno, cerca
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 103
H ipótesis
La resistencia derivada de la falta de lubricidad de las partes de un fluido
es, caeteris paribus, proporcional a la velocidad con la que las partes del
fluido se separan unas de otras.
Por la primera ley del movimiento es seguro que se precisa alguna fuerza.
Nos hemos propuesto hallar su magnitud y propiedades, así como investigar
matemáticamente sus efectos sobre los cuerpos en movimiento; consecuente
mente, a fin de no determinar hipotéticamente a qué tipo pertenece, hemos
designado mediante el término general de «centrípeta» a la fuerza que tiende
hacia algún centro, o incluso (tomando el nombre del centro [al que tiende
dicha fuerza]), «circumsolar» a la que tiende hada el sol, «drcumterrestre» a
la que tiende hada la tierra, «circumjovial» a la que tiende hada Júpiter, y
así las dem ás2.
...por las leyes del movimiento, es seguro que estos efectos deben de proceder
de la acción de alguna fuerza.
Mas nuestro objetivo es tan sólo el de señalar la magnitud y propiedades
de esta fuerza a partir de los fenómenos, aplicando lo descubierto en algunos
casos simples a modo de principios, mediante los cuales, de modo matemático,
podamos estimar sus efectos en casos más complejos, dado que sería intermi
nable e imposible someter cada situación particular a observación directa e
inmediata.
Hemos dicho de modo matemático para evitar todo problema relativo a la
naturaleza o cualidad de dicha fuerza, que no deberíamos determinar por
medio de hipótesis alguna. Por consiguiente, dárnosle el nombre general de
fuerza centrípeta, ya que se trata de una fuerza dirigida hacia algún centro,
y en tanto en cuanto considere más en particular a un cuerpo en dicho cen
tro, la llamamos circumterréstre, circumjovial y de modo similar por lo que
respecta a otros cuerpos centrales6.
que «estas mismas fuerzas tienden hada los cuerpos celestes». Mas
también discute (sec. 23) «las fuerzas atractivas de todos los cuerpos
terrestres», e introduce (sec. 24) «la atracción de todos los plañe*
tas» hacia cualquier planeta dado junto con la «fuerza circumsolar»
y la «fuerza drcumjovial».
Así, en el Sistem a delmundo, la transidón newtoniana de los
sistemas de constructos del libro primero al mundo de la realidad
física no avanzó tanto como en los Principia. Establece una fuerza
universal y muestra que la misma fuerza actúa sobre los satélites
planetarios, los planetas y los cuerpos terrestres, si bien utiliza la
palabra «atraedón», que considera como un término neutral10 (junto
con fuerza «circumsolar», «circumterrestre», «drcumjovial» y «cen
trípeta») y ni siquiera habla de la gravitación universal como de
una fuerza o de la gravitación en cuanto tal. Tan sólo después de
1685, cuando refunde el Sistem a del mundo en el libro tercero,
dedde aparentemente que la fuerza universal debe recibir el ca
rácter concreto de la identificación positiva con la fuerza terrestre
de gravedad, de modo que se convierta en la gravitadón universal
por la que resultan famosos los Principia.
La obra del Sr. Newton es vina mecánica, la más perfecta que imaginarse
pueda, dado que no es posible hacer las demostraciones más precisas o más
exactas que las que él da en los dos primeros libros sobre la ligereza, la elas
ticidad, la resistencia de los fluidos y las fuerzas atractivas y repulsivas que
constituyen la base fundamental de la Física. Mas hay que confesar que no
se pueden considerar estas demostraciones más que como meramente mecánicas;
ciertamente, el propio autor reconoce al final de la página 4 y al comienzo de
la 5 que no ha considerado sus Principios en cuanto físico, sino en cuanto sim
ple matemático [ G iom étre] 2.
este tipo», de modo que los filósofos naturales puedan «tener ocasión
de discutir el problema». Las comparaisons cartesianas y los «mo
delos» newtonianos difieren en un aspecto fundamental, dado que
en las comparaisons de Descartes la luz se toma como (o se compara
con) una corriente de partículas en movimiento o una especie de
movimiento, siendo así que para Descartes la luz no es más que un
conatus o tendencia al movimiento. Sin embargo, para Newton
quedaba abierta la posibilidad de que su explicación de la ley de
Boyle pudiese corresponder a la situación real de la naturaleza, trans
cendiendo de este modo la propiedad de ser un «modelo», tal y
como interpretaríamos dicho término. Veremos en el apartado $ 3.11
que Newton intentó construir sistemas orientados a la explicación
de las propiedades de la luz, que hasta cierto punto pueden participar
del carácter de los «modelos».
Frente a Newton, Descartes confirió un carácter realmente hipo
tético de su óptica, ya que introdujo tales comparaisons falsas según
sus propios principios. Pero fue aún más lejos en su Discours de
la métbode, Le monde y los Principia pbilosophiae, cuando confiesa
a sus lectores que introduce fábulas o novelas (romances)10. En
algún caso llega incluso a decir que utiliza hipótesis falsas 11. Al
comienzo mismo de los Principia, Newton podría dar la impresión
de haber construido también un universo imaginario o ficticio; esto
es, procede como si hubiese inventado un sistema imaginario que
transciende absolutamente la realidad. Este problema habría de
surgir tan pronto como comenzó a redactar sus pensamientos ma
duros relativos a la fuerza, el movimiento y la mecánica celeste en
la obra que terminó por convertirse en los Principia. Se encontró
frente al problema del sistema imaginario versus la realidad en
el primero de los tres «axiomata sive leges motus». Dicha ley co
mienza diciendo «corpus omne perseverare in statu suo quiescendi
vel movendi uniformiter in directum» («todo cuerpo persevera en
su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo»), para se
ñalar la condición «nisi quatenus a viribus impressis cogitur statum
ilura mu tare» («excepto en tanto en cuanto se vea obligado a mudar
ese estado en virtud de fuerzas impresas en él»). En el mundo real,
en el que cada uno de los cuerpos atrae y es atraído por todos los
demás cuerpos, no cabe la posibilidad de que un cuerpo dado no
tenga «fuerzas impresas en él», viéndose así «obligado a mudar ese
estado». En cierto sentido, podemos decir que Newton se limitaba
a indicar que la primera iey tan sólo rige en una situación pura
mente imaginaria y ficticia o hipotética, sea en un universo que con
tenga un solo cuerpo sin campos de fuerza o en un universo en
el que los cuerpos no interactúen gravitatoriamente entre sí a .
). La revolución newtoniana y el estilo de Newton 127
gravedad, a sus ojos su sistema del mundo era aceptable sin tal
conocimiento.
No sólo fue incapaz el propio Newton de elaborar la causa o
modus operandi de la gravitación, sino que además, en los términos
de los objetivos que él mismo se impuso, nadie ha sido nunca capaz
de ello. Las propias elucubraciones de Newton acerca de cómo po
dría producirse la gravedad (y más tarde, la gravitación universal)
atravesaron un cierto número de vicisitudes. Al comienzo de la dé
cada de 1660, creía que la gravedad terrestre estaba causada por
una especie de «lluvia» de partículas etéreas (véase Westfall, 1971,
páginas 330-331), y en 1679 sugería, en una carra a Boyle, que la
gravedad pudiera estar causada por un éter no homogéneo con una
densidad que variase según determinada regla " . Había encontrado
apoyo experimental para pensar que existía un éter capaz de resistir
al movimiento, ya que se observaba que las oscilaciones de un pén
dulo en un recipiente en el que se hubiera hecho el vacío se frena
ban y llegaban a detener casi con la misma rapidez que en el aire
ordinario. Newton interpretaba este experimento como una demos
tración de que existía un éter, algo que permanece en el recipiente
después de que la bomba de vacío baya expulsado el aire y que
es capaz de ofrecer resistencia al movimiento12. Hacia la época de
su solución del problema del movimiento orbital elíptico según una
fuerza inversa del cuadrado, presumiblemente en 1679-1680 (esto
es, durante o después de su intercambio de cartas con Hooke), le
resultaba posible creer que la gravedad era provocada por la presión
de un gradiente de densidad en el éter, o incluso por algún tipo de
vórtice etéreo. La razón de ello, como ya he señalado, se encuentra
en que Newton aún no había llegado al punto de aplicar su ley o
axioma tercero y, por el momento, no tenía que haber una fuerza
mutua entre la Tierra y los objetos terrestres, entre el Sol y los
planetas o entre los planetas y sus satélites. £1 cambio aparece do
cumentado en la revisión de su opúsculo De motu, durante o después
de diciembre de 1684 (véase la sección $ 5.6). A partir de entonces,
las simples explicaciones del éter no funcionarían.
En algún momento antes de escribir los Principia (o durante su
redacción), Newton realizó otro experimento con péndulos, esta vez
en el aire, que le pareció que mostraba que la resistencia del éter
era o nula o muy pequeña, por lo que era de presumir que semejante
éter no podía producir ninguno de los efectos mecánicos del tipo
de la gravitación con vistas a los cuales se había ingeniadou. Al
exponer este experimento en los Principia, Newton dice que hace
la presentación de memoria, ya que había perdido el papel en que
apuntara los resultados (jamás se ha encontrado entre sus papeles).
136 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton
Newton, más que cualquier otro, hubo de pedir perdón por su elevada
posición. Había emprendido un vuelo tan extraordinario y había descendido
de nuevo con verdades tan novedosas, que hubo de acomodarse a aquellas
mentes que habrían rechazado estas verdades. Newton subvertió y cambió
todas las ideas. Aristóteles y Descartes aún se dividían el imperio, siendo los
142 La revolución newtoniana y el estilo de Newton
preceptores de Europa, pero el filósofo inglés destruyó casi todas sus enseñan
zas y propuso una nueva filosofía. Dicha filosofía provocó una revolución.
Newton logró, aunque por medios más suaves y apropiados, aquello que los
conquistadores que usurpaban el trono intentaban hacer a veces en Asia: pre
tendían erradicar el recuerdo de reinados anteriores, a fin de que el suyo
inaugurase una era lépoque], de tal modo que todo comenzase con ellos. Pero
muy frecuentemente estas empresas arrogantes y tiránicas resultaban infruc
tuosas; ¡tan sólo logran el éxito en tanto en cuanto la razón y la verdad
pueden lograr dicha ventaja sin falsas pretensiones! [Bailly, 1785, vol. 2, li
bro 12, sección 42, pp. 560 y ss.]
fuerza existe, debe tener una causa, y vemos que esta idea está aún
tan enraizada en la filosofía mecánica que se limita a dos causas
materiales de la acción gravitatoria: alguna emanación del interior
del cuerpo atrayente o algún tipo de materia de fuera del cuerpo.
Por lo que a él respecta, está dispuesto a abandonar todas las causas
físicas e incluso se pregunta (1736, p. 479): «Si Dios hubiese que
rido establecer una ley de Atracción en la Naturaleza, ¿por qué
habría de seguir dicha ley la proporción que parece seguir? ¿Por
qué habría de variar la Atracción en razón inversa del cuadrado de
la distancia?»
En el resumen crítico que precede a la memoria de Maupertius
(en la H istoire de l'Académie Royale des Sciences del año 1732),
este aspecto de la filosofía newtoniana se desarrolla extensamente.
Gracias exclusivamente a la magnitud del «gran genio y autoridad»
de Newton, la atracción ha regresado a la física, de la que, según
se dice, «la habían barrido por consentimiento unánime Descartes
y todos sus seguidores o más bien, todos los filósofos». No obstante,
ha vuelto un tanto desfigurada, no siendo en absoluto como la an
tigua atracción; ahora es «tan sólo un nombre que se da a una
Causa desconocida». Los efectos de esta causa «se sienten por todas
partes, efectos que se calculan a fin de saber al menos el modo en
que actúa su causa, mientras esperamos por el desenvolvimiento de
su naturaleza»4. No cabe duda de que el autor ha leído a Newton
(o a los comentaristas newtonianos), comprendiendo plenamente la
postura de Newton con la que evidentemente simpatizaba.
En una memoria de Clairaut (1747), en la que hemos visto que
se refería a Newton como el autor de una revolución (Gairaut, 1749,
página 329), hay una discusión introductoria de los modos en que
muchos de los lectores de los Principia «se emocionan a la primera
ojeada y se enorgullecen de haber destruido el sistema newtoniano
sin haber seguido los cálculos y observaciones en que se funda».
Tales lectores, además, «se creen capaces de evitar las dificultades,
buscando en la metafísica los medios de probar la imposibilidad de
la atracción en cuanto causa y propiedad poseída por la propia ma
teria» (Gairaut, 1749, pp. 329 y ss.). Mas tales críticos no han
comprendido suficientemente los aspectos esenciales del estilo new
toniano, o bien no concuerdan con Newton en que se puede separar
legítimamente los resultados del análisis científico de los problemas
relativos a la causa de la gravitación, el posible mecanismo de la
acción gravitatoria y los argumentos puramente metafísicos relativos
a si la gravitación universal puede existir. Sin embargo, los cientí
ficos deberían seguir a Newton y no comenzar sus investigaciones
con preguntas d d tipo: ¿Qué es la fuerza? ¿Cuál es la causa dd
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 147
(1543). Este libro se había publicado de tal modo que daba la im
presión de que el autor se limitaba a presentar su nuevo sistema
como un modelo, una hipótesis o esquema para el cómputo de los
fenómenos solares, planetarios o lunares. A continuación de la dedi
catoria al Papa Pablo III, viene un ensayo introductorio («Ad lec-
torem de hypothesibus hujus operis»), en el que Copérnico parece
haber dicho precisamente tal cosa5. No obstante, Kepler encontró
pruebas de que este ensayo no había sido compuesto por Copérnico
en absoluto, habiendo sido introducido en el libro por Osiander, un
clérigo protestante que supervisó la impresión del D e Revolutio-
nibus4. Como hemos visto, el propio Kepler era fundamentalmente
un realista que deseaba partir directamente de las causas de los mo
vimientos de los planetas para hallar sus verdaderas trayectorias, sin
que estuviese interesado en meros esquemas de cómputo7. Consi
guientemente se sintió particularmente complacido al descubrir que
el propio Copérnico había sido un realista, que había creído en cuer
po y alma en su propio sistema y que no había sido el autor del
ensayo inicial sobre las hipótesis.
Galileo era un copernicano tan convencido como Kepler, por
más que no mejorase los esquemas de cálculo ni buscase las causas.
Creía, como es natural, en la realidad del sistema copernicano e in
cluso fraguó una razón, basada en una explicación de las mareas,
por la cual tenía que haber no sólo una rotación terrestre, sino tam
bién un movimiento de revolución en torno al Sol. Sin embargo,
Galileo no se ocupó concretamente de los detalles técnicos del siste
ma copernicano5, sino que se dedicó a los argumentos filosóficos
y científicos en favor de un heliocentrismo general y en contra de
la concepción aristotélica del movimiento. Por consiguiente, debemos
acudir a sus D os nuevas ciencias, antes que a sus D os máximos siste
mas del mundo, para encontrar un genuino precursor del estilo new-
toniano en cuanto paso hacia la aplicación de las matemáticas a la
naturaleza. Por ejemplo, Galileo tenía que enfrentarse con la realidad
de la fricción o de la resistencia del aire en relación con el movi
miento de los péndulos y la caída libre de los cuerpos. Dado que
esta situación real le resultaba muy compleja y difícil de manejar,
simplificó la naturaleza tal como la encontraba, suponiendo un es
pacio vacío en el que no hubiese efectos del aire. Predijo, por ejem
plo, que en dicho mundo imaginado una moneda y una pluma caerían
libremente del mismo modo o tendrían aceleraciones iguales9. Aun
que a una escala menor que Newton, Galileo estaba considerando
así un caso físico simplificado como un paso hacia la realidad. La
exigua diferencia en tiempo de caída que media entre un cuerpo
ligero y otro pesado tirados a la vez desde una torre se atribuía a
150 L a revolución newtoniana y el estilo de New ton
go buenas razones para creer que debe hacerse así, puesto que desde que me
familiaricé con estos principios, he hecho uso de ellos para este propósito con
constante éxito en los experimentos. [Newton, 1959-1977, vol. 1, p. 187.]
Segunda ley
Una vez puesto en movimiento por una causa cualquiera, un cuerpo debe
permanecer siempre en movimiento uniforme y en línea recta, en caso de que
no actúe sobre él una nueva causa distinta de la anterior que puso al cuerpo
en movimiento; es decir, a menos que actúe sobre el cuerpo una fuerza
externa que sea distinta de la causa del movimiento [cause m otrice], el cuerpo
se moverá continuamente en línea recta y atravesará espacios iguales en tiem
pos iguales.
científicos del siglo xviii que veían una revolución científica new
toniana, la hallaban en los Principia y en el estilo newtoniano y no
en la Optica y, por supuesto, no en los manuscritos no publicados
y privados que se hallaban entonces convenientemente ocidtos a las
miradas inquisitivas.
Hay un último aspecto del estilo newtoniano que parece cons
tituir una característica de toda ciencia matemática. Estoy pensando
en el problema der la primacía de la teoría matemática sobre los
datos observacionales que puedan parecer contradecir o no confirmar
la teoría. La reacción natural de cualquier científico es intentar salvar
la teoría, «eliminar» la discrepancia. Cuando Newton recogió en los
Principia (escolio final de la sección 7 del libro dos de la tercera
edición) sus investigaciones sobre la resistencia de los fluidos, tuvo
que explicar por qué ciertos experimentos realizados en San Pablo
no habían dado los resultados apetecidos. Halló una explicación de
la discrepancia en el «hecho» de que los balones huecos fabricados
de vegiga de cerdo no siempre «caen directamente hacia abajo, sino
que a veces oscilan aquí y allá durante la caída». Uno de los balones
«se arrugó, retardándose un tanto a causa de las arrugas». En algu
nos casos, los mediocres resultados no se pueden eliminar fácilmente,
aunque incluso en tales casos considero raro que el científico aban
done inmediatamente una teoría o hipótesis querida, a la manera
descrita en cierta ocasión por Huxley con la romántica imagen de
una «bella hipótesis» asesinada por un «hecho perverso» u.
Evidentemente, Newton se hubiera sentido muy complacido y
satisfecho si los experimentos y observaciones hubiesen estado siem
pre muy de acuerdo con la teoría; pero la cuestión es que su propia
experiencia le había enseñado que con demasiada frecuencia se daba
una discrepancia más bien que tal concordancia. En su teoría lunar,
se encontró con que se había equivocado por un factor de dos, mien
tras que en otra parte de la misma teoría su solución erraba el
blanco algo así como el 30 por ciento. Es perfectamente compren
sible la tentación de manipular los números, de «trampear» con los
resultados, camino que resultaba especialmente fácil en aquellos
días en que los cánones de la experimentación aún no se habían
establecido plenamente, no siendo aún práctica universal la publica
ción de las tablas completas de todos los datos. En 1966, en una
reunión celebrada en Austin, Texas, para celebrar el tercer cente
nario del «annus mirabilis» de Newton, Clifford Truesdell llamó la
atención sobre el hecho de que, en la segunda edición de los Princi
pia, Newton «introdujo la ficción de la 'crasitud de las partículas
sólidas de aire’ para insertar lo que hoy día llamaríamos un 'factor
de manipulación’, capaz de arrojar el resultado numérico deseado
172 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton
En una ocasión, cuando me hallaba con Einstein para leer con él una obra que
contenía muchas objeciones contra su teoría... interrumpió de pronto la dis
cusión del libro, cogió un telegrama que estaba en el alféizar de la ventana
y me lo tendió mientras decía: «T al vez le interese esto.» Se trataba del cable
de Eddington con los resultados de la medición que había hecho la expedición
del eclipse. Cuando daba rienda suelta a mi alegría porque los resultados coin
cidiesen con los cálculos, dijo completamente impertérrito: «Pero si yo ya sabía
que la teoría era correcta»; y cuando le pregunté qué hubiera pasado si no
se hubiera dado esa confirmación de sus predicciones, replicó: «E n ese caso
lo hubiera sentido por nuestro Señor; la teoría es correcta» w.
174 La revolución newtoniana y el estilo de Newton
En este sentido, el estilo newtoniano parece ser más bien una ca
racterística universal de la ciencia y quienes la practican que de la
personalidad de Newton. El estilo newtoniano no fue una creación
completamente original de Newton, sino una transformación con la
que condujo a un punto culminante una tradición que se retrotrae
a la antigüedad griega, y que había venido sufriendo una serie de
transformaciones radicales y significativas durante el siglo xvu. Creo
que es una muestra del genio newtoniano el que haya sido capaz
de captar las potencialidades de dicho estilo w, transformándolo tan
efectivamente en la elaboración de su filosofía matemática de la na
turaleza aplicada a los problemas de la dinámica y de la mecánica
del sistema del mundo.
Parte segunda
LAS TRANSFORMACIONES DE LAS IDEAS
CIENTIFICAS
Capítulo 4
LA TRANSFORMACION DE LAS IDEAS
CIENTIFICAS
pata añadir otras ideas nuevas y crear la nueva ciencia del movimien
to. Ahora bien, Galileo reconoció las potencialidades ocultas en
determinadas ideas que eran entonces moneda corriente y que es
peraban una transformación, pudiendo cobrar nueva vida al anexio
narse a las propias ideas de Galileo, sirviendo así para nuevos propó
sito s4. Benedetti, Tartaglia, Cardano, Soto, Beeckman, incluso
Descartes y Kepler, no hallaron las leyes galÚeanas de la caída de
los cuerpos y del movimiento de los proyectiles. La existencia misma
de tales contemporáneos de primera fila, que tenían acceso a la
misma información que poseía y usaba Galileo, puede tomarse como
prueba del tipo especial de genio que exigía la transformación de
esos ingredientes para proceder a crear no ya una, sino incluso «Dos
nuevas ciencias» (la «mecánica» y el «movimiento local»). Asimismo,
la ciencia de los Principia no la crearon Wallis, Halley, Wren o
Hooke, ni siquiera Leibniz o Huygens. ¿Qué mejor testimonio a
favor de la grandeza de Newton que la existencia de esas personas?
£1 concepto de transformación no es en cierta medida más que
una formulación explícita de la práctica de todos los historiadores
de las ideas y en especial de todos los historiadores de las ideas
científicas. No obstante, la explicitación de las transformaciones de
las ideas científicas contribuiría a iluminar los aspectos verdadera
mente creadores del modo en que un científico utiliza los concep
tos, teorías, métodos, experimentos e incluso leyes de otro. El propio
término indica que el proceso científico de creación no se limita a
ser un procedimiento de tijeras y pegamento, consistente en selec
cionar y ensamblar los documentos y otras fuentes disponibles, sino
que entraña el posible reconocimiento de perlas en el barro. El
concepto de transformación va incluido más allá de la imagen de una
confrontación o yuxtaposición radical de diversos conjuntos de ideas,
seguida de una elección o selección entre ellas5. En efecto, «trans
formación» sugiere inmediatamente algo más que el reconocimiento
de lo que puede resultar útil, e implica captar las potencialidades de
ideas que distan de ser obvias y que sólo se pueden ver mediante
las transformaciones producidas por la fuerza y actividad de una
mente científica de un elevado nivel de genio creativo4.
La palabra «transformación» es algo más que una expresión
que indique cambio en general; así, se usa en matemáticas para
describir las alteraciones que pueden producirse en las figuras geo
métricas (curvas, líneas o sistemas de ambas) o espacios y elementos
espaciales bajo ciertos procesos por los que un espacio se cambia
en otro. Un ejemplo sencillo de este tipo de transformación se
produce siempre que un plano se proyecta sobre otro (no siendo
paralelos). En tal proyección, un círculo puede transformarse en una
186 Las transformaciones de las ideas científicas
elipse, tal y como acontece cuando el sol cae de plano sobre una
ventana cerrada, una de cuyas contraventanas presenta un pequeño
agujero circular (o sobre un agujero de la lona de una tienda), pro-
yectándo sobre el suelo una imagen del agujero, transformada en una
elipse. En tales transformaciones matemáticas siempre se presta
una atención directa a las constantes, los «invariantes» de la trans
formación. Así, dos líneas que intersequen se pueden transformar
en un par de curvas de tal manera que el punto de intersección de
ambas líneas siga siendo una intersección, pero de curvas. O bien
puede haber una transformación punto a punto de un anillo plano
sobre sí mismo; un famoso teorema enunciado por Henry Poincaré
y demostrado por G . D . Birkhoff explora las condiciones de que
baya dos puntos que permanezcan iguales o sean invariantes bajo la
transformación7.
Por analogía, se le sugiere al historiador de las ideas que esté
atento a los posibles invariantes en la transformación de las ideas
científicas. En algunos casos, tales invariantes pueden ser conceptos
o leyes, aunque pueden resular ser tan sóW> los nombres de tales
conceptos y leyes, que sirven así como restos arqueológicos que
guían la investigación histórica hacia las fuentes de una idea cientí
fica dada que se ha transformado *.
La síntesis supone que la innovación científica revolucionaria
es como completar un inmenso rompecabezas, en el que quizá algunas
de las piezas clave pueden faltar, siendo preciso inventarlas. La trans
formación, al presentar cada concepto, teoría, ley o principio ante
rior como la ocasión de una innovación, centra la atención sobre la
causa, la posible razón por la que tan sólo uno de los muchos cien
tíficos que conocían la idea produjo la transformación en cuestión.
De este modo, la doctrina de la transformación puede contribuir a
clarificar los estadios efectivos del proceso científico creador.
pelían mutuamente entre sí. Esto es, New ton introducía la supo
sición de «que el Eter (como nuestro aire) contiene partículas que
tratan de apartarse unas de otras» (Newton, 1952, p. 352 *). Otra
de las propiedades asignadas a dicho éter era la de poseer diferente
densidad en diversas condiciones y en relación con diversos tipos
de cuerpos. En la cuestión 22 de la Optica, Newton introducía ade
más el tema de los efectos eléctricos a fin de explicar cómo es que
el éter podía ser tan raro y sin embargo tan potente. Si alguien
preguntase cómo es que un medio tan potente como el éter «puede
ser tan raro», decía Newton:
Que me diga también cómo un cuerpo eléctrico puede emitir por fricción
una exhalación tan rara y sutil, aunque tan potente, como para no provocar
con esa emisión una disminución sensible del peso del cuerpo eléctrico, exten
diéndose por un espacio de más de dos pies de diámetro, siendo con todo
capaz de agitar y transportar hacia arriba una hoja de cobre o de oro a una
distancia superior a un pie del cuerpo eléctrico. [Newton, 1952, p. 353 * * . ]
Ncwton dice que la fuerza motriz debe imprimirse o «de una vez»,
de un solo golpe, o «por grados y sucesivamente» en varios golpes,
cuyo efecto neto sea el mismo que el golpe único que constituye
su sum a4. Esta es la segunda ley del movimiento1 en la forma
«impulsiva», que podríamos enunciar en el lenguaje actual de la
física como la proporcionalidad entre una fuerza impulsiva y un
cambio de momento. Se puede comparar así con la segunda ley más
familiar que enuncia una proporcionalidad entre una fuerza continua
y una tasa de cambio de momento.
En los Principia, Newton nunca enuncia la forma continua de
la segunda ley como axioma explícito, por más que la use una y otra
vez. Por ejemplo, en la demostración de la proposición 24 del libro
segundo, Newton enuncia que «la velocidad que puede generar
una fuerza dada en una masa dada y en un tiempo dado es directa
mente como la fuerza y el tiempo e inversamente como la masa», que
suena casi como el enunciado de un libro de texto de la segunda
ley para una fuerza que actúe constantemente. Aunque esta versión
acelerativa (o continua) de la segunda ley no aparezca expressis ver-
bis como axioma o ley del movimiento, se encuentra de hecho entre
las definiciones. AI definir tres «medidas» de la fuerza centrípeta,
Newton tiene que habérselas con la versión acelerativa de la segunda
ley, dado que una fuerza centrípeta (como la gravedad y las atrac
ciones magnéticas y eléctricas) actúa continuamente o al menos pare
ce hacerlo 6. De este modo, Newton tuvo que introducir el tiempo
de acción siempre que tomaba en cuenta una fuerza continua.
Por ejemplo, una medida de la fuerza centrípeta es «la cantidad
acelerativa» (def. 7) «proporcional a la velocidad que ella [i.e., la
fuerza centrípeta] genera en un tiempo dado»; otra es la «cantidad
motriz» (def. 8), proporcional al momento «que genera en un tiempo
dado». La medida «acelerativa» es así la «medida motriz» por unidad
de masa, señalando Newton que «la fuerza acelerativa es a la fuerza
motriz como la velocidad es a [la cantidad de] el movimiento [o
momento]». Explica estas cuestiones en términos de una forma
reconocible de la segunda ley del movimiento:
Resulta muy interesante que Newton diga aquí con palabras lo que
nosotros escribiríamos como una ecuación (F = m A ). En las dos
definiciones precedentes, introduce el factor «en un tiempo dado»
para una fuerza continua7.
Así, pues, aparentemente tenemos dos leyes segundas del mo
vimiento distintas, una para fuerzas continuas, que hoy día escribi
ríamos como d(m V ) = k\Fdt, y otra para fuerzas impulsivas, que
hoy día escribiríamos como d(m V) = ki 4>. Newton empleaba el
mismo nombre para ambos tipos de «fuerza», pero yo le he dado a
una el símbolo F y la otra, el símbolo <D, no sólo para distinguir
una de la otra, sino para indicar que poseen diferentes dimensiones
físicas, aspecto que se manifiesta asimismo en las diferentes cons
tantes de proporcionalidad k\ y ki. Mientras que hoy día tendemos
a reconciliar ambas ecuaciones (o leyes) definiendo (el «impulso»)
como Fdt, por lo que k\ — ki en tanto en cuanto mantengamos un
mismo conjunto de unidades, Newton suponía que la forma continua
de la ley se sigue (o está implícita en) las definiciones y que se puede
derivar de forma especial mediante la transformación de la forma
impulsiva de la ley ®.
Otra manera de decir esto mismo es señalar que, en los Princi
pia, Newton procede de una sucesión de impulsos o golpes a una
fuerza que actúa continuamente, si bien también considerada como
una consecuencia de que dt fuese «dado» el hecho de que la segunda
ley pudiese abarcar de hecho tanto d(m V) <x F y d(rnV ) <x F • dt
como también d (m V )°c Y ¿F • dt2. Así, tan sólo nuestros modernos
prejuicios post-newtonianos precisarían realizar una distinción entre
ambas formas de la ley, siendo incluso necesario establecerla entre
F y F • dt (cf. Cohén, 1970d, ap. 1 y 2).
Antes de volver sobre esta transformación, obsérvese que, como
resultado de la concepción newtoniana del tiempo en relación con
su teoría de las fluxiones, ambas leyes son efectivamente equiva
lentes. Y a hemos mencionado antes (apartados $$ 3.1, 3.2) que las
concepciones de Newton del tiempo en la dinámica y en la mate
mática pura resultan análogas, y que la potencia de su física del
movimiento puede haberse debido en gran medida al hecho de haber
desarrollado un concepto útil del tiempo en matemáticas. Hemos
visto que para Newton el tiempo es «absoluto, verdadero y mate
mático» o «relativo, aparente y común», tal y como él lo dice en el
escolio que va a continuación de las definiciones de los Principia.
Esta distinción resultaba natural para cualquier astrónomo, cons
ciente de la diferencia existente entre el tiempo medio y el tiempo
solar aparente, un tiempo artificial y absoluto, regular y uniforme, y
un tiempo local y común. Y , dado que este tiempo que fluye absolu-
4. L a transformación de las ideas den tíficas 195
w
\
N " \ N '
\ \
N v
\
\ X
\ \ X
\ N N
\
H L ------H 4
A B
caballo que resulta tirado haica atrás por la piedra que empuja. Mas,
en el escolio que sigue a las leyes del movimiento, suministró pruebas
experimentales en relación con las colisiones y discutió algunos ejem
plos (o experimentos mentales) para ilustrar, según decía, que esta
«ley rige también en las atracciones, como se demostrará en el
próximo escolio».
El interés de Newton por las colisiones (o «reflexiones») se
puede retrotraer a los años sesenta (en el W aste B ook 2I). En 1666
ó 1667, escribó un ensayo sobre el tema que tituló «Las leyes del
movimiento» a . Unos pocos años más tarde, en 1669, John Wallis,
Christopher Wreen y Huygens escribieron y publicaron sus escritos
sobre este tema, en el que la ley de conservación del momento
constituía un rasgo central73. En el escolio que sigue a las leyes del
movimiento, Newton señalaba cómo estos tres geómetras «encon
traron las reglas de la colisión y reflexión de los cuerpos duros» y
cómo «Wren probó la verdad de estas reglas ante la Sociedad Real
por medio de un experimento con péndulos». Newton realizó expe
rimentos adicionales, de los que informaba en su escolio, a fin de
«dar cuenta tanto de la resistencia del aire como de la fuerza elás
tica de los cuerpos en colisión». También realizó experimentos con
cuerpos semielásticos, tales como «bolas de lana fuertemente com
primidas y firmemente enrolladas». De este modo podía contestar
a la objeción según la cual «la regla que este experimento pretendía
probar presupone que los cuerpos son o absolutamente duros o al
menos perfectamente elásticos, condición que no se da en ningún
cuerpo de composición natural» (Principia, escolio a las leyes del
movimiento).
Estos experimentos constituyeron una especie de confirmación
de las reglas de impacto. Pero hay que señalar que, como Whiteside
ha apuntado, Newton en Enero de 1665 ó poco después había al
canzado « ... una idea exacta del problema de las colisiones elás
ticas e inelástica entre cuerpos que se movían no sólo en la misma
línea recta, sino también en líneas distintas» (Newton, 1967— ,
vol. 5, p. 148 y ss., nota 152). En esta época escribió lo que puede
ser su primer paso hacia la tercera ley 24, al menos para problemas
de impacto y colisión. En sus Lecciones de álgebra, con fecha de
1675, proponía el problema 12: «Dados los tamaños y movimientos
de dos cuerpos esféricos que se mueven en la misma línea recta
y chocan entre sí, determinar sus movimientos tras el rebote»25. La
primera de las condiciones o estipulaciones que puso para resolver
el problema era «que cada uno de los cuerpos sufra tanto en reacción
cuanto imprime en su acción sobre el otro» («ut corpus utrumque
tantum reactione patiatur quantum agit in alterum»). La combina-
200 L as transform aciones de las ideas den tíficas
Axiomas y proposiciones
1. Si una cantidad se mueve una vez, nunca descansará, a menos que se
vea impedida por una causa externa.
2. Una cantidad se moverá siempre en la misma linea recta (sin cambiar
ni la determinación ni la rapidez de su movimiento) a menos que una causa
externa la desvíe. [U LC MS Add. 4004, fol. 10; impreso en Herivel, 1965a,
p. 141.]
No hay más que comparar estos axiomas con los enunciados que
aparecen en los Principa de Descartes (parte 2, secciones 37, 39, que
copio a continuación con su traducción a nuestro idioma; Descar
tes, 1974, vol. 8, p. 62 y ss.) para ver de dónde proceden los
axiomas de Newton:
[A postilla]
Prima lex naturae: quod unaquae- La primera ley de la naturaleza:
que res, quantum in se est, semper que una cosa cualquiera, por lo que
in eodem statu perseveret; sicque de ella depende, siempre persevera
quod semel movetur, semper moveri en el mismo estado; así, lo que una
pergat. vez se mueve, siempre continúa mo
viéndose.
4. L a transformación de las ideas den tíficas 205
[A postilla]
[T exto]
Harum prima [lex naturae] est, D e ellas, la primera [ley de la na
unamquamque rem, quatenus est sim- turaleza] es que una cosa cualquiera,
plex & indivisa, manere, quantum in en cuanto que es simple e indivisible,
se est, in eodem semper statu, nec siempre permanece, por lo que de
unquam mutari nisi a causis extemis. ella depende, en el mismo estado, y
no cambia nunca su estado excepto
por causas externas.
En los dos primeros axiomas del "Waste Book, Newton tiene dos
leyes distintas, una para la continuidad y otra para la rectilínea-
ridad, correspondientes a las apostillas en las que Descartes enunció
dos leyes distintas con esta misma distinción. En la época de los
Prinápia, se habían fundido ambas en una so la4.
En un capítulo dedicado a las transformaciones, no puedo dejar
de observar que se ha producido una transformación real en los
estudios newtonianos por lo que respecta al papel de Descartes en
el desarrollo de las ideas científicas de Newton. No hace aún mucho
tiempo, Descartes se consideraba fundamentalmente, por lo que
respecta a la ciencia newtoniana, como el enemigo que había que
206 Las transformaciones de las ideas científicas
afirmar que tales poros existen (y tienen que existir), Vesalio regis
traría su incapacidad para encontrarlos.
Resulta interesante plantearse por qué Leonardo habría dibujado
los poros exigidos por la fisiología galénica mientras que Vesalio
no lo hizo. Quizá la razón estribe en que Vesalio era consciente de
la ciencia galénica que había tenido que estudiar y dominar como
estudiante de medicina, habiendo llegado a abrigar dudas acerca
de la verdad absoluta de los escritos galénicos una vez que comparó,
capítulo por capítulo y línea por línea, lo que escribió Galeno y lo
que él mismo había visto al hacer disecciones de cadáveres huma
nos. Por otro lado, Leonardo nunca había recibido una enseñanza
formal de la ciencia galénica, habiendo asimilado lo que sabía de
ella básicamente porque estaba en el ambiente, razón por la cual no
contrastó específicamente los escritos galénicos con sus propias
pruebas empíricas, tal y como Vesalio había tenido que hacer en
preparación de una edición de los escritos de Galeno sobre los hue
sos. Dejando al margen las diferencias de personalidad de cada cual,
existe una ulterior diferencia entre ambos personajes, por cuanto
que la visión y destreza del artista plasman la naturaleza en su
lienzo o en su hoja de apuntes por lo que respecta a sus rasgos gene
rales e impresiones holísticas, mientras que la visión y destreza del
anatomista tienden a concentrarse en cada uno de los mínimos de
talles.
El caso de Leonardo y los poros septales muestra de qué modo
la observación directa puede transformarse e incluso contradecirse,
hasta el punto de suministrar una información que de hecho no se
halla presente. Para decirlo de otro modo, los dibujos de Leonardo
de los poros septales nos muestran cómo la experiencia directa de
la observación puede transformarse a fin de no contradecir una
posición teórica que se halla bien establecida. Mas hay otro aspecto
negativo de la transformación de la experiencia que se refleja en
la inobservación de fenómenos que no se compadecen con las pre
concepciones. Creo que es ésta la única explicación razonable del
aparente hecho histórico de que no se dé en toda la Europa oc
cidental ningún informe de la supemova del año 1054, de la que
sólo tenemos conocimiento hoy día merced a sus fragmentos, o lo
que de ella quedó tras su explosión, formando la Nébula del Can
grejo*. Aparentemente los hombres y mujeres de la Europa del
siglo x i «no vieron» esta supernova en los cielos, debiéndose ello
* La Nébula del Cangrejo (N G C 1972, M 1), llamada así por su forma, se
Halla en Taurus a 5.000 años luz de la Tierra, presentando de 5 a 10 años luz
de diámetro. Observada el 4 de julio de 1054 por los chinos, resultó visible de
día durante veintitrés días, y de noche, durante casi dos años. (N . del T .)
230 Las transformaciones de las ideas den tíficas
lescopio o, como decía Galileo, «nunca nadie las había visto antes
que yo» 10. Estas nuevas manchas eran los datos brutos de la expe
riencia sensible o, para decirlo de otro modo, lo que Galileo vio de
hecho a través del telescopio fue una colección de manchas de dos
tipos. Como el propio Galileo nos dice, le llevó algún tiempo
transformar estos datos de los sentidos o imágenes visuales en un
concepto nuevo, cual es una superficie lunar con montañas y valles,
fuente y causa de lo que había visto a través del telescopio. A este
respecto no cabe la menor duda, tal y como el mismísimo Galileo
hizo patente en su explicación publicada. Dejémoslo hablar por sí
mismo (Galileo, 1957, p. 31):
resultan iluminadas por los rayos del Sol mientras la llanura per
manece aún en sombras?»
La transformación intelectual de estas observaciones lunares en
conclusiones que se acomoden a lo que Galileo llama «la vieja
opinión pitagórica de que la Luna es como otra Tierra» se vio impul
sada por el compromiso galileano con el sistema copemicano. Tiene
que haberse dado una considerable presión inconsciente para vindi
car la postura copemicana según la cual la Tierra no es más que
otro planeta, no difiriendo de otros planetas y de la Luna. Si la
Tierra no es un cuerpo único, no se halla particularmente dotado
para carecer de movimiento y estar en el centro del universo. El
compromiso copemicano de Galileo hizo que transformase los datos
de observación en un argumento según el cual la Luna se asemeja a
la Tierra.
Un proceso un tanto similar de transformación de los datos sen
soriales de la experiencia se dio con relación con lo que Galileo
llamaba «la cuestión que en mi concepto merece tomarse como la
más importante de todas, cual es el descubrimiento de cuatro PLA
NETAS, jamás vistos desde la creación del mundo hasta nuestros
días» (Galileo, 1957, p. 50). Aquí Galileo utiliza la palabra «pla
neta» en el sentido griego original de cualquier cuerpo errante de
los cielos, y hace alusión a su descubrimiento de los satélites de
Júpiter o planetas secundarios que acompañaban al planeta primario
Júpiter. Lo que de hecho «vio» no fue un conjunto de lunas o
satélites, sino que lo realmente observado el 7 de enero de 1610
fue «al lado del planeta... tres estrellitas, ciertamente pequeñas,
aunque muy brillantes». Estos puntos de luz que parecían estrellas
a pesar de su proximidad a Júpiter eran los genuinos datos sensibles.
En un principio, Galileo hizo tan sólo la simple y obvia transfor
mación de la visión de dichos puntos de luz, concluyendo que había
visto estrellas. Como él señalaba (Galileo, 1957, p. 51), «Creo que
se hallan entre las huestes de las estrellas fijas». El único aspecto
especial que despertó su curiosidad, continúa diciendo, fue su «apa
riencia de hallarse en una línea exactamente recta paralela a la
eclíptica y ... el hecho de resultar más esplendorosas que otras de su
tamaño». Tan lejos se hallaba de pensar que pudiesen ser satélites
de Júpiter que nos dice que «no presté atención a las distancias que
mediaban entre ellas y Júpiter, ya que en un principio pensé que se
trataba de estrellas fijas, como ya he dicho». Su segunda observación
se realizó la noche siguiente, mostrando «tres estrellitas... todas
muy juntas al oeste de Júpiter y a intervalos iguales unas de otras».
Aún entonces, Galileo no comenzó o conjeturar que se trataba de
satélites. Por el contrario, nos dice,
236 Las transformaciones de las ideas científicas
La den d a avanza paso a paso, y todos dependen del trabajo de sus prede
cesores. Cuando se oye hablar de un descubrimiento repentino e inesperado,
un trueno en un día despejado, por así decir, siempre se puede estar seguro
que se ha desarrollado por la influenria de una persona sobre otra, siendo esta
influenda mutua la que crea la enorme posibilidad de progreso científico. Los
científicos no dependen de las ideas de un hombre solo, sino de la sabiduría
combinada de miles de personas, todas dando vueltas al mismo problema, todas
contribuyendo con su grano de arena a la gran estructura de conocimiento que
paulatinamente se erige.
lugar relativo a dos puntos (al estilo de Kepler), sino como la curva
trazada por un epiciclo con un período de rotación igual al período
de revolución de su centro por el deferente3.
Por lo que respecta a la ley de áreas, se puede decir que en gran
medida permaneció ignorada4. Por ejemplo, en la Astronomía C a
rolina de Thomas Streete, de donde el joven Newton extrajo una
anotación sobre la tercera ley, la ley de áreas se encuentra visible
mente ausente3. En su lugar aparece una ley distinta, basada en la
rotación uniforme de un radio vector en torno al foco vacío (o
ecuante) de la elipse. Ya hemos aludido a tres formas adoptadas por
esta ley sustituyeme que eran corrientes en la época de Newton.
La más simple de las sustituías de la ley de áreas había sido inven-
Afelio
M
Fig. 5 2 .—E l uso de la ley de áreas para determ inar la posición futura de un
planeta depende de la solución quam proxime de un problem a geométrico que
carece de solución exacta, cual es el de, dados ¡o s puntos P0 y P, de una elipse,
determ inar el punto tal que las áreas de los sectores focales asociados
(PgSPi y PjSP2) se hallen en una razón dada, a saber (según la ley de áreas de
K epler), la de los tiem pos de tránsito de P# a P , y de P | a Pj. E l So l se bolla
en el foco S de la elipse.
Fue como sigue. Una idea acudió a la mente de Sir Isaac, cual es la de
comprobar si la misma Potencia no mantenía a la Luna en su Orbita, a pesar
de su Velocidad de proyección, que él sabía que tendía siempre a proceder en
Línea recta, la Tangente de dicha Orbita, que hace que las Piedras y todos
los Cuerpos pesados que se hallan entre nosotros caigan hacia abajo, y que
denominamos Gravedad. Tomando este Pos tulatum, ya concebido anterior
mente, de que tal Potencia podría decrecer en Proporción duplicada de las
Distancias desde el Centro de la Tierra. En la ocasión del primer Ensayo de
Sir Isaac, cuando tomó un Grado de un Círculo máximo sobre la superficie
terrestre, a partir del cual había que determinar también un Grado a la Dis
tanda de la Luna, como si fuese tan sólo de 60 millas, según las Medidas apro
ximadas entonces en Uso. H asta derto Punto, se sintió frustrado, y la Poten
cia que mantenía a la Luna en su Orbita, medida por los Senos versos de
dicha Orbita, no parecía ser exactamente la misma que era de esperar, de
haber sido la Potencia de la Gravedad sola la que influyese sobre la Luna.
Tras dicho Fracaso, que hizo que Sir Isaac sospechase que dicha Potencia era
sólo en parte la de la Gravedad y en Parte la de los Vórtices de C ortesías, dejó
de lado d P ap d en que había hecho sus Cálculos y pasó a otros Estudios.
ción o como los diámetros multiplicados por los cuadrados del nú
mero de revoluciones realizadas en un tiempo dado». Aplica esta
regla, D /T 2, a la comparación de la «tendencia» orbital de la Luna
«a alejarse del centro» de la Tierra con la similar «tendencia a
alejarse» sobre la superficie terrestre en el ecuador. Esta última
viene a ser «unas 12Yt veces mayor», de donde concluye que «la
fuerza de la gravedad es 4.000 veces o más superior a la tendencia
de la Luna a alejarse del centro de la tierra». De hecho, la fuerza
de la gravedad, según los cálculos de Newton, resulta ser 4.375
( = 350 X 12 VÍ) veces mayor que la «tendencia a alejarse» de la
Luna. Hay que señalar que si Newton hubiese empleado 4.000 millas
de 5.280 pies para el radio ecuatorial, el resultado hubiera sido
de 3.584 en lugar de 4.375, muy próximo al valor «teórico»
de 3.600; esto es, el valor que sería de esperar si Newton supu
siese que la proporción entre la «tendencia a alejarse» de la Luna
y la fuerza superficial de la gravedad terrestre es la inversa de la
razón entre el cuadrado de la distancia de la Luna al centro de la Tie
rra (60 radios terrestres) y el cuadrado del radio terrestre. Natural
mente, Newton podría haber establecido mentalmente tal compara
ción sin escribirla, lo que habría puesto de manifiesto que el resul
tado calculado de 4.375 se apartada un 21,5 por ciento del valor
teórico de 3.600, como más tarde dijo haber hecho (cuando escribió
acerca de estas cosas en 1718 más o menos, en el memorándum de
Des Maizeaux); sin embargo, no hay pruebas documentales de que
lo haya hecho.
En el manuscrito en el que se describen los cálculos precedentes,
Newton deriva una ley del inverso del cuadrado para los planetas,
combinando la tercera ley de Kepler para «los planetas primarios»
con sus «tendencias a alejarse» del Sol (a la manera escrita en el
párrafo inicial de la sección § 5.3). Esto se hace en algunos párrafos
breves y sumarios que se añaden a la discusión y exposición más
bien detallada de la «tendencia a alejarse» de la Luna y de la «ten
dencia a alejarse» en la superficie de la Tierra. En este documento,
Newton ni dice expresamente ni da a entender de modo alguno
sea que la gravedad de la Tierra se pueda extender tan lejos como
la órbita lunar, sea que la «tendencia a alejarse» de la Luna se aco
mode a una ley inversa del cuadrado de la distancia. La única apli
cación que hace de su cálculo de la «tendencia a alejarse» orbital
de la Luna es un intento de explicar el hecho de que la Luna siempre
«vuelve la misma cara hacia la tierra»3.
Más adelante, una vez que Newton aprendió a analizar el mo
vimiento orbital en términos de la acción de una fuerza centrípeta
ejercida sobre un cuerpo con una componente inicial de movimiento
5. Newton y las leyes de Kepler 263
inercial, y una vez que hubo escrito los Principia, interpretó sus
primitivos cálculos como si fuesen esencialmente la «prueba lunar»
descrita en el escolio a la proposición 4 del tercer libro de los Prin
cipia. En la explicación que dio de esta supuesta prueba de la ley
inversa del cuadrado, como informan Whiston y Pemberton, New
ton, como hemos visto, aludía al fracaso de la prueba, al escaso
acuerdo. Según Whiston, se sintió «frustrado» porque «la Potencia
de la sola Gravedad» no fuese «la Potencia que mantenía a la Luna
en su Orbita», y porque, según Pemberton, los «cálculos no corres
pondían a las expectativas» 4. Sin embargo, en el memorándum es
crito en tomo al año 1718 para Des Maizeaux, Newton deseaba que
se creyese que los resultados computados en la mitad de la década
de los sesenta concordaban con el valor teórico «muy estrechamen
te», como él decía. Esta expresión es la traducción que hacía New
ton de la palabra latina «quamproxime», que utilizó más adelante
en el De motu para caracterizar los resultados de la verdadera prueba
de la Luna, y que se usa frecuentemente en los Principia para resul
tados que no son totalmente exactos, aunque casi lo sean. De ahí
que se dé un sorprendente contraste entre los informes orales de
Newton a Whiston y Pemberton y sus pretensiones en el memorán
dum de Des Maizeaux.
En una carta a Halley (20 de junio de 1686; Newton, 1959-
1977, vol. 2, p. 436), cuando Newton defendía su pretensión de
independencia en el descubriminto de la ley de inverso del cua
drado e insistía en que no tenía deuda alguna con Hooke por ha
bérsela sugerido, aludía a «uno de mis escritos» en el que «se calcu
la la proporción de nuestra gravedad con el conatus recedendi a
centro Terrae de la luna, aunque no con la suficiente precisión». En
el documento que aquí estamos analizando, es precisamente esa pro
porción la que se calcula y no podemos menos de estar de acuerdo
con la ausencia de exactitud mostrada por el resultado5.
En cualquier caso, ha de notarse que, si Newton hubiese hecho
una prueba lunar adecuada para ver si la gravedad terrestre dismi
nuida de acuerdo con el cuadrado de la distancia podría explicar el
movimiento observado de la Luna, probablemente se habría visto
sorprendido y perplejo si los resultados hubiesen mostrado una con
firmación exacta. En efecto, para Newton resultaba obvio que la
Luna no se mueve en una órbita circular y que su movimiento se
curacteriza más por sus irregularidades que por sus regularidades.
Además, tal y como ha indicado D. T. Whiteside (1964a, especial
mente las notas 13 y 54), Newton creía firmemente en los años
sesenta en la existencia real de una fuerza o tendencia centrífuga
distinta que, en el caso no circular, no podría ser cuantitativamente
264 Las transform aciones de las ideas científicas
Queda ahora por averiguar las propiedades de una línea curva (ni circular
ni concéntrica) realizada por una potencia atrayente central que baga que las
velocidades de descenso desde la linea tangente o igual movimiento rectilíneo,
a todas las distancias, estén en una proporción duplicada de las distancias recí
procamente tomadas [i.e ., inversamente como el cuadrado de las distancias].
No me cabe la menor duda de que con vuestro excelente método podréis hallar
fácilm ente cuál ha de ser dicha curva, asi como sus propiedades, sugiriendo
además una razón física de esta proporción. [H ooke a Newton, 15 de enero
de 1679/80; Newton, 1959-1977, vol. 2 , p . 313.]
Dado que los historiadores (asi como el propio Hooke) han citado
frecuentemente estas afirmaciones como prueba de que Hooke había
descubierto la ley de la gravitación del inverso del cuadrado, posee
un interés más que mediano el que Newton haya conferido tanta
importancia en los Principia a una demostración de que la ley de
5. Newton y las leyes de Kepler 267
D espués de lo cual, calculé cuál habría de ser la órbita descrita por los
planetas, pues ya había hallado antes, por la proporción sesquiáltera de los
tiempos periódicos de los planetas con sus distancias al so l, que las fuerzas
que los mantienen en sus órbitas en tom o al sol eran como los cuadrados de
sus distancias medias al sol recíprocamente; & hallé ahora que cualquiera que
fuese la ley de las fuerzas que mantienen a los planetas en sus órbitas, las
áreas descritas por un radio trazado desde ellos hasta el sol serían proporciona
les a los tiem pos en que fueron descritas. Y [con ayuda de] estas dos propo
siciones, hallé que sus órbitas habrían de ser esas elipses que Kepler ha des
crito *.
H e hallado ahora que cualquiera que sea la ley de las fuerzas que mantienen
a los planetas en sus órbitas, las áreas descritas por un radio trazado de ellos
al sol serían proporcionales a los tiempos en que se describieron. Y , mediante
la ayuda de estas dos proposiciones, hallé que sus órbitas habrían de ser
aquellas elipses que Kepler había descrito*.
5. Newton y las leyes de Keplcr 275
tipo, nunca percibidas aún» (Hall & Hall, 1962, pp. 302 y ss.). En
una conclusión también suprimida, escribía en un estilo similar:
«Sospecho que esta última depende de las fuerzas menores, aún no
observadas, de las partículas insensibles»; «no veo con claridad por
qué las menores no habrían de actuar... mediante fuerzas similares»;
«E s probable que las partículas... se unan por una atracción mu
tua»; « ... ha de aribuirse, sospecho, a la atracción mutua de las
partículas»; «H e planteado estas cuestiones con brevedad, no para
hacer la afirmación temeraria de que hay fuerzas atractivas y repul
sivas»; «Pues creo que los cuerpos combustibles so n ...; «D e donde
sospecho q u e...»; «si fuese siquiera posible demostrar que existen
fuerzas de este tipo»; «Lejos de mí afirmar que mis puntos de
vista son acertados» (ibid., pp- 320 y ss.). En una «Hypoth. 2»,
escrita para una versión de la O ptica a comienzos de la década de
1690, admitía: «L a verdad de esta Hipótesis no la afirmó, pues
no puedo probarla, pero es muy probable...» (Cohén, 1966, p. 180;
Westfall, 1971, pp. 371-382).
Qué notable contraste con los Principia, donde insiste sin cuali-
ficación alguna en que la gravitación universal «existe realmente»
(«revera existat») y en que la «gravedad... actúa de acuerdo con
las leyes que hemos expuesto», mientras que hemos visto que en el
prefacio publicado tan sólo dice haberse visto conducido a «sospe
char de alguna manera» («multa me movent, ut nonnihil suspicer»)
que los «otros fenómenos de la naturaleza... quizá dependan de
ciertas fuerzas por las que las partículas de los cuerpos... o se ven
impelidas unas hacia otras para unirse... o se ven repelidas unas
de otras». E s decir, afirma la existencia de la gravitación universal
por más que no sea capaz de comprenderla y no pueda hallar una
causa de su modo de acción, mientras que por lo que respecta a las
fuerzas de las partículas (que, según dice, se asemejan a la gravedad
por cuanto que sus «causas aún no [son] conocidas»), tan sólo de
clara sus sospechas. Las pruebas a favor de la gravitación universal
eran firmes y, según su modo de pensar, inatacables; pero los ele
mentos de juicio a favor de las fuerzas de las partículas eran muy
inestables “ .
En la física de los Principia, las fuerzas asociadas a los cuerpos
macroscópicos poseen aspectos que resultan sorprendentes para una
visión simplista de la física newtoniana, tal y como se contiene en
los libros de texto elementales y en muchas historias de la ciencia.
Hemos visto, por ejemplo, que Newton escribía acerca de la «vis
insita», una «fuerza interior, inherente o esencial, que, como su
nombre indica, puede haber sido «implantada» en la materia: se
trata de la misma fuerza de la que Newton decía que era una «vis
280 Las transform aciones de las ideas científicas
1967-, vol. 6, pp. 31 y ss.), Newton enuncia que dicha relación vale
«para los planetas mayores que circulan en torno al sol, así como
para los menores que circulan en tomo a Júpiter y Saturno». Aparece
un enunciado similar en los Principia (escolio a la proposición 4),
donde Newton dice que el «caso» descrito en este corolario «se da
en los cuerpos celestes». En los Principia, aparece un enunciado
entre paréntesis adicional que no se halla en el D e motu: «Como
nuestros colegas Wren, Hooke y Halley han independientemente
observado.» En el D e motu se dice que la anterior relación (que los
«cuadrados de los tiempos periódicos [de los cuerpos celestes] son
como los cubos de las distancias al centro común en tomo al cual
giran») es «ahora aceptada por los astrónomos». En los Principia,
la afirmación de Newton es más concisa: puesto que esta relación
rige para los cuerpos celestes, tiene la intención de «tratar con más
detenimiento aquellas cuestiones que se relacionan con la fuerza
centrípeta que decrece como los cuadrados de las distancias a los
centros»6. En los Principia, aunque no así en el D e motu, sigue
después (proposición 3) un modo claro de hallar el centro de fuerza,
dada una órbita y la velocidad en dos puntos cualesquiera.
Después (De motu, teorema 3; Principia, proposición 6) intro
duce Newton una medida originaÚsima de la fuerza centrípeta, el
fundamento sobre el que se eleva el análisis de las órbitas elípticas
(y muchas cosas m ás)7. Ello le conduce a la ulterior discusión del
movimiento en un círculo. En el De motu (problema 1), la fuerza
centrípeta se dirige a un punto de la circunferencia; en los Principia
(proposición 7), la fuerza se «dirige a cualquier punto». No hay equi
valente en el De motu de las proposiciones 8 y 9 de los Principie¡t
donde Newton considera el movimiento en un semicírculo, cuyo
centro de fuerza es «tan remoto» que todas las líneas trazadas desde
ese centro a cualquier punto del semicírculo «pueden considerarse
paralelas», examinando también la ley de la fuerza centrípeta en
el movimiento en espiral.
A continuación (De motu, problema 2; Prinápia, proposi
ción 10), se introduce el movimiento elíptico con la fuerza dirigida
hacia el centro de la elipse. Es entonces cuando Newton alcanza el
principal fruto del ejercicio planteado por Halley: la derivación de
la «ley de la fuerza centrípeta dirigida a un foco de una elipse» (De
motu, problema 3; Principia, proposición 11). Se muestra que esta
fuerza es «inversamente como el cuadrado de la distancia». Como
ocurría con la ley de áreas y la ley armónica, Newton transforma la
regla cinemática u observacional de Kepler en un principio causal
sobre las fuerzas en el movimiento planetario. En el De motu, ello
lleva a Newton a la siguiente conclusión:
284 Las transformaciones de las ideas científicas
Escolio: Por tanto, los planetas mayores giran en elipses con un foco en
el centro del sol y, mediante radios trazados [de los planetas] al sol, describen
¿reas proporcionales al tiempo, tal y como [omnirto] Kepler había supuesto.
lario 3) discutir una fuerza que varía como el inverso del cubo de
la distancia y no una fuerza inversa del cuadrado.
En una copia del tratado escrito por el amanuense de Newton,
Humphrey Newton (quien más adelante haría la copia en limpio
de los Principia para la imprenta), hay dos inserciones de notable
interés astronómico*. En una de días, Newton, recurre a un insu
ficientemente definido «Planetarum commune centrum gravitaris...»,
(que Whiteside sugiere que es d «centro instantáneo» de «fuerza
planetaria de interacción»; Newton, 1967-, vol. 6, p. 78, nota 10),
y que ha sido objeto de crítica por parte de Curtís Wilson (1970),
quien señala que Newton carece de fundamentos para suponer que
este centro cae dentro d d cuerpo solar o muy cerca de d . Newton
concluye que, como resultado de la desviación de dicho centro res
pecto al Sol (¿el centro del Sol?), «los planetas ni se mueven exac
tamente en elipses ni giran dos veces en la misma órbita». Todo lo
cual lo lleva al siguiente resultado:
21. Y su coincidencia
Y de ahí que la fuerza de atracción se halle en am bos cuerpos. E l sol atrae
a Júpiter y a los otros planetas, Jú p iter atrae a sus satélites, y de manera
sim ilar, los satélites actúan unos sobre otros así como sobre Jú p iter, y todos
los planetas actúan unos sobre otros. Y si bien las acciones de cada uno de
los planetas de una pareja sobre el otro se pueden distinguir entre si, conside
rándose como dos acciones con las que cada uno atrae al otro, con todo, en
tanto en cuanto se dan entre los mismos dos cuerpos, no son dos, sino una
sim ple operación entre dos términos. D os cuerpos pueden tirar uno del otro
mediante la contracción de una cuerda que los una. L a causa de la acción es
doble, a saber, la disposición de cada uno de los dos cuerpos; la acción es
asimismo doble, en la medida en que se ejerce sobre dos cuerpos; peto en
tanto en cuanto tiene lugar entre dos cuerpos, es una y la misma. N o hay, por
ejemplo, una operación por la cual d sol atraiga a Jú p iter y otra operación
mediante la cual Júp iter atraiga al sol, sino que hay una operación por la que
el sol y Júpiter tratan de acercarse el uno al otro. Por la acción con la que el
sol atrae a Júpiter, Jú p iter y el sol tienden a acercarse entre sí (por la ley 3),
292 L as transform aciones de las ideas científicas
y por la acción con que Júpiter atTae al sol, Júpiter y el sol tratan de acercarse
uno a otro. Adem ás, el sol no se ve atraído por una acdón doble hacia Júpiter,
ni es Jú p iter atraído por una doble acción b ad a el so l, sino que hay una acción
única entre ellos mediante la cual am bos se aproximan d uno al otro. [D e la
traduedón del m anuscrito de Newton de I . B . Cohén y Anne W hitman.]
Dado que los pesos de los planetas hada el sol son reciprocamente como
los cuadrados de las distandas al centro del sol, se sigue (por el libro primero,
3. Newton y las leyes de Kepler 297
Sin embargo, observa entonces que «la acción de Júpiter sobre Sa
turno no se ha de ignorar» (véase el apartado $ 3.5); hay «una
perturbación tan notable de la órbita de Saturno en cada conjunción
de dicho planeta con Júpiter que los astrónomos no la pueden ig
norar». Por otra parte,
la perturbación de la órbita de Júpiter es mucho menor que la de la de Sa
turno. Las perturbaciones de las restantes órbitas son con mucho aún meno
res, excepto en que la órbita de la tierra es sensiblemente perturbada por la
luna. E l centro común de gravedad de la tierra y la luna traza una elipse en
torno al sol, en la que éste se halla situado en un foco, y este centro de
gravedad, mediante un radio trazado hasta el sol, describe áreas proporcionales
a los tiempos; durante este tiempo, la tierra gira en tomo a este centro común
con un movimiento mensual.
las obras de Foucault han sido traducidas al inglés, aún no han sido
asimiladas realmente en la tradición del pensamiento erudito anglo
americano (véase White, 1973). En su L'archéologie du savoir
(1969), traducida al inglés como The Archaeology of Kttowledge
(1972) * , hay muchas referencias a transformaciones de todo tipo,
dedicándose todo un capitulo al «Cambio y transformación». Al
comienzo, se dice que la transformación es uno de los conceptos del
análisis histórico (junto con el de discontinuidad, ruptura, umbral,
límite y serie) que Foucault propone estudiar en relación con lo
que «denominamos la historia de las ideas, del pensamiento, de la
ciencia o del conocimiento»17. En la introducción (1972, p. 4),
Foucault confiesa que su propósito es hallar «las rupturas» que sub
yacen a las aparentes «grandes continuidades del pensamiento»,
rupturas que conecta con los «umbrales y actos epistemológicos» de
Gastón Bachelard. Ello lo lleva a subrayar «el desplazamiento y
transformación de los conceptos», y señala «como modelos» los
análisis de Georges Canguilhem
Foucault no aisla en especial el concepto de transformación de
las ideas, si bien lo presenta usualmente como formando parte de
una serie impresionista:
S 1.1.
1 En los últimos años, gran parte de las discusiones relativas a las revolu
ciones científicas se han centrado sobre Kuhn (1962). Para algunos comentarios
sobre las opiniones de Kuhn, véase Lakatos & Musgrave (1970). Para una
exposición modificada de las opiniones de Kuhn, véase su artículo «Segundas
reflexiones acerca de los paradigmas», en Suppe (1974). L a adecuación del uso
del término «revolución» para describir el cambio científico se niega en Toul-
min (1972), vol. I , pp. 96-130, especialmente las pp. 117 y ss. [traducción es
pañola citada en la bibliografía, pp. 107-139, especialmente las pp. 124 y ss.].
2 Esta expresión la utilizan ios historiadores generalmente de manera acrí-
tica, sin que entrañe necesariamente la adherencia a un concepto particular de
revolución o ni siquiera a una doctrina específica del cambio histórico clara
mente formulada. Sobre la historia de este concepto y nombre, véase el capí
tulo 2 y Cohén (1977e).
1 Pierre Duhem es responsable en gran medida de la opinión según la cual
muchos de los descubrimientos tradicionalmente atribuidos a Galileo habían
sido anticipados por los pensadores medievales tardíos. L a tesis de Duhem
relativa al origen medieval de la ciencia moderna ha sido expuesta de una ma
nera novedosa por Crombie (1953).
313
314 N otas
4 Aún son valiosas obras tan antiguas como Omstein (1928), la única obra
omnicomprensiva que se haya producido nunca sobre el tema, y Brown (1934),
habiendo de complementarse con obras recientes como las de Hahn (1971),
Middleton (1971) y Purver (1967).
5 El nombre oficial de la Sociedad Real es: La Sociedad Real de Londres
para el Fomento del Conocimiento Natural.
4 Sobre la historia de las revistas científicas, véase Thomton & Tully (1971
y Knight (1975), especialmente el capítulo 4.
7 Para las opiniones de Bacon sobre la utilidad, véase su Novum organum,
libro I, aforismos 73 y 124; libro segundo, aforismo 3. Las afirmaciones de
Descartes acerca de los modos en que la ciencia puede hacemos «los amos
y posesores, por así decir, de la naturaleza» (básicamente «la conservación de
la salud» y «la invención de... artefactos que nos permitan disfrutar sin esfuer
zo de los bienes de la tierra...») se pueden hallar en la parte 6 de su Discurso
del método (sobre todo el final del segundo párrafo y el comienzo del tercero
y hacia la conclusión).
I Las tesis ya clásicas acerca de las influencias sociales de la ciencia del
siglo xvn aparecen en Hessen (1931) y Merton (1938). Un asombroso ejemplo
de cómo investigar «el lugar de la ciencia en el marco conceptual de las ideas
económicas, sociales, políticas y religiosas» ha sido dado para este período por
Webster (1975). Véase también la lan a y concienzuda recensión de la obra de
Webster debida a Quentin Skinner, Tim es Literary Supplement (2 de julio de
1976), núm. 3.877, pp. 810-812.
9 Sobre Newton y el diseño de buques, véase Cohén (1974¿); sobre la lon
gitud en el mar, véase Newton (1975), introducción, parte 5 ; sobre el teles
copio. véase Newton (1958), sección 2, $$ 3-5 ($ 17 contiene una descripción
de otro instrumento, un octante reflector para uso en la navegación práctica,
que se encontró entre los escritos de Newton y que él nunca consideró ade
cuado hacer público).
10 Descartes, en su Discurso del método (1637), dice explícitamente que no
se considera a sí mismo una persona de capacidad mental superior a la media;
de ahí que si ha hecho algo extraordinario, la razón ha de descansar en su
método (véase D escaras, 1956, p. 2 [traducción española citada en la biblio
grafía, p. 4 ]).
II La propia descripción de Galileo aparece en el quinto párrafo del texto
de su Siaereus nuncios (1610); Galileo (1890-1909), val. 3, parte I , pp. 60 y
siguientes; traducción de Drake en Galileo (1957), p. 29. [H ay traducción es
pañola en preparación: Madrid, Alianza.]
12 Newton (1672), p. 3075; reimpreso en facsímil en Newton 1958, p. 4
Véase Newton (1959-1977), vol. I, p. 92.
u La excepción fue Domingo de Soto ( f 1560), quien en un comentario
sobre la Física de Aristóteles (1554) «fue el primero en aplicar la expresión
“ uniformemente diforme” al movimiento de los cuerpos que caen, indicando
con ello que aceleran uniformemente cuando caen, alumbrando así la ley
galileana de la caída de los cuerpos». Citado según la noticia que da William
A. Wallace (1975) de De Soto en el Diclionary o f Scientífic Biograpby. Véase
Beltrán de Heredia (1961), Wallace (1968), Clagett (1959), pp. 257, 555 y
siguientes, 685.
H Principia, libro primero, proposición 4, corolario 6 y 7. Para otros ejem
plos de las consideraciones de Newton en tomo a las relaciones matemáticas
que no se dan en la naturaleza, véase $ 3.3.
15 En el escolio que sigue a la proposición 78 (libro primero) de los Pr
cipia, Newton alude a estas dos tildándolas de «los casos principales de atrac
ciones», y considera que «merece la pena señalar» que, bajo ambas condido-
N otas 315
nes, la fuerza atractiva de un cuerpo esférico sigue la misma ley que las
partículas que lo componen. Sobre este tema, véase $ 3.1, nota 5.
16 Como reacción, Alexandre Koyré llegó a la conclusión opuesta: que, lejos
de apoyarse en experimentos (y lejos de ser el fundador del moderno métoído
experimental), Galileo no era primariamente un experimentador. Además, Koyré
llega incluso a afirmar que muchos de los más célebres experimentos de Gali
leo no pudieron realizarse, al menos no de la manera descrita. Véase Koyré
(1943), (1950n) y (1960c); todos ellos se hallan reunidos en Koyré (1968). So
bre los experimentos mentales de Galileo, véase Shca (1972), pp. 63-65, 156,
157 y ss. Hoy día se acepta comúnmente que el punto de vista de Koyré era
extremado, precisando de algunas modificaciones. Algunos de los experimentos
«irrealizables» citados por Koyré han sido realizados desde entonces, arrojando
los mismos resultados descritos por Galileo; véase Settle (1961), (1967) y
Mac Lachlan (1973). Recientemente Drake ha descubierto que los experimentos
desempeñaron una función significativa en los descubrimientos de Galileo
relativos a los principios del movimiento.
$ 1.2 .
1 Tanto Leibniz como Newton tuvieron su parte en esta revolución (véase
la nota 2 al apartado $ 2 2 ). Con todo, ha de tenerse presente que Newton
hizo un gran número de descubrimientos o invenciones en matemáticas, entre
ellas la expansión binominal general de (a + b)m, el teorema fundamental de que
hallar el área bajo una curva y hallar la tangente a una curva son operaciones
inversas, los métodos tanto del cálculo diferencial como del integral, la clasi
ficación de curvas cúbicas, diversas propiedades de las series infinitas, los de
sarrollos tanto de Taylor como de Mclaurin, modos de cálculo y métodos de
análisis numérico (incluyendo los métodos de iteración sucesiva, interpolación,
etcétera), más otros aspectos de la geometría, el análisis y el álgebra. Sobre
estos temas, véase la introducción de Whiteside a Newton (1964-1967), así
como su introducción y comentarios a lo largo de su edición de los Escritos ma
tem áticos [M athem atical P ap en ] de Newton (1967-).
2 Las contribuciones públicas positivas de Newton a la química se resumen
convenientemente en Partington (1961), capitulo 13.
2 El contenido de estas cuestiones se resumen convenientemente en la tabla
analítica de contenido de Duane H . D. Roller, en la edición de Dover de la
O ptica (Newton, 1952, pp. Ixxix-cxvi) [puede verse un resumen similar en la
edición española de Oírlos Solís citada en la bibliografía, pp. cxv-cxxi], y en
Cohén (1956), pp. 164-171, 174-177. Sobre el desarrollo de las cuestiones, véa
se Koyré (1960c).
4 Sobre este tratado, véase Newton (1958), pp. 241-248, 256-258; también
(1959-1977), vol. 3, pp. 205-214.
s Todos los extractos de los Principia de Newton se dan en el texto de una
nueva traducción, actualmente en preparación, de I. B. Cohén y Anne M. Whit-
man, o son revisiones de la traducción de Andrew Motte.
* D e la Conclusio no publicada de Newton, traducida por A. R. y M.
B. Hall (1962), p. 333.
7 Véase la tabla analítica de contenido de Roller (Newton, 1952, pp. Ixxix-
cxvi).
* Young (1855), vol. 1, pp. 161, 183 y ss.; véase Peacock (1855), pp. 150-
153. Mas no se crea que todos los números dados en la O ptica publicada
representan una medición exacta o el resultado de un cálculo basado en tales
mediciones directas.
316 N otas
5 13.
1 Sobre Hales, véase Guerlac (1972); Cohén (19766); F. Darwin (1917),
pp. 115-139.
2 Una traducción inglesa contemporánea de la noticia que da Van Helmont
de este experimento aparece en Partington (1961), p. 223.
3 D e motu coráis, capítulo 9 ; citado de Harvey (1928). Cf. Kilgour (1954)
y especialmente Pagel (1967), pp. 73 y ss.
4 D e ahí que el método cuantitativo usado por Harvey sea al menos tan
revolucionario como sus conclusiones acerca de la circulación e incluso más
aún. Desde el punto de vista del siglo xvn , temas tales como la estática teóri
ca, la cinemática y la dinámica eran ciencias matemáticas exactas que se torna
ban físicas tan sólo cuando se aplicaban a la física.
5 Galileo (1974), p. 147 [traducción española citada en la bibliografía, pá
ginas 265-266); (1890-1909), vol. 8, p. 190. Estrictamente hablando, Galileo
nunca expresa sus leyes físicas como las proporciones algebraicas s « * fi o
v x /. De hecho, resulta incluso erróneo escribir estos resultados en la forma
S, : s2 = P ¡ : i*2 y “ lucho más aún (ó, / S2) = (í, / 1¡). Sobre este punto véase
la nota 8 infra. En adelante, y a modo de abreviatura, aludiré a las relaciones
descubiertas por Galileo con las expresiones s <* t2 o » x /, aunque sin preten
der en absoluto que éstas sean las formulaciones galileanas de tales leyes.
6 «D el movimiento naturalmente acelerado», tercera ¡ornada, proposición
2; Galileo (1974), p. 166 [traducción española citada en la bibliografía, p. 294);
(1890-1909), vol. 8, p. 209.
7 En el corolario 1 a la proposición 2, Galileo muestra que aunque la
distancia total atravesada es proporcional al cuadrado del tiempo, las distancias
atravesadas en cada intervalo igual sucesivo de tiempo son como los números
impares a partir de la unidad, resultado que se sigue de la teoría de números,
dado que la sucesiój 1, 4, 9, 16, 25, ... lleva a la sucesión 1 ( = 1 — 0),
3 ( = 4 — 1), 5 ( = 9 — 4), 7 ( = 1 6 - 9 ) , 9 ( = 2 5 — 16), ...
* Galileo no se limitó a tales relaciones numéricas. Así (tercera jornada,
proposición 2 sobre d movimiento acelerado: 1974, p. 166 [traducción espa
ñola citada, p. 294); 1890-1909, vol. 8, p. 209): «S i dos móviles descienden
desde el reposo con movimiento uniformemente acelerado, los espacios atrave
sados en tiempos cualesquiera se hallan entre sí como la razón duplicada de
sus tiempos.» La proporción de Galileo es pues, espacio,: espacio, = (tiem
po, : tiempo,)2; no emplea la relación funcional s « P . Sobre este punto, véanse
los comentarios de Drake en la introducción a Galileo (1974), pp. xxi-xxiv.
Mas, al discutir magnitudes del mismo tipo (por ejemplo, segmentos rectilíneos),
Galileo usa equivalentes verbales de ecuaciones, tales como *H B est excessus
N E super B L » (H B = N E — B L).
’ G t a de 11 saggiatore («E l ensayador»), sección 6, traducido en Crombie
,1969), vol. 2, p. 151; Galileo (1890-1909), vol. 6, p. 232. Esta afirmación apare-
N otas 319
explicar. Por tanto, podemos entender perfectamente por qué algunos estudio
sos han hecho una «silenciosa corrección» de este 6, a fin de que fuese 1 6 5.
Este número 6 encaja en la progresión aritmética 2, 4, 6, mas en tal caso la
tierra no tendría ningún satélite, lo que denegaría de hecho la base sobre la
cual se asignan dos a Marte. Además, Kepler sugería también que Venus y
Mercurio podrían tener un satélite cada uno. Estos dos números romperían la
sucesión, pero no habría otra alternativa si es que cada planeta no ha de
poseer más satélites que el planeta inmediatamente superior.
16 Para detalles, véase Cohén (1911b), (1911d).
17 Para otros ejemplos de numerologla en los siglos xix y xx , véase Cohén
(1977d). Un ejemplo sobresaliente es la llamada ley de Bode (o ley de Titus-
Bode), que da valores razonablemente buenos para las distancias planetarias
(hasta Urano), incluyendo un lugar para los asteroides. También falla para
el primer término. Véase además Nieto (1972).
$ 1.4.
1 Cita del Mysterium cosmographicum (1596) en Kepler (1937-), vol. 1
p. 9; traducido en Rufus (1931), p. 9. Cf. Koyré (1973), p. 138. De hecho,
Kepler llegó a decir que «se vio inducido a ensayar y descubrir estas cosas
[i.e., estas tres cosas] debido a la maravillosa semejanza entre los objetos sin
movimiento, a saber, el sol, las estrellas fijas y el espacio intermedio, y Dios
Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo; esta analogía la desarrollaré más am
pliamente en mi cosmografía».
1 Mysterium cosmographicum, capitulo 20. Para ver cómo opera esta ley
nótese que los periodos de Mercurio y Venus son respectivamente de 88d y
2 2
224 — d; de ahí que la mitad del aumento de período sea Vi (224 — d —
3 1 3
— 88d) = 68 — d. La regla de Kepler es que 88 : (88 + 6 8 1/ 3) = dist. de
3
Mercurio: dist. de Venus. Los resultados, según los da Dreyer (1906), p. 379,
son Júpiter: Saturno 0,574 (0,572), Marte: Júpiter 0,274 (0,290), tierra: Mar
te 0,694 (0,658), Venus : tierra 0,762 (0,719), M ercurio: Venus 0,563 (0,500);
los números entre paréntesis son en cada caso el valor copernkano. En una
ecuación, la regla de Kepler rezarla (Tn + T B_ ,) / 2TIt_ , = A ^ / An_ ,; cf. Koy
ré (1973), pp. 153 y ss.
3 Véase Kepler, Harmonice mundi, en Kepler (1937-), vol. 6 , p. 302. Ke
pler guarda asombrosamente silencio acerca de cómo llegó a esta ley. Koyré
(1973), p. 455, nota 27, discute algunas conjeturas sobre el tema debidas a
J . B. Delambre y R. Stnall (Koyré da su propia opinión en la p. 339). Véase
además Gingerich (1977).
4 Esta diferenca entre la tercera ley y las dos primeras se puede ver en el
tratamiento que de ellas hace Newton. Admite que la tercera ley, «hallada por
Kepler, es aceptada por todos» (hipótesis 6 de la primera edición, fenómeno 4
de las ediciones segunda y tercera de los Principia, libro tercero); sin embargo,
en los Principia, no atribuye a Kepler ni la ley de áreas ni la de las órbitas
elípticas, y en una ocasión al menos pretendió que Kepler tan sólo había con
jeturado que las órbitas planetarias eran «elípticas».
5 El «descubrimiento» platónico de Galileo no entrañaba una explicación
«causal» en el sentido de asignar una causa física a los movimientos supuesta
mente acelerados de los planetas hacia el sol, suponiendo, por ejemplo, la exis
tencia de fuerzas que pudiesen operar en el sistema celeste para producir dichas
aceleraciones.
N otas 321
6 Cf. Koyré (1960¿), reimpreso en Koyré (1965), donde (p. 218, nota 3)
discute cómo A. E . Tayior creía (erróneamente como resultó ser) que habla
hallado la fuente de esta supuesta doctrina cosmológica de Platón.
7 Cf. Cohén (1967c). Newton también señaló otros fallos en las suposiciones
de Galileo; véase el comentario de Whiteside en Newton (1967-), vol. 6,
pp. 56 y ss., nota 73.
* Galileo era consciente de que en el movimiento de los proyectiles hay
una aceleración en la misma dirección que la gravedad o peso, mientras que
no hay aceleración o deceleración (excepto por lo que respecta al ligero retardo
causado por la resistencia del aire) en ángulos rectos con esa dirección hada
abajo. Con todo, no se trata aquí de una anticipadón real (por limitada que
sea) de la segunda ley, ya que Galileo no especifica claramente que el «impeto»
sea una fuerza externa que actúa sobre un cuerpo a fin de producir una acele
ración. Lo mismo se puede decir del análisis de Galileo del movimiento por un
plano inclinado, en el que tanto el «impeto» de la gravedad como la acelera
ción disminuyen en proporción al seno del ángulo de elevadón. Drake ha dis
cutido el concepto galileano de causa en su introducdón a Galileo (1974),
pp. xxvii-xxviii; véase además Drake (1977).
9 Para un conveniente resumen de la física medieval del movimiento véase
Grant (1971), capítulo 4. Para textos y traducciones, véase Clagett (1959) y
Grant (1974), secciones 40-51.
10 Para la descripción galileana de esta serie de experimentos, véase Galileo
(1974), pp. 169 y ss. [traducción española citada en la bibliografía, pp. 298
y ss.]; (1890-1909), vol. 8, pp. 212 y ss.
11 Mientras que Kepler comienza con la naturaleza de la fuerza, Newton
conduye con la investigación acerca de la naturaleza de una fuerza con determi
nadas propiedades que han salido a la luz durante las investigaciones antece
dentes: que disminuye con el cuadrado de la distancia, se extiende a grandes
distandas y es proporcional a la masa de los cuerpos, etc.
12 Escolio General al final de los Principia; véase además d apartado $ 3 2 .
u Almagesto, libro 9, secdón 1.1. En sus H ipótesis planetarias, Ptolomeo
desarrolló un sistema físico o un modelo físico de astronomía además de los
modelos astronómicos de cómputo matemático descritos en d Almagesto.
Cf. Hartner (1964), complementado por Goldstein (1967).
$ 1.5.
de las mareas, véase Aitón (1934) y Burstyn (1962); también Aitón (1963) y
Burstyn (1963).
4 Por supuesto, como veremos más adelante en d capítulo 4, un sistema,
constructo o modelo podría adquirir sucesivamente asp eaos adicionales que
lo pusiesen tan en armonía con la experiencia como para que pareciese una
descripción de la realidad.
5 Koyré (1973), p. 166, dice que « d propio título de la obra de Kepler
prodama, antes que predice, una revolución».
* Tanto Kepler como Newton sostenían que la eliminadón del concepto de
esfera cristalina exigía una teoría de los movimientos planetarios basada en
las fuerzas.
7 Sobre Bordli, véase Koyré (1952a). N o hay ningún estudio adecuado d d
sistema celestial de Descartes o de Bullialdus.
* En la presentación galileana del esquema cosmológico de Platón (véase
d apartado S 1.4, notas 5 y 6, así como Galileo 1953, pp. 29 y ss. [véase
la traducdón española ata d a en la bibliografía, pp. 70 y ss.]; 1890-1909,
vol. 8, pp. 283 y ss.), parece haber supuesto que cuando un planeta comienza
a moverse en su órbita con la vdoddad apropiada, se moverá por ella sin
precisar de la acción de fuerza alguna.
9 A pesar de resultar errónea y fallida como sistema en general, la dinámica
de Kepler sirvió para establecer las dos primeras leyes keplerianas del movi
miento planetario. Véase Koyré (1973), pp. 185-244; Krafft (1973).
10 M ysierium cosmographicum (1596), citado en Duhem (1969), pp. 101;
Kepler (1937-), vol. 1, p. 16.
$ 2.1.
1 En matemáticas y física, esta palabra aún se usa en su sentido original,
como en «sólido de revolución» (un sólido formado por el giro de 360* de
una figura plana en torno a un eje) y en la «revoludón de un planeta» ( d
movimiento de un planeta en su órbita 360°).
2 Sobre la historia d d concepto y nombre de «revoludón», véase Cohén
(1977e).
3 Véase Clairaut (1743) y el apartado $ 2.2, así como las palabras de Fon-
tenelle en ese mismo apartado.
4 Aparecen luego una serie de párrafos cortos (por O = d ’Alembert) sobre
la revolución como término de la geometría y la astronomía, más unas breves
palabras acerca de las «Révolutions de la terre», y luego un estudio tecnoló
gico, que ocupa casi dos páginas, sobre relojes (por Joh. Romilly).
S 22
* Fóntenelle (1790), vol. 6, p. 43. Fontenelle utilizó también el término
«revolución» varias veces en reladón con d texto d d marqués de PHópital
sobre el cálculo (en el éloge de PHópital y en d éloge de Rolle); véase Cohén
(1976a), pp. 267-269, y Cohén (1977e).
2 En d prefado de los Elém ents de la géometrie de l ’infini de 1727, Fo
tenelle dijo del cálculo: «Newton trouva le premier ce merveilleux calcul,
Ldbnitz le publia le prem ia. Que Láb n itz soit inventeur aussi bien que New-
N otas 323
ton, c’est une question dont nous avons rapporté I’histoire en 1716, et nous
ne la répéterons pas icí» [Newton fue el primero que halló este maravilloso
cálculo y Leibniz fue el primero en publicarlo. Que Leibniz sea su inventor al
igual que Newton, constituye un tema cuya historia ya hemos contado en 1716
y no la vamos a repetir ahora].
3 Nótese que d ’Alembert se refiere tanto a la O ptica como a los Principia
de Newton. aunque su descripción inicial se aplica más en concreto a los
Principia.
4 Para un análisis de las opiniones de Lalande sobre las revoluciones cientí
ficas, véase Cohén (1977e).
5 Condorcet usaba el término «revolución» en los éloges de Duhamel du
Monceau (1783), Albrecht von Haller (1778), d’Alembert (1783) y Euler (1783).
En los tres primeros emparejaba la palabra «époque» con «révolution».
6 Para detalles, véase Cohén (1976a), (1977e).
7 Citado en Berthelot (1890), p. 48 [traducción española citada en la biblio
grafía, p. 54].
S 2.3
$ 3.1
puras o la física del movimiento. Partes del W aste Book se han publicado en
Newton (1967-) y en Herivel (1965a).
12 Newton (1737), p. 26; cf. Newton (1967-), vol. 3, p. 71. Whiteside
(pp. 17, 71) ve en eí uso newtoniano de las velocidades una posible influencia
de Barrow. Whiteside observa (p. 71, nota 82) que Newton elaborará, como
problemas 1 y 2, el método de hallar «en el modelo geométrico de un segmento
rectilíneo atravesado continuamente en el tiempo... la "celeridad" o velocidad
"fluxional" de una magnitud variable como su derivada y, conversamente, la
determinación de dicha magnitud "fluyente" como la integral de la velocidad
fluxional, donde en ambos casos el "tiempo” es la variable independiente».
13 Newton (1737), p. 27; Newton (1967-), vol. 3; p. 73, las fluxiones «pun
teadas» representan una notación newtoniana que más adelante se tornarla nor
mal, si bien «no la introdujo... hasta finales de 1691» (1967-, vol. 3, pp. 72-73,
nota 86).
14 Harris (1704), bajo el artículo «Fluxiones». Este ejemplo se toma de
hecho de los Principia, libro segundo, lema 2, caso 1, aunque allí se presenta en
términos de genita y momenta. El rectángulo de lados x e y se disminuye
primero a uno de lados x — (x / 2) e y — (y / 2) y el producto o el área dismi
nuida será xy — y (x / 2) — x (y / 2) + (xy) / 4. El rectángulo se aumenta en
tonces en estos mismos «semimomentos o fluxiones», siendo la nueva área
xy + y (x / 2) + x (y / 2) + (xy / 4). Restando la una de la otra, se obtiene
xy -t- xy, ia fluxión de xy. La parte sutilmente falaz del argumento de Newton
la detectó por vez primera D. T. Whiteside: véase Newton (1967-), vol. 4,
p. 523, nota 6.
15 Véase Newton (1715); los múltiples borradores manuscritos de Newton
de esta revisión, publicados anónimamente, se hallan en U LC M S Add. 3968.
Existe un borrador del informe de la comisión (de su puño y letra). Dicho
informe se publicó como si fuese un informe imparcial de la comisión inves
tigadora de la Sociedad Real.
16 E s decir, estos son los temas de los libros primero y tercero de los
Principia definitivos; véase la nota 18 al apartado $ 1 .2 . Los temas del libro
segundo (tal y como se publicó en los Principia) abarcan el movimiento en
diversos medios resistentes, las vibraciones de péndulos en medios resistentes
y no resistentes, la física de cuerpos deformables, el movimiento ondulatorio
y la transmisión del sonido, asi como temas relacionados. Sobre los diversos
libros de los Principia y sus estadios sucesivos de composición, véase Cohén
(1970), Introducción; sobre los contenidos del libro segundo, véase Truesdell
(1970).
17 Cf. la nota 10 al apartado $ 1.3. El propio Newton se sintió encantado
con la afirmación del marqués de rHdpital, en el prefacio a su libro de 1696,
Analyse des infiniment petits (el primer texto sobre el nuevo cálculo infini
tesimal), según la cual el «excellent Livre intitulé Pbilosopbiae N aturalis Prin
cipia M atbem atica... est presque tout de ce calcul» (el excelente libro titulado
Pbilosopbiae N aturalis Principia M atbem atica... versa casi todo él acerca de
este cálculo],
u Uno de los aspectos del modo newtoniano de enfocar las matemáticas
de la filosofía natural que yo no he examinado es el lugar que ocupa su
obra en la tradición de la matematización del espacio que Alexandre Koyré ha
demostrado que es de tanta importancia para la nueva ciencia del movimiento.
H a mostrado que la física de la inercia depende de tres presupuestos: a) la po
sibilidad de aislar un cuerpo dado de todo su medio físico; b ) la concepción
del espacio que lo identifica con el espacio homogéneo e infinito de la geome
tría eudldea, y c) una concepción del movimiento (y del reposo) que los
considera del mismo nivel ontológico»; citado de Koyré (1968), p. 4. É l cam
326 N otas
S 3.2
S 3.3.
S 3.4
go, los vórtices de Huygens no eran exactamente los de Descartes; para sus
semejanzas y diferencias, véase Koyré (1965), capítulo 3, apartado A, y en
especial, Aitón (1972). Así, la gravitación mutua eliminaría los vórtices como
causa. La teoría newtoniana de las mareas (provocadas porque el Sol y la
Luna tiran de las aguas del mar) tampoco se podría explicar mediante un
vórtice. De ahí que pueda haber parecido que muchos aspectos de la teoría
gravitatoria sugerían la atracción.
3 Huygens (1690), «Discours sur la cause de la pesanteur»; Huygens (1888-
1950), vol. 21, pp. 472-474. Este extracto y el siguiente están traducidos en
Koyré, (1965), pp. 121 y ss.
4 Huygens a Leibniz, 18 de noviembre de 1690: Huygens (1888-1950),
vol. 22, p. 538; Koyré (1965), pp. 117-118. La demostración newtoniana de
que los vórtices cartesianos son inconsistentes con las leyes de Kepler se puede
encontrar al final del libro segundo de los Principia.
5 Para este plan de revisión de la teoría de los vórtices, véase Huygens
(1888-1950), vol. 21, p. 361; y para el resultado, véanse sus añadidos al
«Discours», ibid., p. 471; Koyré (1965), p. 118.
4 «Varia astronómica», Huygens (1888-1950), vol. 21, pp. 437-439. En una
carta a Leibniz de octubre de 1639, decía Newton: «M as cierta materia ex
traordinariamente sutil parece llenar los cielos» («A t cáelos materia aliqua
subtili[s] nimis implere videtur»). A continuación, repetía el argumento en
contra de los vórtices cartesianos del final del segundo libro de los Principia:
«E n efecto, puesto que los movimientos celestes son más regulares que si se
debiesen a los vórtices y siguiesen otras leyes, tanto más cuanto que los vór
tices contribuyen no a la regulación, sino a la perturbación de los movimientos
de planetas y cometas; y puesto que todos los fenómenos de los cielos y de
nuestros mares se siguen precisamente, que yo sepa, no de otra cosa que de la
gravedad que actúa de acuerdo con las leyes por mí descritas; y puesto que
la naturaleza es muy simple, he concluido por mi parte que todas las demás
causas han de ser rechazadas y que los cielos han de ser despejados tanto
como se pueda de toda materia, no sea que los movimientos de planetas y
cometas se vean obstaculizados o se tornen irregulares». Luego volvía sobre la
posibilidad de una materia «sutil»: «Pero, si mientras tanto alguien explicase
la gravedad junto con todas sus leyes mediante la acción de cierta materia sutil
[siquis gravitatem una cum ómnibus ejus legibus per actionem materiae alicu-
jus subtilis explicuerit] y mostrase que el movimiento de los planetas no se
vería perturbado por tal materia, yo me cuidaría mucho de protestar.» Véase
Newton (1959-1977), vol. 3, pp. 285-287.
7 En su «Discours sur la cause de la pesanteur»; véase la nota 3.
* Consiguientemente, Huygens nunca podría haber visto todas las impli
caciones del concepto de masa.
9 Actualmente existe en forma de listado de computador preparado por
I. B. Cohén, Owen Gingerich, Anne Whitman y Barbara Welthcr. Se espera
poder ponerlo a disposición de otros estudiosos en forma impresa o en micro-
ficha. Nos gustaría poder hacer un índice de palabras importantes en su con
texto tanto en latín como en inglés.
10 Newton emplea también el verbo trabere (arrastras, tirar), que no posee
necesariamente los mismos matices que attrabere; así, se puede decir que un
caballo «arrastra» (trabere) un carro por medio de los tirantes, pero no que
«atrae» (attrabere) al carro. Con todo, se dan muy pocos casos de trabere en
el libro tercero.
u Este corolario 3 a la proposición 5 del libro tercero no formaba parte de
la primera edición; se imprimió por vez primera en la segunda (1713).
Notas 331
$ 3.5
Suplemento al $ 3 5
1 Cuando Ncwton escribió por vez primera los Principia, pensó componer
dos libros, D e motu corporum líber prim as y De m ota corporun líber secun
das. E l primero de ellos se teescribió, convirtiéndose en el libro primero de los
Principia, con el mismo título. E l manuscrito imperfecto e incompleto de esta
primera redacción se depositó en la biblioteca universitaria, de acuerdo con
los términos del puesto de profesor, aunque es dudoso que haya leído de hecho
ese mismo texto a los estudiantes. E l líber secundas fue refundido por Ncwton
para terminar convirtiéndose en el U b er tertius de los Principia, tras haber
decidido escribir un Líber secundas completamente nuevo sobre el movimiento
de los cuerpos en medios resistentes, tema que presumiblemente había sido
tratado brevemente al final de líber prim us original.
Así, la versión final de los Principia contiene tres libros: D e motu corporum
líber prim us, una versión revisada del texto depositado por Ncwton en la
biblioteca universitaria; un D e motu corporum líber secundas, y un Líber ter
tiu s: D e mundi system ate, una versión refundida de aquel primer D e motu
corporum líber secundus que trataba del mismo tema y cuyo texto depositó
Ncwton en la Biblioteca univeristaria.
Tras la muerte de Ncwton, se publicaron versiones inglesas y latinas del
primitivo y desechado U ber secundus, con los títulos de A treatise o f tbe System
o f tbe W orld (1728) y de D e mundi system ate Uber (1728), tomados del subtí
tulo del líb e r tertius y último de los Principia. Para evitar confusiones, aludiré
a la obra desechada por Newton y publicada póstumamentc con Sistem a del
mundo, a fin de distinguirlo del ilbro tercero de los Principia. Para detalles,
véase I. B. Cohén (19694, 1971); Dundon (1969).
2 Nueva traducción de I. B. Cohén y Anne Whitman.
3 En latín dice: «...quantitatem et proprietates ipsius erucre atque effectus
in corporibus movendis investigare matematice»; el texto completo se cita en
la introducción a Newton (1969).
4 Con todo, el Sistem a del mundo concluye con cinco lemas numerados
y dos problemas también numerados.
s Se trata del título de un artículo muy citado del Journal of tbe H istory
of Ideas (1951), vol. 12, pp. 90-110.
6 Estos párrafos aparecieron también en ediciones subsiguientes, continuando
en la tan usada edición de Motte-Cajori de los Principia y System of tbe World.
7 Se da un reciente ejemplo en Wiener (1973, vol. 3, donde toda una
sección del artículo sobre «Newton y el método de análisis» se titula «E l
modo matemático de Newton», expresión que aparece en la página 389¿>. Natu
ralmente, puede aún aparecer otro manuscrito del Sistem a del mundo en el
que puedan darse dichas palabras. La probabilidad de ello no tiene por qué
ser absolutamente cero, ya que esa expresión aparecería en una parte del ma
nuscrito en la que Newton introdujo serias alteraciones; quizá pueda haber
ensayado otras alteraciones en otra copia (si es que la hay). La continuada
utilización de esta expresión muestra una falta de cautela que habría que to
marse al citar traducciones inglesas que, como en este caso, puede resultar que
no se corresponden con los originales latinos conocidos.
334 Notas
S 3.6
$ 3.7
$ 3.8
1 Me ocupo aquí tan sólo del problema del origen o causa de las fuerzas
«circunsolares» y «circumplanetarias», que más adelante se convertirían en la
fuerza gravitatoria universal. Newton había estado explorando algunos aspectos
del éter en otros contextos mucho antes del comienzo de la correspondencia
con Hooke en 1679.
2 Aún creía en las posibilidades de algún tipo de vórtice en los albores de
los Principia, como veremos en el capítulo 5.
3 Esto es, los vórtices podrían explicar una tendencia hacia un centro, y
las variaciones en la densidad del éter podrían dar cuenta de una inclinación
hacia un cuerpo; peto ni unos ni otras podrían producir una fuerza gravitatoria
mutua (igual y opuesta) o una fuerza inversa del cuadrado.
4 Esto es, una fuerza admisible para la filosofía mecánica (según la cual
todos los fenómenos se originan en la materia y el movimiento) y que pudiese
actuar a tan inmensas distancias, ser de carácter mutuo y poseer una magnitud
proporcional a la cantidad de materia y no al área superficial de los cuerpos.
Notas 337
u Sobre los añadidos al D e motu, véase Hall & Hall (1962), pp. 256 y ss.,
261 y ss., 280 y ss., 285 y ss.; Herivel (1965a), pp. 297-299, 301-303.
16 E l argumento acerca de la pequeña o nula resistencia del éter en el De
motu revisado se basa en la progresión de la resistencia de los medios según
la densidad (o «la cantidad de su materia sólida»); mercurio, agua, aire (y
finalmente éter, que tendrá la misma resistencia que el aire rarificado «basta
alcanzar la tenuidad del éter»). Newton contrapone entonces el modo en que
los jinetes «sienten fuertemente la resistencia del aire» a la experiencia de los
«marineros en altamar» quienes, «cuando se hallan protegidos de los vientos,
no sienten nada en absoluto del continuo flujo del éter». Arguye entonces que
«Si el aire fluyese libremente entre las partículas de los cuerpos, actuando así
no sólo sobre la superficie externa de todo el cuerpo, sino también sobre las
superficies de sus partes individuales, su resistencia sería mucho mayor. E l éter
fluye entre [las partes] con mucha libertad, y con todo no ofrece una resis
tencia perceptible».
Esta idea ya se había expresado anteriormente (aunque no haciendo refe
rencia a los navegantes) en el ensayo que comienza con «D e gravitatione et
aequipondio fluidorum ...», sección 9, párrafo 3 ; publicado tanto en Hall &
Hall (1962) como en Herivel (1965a). Esta misma idea básica condujo al expe
rimento del péndulo de los Principia (véase la nota 13); no cabe duda de
que, si Newton hubiese hecho antes tal experimento, habría aludido a él en
su añadido al De motu.
17 En las revisiones posteriores del D e motu, dice Newton efectivamente:
«Aetheris enim puri resistentia quantum sendo vel nulla est vel perquam exi
gua» [«E n efecto, la resistencia del éter puro es, a mi juicio, o nula o extre
madamente pequeña»]. Este texto se encuentra impreso en Hall & Hall (1962),
pp. 261, 286, así como en Herivel (1965o), pp. 297, 301 (C).
El verbo sentio, sentiré usado por Newton significa literalmente «percibir
mediante los sentidos», lo que podría parecer que implica que Newton ya
había realizado un experimento, como el experimento del péndulo. Mas este
verbo posee también el sentido general de pensar, estimar, juzgar, proponer.
De ahí que, con la expresión «quantum sentio», Newton no habría querido
decir otra cosa que « a mi juicio», «en mi opinión» o incluso «pienso». Creo
que si Newton hubiese realizado ya un experimento del tipo descrito en los
Principia, no habría utilizado una expresión como «quantum sendo», sino más
bien algo del dpo «como muestra el experimento» o «como he descubierto
mediante un experimento». Esta interpretación situaría la fecha del experi
mento a finales del 1685, durante la redacción efectiva de los Principia. Por
otro lado, si la expresión «quantum sendo» pretendiese hacer referencia a un
experimento, con el sentido de «por lo que sé mediante la percepción de los
sentidos», entonces el experimento se habría realizado presumiblemente en
diciembre de 1684 o a comienzos de 1685; esto es, después de la primera
versión del D e motu (noviembre de 1684) y antes de la revisión. Con todo,
habría que señalar que si Newton hubiese pretendido indicar «en la medida
en que los sentidos pueden percibir», probablemente habría empleado el adver
bio sensibiliter, tal y como hizo en la proposición 48 del segundo libro de los
Principia.
Hay además un aspecto del experimento que apoya la fecha posterior. El
principio sobre el que descansa el experimento no es en absoluto sencillo, sino
que depende del nivel de análisis de la dinámica del movimiento pendular, del
que no vemos rastro alguno en los escritos de Newton anteriores a la compo
sición del segundo libro de los Principia. Este hedió parecería eliminar la posi
bilidad de toda fecha anterior a finales de 1685.
Notas 339
S 3.9
1 D’Alembert utiliza la palabra «tévolte» más bien que «révolution» para
describir el modo en que Descartes había mostrado «a los espíritus inteligentes
cómo sacudir el yugo del escolasticismo, de la opinión, de la autoridad» (véase
el apartado $ 22).
2 En un ensayo de la década de 1750, «De la historia universal», traducido
en Turgot (1973), p. 94; véase Turgot (1808-1811), vol. 2, p. 277.
3 Para el concepto de «revolución copemicana» de BaUly, véase Cohén
(1977a).
4 Bailly (1785), vol. 2, libro 12, sección 9, p. 486. Bailly utiliza el concepto
confundente de un planeta (o satélite) con una «fuerza» de inercia (que es
interna y por tanto constituye una fuerza no aceleradora) que es acelerado por
una fuerza centrípeta externa (véase el apartado $ 4).
3 Maupertuis (1736), p. 474; este escrito se leyó en la Académie des Sci
ces en 1732.
6 Histoire, p. 158. En otro ensayo de la misma época aproximadamen
«Discours sur les différentes figures des astres» (publicado por vez primera en
1732), Maupertuis (1756) comparaba las investigaciones realizadas por Huygens
y Newton sobre la forma de la tierra. Más adelante, Maupertuis organizó una
expedición propia a Laponia, a fin de determinar la verdadera forma de la
Notas 341
$ 3.10
estos dos niveles de predicción o explicación. Por tanto, ese puede ser el
punto de origen del estilo newtoniano (véase Sabra, 1976).
s Este ensayo se imprimió con el mismo estilo y formato que la dedicatoria
de Copérnico, por lo que no habla razón alguna para suponer que Copérnico
no fuese el autor. A comienzos del siglo xix, Delambre todavía pensaba que
era un ensayo del propio Copérnico; véase la introducción a la reimpresión
de 1969 de Delambre (1821), p. xvüi y pp. 139 y ss. del volumen 1 del texto
de Delambre.
6 Decía Kepler comentando este descubrimiento: « E s la más absurda fic
ción... que los fenómenos de la naturaleza se puedan demostrar mediante cau
sas falsas. Mas esa ficción no pertenece a Copérnico, quien pensaba que sus
hipótesis eran verdaderas, no menos que aquellos antiguos astrónomos... Y no
sólo lo creía así, sino que incluso demuestra que son verdaderas». Véase Rosen
(1971), p. 24, nota 68; este asunto lo discute Max Caspar en Kepler (1929),
p. 399.
7 Este punto de vista se puede ejemplificar con el rechazo de Kepler de la
ley de movimiento de los planetas según la cual — en lugar de emplear la
ley de áreas— la velocidad (y posición) se determina por la rotación uniforme
de un radio vector centrado en el foco vacio de la elipse. Dicha ley atribuiría
la regulación del movimiento de un planeta a un punto vacío del espacio, a
una posición geométrica más bien que a un cuerpo físico. Puesto que Kepler
sostenía que los movimientos planetarios son causados y regulados por fuerzas,
y que las fuerzas han de originarse en cuerpos físicos, no podía menos que
rechazar la ley de la velocidad que había hallado y que dependía del foco
vacío. Como me recuerda Whiteside, Kepler quería disponer de «causas» para
los movimientos planetarios, aunque les exigía que suministrasen trayectorias
observacionalmente verdaderas. En 1601 desarrolló su hipótesis vicaria, que era
en realidad un esquema de cómputo muy preciso para relacionar el movimiento
verdadero con el movimiento medio, y la empleó para la eliminación de
diversos intentos de construir la órbita de Marte, hasta que sólo sobrevivió
la órbita elíptica con el Sol en un foco.
* Al menos no lo hizo en su D iálogo sobre los dos máximos sistem as del
mundo, presumiblemente porque escribía para un público culto general y no
para el astrónomo profesional o pretendido.
9 La realización de tal experimento en un tubo vacío de aire, una vez que
Boyle hubo mejorado la bomba de vacío, cambió el estado ontológico del sis
tema imaginado de Galileo, convirtiéndolo en realidad experimental.
10 Galileo habría de introducir también un constructo o sistema imaginado
al presentar una versión d d movimiento inercial en las D os nuevas ciencias.
Imaginaba un plano infinitamente extenso en el que se puede mover un
cuerpo sin fricción. Cf. Galileo (1974), comienzo de la cuarta jornada, p. 217
[traducción española citada en la bibliografía, p. 387]; (1890-1909), vol. 8,
p. 268. Asimismo, Gassendi tenía que imaginar un mundo especial para un
movimiento puramente inercial; cf. Koyré (1965), capítulo 3, apartado G.
n A este respecto, una posible influencia sobre Newton puede haber pro
cedido de Hooke. Es muy posible que Newton hubiere oído discusiones acerca
de los métodos de Galileo sin haber leído de hecho las D os nuevas ciencias,
limitándose a oír a Barrow discutir estos temas. Para las razones que tengo
para pensar que Newton no inventó su método, véase el capítulo 4.
12 Véase McGuire y Rattansi (1966). Newton creía que los antiguos pita
góricos habían conocido la ley del inverso del cuadrado, habiéndola obtenido
de los «caldeos». De este modo, en el siglo XVII la ley se habría descubierto
de nuevo. Sin embargo, al parecer Newton no creía que ningún predecesor (en
ninguna época) hubiese demostrado, valiéndose de la ley del inverso del cua
N otas 343
drado, que las órbitas planetarias son dípticas, y que las de los cometas son
elípticas o parabólicas.
u Aunque Newton no hace mucho uso de un algoritmo específico para d
cálculo en los Principia (excepto en la sección 2 del segundo libro), cierto
número de proposiciones del libro primero enuncian la condición de que sea
posible hallar d área bajo determinadas curvas (o realizar la integración). El
constante recurso de Newton a limites podría mostrar fácilmente a un lector
atento (como d marqués de lH ópital) en qué medida los Principia eran real*
mente un ejercido de cálculo.
14 Véase d final del apartado $ 3.8, donde se enumeran algunos de los
intentos de Newton de hallar tal causa. Tras la publicadón de los Principia.
en 1687, las tres principales explicaciones de la gravedad exploradas sucesiva
mente por Newton con cierto grado de compromiso fueron d movimiento de
partículas etéreas (propuesta por Fatio de Duillier), la acción de un «espíritu»
eléctrico y la variable densidad de un «medio etéreo».
5 3.11
1 Wolfson (1934), vol. 1, pp. 41, 42, 48 y ss., 52; d capítulo 2 («E l
método geométrico») discute este tema por extenso.
2 Naturalmente, Newton utilizó técnicas matemáticas para la obtendón de
algunos de sus resultados. De ahí que en la póstuma «cuarta edición corregida»
(Londres, 1730), el editor añadiese referencias en apoyo de muchas de las
afirmaciones matemáticas de Newton, dtando las proposiciones pertinentes
de las redentemente publicadas, póstumamente, Lectiones opticae (Londres,
1728). Por ejemplo, al calcular el resultado de un experimento en la proposi
ción 7, libro primero, parte I (p. 95 de la edición de 1952 de la O ptica
[traduedón española dtada en la bibliografía, p. 8 9]), dio un resultado en
el que cierto diámetro poseía el valor (R? / P ) X (S3 / D3) «casi exactamente»,
«computando los errores de los rayos mediante el método de series infinitas
y rechazando los términos cuyas cantidades sean despreciables». El editor
añade: «E n la parte I, secc. IV , prop. 31 de las Lect. O ptic. de nuestro autor,
se explica cómo hacerlo.»
3 Prefado d d editor a Newton (1728c), p. vi. E l editor no reveló nombre
ni dio pista alguna sobre su identidad. Wluteside, en Newton (1967-), vol. 3,
p. 440, propone a Pemberton como candidato a anónimo editor y traductor.
Alan Shapiro ha emprendido una nueva traduedón de estas lecciones.
4 Hay dos versiones manuscritas en la biblioteca universitaria de Cambridge.
La primera se ha reproducido en facsímil en Newton (1973), mientras que la
segunda se imprimió en su latín original en 1729. En el volumen 3 de Newton
(1967-), pp. 435 y ss., se recogen porciones de ambos conjuntos de lecciones,
junto con d prefacio a la traducción inglesa, una comparación de las dos
versiones manuscritas y una discusión crítica de los métodos y descubrimientos
ópticos de Newton.
5 Véase, por ejemplo, Whiteside, nota 42 en Newton (1967-), vol. 3, p. 471.
* En un escolio que sigue a la proposición 96, Newton observaba que estas
«atracciones no son muy distintas a las refracciones y reflexiones de la luz».
Y conduía: «Por tanto, debido a la analogía que se da entre la propagadón
de los rayos de luz y el movimiento de los cuerpos, he decidido adjuntar las
siguientes proposiciones para usos ópticos, sin discutir entre tanto acerca de la
naturaleza de los rayos (esto es, si son cuerpos o no), sino determinando tan
sólo las trayectorias de los cuerpos, que son claramente similares a las trayec
torias de los rayos». Consiguientemente, esto puede ser un ejemplo de un mo
delo.
344 Notas
a Con todo, Newton fue capaz de hacer mucho más respecto a las mate-
máticas de la refracción de lo que dejó ver a los lectores de la O ptica y los
Principia; véase la discusión de este tema que hace Whiteside en Newton
(1967-), vol. 3, pp. 514-528, y vol. 6, pp. 422-444.
u "El propio Newton no plantea estas condiciones de manera clara y cohe
rente. Lohne señala: «Newton no admitía abiertamente seguir tales principios,
si bien son muy claros en sus manuscritos y, si los buscamos, también en sus
obras impresas».
14 Sacado de la lista de Lohne, en Lohne (1961), p. 393.
15 Véase Bechler (1973). El título del artículo de Bechler es «Newton’s
search for a mechanistic model of colour dispersión» [L a búsqueda newtoniana
de un modelo mecánico de dispersión cromática]. Los sistemas imaginados
para los fenómenos ópticos pueden ser similares a los «modelos» que Newton
proponía para explicar la ley de Boyle (véase el final del apartado $ 3.3) o
para dar cuenta de la gravedad en términos de una lluvia de éter o de un
éter con diversos grados de densidad, y distintos de los sistemas imaginados
o constructos matemáticos a que se recurre en los libros primero y segundo
de los Principia. Estos últimos (véase el apartado $ 3.2) tendían a ser matema-
tizaciones de una situación simplificada e idealizada que ocurre en la natura
leza, por lo que no constituyen «modelos» en el sentido en que lo entienden
hoy día los científicos y filósofos de la ciencia. E s evidente que, en términos
de la aplicación de las matemáticas a la deducción de consecuencias a partir
de las condiciones iniciales, no importa que el sistema al que se aplican las
matemáticas (fase uno) sea un «modelo» o constructo basado en último
término en la naturaleza simplificada e idealizada. En este sentido, el estilo
newtoniano se manifiesta en el tratamiento de los «modelos». En los ejemplos
ópticos, Bechler usa el término «modelos», que parece muy apropiado.
16 Véase Bechler (19746), especialmente p. 117: «E l argumento real era
mucho más complicado que el que Newton decidió hacer público y que tan
inocente parecía, pero no era menos riguroso. Se preocupaba de cada uno de
los puntos individuales y los demostraba separadamente: que la posición
estacionaria alcanzada por el haz refractado indicaba una desviación mínima;
que en esta posición son iguales los ángulos alternos de refracción e incidencia
de los dos rayos extremos que definen el haz luminoso; que, por consiguiente,
los ángulos de divergencia de dicho haz son iguales en la incidencia y la refrac
ción y, consiguientemente, la imagen refractada ha de ser geométricamente
semejante a la forma de la fuente de luz».
17 Probablemente Oldenburg fue responsable de esta omisión. Tal vez esta
manera de ver las cosas pudiese estar justificada con un apoyo matemático, mas
en ausencia de tal apoyo, esta afirmación estaba completamente fuera de lugar,
resultando excesivamente dogmática (véase Bechler, 19746, secciones 1 y 2).
18 Aparece al comienzo del libro segundo, parte 2 ; Newton (1952), pp. 227,
240 [traducción española citada en la bibliografía, pp. 201, 212].
19 Newton (1959-1977), vol. 1, pp. 187 y ss. Repárese en que, en los años de
la década de 1670, Newton decía que «la ciencia de los colores» se convertiría
en una parte de la ciencia matemática, más bien que en pura ciencia experi
mental, mientras que en 1704 había abandonado esa esperanza y decía (en la
O ptica) sencillamente que la ciencia del color se tornaría tan «matemática como
cualquiera otra parte de la O ptica».
S 3.12
1 Para una muestra de cuán útil puede resultar dicha investigación, véase
Hankins (1967); (1970), pp. 175-190. Hankins muestra cómo el originalísimo
346 Notas
limitado por el estado del arte matemático, incluyendo sus propias innovacio
nes. Me refiero aquí tan sólo a lo que he denominado las tres fases de la inves
tigación que comprende un «estilo» general de hacer física matemática. Para
este «estilo» resulta básico reducir sistemáticamente los problemas físicos a
análogos matemáticos, de modo que se puedan resolver como problemas mate
máticos. En el siglo xx puede verse cómo Henri Poincará y G . D . Birkhoff
usan de modo dramático y efectivo esta parte del estilo newtoniano.
$ 4.1
$ 42
afirmación de Popper constituye una admirable guia para todos los historia
dores de la ciencia en activo; yo la mejoraría limitándome a sugerir que la
«intuición» o el «ejercicio de la imaginación creadora» serviría mejor que su
referencia al mero «ingenio» (véase Cohén, 1974J, especialmente las pp. 321
y ss.).
7 Véase Poincaré (1912); Birkhoff (1913), (1926) y (1931). Las condiciones
de invarianza son que la transformación (uno a uno y continua) admita una
integral que conserve el área y que los puntos de la frontera interna del anillo
se «alejen» y los puntos de la frontera externa se «acerquen».
8 En el apartadla § 4.5 se pone un ejemplo del uso newtoniano de «fuerza»
de inercia.
S 43
1 Ahí puede residir la diferencia fundamental entre la creatividad científica
y la artística o literaria. El científico podrá obtener sus ideas al buscar la
solución de un problema específico, al explicar un efecto dado o al correlacio
nar fenómenos aparentemente diversos, etc. En general, el científico no incurre
en el libre ejercicio de su imaginación creadora.
2 C. Darwin (1960, 1967), parte 6, pp. 134 y ss.; cf. Herbert (1971),
pp. 209 y ss. Este ejemplo me lo sugirió y me lo interpretó Ernst Mayr.
3 Herbert (1971), p. 217. Este artículo contiene referencias a parte de la
bibliografía y opiniones relativas a Darwin y Malthus, tanto antes como des
pués de la publicación de los «Cuadernos de notas».
4 Ib id ., pp. 216 y ss.: «L a confusión de Lyell entre especies e individuos
desorientó a Darwin en su búsqueda de un mecanismo de cambio de las espe
cies...»
5 lb id ., pp. 214, 217. Pata una explicación particularmente iluminadora
de las influencias que llevaron a los conceptos fundamentales de Darwin.
véase Schweber (1977). Mediante un análisis del papel de las fuentes intelec
tuales hasta entonces no explotadas plenamente por los estudiosos, Schweber
ha arrojado mucha nueva luz sobre el desarrollo intelectual de Darwin y ha
suministrado de hedió un ejemplo plenamente documentado de los estadios de
transformación que produjeron la sublime visión darwinista de la naturaleza
y el proceso de evolución de las especies. Con todo, Schweber no utiliza el
término «transformación». Sobre Malthus y Darwin, véase Bowler (1976).
6 Véase la nota 1. Veremos más adelante (capítulo 5) que la contribución
más significativa de Newton a la rienda, la idea de gravitación universal, surgió
en el transcurso de su lucha con un problema científico espinoso: la aplicación
de su tercera ley a un modelo de movimiento planetario.
7 En aquella época, la palabra «fluido» significaba no sólo un líquido ma
terial (como el agua, el aceite o el alcohol), sino también un «fluido elás
tico» o gas compresible (como el aire).
8 Los estudios de Franklin sobre la ciencia experimental de Newton se
delinean y analizan en Cohén (1956), capítulo 7.
9 Este artículo se imprimió en todas las ediciones del libro de Franklin
sobre la electricidad; aparece en Franklin (1941), pp. 213 y ss.
10 Para un análisis de estas ideas en su contexto histórico, véase Cohén
(1956), capítulo 8.
11 Cierto número de científicos, entre ellos Wat son y Nollet, estaban en
tonces llegando a la conclusión de que los efectos eléctricos no se debían a
la creación de «algo» durante el acto del frotamiento, lo que llevaba a la idea
de que algo se reunía o transfería o concentraba. No obstante, Franklin hizo
352 N otas
$4.4
S 4.5
elucida por Leibniz en su Teníamen (1689c) (véase Aitón, 1960, 1962, 1964,
1972, capítulo 7).
* En el comentario («Exposition abrégé du systeme du monde, et expli-
cation des principaux phénoménes astronomiques tirée des Principes de
M. Newton» [exposición abreviada del sistema del mundo y explicación de
los principales fenómenos astronómicos extraída de los Principios del señor
Newton] ¡ Newton, 1759, vol. 2, p. 9 de la segunda numeración), se dke: «C e
second Livre... paroit avoir été edstiné á detruire le systéme des toutbillons»
[este segundo libro... parece haberse destinado a destruir el sistema de tor
bellinos], Una apostilla reza: «M . Newton a composé ce Livre pour détruire les
tourbillons de D escartes [el señor Newton ha compuesto este libro para des
truir los torbellinos de Descartes],
7 Se trata del ensayo que comienza «D e gravitatione et aequipondio flui-
dorum» (Hall & Hall, 1962, pp. 89 y ss.).
* Newton (1967-), vol. 1; otras influencias incluían a Wallis y Oughtred.
Véase también Whiteside (1964a).
9 Cohén (19646). Entraña el sentido de «en la medida en que puede en
y por sí mismo».
10 D e hecho, la designación de «axiomata» se usa junto con la de «leges
motus» en el encabezamiento, si bien al enunciar las leyes, y en las referencias
que a ellas se hace a lo largo de los Principia, Newton usa «lex» más bien que
«axioma».
11 Sólo el artículo de Wallis se titulaba «L as leyes del movimiento» [The
laws of motion], estando el título en inglés y el texto en latín. El artículo de
Wren se llamaba «la ley natural de la colisión de los cuerpos». El escrito de
Huygens no se publicó en las Pbilosophical Transactions, aunque se mencionaba
en un comentario editorial (véase el apartado $ 4.4, nota 23).
12 Este texto se ha publicado en Hall & Hall (1962), pp. 157-164; en
Newton (1959-1977), vol. 3, pp. 6 0 6 4 ; y en Herivei (1965a), pp. 208-215.
u U LC MS Add. 3958, fols. 81-83. Debo a D . T . Whiteside una opinión
sobre la fecha. Por la forma, tamaño y tipo de las palabras y por el hedió de
que este ensayo esté escrito en inglés, Whiteside concluye que se puede
datar con seguridad hada la mitad de la década de los sesenta, digamos 1666-
1667, un par de años antes de que pudiese leer el artículo de Wallis. Whiteside
encuentra una identidad prácticamente absoluta entre esta caligrafía y la del
«tratado de octubre de 1666» (M S Add. 3958, fols. 48-63), y llama la atención
sobre el hecho de que el segundo y tercer párrafo del folio 81r sean un
préstamo directo del tratado de 1666. Que yo sepa, esta es la primera vez que
Newton usa el término «ley» en un contexto científico. Poco después, en sus
Lectiones opticae (que comienzan en 1669), escribiría «...non nobis displiceat
si de legibus refractionum nonnulla praesternam» [no se tome a mal que no
trate de las leyes de refracción] (U LC MS Add. 4002, fol, [7 0 ], Lect. 9, fecha
da en julio de 1670) (véase Newton, 1973).
14 La tercera ley del «movimiento» de Newton constituye tal vez un prin
cipio de la naturaleza más general que ninguna de las leyes cartesianas de la
«naturaleza».
u Sobre este aspecto de la ley de Descartes, véase Koyré (1939), pp. 329
y ss.
16 Newton a Cotes, 28 de marzo de 1713; Newton (1959-1977), vol. 3,
pp. 396 y ss. Aquí, como en el escolio general que da fin a los Principia, la
palabra «deducir» (o la palabra latina deducere) no significa más que «derivar».
En un borrador anterior de la carta a Cotes, Newton aludía de hecho a «dedu
cir las cosas matemáticamente a partir de los principios»; también aludía a
que «las leyes... se deducen de tos fenómenos» (ibid., p. 398). C iertamente,
356 Notas
del sol y la indolencia del planeta». El traductor inglés (1726, p. 135) traducía
la «inertia materiae» de Gregory por «la indolencia de la materia» [«the
sluggishness of matter»].
24 Véase Leibniz & Clarke (1956), pp. 111 y ss. [edición española de
E. Rada, citada en la bibliografía, p. 155]. En el quinto escrito de Leibniz
se dice que «la inercia de la materia... mencionada por Kepler, repetida por
Cartesius, y que yo he empleado en la Teodicea... hace solamente que las
velocidades disminuyan cuando las cantidades de materia aumentan, pero sin
ninguna disminución de las fuerzas» (p. 88 [traducción española, p. 129]). En
un apéndice, Clarke recogió cuatro ejemplos en los que Leibniz hablaba de
una inercia kepleriana, y que son: «M ás bien, la materia resiste al movimien
to por una cierta inercia natural, muy adecuadamente denominada así por
Kepler, de manera que te materia no es indiferente ai movimiento y al reposo
como vulgarmente se supone...»; «Una inercia natural, repugnante ai movi
miento»; «Una cierta pereza, por así decir, que consiste en una repugnancia
por el movimiento»; «Una pereza o resistencia al movimiento por parte de 1a
materia». Estas citas las tomó Clarke de tes « A cta Erudit. ad Ann. 1698,
p. 434» y «A cta Erudit. ad Ann. 1695, p. 147» y aparecieron en te edición
de 1717 de 1a Correspondencia editada por Clarke tras la muerte de Leibniz.
25 Posiblemente Newton escribiese sus dos notas contraponiendo su con
cepción de la inercia con 1a de Kepler mientras Clarke escribía las respuestas
a Leibniz o una vez que Clarke publicó la edición de 1a Correspondencia
en 1717.
26 Sobre todo en 1a Astronomía nova y en el Epitom e astronom iae coperni-
canae. No poseemos pruebas (ni directas ni indirectas) de que Newton pueda
haber leído alguna de estas dos obras antes de escribir los Principia.
27 Goclenius (1613), p. 321, bajo «v is* dice: «V is Insita est, vel Violenta.
Insita, ut naturalis potestas.» Esto es, «L a fuerza es inherente o violenta. Inhe
rente como potencia natural». Cf. también pp. 322 y 722.
24 En un cuaderno universitario, U LC MS Add. 3996, señalado en la pri
mera página con las palabras «Isaac Newton/Trin: Coll Cant/1661», p. 3
(fol. 89r), Newton alude a una afirmación del «excelente doctor Moore [i-e.,
More] en su libro sobre 1a inmortalidad del alma», señalando especialmente la
opinión de More, según 1a cual «te primera materia ha de ser átomos» y «esa
materia ha de ser tan pequeña como para ser indiscerptiblc». La palabra
«indiscerptible» fue introducida por More; véase Koyré & Cohén (1962),
pp. 123-126. [More, en La Inm ortalidad del Alm a (1659), p. a5, señala que
entiende «por partes indiscerptibles, partículas que poseen una extensión real,
aunque tan pequeña que no puede ser menor sin dejar de ser algo en absoluto,
razón por la cual no se pueden de hecho dividir» (N . del T .J.J
En H. More (1679), p. 192, se menciona que hay «adversarii» que postulan
una «fuerza o cualidad innata (que se denomina pesantez) implantada en los
cuerpos terrestres [«innatam quandam vim vel qualitatem (quae Gravitas
didtur) corporibus tertestribus insitam»]. En un suplemento a H. More (1659),
escrito y publicado después de que Newton hubiese tomado notas cuando
de joven leyó el libro, 1a palabra «implantada» se usa en este mismo sentido y
se traduce al latín (no por obra de More, sin embargo) como «insita».
Este sentido literal de «implantado» no era el único tradicional conferido
a «insitus»; también se utilizaba de manera general para indicar una cualidad
que es «inherente» o «natural». Se da con este sentido en el De natura deorum
de Gcerón, así como en otras obras; véase la extensa discusión de dicho tér
mino que hace Arthur Stanley Pease en su edición del D e natura deorum
(1955), pp. 298 y ss. La expresión «v is Ínsita» aparece también en una oda de
Horacio.
358 Notas
cosas que Newton dijo como de aquellas que dejó de decir. Por ejemplo,
cuando escribió ciertas afirmaciones en el W aste Book, no dijo necesariamente
que hubiese una «causa» de tal movimiento inercia!, pero no sabemos qué
tenia en la cabeza, y hemos de limitarnos a lo que escribió. Naturalmente,
que Newton pensase que habla algún tipo de «causa» del movimiento
inercial, que denominaba una «vis ¡nertiae» o «vis insita», no quiere dedr
necesariamente que pensase en una «verdadera causa» en el sentido que
tendría en el caso de sus predecesores medievales. Como se señaló en el
apartado $ 3.12, nota 3, otros contemporáneos de Newton escribían acerca de
una «fuerza de inercia» por más que fuesen conscientes de que, en términos
ordinarios, la palabra «fuerza» carecía de significado en ese contexto al menos.
Este problema se discute más en extenso en Cohén (1978&).
S 4.6
S 4.7
S 4.9
1 En una posdata-1969 a la segunda edición aumentada, dice Kuhn (1970,
p. 174, nota 2 [traducdón mexicana atada en la bibliografía,, p. 268]) que
sólo ha introducido dos alteraciones en el texto, al margen de corregir errores
tipográficos, siendo una de ellas «la descripción del papel de los Principia de
Newton en el desarrollo de la mecánica del siglo xvni».
2 Canguilhem (1955), p. 172: «En matiére d’histoire des Sciences aussi il
y a une échelle macroscopique et une échelle microscopique des sujets étudiés»
[En historia de la ciencia también hay una escala macroscópica y una micros
cópica de los temas estudiados].
3 «Lo que se ha averiguado en física, asi permanece. La gente habla de
revoluciones científicas, y las connotaciones sociales y políticas de la revolución
evocan una imagen de rechazo de un cuerpo de doctrina que se ve sustituido
por otro igualmente vulnerable a la refutación. No ocurre así en absoluto...
No constituye una buena analogía del advenimiento de la mecánica cuántica,
aunque si fuese necesario recurrir a una analogía político-social, no habría que
364 Notas
S 5.1
1 La causa aducida d d retraso fue la incapacidad de Newton de demostrar
d último teorema, según d cual una esfera homogénea (o una esfera compues
ta de capas homogéneas) gravita como si toda su masa estuviese concentrada
en su centro geométrico. Véase Cajori (1928); Glaisher (1888) dice que toda
esta «explicación me fue señalada» por Adams.
2 Para ejemplos, véase Cohén (1974d), p. 300.
J En la primera edición de los P rin cipia, al comienzo del tercer libro,
Newton aludía a las leyes de Kepler bajo la rúbrica de «H ipótesis»; más
adelante cambió de «H ipótesis» a «Fenómenos» (véase d apartado $ 3.5 y
5 5.8). Este cambio se discute en Koyré (19556), (1956), (1960c); Cohén
(1956), pp. 131 y ss. (1966), (1970), capítulo 6, sección 6.
4 Las dos primeras leyes se proclaman en 1609, en la A stronom ía nova de
Kepler; la tercera, en 1619, en su H arm onice m undi.
5 En el estadio inmediatamente anterior a los P rin cipia d d pensamiento de
Newton (como veremos más abajo, en d apartado $ 5.6), este resultado no se
reconoció inicialmente. Las líneas maestras de este desarrollo se han bosque
jado en d capítulo 3.
4 E l sistema de un cuerpo (un cuerpo que circula en tomo a un centro d
fuerza) es idéntico a un sistema de dos cuerpos en d que d cuerpo que circula
no atrae al cuerpo central. Este último sistema se aproxima mucho al mundo
real por lo que atañe al sistema d d Sol y los planetas Venus, la Tierra o
Notas 365
Marte, ya que dichos planetas poseen una masa tan exigua comparada con la
del Sol, que su acción gravitatoria sobre éste es prácticamente inexistente a la
hora de hacer que el Sol se mueva. O bien, si consideramos que tanto el Sol
como la Tierra circulan en torno a su centro común de gravedad, entonces
(dado que la distancia Tierra-Sol es aproximadamente de cien millones de millas
y que la masa de la Tierra es aproximadamente un trescientosmilavo de la
masa del Sol) ese centro común de gravedad tan sólo se halla a trescientas des
preciables millas del centro del Sol. Sin embargo, en el caso de Júpiter, este
modelo simple no va tan bien, dado que su masa es aproximadamente una
milésima de la masa solar. Las órbitas planetarias reales sufren perturbaciones
derivadas de las atracciones gravitatorias de los demás planetas.
7 Principia, libro tercero, proposición 12; desde el punto de vista de la
ciencia matemática exacta, lo que importa no es tanto la magnitud de dicha
diferencia como el hecho de que existe una diferencia. En este sentido, la
tercera ley de Kepler es una hipótesis o un enunciado fenomenológicamente
verdadero; esto es, verdadero dentro de los límites de la precisión de las
observaciones.
S 5.2
estas tres leyes de manera tan fundamental, a saber, porque habla dado con
su significado dinámico, convirtiéndolas por ello en algo más que meras
generalizaciones fenomenológicas o reglas convenientes.
S 5.3
1 Por supuesto, esta derivación presupone creer en la posibilidad de que
las fuerzas solares (o fuerzas «solí pe tas») puedan actuar sobre los planetas
(véase el apartado § 3.4).
2 Esto es esencialmente lo que Newton hace en la proposición 4, libro pri
mero de los Principia, así como en el tratado anterior De motu.
3 En el tercer libro de los Principia, escolio a la proposición 4, Newton
introduce la hipótesis de varias Lunas circulando en torno a la Tierra. Al co
mienzo de la primera versión del tercer libro (publicado póstumamente con
el titulo de Tratado del sistem a del mundo; véase Newton, 1728c), también se
discute un satélite artificial de la Tierra, con un diagrama que muestra cómo
se podría poner en órbita.
4 U LC MS Add. 3968, sección 41, fol. 85. Sobre este y otros pasajes
autobiográficos similares, véase Cohén (1971), suplemento 1, pp. 290 y ss. No
tiene mayor importancia que el año en cuestión tuviese que ser el de 1665 ó
1666, ya que lo que está en juego es tan sólo la cronología relativa de descu
brimiento o invención. En 1718, se trataba de recuerdos basados en la «evo
cación» de sucesos que habrían tenido lugar cincuenta años antes.
5 H a de observarse que incluso con esta afirmación Newton no dice que en
aquella época hubiese identificado con la gravedad la fuerza inversa del cua
drado que actúa sobre los planetas; se pensaba que aquélla tan sólo alcanzaba
hasta la órbita lunar.
4 Herivel (19606), (19656), pp. 7-13, 130; cf. el sucinto pormenor que
hace Whitesidc de los primeros estadios del desarrollo de los principios
dinámicos de Newton (1967-), vol. 6, pp. 6 y ss.
7 En una fecha tan tardía como la década de los setenta, Newton tendía a
suponer (como en la carta a Hooke de noviembre de 1679) una «gravedad»
solar constante.
4 En un documento de la década de los sesenta, publicado por vez primera
en A. R. Hall (1957) y publicado de nuevo en Newton (1959-1977), vol. 1,
pp. 297-300, asi como en Herivel (1965«), pp. 192 y ss., Newton aplicó la
tercera ley de Kepler a los planetas para hallar que «sus tendencias a alejarse
del sol serán recíprocamente como los cuadrados de sus distancias al sol». A
continuación, Newton puso ejemplos numéricos de cada uno de los seis planetas
primarios (véase además la nota 13). E s importante señalar que este documento
no contiene un cálculo efectivo de la prueba lunar, y por consiguiente no
establece un equilibrio entre la «gravedad» centrípeta del Sol y las fuerzas
centrífugas de los planetas; Newton se ocupa de un «conatus» o tendencia y no
de fuerzas en equilibrio (cf. Whitesidc, 19646, especialmente p. 120, nota 13).
El escrito de Newton (U LC M S Add. 3958, sección 5, fol. 87) contiene un
cálculo de que la fuerza de la gravedad terrestre es 4.275 veces la de la «ten
dencia a alejarse» de la Luna (a una distancia de 60 radios terrestres). Si en
tonces hubiera establecido la conexión entre ambas, ligando de hecho la «causa»
de la «tendencia a alejarse» de la Luna con la gravedad de la Tierra que actúa
según una ley inversa del cuadrado, lo que entraña muchísimas suposiciones,
el aludido «casi exactamente» erraría en poco más del 18 por 100: (4-275 —
—602) / 60*.
368 Notas
10 Glaisher basaba su sugetenda en una idea que le había dado John Couch
Adams; véase Glaisher (1888), p. 7 ; cf. los comentarios que hace Whiteside
sobre este asunto en Newton (1967-), vol. 6, pp. 19-20, nota 59.
11 Whiteside (1964«), p. 119. La correspondencia de Newton muestra que
aún hada uso de su teoría de los vórtices en relación con el movimiento plane
tario la víspera misma de escribir los Principia.
12 Allá para 1669, según sabemos por las notas manuscritas de su ejemplar
de la Astronomía de Wing, Newton ni siquiera aceptaba la tercera ley de Ke-
pler como ley observacional exacta.
13 Véase la nota 8. Aludiendo a este escrito en una carta a Halley (22 de
mayo de 1686), decía Newton que los cálculos que había realizado en aquella
ocasión muestran «que tenía entonces la vista puesta en comparar las fuerzas
de los planetas debidas a su movimiento circulatorio, comprendiéndolo» (véase
Newton, 1959-1977, vol. 2, p. 431).
14 Este documento se puede encontrar en U LC MS Add. 3958, secdón 5,
fol. 45v-r.
15 En el segundo libro de los Principia de Descartes (véase además Herivel,
1965o, cap. 22, cap. 3). Borelli desarrolló esta idea, cosa con la que Newton
se hallaba familiarizado (véase Koyié, 1973, parte 3).
16 U LC MS Add. 3968, sección 29, fol. 415v; este texto se publicó por vez
primera en Koyré y Cohén (1962).
17 Este problema se discute en Herivel (1965o) y en Westfall (1971).
11 La expresión «vis centrifuga» aparece en las tres ediciones de los Prin
cipia.
Suplemento a $ 5 3
1 Este manuscrito se puede datar gracias a un comentario hecho por New
ton (1959-1977, vol. 3, p. 331) a David Gregory, a quien mostró el MS en
mayo de 1694. Según informa Gregory, se escribió «ante annum 1669 (quo
tempore Auctor D. Newtonus factus cst professor Matheseos Lucasianus)», esto
es, «antes de año 1669 (época en que el autor fue nombrado profesor lucasiano
de matemáticas)». Algunos años antes, el 20 de junio de 1686, Newton aludió
a este MS en una carta a Halley (Newton, 1959-1977, vol. 2, p. 436) como
«uno de mis escritos redactado (no puedo decir en qué año, aunque estoy
seguro de que fue algún tiempo ante de que mantuviese correspondencia alguna
con el señor OIdenburg & que es hace más de quince años)». La primera carta
de OIdenburg a Newton lleva la fecha de 2 de enero de 1671-1672, de modo
que su referencia a «algún tiempo antes» concordaría con la de Gregory «antes
del año 1669». Newton fechó una vez más su MS en otra carta a Halley
(Newton, 1959-1977, vol. 2, p. 445), escrita el 14 de julio de 1686, en la que
hada referencia a «aquel mismo escrito que os dije que habla sido compuesto
Notas 369
algún tiempo antes de hace quince años & que yo pueda recordar se escribió
hace dieciocho o diecinueve años». Esto pondría la fecha de composición en
1667 ó 1668.
La existencia del M S discutido y su significación se anunciaron en Tum-
bull (1953); el M S lo publicó y analizó, junto con otros documentos, A. R. Hall
(1957), H. W. Tumbull en Newton (1959-1977), vol. 1, pp. 297-303, y J . He-
rivel (1965*), capítulo 4 y pp. 192-198. Véase también Newton (1959-1977),
vol. 3, pp. 46-54 para un documento relacionado con cálculos semejantes, tam
bién publicado y analizado en Herivel (1965*), pp. 183-191.
2 Dado que, según la regla de Galileo, la distancia varía con el cuadrado del
tiempo, la conversión de la distancia por día a la distancia por segundo exige
sucesivas divisiones por 24*. 602 y 602.
2 Tanto en este M S como en una hoja de cálculo relacionada (véase la
nota 1), Newton computa la razón de la fuerza centrífuga de la Tierra respecto
al Sol (debida a su movimiento orbital) con la fuerza centrífuga en la superfi
cie terrestre sobre el ecuador (debida a su rotación diaria), y asimismo con la
gravedad terrestre.
4 Defendiendo la plausibilidad de la alegación de Newton de haber reali
zado una prueba lunar en los años sesenta, Herivel (1965*, p. 70) mantiene
que «D e lo contrario no queda más remedio que concluir que Newton no
sólo malinformó tanto a Whiston como a Pemberton, sino que además se in
ventó la muy circunstancial relación del Portsmouth Draft Memorándum
[i.e., el memorándum escrito para Des Maizeaux en 1718]». Herivel repite
este argumento en la p. 74, concluyendo que «suponer que no tuvo lugar
una genuina prueba lunar durante fes años de la peste, equivale a sostener
un grado de duplicidad por parte de Newton, tanto en una conversación
incidental con Whiston y con Pemberton... como en su relación no publicada
del Portsmouth Draft Memorándum [que] es difícil de creer». Herivel insiste,
no obstante, p. 72, en que Halley podría haber recibido una impresión equi
vocada por la carta de Newton del 20 de junio de 1686, según la cual «Newton
pensó que su escrito demostraba su temprana familiaridad con la "proporción
duplicada" de la gravitación universal».
Tal y como se señalaba en el apartado $ 5.3, puede haber ocurrido perfec
tamente que Newton estableciese una comparación mental entre el valor teóri
co de 3.600 y el valor calculado de más de 4.000, de modo que la explicación
del asunto que Newton dio a Whiston y Pemberton puede no haber sido
tanto un ejemplo de malinformación o duplicidad, cuanto la normal transfor
mación de fes acontecimientos que se produce en la memoria cuando un punto
de vista posterior se sobrepone a acontecimientos anteriores. Mas no cabe
duda de que el memorándum de D es Maizeaux es con seguridad confundente
y se halla en flagrante contradicción con los hechos en múltiples aspectos. Lo
mismo se puede decir de muchas declaraciones de Newton en la segunda
década del siglo xv m , cuando se hallaba tan profundamente implicado en el
problema de prioridad con Leibniz. En cualquier caso, este memorándum par
ticular nunca fue publicado por Newton, fue tachado y, por más que hoy día
se publique y discuta profusamente, puede que durante la vida de Newton no
fe viese nadie más que él.
5 Newton no era el único que interpretaba este documento a la luz de sus
descubrimientos posteriores. David Gregory señalaba en 1694 haber visto un
MS que, por su descripción, es el MS que nos ocupa ahora. Gregory dice que
en el MS «se establecen todos fes fundamentos de su filosofía; a saber, la
gravedad de la luna hacia la tierra y de los planetas hacia el sol». Añade que
«de hecho, todo esto... se somete a cálculos» (véase Newton, 1959-1977,
vol. 3, pp. 331-333). Naturalmente, Newton aún no había concebido la gra
370 Notas
vedad como una fuerza que existe entre el Sol y los planetas; no habla escrito
acerca de una «gravitas planetarum versus soiem» (como dice Gregory), sino
más bien acerca de un «conatus recedendi (planetarum] a solé». Tampoco
había declarado expresamente que habla una «gravitas lunae versus terram»;
no sólo se habla restringido a un «conatus recedendi lunae a centro terrae»,
sino que ni siquiera habla barruntado en el M S que la gravedad terrestre se
pudiese extender a la Luna.
S 5.4
1 Este ejemplar se encuentra en la biblioteca del T r in i» College, con la
signatura NQ.18.36 (véase Whiteside, 1964a, pp. 124 y ss.). Sobre los métodos
de aproximación utilizados en vez de la segunda ley de Kepler y basados, en
primera instancia, en la rotación uniforme de un radio vector en torno al foco
vacío de una órbita planetaria elíptica, véase SS 5 2 y 3.3.
2 Las comunicaciones relativas a la dispersión y composición de la luz blanca
y al nuevo telescopio reflector se publicaron en las Pbilosophical Transacción;
en 1672; se reimprimieron en facsímil, junto con los comentarios que des
pertaron, en Newton (1958), sección 2, SS 2, 6-16.
3 Hooite a Newton, 24 de noviembre de 1679, Newton (1959-1977), vol. 1,
pp. 297. Sobre este tema, véase Koyré (19526) y Lohne (1960). E l problema
en cuestión resulta interesante. Newton propone una contrastación para demos
trar que la Tierra posee un movimiento diurno o tota de Oeste a Este. Supone
que inicialmente hay un grave suspendido en el aire que se mueve en torno
con la Tierra, estando siempre situado sobre el mismo punto de la Tierra. Se
deja entonces caer, dice Newton, y «su peso le conferirá un nuevo movimiento
hacia el centro de la tierra, sin dism inuir el viejo de Oeste a Este». Cuando
más distante está el cuerpo de la Tierra en el momento en que se lo deja caer,
mayor será su movimiento de Oeste a Este. Consiguientemente, no descenderá
por un línea recta desde su posición original hasta el centro de la Tierra, «sino
que, adelantando a las partes de la tierra, se precipitará hacia adelante, hacia
el Este». Esto, señala Newton, es «muy contrario a la opinión del vulgo, para
quien, si la tierra se mueve, los graves que caen se verían adelantados por
sus partes, cayendo del lado occidental de la perpendicular». Newton, como
prueba de la rotación de la Tierra, ofrecía un resultado que hoy día obten
dríamos aplicando el principio de conservación del momento angular; la de
mostración de la rotación terrestre la ofrece un cuerpo que cae cuando aterriza
delante (según el sentido de la rotación) del lugar desde el que se deja caer,
en lugar de quedarse atrás, puesto que si mi2 u es constante, (■> ha de aumentar
a medida que cae el cuerpo (y decrece r). Aunque el efecto sería necesaria
mente pequeño en una caída de veinte o treinta metros, Newton pensaba que
se podía nacer el experimento, demostrando este extremo. Desgraciadamente,
también supuso apresuradamente y de modo no del todo correcto que la trayec
toria del cuerpo en caída (en una Tierra en movimiento) sería una «línea es
piral» sobre la superficie de la Tierra que, como Hookc señaló en su respuesta,
era «un tipo de espiral que, tras unas cuantas revoluciones, lo dejana [al
cuerpo en caída] en el centro de la Tierra».
* Hooke a Newton, 9 de diciembre de 1679, Newton (1959-1977), vol. 1,
p. 305. Sobre este diagrama, véase Whiteside (1964), p. 132, nota 52, y 19666),
p. 117, nota 10; para un estudio comprensivo de los diagramas de Newton
y su subsiguiente corrupción, véase Lohne (1967).
5 Hooke puede haberse visto perfectamente confundido por el procedimien
to de Kepler al desarrollar la ley de áreas, tal y como k> describe, por ejemplo,
Wren (véase su declaración en el apartado $ 5 2 , nota 11). Mas Hooke no
Notas 371
S 53
« U LC MS Add 3968, fol. 101; véase Cohén (1971), suplemento 1, p. 293
Ha de observarse que Newtdn señala que, antes de su intercambio epistolai
con Hooke en los años 1679-1680, había inferido de la tercera ley de Keplei
que la fuerza solar que mantiene a los planetas en sus órbitas ha de dismi
nuir como el cuadrado de la distancia (véase $ 5.3), habiendo hallado ahors
que una fuerza central sería condición suficiente de la ley de áreas (como er
la proposición 1, libro primero de los Principia).
2 Naturalmente, Newton no podía estar seguro de cuándo había halladc
Huygens la ley de la fuerza centrifuga. Su afirmación de que Huygens podríi
tener prioridad posee un matiz de «resentimiento» por admitir que probable
mente Huygens se le adelantase en el hallazgo de la medida de la «v is een
trifuga», pero como no está seguro, sigue insistiendo en que él lo ha hecht
independientemente (como es realmente el caso). Sobre el descubrimiento tem
prano por parte de Newton de la ley de la fuerza centrífuga, véase $ 5.3.
2 La fuerza centrífuga y su ley se proclamó en «D e vi centrifuga ex moti
circulan theoremata» [teoremas sobre la fuerza centrífuga del movimienu
circular), en Huygens (1673), pp. 159-161; también en Huygens (1888-1950)
vol. 6, pp. 315-318; vol. 18, pp. 366-368. En el teorema 3, Huygens alude i
la «v is centrifuga».
4 Para detalles, véase Westfall (1971).
2 Sobre este tema, véase Whiteside (19646). Véase también una serii
de cartas en N aiure escritas por Whiteside (volumen 248, 19 de abril de 1974
p. 635); por J . W. Herivel (ibid.Y, y una réplica de I. B. Cohén (vol. 250, 1!
de julio de 1974, p. 180). Ya se ha mencionado que, no obstante, por lo qu<
respecta a la tercera ley, en las notas al tratado de Wing sobre astronomí
Newton (c. 1670) rechaza la tercera ley de Kepler en cuanto descripción obsci
vacionalmente exacta de los fenómenos planetarios.
4 Supongo aquí, como anteriormente, que el significado de la ley de área
puede que se le haya aparecido a Newton en el transcurso de sus esfuerzos coi
el problema del movimiento planetario en órbitas elípticas, según una fuetz
centrípeta que actúa sobre un cuerpo con movimiento inercial, variando es
fuerza como el inverso del cuadrado de la distancia. En otras palabras, el pit
blema que le propuso Hooke. N o hay pruebas de ningún tipo relativas a lo
procesos de pensamiento efectivos por lo que Newton alcanzó la revelaciói
que cambió completamente el curso de su pensamiento acerca de la dinámic
celeste, si bien el propio Newton dijo que el carácter general de la ley keph
riana de áreas se le ocurrió como respuesta al estímulo intelectual de Hooke «
Notas 373
finales del año 1679». Que sepamos, casi todos los estudiosos de Newton
(R. S. Westfall es una notable excepción) concuerdan ahora en que el modo
en que Ncwton realizó su gran descubrimiento respecto a las órbitas elípticas
y la ley inversa del cuadrado siguió más o menos la serie de pasos ilustrada
tanto en el tratado D e m ola como en las secciones 2 y 3 del primer libro
de los Principia.
7 En la proposición 3 de los Principia, los resultados se extienden a un
centro de fuerza móvil.
* Véase la nota 1. La otra ley de Kepler a la que se refiere Newton es la
ley armónica; dicha ley, en combinación con la ley de la fuerza centrífuga,
condujo a Newton a la idea de una fuerza solar inversa del cuadrado, supo
niendo órbitas planetarias circulares.
9 En la afirmación autobiográfica que se acaba de citar, sin embargo, New
ton menciona a Kepler como el originador de las órbitas elípticas (véase tam
bién la nota 11).
10 Del «Memorándum relativo a Sir Isaac Newton que me ha dado el señor
Abraham Remoivre en N oviem bre] de 1727» de John Conduitt; este manus
crito, anteriormente en posesión del señor Joseph Halle Schaffner, se encuen
tra ahora en la Biblioteca de la Universidad de Chicago. Hay una transcripción
del siglo xix, debida a H. R. Luard, que se conserva en la Biblioteca Univer
sitaria de Cambridge (M S Add. 4007, fols. 706 y $s.). La parte relativa a los
Principia se publica entera en Cohén (1971), pp. 297 y ss.
11 En el tratado D e motu (véase el apartado $ 4.4, nota 12), Newton atri
buía a Kepler tanto la ley de las órbitas elípticas como la ley de áreas (escolio
siguiente a la proposición 3), si bien dice que eso era «como Kepler suponía»
(«ut supposuit Keplerus») (véase el apartado $ 3.6). En una carta a Halley
del 20 de junio de 1686, Newton señalaba que él mismo había concluido que
la «causa de la gravedad hacia la tierra, el sol y los planetas» ha de seguir la
ley del inverso del cuadrado. A continuación añadía: «M as, aun concediendo
haberla recibido del señor Hook, con todo tengo tanto derecho a ella como a
la elipse, pues por más que Kepler supiese que la órbita no era circular sino
oval & conjeturase que era elíptica, así, el señor Hook, sin conocer lo que yo
he descubierto después de sus cartas, solamente puede saber que la proporción
era duplicada quam próxim a [muy aproximadamente] a grandes distancias del
centro. & conjeturaba que era así exactamente & conjeturaba erróneamente al
extender dicha proporción hasta el mismo centro, mientras que Kepler conje
turó correctamente la elipse. Y de esta suerte, el señor Hook descubrió menos
de la proporción que Kepler de la elipse». Lo que Newton «halló» fue al
parecer que una esfera uniforme (o una esfera compuesta de capas concéntricas
uniformes) gravita como si toda esa masa estuviese concentrada en el centro
(véase Newton, 1939-1977, vol. 2, pp. 436 y ss.).
12 Una interpretación totalmente distinta del enfoque newtoniano de
la física de las fuerzas aparece en Westfall (1971), especialmente en la pá
gina 377. Se dice allí que «lo que Newton proponía era una adición a la
ontología de la naturaleza». Westfall arguye que «la condición ontológica
última de las fuerzas en la concepción de Newton de la naturaleza es un pro
blema complejo y complicado. En sus escritos publicados, decidió no aludir
más que indirectamente a su verdadera opinión, tal y como yo la entiendo,
siendo necesario consultar sus manuscritos no publicados para comprender lo
que quiere decir. Por lo que respecta a las obras publicadas, y sobre todo por
lo que atañe a las herramientas conceptuales que utilizaba en las discusiones
científicas, trataba a las fuerzas como entidades realmente existentes».
u E l argumento de Westfall (véase la nota 12 y Westfall, 1971, p. 377)
parecía aplicarse incuestionablemente a las partículas o fuerzas de alcance
374 Notas
$ 5.6
S 5.7
1 En la mecánica celeste, sólo las fuerzas gravitatorias son de importanda
fundamental, aunque, como es natural, la medida de la resistencia al cambio
de estado se aplica a una fuerza cualquiera.
2 Newton introduce «m asa» como sinónimo de «cuerpo» o de la tradicional
«cantidad de materia»; véase la definidón 1 de los Principia. En la defini
ción 3, así como en la regla 3 (en la edición segunda y tercera de los Principia),
la resistenda a ser acelerado o a sufrir un cambio de estado (la vis inertiae) se
hace equivaler a la tradicional vis insita (véase sobre ella el apartado $ 4.5).
Véase además Cohén (1970), (1978).
3 Escrita por tanto en 1685 (véase Cohén, 1971, pp. 62 y ss.). El texto de
este MS se publicó en Herivel (1965a), pp. 304-315. Whiteside aporta un texto
latino nuevo y más correcto (aunque sin traducción), junto con comentarios
continuos, en Newton (1967-), vol. 6, pp. 189-194; para una corrección del
orden en que Herivel ha publicado las partes de este texto, véase Cohén (1971),
pp. 93-95.
La pareja de frases citadas (Herivel, 1965a, pp. 306 y ss.) formaban parte
originalmente de la discusión de la «Quantitas motus» (en una versión anterior
en la que esta definidón llevaba el número 11). En la versión revisada, «Quan-
titas motus» debería recibir el número 12, suprimiéndose estas dos frases, que
se ven sustituidas por un comentario que va hasta lo que se convierte ahora en
número 7, la definición de «pondus» (véase d análisis de Whiteside; Newton,
1967-, vol. 6, pp. 189 y ss., especialmente las notas 2 y 13).
4 Herivel (1965a), pp. 306, 311. «Pendulis aequalibus numerentur osdllatio-
nes... et copia materiae in utroque erit reciproco u t...»
E l par de frases a ta d o (Herivel, 1965a, pp. 306 y ss.) formaba parte origi
nalmente de la discusión sobre la «Quantitas motus» (en una versión anterior
en la que dicha definidón llevaba el número 11). En la versión revisada,
«Quantitas motus» debería redbir el número 12, suprimiéndose estas dos frases.
Se sustituyen por una discusión que entra en lo que ahora es el número 7, la
definidón de «pondus» (véase el análisis de Whiteside; Newton, 1967-, vol. 6,
pp. 189 y ss., especialmente las notas 2 y 13).
S 5.8
1 Según la proposidón 12, libro tercero, la masa del Sol es a la masa d
Júpiter como 1 .0 6 7 :1 , y la distancia de Júpiter al Sol mantiene con el radio
solar casi la misma proporción, de manera que el centro de gravedad del Sol
y Júpiter estará justamente fuera de la superfide del Sol. Mas Newton halla
que el centro de gravedad del Sol y Saturno estará justamente debajo de la
superfide solar. Aun cuando la Tierra y todos los planetas se encontrasen del
mismo lado respecto al Sol, con todo, según Newton, la distanda entre d
centro de gravedad de todo el sistema y el centro del Sol nunca seria mayor
que el diámetro solar, siendo aún menor en todos los demás casos. Puesto que
Notas 381
mítico, dado que Newton había utilizado la teoría gravitatoria con algún
éxito en ciertos aspectos del problema.
Suplem ento
1 E ste volumen de 131 páginas contenía los textos de dos conferencias:
Conferencia 1, «L a s leyes d d movimiento y los principios de la filosofía», y
Conferencia 2, «D e las hipótesis a las reglas». Esta última se ha publicado
dos veces (véase Cohén, 1% 6). Está programada la publicación de una versión
ampliada en un volumen titulado provisionalmente N ew ton’s N atu ral Philo-
sophy.
2 Los comentarios de Aitón y Pogrebysski se publicaron en la revista Acta
H istoriar Rerum N aturdium necnon Tecnicarum, número especial, 4, Praga
(1968), pp. 67-69, 44-50. Un resumen de mi artículo y una extensión de la
doctrina de la transformación y la revolución aparece, con algunos añadidos y
correcciones al artículo principal, en las páginas 35-41 de ese mismo número
(aunque con el título equivocado de « L a óptica en el siglo xvn »).
3 M i comunicación, titulada « E l concepto y definición de masa e inercia
como clave de la ciencia del movimiento: Galileo-Newton-Einstein» (X II I Con
greso Internacional de Historia de la Ciencia, Moscú, 18-24 de agosto de 1971)
se distribuyó en el congreso en una tirada previa a la publicación (Moscú:
Nauka Publishing House, Central Department o f Oriental Litera ture, 1971),
pero no se publicó en las actas del congreso, aunque se resumió en ruso. Está
prevista la publicación de una versión revisada en Cohén (1978<r).
4 E s claro en muchos de sus estudios sobre el origen y desarrollo de las
ideas científicas; por ejemplo, en el capítulo sobre Newton y Descartes en
Koyré (1965), cf. lo que dice en «Orientation et projets de recherche» [orien
tación y proyectos de investigación] en Koyré (1966), pp. 1-5. [Traducción
española citada en la bibliografía, pp. 4-8.]
s Duhem (1954), capítulo 6, sección 4, p. 191. Duhem también aludía
(ibid.) a «las leyes experimentales establecidas por Kepler y transformadas por
razonamiento geométrico».
6 Mach (1898), p. 61. Las palabras alemanas son «in die physikalische
Technik überall umgestaltend eingreift».
7 Ibid., p. 63; en alemán, «Lansam, allmahlich und mühsam bildet sich
ein Gcdanke in den andetn um, wie es wahrscheinlich ist, dass ein Tierart
allmahlich in neuen Arten übergeht».
* Ibid., pp. 214 y ss.; en alemán, «Über Umbildung und Anpassung im
naturwissenschaftlichen Denken». En 1883, escribía Mach (i b i d p. 216):
«A penas han pasado treinta años desde que Darwin propuso por vez primera
los principios de su teoría de la evolución. Mas, a pesar de todo, vemos que
sus ideas se hallan ya firmemente enraizadas en todas las ramas del pensamiento
humano, por remoto que sea. Por todas partes, en la historia, en la filosofía,
incluso en las ciencias físicas, oímos las consignas: herencia, adaptación, selec
ción». En la edición alemana la expresión para «proceso de transformación»
(p. 218) es «Umbildungsprozesse» (p. 242); «evolución v transformación»
(p. 218) traducen las expresiones «Entwickelung und Umbildung» (p. 241).
9 Los sentimientos mutuos de Freud y Ellis se exponen gráficamente en
Wortis (1954).
10 Cito de los extractos dados por Ellis y reimpresos en Freud (1920), pá
ginas 263 y ss. [traducción española, citada en la bibliografía, pp. 361 y ss.].
11 Tal como señaló Freud (1920), p. 264 [traducción española, citada en la
bibliografía, p. 362].
Notas 383
12 Otto Rank había llamado la atendón de Freud sobre este ejemplo muchos
años antes; lo citó Freud,en su Traumdeutung de 1900, como tuvo buen cuida
do en señalar en su respuesta a Ellis de 1920.
13 O tado en Freud (1920), p. 265 (traducción española, citada en la biblio
grafía, p. 362].
14 Freud cuenta que el doctor Hugo Dubowitz llamó la atendón de Ferenczi
sobre este ensayo.
u Esta definidón está tomada del W ebster's New International Dictionary
o f the Englisb Language ( 2 * ed., 1939), en las nuevas palabras.
14 Para otro aspecto de la criptomnesia freudiana, aparentemente no captada
por el propio Freud, véase el apartado $ 4.7.
17 Foucault (1972), p. 21; véanse también las pp. 13-15, 38, 44 y un ejem
plo en las pp. 33 y ss.
u Ib id ., p. 4. Posee un interés que no es meramente anecdótico el hecho
de que los dos autores que Foucault cita con gran aprobadón carezcan relativa
mente de influenda en los lectores anglosajones. Ninguno de los libros de
Canguilhem se han traduddo al‘ inglés, y sólo los libros populares de Bachelard
son accesibles en inglés.
19 Por ejemplo, ibid., pp. 62, 69, 71, 74, 117, 120-122, 124, 200. Las
transformaciones gramaticales se mendonan en las pp. 81 y 99. Las transfor-
mariones de la historia como modo de pensamiento también aparecen en
las pp. 136, 140, 141; esto puede conectarse con su referencia a «la transfor-
madón de una cultura incinerante en una cultura inhumadora» en Foucault
(1973), p. 166.
20 Foucault (1972), p. 188. Cf. la discusión de «la formadón y transfor-
madón de un cuerpo de conocimiento» de la p. 194.
21 En (1973), Foucault escribe acerca de la posibilidad de un «concepto...
susceptible de transformarse a sí mismo», observando que la resultante «trans
formación conceptual era decisiva» (p. 97).
22 Un ejemplo adidonal de criptomnesia es el siguiente: una vez terminado
de pasar a máquina y enviado a la imprenta este trabajo, me fijé por casuali
dad en un ensayo (1856) de Whewell, «D e la transformadón de hipótesis en
la historia de la ciencia». Lo notable de este incidente, en este contexto, es
que yo había seleccionado precisamente este ensayo para una antología de la
prosa científica inglesa del x ix que edité junto con Howard Mumford Jones y
Everett Mendelsohn hace década y media. Pues bien, me habla olvidado de
todo lo relativo a este asunto hasta que una reimpresión de nuestra antología
me lo trajo a la memoria de nuevo (véase Jones, Cohén y Mendelsohn, 1963).
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