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I. Bernard Cohén
La revolución newtoniana
y la transformación
de las ideas científicas
Alianza Universidad
I. Bemard Cohén

La revolución newtoniana
y la transformación
de las ideas científicas

Versión española de
Carlos Solís Santos

Alianza
Editorial
I. Bernard Cohén

La revolución newtoniana
y la transformación
de las ideas científicas

Versión española de
Oírlos Solís Santos

Alianza
Editorial
Título original:
The Newtonian Revolution

Cambridge University Press, 1980


Ed cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1983
Caile Milán, 38; ® 2 0 0 0 0 4 5
ISBN : 84-206-2360-1
Depósito legal: M. 16.010-1983
Compuesto en Fernández Ciudad, S. L .
Impreso en LA V EL. Los Llanos, nave 6. Humanes (Madrid)
Printed in Spain
INDICE

Prefacio 13

Parte primera: La revolución newtoniana y el estilo de


N ew ton ....................................................................................... 19

1. La revolución científica de N e w to n .................................... 21


1.1. Algunos aspectos básicos de la Revolución Científica, 21.—
1 2 . Una revolución científica de Newton: variedades de la ciencia
newtoniana, 27.— 1.3. Las matemáticas en la nueva ciencia (1): un
mundo de números, 33.— 1.4. Las matemáticas en la nueva cien­
cia (2): las leyes exactas de la naturaleza y la jerarquía de las
causas, 39.— 1.5. La ciencia matemática causal en la Revolución
Científica, 51.

2. La revolución científica y la revolución newtoniana como


conceptos históricos.................................................................. 58
2.1. El concepto de revolución, 58.—2 2 . La introducción del con­
cepto de revolución para describir el progreso científico, 61.—
2.3. La revolución newtoniana en las ciencias, 68.

3. La revolución newtoniana y el estilo de N ew ton ............... 71


3.1. Algunos aspectos básicos de la ciencia exacta newtoniana: las
matemáticas y la disciplina de la imaginación creadora, 71.—2.3. Las
matemáticas y la realidad física en la ciencia exacta de Newton, 81.
9
10 Indice

3.3. El uso newtoniano de sistemas imaginarios y constructos ma­


temáticos en los Principia, 88.— 3.4. Gravitación y atracción: la
reacción de Huygens ante los Principia, 98.—3.5. La trayectoria
de Newton desde los sistemas imaginarios o constructos y prin­
cipios matemáticos a la filosofía natural: el sistema del mun­
do, 103.—Suplemento a 3.5. La primera versión del Sistema del
Mundo de Newton y su «modo matemático» en los hechos y en
la ficción, 113.— 3.6. Los sistemas o constructos matemáticos y la
reseña de los Principia en el Journal des Sçvans, 116.— 3.7. El
funcionamiento del procedimiento newtoniano en tres pasos: com­
paración de los constructos de Newton con los modelos de Des­
cartes y con los que hoy día se emplean, 119.— 3.8. El tercer paso
de Newton y su secuela: la causa de la gravitación, 129.— 3.9. La
revolución newtoniana tal como la vieron algunos de sus suceso­
res: Bailly, Maupertuis, Clairaut, 140.— 3.10. La revolución newto­
niana en perspectiva histórica, 147.— Suplemento a 3.10. Estilo
newtoniano o galileano, 152.— 3.11. La Optica y el estilo newto­
niano, 154.— 3.12. El desarrollo de la revolución newtoniana y el
estilo de Newton: las matemáticas y la experiencia, 162.

Parte segunda: Las transformaciones de las ideas científicas. 175

4. La transformación de la sideas científicas ........................ 177


4.1. ¿Una síntesis newtoniana?, 177.— 4.2. Las transformaciones
de las ideas científicas, 182.— 4.3. Algunos ejemplos de transfor­
maciones de ideas científicas: Darwin y la competencia intraespe-
dfica, Franklin y el fluido eléctrico, 186.— 4.4. Algunas trans­
formaciones de ideas debidas a Newton, especialmente la transfor­
mación de las fuerzas impulsivas en fuerzas continuamente actuantes
y la formulación de la tercera ley de Newton, 192.— 4.5. La inercia
newtoniana como ejemplo de transformaciones sucesivas, 203.—
4.6. Algunos aspectos generales de las transformaciones, 215.—
4.7. La transformación de la experiencia, 225.— 4.8. El carácter
único de la innovación científica: la originalidad según Freud, 238.
4.9. Transformaciones y revoluciones científicas, 240.

5. Newton y las leyes de Kepler: los estadios de la transfor­


mación que llevan a la gravitación universal...................... 244
5.1. Las leyes de Kepler y los principios newtonianos, 244.—
5.2. E1 carácter de las leyes de Kepler en la época de Newton, 247.—
5.3. Las primeras ideas de Newton sobre el movimiento orbital
y la tercera ley de Kepler, 253.— Suplemento a 5.3. Una primera
computación de la «tendencia a alejarse» de la luna y una ley
planetaria del inverso del cuadrado, 260.— 5.4. Newton y la astro­
nomía dinámica en los años anteriores a 1684: la correspondencia
con Hooke en 1679-1680, 264.— 5.5. El descubrimiento newtoniano
del significado dinámico de la ley de áreas de Kepler: la idea de
Indice 11

fuerza, 270.— 5.6. De las leyes de Kepler a la gravitación univer­


sal, 281.— 5.7. La función de la masa en la mecánica celeste de
Newton, 294.— 5.8. Las leyes de Kepler, el movimiento de la luna,
los Principia y la revolución científica de Newton, 296.

Suplemento: Historia del concepto de transformación: una


explicación person al.................................................................. 303

N o t a s .................................................................................................. 313

Bibliografía........................................................................................ 384
PREFACIO

Los orígenes de este libro se retrotraen a 1966, año en que tuve


el honor de pronunciar las Conferencias Wiles en la Queen’s Uni-
versity de Belfast, patrocinadas por la fundación establecida por
Mrs. Janet P. Boyd en memoria de su padre. Dicha fundación posee
una organización notable, ya que no sólo asegura la participación de
un conferenciante para tratar algún aspecto de la historia, sino que
además promueve que cada una de las conferencias sea discutida
por los historiadores e investigadores de Belfast, así como por un
grupo invitado de historiadores procedente de otras universidades.
Las discusiones vespertinas que seguían a cada conferencia me resul­
taron muy valiosas a fin de precisar algunas cuestiones básicas. De
este modo, me siento especialmente agradecido por haber podido
ensayar algunos de mis primeros puntos de vista con un auditorio
formado por colegas e historiadores generales, beneficiándome de
las reacciones que suscitaron en Rupert y Mane Boas Hall, John
Herivel, Michael Hoskin, George Huxley, D. T. Whiteside y
W. P. D. Wightman. Tengo una deuda contraída con mi huésped
académico, el profesor J . C. Becket, con Mrs. Janet P. Boyd, con
el Vicecanciller y con Mrs. Michael Grant por su gran amabilidad
personal.
La terminación de una versión publicada de estas conferencias
tiene lugar una década aproximadamente más tarde de lo que sería
de esperar, debiéndose tal retraso, en primer lugar, al absorbente
trabajo de completar la Introducción a los « Principia* de Newton
13
14 P refado

y de editar los Principia de Newton con sus variaciones (emprendido


a medias con Alexandre Koyré y con ayuda de Anne Whitman).
La preparación de la mencionada edición se convirtió en una em­
presa mucho más onerosa de lo que en un principio se pensó, debido
a la desafortunada muerte del profesor Koyré, lo que nos privó de
su directa ayuda, sabiduría y experiencia durante las últimas etapas
de la tarea. Sólo tras la publicación de dicha edición (1971, 1972)
me vi libre de retornar al compromiso de preparar las Conferencias
Wiles para la publicación.
Con todo, había yo publicado entre tanto una versión de dos
de las conferencias en una edición distribuida privadamente, impri­
miéndose una versión de ambas en revistas especializadas. Un tema
central de las conferencias y de este libro basado en ellas (la «trans­
formación» de las ideas científicas) se vio ulteriormente desarrollado
en algunos artículos y puesto a prueba en mis clases y seminarios
de la Universidad de Harvard. Esta parte de mi historia personal
se narra como parte del suplemento que aparece al final del ca­
pítulo 5.
Como las propias conferencias, este libro se centra sobre la vida
científica de Isaac Newton, pero lo hace como medio para compren­
der un aspecto de la ciencia newtoniana y del cambio científico en
general. Así pues, el libro trata de la revolución científica newto­
niana al modo en que considero que los contemporáneos e inmedia­
tos predecesores de Newton en ciencias exactas pensaban que había
llevado a cabo una «revolución». Mediante esta expresión no trato
de imponer un juicio histórico anacrónico basado en las ideas del
siglo xx acerca del cambio científico, sino que me limito más bien
a retrotraerme a las expresiones efectivamente usadas por los cien­
tíficos creadores y los analizadores del cambio científico de la época
de Newton. Por consiguiente, este libro es una parte de una serie
de estudios generales que he estado realizando en tomo a la historia
e idea de revolución en las ciencias, así como en tomo a los aspectos
principales de los Principia de Newton.
Me he centrado en los Principia de Newton porque es en dicha
obra donde se ha desarrollado plenamente lo que he dado en llamar
el «estilo newtoniano», cuya esencia era la capacidad de separar en
dos partes el estudio de las ciencias exactas; a saber, el desarrollo
de las consecuencias matemáticas de sistemas o constructos imagi­
nados y la subsiguiente aplicación de los resultados matemáticamente
derivados a la explicación de la realidad fenoménica. H e decidido
dar a este aspecto de la ciencia de los Principia la denominación de
«estilo de Newton», siendo consciente de que no fue inventado
Prefacio 15

por Newton a partir de cero y de que es muy semejante a lo que


se ha denominado el estilo galileano.
£1 estilo newtoniano consta de tres pasos. El primero com ieda
usualmente simplificando e idealizando la naturaleza, lo que lleva
a un constructo imaginativo en el dominio matemático, un sistema
en el espacio geométrico, en el que las entidades matemáticas se
mueven en un tiempo matemático según determinado conjunto de
condiciones que tienden a ser expresables como relaciones o leyes
matemáticas. A continuación, se deducen consecuencias por medio
de procedimientos matemáticos, a fin de transferirlas luego al mundo
observable de la naturaleza física, en el que, en la segunda fase, se
lleva a cabo una comparación y contrastación entre los datos de la
experiencia y las leyes o reglas derivadas de tales datos. Todo ello,
por lo común, produce una alteración del sistema o constructo ma­
temático original; esto es, produce una nueva primera fase que, a
su vez, conduce a una nueva segunda fase. Así, Newton comienza
con una masa puntual en un campo con una fuerza central y deduce
una ley de áreas. Más adelante, añadirá condiciones para un segundo
cuerpo que interactúa mutuamente con el primero y, después, aun
otros cuerpos de este tipo. Más adelante, terminará por tomar en
consideración cuerpos de tamaño finito y forma y constitución es­
pecíficas, en lugar de limitarse esencialmente a puntos de masa,
llegando incluso a considerar las diferentes posibilidades de diversos
tipos de medios resistentes a través de los que puedan moverse los
cuerpos. En el tercer paso, Newton aplica los resultados obtenidos
en los dos anteriores (que se corresponden aproximadamente a los
libros uno y dos de los Principia) a la filosofía natural, a fin de
elaborar su «Sistema del Mundo» (libro tres). Para Newton, el in­
tento de hallar cómo es que puede existir una fuerza como la de
la gravitación universal, actuando según las leyes que él había des­
cubierto, no formaba parte de los Principia publicados, sino que
eran una secuela de ellos. Una de las explicaciones que llegó a pro­
poner incorporaba un modelo en el que había un éter que variaba
de densidad en función de la distribución de la materia, pudiendo
producir efectos como los de la gravedad.
La gran potencia del estilo newtoniano consistía en su posibilidad
de estudiar fuerzas de diversos tipos en relación con movimientos en
general y en relación con aquellos movimientos observados en el mun­
do exterior, sin necesidad de verse coartado por consideraciones del
tipo de si esas fuerzas pueden existir o existen de hecho en la natura­
leza. E l estilo de Newton tuvo éxito en los Principia, por más que hu­
biese notables fallos a la hora de lograr soluciones completas (como
en el caso del movimiento de la luna). En sus estudios de óptica,
16 Prefacio

Newton trató de seguir esa misma línea de desarrollo, mas el tema


resultó no ser plenamente tratable al estilo newtoniano. De ahí que
para descubrir cómo intentó Newton desarrollar el tema de la óptica
al estilo newtoniano sea preciso atender a las Lecciones de O ptica
o Lectiones opticae, publicadas postumamente, y a determinados ma­
nuscritos ópticos (tal y como ha hecho D . T. Whiteside en los Matbe-
matical Papers; véase especialmente, Newton, 1967, vol. 3, pp. 450-
454; vol. 6, pp. 422-434). Tan sólo se pueden discernir vagos trazos
del estilo newtoniano en la Optica publicada por Newton, obra que
fundió en un molde distinto, de modo que se convirtió en un libro
de experimentos de estilo popular más bien que en una ilustración
del método de elaboración, mediante técnicas matemáticas, de las
propiedades de constructos imaginarios. De hecbo, no siempre está
claro qué experimentos se realizaron efectivamente o cuáles se reali­
zaron exactamente tal y como allí se dice. Del mismo modo que el
estilo newtoniano no tuvo realmente éxito en óptica en el mismo
sentido en que lo tuvo en dinámica y mecánica celeste, también re­
sultó estéril en relación con la teoría newtoniana de la materia.
Según este análisis, creo que resultará inmediatamente evidente que
en las ciencias biológicas o ciencias de la vida no podría tener lugar
en los siglos xvn y xvin nada semejante a la revolución científica
de Newton.
Aunque este libro se centra en la ciencia de los Principia, toma­
remos algunos ejemplos de otros aspectos de la ciencia newtoniana,
de la ciencia de otras épocas y de ramas de la física distintas de la
dinámica y la mecánica celeste. En efecto, en mi concepto, el análisis
del cambio científico como una serie de transformaciones resulta uni­
versalmente aplicable, pudiendo ayudamos a comprender con detalle
cada uno de los pasos que en su conjunto forman las grandes revolu­
ciones del pensamiento científico.
La segunda parte del libro se ocupa de las transformaciones que
se producen en la historia del pensamiento científico. Consiguiente­
mente, este aspecto del cambio científico se ejemplifica mediante el
examen del tratamiento que las leyes de Kepler recibieron de manos
de Newton. Esta segunda parte del libro se relaciona con la primera
en más de un modo. La discusión de las revoluciones producidas en
la ciencia mediante sucesivas transformaciones arroja luz sobre la
discusión anterior sobre las revoluciones en la ciencia. La elaboración
de la función desempeñada por las leyes de Kepler en la formación
de la dinámica celeste y en el sistema del mundo de Newton basado
en la gravitación universal completa la anterior presentación del
estilo newtoniano. H e dedicado un libro completo al tema general,
relacionado con éste, de la Revolución en la ciencia: H istoria, aná­
Prefacio 17

lisis y significado de un nombre y un concepto. [ Revolution in Scien­


ce: History, Analysis, and Significance of a Ñame and a Concept.]
H e dividido en secciones cada uno de los capítulos, de modo
que el lector que no desee seguir todos y cada uno de los pasos de
la argumentación pueda descubrir cuáles son aquellas partes que
pueden satisfacer sus intereses y necesidades. Por más que haya toda
una serie de referencias que unen unos capítulos con otros, he in­
tentado además, incluso algunas veces al precio de repetir resumi­
damente una idea plenamente desarrollada en otro capítulo, que cada
uno de ellos fuese independiente, pudiendo ser leído sin depender
demasiado de lo que ha venido antes.
Estoy muy agradecido a mis amigos, colegas y estudiantes con
quienes he discutido estas ideas. Tengo una deuda especial con quie­
nes han echado un vistazo al original mecanografiado, distinguién­
dome con sus útiles sugerencias: Lorraine J . Daston, Joel Genuth,
Ernán McMullin, Simón Schaffer, Michael Shank y en especial
D. T. Whiteside. H e de expresar las gracias a la National Science
Foundation que ha apoyado económicamente la investigación sobre
el pensamiento científico de Isaac Newton y sus Principia, sobre lo
que se centra básicamente este libro. Estoy asimismo agradecido a
la Spencer Foundation (Chicago), que ha financiado mi investigación
sobre las relaciones históricas entre las ciencias naturales y físicas,
por un lado, y las sociales y de la conducta por otro. En efecto, ha
sido esta investigación la que me ha hecho comprender la historia
y la naturaleza de las revoluciones en la ciencia en general y, por
ende, la revolución científica asociada con el nombre de Isaac
Newton.

Cambridge, M ass. I. B. C.
Ju lio de 1980.

En esta segunda impresión he corregido unos cuantos errores y


erratas de poca monta, la mayoría de los cuales me fueron señalados
por el más minucioso y crítico de los lectores, Libero Sosio de Milán.
Este estudioso comprobó meticulosamente cada una de las líneas del
texto, las notas y la bibliografía con ocasión de la traducción italia­
na, publicada con el título La Rivoluzione newtoniana (Milán: Fel-
trinelli, 1982).
Quisiera expresar mi reconocimiento, llamando de paso la aten­
ción sobre él, por el penetrante ensayo crítico de Horace Freeland
Judson sobre mi libro y su tema de estudio, aparecido en The
Sciences, vol. 22, n. 1 (Academia de G endas de Nueva York, enero
18 Prefacio

de 1981), pp. 21-37. Este ensayo, titulado «On the Shoulders of


Giants» [«Sobre hombros de gigantes»], discute también la redente
biografía de Newton debida a R. S. Westfall, Never at Rest [ Sin
reposo] (Cambridge: at the University Press, 1980). En concreto,
Judson contrapone mi libro a otros que tratan de temas similares
(debidos, por ejemplo, a Popper, Kuhn y Feyerabend), ponderándolo
por hacer que el discurso progrese, y espedalmente por conducir
«a un modo realmente nuevo de concebir el proceso mediante el que
los conceptos emergen y se desarrollan en la den da».

I. B. C.
Cambridge, M ass.
Agosto de 1982.
Parte primera
LA REVOLUCION NEWTONIANA Y EL ESTILO
DE NEWTON
Capítulo 1
LA REVOLUCION CIENTIFICA DE NEWTON

1.1. Algunos aspectos básicos de la Revolución Científica

Un estudio sobre la revolución científica de Newton implica la


suposición básica de que en la ciencia se dan de hecho revoluciones.
Otra suposición adicional es que los logros de Newton fueron de
tal calibre o magnitud como para representar una revolución que
habría que poner aparte de otras revoluciones científicas de los si­
glos xvi y xvii. Nada más afirmar estas cosas, nos vemos inmersos
en una controversia. Por más que haya pocas expresiones más fre­
cuentes en los escritos acerca de la ciencia que la de «revolución
científica», hay un permanente debate relativo a la adecuación de
aplicar al cambio científico el concepto y el nombre de «revolución» 1.
Además, se da una amplia diversidad de opiniones por lo que atañe
a lo que constituye una revolución, y por más que casi todos los
historiadores estarían de acuerdo en que tuvo lugar en las ciencias
una genuina alteración de naturaleza excepcionalmente radical {la
Revolución Gentífica 2) en algún momento entre finales del siglo xv
(o comienzos del xvi) y el final del xvn, el problema de cuándo
tuvo lugar exactamente dicha revolución despierta el mismo des­
acuerdo entre los estudiosos que el problema emparentado con éste
de cómo fue exactamente. Algunos estudiosos situarían sus comien­
zos en 1543, el año de la publicación tanto de la magna obra de
Vesalio sobre la estructura del cuerpo humano como del tratado
de Copémico sobre las revoluciones de las esferas celestes (Copér-
21
22 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

nico, 1543; Vesalio, 1543). Otros pensarían que la revolución se


inauguró con Galileo, quizá en conexión con Kepler, mientras que
unos terceros verían en Descartes al primer revolucionario genuino.
Por el contrario, hay toda una escuela de historiadores que declaran
que los aspectos más significativos de la denominada revolución ga-
lileana habían aparecido ya durante el final de la Edad Media 3.
Sin embargo, el análisis histórico de la revolución newtoniana en
la ciencia no exige que participemos en los usuales debates tanto
filosóficos como sociológicos en torno a estas cuestiones, dado que
en realidad el concepto de revolución científica, en el sentido en
que entenderíamos hoy día el término, surgió en la época de Newton,
aplicándose en primer lugar (véase S 2.2) a una parte de las matemá­
ticas a la que hizo la mayor de sus contribuciones, el cálculo, exten­
diéndose luego a sus trabajos de mecánica celeste. Consiguientemente,
es legítimo restringir la tarea del historiador a la determinación de
los rasgos de la ciencia newtoniana que en la época de Newton pa­
recieron tan extraordinarios como para merecer la designación de
revolucionarios. No es preciso indagar aquí los diversos significados
del término «revolución», estimando sobre la base de tales signi­
ficados la corrección de hablar de una revolución científica newto-
niana.
La nueva ciencia que cobró forma durante el siglo x v il se puede
distinguir tanto mediante criterios externos como mediante criterios
internos de la ciencia y el estudio filosófico o contemplación de la
naturaleza de los períodos anteriores. Tal criterio externo viene dado
por la emergencia en el siglo xvn de una «comunidad» científica;
esto es, un conjunto de individuos unidos entre sí por objetivos y
métodos más o menos comunes y entregados al descubrimiento de
conocimientos nuevos sobre el mundo externo de la naturaleza y del
hombre consistentes (y, por tanto, contrastables) con la experiencia
bajo la forma de experimentos directos y observación controlada.
La existencia de semejante comunidad científica se caracterizaba por
la organización de los científicos en sociedades formales permanentes,
normalmente de ámbito nacional, con algún grado de dependencia o
financiación por parte del estado4. El objetivo fundamental de tales
sociedades era la promoción del «conocimiento natural»5. Uno de
los medios de los que se servían para tal fin era la comunicación,
y por consiguiente el siglo x v n es testigo de la fundación de revistas
científicas y eruditas que con frecuencia eran el órgano de las so­
ciedades científicas, tal como ocurría con las Philosophical Transac-
tions de la Royal Society de Londres, el Journal des Sçavans y las
Acta eruditorum de Leipzig*. Otro signo visible de la existencia
de una «nueva ciencia» es la fundación de instituciones para la in-
1. L a revolución científica de Newton 23

vestigadón, como el Observatorio Real de Greenwich, que celebró


el tercer centenario de su fundadón en 1975. La carrera dentífica
de Newton muestra aspectos de estas diferentes manifestaciones de
la nueva dencia y de la comunidad dentífica. Asi, dependía del
astrónomo real, John Mamsteed, para la obtención de pruebas ob-
servacionales de que Júpiter podía perturbar el movimiento orbital
de Saturno en las proximidades de la conjunción, y más tarde le
hideron falta las posidones lunares obtenidas por Mamsteed en el
Observatorio de Greenwich a fin de comprobar y desarrollar su teo­
ría lunar, espedalmente en los años de la década de 1690. Su pri­
mera publicación fue el famoso artículo sobre la luz y los colores,
que apareció en las páginas de las Pbilosopbical Transactions, mien­
tras que sus P rinápia los publicó oficialmente la Royal Society, de
la que llegó a ser presidente en 1703, conservando el cargo hasta
su muerte en 1727. Por más que la Royal Society fuera de consi­
derable importanda en la vida científica de Newton, no se puede
afirmar que sus actividades en relación con esa organizadón o su
revista fuesen en absoluto revoludonarias.
Los signos de la revoludón pueden verse también en los aspectos
internos de la dencia, como sus objetivos, métodos y resultados.
Bacon y Descartes coinddían en uno de los objetivos de la nueva
cienda, como era el que los frutos de la investigadón científica hu­
biesen de ser la mejora de la condición humana aquí en la tierra7,
atendiendo a la agricultura, la medicina, la navegadón y los trans­
portes, la comunicadón, las técnicas bélicas, las manufacturas y la
minería'. Muchos dentíficos del siglo x v i i eran partidarios de una
perspectiva más arcaica, según la cual la prosecudón de la compren­
sión científica resultaba de utilidad en la medida en que fuese capaz
de promover la comprensión humana de la sabiduría y poder divinos.
Tradicionalmente, d aspecto práctico de la den da residía en servir
a la causa de la religión, siendo un rasgo revoludonario de la nueva
ciencia d objetivo pragmático adidonal consistente en mejorar aquí
y ahora la vida diaria mediante la dencia aplicada. La convicdón
que se había venido desarrollando en los siglos xvi y xvn , en d
sentido de que d verdadero objeto de la búsqueda de la verdad
dentífica debía de ser incidir sobre las condiciones materiales de la
vida, se tomó progresivamente fuerte y ampliamente compartida,
constituyendo un aspecto nuevo y aun característico de la nueva
denda.
Newton manifestaba con frecuenda su adhesión a la más arcaica
de las metas prácticas de la den da, como cuando escribía a Bentley
mostrando su satisfacdón por haber contribuido a la causa de la
verdadera religión con sus descubrimientos dentíficos. Cinco años
24 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

después de la publicación de los Principia, escribía a Bentley que


mientras componía el libro («mi tratado acerca de nuestro sistema»),
«tenía la mirada puesta en aquellos principios que pudiesen contribuir
a que los hombres creyesen en la divinidad» (Newton, 1958, p. 280;
1959-1977, vol. 3, p. 233). Unas dos décadas más tarde, en 1713,
declaraba en el escolio general con que se cierran los Principia que
el sistema del mundo «no podría haberse formado sin la planifica­
ción y dominio de un ser inteligente y poderoso». Posiblemente
Newton estuviese también comprometido hasta cierto punto con
los nuevos fines prácticos de la ciencia; al menos actuó como con­
sejero del equipo oficial que se ocupaba del problema del descubri­
miento de métodos para la determinación de la longitud en alta mar.
Con todo, no fue el propio Newton, sino otros científicos como
Halley, quienes intentaron ligar la teoría lunar de Newton con las
necesidades de los navegantes y, por otro lado, la única innovación
práctica importante que inventó fue un instrumento científico (el
telescopio reflector) y no otros instrumentos al servicio de las nece­
sidades humanas más mundanas*.
Otro aspecto de la revolución era la atención prestada al método.
Los intentos de codificar un método, desarrollados por figuras tan
diversas como Descartes, Bacon, Huygens, Hooke, Boyle y Newton,
significan que los descubrimientos se habrían de realizar mediante
la aplicación de un nuevo instrumento de investigación (un novum
organum, como decía Bacon) que habría de dirigir la mente sin error
al desvelamiento de los secretos de la naturaleza. E l nuevo método
era en gran medida experimental y se ha dicho que se basaba en la
inducción; también era cuantitativo y no meramente observacional,
por lo que podía desembocar en principios y leyes matemáticos.
Creo que la evaluación que en el siglo xvn se hacía de la importan­
cia del método se relacionaba directamente con la función que la
experiencia (experimentos y observaciones) tenía en la nueva ciencia.
En efecto, parece haberse aceptado el postulado implícito de que
cualquier hombre o mujer medianamente hábil debería de ser capaz
de reproducir un experimento u observación, supuesto que dicho
experimento u observación se expusiese honestamente y con sufi­
cientes detalles. Como consecuencia de ello, cualquiera que compren­
diese los verdaderos métodos de la investigación científica y hubiese
adquirido la necesaria preparación para realizar experimentos y ob­
servaciones podría haber realizado el descubrimiento original, supo­
niendo, como es natural, que hubiese tenido la astucia y la perspi­
cacia de plantearse la pregunta adecuada t0.
Este aspecto experimental o experiencia! de la nueva ciencia tam­
bién se pone de manifiesto en la nueva costumbre de comenzar una
1. L a revolución científica de Newton 25

investigación repitiendo o reproduciendo un experimento u observa­


ción que había llamado la atención del investigador por medio de
un rumor o un informe oral o escrito. Cuando Galileo oyó hablar
de un invento óptico holandés que permitía al observador ver ob­
jetos distantes con la misma claridad que si se hallasen al alcance
de la mano, se puso inmediatamente a reconstruir dicho instrumen­
to u. Newton nos cuenta cómo había comprado un prisma «a fin
de ensayar con él los famosos Fenómenos de los Colores» c . Desde
entonces, ¡ay del investigador cuyos experimentos y observaciones
no se puedan reproducir o que dé informes falsos! Tal actitud se
basaba en la convicción básica de que los acontecimientos naturales
son constantes y reprodudbles, estando por ello sujetos a leyes uni­
versales. Esta doble exigencia de realizabilidad y reproducibilidad
imponía un código de honestidad e integridad a la comunidad cien­
tífica que constituye otro de los aspectos característicos de la nueva
ciencia.
El carácter empírico de la nueva ciencia era tan significativo res­
pecto a los resultados obtenidos como respecto a los fines y medios.
La ley de la caída de los graves propuesta por Galileo describe cómo
caen de hecho los cuerpos reales sobre la tierra, prestando la debida
consideración a las diferencias entre el caso ideal de la caída en el
vacío y la situación real de un mundo lleno de aire con viento, re­
sistencia y los efectos de la rotación. Algunas de las leyes del movi­
miento uniforme y acelerado expuestas por Galileo se pueden encon­
trar también en los escritos de algunos filósofos-científicos de finales
de la Edad Media, si bien éstos (con una única excepción conocida
sin importancia real u) ni siquiera llegaron a preguntarse nunca si
tales leyes podrían corresponder tal vez a algún movimiento real
u observable del mundo externo. En la nueva ciencia, las leyes que
no se aplicaban al mundo de las observaciones y los experimentos
no podían poseer ningún significado real, excepto como ejercicios
matemáticos. Este punto de vista queda claramente expresado por
Galileo en la introducción al tema del «movimiento naturalmente
acelerado» de su libro D os nuevas ciencias (1638). Galileo explica
que el objeto de su investigación era «buscar y aclarar la definición
que mejor encaje con aquél [movimiento acelerado] que utiliza la
naturaleza» (Galileo, 1974, p. 153 * ; 1890-1909, vol. 8, p. 197).
Desde este punto de vista, nada hay de «malo en inventar a volun­
tad algún tipo de movimiento y teorizar acerca de sus propiedades
consiguientes, a la manera en que algunos han derivado líneas espi­
rales y concoides a partir de determinados movimientos, por más

* Véase la traducción castellana citada en la bibliografía, p. 276. (N . T .)


26 L a revolución nevrtoniana y el estilo de Newton

que la naturaleza no recurra a éstas [trayectorias]». Mas ello difiere


del movimiento en la naturaleza, ya que al explorar los fenómenos
del mundo externo real, es preciso buscar una definición que corres­
ponda a la naturaleza tal y como muestra la experiencia:

N o obstante, y desde el momento en que la naturaleza se sirve de una deter­


minada forma de aceleración para hacer descender a los graves, hemos decidido
estudiar sus propiedades, para poder estar seguros de que la definición de
movimiento acelerado que vamos a proponer sea conforme a la esencia de]
movimiento naturalmente acelerado. Esta correspondencia estamos seguros
de haberla conseguido al fin tras largas reflexiones, especialmente si tenemos
en cuenta que las propiedades que hemos ido demostrando sucesivamente
corresponden y coinciden exactamente con lo que los experimentos físicos
[naturalia experim enta] nos ofrecen a los sentidos [ibid.].

Galileo describe su modo de proceder como si «al estudio del


movimiento naturalmente acelerado nos ha llevado como agarrados
de la mano la observación de los hábitos y reglas que sigue la propia
naturaleza».
Como Galileo, Newton el físico vio que la importancia funda­
mental de los conceptos y reglas o leyes estaba en relación con la
experiencia, surgiendo directamente de ella. Mas Newton el mate­
mático no podía evitar sentirse interesado por otras posibilidades.
Aun reconociendo que determinadas relaciones poseen un significado
físico (como que «los tiempos periódicos son como la potencia 3 /2
de los radios» o tercera ley de Kepler), su mente saltó inmediata­
mente a la condición más general (como es que «el tiempo periódico
es como cualquier potencia R" del radio R » ) 14. Aunque Newton
estaba dispuesto a explorar las consecuencias matemáticas de las
atracciones entre esferas según cualquier función racional de la dis­
tancia, se centró en las potencias de índice 1 y — 2, puesto que son
las que tienen lugar en la naturaleza. Así, la potencia de índice 1 de
la distancia al centro se aplica a una partícula dentro de una esfera
sólida y la potencia de índice — 2, a una partícula del exterior de
una esfera sea hueca o sólida “ . £1 objetivo que se había impuesto
en los Principia era mostrar que los «principios matemáticos» o
abstractos de los dos primeros libros podían aplicarse al mundo
de los fenómenos, tarea que emprendió en el libro tercero. Semejante
tarea, después de Galileo, Kepler, Descartes y Huygens, no era en sí
misma revolucionaria, si bien lo abarcado por los Principia y el grado
de aplicación confirmada se podría designar perfectamente con tal
nombre, pasando así a formar parte de la revolución científica de
Newton.
1. L a revolución científica de Newton 27

En ocasiones, una excesiva insistencia en los fundamentos abso­


lutamente empírico de la ciencia del x v n ha llevado a algunos estu­
diosos a incurrir en exageraciones “ . Los científicos de la época no
exigían que todos y cada uno de los enunciados se sometiesen a la
prueba del experimento u observación y ni siquiera exigían esa posi­
bilidad, pues tal condición habría conseguido bloquear la producción
del conocimiento científico tal y como hoy lo conocemos. Sin em­
bargo, se insistía en que el objetivo de la ciencia era comprender
el mundo externo real, lo que exigía la posibilidad de predecir re­
sultados contrastables y de retrodecir los datos de la experiencia
presente, esto es, los resultados acumulados de experimentos y ob­
servaciones controladas. Este desarrollo continuo del conocimiento
fáctico, acumulado a partir de las investigaciones y observaciones
realizadas en todo el mundo, unido a un igual y continuo avance
de la comprensión de la naturaleza, constituía otro aspecto impor­
tante de la nueva ciencia, habiéndose constituido desde entonces en
característica distintiva de la empresa científica en su conjunto. No
cabe la menor duda de que Newton contribuyó notablemente a au­
mentar la cantidad de conocimientos. En la variedad y notable ca­
lidad de dichas contribuciones podemos ver la inequívoca señal de
su gran genio creador, si bien eso no es lo mismo que haber creado
una revolución.

1.2. Una revolución científica de Newton: variedades


de la ciencia newtoniana

En el campo de las ciencias, se conoce a Newton por sus contri­


buciones al campo de las matemáticas puras y aplicadas, por sus
trabajos en el campo general de la óptica, por sus experimentos y
especulaciones relativos a la teoría de la materia y la química (in­
cluyendo la alquimia) y por sus sistematización de la mecánica ra­
cional (dinámica) junto con su dinámica celeste (incluyendo el «sis­
tema del mundo» newtoniano). Tan sólo una pequeña parte de estos
logros habría bastado para asegurarle un puesto indiscutible entre
los científicos inmortales. En su propia época, como veremos más
adelante en el capítulo 2, la palabra «revolución» comenzó a aplicarse
a las ciencias en el sentido de un cambio radical, y una de las pri­
meras áreas en las que se detectó una revolución fue en el descu­
brimiento o invención del cálculo dando lugar a una revolución en
m ate m átic asE x iste n también abundantes pruebas de que, en la
época de Newton y con posterioridad, sus Principia se tuvieron por
el inicio de una revolución en las ciencias físicas, siendo precisa­
28 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

mente esta revolución aquella cuyos rasgos característicos me pro­


pongo elucidar.
Los estudios de Newton sobre química y teoría de la materia
produjeron algunos resultados útiles2 y numerosas especulaciones.
Estas últimas se pusieron fundamentalmente de manifiesto en las
cuestiones del final de la Optica, especialmente las últimas3, y
en un opúsculo como el De natura acidorum *. El alcance de estos
escritos y su influencia se han visto acrecentados (desde la época
de Newton hasta la nuestra) por el lugar extraordinario que su autor
ha ocupado en la ciencia. En el mejor de los casos, resultan incom­
pletos y programáticos, incoando a lo sumo una posible revolución,
si bien dicha revolución nunca fue llevada a cabo por Newton y ni
siquiera se realizó según las líneas por él trazadas. El programa y
sugerencias de Newton tuvieron una notable influencia sobre la cien­
cia del siglo XVIII, especialmente sobre el desarrollo de las teorías
del calor y la electricidad (con sus sutiles fluidos elásticos) (cf. Cohén,
1956, caps. 7 y 8). Newton tuvo unas cuantas intuiciones brillantes
acerca de la estructura de la materia y el proceso de reacción quími­
ca, por más que la verdadera revolución química no haya tenido
lugar hasta los trabajos de Lavoisier, quien no era directamente
newtoniano (véase Guerlac, 1975).
El objetivo fundamental de las ideas de Newton acerca de la
materia se fundaba en la esperanza de derivar «el resto de los fenó­
menos de la naturaleza con el mismo tipo de razonamiento a partir
de principios mecánicos» que habían operado en la deducción de
«los movimientos de los planetas, cometas, luna y mar». Como decía
en el prefacio (1686) a la primera edición de los Principia, estaba
convencido de que todos esos fenómenos «pueden depender de cier­
tas fuerzas mediante las cuales las partículas de los cuerpos... o bien
se ven impelidas [atraídas] mutuamente unas hacia otras de manera
que se unan en figuras regulares» o bien «se repelen y se apartan
unas de o tras»s. De este modo, como señaló en otra ocasión, la
analogía de la naturaleza sería completa: «Todos los razonamientos
que se apliquen a los movimientos mayores deberían aplicarse tam­
bién a los menores. Los primeros dependen de las mayores fuerzas
atractivas de los cuerpos mayores, y sospecho que los últimos de­
penden de las fuerzas menores, aún inobservadas, de las partículas
insensibles.» Dicho brevemente, Newton querría de este modo que
la naturaleza fuese «en extremo simple y conforme consigo m ism a»6.
Este programa concreto resultó un claro fracaso, pero con todo
resultaba novedoso y puede decirse que poseía aspectos revolucio­
narios, de manera que en el mejor de los casos se puede tener por
una revolución fracasada o al menos nunca realizada. Mas, puesto
1. L a revolución científica de Newton 29

que lo que aquí nos ocupa es la revolución positiva de Newton,


nuestro tema principal de estudio no incluye su deseo de des­
arrollar una micro-mecánica análoga a su macro-mecánica coro­
nada por el éxito. Sin embargo, no podemos pasar por alto este
tema, dado que se ha argüido que el modo en que Newton atacó
el problema de la física de los cuerpos grandes y su inmenso éxito
en la mecánica celeste era el resultado de sus investigaciones sobre
las fuerzas de rango corto, y eso a pesar del hecho de que el propio
Newton afirmó (y lo hizo reiteradamente) que había sido su éxito
en el campo de la gravitación el que le había llevado a creer que
las fuerzas de las partículas podrían tratarse de la misma manera.
R. S. Westfall (1972, 1975) ni siquiera se detendría en este punto,
sino que añadiría que «las fuerzas atractivas entre partículas de
materia», así como también «la atracción gravitatoria que sería pro­
bablemente la última [de dichas fuerzas] en aparecer» constituirían
«fundamentalmente el resultado de principios activos alquímicos».
Esta tesis particular resulta interesante, por cuanto que dotaría de
unidad a los esfuerzos intelectuales de Newton, si bien no pienso
que se pueda establecer con pruebas directas (véase Whiteside, 1977).
En cualquier caso, los escritos no publicados de Newton sobre al­
quimia y sus escritos tanto publicados como no publicados sobre
química y teoría de la materia difícilmente merecen el calificativo
de «revolucionarios», en el sentido del influjo radical que ejerció
sobre la ciencia la aparición de los Principia.
En óptica, la ciencia de la luz y de los colores, las contribuciones
de Newton resultaron sobresalientes, mas sus trabajos publicados
sobre «Las reflexiones, refracciones, inflexiones [i. e., la difracción]
y colores de la luz», como se subtitulaba la Optica, no fueron revo­
lucionarios en el mismo sentido que los Principia. Quizá ello se deba
al hecho de que los escritos y el libro de óptica publicados por New­
ton durante su vida no muestran audazmente las propiedades mate­
máticas de las fuerzas que actúan (según creía) en la producción de
la dispersión y otros fenómenos ópticos, por más que de pasada se
apunte en la Optica una pista sobre un modelo matemático al estilo
newtoniano (véase $ 3.11), desarrollándose más plenamente un mo­
delo en la sección 14 del libro primero de los Principia. El primer
artículo que publicó Newton versaba sobre óptica, concretamente
sobre sus experimentos prismáticos relativos a la dispersión y com­
posición de la luz solar y la naturaleza de los colores. Tales resultados
se ampliaron en su Optica (1704; edición latina 1706; segunda edi­
ción inglesa 1717/1718), que también contiene sus experimentos y
conclusiones sobre otros aspectos de la óptica, incluyendo una gran
variedad de lo que hoy se conoce como fenómenos de difracción e
30 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

interferencia (a algunos de los cuales Newton daba el nombre de


«inflexión» de la luz). Gracias a mediciones y experimentos cuanti­
tativos, exploró la causa del arco iris, la formación de los «anillos
de Newton» con luz solar y con luz monocromática, los colores y
otros fenómenos producidos por «placas» finas y gruesas, y un sin­
número de otros efectos ópticos7. También explicó cómo los cuer­
pos exhiben colores en función del tipo de iluminación y sus capa­
cidades selectivas de absorción y transmisión o reflexión de diversos
colores. La Optica, incluso dejando de lado las cuestiones, es un
brillante despliegue del arte del experimentador, donde podemos
asistir, como muy bien dijo Andrade (1947, p. 12), al «placer de
crear» de Newton. Algunas de sus mediciones fueron tan exactas,
que un siglo más tarde le proporcionaron a Tomas Young los va­
lores correctos, con un error inferior al 1 por ciento, de las longi­
tudes de onda de la luz de diferentes colores*. Sin embargo, por
más que los estudios de Newton sobre la luz y el color, así como
su Optica, se citen a menudo como modelo de cómo realizar expe­
rimentos cuantitativos y de cómo analizar experimentalmente un
problema difícil9, no crearon una revolución y nunca se tuvieron
por revolucionarios ni en la época de Newton ni más tarde. En este
sentido, la Optica no hizo época.
Desde el punto de vista de la revolución newtoniana en la cien­
cia, hay con todo un aspecto de la O ptica muy significativo, como
es el hecho de que, en ella, Newton desarrollase la explicación pú­
blica más completa que nunca haya dado de su filosofía de la ciencia
o de su concepción del método científico experimental. De hecho,
esta declaración metodológica ha sido desde entonces la fuente de
cierta confusión, dado que se ha interpretado como si se aplicase
a toda la obra de Newton, incluyendo los Principia w. El último pá­
rrafo de la cuestión 28 de la Optica comienza discutiendo el rechazo
de cualquier «fluido denso» que supuestamente hubiera de llenar
el espacio, procediendo luego a fustigar a «recientes filósofos» (esto
es, cartesianos y leibnizianos) por «inventar hipótesis para explicar
mecánicamente todas las cosas, relegando a la metafísica las otras
causas». Con todo, Newton afirma que «el principal objetivo de la
filosofía natural consiste en argumentar a partir de los fenómenos
sin inventar hipótesis, deduciendo las causas de los efectos hasta
llegar a la primerísima causa que ciertamente no es mecánica»11. La
tarea fundamental no sólo es «desentrañar el mecanismo del mundo»,
sino también «resolver» problemas tales como ¿qué hay en los lu­
gares casi vacíos de m ateria...?, ¿de dónde procede que la natura­
leza nada haga en vano y de dónde sale todo ese orden y belleza
que observamos en el mundo?, ¿qué «impide a las estrellas fijas
1. L a revolución científica de Newton 31

precipitarse unas sobre otras»?, «¿acaso el ojo se ha diseñado sin


conocimientos de óptica o el oído sin conocimiento de los sonidos?»,
o «¿d e qué modo se siguen de la voluntad los movimientos corpo­
rales y de dónde procede el instinto de los animales?».
En la cuestión 31, Newton expresa sus principios generales de
análisis y síntesis o resolución y composición, así como el método
de la inducción:

Como en las matemáticas, en la filosofía natural la investigación de las cosas


difíciles por el método de análisis ha de preceder siempre al método de com­
posición. Este análisis consiste en realizar experimentos y observaciones, en
sacar de ellos conclusiones generales por inducción y en no admitir otras
objeciones en contra de esas conclusiones que aquéllas salidas de los experi­
mentos u otras verdades ciertas, pues las hipótesis no han de ser tenidas en
cuenta en la filosofía experimental. Y , aunque los argumentos a partir de
observaciones y experimentos por inducción no constituyan una demostración
de las conclusiones generales, con todo es el mejor modo de argumentar que
admite la naturaleza de las cosas y ha de considerarse tanto más fuerte cuanto
más general sea la inducción.

Así pues, el análisis nos permite

pasar de los compuestos a sus ingredientes y de los movimientos a las fuerzas


que los producen; en general, de los efectos a las causas y de estas causas
particulares a las más generales, hasta que el argumento termine en la más
general.

A continuación, se relaciona este método de análisis con el de sín­


tesis o composición:
E l de la síntesis, por su parte, consiste en suponer las causas descubiertas
y establecidas como principios y en explicar con ellos los fenómenos, proce­
diendo a partir de ellos y demostrando las explicaciones12.

El largo párrafo en que aparecen los tres extractos precedentes es


uno de los que más frecuentemente se citan, junto con el Escolio
General con que finalizan los Principia, donde aparece la conocida
frase Hypotbeses non fingo.
Newton querría hacernos creer que él mismo habría procedido
según este «tinglado» u: en primer lugar, desvelar mediante el «aná­
lisis» algunos resultados simples que se generalizarían por inducción,
pasando así de los efectos a las causas y de las causas particulares
a las generales; y, a continuación, basándose en dichas causas toma­
das como principios, explicar por «síntesis» los fenómenos de obser­
vación y experimentación que pudieran derivarse o deducirse de ellas,
32 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

«demostrando las explicaciones». De esto último, Newton dice haber


dado un «Ejem plo... al final del libro primero», donde los «Des­
cubrimientos demostrados experimentalmente se pueden dar por su­
puestos en el método de composición para explicar los fenómenos
que surgen de ellos». Un ejemplo procedente del final del libro
primero, parte 2, viene dado por las proposiciones 8-11,'con las
que concluye la mencionada parte 2. La proposición 8 reza: «Expli­
car los colores producidos por los prismas mediante las propiedades
de la luz que se han descubierto». Las proposiciones 9-10 también
contienen la frase: «Explicar... a partir de las propiedades descu­
biertas de la luz», donde los puntos suspensivos están ocupados
(proposición 9) por «los colores del arco iris» y (proposición 10)
por «los colores permanentes de los cuerpos naturales». A conti­
nuación, la última proposición, que lleva el número 11, reza: «For­
mar, con la mezcla de luces de colores, un haz de luz del mismo
color y naturaleza que el haz de la luz directa del sol».
La apariencia formal de la O ptica podría haber sugerido que se
trataba de un libro de síntesis más bien que de análisis, dado que
comienza (libro uno, parte 1) con un conjunto de ocho «definicio­
nes» seguidas de ocho «axiomas». Sin embargo, la elucidación de las
proposiciones que siguen a continuación no hace referencia explícita
a dichos axiomas, y muchas de las proposiciones aisladas se estable­
cen por un método que se tilda sencillamente de «PRUEBA expe­
rimental». El propio Newton señala claramente al final de la cues­
tión 31 que en los libros primero y segundo ha «procedido por...
análisis» y que en el libro tercero (dejando aparte las cuestiones)
tan sólo «ha comenzado el análisis». Superficialmente, la estructura
de la Optica es semejante a la de los Principa, dado que éstos tam­
bién comienzan con un conjunto de «definiciones» (ocho también),
seguidas de tres «axiomas» (tres «axiomata sive leges motus»), sobre
los que han de construirse, según el modelo de la geometría eudídea,
los dos primeros libros. Ahora bien, en el libro tercero de los Prin­
cipia, que versa sobre el sistema del mundo, hay un conjunto auxi­
liar formado por los denominados «fenómenos» que media en (a
aplicación de los resultados matemáticos de los libros primero y
segundo a los movimientos y propiedades del universo físico M. Frente
a lo que ocurre en la Optica, en los Principia se hace uso de los
axiomas y definicionesIS. Lo confundente de la exposición que New­
ton hace del método de análisis y síntesis (o composición) en la
cuestión 31 de la O ptica es que se introduce mediante la frase «Como
en las matemáticas, en la filosofía natural...», que aparecía ya cuan­
do se publicó por vez primera (como cuestión 23) en la versión la­
tina, Optice, de 1706, «Quemadmodum in Mathematica, iía etiam
1. L a revolución científica de Newton 33

in Physica...». No obstante, un examen cuidadoso muestra que el


uso newtoniano en la filosofía natural experimental es exactamente
el inverso del modo en que el «análisis» y la «síntesis» (o «resolu­
ción» y «composición») se habían empleado tradicionalmente en re­
lación con las matemáticas y, por tanto, en los Principia. Se trata
de un aspecto de la filosofía newtoniana de la ciencia que compren­
dió plenamente Dugald Stewart hace siglo y medio, aunque se les
ha escapado a los comentadores actuales del método científico de
Newton, quienes llegarían incluso a ver en la Optica el mismo estilo
que se encuentra en los Principia16 (discutiremos más ampliamente
este punto en § 3.11).
El «método» de Newton, tal como se desprende de sus dichos
más bien que de sus hechos, se ha resumido como sigue: «AI pa­
recer, los aspectos principales del método de Newton son el rechazo
de las hipótesis, el hincapié sobre la inducción, el procedimiento
secuencial (la inducción precede a la deducción) y la inclusión de
argumentos metafísicos en la física» (Turbayne, 1962, p. 45). Así
pues, Colín Turbayne pensaría que «el procedimiento deductivo»
sería la característica definitoria del «modo matemático» y del « more
geométrico» de Newton y de Descartes, respectivamente: «Las 'largas
cadenas de razonamiento’ de Descartes estaban unidas deductivamen­
te, mientras que las demostraciones newtonianas se reducían a Ta
forma de proposiciones al modo matemático’». Este autor criticaría
a aquellos analistas que no reconociesen que la propiedad definitoria
del «'método geométrico* cartesiano o del 'modo matemático* new­
toniano no tienen por qué ser, por paradójico que parezca, ni geo­
métrica ni matemática. Su propiedad definitoria es la demostración,
y no la naturaleza de los términos usados en ella» >7. Hay que tener
en cuenta que la expresión aquí usada, «la 'vía matemática’ newto­
niana» o «la 'vía matemática’ de Newton», tan frecuentemente citada
en las exposiciones filosóficas o metodológicas de la ciencia newto­
niana, procede de la traducción inglesa del Sistem a del Mundo [Syr-
tem of the W orld] '* de Newton, sin que se encuentre en ninguna
de las versiones manuscritas de dicho opúsculo, incluyendo la que
aún se encuentra entre los papeles de Newton (véanse Dundon,
1969; Cohén, 1969<í, 1969c).
No obstante, la revolución científica de Newton no residía en
su uso del razonamiento deductivo ni en una forma puramente ex­
terna de argumento presentado como una serie de demostraciones
a partir de los primeros principios o axiomas. El logro newtoniano
más sobresaliente fue mostrar cómo introducir el análisis matemático
en el estudio de la naturaleza de una manera bastante novedosa y
particularmente fructífera, de manera que pudiese descubrir los Prin-
34 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

ap io s matemáticos de la filosofía natural, tal y como se titulaban


los Principia: Philosopbiae naturalis principia mathematica. No sólo
mostraba Newton unos poderosos métodos de aplicación de las ma­
temáticas a la naturaleza, sino que además recurría a unas nuevas
matemáticas que él mismo había estado forjando y que pueden esca­
par a la atención de un observador superficial, debido al disfraz
externo de lo que parece ser un ejemplo del uso de la geometría
al estilo griego tradicional (véase la nota 10 a $ 1.3).
En los Prinápia, la ciencia del movimiento se desarrolla de un
modo que he tildado de estilo newtoniano. En el capítulo 3 se verá
que dicho estilo consiste en un intercambio entre la simplificación
e idealización de las situaciones que se dan en la naturaleza y sus
análogos en el dominio matemático. De este modo, Newton pudo
producir un sistema matemático y unos principios matemáticos que
se podrían luego aplicar a la filosofía natural, esto es, al sistema del
mundo y sus reglas y datos tal y como se determinan por la expe­
riencia. Este estilo le permitía a Newton tratar problemas de las
ciencias exactas como si fuesen ejercicios de matemática pura, ligan­
do los experimentos y las observaciones a las matemáticas de un
modo notablemente fructífero. El estilo newtoniano también per­
mitía dejar de lado, para un tratamiento independiente, el problema
de la causa de la gravitación universal y el modo de su acción y
transmisión.
La revolución científica de Newton se elaboró y expuso en los
Principia, y durante más de dos siglos este libro constituyó la piedra
de toque cotra la cual se evaluaban todas las demás ciencias, convir­
tiéndose en el modelo al que tendían los científicos de campos tan di­
versos como la paleontología, la estadística y la química, a fin de
elevar sus propios campos de estudio a un alto estadio de desarrollo19.
De acuerdo con ello, en las páginas que siguen me he propuesto explo­
rar y precisar las cualidades de los Principia de Newton que hacen
de esta obra algo tan revolucionario. La más importante de ellas,
tal como yo veo cosas, es el estilo newtoniano, un procedimiento
claramente diseñado para combinar los métodos matemáticos con
los resultados de la experimentación y observación de un modo que
desde entonces ha sido seguido en mayor o menor medida por los
practicantes de las ciencias exactas. Este estudio se centra funda­
mentalmente en los Principia, debido a la inmensa y singular impor­
tancia de dicho tratado en la Revolución Científica y en la historia
intelectual de la humanidad. En los Principia, el papel desempeñado
por la inducción es mínimo y apenas hay algún rastro de ese análisis
que, según Newton, debería preceder siempre a la síntesis®. Tam­
poco hay indicio alguno de que Ñewton descubriese primero las
1. La revolución científica de Newton 35

proposiciones más importantes de los Principia de un modo signifi­


cativamente distinto de aquél según el cual se publicaron con sus
demostraciones21. Los estudios de Newton sobre los fenómenos
ópticos, la química, la teoría de la materia, la psicología fisiológica
y de la sensación, y otras áreas de la filosofía experimental, no
muestran con fortuna el estilo newtoniano. Como es natural, todo
lo que Newton decía acerca del método, la inducción, el análisis y
la síntesis o la función propia de las hipótesis cobraba un signifi­
cado adicional debido a la posición científica dominante del autor.
Tal posición la alcanzó como resultado de la revolución científica
que en la época de Newton (así como después de ella) se pensaba
que se centraba en sus principios matemáticos de la filosofía natural
y en sus sistema del mundo (véase en Capítulo 2). Los temas filosó­
ficos generales acerca de la inducción y el análisis y síntesis cobraron
importancia una vez que Newton hubo mostrado el sistema del
mundo gobernado por la gravitación universal, si bien no desempe­
ñaron función alguna significativa en el modo en que el estilo
newtoniano se usa para la elaboración de dicho sistema o para el
descubrimiento de dicha fuerza universal.

1.3. Las matemáticas en la nueva ciencia (1 ): un mundo


de números
Una vez que la ciencia moderna hubo salido del crisol de la Re­
volución Científica, Stephen Hales, con frecuencia tenido por el
fundador de la fisiología vegetal *, caracterizó de manera típica uno
de sus aspectos. Clérigo anglicano y newtoniano ardiente, Hales es­
cribió (1727) que «tenemos la seguridad de que el omnisciente crea­
dor ha observado las más exactas proporciones de número, peso y
medida en la constitución de todas las cosas», por lo que «el modo
más plausible... de llegar a comprender la naturaleza de aquellas
partes de la naturaleza que nos es dado observar tiene que ser pre­
cisamente numerar, pesar y medir» (Hales, 1969, p. xxxi). Los dos
campos más importantes a los que Hales aplicó dicha regla fueron
los de la fisiología vegetal y animal, principalmente la medición de
las presiones de la savia y las raíces en diversas plantas bajo una
gran diversidad de condiciones, así como la medición de la presión
sanguínea en los animales. Hales dio a su método el nombre de
«estática», derivado de la versión latina de la palabra griega que
significa pesar, en el sentido que parece haber sido introducido en el
l>cnsamiento occidental por Nicolás de Cusa en el siglo xv en un
tratado titulado D e statid s experimentis (cf. Guerlac, 1972, p. 37;
y Viets, 1922).
36 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

En el siglo xvil, dos famosos ejemplos de este método «es­


tático» fueron los experimentos de Santorio sobre los cambios de
peso que tienen lugar en el ciclo diario del hombre (Grmek, 1975)
y el experimento de van Helmont sobre el sauce. Este último con­
sistía en llenar una maceta de barro con un peso dado de tierra
que había sido secada en un homo, y en la cual Helmont planté
un «tronco o vástago» de sauce previamente pesado. Cubrió «la
boca del recipiente con una placa de hierro recubierta de estaño»,
a fin de que el polvo ambiente no se «comezclase con la tierra» del
interior del recipiente. Regó regularmente la tierra con agua de
lluvia o agua destilada durante cinco años y descubrió que el árbol
original, que pesaba 5 libras, había crecido hasta alcanzar ahora un
peso de «169 libras y unas tres onzas» (sin contar «el peso de las
hojas caídas en los cuatro otoños»). Dado que la tierra del recipien­
te, una vez secada al finalizar el experimento, era tan sólo «unas
dos onzas» inferior al peso original de 200 libras, Helmont concluía
que 164 libras de «madera, corteza y raíces» tenían que haberse
formado a partir tan sólo de agua2. Helmont no sabía (ni sospe­
chaba) que el propio aire podría suministrar parte del peso del
árbol, descubrimiento realizado por Hales, quien repitió el experi­
mento de Helmont con una mayor precisión consistente en pesar el
agua añadida a la planta y en medir la tasa de «tranpiración» de
la planta (Hales, 1969, Cap. 1, experimentos 1-5). El experimento
original había sido propuesto por el Cusano, aunque no hay seguri­
dad acerca de si lo llegó a realizar de hecho.
He elegido adrede estos primeros ejemplos de las ciencias de la
vida o biológicas, dado que normalmente se supone que en la Re­
volución Científica el procedimiento numérico era una prerrogativa
de las ciencias físicas. Uno de los razonamientos numéricos más
famosos de la Revolución Científica se da en el análisis que hace
Harvey del movimiento de la sangre. Un argumento central de la
demostración de Harvey de la circulación es cuantitativo, basándose
en la estimación de la capacidad del corazón humano. Descubre que
el ventrículo izquierdo, cuando está lleno, puede contener «ó 2 ó 3
ó 1 Vi onzas; he encontrado en un hombre muerto más de 4 onzas».
Sabiendo que «el corazón da en media hora más de mil latidos, si
bien en algunos da en ciertas ocasiones dos, tres o cuatro mil», un
simple cálculo indica cuánta sangre descarga el corazón en las arte­
rias en media hora, cantidad que equivale al menos a 93 libras y
4 onzas, «lo que representa una cantidad superior a la que se halla
en todo el cuerpo». Repitió los mismos cálculos con un perro y
una oveja, mostrando las cifras obtenidas «que a través del corazón
se transmite continuamente más sangre de la que pueda suministrar
1. L a revolución científica de Newton 37

la comida que tomamos y de la que puedan contener las venas»3.


Podemos ver aquí cómo los cálculos numéricos suministraron un
argumento a favor de la teoría, lo que constituye un excelente
ejemplo del modo en que los números aparecían en las discusiones
teóricas de la nueva ciencia.
No obstante, a pesar de la fuerza de los ejemplos precedentes,
sigue siendo cierto que el uso fundamental del razonamiento nu­
mérico en la ciencia del siglo x v n se daba en las ciencias físicas
exactas, como la óptica, la estática, la cinemática y la dinámica, la
astronomía y algunas partes de la química4. Las relaciones numé­
ricas de un tipo especial tendían a hacerse tanto más prominentes
en las ciencias exactas del siglo xvn por cuanto que en esa épo­
ca las leyes científicas aún no se escribían en forma de ecuacio­
nes. Así, por ejemplo, hoy día escribimos la ley galileana del mo­
vimiento uniformemente acelerado como v — A t y S = Vi A ? , si
bien Galileo expresaba la esencia del movimiento naturalmente ace­
lerado (la caída libre, por ejemplo, o el movimiento a lo largo de un
plano inclinado) en un lenguaje que suena mucho más a teoría de
números que a álgebra: «los espacios atravesados en tiempos iguales
por un móvil que descienda partiendo del reposo están entre sí en
la misma proporción [rationem ] que los números impares a partir
de la unidad»3. La regla galileana según la cual las primeras dife­
rencias (o «la progresión de los espacios») concuerdan con los nú­
meros impares, le condujo a otra versión de esta regla, según la cual
los «espacios recorridos en tiempos cualesquiera» por un cuerpo
uniformemente acelerado que parto del reposo «están entre sí en
la razón doble de los tiempos [o como los cuadrados de los tiem­
po s]» en los que se atraviesan dichos espacios. Esta versión de su
regla, expresada en el lenguaje de las proporciones, se aproxima
más a nuestro modo algebraico de hablar6. Así pues, mientras que
las velocidades aumentan con el tiempo según los números naturales,
las distancias totales o los espacios atravesados aumentan (según
las unidades de medida) de acuerdo con los números impares o los
aladrados7 de los números naturales6.
En la ciencia exacta del siglo xvn, junto con reglas numé­
ricas, se encuentran consideraciones relativas a la forma o la geome­
tría. En una famosa declaración acerca de las matemáticas de la
naturaleza, escribía Galileo:

La filosofía [esto es, la filosofía natural o ciencia] está escrita en ese


Inmenso libro por siempre abierto ante nuestros ojos, me refiero al universo.
Con todo, no se puede leer si no se aprende el lenguaje y se familiariza uno
con los caracteres con los que está escrito. Está escrito en lenguaje matemático,
38 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

y las letras son triángulos, circuios y otras figuras geométricas, sin cuyos medios
resulta humanamente imposible comprender una sola palabra9.

No es ésta la filosofía de Newton, en la que las matemáticas su­


gieren inmediatamente un conjunto de ecuaciones o proporciones
(que pueden ser verbales), series infinitas y pasos al lím ite10. De
hecho, la cita que acabamos de hacer casi parece de Kepler más
bien que de Galileo, ya que fue Kepler quien descubrió en la geome­
tría numérica una de las razones para preferir el sistema copernicano
al ptolemaico. En uno de esos sistemas, el ptolemaico, hay siete
«planetas» o errantes (el Sol y la Luna; Mercurio y Venus; y Marte,
Júpiter y Saturno), mientras que en el otro hay tan sólo seis planetas
(Mercurio y Venus; la Tierra; y Marte, Júpiter y Saturno). Supon­
gamos que cada uno de los planetas esté asociado a una cáscara
esférica gigante en la que se mueve (o que contiene su órbita). En
tal caso, habría cinco espacios entre cada pareja de tales esferas
sucesivas. Kepler conocía la demostración de Euclides de que sólo
hay cinco sólidos regulares construibles con reglas geométricas sim­
ples (el cubo, el tetraedro, el dodecaedro, el icosaedro y el octaedro).
Poniéndolos en el orden señalado, Kepler descubrió que encajaban
exactamente en los espacios que mediaban entre las esferas de las
órbitas planetarias, apareciendo tan sólo un error de alguna im­
portancia en el caso de Júpiter. De ahí que los números y la geo­
metría mostrasen que tenía que haber seis planetas, como en el
sistema copernicano, y no siete, como en el ptolemaico 11.
Rhético, el primer y único discípulo de Copérnico, había pro­
puesto un argumento puramente numérico en favor del sistema
copernicano. En el universo centrado sobre el Sol hay seis planetas,
señalaba, y 6 es el primer número «perfecto» (esto es, es la suma
de sus divisores, 6 = 1 + 2 + 3) u. Sin embargo, Kepler rechazó
el argumento sacado de los números perfectos por Rhético, prefi­
riendo basar su defensa del sistema copernicano en los cinco sólidos
perfectos, señalando:
Pretendo probar que Dios, al crear el universo y regular el orden del cos­
mos, tenía ante sí los cinco cuerpos regulares de la geometría, conocidos desde
la época de Pitágoras y Platón, habiendo fijado de acuerdo con tales dimen­
siones el número de los délos, sus proporciones y las relaciones entre sus
movimientos ° .

Por consiguiente, no carece de interés el hecho de que, cuando


Kleper se enteró de que Galileo había descubierto algunos «pla­
netas» nuevos mediante el telescopio, se viese muy afectado, no
fuese que su argumento se viniese por tierra (cf. Kleper, 1965,
p. 10). Cuán feliz se sintió, confiesa, cuando los «planetas» descu-
1. La revolución científica de Newton 39

biertos por GaliJeo resultaron ser «planetas» secundarios y no pri­


marios; esto es, satélites de planetas.
Hay dos reacciones frente al descubrimiento de Galileo de los
cuatro «planetas» que nos pueden mostrar que el uso de los nú­
meros en las ciencias exactas del siglo xvii era muy distinto de
lo que hubiéramos podido imaginar. Frente a Galileo, Fracesco
Sizi señalaba que tenía que haber siete y sólo siete «planetas», por
lo que el descubrimiento de Galileo resultaba ilusorio. Su afirma­
ción relativa al número siete se basaba en su aparición en unas
cuantas situaciones físicas y fisiológicas, entre las que se encontra­
ban el número de orificios de la cabeza (dos oídos, dos ojos, dos
agujeros en la nariz y una b oca),4. Kepler, que apoyaba a Galileo, le
propuso que buscase a continuación satélites de Marte y Saturno,
dado que la sucesión numérica de los satélites (uno para la Tierra
y cuatro para Júpiter) parecía exigir dos para Marte y ocho (o quizá
seis) para Saturno: 1, 2, 4, 8 1S. Este tipo de razonamiento numé­
rico tuvo efectos deletéreos sobre la astronomía de al menos un
científico de primera línea, Christiaan Huygens, ya que cuando
éste descubrió un satélite en Saturno, no se preocupó por buscar
más, dado que estaba convencido, tal y como declaró con audacia
en el prefacio a su Sistem a Satumium (1659), de que no podía
haber otros (Huygens, 1888-1950, vol. 15, pp. 212 y ss.). Con su
descubrimiento de un nuevo satélites, deda, el sistema del universo
estaba completo y era simétrico: uno y el mismo número «perfec­
to», el seis, en los planetas primarios o los secundarios (o satélites
planetarios). Dado que su telescopio tenía un poder de resoludón
suficiente para mostrar el anillo de Saturno, resolviendo así el mis­
terio de su forma extraña y cambiante, podría haber revelado más
satélites de no haber conduido que Dios había creado el universo
mediante dos conjuntos de cuerpos planetarios, seis en cada lote,
según el prindpio de los números «perfectos» 14. Todos los ejemplos
de este tipo ilustran algunas variantes de la asociación de los nú­
meros con las observaciones reales. El hecho de que nosotros no
aceptemos hoy día tales argumentos es probablemente menos sig­
nificativo que el hecho de que quienes los aceptaron contaban entre
sus filas a algunos de los más importantes fundadores de la denda
moderna, como es el caso de Kepler, Huygens y Cassini17.

1.4. Las matemáticas en la nueva ciencia (2 ): las leyes exactas de


la naturaleza y la jerarquía de las causas
Además de buscar números espedales (impares, primos, perfec­
tos, el número de los sólidos regulares), lo que no siempre conduda
40 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

a resultados útiles, los científicos del siglo xvii — como todos los
científicos desde entonces— buscaban también relaciones exactas
entre los números obtenidos de las mediciones, experimentos y
observaciones. Un ejemplo de ello es la tercera ley (o ley «armó­
nica») de Kepler. En el sistema copernicano, cada uno de los planetas
posee una velocidad que parece estar relacionada con su distancia
al Sol, de modo que cuanto más lejos se encuentra del Sol, más
lenta es su velocidad. Tanto Galileo como Kepler estaban conven­
cidos de que las velocidades y distancias no podía ser arbitrarias,
debiendo existir alguna relación exacta entre ambas cantidades, dado
que Dios tenía que tener un plan, una ley, al crear el universo. El
esquema kepleriano de los cinco sólidos regulares engastados en un
nido de esferas mostraba un aspecto de la «necesidad» matemática
en la distribución de los planetas por el espacio, pero no incluía los
datos relativos a sus velocidades. De esta manera tan sólo satisfacía
en parte el objetivo que Kepler se había impuesto como copernicano
y que expresaba como sigue: «Había tres cosas en particular, a
saber, el número, las distancias y los movimientos, respecto a las
cuales yo [Kepler] buscaba celosamente las razones por las cuales
eran como eran y no de otro modo» '.
En el Mysterium cosmographicutn (1596), donde había recurrido
a los cinco sólidos regulares para mostrar por qué había seis
y sólo seis planetas espaciados como muestra el sistema copernicano,
Kepler había tratado también de hallar «las proporciones de los
movimientos [de los planetas] respecto a las órbitas». La velocidad
orbital de un planeta depende de su distancia media al Sol (y por
tanto de la circunferencia de la órbita) y de su período sideral de
revolución, ambos valores dados por Copérnico en su De revolu-
tionibus (1543) con un grado de precisión razonablemente elevado.
Kepler decidió que el «anima motrix» que actúa sobre los planetas
pierde fuerza a medida que aumenta la distancia al Sol. Pero en lugar
de suponer que dicha fuerza disminuye con el cuadrado de la distan­
cia (lo que querría decir que se extiende uniformemente en todas
direcciones, como ocurre con la luz), Kepler consideró más probable
que dicha fuerza disminuyese en proporción al círculo u órbita por
la que se expande, dependiendo directamente del aumento de la
distancia más bien que del cuadrado del aumento de la distancia. La
distancia al Sol, según Kepler, «actúa dos veces para aumentar el
período» de un planeta, ya que actúa una vez para hacer más lento
el movimiento del planeta, según la ley mediante la cual la fuerza
que mueve al planeta se debilita en proporción al incremento de
la distancia, y actúa otra vez, dado que la trayectoria total por la
que ha de moverse el planeta para completar una revolución aumenta
1. L a revolución científica de Ncwton 41

con el incremento de la distanda al Sol. O , «a la inversa, la mitad


del aumento del período es proporcional al aumento de la distan­
cia» 2. Esta relación, observa Kepler, se aproxima a la verdad, pero
tuvo que buscar en vano durante más de dos décadas la reladón
exacta entre las distandas medias (a) de los planetas y sus perío­
dos (T ). Finalmente, se le ocurrió utilizar potendas mayores de
a y T , y el 15 de mayo de 1618 descubrió que los «tiempos perió­
dicos de dos planetas cualesquiera se hallan en razón sesquiáltera
[ 3 /2 ] de sus distancias medias»; esto es, la razón entre los cuadra­
dos de los períodos es la misma que la razón entre los cubos de sus
distandas medias, reladón que nosotros expresamos como ¿ = T4,
denominándola tercera ley de Kepler J. Hay que señalar que el des­
cubrimiento de Kepler resultó aparentemente de un ejercido pura­
mente numérico y, en esa medida, difiere de su descubrimiento
de la ley de áreas y de la de las órbitas elípticas, ambas presentadas
originalmente (e induso pueden haber sido descubiertas) en asocia­
ción con una idea incuestionablemente causal de la fuerza solar
y con un prindpio sobre la fuerza y el movimiento *.
El ataque de Galileo a este problema se basaba en una ley
cinemática más bien que en consideradones puramente numéricas.
Se trata del prindpio del movimiento naturalmente acelerado que
había descubierto en sus estudios acerca de los cuerpos en caída
libre1. Tanto le gustó su soludón del problema cósmico que la
incluyó tanto en su Diálogo (1632), cuyo título completo es Diálogo
sobre los dos máximos sistem as del mundo, como en los Discorsi
(1638) o Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos
nuevas ciencias (Galileo, 1953, pp. 29 y ss. * ; 1890-1909, vol. 7, pá­
ginas 53 y ss.; también 1974, pp. 232-234; 1890-1909, vol. 8,
pp. 283 y ss. * * ) . Aunque atribuía la idea básica a Platón, en ninguna
de las obras platónicas se puede encontrar nada que ni de lejos
se le asemeje; ni tampoco se puede encontrar en ninguna de las
composiciones o comentarios conocidos de carácter neoplatónico,
sean antiguos, medievales o modernos6. Galileo decía que había
un punto en d espado exterior desde el que Dios había dejado caer
todos los planetas, de manera que cuando cada uno de ellos hubiese
llegado a su propia órbita, habría alcanzado su velocidad orbital
adecuada y sólo habría precisado verse desviado hacia su trayectoria
para concordar con los valores conoddos de las distandas y veloci­
dades planetarias. Galileo no especificaba dónde se hallaba situado
semejante punto y, como mostró el análisis de Newton, tal punto

* Traducción española: G alileo, 1975, pp. 70 y ss. (N . del T .)


* * Traducción española: G alileo, 1976, pp. 405-407. (N. del T .)
42 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

debería de estar de Hecho infinitamente alejado7. Además, Galileo


no se dio cuenta de que tal descenso hacia el Sol habría de exigir
una aceleración constantemente cambiante, lo que dinámicamente
correspondería a una fuerza planeta-sol que cambia constantemente,
siendo inversamente como el cuadrado de la distancia. En este ejem­
plo podemos ver que Galileo no tenía idea de la existencia de una
fuerza solar gravitatoria. Sus comentarios no contienen la menor
pista de la existencia de una relación entre fuerza y aceleración que
pudiera dar pie a pensar que contenía el germen de la segunda ley
de Newton *.
Galileo tuvo éxito sobre todo en la aplicación de las matemáticas
a áreas tales como la estática y la cinemática, en ninguna de las
cuales se necesita tener en cuenta las causas físicas, como son las
fuerzas cuantificables. Como él mismo dice en sus D os nuevas
ciencias:
N o me parece éste el momento más oportuno para investigar la causa de
la aceleración del movimiento natural, en tomo a la cual diversos filósofos han
proferido distintas opiniones... Por el momento... basta con... investigar y
demostrar alguna* propiedades del movimiento acelerado (sea cual sea la causa
de tal aceleración), de tal modo que los momentos de su velocidad vayan
aumentando... según aquella simplicfsima proporción con la que aumenta
la continuación del tiempo... [Galileo, 1974, pp. 158 y ss.; 1890-1909, vol. 8,
p. 202 * .]

En parte, aunque sólo en parte, este modo de proceder se asemeja


al de los cinemáticos de finales de la Edad Media. Como ellos, define
el movimiento uniforme para pasar luego al movimiento unifor­
memente acelerado. Casi inmediatamente descubre la ley de la
velocidad media, según la cual, en el movimiento uniformemente
acelerado un tiempo t, la distancia atravesada es la misma que
si hubiese tenido lugar un movimiento uniforme con el valor medio
de las velocidades cambiantes y durante el mismo tiempo (Gali­
leo, 1974, p. 165; 1890-1909, vol. 8, p. 2 0 8 **). Dado que el
movimiento es uniforme, el valor medio es la semisuma de las
velocidades inicial y final. Si, un tanto anacrónicamente, se nos
permite traducir las afirmaciones verbales de Galileo acerca de ra­
zones a sus ecuaciones equivalentes, podemos mostrar que lo que
ha demostrado es que s = V t, donde V = (i/i + Vi)/2. Ya que
V2 = v\ + At, se sigue inmediatamente que s = tnt + Vi.APt y en
el caso especial del movimiento que parte del reposo, en el que
v\ = 0 , tenemos que s = YiAt1.
* Traducción española citada en la bibliografía, pp. 284-285. (N. del T.)
* * Traducción española citada en la bibliografía, p. 292. (N. del T .)
1. La revolución científica de Newton 43

Hasta aquí, excepción hecha del resultado final (en el que la


relación s = [t>i + tn)/2 ] t lleva a s = vt + YiA.?), Galileo po­
dría proceder a la manera de sus predecesores del siglo x i v 9. Mas
se dan diferencias significativas del suficiente calibre como para que
podamos discernir con facilidad en las Dos nuevas ciencias de Ga­
lileo los comienzos de nuestra propia ciencia del movimiento, as­
pecto que se halla ausente en los tratados medievales. La mayor
diferencia estriba en que los autores del xiv no se preocupaban
de la física del movimiento, esto es, de la naturaleza tal y como
se pone de manifiesto en los experimentos y observaciones. De
este modo, construyeron una «latitudo formarum», un análisis ló­
gico-matemático de cualquier cualidad cuantificable, un ejemplo
de las cuales es el movimiento, en el sentido de movimiento «local»
de un lugar a otro, junto con otras cualidades cuantificables de la
índole del amor, la virtud, la gracia, la blancura, lo caliente, y de­
más. Incluso en el caso del movimiento se enfrentaban al «movi­
miento» aristotélico, definido en términos muy generales como la
transición de la potencia al acto. Durante dos siglos, no hay datos
de que ningún escolástico aplicase nunca los principios del movi­
miento uniforme y acelerado a los movimientos reales tal y como
se observan en la tierra y en los cielos. Antes de Galileo, tan sólo
el español Domingo de Soto hizo tal aplicación, por lo que aparece
como un lusus naturae sin importancia real (véase S 1.1, nota 13).
Cuán diferentes son las cosas con Galileo, quien basaba sus
definiciones en la propia naturaleza. Su fin no era el estudio en
abstracto del movimiento, sino los movimientos observados de los
cuerpos. La verdadera prueba de sus leyes matemáticas (como s =
= ViAt) no consistía en su coherencia lógica, sino en su confor­
midad con los resultados de pruebas experimentales efectivas. Todo
esto aparece en sus obras publicadas10, si bien ahora sabemos ade­
más, gradas a los estudios de los manuscritos de Galileo realizados
por Stillman Drake, que aquél realizaba experimentos no sólo para
reladonar las leyes por él descubiertas con el mundo de la naturaleza,
sino también como parte del propio proceso de descubrimiento.
Las leyes galileanas del movimiento uniforme y uniformemente
acelerado de los cuerpos físicos se derivaban matemáticamente a par­
tir de definidones adecuadas, dirigidas en derto grado por los expe­
rimentos, aunque sin tener en cuenta la naturaleza de la gravedad
o la causa del movimiento. Con todo, la idea de causa física entraba
en sus análisis del movimiento de los proyectiles, aunque tan sólo
con el objetivo limitado de establecer que la componente horizontal
del movimiento no es acelerada, frente a lo que ocurre con la com-
iwnente vertical. Galileo aceptaba la existenda de una fuerza de gra-
44 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

vedad que producía una aceleración hacia abajo, mientras que, en


la dirección horizontal, la única fuerza que puede afectar al movi­
miento del proyectil es la resistencia del aire, que resulta pequeña
(Galileo, 1974, pp. 224-227; 1890-1909, vol. 8, pp. 275-278*). Sin
embargo, no analizó la causa de la aceleración más que en el grado
preciso para señalar que la aceleración exige una causa bajo la for­
ma de algún tipo de fuerza hacia abajo. Esto es, no investigó la
posibilidad de que la fuerza gravitatoria aceleradora pudiese tener
como causa la atracción de la tierra sobre el cuerpo o el empuje que
algo ejerciese sobre el cuerpo dirigiéndolo hada la tierra. Tampoco
se ocupó del problema de si dicha causa o fuerza es externa o in­
terna al cuerpo, ni el de si el alcance de la fuerza es limitado y, en
tal caso, a qué distancia se extiende (hasta la Luna, por ejemplo).
Asimismo, no investiga si tal fuerza es constante en toda k super­
ficie de la tierra ni si la gravedad varía con la distancia respecto al
centro de la tierra. Galileo evitaba la búsqueda de causas, tildando
de «fantasías» a la mayoría de las causas atribuidas a la gravedad
y señalando que «poco podría sacarse en limpio» de su «análisis
y examen». Decía que se daría por satisfecho «si se hallase que
las propiedades... que serán demostradas más adelante se dan en
el movimiento de los graves que caen naturalmente acelerados» (Ga­
lileo, 1974, p. 159; 1890-1909, vol. 8, p. 202 * * ) . A este respecto,
como sabiamente ha señalado Stillman Drake, Galileo iba contra
corriente de la principal tradición de la física, que se había conce­
bido como «el estudio del movimiento natural (o más correctamente,
del cambio) en términos de sus causas». Así pues, Drake vería en
«la madura negativa de Galileo a entrar en debates acerca de causas
físicas» la quintaesencia de «su desafío básico a la física aristoté­
lica» (Galileo, 1974, introducción del editor, pp. xxvi-xxvii). Como
veremos más abajo, existe con todo un término medio entre el es­
tudio de las causas físicas e incluso metafísicas y la elucidación
matemática de sus acciones y propiedades. El reconocimiento de esta
jerarquía y la exploración de las propiedades de la gravedad como
causa de los fenómenos (sin ningún compromiso franco con la causa
de la gravedad) constituyó un notable avance respecto a la física
de Galileo y puede considerarse como el rasgo fundamental de la
revolución científica newtoniana (véase el capítulo 3).
Así pues, podemos observar en las ciencias exactas del siglo xvii
una jerarquía de leyes matemáticas. En primer lugar, hay leyes ma­
temáticas deducidas de determinadas suposiciones y definiciones,

* Traducción española citada en la bibliografía, pp. 394-398. (N. del T.)


* * Traducción española citada en la bibliografía, p. 285. (N. del T.)
1. L a revolución científica de Newton 45

capaces de llevar a resultados experimentalmente contrastables. Si,


como ocurre en el caso de Galileo, las suposiciones y definiciones
son consonantes con la naturaleza, entonces los resultados deberán
ser verificables por la experiencia. Cuando Galileo formula el pos­
tulado de que la velocidad adquirida en el movimiento naturalmente
acelerado es la misma en todos los planos de igual altura, sea cual
sea su inclinación, declara que la «verdad absoluta» de este postu­
lado «se establecerá más adelante al ver que otras conclusiones
basadas en esta hipótesis corresponden y se conforman exactamente
con los experimentos». Se trata de una afirmación que parecería
un enunciado clásico del método hipotético-deductivo, aunque habrá
que observar que carece de toda referencia a la naturaleza física
de la causa de la aceleración. Tal nivel de discurso no difiere esen­
cialmente en sus resultados de otro método del siglo x v ii para des­
cubrir leyes matemáticas de la naturaleza, sin necesidad de entrar
en la consideración de las causas, como es el servirse del análisis
directo de los datos de los experimentos y observaciones. Hemos
visto que ha sido éste casi con toda seguridad el procedimiento uti­
lizado por Kepler para descubrir su tercera ley (o ley «armónica»)
del movimiento planetario. Otros ejemplos vienen dados por la ley
de los gases de Boyle o por la ley de Snel de la refracción (véase
Mach, 1926, pp. 32-36; Sabra, 1967; Hope, 1926, pp. 33 y ss.).
E l segundo nivel de la jerarquía consiste en ir más allá de la
descripción matemática, en busca de algún tipo de causa. La ley
de Boyle, por ejemplo, constituye una formulación matemática de
proporcionalidad entre dos variables, cada una de las cuales consti­
tuye una entidad física relacionada con una magnitud observable
o medible. Así, el volumen (V) del gas encerrado en un recipiente
se mide por el nivel del mercurio según determinada escala volu­
métrica, y la presión de dicho gas se determina por la diferencia
entre dos niveles de mercurio (h) más la altura de la columna de
mercurio en un barómetro {b\). Los experimentos de Boyle mostra­
ron que el producto de V y h + b\ es constante. La suma b + bt
es la altura (en pulgadas) de una columna de mercurio equivalente
a una presión total ejercida sobre y por el gas aislado. Ahora bien,
lo que en este caso se mide directamente no es la presión, sino una
magnitud (la altura de mercurio) que es a su vez una medida de
la presión (por lo que puede ponerse en su lugar). Sin embargo,
nada se dice sobre la causa de la presión en un gas encerrado en
un recipiente, ni de la razón por la cual dicha presión habría de
aumentar a medida que el gas se mete en volúmenes progresivamente
menores, fenómeno que Boyle conocía antes de emprender sus expe­
rimentos y que denominaba el «muelle» del aire. Pues bien, el
46 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

segundo grado de la jerarquía consiste en investigar la causa de ese


«muelle». Boyle sugiere dos modelos físicos que podrían servir para
explicar el fenómeno. Uno de ellos consiste en concebir cada una
de las partículas como siendo a su vez compresible, al modo de un
muelle enrollado o un copo de lana, de manera que el aire sería «un
montón de pequeños cuerpos puestos unos sobre otros, a la manera
de un vellón de lana». E l otro consiste en pensar que las partículas
se hallan en constante agitación, en cuyo caso «su poder elástico
no depende de su forma o estructura, sino de la agitación vehemen­
te». En esta ocasión, Boyle no quiso tomar partido por una de ambas
explicaciones ni proponer otras (véanse Cohén, 1956, p. 103; Boyle,
1772, vol. 1, pp. 11 y ss.). Con todo, el ejemplo pone de manifiesto
que en las ciencias exactas o cuantitativas del siglo xvn se observaba
cuidadosamente la distinción entre el enunciado puramente matemá­
tico de una ley y el mecanismo causal que habría de explicar dicha
ley; es decir, entre esa ley en cuanto descripción matemática de los
fenómenos y la investigación física y matemática de su causa.
En ciertos casos, la investigación de la causa no precisaba de tal
modelo mecánico o explicación de la causa, como es el caso de los
dos modelos de Boyle que hemos mencionado. Por ejemplo, la tra­
yectoria parabólica de los proyectiles es un enunciado matemático
de un fenómeno, con las cualificaciones derivadas de la resistencia
del aire. Sin embargo, las propias condiciones matemáticas de una
parábola sugieren las causas, dado que, teniendo una vez más en
cuenta las cualificaciones derivadas de la resistencia del aire, señalan
la existencia de un movimiento uniforme en la componente horizontal
y de un movimiento acelerado en la componente vertical. Puesto
que la gravedad actúa hacia abajo y no posee influencia alguna sobre
la componente horizontal, las propias matemáticas de la situación
pueden orientar al investigador hacia las causas físicas del movimiento
uniforme y acelerado de la trayectoria parabólica de los proyectiles.
De manera semejante, la investigación newtoniana acerca de la na­
turaleza física y de la causa de la gravitación universal se vio con­
ducida por las propiedades matemáticas de dicha fuerza; a saber,
que varía inversamente al cuadrado de la distancia, que es propor­
cional a la masa de los cuerpos que gravitan y no a sus superficies,
que es nula en el interior de una cáscara esférica uniforme, que
actúa sobre una partícula exterior a una capa esférica uniforme
(o un cuerpo formado por una serie de capas esféricas uniformes)
como si su masa (o la del cuerpo formada por esas capas) se hallase
concentrada en su centro geométrico, que tiene un valor proporcio­
nal a la distancia al centro en el interior de una esfera uniforme,
etcétera.
1. La revolución científica de Newton 47

Tales especificaciones matemáticas de las causas son distintas de


las explicaciones físicas sobre el origen y modo de actuar de las
causas. Esto nos lleva a reconocer la jerarquía de las causas que
conviene tener presente para comprender las características especí­
ficas de la revolución científica de Newton. Por ejemplo, Kepler
descubrió que los planetas se mueven en elipses con el sol en uno
de los focos y que la línea trazada del sol al planeta barre áreas
iguales en tiempos iguales. Ambas leyes encierran las observaciones
en un marco matemático. La ley de áreas permitió a Kepler dar
cuenta de (o explicar) la no uniformidad del movimiento orbital
de los planetas, siendo menor la velocidad en el afelio y mayor en
el perihelio. Esto es algo que se plantea en el nivel de una explicación
matemática del movimiento no uniforme de los planetas. Con todo,
Kepler fue mucho más allá de tal explicación matemática, ya que
asignó una causa física a dicha variación, suponiendo una fuerza
celeste magnética, por más que nunca lograra conectar matemática­
mente con éxito dicha fuerza particular con las órbitas elípticas y
con la ley de áreas, ni fuese capaz de hallar una demostración feno-
menológica o empírica independiente de que el sol ejerce efectiva­
mente este tipo de fuerza magnética sobre los planetas (véanse
Koyré, 1973, parte 2, sección 2, capítulo 6; Aitón, 1969; Wilson,
1968).
Newton procedió de modo distinto, ya que no comenzó discu­
tiendo la índole de la fuerza que pudiera actuar sobre los planetas,
sino que se preguntó por las propiedades matemáticas de una fuerza
capaz de producir la ley de áreas, cualesquiera que fuesen sus causas
y modo de acción o cualquiera que fuese su índole. Mostró que,
para un cuerpo con una componente inicial de movimiento inerdal,
una condición necesaria y suficiente de la ley de áreas es que dicha
fuerza sea centrípeta y se dirija constantemente hacia el punto res­
pecto al cual se miden las áreas. Así pues, se demostró que una
ley que describía matemáticamente los fenómenos era matemática­
mente equivalente a un conjunto de condiciones causales de las
fuerzas y movimientos. Habría que observar, dicho sea entre parén­
tesis, que la situación de una condición necesaria y suficiente resulta
bastante inusual, siendo lo más frecuente que una fuerza u otra
«causa» no sea más que condición suficiente de un efecto dado y
además tan sólo una de las muchas condiciones suficientes posibles.
En los Principia, las condiciones de fuerzas centrales y áreas iguales
en tiempos iguales llevan a considerar órbitas elípticas, consecuencia
a su vez, según demostró Newton, de que la fuerza central varíe
inversamente al cuadrado de la distancia (véase el capítulo 5).
48 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

Por supuesto, el argumento matemático de Newton no muestra


que, en sus movimientos orbitales, planetas y satélites sufran la ac­
ción de fuerzas físicas, sino que lo único que Newton demuestra es
que, en el marco conceptual de las fuerzas y la ley de inercia, las
fuerzas actuantes sobre los planetas y satélites deben dirigirse hacia
el centro y deben asimismo variar inversamente al cuadrado de la
distancia. Mas en la jerarquía de la explicación causal, el resultado
de Newton termina por orientarnos a la búsqueda de las posibles
propiedades físicas y modo de acción de dicha fuerza central inversa
del cuadrado de la distancia u. Lo importante en el tipo de análisis
newtoniano es que no hace falta especificar en esta etapa del aná­
lisis de qué tipo de fuerza se trata ni cómo actúa. Sin embargo,
Newton pretendía pasar, mediante otro tipo de análisis diferente,
de las propiedades matemáticas de las causas (o fuerzas) a las físicas,
de modo que se ocupaba primordialmente de las «verae causae»,
causas que, como él decía, eran «a la vez verdaderas y suficientes
para explicar los fenómenos» u.
Esta jerarquía de causas matemáticas y físicas se puede ver tam­
bién en el análisis que hace Newton de la ley de Boyle, según la
cual en un gas (o «fluido elástico», como entonces se denominaba)
encerrado en un recipiente, la presión es inversamente proporcional
al volumen. Ya hemos visto cómo el propio Boyle sugería dos ex­
plicaciones físicas alternativas del muelle del aire en relación con
su ley, aunque renunciaba a decidirse en favor de una u otra de
ellas. Como veremos en la sección § 3.3, Newton mostró que, su­
poniendo que haya un tipo especial de fuerza de repulsión mutua
entre las partículas que componen dicho «fluido elástico», la ley de
Boyle es tanto condición necesaria como suficiente de que dicha
fuerza varíe inversamente a la distancia. Se da aquí de nuevo una
jerarquía de análisis matemáticos y físicos de la causa. En el segundo
ejemplo newtoniano, resulta más claro que las condiciones físicas
supuestas como causa de la ley están a su vez sujetas a crítica. El
propio Newton terminaba su discusión de este tema (Principia, libro
segundo, proposición 23, escolio) observando que es «un problema fí­
sico» el que «los fluidos elásticos [i. e., los gases compresibles] cons­
ten realmente de partículas que se repelan de ese modo entre sí». El se
había ocupado exclusivamente de la demostración matemática, según
decía, a fin de que los filósofos naturales (o científicos físicos) pu­
diesen discutir el problema de si los gases pudieran estar formados
por tales partículas dotadas de semejantes fuerzas. Por lo que atañe
a la jerarquía de las causas matemáticas y físicas, no existe de hecho,
como es natural, ninguna diferencia formal real entre el análisis
newtoniano de las leyes de Kepler y el de la ley de Boyle. Con
1. L a revolución científica de Newton 49

todo, en el caso de las leyes de Kepler, Newton podía dar por su­
puesta la ley de inercia, ya que se trataba de una verdad aceptada
de la nueva ciencia, de modo que tenía que existir alguna causa por
la cual los planetas se desviasen de la trayectoria rectilínea para se­
guir una órbita elíptica. Si dicha causa es una fuerza, entonces debe
estar dirigida hacia un punto (el Sol, en el caso de los planetas), ya
que en caso contrario no puede darse la ley de áreas. Sin embargo,
en el caso de los gases compresibles o fluidos elásticos, la situación
es un tanto distinta. En primer lugar, para Newton no había la
menor duda de que tales «fluidos elásticos constaban realmente de
partículas», ya que creía firmemente en la filosofía corpuscular; mas
debe observarse que había muchos científicos en su época quienes,
como los seguidores de Descartes, no creían ni en los átomos ni
en el vacío. Mas, aun en el caso de que pudiera darse por supuesta
la naturaleza particularista de los gases, nos encontraríamos con esa
propiedad adicional atribuida a tales partículas, cual es la de verse
dotadas de fuerzas que les permitan repelerse entre sí. Muchos de
los que creían en la «filosofía mecánica» y aceptaban la doctrina del
carácter particularista de la materia no habrían de convenir necesa­
riamente con Newton en atribuir fuerzas a tales partículas, ya fuesen
átomos, moléculas u otro tipo de corpúsculos. Además, como Newton
deja bien claro en el escolio que sigue a su propuesta de un modelo
físico explicativo de la ley de Boyle, «Todo esto ha de entenderse
de partículas cuyas fuerzas centrífugas terminan en aquellas partícu­
las que se hallan próximas a ellas, sin que se extiendan mucho más
allá». Por consiguiente, hay una amplia y considerable brecha entre
la suposición de un conjunto de condiciones matemáticas del que
Newton pueda derivar la ley de Boyle, y la afirmación de que se
trata de una descripción física de la realidad natural. Como se expli­
cará en el capítulo 3, es justamente la habilidad de Newton para
separar en los problemas los aspectos matemáticos de los físicos la
que le permite lograr en los Principia tan espectaculares resultados.
Precisamente lo que caracteriza al estilo newtoniano es la posibilidad
de elaborar las consecuencias matemáticas de las suposiciones rela­
tivas a posibles condiciones físicas, sin tener que discutir la realidad
física de tales condiciones en las primeras etapas de la investigación.
Difícilmente se podría considerar una novedad del siglo xvn el
ideal de crear una ciencia física exacta basada en las matemáticas.
O. Neugebauer nos ha recordado que Ptolomeo, quien escribía en
el siglo n d.C., había proclamado ese mismo ideal en el título ori­
ginal de su gran tratado de astronomía que conocemos como el Al-
magesto, aunque él lo llamaba «Composición (o 'Compilación’) ma­
temática» (Neugebauer, 1946, p. 20; cf. Neugebauer, 1948, pági-
50 L a revolución nevrtoniana y el estilo de Newton

ñas 1014-1016). Con todo, entre la antigua ciencia física y la mo­


derna había una diferencia fundamental que se puede ilustrar con
un aspecto de la teoría planetaria y la de la Luna.
Como se sabe, en el Almagesto Ptoloraeo se ocupaba de produ­
cir o desarrollar modelos geométricos que sirvieran para computar
las latitudes y longitudes de los siete «cuerpos planetarios» (los
cinco planetas más el Sol y la Luna), siendo así capaces de suminis­
trar informaciones especiales como el momento de los eclipses, pun­
tos estacionarios, conjunciones y oposiciones. Se trataba típicamente
de modelos matemáticos que no pretendían gozar de realidad física.
Por consiguiente, no se suponía que el verdadero movimiento de
tales cuerpos planetarios celestes discurriese necesariamente por epi­
ciclos que se movían en torno a los deferentes, controlados por un
movimiento angular constante en torno a un ecuante. En concreto,
Ptolomeo era perfectamente consciente de que su orden planearlo
(de menos a más distancia de la Tierra: la Luna, Mercurio, Venus,
el Sol, Marte, Júpiter, Saturno) era un tanto arbitrario para los
cinco «planetas», ya que sus distancias no se pueden determinar
por paralajes. De hecho, Ptolomeo admite que algunos astrónomos
situarían a Mercurio y Venus más allá del Sol, mientras que otros
pondrían a Mercurio a un lado y a Venus al o tro u . Igualmente,
en la teoría de la Luna, Ptolomeo introdujo un mecanismo de «ci­
güeñal» que habría de aumentar el «diámetro aparente del epiciclo»
a fin de que el modelo concordase con las observaciones posiciona-
les. Como resultado de ello, Ptolomeo pudo llevar a cabo una re­
presentación precisa del movimiento de la Luna en longitud, aunque
a costa de introducir una variación ficticia en la distancia de la Luna
a la Tierra, según la cual «el diámetro aparente de la propia Luna
debería alcanzar casi el doble de su valor medio, lo que obviamente
no ocurre» (Neugebauer, 1957, p. 195). Este alejamiento de la rea­
lidad fue uno de los puntos más notables criticados por Copémico
en su De revolutionibus (1543). Descartes propuso también modelos
hipotéticos que, según su propio sistema, tenían que ser ficticios.
Newton creía que había demostrado que la gravedad, la causa
del peso terrestre y la fuerza que produce la aceleración descendente
de los cuerpos en caída libre, se extiende hasta la Luna, siendo la
causa de su movimiento. Suministró una serie de argumentos en
favor de que es la misma fuerza la que mantiene a los planetas en
sus órbitas en torno al Sol y a los satélites en sus órbitas en torno
a sus respectivos planetas. Mostró asimismo de qué modo esta fuerza
de gravedad podía dar cuenta de las mareas y de las irregularidades
(así como de las regularidades) del movimiento de la Luna. Se pro­
puso explicar el movimiento lunar de un nuevo modo, sin servirse
1. La revolución científica de Newton 51

de modelos y geometría celeste que, como en el caso de Ptolomeo,


no pueden obviamente corresponderse con la realidad. Pretendía
servirse de «causas verdaderas» («verae causae»), cuyas propiedades
pudiesen desarrollarse matemáticamente. De esta manera, la teoría
newtoniana reduciría las características del movimiento lunar a dos
fuentes: las interacciones de la Tierra y la Luna y los efectos per­
turbadores del Sol. Hay que percatarse de que este procedimiento
no depende del origen, naturaleza o causa física de la fuerza gravita-
toria, sino tan sólo de ciertas propiedades matemáticamente elucida­
das, como es que dicha fuerza sea nula dentro de una capa esférica
(o dentro de una esfera homogénea o una esfera formada por capas
homogéneas), que la acción de una esfera sobre una partícula exte­
rior sea igual que si toda la masa de la esfera estuviese concentrada
en su centro geométrico, que en el interior de una esfera sólida, la
fuerza sobre una partícula sea como la distancia al centro, etc. Tales
investigaciones no dependían de si el planeta es atraído o empujado
hacia el centro, de si la gravitación se debe a un éter que cambia de
densidad, a una lluvia de partículas de éter o incluso si se trata
de una acción a distancia. Para Newton, estas cuestiones no eran
ni mucho menos improcedentes para una cabal comprensión del
sistema del mundo y sabemos que les dedicó considerables esfuer­
zos. Además, el análisis matemático había desvelado algunas de las
propiedades básicas de la fuerza, tomando así más preciso el aná­
lisis de su causa. Ahora bien, en la jerarquía newtoniana de las
causas, la elucidación de las propiedades de la gravedad universal
era distinta, es decir, se hallaba en un nivel diferente al de la bús­
queda de la causa de la gravedad. Consiguientemente, expresó un
punto de vista radical en el Escolio General con que terminan los
Principia: Es suficiente (satis est) que la gravedad exista y que
actúe según las leyes que él había demostrado matemáticamente, y
bastante es que esta fuerza de la gravedad sirva para «explicar
todos los movimientos de los cuerpos celestes y de nuestro mar»
(véase supra, la nota 12). En qué medida era revolucionaria esta
propuesta se puede ver por el número de científicos y filósofos que
se negaron a aceptarla y que rechazaron los Principia junto con sus
conclusiones por no aceptar la idea de «atracción».

1.5. L a ciencia matemática causal en la Revolución Científica

En la sección precedente hemos hecho un bosquejo de la jerar­


quía de la ciencia matemática de la naturaleza. En un nivel inferior
y primitivo, esta expresión no significa más que una mera cuanti-
52 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

ficación y cálculo. Los datos numéricos pueden suministrar argu­


mentos para contrastar o apuntalar teorías esencialmente no mate­
máticas como la de Harvey. En un nivel simple, primariamente en
los ámbitos de la física y la astronomía, las matemáticas equivalían
no sólo a la medición de posiciones y velocidades angulares aparen­
tes (observadas), así como a la aplicación más bien directa de la
trigonometría plana y esférica a la solución de los problemas de la
esfera celeste, sino también a la creciente cuantificación de cualidades
que iban de la temperatura a las velocidades. El ideal consistía en
expresar leyes generales de la naturaleza como relaciones matemá­
ticas entre las magnitudes físicas observadas, especialmente en re­
lación con la ciencia del movimiento, primero la cinemática y luego
la dinámica. Dichas leyes expresaban relaciones numéricas o propie­
dades geométricas y se formalizaban en razones o proporciones, ecua­
ciones algebraicas (o sus equivalentes verbales), junto con sus pro­
piedades geométricas y relaciones trigonométricas, y en su caso con
el cálculo infinitesimal y otras formas de matemáticas superiores,
especialmente las series infinitas.
Dado que tales leyes matemáticas recurren a magnitudes física­
mente observables (volumen, peso, posición, ángulos, distancias, tiem­
pos, impacto, etc.), pueden contrastarse en gran medida mediante
ulteriores observaciones y experimentos directos que puedan restrin­
gir el ámbito de su aplicación, como ocurre, por ejemplo, con las
leyes de Boyle, de Snel y de Hooke o las versiones de la ley keple-
riana de la r e fr a c c ió n O bien, la contrastación puede consistir en
la verificación o no de una predicción (como que se produzca o no
un eclipse lunar o solar o una configuración planetaria particular)
o la retrodicción precisa de observaciones pasadas. Como es obvio,
algún tipo de datos numéricos debe suministrar la base para aplicar
o contrastar tales leyes o relaciones matemáticas generales o especí­
ficas. Para todo ello no es preciso preocuparse por las causas físicas.
La ciencia galileana constituye un ejemplo preeminente de la feliz
aplicación de las matemáticas a los acontecimientos físicos a este
nivel. La causa aparece en los razonamientos tan sólo en la medida
en que se constata que la resistencia del aire puede provocar una
acción de frenado sobre un movimiento (o componente del movi­
miento) rectilíneo, que en otro caso sería uniforme, y que el peso
puede provocar una aceleración descendente. Asi pues, para Galileo,
el movimiento podría continuar uniformemente y en línea recta
sólo en el caso de que no hubiera resistencia d d aire y existiera
un plano extendido horizontalmente para sostener al móvil y sobre
d cual éste pudiese moverse sin fricdón2.
1. L a revolución científica de Newton 53

Sin embargo, hemos visto que en el siglo xvn se descubrió la


existencia de leyes cuantitativas importantes que no se podían con­
trastar directamente, como es el caso de la ley de la aceleración
para los cuerpos que caen, según la cual las velocidades adqui­
ridas son como los tiempos transcurridos ( v i : Vi = ti : ti). Como
hemos visto, Galileo no podía hacer otra cosa que confirmar otra
ley de los cuerpos que caen, como es que las distancias están entre
sí como los cuadrados de los tiempos [ri : si — (/i : fe)2]. Puesto
que la ley de las distancias es una consecuencia de la ley de las
velocidades, suponía que la verdad (verificada mediante experimen­
tos) de la ley de las distancias garantizaba la verdad de la de las
velocidades. En nuestro lenguaje moderno, diríamos que la contras-
tabilidad de s ex. ? es la vía mediante la que se confirma v t. Se
trata de un ejemplo sencillo y clásico de lo que se ha dado en llamar
universalmente d método hipotético-deductivo. Galileo contrastó la
relación distancia-tiempo para d movimiento aederado sobre un
plano inclinado de diversos grados de indinadón, mostrando que s
mantiene una propordón constante respecto a l2. Puesto que esta
reladón era una inferencia o deduedón de una suposidón o hipótesis
rdativa a que v es proporcional a /, d método hipotético-deductivo
supone que la confirmadón experimental del resultado deducido,
Si i Si — ti : ti, garantiza la validez de la hipótesis tn : vi = ti : ti,
a partir de la cual se ha deduddo la reladón entre s y t* (véase $ 1.4).
Como señala Ernst Mach (1960, p. 161) en su edebre L a Ciencia
de la Mecánica, «La inferencia a partir de la suposidón de Galileo
se vio así confirmada por los experimentos y, junto con ella, la
propia suposidón.» Las limitaciones de este modo de confirmadón
son de dos tipos. Una de ellas es filosófica: «¡se puede estar seguro
de que sólo v oc. t entraña s <x /*? Es decir, supuesto que v<x t es
condición suficiente de s <x r2, ¿es también condidón necesaria? J La
segunda es histórica a la vez que filosófica, como es el que un den-
tífico pueda cometer un error lógico o matemático. Un ejemplo de
ello es que, en una etapa de su carrera, Galileo creyó que la rela­
ción verificable si : si = (ti : t i f se seguía de que las veloddades
fuesen proporcionales a las distancias (vi : vi — « : si) más bien
que de que las veloddades fuesen proporcionales a los tiempos
(vi : vi = ti : tz) (véase Galileo, 1974, pp. 159 y ss.; 1890-1909,
vol. 8, p. 203 *).
La den da galileana del movimiento incorpora solamente una
parte de la revoludón en las dencias exactas del siglo xvn , puesto
que, además de la producción de leyes, sistemas y constructos ge­

* Traducción española citada en la biblografla, pp. 285-286. (N . del T .)


54 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

nerales matemáticos que pueden ser o no modelos que se adecúen


a la experiencia directa de la naturaleza (experimentación y obser­
vación), surgió el ideal de hallar las verdaderas causas físicas de tales
leyes, sistemas, constructos y modelos, en una jerarquía de causas
que comenzaba con la elucidación matemática de las propiedades de
las fuerzas que provocaban los movimientos, procediendo tan sólo
después al análisis de la naturaleza y causa de tales fuerzas4. £1
extremo hasta el que este objetivo se consiguió por vez primera en
los Principia de Newton acuñó una cabal Revolución Científica,
siendo en y por sí mismo revolucionario. A fin de que mis lectores
no piensen que estoy haciendo un juicio anacrónico propio del si­
glo xx, aplicándolo a los sucesos del pasado, permítaseme anticipar
aquí un aspecto a tratar en el capítulo siguiente, señalando que se
trata de un juicio inequívoco de la época de Newton. Clairaut, el
inmediato sucesor intelectual de Newton en mecánica celeste, decla­
raba sin ambages en 1747, «E l famoso tratado de Principios Mate­
máticos de Filosofía Natural [de Isaac Newton] inició una gran
revolución en física», sentimiento reiterado por Lagrange y otros
(Clairaut, 1749; véase S 2.2).
E l programa de esta revolución en la física se propuso clara­
mente por vez primera en la astronomía, en el objetivo manifiesto
de dejar de lado todos los esquemas de cómputo no causales y no
físicos, a fin de descubrir cómo se mueven realmente el Sol, la Luna
y los planetas en relación con las causas físicas («verdaderas») de
sus movimientos. Este aspecto de la revolución encontró a su prin­
cipal portavoz en Kepler, cuya Astronomía nova (1609) o Comen­
tario sobre el Movimiento de M arte recibió del propio Kepler el
calificativo de «physica coelestis», física celeste (véanse Caspar,
1959, pp. 129 y ss.; Koyré, 1973, pp. 166 y ss., 185 y ss.). Lo que
hizo que esta obra fuese «nueva» fue que no se limitase a ser una
Astronomía nova, sino que constituyese una Astronomía nova
atvioX.o'piToç-, una «astronomía nueva basada en causas», siendo en
este sentido en el que Kepler decía que era una «física celeste» 5.
Esto es, Kepler no se contentaba con el objetivo limitado de los
astrónomos anteriores (incluyendo entre ellos a Ptolomeo, Copémi-
co y Tycho Brahe) de elegir un centro conveniente de movimientos
para determinar luego los movimientos planetarios mediante hábiles
combinaciones de movimientos circulares capaces de «salvar los fe­
nómenos» (cf. Duhem, 1969). Deseaba derivar los movimientos pla­
netarios de sus causas, de las fuerzas que son causa de los movi­
mientos. Consiguientemente, rechazó uno de los aspectos básicos
de la astronomía copemicana, como es que las órbitas planetarias
se computen por respecto a un punto vado del espado que corres­
1. L a revolución den tífica de Newton 55

ponde al centro de la órbita de la Tierra, en lugar de tomar como


referencia al propio Sol. El razonamiento de Kepler era que las
fuerzas se originan en los cuerpos y no en puntos del espacio, por
lo que el movimiento de los planetas debería ponerse en relación
con el centro de la fuerza planetaria, el cuerpo central, el Sol. Como
resultado de todo ello, Kepler emprendió el desarrollo de una as­
tronomía dinámica más bien que cinemática, basada en leyes de
fuerza y movimiento más bien que en geometría y aritmética apli­
cadas (véanse Koyré, 1973; Cohén, 1975<r; Beer & Beer, 1975, sec­
ción 10). Algunos colegas de Kepler no veían con buenos ojos que
introdujese en la astronomía un conjunto de hipótesis y causas
físicas, considerando preferible, como decía su antiguo profesor Mi-
chael Maestlin, permanecer fiel a la aritmética y geometría tradi­
cionales (carta a Kepler del 21 de septiembre de 1616; Kepler,
1937-, vol. 17, p. 187). Evidentemente, era más fácil realizar este
cambio radical en la época de Kepler que en momentos anteriores,
dado que Tycho Brahe había demostrado realmente que los cometas
se mueven atravesando el sistema solar. Como el propio Tycho
señalaba, si hubiesen existido alguna vez las esferas cristalinas a las
que se hallan fijados los planetas, hubieran saltado ahora en pedazos
y ya no existirían. De ahí que, para cualquiera que procediese de
acuerdo con las conclusiones de Tycho, hiciese falta un esquema com­
pletamente nuevo capaz de explicar cómo es que los planetas se
pueden mover en sus trayectorias curvas6.
Por tanto, no es de extrañar que también Descartes buscase una
explicación causal de los movimientos celestes, así como algunos
otros astrónomos de principios del xvn , como Bullialdus y Borelli7.
Sin embargo, otros se contentaban con centrar su atención exclusi­
vamente en el nivel fenomenológico de predicción y observación, sin
mostrar preocupación alguna por las causas físicas o por la posible
realidad (o falta de ella) de los esquemas geométricos de cómputo.
Desde este punto de vista, uno de los aspectos más asombrosos del
Diálogo sobre los dos máximos sistem as del mundo de Galileo es
la ausencia de toda física celeste. De hecho, Galileo no parece ha­
berse entregado nunca a especulación alguna en tomo a las posibles
fuerzas que pudieran actuar en el funcionamiento del sistema co-
pemicano*. En este sentido, Galileo no fue en absoluto el pionero
de la mecánica celeste frente al caso de Kepler y Descartes, por
más que sus contribuciones personales a la ciencia del movimiento
hayan ejercido una notable influencia sobre el curso de desarrollo
de la dinámica teórica. Con todo, se ocupó de la verdad y realidad
del sistema copernicano, llegando incluso a proponer una explica­
56 La revolución newtoniana y el estilo de Newtor

ción de las mareas que parecía exigir que la Tierra rotase en torno
a su eje mientras giraba en torno al Sol.
E l inmenso avance en las ciencias físicas exactas del siglo XVII
se puede calibrar por la brecha que separa a la cinemática de Ga-
lileo y a la dinámica incorrecta y fallida de Kepler9, por una parte,
del objetivo newtoniano de una dinámica matemática congruente
con las leyes cinemática fenomenológicas y del descubrimiento de
su causa física, por la otra. Kepler, a pesar de su semejanza con
Newton en tantos de sus preceptos, representa un nivel completa­
mente distinto de creencias y procedimientos científicos. Kepler parte
de las causas, mientras que Newton concluye en ellas; Kepler acepta
una especie de atracción celeste basada en la analogía con el mag­
netismo terrestre, buscando luego sus consecuencias, mientras que
Newton llega a su idea de la gravitación universal tan sólo una vez
que la lógica del estudio de las fuerzas y movimientos le lleva en
esa dirección (véase el capítulo 5). La filosofía de Newton le con­
duce de los efectos a las causas y de lo particular a lo general, mien­
tras que Kepler estimaba preferible proceder en la dirección inversa.
«N o tengo el menor escrúpulo en declarar», escribía, «que todo
lo que Copémico ha demostrado a posteriori y sobre la base de
observaciones interpretadas geométricamente, se puede demostrar a
priori sin ambages de nigún tip o .»10
Newton mostró que las leyes de Kepler, al igual que las leyes
de la caída de los cuerpos de Galileo, eran verdaderas tan sólo en
circunstancias limitadas que él se encargó de especificar, tratando de
determinar nuevas formas de dichas leyes que fuesen más umver­
salmente verdaderas. Como veremos en el capítulo 3, la potencia
revolucionaria del método newtoniano provenía de su habilidad para
combinar nuevos métodos de análisis matemático con el estudio de
las causas físicas, controlada constantemente mediante rigurosos ex­
perimentos y observaciones. Ahora bien, uno de los ingredientes
esenciales de su modo de proceder era el claro reconocimiento de la
jerarquía de las causas, junto con su capacidad para separar las leyes
matemáticas de las propiedades físicas de las fuerzas en cuanto cau­
sas. En tal supuesto, no se limitó a producir meros constructos o
abstracciones de carácter matemático, carentes de todo contenido
o realidad que no fuese el mero «salvar los fenómenos», sino que
creó además lo que consideraba puras contrapartidas matemáticas de
situaciones físicas simplificadas e idealizadas que pudieran ponerse
luego en relación con las condiciones reales desveladas por los ex­
perimentos y observaciones. En mi opinión, fue este aspecto de la
ciencia newtoniana el que produjo un resultado tan sobresaliente
como para que sus Principia se tuviesen como la inauguración de
1. La revolución científica de Newton 57

una época revolucionaria en la ciencia, o al menos, como el medio


a través del cual se elevaron al nivel del éxito revolucionario los
objetivos consistentes en crear una ciencia matemática de la natu­
raleza que ya hablan expresado, aunque imperfectamente, Galileo
y Kepler.
Capítulo 2
LA REVOLUCION CIENTIFICA Y LA REVOLUCION
NEWTONIANA COMO CONCEPTOS HISTORICOS

2.1. E l concepto de revolución

Muchos historiadores de la ciencia creen que la idea de revolu­


ción científica tiene un origen bastante reciente, pero yo he descu­
bierto que durantes unos tres siglos se ha dado una tradición más
o menos ininterrumpida (aunque no compartida por todos los cien­
tíficos) consistente en considerar el cambio científico como una su­
cesión de revoluciones. En el siglo x v m , que es cuando dicha tra­
dición parece irrumpir por vez primera, la palabra «revolución» si­
guió usándose, como en el pasado, como un término técnico de las
matemáticas y la astronomía. Sin embargo, cobró además amplia
difusión en un sentido general con dos significados muy distintos,
dándose ambos en los escritos sobre el cambio científico, así como
en las descripciones históricas de acontecimientos políticos. Uno de
ellos, que se convirtió en moneda corriente durante el siglo xvm ,
denota una ruptura de la continuidad o un cambio secular (esto es,
no cíclico) de considerable magnitud, normalmente acompañado de
violencia, al menos en los acontecimientos políticos. El otro es el
sentido más antiguo, empleado en relación tanto con la historia
de la ciencia como con la historia de los sucesos políticos con la
connotación de un fenómeno cíclico, de un flujo y reflujo, de una
especie de ida y vuelta o repetición. A partir de 1789, comenzó a pre­
dominar el nuevo significado y, desde entonces, «revolución» ha
implicado usualmente un cambio radical y una ruptura con el modo
58
2. L a revolución científica y la newtoniana como conceptos históricos 59

tradicional y aceptado de pensar, creer, actuar, con la conducta social


acostumbrada o con la organización social y política'. Así pues,
en los comienzos de la época moderna, se dio una doble transfor­
mación de la palabra «revolución» y del concepto por ella designa­
do. En primer lugar, un término científico-tomado de la astronomía
y la geometría empezó a aplicarse al dominio general de actividades
sociales, políticas, económicas e intelectuales o culturales; en segun­
do lugar, en su nuevo uso, el término adquirió un nuevo significado
radicalmente distinto, si no diametralmente opuesto al original y
estrictamente etimológico de la palabra «revolución» (révolutiort,
rivoluzione), que deriva del latín medieval revolutio, un retomo o
vuelta con la implicación de retornar en el tiempo2.
Durante el siglo xvtii surgió el punto de vista según el cual
el cambio científico se caracteriza por algo análogo a la revolución
que altera las formas sociales y los asuntos políticos del estado
(véase Cohén, 1976a); algo que ahora se concibe como una serie
de discontinuidades seculares de tal magnitud que constituyen rup­
turas definitivas con el pasado. Una revolución ya no implica en
absoluto un proceso cíclico continuo, un flujo y reflujo o un retomo
a un estado anterior mejor o más puro. La idea de revolución cien­
tífica, en el nuevo sentido de un único cambio dramático que pro­
duce algo nuevo, se ha tomado en algo que forma parte de la his­
toriografía de la ciencia desde los primeros años del siglo x v m ,
viéndose constantemente influido por el desarrollo de conceptos y
teorías sobre las revoluciones políticas y sociales (y culturales).
Un posible nexo entre el significado cíclico original y el uso
actual ordinario de «revolución» (utilizado para un «cambio com­
pleto» o una «inversión de las condiciones», una subversión, nor­
malmente violenta, de las instituciones, la sociedad o el gobierno
establecidos), reside en la estrecha asociación existente entre una
«vuelta» cíclica y una «revuelta» secular. Hoy día, para denotar
un fenómeno cíclico se suele emplear el verbo «retom ar» o «volver»,
mientras que una «revuelta» implica un levantamiento contra el
estado político o el orden social. Tanto «vuelta» como «revuelta»
provienen del mismo verbo revolvere, revolutus. En el siglo x v m ,
antes de 1789, ambos sentidos distintos y tan diversos de «revolu­
ción» pueden aparecer juntos, incluso en la misma obra, en discusiones
acerca de la historia y la política, no menos que acerca del desarrollo
de la literatura, las artes y las ciencias. Consiguientemente no es
siempre sencillo descubrir si un determinado autor del siglo x v m
está pensando en un retomo cíclico (un flujo y reflujo) o en un
cambio secular de magnitud considerable (frecuentemente, aunque
60 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

no necesariamente, acompañado de violencia). Tal ambigüedad era


un rasgo peculiar de los años que median entre las revoluciones in­
glesas del siglo xvii y las revoluciones francesa y americana: la época
de la revolución científica newtoniana y del surgimiento de la idea
de revolución como un modo de cambio científico.
Con todo, existe un término cuyo uso permite en general que
el lector moderno (i. e., posterior a 1789) pueda distinguir entre
ambos sentidos de «revolución» y que es la palabra «época». Así,
no hay ambigüedad alguna en la afirmación directa de Clairaut de
1747, uniendo la palabra «época» a la «revolución» producida por
los Principia de Newton3. Aquí, «época» no se emplea en su sen­
tido usual de era o edad, que es el sentido fundamental en caste­
llano, sino en su sentido más próximo al etimológico según el cual
denota un acontecimiento que inaugura una nueva edad o que es
el acontecimiento inaugural o más importante de o en una revolu­
ción: el comienzo de una nueva era, como cuando se habla de
«hacer época». Frecuentmente, a finales del siglo xvil y en el xviii,
esta palabra aparece en su forma latina tardía como epocba, tanto
en los escritos históricos y políticos como en las obras científicas
(véase $ 2.2).
La Gloriosa Revolución fue, al parecer, de importancia capital
en el desarrollo del concepto de revolución entre 1688 y 1789, dado
que se hizo cada vez más patente que se había producido una revo­
lución en Inglaterra, quizá la primera revolución genuina de la
época moderna. En el Diccionario de la lengua inglesa de Samuel
Johnson (1755), esta revolución aparece en la tercera definición
del término: «Cambio en el estado de un gobierno o país. Entre
nosotros se u sa... para el cambio producido por la admisión del
rey William y la reina Mary.» Quizá, tras haber asistido a los cata­
clismos representados por las revoluciones francesa, rusa y china,
no nos parezca que la Gloriosa Revolución haya sido realmente tan
revolucionaria como les pareció a los hombres y mujeres del si­
glo xviii, para quienes constituyó la primera revolución en sentido
moderno. Sin embargo, para personas tan distintas como Joseph
Priestley y David Hume, era ciertamente una revolución y sin duda
gloriosa (véase Cohén, 1976<j , especialmente la p. 263, nota 17).
La palabra «revolución» había alcanzado ya su nuevo sentido
no cíclico en la época de la gran Enciclopedia, donde significa un
cambio político secular de considerable magnitud, aplicándose incluso
específicamente a los avances científicos. En el artículo «Révolution»,
el primer lugar le corresponde a las revoluciones políticas, apare­
ciendo tan sólo hacia el final los fenómenos científicos cíclicos:
2. L a revolución científica y la newtoniana como conceptos históricos 61

REV O LU CIO N significa, cuando se usa como término político, un cambio


importante acontecido en un gobierno o estado.
Esta palabra viene del latín revolvere, girar. No hay ningún estado que no
haya sufrido una revolución de uno u otro tipo. El abate Vertot nos ha sumi­
nistrado varias historias excelentes de revoluciones en diversos países...

A esto sigue una larga nota (de D. J . = Chevalier de Jaucourt)


sobre la historia británica, con la observación de que «los ingleses
han aplicado este término especialmente a la revolución de 1688,
en la que el Principe de Orange... conquistó el trono»4. Así pues,
la Enciclopedia muestra su modernidad en la prioridad concedida
al nuevo sentido político de la palabra «revolución», a expensas
del sentido cíclico y clásico original, tal como se encuentra en geome­
tría y astronomía. Aún más notable, en relación con el concepto de
revolución, es el hecho de que, en sus diferentes contribuciones,
tanto Diderot como d ’Alembert escribiesen sobre revoluciones cien­
tíficas.

2.2. La introducción del concepto de revolución para describir


el progreso científico

Aunque parecería que el desarrollo de la ciencia, desde los tiem-


|x>s de Copémico y Vesalio hasta el final del siglo xvn , se podría
haber descrito entonces en términos de cambios radicales, si no de
revoluciones, ese no parece haber sido el caso en absoluto. No es
yn sólo que no haya referencias específicas a «revoluciones» en las
ciencias antes de 1700, sino además que quienes escribían acerca
«le las ciencias, aun cuando se referían a la «novedad» de las ciencias
experimentales que entonces se estaban fraguando, no consideraban
en general que sus ciencias hubiesen roto tan radicalmente con la
tradición como para constituir lo que hoy día consideraríamos una
revolución. Muchos científicos, como es natural, eran perfectamente
conscientes de estar haciendo algo nuevo. Así, por ejemplo, el gran
tratado de Galileo se titula D os nuevas ciencias, mientras que William
Oilbert declaraba que su libro estaba pensado exclusivamente para
>u|uellos «nuevos» filósofos que buscaban la verdad en la propia na­
turaleza y no en los libros. Pero incluso estos pioneros tendían a
itensar con frecuencia que lo que estaban haciendo era retornar a
la ciencia de la antigüedad (circunvalando a los medievales) y no
mibvirtiéndolo todo en el sentido en que esperaríamos que lo hiciese
mi revolucionario. La idea general de revolución social y política
(tal como entendemos nosotros esos términos, en un sentido plena­
mente posterior a 1789) no apareció hasta finales del siglo xvn.
62 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

Anteriormente a la época de Newton se habían dado revueltas y


cambios dinásticos, pero no revoluciones del tipo de las que alteran
completamente la estructura de la vida social, económica y aun po­
lítica. No es, pues, de extrañar que, a pesar de haber buscado por
todas partes, no haya conseguido encontrar referencia alguna a re-,
voluciones científicas o intelectuales con anterioridad a 1700.
En las primeras etapas de mi investigación, pensaba que una
fuente prometedora de usos posibles de «revolución» eran los es­
critos relativos a la Batalla de los Libros (la Disputa entre Antiguos
y Modernos). Uno pensaría que en ciencia la gran superioridad de
los modernos sería tan obvia como para entrañar una ruptura cuali­
tativa con el pasado, mas un examen minucioso de los principales
autores mostró que, al parecer, nunca habían usado el término «re­
volución» para designar un cambio repentino en las ciencias, ten­
diendo más bien a recurrir a la expresión «aumento» del conoci­
miento, por más que dos de los protagonistas (Fontenelle y Swift)
escribieran de «revoluciones» en otros contextos y uno de ellos
(Fontenelle) aplicase precisamente ese término al desarrollo de las
matemáticas. Tampoco encontré ninguna referencia explícita a una
revolución científica (en sentido actual) en la defensa que Thomas
Sprat emprendió de la Royal Society de 1667 (véase Cohén, 1977e).
Una clara referencia a una revolución, en el sentido de cambio
radical, aparece en el prefacio de Fontenelle a sus Élements de la
géométrie de Vinfini (1727). El contexto de la discusión de Fonte­
nelle es el recientemente descubierto (o inventado) cálculo infinite­
simal (le calcul de l’infini) de Newton y Leibniz, y los diversos
modos en que «Bernoulli, el Marqués de FHópital, Varignon, todos
los grandes matemáticos [géom étres]» desarrollaron el campo «con
pasos de gigante». Fontenelle dice que las nuevas matemáticas in­
trodujeron «un nivel de simplicidad nunca soñado con anterioridad,
con lo que se inició una revolución casi total en matemáticas [géo­
m étrie]»1. La conjunción de los términos «época» y «revolución»
no deja duda de que lo que Fontenelle tenía en mente era un cambio
de tal índole que alteraba completamente el estado de las matemá­
ticas. Inmediatamente subrayaba que dicha revolución era progresiva
o beneficiosa para las matemáticas, aunque no se hallaba libre de
diversos problemas.
La revolución a la que Fontenelle se refería era el descubrimien­
to o invención del cálculo, que atribuía a Newton como primer des­
cubridor y a Leibniz como co-descubridor independiente (aunque
fuese el primero en publicar)2. Otra referencia de comienzos del xvm
a Newton y a una revolución científica se encuentra en la afirmación
de Clairaut de 1747, ya citada, en el sentido de que los Principia
2. L a revolución científica y la newtoniana como concepto» históricos 63

de Newton habían señalado «Pépoque d ’une grande révolution dans


la Physique» (Clairaut, 1749, p. 329). El hecho de que estas tem­
pranas referencias a una revolución se den en relación con el cálculo
infinitesimal y los Principia merece subrayarse, ya que fueron los
logros de Newton en matemáticas puras, unidos a su análisis del
sistema del mundo sobre la base de la dinámica gravitatoria, los
que acuñaron de hecho la Revolución Científica, haciendo que cien­
tíficos y filósofos reconociesen que se había producido de hecho
una revolución. En este sentido, los Principia de Newton de 1687
parecerían haber desempeñado la misma función en el reconocimiento
de la existencia de una revolución científica que la Gloriosa Revolu­
ción de 1688 por lo que respecta a la revolución política.
La Enciclopedia de Diderot y d ’Alembert contiene diversas re­
ferencias a revoluciones científicas (en el sentido de un cambio den-
tífico radical) en el mismísimo comienzo de esta obra colectiva, en
el Discours préliminaire (publicado en 1751). Se trata de un bos­
quejo del surgimiento de la cienda moderna o, más bien, de una
filosofía asociada a la dencia moderna. El objeto de estos ensayos
era el de pergeñar un análisis metodológico y filosófico de todo el
conocimiento (incluyendo la dencia, que ocupa un lugar central en
su esquema), sin pretender describir las dendas mismas. D ’Alembert
comienza su presentación histórica con «el Canciller Bacon», quien
ocupa una posidón inaugural, procediendo luego a un breve resumen
de las radicales innovaciones de Descartes. Llama especialmente la
atención sobre la gran «révolte» de Descartes, quien ha enseñado
«¡i los espíritus inteligentes a sacudirse el yugo del escolasticismo,
lu opinión, la autoridad...». D ’Alembert tiene en mente una dara
imagen de la acción de las fuerzas políticas revolucionarias, pintando
ii Descartes como «el cabecilla de los conspiradores quien, más que
ningún otro, tuvo el valor de levantarse contra un poder arbitario
y despótico y, al preparar una resonante revolución, establedó los
cimientos de un gobierno más justo y feliz que él no tuvo ocasión
de ver establecido». La función de Descartes en esta preparadón
de la revoludón (o su «levantamiento») constituyó un «servido a la
filosofía tal vez más difícil de llevar a cabo que todos los demás
desempeñados posteriormente por sus ilustres sucesores». Aunque
d ’Alembert no lo diga explícitamente, da a entender que la revo­
lución preparada por Descartes fue llevada a término por Newton,
inicsto que d ’Alembert no sólo procede inmediatamente a explicar
largo y tendido los logros de Newton en física general, mecánica
celeste y óptica en términos encomiásticos, sino que afirma específi-
• amenté que cuando «finalmente apareció» Newton, «fraguó la fi­
64 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

losofía de una forma que aparentemente se debe conservar» (d’Alem-


bert, 1963, pp. 80-84).
La idea de revolución científica también aparece explícitamente
en el artículo escrito por d ’Alembert para la Enciclopedia, titulado
«Experimental». Tanto aquí como en el Discours préliminaire,
d’Alembert incluye una breve historia del tema. En primer lugar, '
d ’Alembert observa que Bacon y Descartes han introducido « l’esprit
de la physique experimental», tarea tomada luego por la Academia
del Omento, Boyle, Mariotte y otros. Después,

Apareció Newton, siendo el primero en mostrar que sus predecesores tan


sólo habían entrevisto el arte de introducir las matemáticas [géom etrie] en la
física y en crear, mediante la unión de la experimentación y el cálculo [exp¿-
rience et ad c u l], una nueva ciencia exacta, profunda y brillante. Tan grande
al menos por sus experimentos de óptica como por su sistema del mundo,
Newton abrió en todas direcciones una ruta inmensa y segura. Inglaterra
adoptó sus puntos de vista y la Sociedad Real los hizo suyos desde el prin­
cipio. Las academias de Francia los adoptaron más lentamente y con más
dificultades... Finalmente prevaleció la luz, y la generación hostil a tales hom­
bres ha desaparecido de academias y universidades... H a surgido una nueva
generación, pues tan pronto como se inicia una revolución, la generación
siguiente la lleva a término.

En este notable pasaje, d’Alembert no sólo expresa una filosofía


del desarrollo histórico de la ciencia según las generaciones, sino
que además centra la gran revolución científica en la obra de Isaac
Newton3.
En la época de publicación de la Enciclopedia, la palabra «re­
volución» se había convertido en moneda corriente (al menos en
Francia) con el nuevo significado de un cambio de considerable mag­
nitud que no tiene que ser en absoluto de carácter cíclico. A lo largo
de la segunda mitad del siglo xvin , este concepto y la palabra
que lo expresa se aplicaron notablemente al campo del espíritu, es­
pecialmente a los escritos acerca de la ciencia. Con todo, diversos
autores dataron las revoluciones en distintos momentos, según fuesen
los campos de su especialidad. Así, en 1764, Joseph Jéróme Le
Français de Lalande [La Lande] vio una revolución astronómica a
partir de Hevelius, cuando «todas las naciones rivalizaban entre sí
por alcanzar la gloria de los descubrimientos y de las invenciones.
La Academia de Ciencias de París y la Sociedad Real de Londres
desempeñaron los papeles principales en esta revolución, siendo
enorme el número de hombres ilustres y de astrónomos célebres
que han producido...» (Lalande, 1764, vol. 1, p. 131). Sin em­
bargo, Lalande no empleaba la palabra «revolución» para referirse
2. La revolución den tífica y la newtoniana como conceptos históricos 65

a la revuelta de Copérnico contra la autoridad de Ptolomeo, ni


para las novedades radicales descubiertas o introducidas por un Ga-
lileo o un Kepler. Al parecer, reservaba el calificativo de «revolu­
cionario» para los procesos de descubrimiento e invención que él
consideraba que formaban parte esencial del establecimiento y ela­
boración de los dominios de la astronomía en época más reciente4.
Los escritos de Jean Sylvain Bailly, publicados en la década an­
terior a la Revolución Francesa, muestran hasta qué punto la idea
de revolución científica había adquirido la forma con la que conti­
nuaría, con ligeras variaciones, a lo largo del siglo x a . En su His-
toire de Vastronomie moderne, Bailly daba cabida a diversos tipos
de revoluciones de distintas magnitudes, que van desde las innova­
ciones revolucionarias en el diseño y uso de telescopios hasta la
elaboración del sistema copernicano o la filosofía natural de Newton.
Incluye no sólo revoluciones pasadas, sino también de épocas re­
cientes e incluso hace predicciones sobre futuras revoluciones. Bailly
pensaba que las revoluciones científicas de gran envergadura, como
el establecimiento de un nuevo sistema del mundo (la copernicana)
o de una nueva filosofía natural (la newtoniana), exigían dos es­
tadios. En el primero, se producía una revuelta capaz de destruir el
sistema científico aceptado (la física aristotélica, las órbitas plane­
tarias con epiciclos, etc.), mientras que en el segundo se introducía
algo nuevo para ocupar su lugar. Se consideraba usualmente que
Descartes y Galileo habían realizado solamente el primer estadio,
con lo que Bailly daba a entender que no habían introducido un
sustituto satisfactorio, para lo que hubo que esperar al genio de
Isaac Newton. Bailly no aludía a una «revolución» galileana o car­
tesiana, por más que considerase que la idea cartesiana de explicar
todos los fenómenos naturales en términos mecánicos constituía un
notable hallazgo del intelecto, aun cuando estuviese viciado por
su pobre, cuando no inútil, sistema de vórtices, por lo que resultaba
un mal ejemplo de explicación mecánica.
Bailly no utiliza la expresión actual de «revolución copernicana»,
aunque no cabe la menor duda de que pensaba que Copérnico había
inaugurado (aunque no completado) una de las mayores revolucio­
nes científicas. Según Bailly, Copérnico era responsable de la intro­
ducción del verdadero sistema del mundo, del mismo modo que
Hiparco ha de tenerse como el creador del verdadero sistema astro­
nómico. Bailly señalaba que en la época de Copérnico hubo de darse
un gran paso, ya que fue necesario olvidarse de los movimientos
aparentes que pueden verse de hecho, a fin de poder creer en aque­
llos movimientos que no se pueden conocer directamente a través
de los sentidos. De este modo, Copérnico satisfizo las dos funciones
66 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

necesarias que, según los criterios de Bailly, hacen que su obra se


pueda calificar de revolucionaria. Minó la autoridad del sistema
anteriormente aceptado y puso en su lugar otro superior (véase
Cohén, 1977«, 1977c).
»
Walther y Regiomontano, en Alemania, construyeron instrumentos [astro­
nómicos] y renovaron la práctica observacionaL En sus nuevos hogares, la
ciencia [de la astronomía] se sometió a un nuevo examen y el conocimiento
recibido se sometió a prueba. En esa época [époque], sin embargo, tuvo lugar
una gran revolución que lo trastocó todo. E l genio de Europa se manifestó a
través de Copérnico.

A la vez que manifestaba que «Copérnico había dado un gran paso


hacia la verdad», Bailly (1785, vol. 3, pp. 320 y ss.) señalaba que
«la destrucción del sistema de Ptolomeo era una condición indis­
pensable, por lo que esta primera revolución [de Copérnico] había
de preceder a todas las demás».
Para la década de 1780 ya no hay dificultad alguna en encontrar
a los autores franceses aludiendo explícitamente a una u otra re­
volución científica, si bien el caso de Condorcet puede atraer espe­
cialmente nuestra atención, ya que manifestó haber sido uno de los
introductores del término «révolutionaire». La idea de revolución
científica (y el uso de la palabra «revolución» para expresarla) se
da con frecuencia en los éloges de los académicos fallecidos que Con­
dorcet tenía la obligación de escribir y leer en calidad de secrétate
perpétuel5.
La obra fundamental de Condorcet, en la que el término y el
concepto de revolución figura de manera más sobresaliente, es su
Esquema de un cuadro histórico de los progresos del espíritu hu­
mano [E squisse d'un tableau historique des progrés de l’esprit
hum ain], publicado por vez primera en 1795. El ejemplo primero
que da Condorcet de una revolución estaba tomado de la química
más que de la física, la astronomía o las ciencias biológicas, cosa
que resulta natural si reparamos en el hecho de que había sido
testigo de la reciente revolución química6. Dicha revolución había
sido inventada por Lavoisier en un doble sentido, ya que no sólo
dio el nombre a la revolución química, sino que además fue su prin­
cipal artífice. Lavoisier se refería a su propia obra en términos de
«revolución» en tres manuscritos al menos: dos cartas y una anota­
ción en el registro de laboratorio. La publicación de esta última
por Marcelin Berthelot en 1890, en un libro titulado La révolution
chimique: Lavoisier * , fijó la expresión «revolución química» en
* Hay traducción española, citada en la bibliografía. (N . del T .)
2. L a revolución científica y la newtoniana como conceptos históricos 67

los anales de la historia. La primera afirmación del propio Lavoisier


resultaba notable. Al describir sus esperanzas y planes de investiga­
ción, no pudo evitar ser consciente de su significado último. «La
importancia del tema me ha obligado a empezar de nuevo», escribía
en 1773, «todo este trabajo, que me ha parecido suministrar la
ocasión para una revolución en física y en quím ica»7. El aspecto
más sobresaliente de esta nota es que Lavoisier se refiere a su pro­
pia obra tildándola explícitamente de revolución.
Al final del siglo, la idea de revolución científica se había esta­
blecido ya firmemente. La primera visión de conjunto de los logros
intelectuales del siglo x v m , la Brief Retrospect de Samuel Milier,
publicada en 1803, señalaba en el subtítulo que contenía «U q bos­
quejo de las Revoluciones e Invenciones en las Ciencias, las Artes
y la Literatura durante dicho Período». Como el propio autor ad­
mitía, su obra era en muchos aspectos más una compilación que
un ensayo original, por lo que habría encontrado la idea de revo­
lución en la ciencia y en las artes en sus lecturas, que iduían obras
en francés, muy abundantes en sus notas y referencias.
En la «Recapitulación» que aparece al final del segundo volu­
men, Milier prestaba atención a «las revoluciones y progreso cien­
tífico», observando que la «última época se distingue notablemente
l>or REVOLUCIONES CIENTIFICAS»:

Las teorías son más numerosas que en cualquier otro período anterior, sus
sistemas se hallan más diversificados y las revoluciones se siguen en la más
rápida sucesión. En casi todas las área científicas, los cambios de moda o
doctrina y de autoridad se pisan los talones, hasta el punto de que tan sólo
enumerarlos y recordarlos resultaría difícil.

Milier se planteó el problema de explicar esta «frecuencia y rapidez


<lc las revoluciones científicas». Su solución resulta muy moderna,
«Indo que vio la causa primera de ello en la emergencia de lo que
boy día llamamos una «comunidad científica». Señalaba, en particu­
lar, la «extraordinaria difusión del conocimiento», «los enjambres
«le investigadores y experimentadores que florecían por doquier» y
«obre todo «el grado de intercambio sin precedentes del que disfru­
taban los científicos», lo cual tuvo como consecuencia «la completa
v rápida investigación que toda teoría nueva acostumbraba a recibir»,
lo que producía «la sucesiva erección y demolición de construcciones
más ingeniosas y espléndidas que cuanto anteriormente se había
producido». De este modo, «el mundo científico [se mantenía] más
<me nunca despierto y ocupado» mediante «una rápida sucesión de
descubrimientos, hipótesis, teorías y sistemas». Con una penetración
68 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

que muestra hasta qué punto Míller superaba los límites de un mero
compilador, concluía su «Recapitulación» observando que «E l si­
glo x v in era fundamentalmente LA EPOCA D E L INTERCAM BIO
LITER A R IO Y C IEN TIFIC O » (Miller, 1803 vol. 2, pp. 413,
438).

2.3. L a revolución newtoniana en las ciencias

Existe la tentación obvia de exagerar la posible significación del


conjunto de referencias a la obra científica de Newton, añadiéndole
algunos de los ejemplos anteriores de la palabra «revolución» en el
contexto de los inmensos cambios que se producen en las ciencias.
En efecto, hasta cierto punto puede parecer como un mero acciden­
te histórico que los Principia de Newton se publicasen a menos de
un año de distancia de la Gloriosa Revolución.
Tan pronto como surge la idea de revolución como propiedad
del pensamiento y la acción social y política, resulta inevitable apli­
carla a otras áreas de la actividad humana, con la única condición
de que ofrezcan muestras de cambio revolucionario en este nuevo
sentido. Ya hemos visto que la primera de esas áreas fue la de las
ciencias exactas, concretamente el desarrollo del cálculo y aquella
parte de la física compuesta por la dinámica y la mecánica celeste.
A medida que el siglo x v m transcurría, la designación de revolu­
cionario se extendió a los descubrimientos de Descartes y Copérnico,
así como a otros diversos acontecimientos científicos. Así pues, es
un hecho histórico que los Principia de Newton en concreto, y los
logros científicos newtonianos en general, se convirtieron en la pri­
mera revolución científica re c o n o c id aH ay que señalar además que,
hablando en general, este aspecto revolucionario no se percibió in­
mediatamente como el resultado característico de la ciencia galileana,
kepleriana o huygensiana. En los próximos capítulos señalaré los
elementos de juicio que hay en favor de la validez de este juicio.
Dicho brevemente, en lugar de tratar de definir qué es lo que
constituye una revolución científica para examinar a continuación
si tal definición se aplica a los descubrimientos de Newton, he pre­
ferido retrotraerme a los registros científicos históricos. En ellos,
he descubierto que el nuevo concepto de revolución se aplicó a la
ciencia newtoniana tan pronto como dicho concepto comenzó a ha­
cerse moneda corriente tras la Gloriosa Revolución. H e tomado los
escritos de los científicos de la época de Newton como guías a la
hora de definir las características de la revolución científica newto­
niana y he recurrido a ellos también para confirmar las opiniones
2. L a revolución científica y la newtoniana como conceptos históricos 69

que me he ido forjando a lo largo de tres décadas de estudio de la


ciencia newtoniana y su inmediato transfondo.
La identificación de una revolución científica newtoniana no
significa que Newton fuese el único en producir el cambio revolu­
cionario que se asoció a su nombre. Las raíces de la revolución
se retrotraen al menos hasta el siglo xvi, dándose innovaciones cru­
ciales a comienzos del x v n (fundamentalmente asociadas con Galileo,
Kepler y Descartes) que resultaban esenciales. Tampoco podría haber
tenido éxito la revolución newtoniana sin las contribuciones de
Wallis, Wren, Huygens, Hooke y otros. De ahí que surja la pre­
gunta de hasta qué punto Newton se limitó a llevar a cabo lo que
otros habían comenzado; esto es, a llevar el estudio de esas cues­
tiones más lejos, teniendo más fortuna que los anteriores. ¿O , acaso
sus logros constituyen de hecho algo tan novedoso que resultan en
sí y por sí mismos revolucionarios y no simplemente por la magni­
tud o alcance o profundidad de la feliz aplicación por parte de
Newton de una ciencia ya establecida hasta cierto punto? Esta pre­
gunta y otras similares a ella, que versan acerca del estudio y es­
tructura fina del cambio científico más bien que acerca de sus carac­
terísticas generales, ocuparán la mayor parte de la discusión que se
desarrolla en las próximas páginas.
Creo que no hay duda de que los científicos de la época de
Newton que escribían acerca de una revolución newtoniana en las
ciencias pensaban concretamente en la revolución elaborada por
los Principia. Uno de los principales objetivos de este libro es tratar
de precisar exactamente qué era tal revolución. Los Principia no eran
revolucionarios por su objetivo, consistente en aplicar las matemá­
ticas al estudio de la filosofía natural, ya que tal cosa se había hecho
ya en las obras de Galileo, de Kepler y, más recientemente, de Huy-

t icns. Incluso en la época griega, Arquímedes y Ptolomeo habían


ntraducido las matemáticas en el estudio de problemas del mundo
externo, mientras que el libro de Copémico Sobre las revoluciones
le las esferas celestes (1543) había indicado ya su carácter matemá­
tico al poner en la página inicial la frase que supuestamente figuraba
a la entrada de la Academia de Platón, según la cual no debía entrar
allí quien no supiese geometría. De hecho, Copérnico hizo aún más
explícito este extremo en su introducción, al señalar que «las ma­
temáticas son para los matemáticos». Concretamente, las dos áreas
exploradas por Newton en los Principia, la mecánica racional y el
movimiento de los cuerpos celestes, eran las que más habían sido
•ometidas a análisis matemático en la antigüedad, la Edad Media,
el Renacimiento y el propio siglo de Newton. Tampoco resulta
particularmente revolucionario haber producido una física basada
70 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

en las causas, dado que el titulo de la Astronomía nueva de Kepler,


de 1609, había señalado explícitamente que resultaba «nueva» por­
que se trataba de una «física basada en causas». Tampoco creo que
el rasgo revolucionario de los Principia resida en el tema del que se
ocupaba Newton, por más que casi todos los temas que toca en
su tratado se presentan de un modo un tanto nuevo. Incluso su éxito
a la hora de usar las mismas fuerzas (o causas) para explicar los
sucesos terrestres y celestes había sido ya presagiado por Kepler y
otros.
Tampoco se puede identificar completamente el aspecto revolu­
cionario de los Principia con la introducción de la fuerza newto­
niana de gravitación universal, ya que muchos contemporáneos y
sucesores de Newton plantearon las más duras objeciones a la in­
troducción de esta idea particular, una fuerza atractiva que puede
extenderse a muchos cientos de millones de millas, teniendo en
cuenta el modo en que el Sol afecta al movimiento de un cometa
en el afelio. Evidentemente, la magnificencia de los Principia no
residía tanto en las novedades particulares que contenía, cuanto
en el efecto colectivo de tantas novedades reunidas. Da manera si­
milar, podemos ver retrospectivamente que la grandeza de los Prin­
cipia no residía enteramente en el hecho de resolver tantos proble­
mas, sino en el hecho de que mostraba nuevos modos en los que
podrían resolverse tanto los problemas tradicionales como los de
nuevo cuño. Este efecto colectivo fue como una bomba capaz de
producir un desarrollo en el estado de las ciencias exactas de varios
órdenes de magnitud, toda una serie de saltos cuánticos. Mas, al
contemplar los Principia desde nuestra posición privilegiada de tres
siglos después, me parece (como creo que les pareció a algunos
newtonianos de la época de Newton) que lo más importante del
magnífico libro de Newton no residía en los éxitos individuales ni
en los nuevos métodos y conceptos exhibidos, ni incluso en el con­
junto de las innovaciones newtonianas, sino más bien en el estilo
newtoniano que los hizos posibles. En mi opinión, el aspecto más
revolucionario de los Principia de Newton fue la elaboración de un
método increíblemente eficaz para abordar matemáticamente las rea­
lidades del mundo externo, tal y como se muestran en los experi­
mentos y observaciones y se codifican mediante la razón. A eso es
a lo que yo llamo el estilo newtoniano, el estilo adoptado en los
Principia de Newton en aras del desarrollo de los principios mate­
máticos susceptibles de aplicarse de manera significativa y fecunda
a la filosofía natural.
Capítulo 3
LA REVOLUCION NEWTONIANA Y EL ESTILO
DE NEWTON

3.1. Algunos aspectos básicos de la ciencia exacta newtoniana:


las matemáticas y la disciplina de la imaginación creadora

Uno de los aspectos más sobresalientes del pensamiento cientí­


fico de Newton es la estrecha relación que media entre las matemá­
ticas y la ciencia física. No cabe la menor duda de que constituye
una muestra de su extraordinario genio el que pudiese ejercer se­
mejante pericia en la invención y diseño de los experimentos, en su
realización y en extraer de ellos sus consecuencias teóricas. También
hacia gala de una fértil imaginación a la hora de especular acerca
de la naturaleza de la materia (incluyendo su estructura, las fuerzas
capaces de mantenerla unida y las causas de las interacciones entre
los diversos tipos de materia). En el presente contexto, me ocupo
fundamentalmente de las matemáticas en relación con las ciencias
físicas de la dinámica y la mecánica celeste, y no en relación con
estos otros aspectos de los esfuerzos científicos de Newton. Como
veremos, por más que Newton expresase su piadoso deseo de que
la óptica se tomase en una rama plenamente desarrollada de la
ciencia matemática al estilo newtoniano, este área nunca alcanzó
ese estado durante su vida (véase § 3.11), razón por la cual las
investigaciones ópticas de Newton no reciben aquí una consideración
de importancia.
Los «principios de la filosofía natural» que Isaac Newton des­
plegó y elaboró en sus Principia son «principios matemáticos». Su
71
72 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

exploración de las propiedades de diversos movimientos bajo con­


diciones dadas de las fuerzas se basa en las matemáticas y no en
experimentos e inducciones. Lo que no resulta tan conocido es que
sus ensayos de matemáticas puras (geometría analítica y cálculo)
tienden a expresarse frecuentemente con el lenguaje y los principios
de la física del movimiento. Tal entretejido de dinámica y matemá­
ticas puras constituye otro de los rasgos característicos de la ciencia
de los Principia. Como veremos, Newton se nos revela como un
empirista matemático, por cuanto creía que tanto los postulados
básicos como los resultados finales del análisis matemático basado
en dichos postulados coincidían con el mundo real o externo, tal y
como los ponían de manifiesto la experimentación y la observación
crítica o precisa *. Ahora bien, tal objetivo se alcanzaba mediante
un tipo de pensamiento que, según decía explícitamente, se hallaba
en el plano del discurso matemático más bien que en el del físico
y que corresponde a lo que hoy día llamaríamos la exploración de
las consecuencias de un constructo matemático o de un sistema ma­
temático abstraído de la naturaleza, aunque análogo a ella.
A mi modo de ver, los logros de Newton en los Principia se
debieron a su extraordinaria habilidad para matematizar la ciencia
empírica o física. Las matemáticas servían inmediatamente para dis­
ciplinar su imaginación creadora, enfocando o agudizando por consi­
guiente su productividad, así como para dotar a su imaginación
creadora de nuevos y singulares poderes. Por ejemplo, lo que le
permitió descubrir el significado de las leyes de Kepler y mostrar
las relaciones entre la ley de áreas y la ley de inercia2 fue la exten­
sión de su potencia intelectual mediante las matemáticas, y no mera­
mente algún tipo de intuición física o filosófica. El poder de las
matemáticas puede verse también en el análisis que hace Newton
de la atracción de una esfera homogénea (o una capa esférica homo­
génea y, por ende, una esfera formada por tales capas). Newton
demuestra que si la fuerza varía sea de modo directamente propor­
cional a la distancia, sea inversamente al cuadrado de la distancia,
entonces la acción gravitatoria de la esfera será igual que si toda
la masa de la esfera estuviese concentrada en su centro geométrico.
Ambas condiciones, como señala Newton en el escolio a la propo­
sición 78 del libro primero, son los dos casos principales que se
dan en la naturaleza. La ley del inverso del cuadrado se aplica a
la acción gravitatoria sobre la superficie o en un punto exterior a la
esfera (habiéndose demostrado que la fuerza es nula en el interior).
La ley directa de la distancia se aplica a la acción sobre una par­
tícula en el interior de una esfera sólida. Podría haberse supuesto
que, en cualquier cuerpo sólido, la fuerza centrípeta, como la llama
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 73

Newton, de todo el cuerpo habría de «observar la misma ley de


aumento o disminución en el alejamiento del centro que las fuerzas
de las propias partículas», si bien para Newton se trata de un resul­
tado que debe alcanzarse por medio de las matemáticas. Las mate­
máticas muestran que es así para las dos condiciones enunciadas,
lo que, como Newton observa, «es muy notable»1.
Baste un solo ejemplo para mostrar la disciplina que las mate­
máticas imponen al libre ejercicio de la imaginación crítica. A lo
largo del siglo xvn, eran corrientes dos leyes diferentes para la ve­
locidad de los planetas. Una de ellas era la ley de áreas y la otra
era una ley según la cual un planeta posee una velocidad inversa­
mente proporcional a su distancia al Sol. Ambas leyes habían sido
descubiertas por Kepler, quien había abandonado la ley de la velo­
cidad proporcional a la distancia en la época en que descubrió las
órbitas elípticas4. Con todo, en una fecha tan tardía como es 1680,
tal y como se puede ver en una carta escrita a Newton, Hooke pen­
saba que ambas leyes de la velocidad planetaria podían ser válidas
y que ambas eran derivables a partir de una fuerza centrípeta in­
versa del cuadrados. En los Principia, Newton demostró que la ver­
dadera ley consistente con la de áreas afirma que la velocidad de
un planeta es inversamente proporcional no a la distancia del pla­
neta al Sol, sino a la distancia que separa al Sol de una línea tan­
gente trazada pasando por el planeta. Como se puede ver en la
figura 3.1, la diferencia entre la distancia directa y la distancia tan­
gencial se hace paulatinamente menor a medida que el planeta se
acerca al perielio o al afelio, desapareciendo completamente dicha
diferencia en estos ábsides. Hooke no parece haber dispuesto ni
de la capacidad matemática ni de la intuición matemática suficientes
para ver que las dos leyes de la velocidad que había propuesto en
su carta a Newton no podían ser ambas verdaderas; al parecer, ca­
recía de la censura matemática capaz de permitirle separar la verdad
del error en un problema que no fuese elemental; La austera disci­
plina de las dotes matemáticas superiores de Newton eliminó la falsa
lev de la velocidad proporcional a la distancia, que resulta incompa­
tible con la ley de áreas para este tipo de órbita*.
La finalidad fundamental de esta discusión es mostrar de qué
modo el pensamiento matemático de Newton era especialmente ade­
cuado para el análisis de problemas físicos y para la construcción y
modificación de modelos y de constructos y sistemas imaginativos,
por más que sea necesario tener presente que algunos de los con­
ceptos matemáticos básicos de Newton se derivaban a su vez de
situaciones físicas. Dado que Newton tendía a pensar en términos
de curvas trazadas o dibujadas por puntos en movimiento, su va-
74 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

Fio. 3.1.—S i el planeta se halla en el punto p,, la velocidad es inversamente


proporcional a la distancia Spj, y no a Sp,. Sin embargo, en el peribelio (P ) y
en el afelio (A), am bas * distan cias* se identifican. Como es natural, Sp2 se
traza desde S perpendicularmente a la tangente.

riable independiente fundamenta) era el tiempo. De hecho, los co­


mentarios que hace sobre el tiempo en sus tratados puramente ma­
temáticos se asemejan hasta tal punto a la presentación que hace del
tiempo en los Principia (bajo el rótulo de «tiempo absoluto, verda­
dero y matemático»)7 que resultaría difícil distinguirlos fuera de
contexto.
Existe un peligro obvio en hacer demasiado caso al lenguaje de
la física (tanto imágenes como metáforas) en las matemáticas de New­
ton, ya que, cuando en su opúsculo de octubre de 1666 sobre las
fluxiones (o el cálculo) escribe «Resolver problemas por el movi­
m iento»8, de hecho se ocupa de matemáticas puras, por más que
el lenguaje pueda sugerir que se trata de una cuestión física. De ser
así, lo mismo cabría pensar de cuantos escriben sobre problemas
de lugares geométricos desde la ¿poca griega, quienes trazarían una
curva o una línea mediante un punto en movimiento, o construirían
un sólido mediante la revolución de una figura plana en torno a
un eje (véase Whiteside, 1961¿; véase también Newton, 1967-,
vol. 1, p. 369, n. 2). Gim o veremos en los próximos capítulos, el
éxito de Newton a la hora de analizar la física del movimiento
dependía en gran medida de su habilidad para reducir las situaciones
físicas complejas a la simplicidad matemática, estudiando las pro­
piedades matemáticas de un sistema análogo al real que deseaba
comprender. De este modo, podemos ver cómo explora matemáti­
camente el movimiento de una masa puntual en un campo con una
fuerza central como primer paso para comprender la significación de
la ley de áreas de Kepler, en cuanto regla general y no en relación
). La revolución newtoniana y el estilo de Newton 75

con ningún sistema orbital específico. Newton era perfectamente


consciente de las diferencias que median entre las propiedades ma­
temáticas de tales constructos análogos simplificados y las propie­
dades físicas expresadas en relaciones, reglas o principios matemá­
ticos del mundo físico, tal y como se desvelan en los experimentos
y observaciones. Sin embargo, lectores posteriores y algunos estu­
diosos actuales tendieron a borrar las distinciones normalmente claras
de Newton. Al formalizar y desarrollar sus principios matemáticos
de la filosofía natural, Newton empleaba sus propias matemáticas
nuevas, por más que este hecho pueda verse enmascarado por la
ausencia generalizada en los Principia de un algoritmo formal para
el cálculo. Estas nuevas matemáticas aparecen en sus primeros es­
critos con una presentación puramente algebraica o simbólica, de
manera muy similar a los tratados actuales sobre análisis (aunque
con símbolos diferentes), así como en una discusión sobre el movi­
miento desde un punto de vista matemático. Esta última nos inte­
resa ahora, por cuanto lo que ahí está en juego no es meramente
el trazado cinemático vago de las condiciones de un lugar geomé­
trico, sino más bien la elaboración para fines de matemática pura
de la geometría de las curvas, basada en principios del movimiento
que se usan también en la cinemática física9. Lo que quizá sea
más importante aún que la estrecha conexión conceptual de las ma­
temáticas puras de Newton con las soluciones a problemas físicos
es que, mientras que existe un modo de pensamiento común tanto
a sus matemáticas como a su física, se da en sus Principia una con­
ciencia permanente de la diferencia fundamental que media entre los
principios matemáticos y la filosofía natural expresada a través de
los principios matemáticos.
Lo que con esto quiero decir es que, para fines puramente ma­
temáticos (esto es, en un contexto matemático y no con la mirada
puesta en la elucidación de problemas de física), Newton utiliza
principios de movimiento que se formulan como si fuesen principios
físicos aplicados al movimiento local físico (o locomoción), inclu­
yendo la resolución y composición de velocidades vectoriales y la
idea de movimiento inercial o uniforme,0. Según advierte D. T. Whi-
teside, hay que tener cuidado con no creer apresuradamente que
Newton empleaba principios físicos en las matemáticas puras. Lo
que estaba haciendo más bien era construir un sistema matemático
análogo (aunque no idéntico) a un sistema físico. Es decir, su «tiem­
po» matemático no es el tiempo físico de la experiencia, pudiéndose
decir lo mismo por lo que respecta a la «velocidad» matemática y
demás conceptos. Sin embargo, utilizó el mismo lenguaje en ambos
tipos de escritos sobre la física del movimiento y su desarrollo de
76 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

las matemáticas mediante una matemática del movimiento. Y o creo,


aunque naturalmente no se puede demostrar, que existe una estrecha
conexión entre la tendencia de Newton a pensar acerca de las ma­
temáticas puras en términos que son los mismos que los que apa­
recen en la física del movimiento, y su intuición y habilidad a la
hora de utilizar las matemáticas puras para resolver problemas sobre
el moviminto físico. Con todo, no debería hacerse mucho hincapié
en semejante conexión, que operaría solamente a nivel subconsciente,
dado que Isaac Barrow (por lo menos) también había escrito sobre
matemáticas puras con el lenguaje del movimiento, pudiendo haber
sido la fuente de inspiración directa de Newton.
El uso de los principios del movimiento en el intento de resolver
problemas de matemáticas puras puede verse con claridad en un
ejemplo sencillo que aparece en el W aste Book * , un escrito del
8 de noviembre de 1665, titulado «Cómo trazar tangentes a líneas
mecánicas» (fig. 3.2). Comienza así:

Lema. Si un cuerpo se mueve de a a b en el mismo tiempo en que otro


se mueve de a a e y un tercer cuerpo se mueve partiendo de a con un movi­
miento compuesto de estos dos, se moverá (completando el paralelogramo)
hasta d en el mismo tiempo, ya que esos movimientos lo llevarán respectiva­
mente, el uno de a a e, y el otro de c a i , etc. [Newton, 1967-, vol. 1, p. >77.1

Esto lo lleva al siguiente principio: «En la descripción de una


línea mecánica cualquiera, se pueden hallar dos movimientos tales
que componen o forman el movimiento del punto que la describe;
dicho movimiento, hallándose por medio de ellos según el lema, su
determinación estará en una tangente a la línea mecánica». H a co­
menzado con la regla del paralelogramo para las velocidades en los
movimientos físicos (incluida anteriormente en el W aste Book, en
enero de 1665), para proceder luego a generalizar dicha regla, en
lo que D. T. Whiteside ha llamado «un complejo de notas tempra­
nas sobre movimiento y fuerza», donde lo vemos escribir: «Si dos
cuerpos se mueven uniformemente en el mismo plano, su centro de
movimiento describirá una línea recta... Hacen lo mismo en planos
diversos» (Newton, 1967-, vol. 1, p. 377, n. 2; véase también
el vol. 4, pp. 270-273). Usando luego estos principios del movi­
miento en un sentido puramente matemático, se dirige a las curvas

* W aste Book («Cuaderno desaprovechado»), nombre que daba Newton a


una libreta que heredó de su padrastro casi sin usar (de ahí el nombre). Des­
tinada por éste a anotaciones teológicas, recibió mejor uso de Newton, conte­
niendo sus primeros pasos en el desarrollo del cálculo y la dinámica. (N ota
del traductor.)
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 77

«mecánicas» y procede además a considerar movimientos que gene­


ran una «hélice» (una espiral de Árquímedes), una «trocoide» acor­
tada (una cicloide general) y una cuadratiz. Se hacen luego aplica­
ciones a la elipse, la hipérbola y la parábola: «L as tangentes de líneas
geométricas se pueden hallar mediante sus descripciones de la mis­
ma manera» (Newton, 1967-, vol. 1, p. 380, escolio).
El programa newtoniano consistente en resolver problemas geo­
métricos mediante la aplicación de principios de movimiento uni­
forme (inercia!) y de la ley del paralelogramo para la combinación
de movimientos vectoriales sugiere la existencia en su mente de
un íntimo nexo entre sus exploraciones físicas y matemáticas (co­
menzando con principios e incluso ejemplos cartesianos y terminando
con el método de fluxiones aplicado a «movimientos límite» en re­
lación con problemas generales de tangentes y curvatura) (Newton,
1967-, vol. 1, pp. 369 y ss.).

b d

Además, no sólo empleaba la ley del paralelogramo y el principio


del movimiento uniforme, hada la misma época aproximadamente, en
un sentido matemático en opúsculos de matemáticas puras y en
sentido físico en opúsculos sobre la física del movimiento, sino que
dichos opúsculos son también físicamente similares, habiendo sido
escritos en las páginas de uno y el mismo cuaderno de notas, el
Waste Book E s más, creo que en las consideradones puramente
matemáticas de Newton acerca de los movimientos de un punto en
una elipse u otra sección cónica, se puede ver la preparadón inicial
de su mente creadora para enfrentarse con los movimientos de pla­
netas y cometas en elipses y parábolas, cosa que tendrá lugar unos
veinte años más tarde en los Prittápia; transidón, no obstante, que
distaba de ser obvia en aquella época, entrañando un paso de un
marco conceptual geométrico a las condidones de la dinámica física.
78 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

El lector que no haya estudiado nunca los escritos matemáticos


de Newton no puede hacerse una idea de su uso de una imaginería
cuasi física del movimiento en su presentación del método de flu­
xiones. Por ejemplo, en su Tratado del método de fluxiones y de
las series infinitas [T reatise of tbe M ethod of Fluxions and Infinite
Series], observa que «todas las dificultades» se pueden «reducir a
estos dos únicos problemas que voy a proponer, relativos al espacio
descrito por un movimiento local con cualquier aceleración o de­
celeración»:

I. Dada continuamente (es decir, para todos los tiempos) la longitud del
espacio descrito, hallar la velocidad del movimiento en cualquier tiempo pro­
puesto.
I I . Dada continuamente la velocidad del movimiento, hallar la longitud
del espacio descrito en cualquier tiempo propuesto12.

Newton propone como ejemplo la ecuación x2 = y, donde *y de­


signa la longitud del espacio descrito en un tiempo cualquiera que
se mide por un segundo espacio x a medida que aumenta con velo­
cidad uniforme». Así, 2xx (la primera fluxión o derivada respecto
al tiempo de x2) habrá de «designar la velocidad [y ] con la que se
procede a describir el espacio y en el mismo instante temporal».
Con otras palabras, Newton procederá a «considerar las magnitudes
como si fuesen generadas por incrementos continuos, a la manera
de un espacio descrito por un objeto móvil en su curso». Newton
llegó a utilizar las letras a, b, c ... para las constantes de las ecua­
ciones (magnitudes que «han de tomarse como conocidas y deter­
minadas») y v, x, y, z para las variables («magnitudes que considero
como perceptible aunque indefinidamente crecientes a partir de
otras»). Estas últimas reciben el nombre de «fluyentes» (fluentes),
y «las velocidades con que fluye cada una de ellas, aumentando por
su movimiento generador» se denominan «fluxiones» (fluxion es);
así pues, señala, «para la velocidad de la magnitud v escribiré v ...» u.
Este es el lenguaje de la física del movimiento que utiliza Newton
para desarrollar las matemáticas del movimiento en análisis puro.
Un ejemplo extraído del artículo sobre las fluxiones del Lexicón
technicum (1704) de John Harris ilustra la solución newtoniana
de los problemas por el movimiento. Se pide demostrar que la
fluxión de xy es xy + xy. En primer lugar, supóngase que «xy = un
rectángulo cualquiera hecho o desarrollado por un movimiento per­
petuo en fluxiones de uno de ambos lados, x o y, a lo largo del
otro». Las fluxiones de los lados son x e y, mediante las que «en­
tendemos la velocidad con que cada uno de ambos lados se mueve
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 79

para formar el rectángulo». La prueba se desarrolla a continuación


del modo fam iliar14.
Repárese en que Newton, en su Tratado de fluxiones, no se refiere
a un movimiento abstracto en un sentido aristotélico general, sino
al «movimiento local» o «locomoción», una transición temporal de
un punto a otro del espacio. No obstante, ha de tratarse de un mo­
vimiento en el espacio geométrico, más bien que en el espacio
físico, que es aquél para el cual los escolásticos tardíos dedicados
a la física matemática habían desarrollado conceptos y leyes del
movimiento uniforme y acelerado («diforme»). Como ha señalado
D. T . Whiteside, Newton seguía hasta cierto punto a Isaac Barrow,
cuyas Lectiones geometricae (1670) se publicaron escasas semanas
antes de que Newton comenzase a redactar la parte del Tratado
de fluxiones en la que se introducen los conceptos de movimiento.
Según Whiteside, Barrow «trata con cierta extensión del movimien­
to 'local’ de magnitudes ‘crecientes’ y 'decrecientes' y su 'flujo’ en
el tiempo» (Newton, 1967-, vol. 3, p. 71, n. 80). No deseo entrar
ahora en el problema de la deuda de Newton con Barrow por lo
que respecta a los conceptos del cálculo fluxional, conformándome
con señalar que tanto uno como otro utilizaban conceptos y prin­
cipios que se originaran en el estudio del movimiento físico en un
sentido matemático, esencialmente alejado de sus fuentes físicas.
Si Newton concebía de este modo las fluxiones y límites en
términos de un movimiento local matemático, no tiene que sorpren­
demos que haya desarrollado un poderoso instrumento para el aná­
lisis del movimiento local en sentido físico por medio de las mate­
máticas que recurrían al método de límites, a la manera de los Prin­
cipia. Muchos años más tarde, en torno a 1714, en un borrador de
su recensión anónima del Commercium epistolicum (Londres, 1712),
donde se afirma la prioridad de Newton en el descubrimiento del
cálculo, Newton subrayó una vez más que los conceptos matemáti­
cos similares a los utilizados en la física del movimiento eran fun­
damentales en su propia versión del cálculo u. «Considero el tiempo»,
escribía, «como fluyendo o incrementando con un flujo continuo,
y otras magnitudes como incrementando continuamente en el tiem­
po, y de la fluxión del tiempo tomo el nombre de fluxiones para
las velocidades con las que todas las demás magnitudes aumentan».
Su método consistía en «exponer el tiempo mediante cualquier mag­
nitud que fluya uniformemente» y, de un modo que nos recuerda
a Galileo, decía que su «método se deriva inmediatamente de la
propia naturaleza» (Newton. 1967-, vol. 3, p. 17).
En una introducción a una versión inglesa del M etbodus fluxio-
num de Newton, el traductor (John Colson) explicaba pormenori-
80 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

zadamente las conexiones existentes entre la física del movimiento


(mecánica racional) y las matemáticas de Newton:

£1 principio fundamental con el que se construye aquí el método de flu­


xiones es este principio simplicísimo tomado de la mecánica racional, y que
dice que la magnitud matemática, la extensión en particular, puede concebirse
como generada por el movimiento local continuo, y que todas las magnitudes,
cualesquiera que sean, pueden concebirse, al menos por analogía y acomodación,
como generadas de manera semejante. Consiguientemente, tiene que haber
velocidades comparativas de aumento y disminución durante dichas generaciones,
cuyas relaciones sean fijas y determinables, por lo que se puede pedir (como
problema) que se hallen. [Newton, 1736, p. n .]

Veremos más adelante (S 4.4) que sólo si se reconoce la naturaleza


matemática del tiempo en la física matemática de Newton, podremos
comprender uno de los aspectos importantes de los Principia, como
es la relación entre el movimiento bajo la acción individual de fuer­
zas discretas y el movimiento producido por una fuerza que actúe
continuamente.
Esta íntima conexión entre las matemáticas puras y la física del
movimiento es, según pienso, un aspecto característico de los Prin­
cipia de Newton, por el cual ciertos aspectos de la filosofía natural
se reducen a principios matemáticos, desarrollándose luego como
ejercicios matemáticos, para aplicarse de nuevo finalmente a proble­
mas físicos. El tema fundamental de los Principia es la dinámica
celeste y terrestre: la física del movimiento “ , o el movimiento de
los cuerpos bajo la acción de diversos tipos de fuerzas y diferentes
condiciones de impedimentos y resistencia. El método matemático
es fluxional17, usando infinitesimales que tienden a cero, siendo un
rasgo característico la aplicación de procesos de paso al límite a
condiciones geométricas y a proporciones (o ecuaciones) que obede­
cen a la representación de dichas condiciones. De ahí que la natu­
raleza cuasi física de las matemáticas newtonianas se adecuase espe­
cialmente a la solución de los problemas a los que se enfrentó en
los Principia. Con todo, por más que esta mezcla de unas matemá­
ticas puras derivadas o relacionadas con el movimiento y los pro­
blemas físicos del movimiento puedan haber llevado a Newton a
la consecución de resultados inauditos de asombrosa fecundidad,
este mismo aspecto de su obra ha provocado una gran confusión
entre sus comentadores e intérpretes desde el momento mismo de
su creación. (Véase S 3.6.) En concreto, no eran siempre conscientes
de cuándo Newton hablaba en el terreno de las matemáticas y cuán­
do en el de la física. Otras veces, quizá suponían que se trataba de
una distinción que no entrañaba diferencia alguna, por lo que no
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 81

se molestaban en indagar si Newton, el matemático, pretendía (en


los Principia) que se le entendiese siempre como físico “ . Como
se verá más adelante, un aspecto fundamental del método newto-
niano en los Principia (y tal vez en otros aspectos de su trabajo
en ciencias exactas) era su separación intuitiva de estos dos niveles
del discurso, utilizando en las ocasiones apropiadas sus resultados
matemáticos para iluminar el problema físico. El desdibujamiento
de las distinciones newtonianas, que ha producido una continua
malinterpretación del método de Newton y de sus propósitos, deriva
probablemente de leer ciertos escolios y secciones introductorias de
los Principia fuera del contexto de la física matemática en el que
están engastados y que pretendían ilu m in a r w.

3.2. Las matemáticas y la realidad física en la ciencia


exacta de Newton
*

Una de las formulaciones más claras que haya hecho Newton


de su propia posición tuvo como ocasión una respuesta a una crítica
de Leibniz. Los detalles de dicha critica nos llevarían muy lejos,
y nos basta con señalar aquí que Newton sostenía que lo que su
crítico «dijo acerca de la filosofía es ajeno al problema y por con­
siguiente seré muy breve». La base del desacuerdo de Newton con
Leibniz por lo que respecta a la «filosofía» (i. e., la filosofía natu­
ral) era triple. En primer lugar, «E l [Leibniz] niega las conclusiones
sin señalar el fallo de las premisas». En segundo lugar, «Sus argu­
mentos en contra de mí se basan en hipótesis metafísicas y preca­
rias, por lo que no me afectan, dado que yo me ocupo únicamente
de filosofía experimental». En tercer lugar, «E l cambia el signifi­
cado de las palabras Milagros y Cualidades ocultas, de manera que
pueda usarlas en contra de la gravitación universal...» Al escribir
esta última frase había empleado originalmente las palabras «en
contra de mí», lo que muestra hasta qué punto se había identificado
con el fruto conceptual de su intelecto'.
Como Newon señalaba una y otra vez, existía una diferencia
filosófica fundamental entre él y Leibniz. Para la filosofía de New­
ton, negar la gravitación universal sería legítimo tan sólo acudiendo
a los argumentos esgrimidos por él y retrotrayéndose a las premisas
de dichos argumentos, que eran una combinación de descubrimien­
tos empíricos, desarrollos matemáticos y lógica. No bastaba con
limitarse a decir que la idea de gravitación universal no es filosófi­
camente aceptable. De este modo, para comprender los fundamentos
de la ciencia exacta newtoniana (esto es, de la ciencia exacta de los
82 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

Principia) y los principales aspectos de la revolución científica new-


toniana, es preciso contemplar cuáles fueron de hecho los pasos me­
diante los cuales Newton llegó a la gravitación universal. Al hacerlo,
veremos por qué sostenía Newton que existe una diferencia pro­
funda entre las «hipótesis metafísicas y precarias» y la «filosofía
experimental». Finalmente, Newton estaba particularmente intere­
sado en los «Milagros y Cualidades ocultas». Negaba tajantemente
la importancia de los «Milagros» para su filosofía natural, en el
sentido de la suspensión de las leyes ordinarias de la naturaleza,
negando asimismo haber reintroducido en la ciencia las «Cualidades
ocultas» de la filosofía aristotélico-escolástica tardía. La propia gra­
vedad no era «Oculta», aunque lo fuese su causa, en el sentido de
que todavía se nos escapaba2.
Los éxitos espectaculares de Newton a la hora de producir una
explicación unificada de los acontecimientos celestes y de nuestra
tierra, así como a la hora de mostrar de qué modo fenómenos tan
diversos como el flujo y reflujo de las mareas y la irregularidad
del movimiento lunar podrían derivarse de un único principio de
gravitación universal, llamaron la atención sobre su manera de pro­
ceder, esa mezcla peculiar de razonamiento imaginativo más el uso
de técnicas matemáticas aplicadas a los datos empíricos que he dado
en llamar el estilo newtoniano. Su característica esencial consiste
en partir (fase uno) de un conjunto de supuestas entidades y condi­
ciones físicas que resultan más simples que las de la naturaleza y
que se pueden transferir del mundo de la naturaleza física al dominio
de las matemáticas. Un ejemplo de ello sería la reducción de los
problemas del movimiento planetario a un sistema de un cuerpo2,
un cuerpo aislado moviéndose en un campo con una fuerza central,
a fin de pasar luego a tomar en consideración una masa puntual
en vez de un cuerpo físico, suponiendo que se mueve en un espacio
matemático y en un tiempo matemático. Con este constructo, New­
ton no sólo ha simplificado e idealizado un sistema que se encuentra
en la naturaleza, sino que ha concebido imaginativamente un siste­
ma matemático que resulta paralelo o análogo al sistema natural.
En la medida en que las condiciones físicas del sistema se tornen
en reglas o proposiciones matemáticas, sus consecuencias se pueden
deducir mediante la aplicación de técnicas matemáticas.
Dado que el sistema matemático (para utilizar una expresión
de Newton en otro contexto) duplica el sistema físico idealizado,
las reglas o proporciones derivadas matemáticamente en uno de ellos
se podrán transferir al otro, comparándose y contrastándose con los
datos de experimentos y observaciones (así como con leyes, reglas
y proporciones experienciales extraídas de dichos datos). Esto cons-
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 83

tituye la segunda fase. Por ejemplo, en los Principia (proposicio­


nes 1 y 2 del libro primero), se muestra que la condición de una
masa puntual moviéndose con una componente inicial de movimiento
inercial en un campo con una fuerza central es condición necesaria
y suficiente de la ley de áreas, que se ha visto que es una relación
fenomenológicamente verificable del mundo externo astronómico.
La comparación y contraste con la realidad de la naturaleza ex­
periencia! (esto es, con las leyes, reglas y sistemas basados en ob­
servaciones y experimentos) exige usualmente una modificación de
la fase uno original. Ello lleva a ulteriores deducciones y, una vez
más, a nuevas comparaciones y contrastes con la naturaleza, en una
nueva fase segunda. De este modo, se da una alternancia de fases
una y dos que conduce a sistemas de progresiva complejidad y a un
aumento de la verosimilitud respecto a la naturaleza. Es decir, Newton
añade progresivamente más entidades, conceptos o condiciones al
sistema imaginativamente construido, a fin de hacer más conformes
con el mundo de la experiencia sea sus consecuencias matemática­
mente deducidas o las condiciones establecidas. En el ejemplo que
nos ocupa, el primero de estos pasos adicionales consiste en intro­
ducir las otras leyes keplerianas del movimiento planetario. La ter­
cera ley, aplicada al movimiento circular uniforme en combinación
con la regla newtoniana (de Huygens) para la fuerza centrípeta (cen­
trífuga), produce la ley del inverso del cuadrado para la fuerza. Se
muestra a continuación que una órbita elíptica exige una ley inversa
del cuadrado, cosa que también ocurre con una órbita parabólica
o hiperbólica.
En el siguiente estadio de complejidad o generalidad, Newton
añade al sistema un segundo cuerpo o masa puntual, ya que (como
dice Newton al comienzo de la sección 11 del libro primero de los
Principia) las atracciones no se ejercen hacia un punto espacial, sino
«hacia los cuerpos», en cuyo caso las acciones de cada uno de los
cuerpos sobre el otro son siempre iguales en magnitud, aunque de
direcciones opuestas. Hay aún otras condiciones adicionales que in­
cluyen la introducción de cuerpos con tamaños finitos y formas defi­
nidas, así como de un sistema de cuerpos interactuantes. (Está tam­
bién el problema de si los cuerpos se mueven a través de medios
con alguna ley específica de resistencia.)
Para Newton existe aún una fase final del proceso, cuando el
sistema y sus condiciones ya no se limitan simplemente a representar
Iii naturaleza simplificada e idealizada o un constructo matemático
Imaginario, sino que parece conformarse (o al menos duplicar) las
realidades del mundo exterior. Entonces es posible, como en el libro
tres de los Principia, aplicar el agregado de principios matemáticos
84 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

a la filosofía natural, a fin de elaborar el sistema newtoniano del


mundo. Esta es la fase final número tres del estilo newtoniano, la
coronación de su obra, que muestra la variedad de fenómenos natu­
rales que se pueden atribuir a la acción de la gravitación universal.
Tan sólo tras este estadio, y no antes, cedería el propio Newton •
a las exigencias de investigar la naturaleza, la causa o el modo de
operación de aquellas fuerzas que había empleado para dar cuenta
de los movimientos de los cuerpos terrestres, los planetas, sus lunas,
nuestra Luna, los cometas, las mareas y muchos otros fenómenos
diversos. Con todo, esta investigación adicional, que es una especie
de secuela de la fase tercera, sobrepasaba los requisitos del estilo
newtoniano, al menos en lo que atañe a los Principia. Incluso en
el escolio general con que se cierran las últimas «liciones de los
Principia, insistía Newton en que su dinámica gravitatoria y su
sistema del mundo podría aceptarse aun cuando nada hubiera dicho
acerca de la causa de la gravedad. Pero, con todo, expresó su con­
vicción personal de que la gravedad «existe realmente».
Una de las características del estilo newtoniano es que son las
matemáticas y no una serie de experimentos las que llevan al más
profundo conocimiento del universo y sus acciones. Naturalmente,
los datos de los experimentos y observaciones se emplean a fin de
determinar las condiciones iniciales de la investigación, los aspectos
que suministran los principios matemáticos que se aplican a la filo­
sofía natural, siendo también consciente Newton de que el éxito
de una filosofía natural determinada (o del sistema del mundo) debe
descansar en última instancia en la precisión o validez de los datos
empíricos a partir de los que se construyó. Además, la prueba del
resultado final consistía necesariamente en el grado y en la medida
en que era capaz de predecir y retrodecir los fenómenos observados
o las «reglas» fenomenológicamente determinadas (como las leyes
de Kepler). Aun así, en algunas ocasiones importantes, Newton
parece haber dado prioridad a la exactitud del sistema matemático
frente al carácter grosero de la ley empírica. En el caso de las leyes
de Kepler, la razón de ello es que, según el análisis de Newton,
muestran ser exactas únicamente en una situación muy restringida,
limitándose tan sólo a ser fenomenológicamente «verdaderas» (esto
es, son «verdaderas» tan sólo dentro de ciertos límites convencio­
nalmente aceptables de precisión observacional) respecto al mundo
real tal como lo muestra la experiencia. De ahí que el sistema del
mundo newtoniano, aun cuando Newton diga de él (en las últimas
ediciones de los Principia) que se basa en los «fenómenos», de
hecho se basa también hasta cierto punto en verdades de sistemas
matemáticos o idealizaciones de la naturaleza que se consideran como
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 83

equivalentes aproximados, pero no idénticos, a las condiciones del


mundo externo.
£1 sistema físico simplificado (y su análogo matemático, que
Newton desarrolla al comienzo de los Principia) da lugar a las tres
leyes de Kepler, sirviendo de hecho para explicarlas, al mostrar el
significado físico de cada una de ellas por separado. En resumidas
cuentas, este sistema o constructo no es un producto ficticio de la
imaginación libre, ni una ficción puramente arbitraria o hipotética
creada por la mente4, sino que se relaciona estrechamente con el
mundo real de Copérnico y Kepler, tal como nos lo presentan los
fenómenos y las leyes en ellos basadas. Al saborear por vez primera
la victoria, justamente antes de escribir los Principia y una vez ter­
minado el análiss de su sistema, el propio Newton pensaba que
era algo más que un constructo imaginario. Como veremos más aba­
jo, en una primera versión expresó su creencia en que había expli­
cado al fin plena y exactamente cómo opera la naturaleza en el
funcionamiento del sistema solar. Mas no duró mucho la ilusión,
ya que se hizo patente casi al instante que el constructo que había
estado estudiando no se acomodaba al mundo real. De este modo,
poco a poco, lo fue adornando con más y más propiedades capaces
de aproximarlo progresivamente al mundo de la realidad. En el
transcurso de estas transformaciones de su constructo, Newton se
vio conducido paulatinamente a la idea de una fuerza gravitatoria
mutua, idea que resulta tanto más conspicua cuanto que estaba
ausente de sus primeras consideraciones. Como resultado de ello,
es posible asignar una fecha límite precisa al primer paso dado hada
esta gran idea: no fue antes del mes de didembre de 1684 s.
Las ventajas del método newtoniano, tal como lo he bosquejado,
son múltiples. Ante todo, al hacer que al comienzo el constructo
sea sencillo, Newton se libra de las complicadones de estudiar la
naturaleza misma. Parte de una visión idealizada de la naturaleza,
en la cual se cumplen exactamente ciertas leyes descriptivas de las
posiciones y velocidades observadas (las leyes planetarias de Ke­
pler). Luego, basándose en las leyes y prindpios que subyacen a
tales leyes descriptivas, Newton procede a formular nuevos cons-
tructos, así como lejfes y prindpios subyacentes más generales, lle­
gando finalmente a la ley de la gravitadón universal en un sistema
nuevo, en el que las tres leyes planetarias originales, tal como las
había enunciado Kepler, son estrictamente hablando falsas (véa­
se S 5.8).
¿Acaso el último sistema de Newton sigue siendo un constructo
imaginario? ¿O acaso es ahora tan congruente con la realidad que
sus leyes y prindpios son las leyes y prindpios del universo? Newton
86 La revolución nevrtoniana y el estilo de Newton

do nos dice qué es lo que piensa al respecto, aunque podemos ima­


ginar cuál es su postura. Su primer constructo, en el que son válidas
las leyes de Kepler, resultaba ser un sistema de un cuerpo; era
básicamente una única partícula con masa moviéndose bajo la acción
de una fuerza dirigida hacia un centro fijo 6. A continuación, amplió .
y modificó los resultados verdaderos en el sistema de un cuerpo, a
fin de que pudiesen aplicarse también a un sistema de dos cuerpos,
en el que cada uno de ambos cuerpos actuase a su vez sobre el otro
con la misma fuerza inversa del cuadrado que actúa sobre un solo
cuerpo en el sistema anterior. Luego se introducen muchos cuerpos,
cada uno de los cuales actúa sobre todos los demás con una fuerza
inversa del cuadrado; y finalmente, los cuerpos poseen dimensiones
físicas y formas determinadas, sin limitarse a ser meras masas pun­
tuales o partículas. Se demuestra que la fuerza es como la gravedad
y que actúa mutuamente entre los cuerpos, viéndose luego que es
una fuerza universal proporcional al producto de las masas. De este
modo, Newton extiende su constructo de una masa puntual a dos
y luego a muchas, y de partículas o masas puntuales a cuerpos físi­
cos. Puesto que no hay más cuerpos que añadir, creo que habría
aducido que el sistema era completo. Se podrían imaginar y añadir
al sistema ulteriores complicaciones físicas o condiciones matemá­
ticas, como serían, por ejemplo, cuerpos de tamaño macroscópico
con masa negativa, o cuerpos que pudiesen interactuar con otros
mediante fuerzas gravitatorias tanto negativas (repulsiones) como
positivas (atracciones), tal como ocurre con los fenómenos eléctricos
y magnéticos. Sin embargo, teniendo en cuenta las observaciones
acumuladas durante muchos siglos, tales condiciones habrían sido
descartadas por su carácter altamente improbable, cuando no sim­
plemente imposible7. Naturalmente, puesto que Newton fue incapaz
de dar una solución general al problema de los tres cuerpos que
gravitan entre sí, se darían complicaciones imprevisibles de un sis­
tema de muchos cuerpos. Pero podemos conjeturar que estas con­
diciones especulativas no le preocupaban demasiado. Había dado
con el sistema del mundo.
Además, el sistema final parecería ciertamente haber superado
la condición de un mero constructo imaginario, por cuanto sus
resultados coincidían con muchos tipos diferentes de observaciones.
La teoría newtoniana podría explicar no sólo por qué caen todos
los cuerpos con la misma aceleración en un lugar dado de la tierra,
sino también el hecho observado de que la aceleración varía de
cierta manera definida con la latitud (tal y como muestra la varia­
ción concomitante del período de un péndulo simple que oscila
libremente) y otros factores. La teoría de la gravitación podría ex­
3. L a revolución nevrtoniana y el estilo de Newtoo 87

plicar también las mareas 8 y muchas características del movimiento


de la luna, pudiendo incluso predecir la forma oblonga de la tierra
a partir de los hechos conocidos de la precesión. La diversidad y
exactitud de las predicciones y retrodicciones verificables de la expe­
riencia suministraban todo tipo de razones para creer que el sistema
newtoniano del mundo, expuesto en el tercer libro de los Principia
y desarrollado y ampliado por otros, era sin duda el verdadero
sistema del mundo. Y por tal se tuvo durante más de doscientos
años ’ .
Hasta el descubrimiento de la teoría de la relatividad de Einstein
no se dio con una condición límite general de dicho sistema " . Du­
rante tan largo período apareció un importante fallo no resuelto por
lo que respecta a la predicción o retrodicción de los datos experi­
mentales de nuestro universo en el caso del avance del perihelio
de Mercurio, producido por una lentísima rotación de la órbita
del planeta. Este fallo del sistema newtoniano desarrollado es
pequeño y exige siglo y medio para acumular una discrepancia
de un único grado de arco (lo que permite calibrar el tremendo
aumento de la precisión de la astronomía de posición desde la época
de Newton). Con todo, este avance anual inexplicado o anómalo re­
presenta una cantidad grande, por cuanto que «altera el cálculo de la
posición de Mercurio en el tránsito en más de un diámetro planeta­
rio, lo que representa una magnitud imposible de ignorar» (Russell,
Dugan y Stewart, 1926, p. 306).
Dado que se vio que el sistema final conseguido por Newton
funcionaba tan bien, ya no tuvo que considerarse como un constructo
imaginario. Según una declaración de Newton, la gravitación uni­
versal «existe realmente», sirviendo para dar cuenta de un amplio
rango de fenómenos en una escala y hasta un punto nunca antes
logrado en las ciencias exactas. En este sentido, Newton tenía todas
las razones para pensar que había dilucidado el sistema del mundo
y no tan sólo un constructo imaginario capaz de satisfacer las ne­
cesidades de cómputo, ingeniado para «salvar los fenómenos» (véase
Duhem, 1969). Como él mismo decía en el escolio general, hay tres
condiciones de la gravedad que son suficientes, que bastan en filo­
sofía natural (o experimental). El primer lugar, es suficiente («Satis
cst») «que la gravedad exista realmente»; en segundo lugar, que la
pravedad «actúe según las leyes que hemos propuesto»; en tercer
lugar, que la gravedad «baste para explicar todos los movimientos
de los cuerpos celestes y de nuestro mar». Se le plantearon entonces
a Newton dos tipos completamente diversos de interrogantes. Los
primeros eran técnicos y consistían en elaborar, como él decía, los
«detalles» de la mecánica gravitatoria celeste, obteniendo consi­
88 La revolución newtoniana y el estilo de New ton

guientemente mejores resultados para problemas como el movimiento


de la luna. Ese campo de actividad puede considerarse como el per­
feccionamiento de los Principia en un plano «operativo» u. El se­
gundo tipo de interrogantes eran de una índole completamente
distinta, como es explicar la gravedad y su modo de acción o _
asignar «una causa a la gravedad». Con todo, sus críticos procedieron
de manera totalmente opuesta, comenzando por el enfadoso pro­
blema de cómo una fuerza del tipo de la gravitación universal pro­
puesta por Newton podía existir y actuar de acuerdo con las leyes
newtonianas, no aceptando por consiguiente los resultados formales
de los Principia en tanto en cuanto no encontrasen satisfactoria su
base conceptual. En otras palabras, dichos críticos no deseaban acep­
tar el modo de proceder del estilo newtoniano.

3.3. E l uso newtoniano de sistem as imaginarios y constructos


matemáticos en los Principia

El enfoque newtoniano de la dinámica celeste se basaba en las


ideas de la «filosofía mecánica» (materia y movimiento) más la muy
significativa idea adicional de fuerza. En la ciencia newtoniana, la
«fuerza» podría actuar de dos modos diversos fundamentales, o ins­
tantáneamente o continuamente. Uno de ellos es la acción de un
cuerpo cuando se ve golpeado o se encuentra con otro que altera
su estado de reposo o movimiento por impacto. Se trata de la situa­
ción familiar que se observa en los casos de las pelotas de tenis
golpeadas por las raquetas, de las bolas de billar que o bien chocan
con otras bolas o reciben un golpe de taco, o de las bolas de billar
que alteran su movimiento tras rebotar en la banda. En estos ejem­
plos, la causa del movimiento (el golpe o impacto) es claramente
discemible en el momento del contacto. Más adelante veremos que
esta situación se halla recogida en el enunciado fundamental de la
segunda ley del movimiento de los Principia, según la cual el cambio
de lo que Newton denomina «cantidad de movimiento» (que se mide
por el producto de la masa y la velocidad) es proporcional a la
fuerza impulsiva. El segundo modo de acción de las fuerzas se
puede ilustrar con el movimiento de los planetas. En este caso no
hay ningún golpe visible, no hay impacto, por más que en todo
instante deba de haber un fuerza en acción, de acuerdo con la pri­
mera ley o principio de inercia. Dado que se trata de una fuerza
que actúa continuamente, tal como muestra el cambio continuo de
la «cantidad de movimiento», hay una ley distinta para este tipo
de fuerzas: el cambio en la «cantidad de movimiento» newtoniano
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 89

(o momento) en un tiempo dado es proporcional a la fuerza o, dicho


con mayor propiedad, la tasa de cambio de la «cantidad de movi­
miento» es proporcional a la fuerza l.
En la época de Newton, la discusión fundamental en torno a la
ciencia de los Principia no versaba sobre cuestiones técnicas del
tipo de si la ley de inercia implica que todo movimiento curvilíneo
(como ocurre con los planetas) exige una fuerza constante, o incluso
de si la fuerza planetaria debe disminuir con el cuadrado de la dis­
tancia2. El desacuerdo con el sistema newtoniano, e incluso su re­
chazo, se basaba en una genuina preocupación acerca de si un cuerpo
podía real y verdaderamente «atraer» a otro cuerpo a través de
inmensas distancias de varios cientos de millones de millas. Antes
incluso de la publicación de los Principia, Huygens expresó su des­
agrado acerca de este mismo problema en una carta a Fatio de
Duillier (11 de julio de 1687), diciendo que esperaba que Newton
no «nos regale con suposiciones como la de la atracción» (Huygens,
1888-1950, vol. 9, p. 190; cf. Koyré, 1965, p. 116).
Las primeras críticas esgrimidas en el continente contra la física
newtoniana (las de Huygens, Leibniz, Fontenelle y un recensionista
anónimo en el Journal des Sçavans) giran todas ellas en tomo a
una cuestión metafísica, sin detenerse realmente en el tema de la
física, de la mecánica racional (dinámica) o de lo mecánica celeste.
Este problema metafísico era el de si se puede admitir en el dominio
de la ciencia algo que no sea materia y movimiento. En concreto, el
problema es si es posible aceptar la atracción, una fuerza que hace
que los cuerpos actúen mutuamente unos sobre otros «a distancia»,
una distancia que puede ser de cientos de millones de millas. Los
newtonianos posteriores señalarían los fenómenos de la electricidad
y del magnetismo al defender la existencia de una fuerza universal
de atracción 3. No es que afirmasen que la gravedad fuese en esencia
análoga a la electricidad y el magnetismo, ya que la gravedad difiere
de éstas por lo que respecta a su universalidad y a que nunca se
manifiesta repulsivamente, sino que señalaban que las fuerzas eléc­
tricas y magnéticas eran «reales», tal y como se puede ver por su
evidente capacidad para actuar a distancia sobre los cuerpos. De
este modo, argumentaban, si en la naturaleza existen fuerzas atrac-
tivas, ¿por qué no había de existir la gravitación universal? Con
todo, en los Principia no se utiliza semejante argumento.
Como Newton señala sin ambigüedad alguna, los libros primero
y segundo de los Principia son fundamentalmente matemáticos y no
físicos. Es decir, contienen «principios que no son filosóficos, sino
estrictamente matemáticos». Con todo, son «principios... en los que
se puede basar la filosofía natural», son «leyes y condiciones de los
90 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

movimientos y fuerzas que se relacionan muy especialmente con la


filosofía». Consciente de que tales «principios» podrían resultar
«áridos» a sus lectores, Newton «los ejemplificó mediante algunos
escolios filosóficos, abordando temas de carácter general que parecen
ser los fundamentos básicos de la filosofía, tales como la densidad
y resistencia de los cuerpos, los espacios vacíos de cuerpos y el
movimiento de la luz y del sonido» (Principia, libro tercero, in­
troducción).
El libro primero se abre con una sección 1 sobre la teoría de
lím ites4 que es puramente matemáticas. La sección 2 se ocupa de
las fuerzas centrípetas que actúan sobre masas puntuales, y la sec­
ción 3, de los movimientos en secciones cónicas. Aunque estas sec­
ciones son también puramente matemáticas6, se orientan claramente
a su utilización en la filosofía natural, ya que tratan de temas físicos
(o astronómicos) como la ley de áreas, el movimiento en órbitas
elípticas, etc. En la proposición 3 (en las ediciones segunda y ter­
cera), que trata de un cuerpo que se mueve en una órbita en torno
a otro cuerpo que está a su vez en movimiento, Newton denomina
respectivamente a tales cuerpos L y T , por lo que el lector no puede
evitar imaginarse inmediatamente a la Luna moviéndose en su órbita
en torno a la Tierra en movimiento. Asimismo, en la proposición 4,
que versa sobre las fuerzas centrípetas en el movimiento circular
uniforme, Newton (en un escolio filosófico) señala que el corolario 6
(«Si los tiempos periódicos son como la potencia 3 /2 de los radios...
las fuerzas centrípetas serán inversamente como los cuadrados de
los radios y a la inversa») se aplica al movimiento de los «cuerpos
celestes», tal y como Wren, Hooke y Halley han observado cada
uno por su parte. De acuerdo con ello, se propone «tratar más por
extenso de estas cuestiones relativas a las fuerzas centrípetas que
decrecen como los cuadrados de las distancias a los centros». Esta
afirmación no implica en absoluto que se vaya a abstener de estu­
diar cuestiones desprovistas de una aplicación inmediata a la física,
ya que, por más que su objetivo sea claramente la proposición 11,
sobre el movimiento en una elipse con una fuerza dirigida a uno
de sus focos, estudia primero los cuerpos que giran en la circunfe­
rencia de un círculo con una «fuerza centrípeta que tiende hacia
cualquier punto dado» (en la primera edición se leía: que tiende a
un punto dado de la circunferencia»), ocupándose luego de los
cuerpos que giran en una elipse con una «fuerza centrípeta que
tiende hacia el centro de la elipse». Curiosamente, no hay ningún
escolio «filosófico» que acompañe a la demostración que hace
Newton de que el movimiento orbital en una elipse implica una
fuerza centrípeta dirigida hacia un foco que varía inversamente al
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 91

cuadrado de la distancia7. Para encontrar tal cosa, el lector habrá


de esperar al tercer libro «Sobre el sistema del mundo».
Un poco más adelante, en la sección 6, que se ocupa funda­
mentalmente de los aspectos matemáticos del «problema de Kepler»,
Newton observa acerca de su solución que «la descripción de esta
curva resulta difícil» y consiguientemente propone «una solución
por aproximación [que] será preferible»8. Luego, al final de las
cuatro quintas partes de la sección 6, Newton dice que ha indicado
cómo obtener «una resolución analítica general al problema» de
hallar «el lugar de un cuerpo que se mueve en una trayectoria elíptica
dada en cualquier tiempo dado». Todo esto tenía fundamentalmente
un interés matemático más bien que práctico. Puesto que las solu­
ciones no tienen ninguna utilidad real para la realización de cálculos
astronómicos, propone (en la segunda y tercera edición) aún otro
«cómputo particular que... está mejor adaptado a fines astronómi­
cos», deconociendo de hecho el error que se deriva de su uso para
el movimiento orbital de Marte (donde «el error apenas excederá
un segundo»). Así pues, como es obvio, el interés fundamental de
esta sección es puramente matemático. El carácter matemático de
la sección siguiente se puede ver también por el hecho de que, tras
considerar las fuerzas centrípetas que varían con la distancia y aque­
llas que varían inversamente «al cuadrado de la distancia de los
lugares al centro»’ , hay una generalización final relativa al movi­
miento de los cuerpos suponiendo «una fuerza centrípeta de cual­
quier tipo». En la posterior sección 8 (en la que Newton supone
la posibilidad de integrar, «supuesta la cuadratura de órbitas curvi­
líneas» 10), aparece la proposición 41 que corona el trabajo anterior:
«Suponiendo una fuerza centrípeta de cualquier tipo, ...hallar las
trayectorias [i.e., las curvas] por las que se moverán los cuerpos,
así como los tiempos de sus movimientos por las trayectorias así
halladas». Se trata de un resultado matemático de gran generalidad
y potencia, en el que no se impone ninguna restricción sobre la
fuerza, que puede ser como cualquier función (no especificada) de
cualquier distancia n.
El carácter fundamentalmente matemático de las nueve primeras
secciones del libro primero es evidente por la ausencia general de
io que Newton ha denominado escolios «filosóficos», por más que
sea claro que Newton se dedique a producir proposiciones relativas
al movimiento de los cuerpos bajo una diversidad de condiciones
o restricciones de la fuerza, susceptibles de resultar útiles para los
problemas de la física del movimiento. En otras palabras, se ocupa
de las matemáticas de condiciones limitadas o arbitrarias y examina
las propiedades matemáticas de situaciones artificiales o constructos
92 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

imaginarios, sin estudiar la naturaleza tal como la muestran en toda


su complejidad los experimentos y observaciones. Sobre este extremo
no cabe duda alguna .
Así, por ejemplo, en la -sección 8 dice haber «considerado los
movimientos de los cuerpos en órbitas inmóviles», mientras que
en la sección 9 se ocupa de un sistema más complejo al que «añade»
ulteriores proposiciones «relativas a sus movimientos en órbitas que
giran en tomo a los centros de fuerza». Así pues, a medida que
Newton se aproxima a una situación como la que se da en el mundo
real, añade complicaciones que ponen de manifiesto que el conjunto
anterior de condiciones se hallaba tan simplificado como para cons­
tituir por definición un constructo matemático más bien que la na­
turaleza misma u.
Teniendo esto en cuenta, no debería hallarse ambigüedad alguna
en la tan malinterpretada introducción a la sección 11, sobre «El
movimiento de los cuerpos que tienden unos hacia otros por fuerzas
centrípetas». Newton comienza diciendo:

Hasta aquí he expuesto los movimientos de los cuerpos atraídos hacia un


centro inmóvil, por más que éste difícilmente pueda existir en el mundo real.
En efecto, por lo general las atracciones se dirigen hacia los cuerpos y, por la
tercera ley, las acciones de los cuerpos atrayentes y atraídos siempre son mutuas
e iguales, de tal modo que si hay dos cuerpos, ni el atraído ni el atrayente
pueden estar en reposo, sino que ambos (por el cuarto corolario de las leyes)
giran en tomo a un centro común, como si se tratase de una atracción mutua.
Y si hay más de dos cuerpos que o bien son atraídos por un solo cuerpo y lo
atraen a su vez, o bien todos se atraen mutuamente, dichos cuerpos deberán
moverse entre sí de tal modo que el centro común de gravedad o bien se
halle en reposo o bien se mueva uniformemente hacia adelante en línea recta.

Obsérvese la frase inicial de Newton, según la cual hasta ahora


se ha estado ocupando de una situación completamente artificial,
«quale tamen vix extat in rerum natura». Mas ¿qué pensar de que
los cuerpos sean «atraídos» o de la afirmación de que «por lo general
las atracciones se dirigen hacia los cuerpos»? ¿Acaso ello implica
que Newton dedica ahora su atención a la naturaleza física, en la
que cree ver atracciones y fuerzas que actúan a distancia?
Dejémoslo responder por sí mismo. Antes que nada, en lo que
resta del párrafo que acabamos de citar, dice:

Por esta razón, procedo ahora a explicar el movimiento de los cuerpos que
se atraen mutuamente, considerando a las fuerzas centrípetas como atraccio­
nes, por más que, si utilizamos el lenguaje de la física, quizá deberían denomi­
narse más propiamente impulsos. En efecto, aquí nos ocupamos de matemá­
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 93

ticas y, por consiguiente, dejando de lado toda discusión relativa a la física,


recurrimos al lenguaje familiar para que nos comprendan m is fácilmente los
lectores matemáticos M.

¿Qué quiere decir en realidad esto? Ante todo, Newton quiere


que sepamos que se «ocupa de matemáticas», por lo que ha dejado
«de lado toda discusión relativa a la física». Está ahora introduciendo
el término «atracción» para lo que hasta entonces había estado lla­
mando «fuerza centrípeta». En fin, se limita a «recurrir al lenguaje
familiar» para que lo «comprendan más fácilmente los lectores ma­
temáticos». En las secciones anteriores, 1-10, se había ocupado del
problema de un único centro de fuerza, razón por la cual la expre­
sión «fuerza centrípeta» resultaba apropiada. Pero ahora no sólo
tiene que haber todo un conjunto de fuerzas centrípetas, sino que
además cada una de ellas forma parte de un par de fuerzas mutuas
y opuestas. Dicho sea con brevedad, en un sistema de n cuerpos, no
hay n centros de fuerza, sino también n(n— 1) fuerzas dirigidas
hacia esos n centros. Esto es, cada uno de los cuerpos sería la fuente
de n— 1 fuerzas dirigidas hacia n— 1 centros. Estos centros hacia los
que se dirigen las n— 1 fuerzas ya no son meros centros de fuerza,
sino que son otros cuerpos. Bajo estas condiciones nuevas, en caso
de haber n(n— 1) fuerzas dirigidas hacia n cuerpos más bien que
hacia un único punto o centro, sería confundente seguir usando la
expresión «fuerza centrípeta». En este contexto Newton utiliza la
palabra «atracción» simplemente como generalización de «fuerza
centrípeta» para el caso de más de un único centro de fuerza. Newton
esperaba que su uso de la palabra ordinaria «atracción» fuese com­
prendido por sus «lectores matemáticos», por lo que decía realmente
lo que quería decir. Esto es, estaba explorando las consecuencias de
su constructo matemático mediante la derivación de propiedades
matemáticas de un sistema de interacción de dos o más cuerpos,
propiedades de «fuerzas centrípetamente dirigidas e interactuantes»
que por razones de conveniencia denominaba «atracciones» ° . Sin
embargo, la palabra «atracción» es una palabra cargada, y sus impli­
caciones físicas son tan evidentes para nosotros como para los con­
temporáneos de New ton1*. Y sin embargo, resultaría difícil hallar
otra palabra que expresase tan bien la situación en el contexto ma­
temático y que fuese capaz de comunicar tan fácilmente las propie­
dades de las imaginarias «fuerzas centrípetas dirigidas e interactuan­
tes». Dado que Newton deseaba centrarse sobre las propiedades
matemáticas, no creía que fuese preciso validar el uso de la palabra
«atracción», tal como señala. En la cita anterior, incluso admite que,
H La revolución newtoniana y el estilo de Newton

«de utilizar «el lenguaje de la física», dichas fuerzas «deberían deno­


minarse más propiamente impulsos» 17.
La estructura lógica de los Principia lleva al lector a retrotraerse
de esta afirmación a la definición 8, en la que Newton discute la
fuerza centrípeta. Por respecto a las «atracciones e impulsos», dice,
«recurro a palabras tales como 'atracción’, 'impulso’ o intercambia- ‘
blemente e indiscriminadamente a cualesquiera palabras que aludan
a cualquier tipo de tendencia hacia un centro, considerando a dichas
fuerzas desde un punto de vista matemático y no físico». Es eviden­
te, dicho con la terminología que he estado empleando, que Newton
se ocupa de un sistema imaginario, de un constructo matemático,
por lo que a continuación recomienda al lector «...n o pensar que
con dichas palabras pretendo en absoluto definir el tipo o el modo
de acción, la causa o su razón física, o que atribuyó fuerzas, en un
sentido físico y real, a determinados centros (que no son más que
puntos matemáticos); esto es así en cualquier ocasión en la que hable
de los centros como si atrayesen o estuviesen dotados de poderes
atractivos» “ .
Este extremo se subraya de nuevo en el escolio con que termina
la sección 11. Una vez más insiste en que

Uso aquí la palabra atracción en un sentido general para referirme a cual­


quier tendencia de los cuerpos a aproximarse unos a otros, ya sea <]ue esa
tendencia se produzca por la acción de los cuerpos ora para tender unos hacia
otros, ora para agitarse mutuamente por medio de la emisión de espíritus, ya
sea que se deba a la acción del éter, del aire o de un medio cualquiera, sea
corpóreo o incorpóreo, que impela unos hada otros a los cuerpos que flotan
en él. Uso la palabra im pulso en el mismo sentido general, considerando en
este tratado no las especies de las fuerzas y sus cualidades físicas, sino sus
magnitudes y proporciones matemáticas, tal y como he explicado en las defini­
ciones w.

Al emplear un lenguaje tan llano, Newton esperaba no ser malin-


terpretado, aunque la pura verdad es que sus críticos, desde sus
días hasta los nuestros, lo han malinterpretado. Tales críticos han
tendido a suponer que o bien Newton no quiso decir lo que dijo
o bien no dijo lo que quería decir.
La malinterpretación de las manifiestas intenciones de Newton
se debe quizá al hecho de que los Principia se leen normalmente a
trozos y no todos seguidos a capite ad calcem. En el libro tercero
se da una transición de los sistemas matemáticos a la realidad del
sistema del mundo. Ya que los resultados que ha obtenido de las
consideraciones de un sistema matemático o constructo imagina­
rio 30 se adecúan a las condiciones del mundo astronómico y terres-
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton

tre, Newton puede concluir que su constructo nttíZonfiúco con su


inespecíficada «atracción» es análogo al mundo de 1^.raalkfttíjapare­
ciendo representar, e incluso ser, el mundo real. Ent^scet^ y *®Iúí
entonces, surge el problema de qué podría «causar» 'semejante
«atracción». Newton cree haber mostrado que esta atracción o gra­
vitación universal no es más que la misma fuerza (i.e., la gravedad)
que opera cuando los cuerpos caen a tierra o son pesados respecto
n la tierra. Esto es, estrictamente lo que Newton ha mostrado es
que hay «fuerzas» que (para emplear su propia expresión) «reprodu­
cen» la acción de las fuerzas a distancia. Si se le presiona para que
demuestre la existencia física de tales fuerzas, podrá retirarse al
tipo de posición positivista consistente con el estilo Newtoniano,
como ocurre en la afirmación que aparece en el borrado del prefa­
cio (1717) a los Principia, donde dice «Causam gravitatis ex phae-
nomenis nondum didici» (Aún no he averiguado a partir de los
fenómenos cuál es la causa de la gravedad»). Con todo, la potencia
del método newtoniano, consistente en pensar en términos de cons-
tructos matemáticos, estriba en que le permite desplegar las pro­
piedades de un sisema de dos y tres cuerpos con independencia del
problema de si los cuerpos pueden atraerse o si se atraen de hecho.
Al menos le permite posponer tal problema para más adelante.
Brevemente, si Newton hubiese suprimido el libro tercero, «Del
sistema del mundo», tal como pretendió en cierta ocasión, quizá los
libros primero y segundo se hubieran interpretado en el contexto
en el que realmente se concibieron, tal y como Newton recuerda
constantemente. No obstante, digo «quizá» porque la mayoría de
los lectores habrían pasado por alto probablemente las advertencias
de Newton, interpretando el desarrollo matemático de las leyes de
los constructos y sistemas imaginarios como si se tratase de la elabo­
ración simple y directa de las leyes del universo físico, cosa que
ciertamente ocurre con mucha frecuencia, aunque no siempre. Puesto
que la finalidad última de Newton era la construcción de «principios
matemáticos» de la «filosofía natural» y no los «principios mate­
máticos» de sistemas arbitrarios, su insistencia en los diferentes
niveles del discurso matemático y físico podría haberse interpre­
tado como una mera distinción sin importancia.
La confusión de los lectores se puede ver mediante un ejemplo
más bien chocante del libro segundo de los Principia, en el que
resulta demasiado fácil olvidar (o ignorar) que Newton se ocupa
de un sistema matemático (o, en este caso, de un modelo explica­
tivo), creyendo que se discute en él un problema de la naturaleza.
Kn la proposición 23, Newton analiza la ley de Boyle, según la
cual en un gas (o «fluido elástico», como se denominaba entonces)
96 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

contenido en un recipiente, la presión es inversamente proporcional


al volumen. En los Principia, Newton explora las consecuencias de
suponer que existe una fuerza de repulsión mutua entre las partícu­
las que componen semejante «fluido elástico»; es decir, establece
un modelo de gas compresible «compuesto por partículas que se
repelen entre sí». A continuación demuestra que la ley de Boyle
es condición tanto necesaria como suficiente de que tal fuerza deba
variar inversamente a la distancia entre los centros de las partículas.
Como acostumbra a hacer siempre, Newton establece una je­
rarquía de análisis matemáticos y físicos de la causa. En esta pro­
posición, como trata de dejar absolutamente claro para sus lectores,
se ocupa tan sólo de un modelo, un modelo explicativo basado en
una fuerza entre partículas, con las consecuencias de suponer una
condición matemática de la fuerza, aunque no con el problema se­
cundario de la realidad física. Así lo dice explícitamente en un escolio
«filosófico»: «Ahora bien, es un problema filosófico el que los
fluidos elásticos consten realmente de partículas que se repelen entre
sí de esta manera». Newton tan sólo ha «...dem ostrado matemáti­
camente la propiedad de los fluidos que consten de partículas de
este tipo, de manera que los filósofos [i.e., los filósofos naturales
o físicos] puedan tener ocasión de discutir esta cuestión». Con
todo, lo que puede haber sido una fuente de confusión para sus
lectores es el hecho de que demostró que la supuesta ley de fuerza
es tanto una condición necesaria como suficiente de la ley de Boyle.
En otras palabras, no se trata de un caso simple de razonamiento
hipotético-deductivo. Newton no demuestra simplemente que si
hay una fuerza de repulsión /<x l/ r , entonces debe seguirse la ley
de Boyle, y por tanto la verdad de la ley de Boyle puede servir
como garantía de que existe realmente una fuerza de repulsión acorde
con la ley /<x l/r . Lo que ha demostrado es más bien que, bajo
las especiales condiciones propuestas, se puede demostrar adicio­
nalmente que la ley /<x l / r se sigue de la ley de Boyle. Por tanto,
es fácilmente comprensible que John Dalton, al toparse con esta
proposición, supusiese sencillamente que, dada la verdad obvia de la
ley de Boyle, Newton había demostrado que los gases se componen
de partículas que se repelen mutuamente21; no tomó al pie de la
letra la advertencia de Newton.
Este ejemplo ya lo hemos discutido anteriormente (en § 1.4) en
relación con la jerarquía de causas matemáticas y físicas, estable­
ciendo allí una comparación entre este modelo explicativo y el sis­
tema que Newton había imaginado, dentro del cual son válidas las
leyes de Kepler. No cabe la menor duda de que Newton los consi­
deraba a ambos de forma muy diversa. E l sencillo sistema para las
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 97

leyes de Kepler se podría modificar con facilidad, conduciendo gra­


dualmente a sistemas progresivamente más complejos y terminando
con lo que Newton consideraba como el sistema del mundo. £1
único problema conceptual era la admisión de una fuerza universal
de atracción. Sin embargo, en el modelo de la ley de Boyle, no sólo
estaba el problema de las fuerzas corpusculares de repulsión, sino
también el problema de que las fuerzas habrían de poseer la propie­
dad adicional de terminar en los corpúsculos vecinos o en sus pro­
ximidades, por más que la ley de fuerza (/<x l/ r ) no suministre
ninguna pista de que deba ser así. Newton sabía que su sencillo
sistema para las leyes de Kepler era un constructo que no se co­
rresponde con la realidad; consiguientemente, introdujo condiciones
más complejas que lo hacían conforme con el mundo real tal y como
lo muestran los experimentos y observaciones. A continuación, halló
de qué modo deben modificarse consiguientemente las leyes de Ke­
pler. Sin embargo, por lo que atañe al modelo de la ley de Boyle, ni
siquiera la ley de fuerza se expresaba clara y matemáticamente sin
la adición de condiciones arbitrarias que limitasen el alcance de la
acción de la fuerza. Ninguna advertencia era precisa para el sencillo
constructo matemático o imaginario en el que son verdaderas las
leyes de Kepler, pues habría de ser obvio para cualquiera que un
sistema de un cuerpo no puede corresponder al mundo de la natu­
raleza. Tampoco era precisa advertencia alguna para el complejo
sistema final, dado que Newton creía que ya no se trataba de un
constructo matemático, sino que correspondía a la naturaleza.
Hay, con todo, unos cuantos aspectos a tener en cuenta por
lo que respecta al modelo de la ley de Boyle. En primer lugar, está
la composición corpuscular de la materia, con la que Newton se
hallaba firmemente comprometido y que tal vez no considerase pre­
cisada de justificación, por más que no todos los científicos de la
época fuesen corpuscularistas o atomistas. Por el contrario, la pro­
puesta de que las partículas de materia tengan fuerzas asociadas a
ellas era entonces muy radical y aún deberían someterse a prueba.
Además, aun cuando se admitiesen tales fuerzas corpusculares, esta­
ba el problema adicional relativo a su corto alcance. Finalmente,
estaba el problema de si tal modelo estático correspondía a la natu­
raleza (o de si podría ser estable). Si se admitiesen todas estas cosas,
entonces la demostración de Newton mostraría que las fuerzas deben
variar inversamente a la distancia. Frente a la realidad de la gravi­
tación universal, que Newton consideraba demostrada, este modelo
se basaba en muchas suposiciones y, por consiguiente, requería una
advertencia pública. Sea lo que sea lo que Newton creyese en el
fondo de su corazón acerca de las fuerzas repulsivas entre las par­
98 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

tículas de los fluidos elásticos, tenía que hacer una advertencia pú­
blica, puesto que no tenía modo de convencer a una persona escép­
tica de la posible corrección física de su modelo22. El modelo de
la ley de Boyle no era sino una pequeña parte de una teoría general
de la materia y de las reacciones de la materia (esto es, la química),
basada en las fuerzas que se asientan en las partículas de la materia
y actúan entre ellas. Esta teoría de Newton nunca alcanzó el nivel
matemático de los Principia ni el carácter físicamente completo del
sistema newtoniano del mundo. Por consiguiente, tal vez este modelo
estático de un gas comprensible se quedase, incluso para el propio
Newton, en un simple modelo explicativo.
He empletado la palabra «modelo» al comentar el sistema inge­
niado por Newton para explicar la ley de Boyle, y lo he hecho porque
se trata de una estructura conceptual postulada para dar cuenta de
un cierto dominio de la experiencia. En este sentido, se parece hasta
cierto punto al modelo cinético-molecular postulado más tarde para
dar cuenta de las leyes de los gases. Quizá se pueda justificar asi­
mismo la denominación de «modelo» para el éter con varios grados
de densidad que propuso Newton para explicar la acción de la
gravitación universal. Mas para que ambos modelos puedan califi­
carse plenamente como tales en el sentido actualmente vigente, esas
propuestas explicativas tendrían que presentarse como metáforas más
bien que como posibles descripciones literales. No obstante, este
problema nos alejaría demasiado del tema que ahora nos ocupa.
Con todo, puede señalarse que lo que Newton utiliza en lo que he
denominado fases uno y dos del estilo newtoniano no puede tildarse
de modelo en este sentido, pues se trata de constructos imaginarios
concebidos a menudo (aunque no necesariamente) como análogos ma­
temáticos de la naturaleza simplificada e idealizada. Por el contrario,
al pasar a la fase tres, una vez que los principios matemáticos esta­
blecidos en las dos primeras fases se aplican a la filosofía natural,
Newton parecería haber empleado modelos (o haber usado algo
muy parecido a los modelos) a fin de explicar el modo de acción
o de transmisión de la fuerza de la gravitación universal o del resorte
del aire, de acuerdo respectivamente con la ley del inverso del cua­
drado o con la ley de Boyle (véase la nota 13).

3.4. Gravitación y atracción: la reacción de Huygens


ante los Principia
Newton no abrigaba la menor duda acerca de la existencia de la
gravitación universal, es decir acerca de que hay una fuerza que
hace unirse a cualquier par de cuerpos del universo, siendo deter­
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 99

minada cuantitativamente por el producto de sus masas y por el


inverso del cuadrado de la distancia que media entre ellas. No acep­
taba que la gravedad fuese una propiedad esencial de la materia, por
más que se encontrase en toda la materia. De hecho, dedicó una
buena dosis de energía intelectual al intento de hallar una causa
de tal fuerza, por más que en los Principia tal problema fuese pos­
tergado. Permítaseme recordar las famosas palabras del escolio ge­
neral con que termina la obra: « ...N o he sido capaz de deducir
de los fenómenos la razón [esto es, la razón física o causa] de estas
propiedades de la gravedad y yo no imagino [no invento] hipóte­
sis.» 1 Los críticos de Newton podían aceptar su descubrimiento de
que la Luna se movía como si su movimiento estuviese provocado
por la misma causa gravitatis responsable del peso en la Tierra,
pudiendo incluso estar de acuerdo con Newton en asignar la misma
causa al movimiento de los planetas en torno al Sol y al de los
satélites en tomo a los planetas; mas por lo que no pasaban era
por aceptar que tal fuerza centrípeta estuviese «causada» por una
fuerza de atracción2.
Así, Huygens escribía:

Nada tengo en contra de la V is Centrípeta, como la llama el señor Newton,


mediante la cual hace que los planetas graviten hada el sol y la luna, hada
la tierra; antes bien, estoy de acuerdo [con ¿I] sin [experimentar] dificultad
alguna, ya que no sólo se sabe por experienda que hay en la naturaleza tal
modo de atracdón o impulsión, sino que además resulta explicable mediante
las leyes del movimiento, como se ha visto en lo que he escrito supra relativo
a la gravedad. G atam en te, nada impide que la causa de esta V is Centrípeta
hada el sol sea similar a la que hace que los cuerpos que consideramos pesados
dcsdendan hada la tierra. Hace ya tiempo que se consideró que la figura
esférica del sol podría producirse por la misma [causa] que, según mi opinión,
ha producido la esferiddad de la tierra3.

En otras palabras, Huygens sabían muy bien que tenía que haber
una causa de algún tipo que actuase sobre los planetas, ya que de
otro modo se moverían en línea recta según el principio de inercia.
Lo mismo se puede decir de nuestra Luna en su movimiento en
torno a la Tierra. Además puede ocurrir perfectamente que sea
la misma causa la que hace que los cuerpos terrestres sean pesados
y desciendan en caída libre hacia la Tierra. Para Huygens, esta
causa podría ser la acción física de un conjunto de vórtices a la
manera cartesiana o neo-cartesiana.
A continuación, Huygens explica de qué modo Newton ha hecho
progresar considerablemente el conocimiento, de un modo que a él
no se le había ocurrido:
100 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

Y o no habla extendido la acción de la gravedad a distancias tan grandes


como las que hay entre el sol y los planetas o entre la luna y la tierra, y todo
d io debido a que los vórtices d d Señor Descartes, que anteriormente me ha­
blan pareado plausibles y que aún tenia en mente, me impedían hacerlo. Tam­
poco se me ocurrió esta disminución regular de la gravedad, concretamente,
que estaba en proporción reciproca a los cuadrados de las distancias entre los
centros, lo que constituye una nueva y notable propiedad de la gravedad que
ciertamente merece la pena investigar. [Huygens, 1888-1950, vol. 21, p. 472.]

Acto continuo, Huygens hace una concesión un tanto sorprendente:

Mas al ver ahora, gracias a las demostraciones d d señor Newton, que la


suposición de dicha gravedad hacia el sol, que disminuye según la proporción
mencionada, equilibra tan bien las fuerzas centrifugas de los planetas, produ­
ciendo precisamente d efecto del movimiento elíptico que Kepler había conje­
turado y demostrado por observadón, no puedo dudar ni de la verdad de estas
hipótesis relativas a la gravedad ni de la verdad d d sistema del señor Newton,
en tanto en cuanto se basa en ella... [Ib id .]

Mas, dejando de lado el movimiento planetario, la atracción era


otra cosa. Como señalaba Huygens:

Por lo que atañe a la Causa de las mareas que suministra d señor New­
ton, no me siento en absoluto satisfecho [ni por ella] ni por todas las restan­
tes Teorías que monta sobre este principio de Atracción que me parece absurdo,
como ya he mencionado en la adición al Discurso sobre la Gravedad. A me­
nudo me he maravillado de que se haya entregado a las molestias de realizar
tal número de investigadones y cálculos difíciles que no tienen más base que
ese mismísimo principio 4.

Además,

N o estoy de acuerdo con un principio... según d cual todas las minúsculas


partes que podamos imaginar en dos o varios cuerpos diferentes se atraen
entre si mutuamente o tienden a acercarse unos a otros.
E s algo que yo no podría admitir, ya que creo ver con claridad que la
causa de tal atracción no resulta explicable mediante ninguno de ios principios
de la mecánica o de las reglas del movimiento. Tampoco estoy convenddo de
la necesidad de la atracción mutua de los cuerpos como un todo, dado que he
demostrado que, aun cuando no existiese la tierra, los cuerpos no podrían dejar
de tender hada un centro en virtud de lo que denominmos gravedad3.

Al leer los Principia, Huygens se vio obligado a admitir que «los


vórtices [han sido] destruidos por N ew ton»6, si bien terminó por
sustituir los destruidos vórtices cartesianos por un nuevo tipo de
vórtices, de modo que los efectos de la. pudiesen seguir
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 101

siendo explicables por medio de la «materia» y el «movimiento»,


según los fundamentos de la filosofía mecánica7.
Huygens, molesto por la intrusión del concepto de atracción,
no se dio cuenta de que ese término aparece fundamentalmente
hacia el final del libro primero de los Principia, en el que Newton
se ocupa aún de matemáticas antes que de física; de lo que he dado
en llamar aquí un constructo matemático antes que de la realidad
física. Se trata de una distinción que Huygens no llegó a establecer,
sea porque no pudo sea porque no quiso, y de ahí que no alcanzase
a comprender por qué Newton se había tomado el trabajo de entre­
garse a una investigación sobre las implicaciones de un principio tan
absurdo como el de la atracción. Una consecuencia de ello fue que
Huygens se vio efectivamente imposibilitado para descubrir la ley
del inverso del cuadrado. Como ha señalado sabiamente Koyré
51965, p. 116), «Huygens pagó un elevadísimo precio por su fide­
lidad al cartesiano racionalismo ¿ outrance». No puede haber más
claro ejemplo del efecto inhibidor de los supuestos filosóficos rígidos
sobre la fuerza creativa de un científico de primera línea.
Huygens aceptó las demostraciones newtonianas relativas a la
causa (o fuerza) que opera en el movimiento planetario y a su iden­
tificación con la gravedad terrestre. Para él, Newton había hecho
dos «suposiciones» o «hipótesis»: que existe «tal gravedad hacia
el Sol» y «que disminuye según la mencionada proporción [del cua­
drado de la distancia]». Además, no podía «dudar de la verdad de
estas hipótesis relativas a la gravedad ni de la verdad del sistema del
Señor Newton, en tanto en cuanto se basa en ella». En resumen,
Huygens estaba dispuesto a aceptar el constructo más sencillo de
Netwon que aparece al comienzo del libro primero de los Principia,
ya que la gravedad postulada por Newton «equilibra tan bien las
fuerzas centrífugas de los planetas, produciendo precisamente el
efecto del movimiento elíptico [kepleriano]». Dejando aparte el
hecho de que Huygens no captó realmente el mensaje de los Prin­
cipia, por lo que seguía pensando en un juego o equilibrio de
fuerzas centrífugas y centrípetas, más bien que en la acción de una
fuerza centrípeta sobre un cuerpo con movimiento inercial, su afir­
mación nos resulta de interés por cuanto muestra su deseo de aceptar
d constructo matemático de un solo cuerpo o el sistema de la ver­
sión simplificada e idealizada de la naturaleza que constituía su
análogo. No se rebeló contra el concepto de centro de fuerza, dado
que podía armonizarse con alguna variedad del concepto de vórtice.
Sin embargo, Huygens no podía conceder credibilidad al sistema o
constructo newtoniano de dos cuerpos, por no hablar del sistema
o constructo de muchos cuerpos que llegó a poseer todas las pro­
102 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

piedades del sistema del mundo, por la sencilla razón de que enton­
ces tendría que haber una fuerza dirigida hacia cada uno de los
cuerpos, y eso no se podía acomodar en una teoría de vórtices en
la que el cuerpo central no desempeña ninguna función física en
absoluto. Además esta atracción mutua entre dos cuerpos sugiere
una atracción, un concepto que para Huygens era absolutamente
tabú *.
Hemos visto hasta qué punto aborrecía Huygens la atracción,
llegando incluso a preguntarse cómo es que Newton podía haber
empleado tantas horas tediosas investigando y calculando los efectos
de un supuesto principio de atracción «que me parece absurdo».
A este respecto, Huygens aludía específicamente a la teoría newto­
niana de las mareas, por más que Newton nunca utilice la palabra
«atracción» en conexión con las mareas. De hecho, trataba de ate­
nerse a la distinción que había establecido entre modelos matemá­
ticos y realidad física, entre los niveles del discurso de los libros
primero y segundo de los Principia y del libro tercero («Sobre el
sistema del mundo»). La gravedad y la gravitación constituyen con­
ceptos físicos propios del libro tercero, si bien hemos visto que
Newton señalaba que la «atracción» se había introducido en un
sentido matemático y no físico, por lo que correspondía exclusiva­
mente a los libros primero y segundo.
El modo en que Newton mantuvo la distinción que había esta­
blecido entre «atracción» y «gravedad» (o «gravitación») se pone
de manifiesto en el Index verborum 9 de los Principia, que recoge
algo más de trescientos casos del nombre attractio o del verbo
attrabere en todas las formas gramaticales. Más del 90 por ciento
de esos casos aparece en los libros primero y segundo, dándose tan
sólo 18 casos en el libro tercero, nueve de los cuales se refieren a
atracciones magnéticas o eléctricas. De los restantes, dos aparecen
en partes sin importancia dedicadas a la discusión d e los cometas
y cuatro se concentran en la demostración de una sola proposición
(la 28), que no es especialmente importante,0. Así pues, el lector
que realmente quiera ver cómo usa Newton «atraer» o «atracción*
en el libro tercero se verá limitado a tres ejemplos (de los cuales
solamente dos aparecen en la primera edición). E l primero de ellos
se halla en el corolario 1 a la proposición 5, donde al discutir la
gravedad (y la gravitación de Júpiter «hacia todos sus satélites,
Saturno hacia sus satélites y la Tierra... hacia la Luna, así como el
Sol hacia todos los planetas primarios»), observa como principio
general que «toda atracción es mutua, por la tercera ley del movi­
miento». También en el corolario 3 afirma: «Júpiter y Saturno, cerca
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 103

de la conjunción, al atraerse uno al otro, perturban sensiblemente


sus respectivos movimientos»u. Finalmente, hada la mitad de la
larga demostradón de la proposición 6, hay una referenda a una
«desigualdad de la atracción» que perturbaría los movimientos de
los satélites de Júpiter. En las demás partes del libro tercero, New­
ton utiliza más bien gravitas y gravitatio (y no attractio) y gravitare
(no attraheré). El Index verborum muestra también que en el libro
primero de los Principia hay tan sólo dos casos del verbo gravitare
en cualquiera de sus formas gramaticales, y ambos aparecen en ejem­
plos llamados a ilustrar las definiciones. El sustantivo gravitas o
gravitatio no se encuentra en parte alguna de los libros primero
y segundo. Las palabras «gravedad» y «gravitar» pertenecen al len­
guaje de la física terrestre y celeste, siendo adecuadas para el libro
tercero, sin que tengan lugar en la elaboración matemática de las
propiedades de los constructos imaginarios del libro primero.

3.5. La trayectoria de Newton desde los sistem as imaginarios


o constructos y principios matemáticos a la filosofía natural:
el sistem a del mundo

El uso newtoniano de los sistemas o constructos matemáticos


en relación con la filosofía natural en ninguna parte aparece mejor
ejemplificado que en el libro segundo de los Principia. De hecho,
las tres primeras secciones investigan las consecuencias de otros tan­
tos constructos matemáticos diferentes. En la sección 1, el movi­
miento de los cuerpos se enfrenta a una resistencia «proporcional
a la velocidad»; en la sección 2, la resistencia es como «los cua­
drados de las velocidades»; en la sección 3, la resistencia se halla
«en parte en proporción a la velocidad y en parte es como el cua­
drado de dicha proporción». Obviamente, las tres condiciones no
pueden convenir a la misma realidad física, ni se pueden aplicar
las tres simultáneamente para matematizar los mismos fenómenos
físicos. El propio Newton subraya que su método consiste en re­
currir a constructos matemáticos imaginarios cuando, en un escolio
con que termina la sección 1, informa a sus lectores de que la con­
dición según la cual la resistencia es proporcional a la velocidad
«es más una hipótesis matemática que una hipótesis física».
Una vez más, al final del libro segundo, coloca una hipótesis
introductoria ante la sección 9, con la cual demuestra que la teoría
de los vórtices cartesianos resulta inconsistente con la tercera ley
de Kepler:
104 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

H ipótesis
La resistencia derivada de la falta de lubricidad de las partes de un fluido
es, caeteris paribus, proporcional a la velocidad con la que las partes del
fluido se separan unas de otras.

En un escolio que aparece más avanzada la sección 9, sin embargo,


dice que esta «hipótesis» se ha introducido sencillamente «en aras
de la demostración». En otras palabras, ha propuesto un constructo
o sistema imaginario que no es más que una aproximación a la
realidad física, habiéndolo usado tan sólo para demostrar que la
teoría cartesiana de los vórtices es contradictoria con la realidad
física de las leyes de Kepler. Con todo, la prueba no es definitiva,
ya que se basa en tal constructo que no es un análogo directo de
la realidad experimental. Señala a continuación que si en lugar de
emplear este constructo se elige otro que sea más análogo a la rea­
lidad, entonces la contradicción es aún mayor. Las condiciones más
semejantes a la realidad suministran las contradicciones más paten­
tes de todas, la confutación definitiva de la teoría cartesiana. Asi
pues, respecto al constructo (o «hipótesis») que ha introducido, se­
ñala Newton que «es en verdad probable que la resistencia se halle
en una razón menor que la de la velocidad»; en este caso, la dis­
crepancia entre la teoría de los vórtices y la tercera ley de Kepler
resultaría ser aún mayor. Nótese que en este ejemplo la destrucción
de la teoría cartesiana de los vórtices no requiere una ley de la
naturaleza exacta; basta con un constructo en tanto en cuanto se
sepa si la diferencia entre la ley verdadera y la supuesta en el cons­
tructo introduce un factor de corrección positivo o negativo.
Según el estilo newtoniano de los Principia, la física se enfrenta
al importante problema de cómo pasar de los constructos o sistemas
matemáticos a la realidad física, o de los «principios matemáticos*
de tales sistemas o constructos a los «principios matemáticos de la
filosofía natural». En la conclusión al escolio que aparece al final
de la sección 11 del libro primero, Newton da explícitamente las
reglas para pasar de las matemáticas a la física, de los constructos
o sistemas imaginarios a la filosofía natural:

En matemáticas, lo que hay que hacer es investigar las magnitudes de las


fuerzas y aquellas razones que se siguen de cualesquiera condiciones que se
puedan suponer. Luego, al pasar a la física, dichas razones se han de confron­
tar con los fenómenos a fin de hallar qué condiciones de las fuerzas se apli­
can a cada clase de cuerpos atrayentes. Finalmente, será posible discutir con
mayores garantías sobre las especies físicas, las causas físicas y las proporciones
físicas de estas fuerzas.
3. La revolución nevtoniana y el estilo de Newton 105

Cada una de las frases de este párrafo corresponde a una de


las tres fases sucesivas del método newtoniano de los Principia.
Aunque se discutirán más ampliamente en la sección $ 3.7, podemos
subrayar ahora una vez más que la potencia del método deriva del
hecho de que en la fase primera hay una completa libertad respecto
a cualesquiera restricciones sobre la naturaleza física o incluso ex-
periencial o sobre consideraciones relativas a lo que resulta permi­
sible según los «theroata» o cánones de aceptabilidad impuestos
por las normas metacientíficas de la época. En la fase dos es cuando
se establecen comparaciones entre los constructos y la realidad física
tal como se muestra en los experimentos y observaciones y en los
cálculos basados en datos reales. Los problemas relativos a la causa
física o la naturaleza de una fuerza tan sólo precisan surgir a con­
tinuación de la fase tres, una vez que han sido aplicados a la filo­
sofía natural los principios matemáticos (establecidos en las dos fases
anteriores).
Veamos de qué modo ejemplifica Newton estos preceptos en
el libro tercero de los Principia. E l proceder de Newton es un tanto
diferente de lo que se podría imaginar, ya que no comienza el tercer
libro (sobre el sistema del mundo) con las tres leyes de Kepler,
dadas por observación, para aplicar luego los teoremas del libro
primero relativos a la ley de áreas y las órbitas elípticas. Por el
contrario, propone para empezar un conjunto de «Reglas para el es­
tudio de la filosofía natural», seguido de un conjunto de «Fenóme­
nos» i. Los dos primeros fenómenos enuncian la ley de áreas y la
ley armónica (aunque no la de las órbitas elípticas) para los saté­
lites de Júpiter y Saturno2. La ley armónica se confirma por me­
diciones tabuladas, mientras que la ley de áreas se sigue de la cuasi
circularidad de las órbitas de los satélites de Júpiter y su movimiento
uniforme. El fenómeno 3 muestra pruebas observacionales en favor
de la tesis copernicana según la cual las órbitas de Mercurio, Venus,
Marte, Júpiter y Saturno «rodean al Sol»; el fenómeno 4 establece
la ley armónica para estos cinco planetas y la Tierra, y los fenóme­
nos 5 y 6 enuncian la ley de áreas para los planetas y para nuestra
Luna3.
Puesto que Newton excluye las órbitas elípticas de estos fenó­
menos, no puede utilizar directamente el constructo que llevaba
en el libro primero a la ley del inverso del cuadrado. Sin embargo,
para los satélites de Júpiter, la ley de áreas (más las proposicio­
nes 2 y 3 del libro primero) muestra que las fuerzas mediante las
cuales dichos satélites «se ven continuamente apartados de sus órbi­
tas rectilíneas» se hallan «dirigidas al centro de Júpiter». En la se­
gunda parte de la proposición 1 del libro tercero, Newton utiliza
106 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

el corolario 6 de la proposición 4 del libro primero, que trata del


movimiento uniforme en órbitas circulares, a fin de mostrar que las
fuerzas que actúan sobre dichos satélites son «inversamente propor­
cionales a los cuadrados de las distancias que median entre sus
posiciones y el centro»4. Lo mismo se afirma de los satélites de
Saturno. El modelo circular de la proposición 4 del libro primero
es lo suficientemente preciso para tener validez en filosofía natural
en el caso de los sistemas de satélites de Júpiter y Saturno.
Una vez más, a partir de los fenómenos (la tercera ley de Kepler
y la ley de áreas observada), Newton ve cómo aplicar su constructo
más simple, concebido en términos de un sistema de un cuerpo con
órbitas circulares (proposición 2 y proposición 3 del libro primero),
para demostrar que hay una fuerza que aparta continuamente a los
planetas de «sus órbitas rectilíneas», manteniéndolos «en sus órbitas
respectivas», y que está dirigida hacia el Sol, variando inversamente
al cuadrado de la distancia (proposición 2, libro tres). Newton de­
muestra luego esta misma proposición 2 de un modo distinto, recu­
rriendo a un constructo más avanzado (introducido en la proposi­
ción 45, corolario 1, libro primero), demostrando ahora a partir
del hecho observado «de que los afelios se hallan en reposo» que
la fuerza debe variar inversamente al cuadrado de la distancia1.
Así, Newton comienza utilizando el constructo más simple po­
sible, el del sistema de un cuerpo y una órbita circular, para los
satélites de Júpiter (y los de Saturno en las ediciones segunda y ter­
cera), así como para los planetas. Mas procede luego a utilizar un
constructo más complejo para los planetas, que se toma de la sec­
ción 9 del libro primero, donde Newton pasa de la consideración
de los cuerpos en órbitas inmóviles al movimiento de los cuerpos
en órbitas móviles, tema que lleva a «el movimiento de los ábsides».
Investiga aquí la diferencia que media entre las fuerzas que pro­
ducen un movimiento de área uniforme en una órbita en reposo y
en una órbita que gira en torno al centro de fuerza. Para el caso
de órbitas cuasi circulares, Newton examina el movimiento de los
ábsides (proposición 45, sección 9, libro primero). Se trata de un
constructo curioso, ya que Newton aún no ha introducido el sistema
de dos cuerpos (que no hará su aparición hasta la sección 11) ni
las perturbaciones que surgen si hay tres o más cuerpos en interac­
ción. Con todo, el constructo utilizado en la proposición 45 es el
de un solo cuerpo moviéndose en torno a un centro de fuerza mien­
tras actúa sobre él una segunda fuerza (procedente de una fuente
aún por especificar). Este procedimiento, consistente en introducir
órbitas móviles hallándose tan poco avanzado el libro primero, pue­
de mostrar hasta qué punto procedía por órdenes de complejidad
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 107

matemática en d desarrollo de sus constructos y no mediante su­


cesivas aproximaciones a la naturaleza física.
En el constructo de la sección 9, Newton termina considerando
(proposición 45, corolario 2) un doble conjunto de condiciones:
1) que un cuerpo bajo la acción de una fuerza centrípeta inversa
del cuadrado de la altitud «gira en una elipse con un foco en el
centro de fuerza», y 2) que existe otra «fuerza extraña» (una fuerza
exterior o extraña) que ha de «sumarse o restarse de esta fuer­
za cetrípeta». Bajo estas condiciones, el corolario 2 a la proposi­
ción 45 del libro primero dice que «se puede hallar el movimiento
de los ábsides que resulta de esta fuerza extraña... y a la inversa».
Esta «fuerza extraña» se concibe como instantáneamente dirigida
hada el centro primario de fuerza.
En el anterior corolario 1, Newton muestra cómo computar la
magnitud de esta «fuerza extraña» partiendo del movimiento de los
ábsides, siendo uno de los resultados que los ábsides sólo pueden
hallarse en reposo cuando la fuerza centrípeta es exactamente como
d inverso del cuadrado de la distanda6. En el caso de los planetas,
los ábsides se hallan en reposo, por lo que la fuerza ha de ser in­
versa del cuadrado (proposidón 2, libro tercero). Los ábsides de
la Luna no están realmente en reposo, por más que el movimiento
del apogeo lunar sea «muy lento», por lo que «puede ignorarse»
(proposidón 3 del libro tercero). De hecho, teniendo en cuenta el
movimiento observado de «tres grados y tres minutos hada ade­
lante» en cada revoludón. Newton señala que la fuerza sería inver­
samente proporcional a la potenda 2 — — de la «distancia de la Luna
243
ni centro de la T ierra»7. Este análisis del comienzo del libro tercero
(tanto la naturaleza de los elementos de juido en pro de la ley
de áreas como el uso de constructos procedentes del libro primero)
indica que difícilmente se puede decir que Newton haya fundado
su sistema del mundo en un terreno simplemente fenomenológico.
Tras haber mostrado que la Tierra posee una fuerza inversa del
cuadrado que actúa sobre la Luna y que está dirigida hada el cen­
tro de la Tierra, Newton procede (proposición 4 del libro tercero)
n identificar dicha fuerza con la gravedad terrestre. En esencia, la
prueba es como sigue. Ha demostrado que la fuerza de la Tierra
sobre la Luna es como el inverso del cuadrado de la distancia, y
de ahí que en la superficie de la Tierra esa fuerza sea 60 X 60 veces
superior a lo que es en la órbita de la Luna. Según eso, la fuerza
terrestre (por la segunda ley del movimiento) hará que, en la Tierra,
un objeto caiga en un segundo por una distancia 60 X 60 veces
superior a aquélla por la que caería en la órbita lunar. Este cálculo
108 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

se ve confirmado por experimentos con péndulos que suministran


la aceleración de la gravedad en la superficie de la Tierra. Por con­
siguiente, «la fuerza mediante la que la Luna se mantiene en su
órbita, al descender de la órbita lunar a la superficie de la Tierra,
resulta ser igual a nuestra fuerza de la gravedad [aquí en la Tie­
r r a ] » '. La primera fase de la demostración se basa en un constructo
simple, «la hipótesis de que la Tierra se halla en reposo». A con­
tinuación, Newton procede a usar un constructo más complejo (ba­
sado en la proposición 60 del libro primero), en el que «la Tierra
y la Luna se mueven en torno al Sol y al mismo tiempo giran tam­
bién en torno a su centro de gravedad común»; obviamente, este
constructo se corresponde mejor con la realidad9. Por medio de
una regla de procedimiento enunciada al comienzo del libro tercero
(«Hipótesis I I » , en la primera edición, y «Regula Philosophandi II»,
en ediciones posteriores), según la cual «en la medida de lo posible,
deben ser las mismas las causas atribuidas a efectos naturales dei
mismo tipo», argumenta (proposición 5 del libro tercero) que la
fuerza ejercida por Júpiter sobre sus satélites y por el Sol sobre
los planetas debe ser asimismo la gravedad, que es la fuerza, cual­
quiera que sea, que causa el peso en la superficie de la Tierra. Jú ­
piter, Saturno y la Tierra muestran por el movimiento de sus saté­
lites (o satélite) que constituyen centros hacia los que se dirige una
fuerza (identificada ahora con la gravedad). Puesto que todos los
planetas «son cuerpos del mismo tipo», debe existir también una
fuerza del mismo tipo en los planetas sin satélites; es decir, la
gravedad se produce hacia «todos los planetas en general», hada
«Venus, Mercurio y los demás» (proposición 5, corolario 1, libro
tercero). Además, según la tercera ley del movimiento del propio
Newton, «toda atracdón es mutua», por lo que cada planeta «gra­
vitará hada todos sus satélites... y el Sol hada todos los planetas
primarios». Concluye entonces (proposición 5, corolario 2, libro
tercero) que la «gravedad, que se dirige hada cada uno de los pla­
netas, es inversamente ptopordonal al cuadrado de la distanda que
media entre los lugares y el centro».
En la primera edidón, Newton pasa inmediatamente a la pro-
posidón 6, según la cual «todos los cuerpos gravitan hada cada
uno de los planetas» y, a una y la misma distancia del centro de
cualquier planeta, los pesos (o gravedades) de todos los cuerpos son
como sus m asas,0. Esto, a su vez, lleva inmediatamente a la propo-
sidón 7, según la cual todos los cuerpos en general gravitan unos
hada otros con una fuerza proporcional al producto de sus masas,
lo cual, dicho sea de paso, es lo más cerca que Newton llega del
enundado pleno y explídto de la ley de la gravitadón universal M.
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 109

Aunque no mencione aquí el factor constituido por la distancia entre


los cuerpos, ya ha demostrado sobradamente que dicha fuerza varía
inversamente al cuadrado de la distancia, y en la siguiente proposi­
ción, la octava, muestra cómo averiguar la distancia efectiva de la
acción gravitatoria sea de cuerpos esféricos homogéneos o de cuerpos
compuestos de capas homogéneas concéntricas n.
En la segunda edición de los Principia, Newton consideró evi­
dentemente que había que clarificar su modo de proceder y que
era preciso fortalecer su posición. Por consiguiente, tras los dos co­
rolarios de la proposición 5, introdujo un nuevo corolario 3, en el
que señala que si todos los planetas son centros hacia los que se
dirige una fuerza gravitatoria, se sigue que «todos los planetas pesan
unos respecto a otros»; esto es, este resultado se sigue de los coro­
larios anteriores 1 y 2. Sin duda Newton era consciente de las crí­
ticas que se habían estado haciendo a su introducción de la idea de
gravedad universal, considerándola como una «atracción», así como
de la crítica adicional de que no se ocupaba de cuestiones físicas.
Por tal motivo, decidió subrayar que aquí en el libro tercero, se
ocupaba efectivamente de fenómenos y cuestiones físicas y no sim­
plemente de matemáticas; de filosofía natural y no simplemente de
constructos imaginados o tan siquiera modelos ° . De este modo, en
el nuevo corolario 3, Newton señala la prueba fenoménica de la
gravitación universal de los planetas y satélites: «Júpiter y Saturno,
cuando se hallan próximos a la conjunción, perturban sensiblemente
sus movimientos mutuos al atraerse el uno al otro, el Sol perturba
los movimientos lunares y el Sol y la Luna perturban nuestro mar,
como se explicará en lo que sigue» M. Luego, al resumir su modo
de proceder en un nuevo escolio, dice Newton: «H asta aquí hemos
denominado centrípeta a aquella fuerza mediante la cual los cuerpos
celestes se mantienen en sus órbitas. Ahora se ha establecido que
esta fuerza es la gravedad, por lo que en adelante la llamaremos
gravedad, dado que la causa de esa fuerza centrípeta por medio de
la cual la Luna se mantiene en su órbita habría de extenderse a
todos los planetas, por las reglas 1, 2 y 4 » “ . Estas «reglas» 1 y 2
a las que alude Newton eran las «hipótesis» 1 y 2 de la primera
edición. El contenido de la hipótesis 2 o regla 2 es que hay que
asignar las mismas causas a efectos del mismo tipo, mientras que
la hipótesis 1 o regla 1 señala que en filosofía natural no hay que
admitir «más causas de las cosas naturales» que aquéllas «que son
no sólo verdaderas, sino también suficientes para explicar sus fe­
nómenos».
Las proposiciones siguientes, 9-12, introducen la «fuerza de gra­
vedad» en el interior del cuerpo de los planetas, la estabilidad del
110 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

sistema solar, la inmovilidad del «centro de gravedad común de la


Tierra, el Sol y todos los planetas» w, y el movimiento del Sol que
es de tal carácter que nunca «se aleja mucho del centro de gravedad
común de todos los planetas». Luego, en la proposición 13, Newton
introduce (por vez primera en el libro tres) las órbitas elípticas de
los planetas, cuestión cuya ausencia de los fenómenos del comienzo
del libro tercero y de las doce primeras proposiciones tiene que ha­
ber sido muy visible. A estas alturas, Newton había establecido que
hay una fuerza gravitatoria inversa del cuadrado de la distancia
que actúa entre el Sol y los planetas, de modo que puede usar ahora
las propiedades de tal fuerza que había establecido matemáticamente
en el libro primero. Dice que hasta este punto (del libro tercero)
ha discutido los movimientos planetarios «a partir de los fenóme­
nos», mientras que ahora «que hemos descubierto los principios
de los movimientos, deducimos los movimientos celestes a priori,
partiendo de estos principios del movimiento». Las órbitas plane­
tarias «serían elípticas, con el Sol en su foco común, y describirían
áreas proporcionales a los tiempos» si «el Sol estuviese en reposo
y los restantes planetas no actuasen los unos sobre los otros». En
otras palabras, el sistema solar de las leyes de Kepler no constituye
una representación exacta del mundo de la naturaleza, siendo espe­
cialmente desafortunado en el caso de Saturno (debido a la pertur­
bación provocada por Júpiter) y en el de la Tierra, dado que la
«órbita de la Tierra se ve sensiblemente perturbada por la Luna»
(por la discusión de la proposición 13 del libro tres). De hecho, es
el centro común de gravedad del sistema Tierra-Luna el que recorre
una órbita elíptica en torno al Sol, que se halla en uno de los focos,
y lo que describe áreas iguales en tiempos iguales (por la discusión
de la proposición 13 del libro tercero) es el radio vector que va del
Sol a dicho centro de gravedad. (En el capítulo 5 se discuten otras
discrepancias respecto al sistema simple en el que se dan las leyes
de Kepler.)
Quienquiera que lea el libro tercero con atención se sentirá im­
presionado por el continuo despliegue de las diferencias existentes
entre la física o la observación y la exactitud de las matemáticas
aplicadas al complejo sistema final. Por ejemplo, hemos visto que
las acciones mutuas de los planetas se mencionan en la proposi­
ción 13 sobre las órbitas elípticas: «Las acciones mutuas de los
planetas entre sí son, con todo, muy pequeñas», por lo que «se
pueden ignorar» exceptuando la acción de Júpiter sobre Saturno.
Estas acciones mutuas «perturban los movimientos de los planetas
en elipses en torno al Sol móvil menos (por la proposición 66 del
libro primero) que si dichos movimientos se realizasen en torno al
) . L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 111
Sol en reposo». En la proposición 14, los movimientos de los afelios
«se ignoran... por su insignificancia». En la proposición 21, se pre­
dice que debe de haber una nutación del eje de la Tierra, si bien
«debe ser muy pequeña, resultando difícilmente perceptible si no es
que resulta completamente imperceptible».
A partir de la proposición 25, Newton examina el movimiento
de la Luna y sus desigualdades. Aquí se impone introducir suposi­
ciones simplificadoras o tomar en consideración una serie de cons­
tru io s más bien que la realidad plena. Asi, en la proporción 26,
dice Newton: «para facilitar el cómputo, supongamos que la órbita
de la Luna es circular, ignorando todas las desigualdades, excepción
hecha de la que ahora nos ocupa». En la proposición 28 hace la si-
f luiente suposición: «Dado que se desconoce la forma de la órbita
uñar, supongamos que es una elipse... y pongamos a la Tierra en
su centro...». En la proposición 29, concluye que hasta ahora ha
«examinado la variación en una órbita no excéntrica, en la cual,
como es natural, la Luna se halla siempre en sus ociantes a su dis­
tancia media de la Tierra». A continuación de la proposición 34,
dice: «Esto es así bajo la hipótesis de que la Luna gira uniforme­
mente en una órbita circular». En una órbita elíptica, el movimiento
medio de los nodos «disminuirá en la proporción del eje menor al
eje mayor» y la «variación de la inclinación disminuirá asimismo en
la misma proporción». En la proporción 35 declara con impaciencia
que ha supuesto que un ángulo determinado aumenta uniformemen­
te, ya que «no hay tiempo para considerar todos los pormenores
de las desigualdades». En sus reglas para la determinación del mo­
vimiento lunar, dadas en el escolio que sigue a la proposición 35
(y que aparece por vez primera en la segunda edición de los Prin­
cipia) 17, el lector atento no dejará de observar que el antepenúltimo
párrafo comienza con una «aproximación» para «facilitar» el «cómpu­
to de este movimiento [que] es difícil» 18.
Por todos estos ejemplos deberá estar ya bastante claro que
incluso en el sistema del mundo, especialmente en la teoría del mo­
vimiento lunar, Newton tuvo que emplear sistemas idealizados o
constructos simplificados, introduciendo asimismo suposiciones sim­
plificadoras con respecto a efectos que, aunque matemáticamente
demostrables, eran lo bastante pequeños como para que pudiesen
ignorarse en un sistema del mundo que fuese verdadero tan sólo
dentro de los límites de la observación. Según los principios de la
dinámica celeste newtoniana, ni las órbitas puramente elípticas, ni
la simple ley de áreas ni la simple ley armónica podrían ser descrip­
ciones precisas del sistema solar, si es que éste es un sistema de
cuerpos reales gravitatoriamente interactuantes. Por consiguiente,
112 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

podemos comprender perfectamente por qué en la primera edición


de los Principia dichas leyes se incluían entre las «hipótesis» del
comienzo del libro tercero: se trataba de las hipótesis planetarias
del sistema del mundo. En aquella época, todo sistema del mundo
(el ptolemaico, el copernicano, el ticónico) se conocía como una
«hipótesis», por lo que Newton, con todo derecho, podía aludir
con el nombre de «hipótesis» a las leyes básicas de tal sistema.
Cuando más tarde Newton cambió la designación de estas «hipótesis
planetarias», convirtiéndolas en «fenómenos» (en absoluto «leyes»),
como he señalado, estaba indicando probablemente que estos enun­
ciados acerca de los movimientos de los planetas primarios y secun­
darios no son verdaderos en el sentido en que lo son las leyes ma­
temáticas, sino que son «verdaderos» tan sólo dentro de ciertos
límites de precisión de las observaciones. O bien, son «físicamente»
exactos, por más que no sean «matemáticamente» exactos. Esta
distinción entre ambos tipos de exactitud la introduce Newton en
la proposición 48 del libro segundo de los Principia en relación
con una proporción que no es exacta («Accurata quidem non est
haec proportio»). Con todo, a menos que ciertas contracciones y
expansiones de un fluido elástico dado no sean demasiado grandes,
señala que esta proporción «no será incorrecta de acuerdo con las
posibilidades de percepción de los sentidos, por lo que puede te­
nerse por físicamente exacta» (« ... non errabit sensibüiter, ideoque
pro physice accurata haberi potest»).
¿A qué conclusión nos vemos llevados? Que las matemáticas
son exactas y que la naturaleza no lo e s 19. La estructura matemática
fina desplegada por el análisis de Newton llevaba a complicaciones
y dificultades que ni el mismo Newton era capaz de resolver plena­
mente, por lo que se vio obligado a realizar aproximaciones. O, para
decirlo de otro modo, al tratar con el sistema físico del mundo, era
posible ignorar ciertos aspectos del sistema que habían sido puestos
de manifiesto por el análisis matemático, si bien eran de tan men­
guada magnitud que (así lo esperaba Newton) podrían ignorarse
dentro de los límites de la observación, contando incluso con los
mejores telescopios de la época. Creo que es importante recordar
esta distinción, ya que de lo contrario se podría pensar que para
Newton había una correspondencia exacta entre los constructos ma­
temáticos o sistemas imaginarios y la realidad física, cuando de
hecho el libro tercero («Del sistema del mundo») está a su vez re­
pleto de razonamientos que emplean constructos matemáticos o
sistemas imaginados, o resultados derivados de tales constructos
y sistemas.
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 113

Suplemento a 3.5. La primera versión del Sistema del mundo


de Newton y su « modo matemático» en los hechos y en la ficción

Para comprender el camino que lleva a Newton de los «prin­


cipios matemáticos» a la «filosofía natural» será conveniente que
examinemos el tratamiento que da a la gravitación universal en una
versión primitiva del libro tercero de los Principia, conocido hoy
día como el Sistem a del m undo'. Esta es la obra a que alude New­
ton al comienzo del libro tercero, cuando dice: «Compuse una ver­
sión anterior del libro tercero en forma popular, a fin de que pudiese
ser leído por más gente... He incorporado [aquí] el contenido de
la versión primitiva en proposiciones escritas al modo matemático
¡m ore mathematico], de manera que sólo las puedan leer quienes
dominen ya los principios.» En el presente contexto nos ocuparemos
no sólo del significado de la expresión more mathematico, sino tam­
bién del tratamiento de la gravedad.
Quienquiera que ponga en relación ambos textos no podrá por
menos de sorprenderse por el hecho de que la expresión «gravita­
ción universal» no aparezca expressis verbis en ninguna parte del
Sistema del mundo, que es todo lo contrario de lo que hemos visto
que ocurre en el libro tercero de los Principia. En la sección 2 del
Sistema del mundo («E l principio del movimiento circular en espa­
cios abiertos»), Newton repasa brevemente algunas teorías relativas
ni modo en que los planetas se mantienen en sus órbitas, incluyendo
los vórtices de Kepler y Descartes, así como «algún otro principio
sea de impulso o de atracción». En la primera versión, viene a con­
tinuación la frase «Por la primera ley del movimiento, es seguro
que se precisa otra fuerza. Para no determinar hipotéticamente a
qué tipo pertenece esta fuerza, la denominaremos 'centrípeta’».
Luego, tras una versión intermedia, Newton decidió escribir:

Por la primera ley del movimiento es seguro que se precisa alguna fuerza.
Nos hemos propuesto hallar su magnitud y propiedades, así como investigar
matemáticamente sus efectos sobre los cuerpos en movimiento; consecuente­
mente, a fin de no determinar hipotéticamente a qué tipo pertenece, hemos
designado mediante el término general de «centrípeta» a la fuerza que tiende
hacia algún centro, o incluso (tomando el nombre del centro [al que tiende
dicha fuerza]), «circumsolar» a la que tiende hada el sol, «drcumterrestre» a
la que tiende hada la tierra, «circumjovial» a la que tiende hada Júpiter, y
así las dem ás2.

No cabe duda de que el adverbio «matemáticamente» modifica


al verbo «investigar». Newton no hace más que señalar que utiliza
los métodos de las matemáticas para explorar los efectos de la fuerza
114 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

sobre los cuerpos en movimiento. Ahora bien, cuando reescribió el


Sistem a del mundo,, introdujo una mayor dosis de matemáticas, pro­
duciendo así una explicación del sistema del mundo que exigía una
familiaridad con los principos matemáticos desarrollados en el libro
primero más profunda que la requerida en la primera versión. Al
mismo tiempo, cambió la forma externa, pasando de una serie de
párrafos en prosa a proposiciones numeradas, corolarios y escolios,
más lemas y problemas, a la manera de los dos libros anteriores4.
Así pues, Newton nos dice que en el primer Sistem a del mundo
había «emprendido la tarea de hallar la magnitud y propiedades»
de la fuerza que mantiene a los planetas en sus órbitas, así como
el de «investigar matemáticamente sus efectos sobre el movimiento
de los cuerpos»; asimismo, señala que en el libro tercero de los
Principia había vertido «la sustancia de la versión primitiva a pro­
posiciones en estilo matemático».
Si he insistido en lo que Newton dijo efectivamente de un modo
que al lector le pueda parecer innecesariamente pedante, ello se
debe a que se ha dado otra explicación totalmente distinta del uso
que hace Newton de la palabra «matemático» en el Sistem a del
mundo. Este último se halla incorporado en la expresión: el «modo
matemático» de New ton5, que deriva de la versión inglesa del Sis­
tema del mundo, publicada por vez primera en 1728, donde se
le hace decir a Newton

...por las leyes del movimiento, es seguro que estos efectos deben de proceder
de la acción de alguna fuerza.
Mas nuestro objetivo es tan sólo el de señalar la magnitud y propiedades
de esta fuerza a partir de los fenómenos, aplicando lo descubierto en algunos
casos simples a modo de principios, mediante los cuales, de modo matemático,
podamos estimar sus efectos en casos más complejos, dado que sería intermi­
nable e imposible someter cada situación particular a observación directa e
inmediata.
Hemos dicho de modo matemático para evitar todo problema relativo a la
naturaleza o cualidad de dicha fuerza, que no deberíamos determinar por
medio de hipótesis alguna. Por consiguiente, dárnosle el nombre general de
fuerza centrípeta, ya que se trata de una fuerza dirigida hacia algún centro,
y en tanto en cuanto considere más en particular a un cuerpo en dicho cen­
tro, la llamamos circumterréstre, circumjovial y de modo similar por lo que
respecta a otros cuerpos centrales6.

Estos dos últimos párrafos ofrecen un aspecto muy «newtonia-


no», si bien carecen de toda base de autenticidad en la propia copia
manuscrita de Newton del texto de esta obra, que sirvió de base
para el texto latino impreso (U.L.C. MS Add. 3990), no encontrán­
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 113

dose tampoco en la transcripción hecha por un amanuense bajo la


dirección de Newton, que fue depositada en la biblioteca de la
universidad (U.L.C. MS Dd. 4.18). Existen algunas copias manus­
critas de dicha obra, y en ninguna de ellas aparecen estos dos pá­
rrafos. A pesar de ello, los que escriben sobre el método de Newton
siguen discutiendo el «'modo matemático’ de Newton», como si se
tratase de un genuino newtonianismo7, cosa que no se puede afir­
mar en absoluto. El método matemático de los Principia incluía
el uso de sistemas matemáticos o constructos matemáticos y la apli­
cación de técnicas matemáticas de la geometría y del álgebra, la teoría
matemática de las proporciones, la aplicación de series infinitas y
sobre todo el método de límites. Sugerir que el «modo matemático»
de Newton sea algo menos que todo esto es hacer una pantomima
de su magnífico logro.
Por lo que respecta al nombre dado por Newton a la fuerza
actuante en los movimientos celestes, hemos de observar que en el
Sistema del mundo escribe ciertamente que los planetas se ven man­
tenidos «en órbitas definidas por fuerzas centrípetas» (sec. 3), uti­
lizando las palabras «gravita» y «gravedad» exclusivamente en re­
lación con los cuerpos que se hallan en la superficie de la Tierra
o en sus proximidades*. Escribe acerca de «las fuerzas centrípetas
[que] tienden hacia los cuerpos del Sol, la Tierra y los planetas»
(sec. 5), y muestra que dichas «fuerzas centrípetas decrecen como
el cuadrado de las distancias desde los centros de los planetas»
(sec. 6) y que «la fuerza circunsolar decrece... como el cuadrado
de la distancia desde el Sol» (sec. 9). Incluso la prueba de la Luna
se presenta como demostración de que «la fuerza drcumterrestre
decrece como el cuadrado de la distancia desde la Tierra» (seccio­
nes 10, 11) y no como demostración de que la «fuerza drcumte-
rrestre» que actúa sobre la Luna no es otra cosa que la gravedad.
Naturalmente, cuando procede a la aplicación de la tercera ley para
mostrar que los satélites ejercen una fuerza sobre los planetas, ya
no utiliza la palabra «centrípeta», sino que introduce el término
«atracción», presumiblemente en el sentido de la sección 11 del
libro primero, en el que había dicho explícitamente que no tenía
en mente un significado físico particular. Con todo, no utiliza «atrac­
ción» consistentemente*. Así, habla (sec. 22) acerca de «las fuerzas
de cuerpos pequeños», si bien, en el texto siguiente, discute estas
fuerzas en términos de «atraer» y «atracción mutua», y en la sec­
ción 21 escribe que el «Sol atrae a Júpiter y los demás planetas,
Júpiter atrae a sus satélites...». En el Sistem a del mundo (seccio­
nes 23 y 24), Newton muestra que las «fuerzas proporcionales a la
cantidad de materia... tienden hada todos los cuerpos terrestres» y
116 La revolución newtoniana y el estilo de New toa

que «estas mismas fuerzas tienden hada los cuerpos celestes». Mas
también discute (sec. 23) «las fuerzas atractivas de todos los cuerpos
terrestres», e introduce (sec. 24) «la atracción de todos los plañe*
tas» hacia cualquier planeta dado junto con la «fuerza circumsolar»
y la «fuerza drcumjovial».
Así, en el Sistem a delmundo, la transidón newtoniana de los
sistemas de constructos del libro primero al mundo de la realidad
física no avanzó tanto como en los Principia. Establece una fuerza
universal y muestra que la misma fuerza actúa sobre los satélites
planetarios, los planetas y los cuerpos terrestres, si bien utiliza la
palabra «atraedón», que considera como un término neutral10 (junto
con fuerza «circumsolar», «circumterrestre», «drcumjovial» y «cen­
trípeta») y ni siquiera habla de la gravitación universal como de
una fuerza o de la gravitación en cuanto tal. Tan sólo después de
1685, cuando refunde el Sistem a del mundo en el libro tercero,
dedde aparentemente que la fuerza universal debe recibir el ca­
rácter concreto de la identificación positiva con la fuerza terrestre
de gravedad, de modo que se convierta en la gravitadón universal
por la que resultan famosos los Principia.

3.6. Los sistem as o constructos matemáticos y la reseña


de los Prindpia en el Journal des Sçavans

El uso newtoniano de los sistemas y constructos matemáticos


en un contexto físico podría llevar fácilmente a una interpretadón
totalmente errónea por parte de un crítico hostil. Uno de ellos, car­
tesiano estricto, que puede haber sido Pierre Silvain Régis *, expresó
su opinión en el Journal des Sçavans (2 de agosto de 1688) como
sigue:

La obra del Sr. Newton es vina mecánica, la más perfecta que imaginarse
pueda, dado que no es posible hacer las demostraciones más precisas o más
exactas que las que él da en los dos primeros libros sobre la ligereza, la elas­
ticidad, la resistencia de los fluidos y las fuerzas atractivas y repulsivas que
constituyen la base fundamental de la Física. Mas hay que confesar que no
se pueden considerar estas demostraciones más que como meramente mecánicas;
ciertamente, el propio autor reconoce al final de la página 4 y al comienzo de
la 5 que no ha considerado sus Principios en cuanto físico, sino en cuanto sim­
ple matemático [ G iom étre] 2.

Por más que el tono sea inconfundiblemente peyorativo, no puede


haber duda de que el recensionista pudo captar adecuadamente el
carácter de los libros primero y segundo. La alusión final de la
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 117

página 4 y comienzo de la 5 se refiere a una afirmación de Newton


que aparece hacia el final de la def. 8: «has vires non physice sed
Mathematice tantum considerando» [considerando estas fuerzas no
físicamente, sino tan sólo matemáticamente]. Hay que subrayar que
el recensionista denomina a lo que Newton ha hecho una «mecá­
nica», mientras que nosotros hablaríamos de un sistema imaginado
o constructo matemático o incluso de un tipo de modelo matemático
o de una situación o condición hipotética. Además, incluso en su
referencia a la frase citada, el recensionista transforma el mathema­
tice en geometrice y cambia las «fuerzas» de Newton por «princi­
pios» 3.
La alusión del recensionista a la parte inferior de la página 4
y a la parte de arriba de la 5 resulta especialmente interesante por
cuanto que Newton se preocupa allí de diferenciar el constructo
o sistema matemático de la realidad física, siendo ahí donde dice:
«Utilizo las palabras atracción, impulso o propensión de cualquier
tipo hada un centro indistintamente e indiscriminadamente, consi­
derar dichas fuerzas no físicamente, sino tan sólo matemáticamente
[ non physice sed Mathematice tantum ].» En los dos primeros libros
no se dedica a «definir una espede o modo de acdón, o una causa
o razón física», advirtiendo concretamente al lector que se «cuide
de pensar que con palabras como éstas» ha hecho tal cosa. Además,
no «atribuye fuerzas real y físicamente a los centros (que son pun­
tos matemáticos)» cuando «viene a decir que los centros atraen o
que los centros tienen fuerzas»4.
Con todo, el recensionista no llegó a captar la cuidadosa distin-
dón que Newton había estableado entre los «principios matemá­
ticos» del libro primero (y del segundo) y su aplicadón a la «filosofía
natural», tal como ocurre en el libro tercero. De hecho, el recen-
sionista suponía que el propio libro tercero era tan sólo matemático
e hipotético, desarrollando, por consiguiente, a lo sumo una «me­
cánica» y no una física o una filosofía natural: «E l [Newton] con­
fiesa esto mismo al comienzo del tercer libro, donde, no obstante,
se esfuerza por explicar el Sistema d d Mundo. Mas ello se realiza
tan sólo mediante hipótesis, la mayoría de las cuales son arbitrarias,
y consiguientemente sólo pueden servir de fundamento a un tratado
de mecánica pura.» De hecho, el libro tercero comienza con una
serie de «hipótesis», al menos en la primera edidón. Es decir,
Newton enunda la base fenomenológica de su física, de su filosofía
natural, como una serie de «hipótesis», junto con dos preceptos me­
todológicos y un enunciado indemostrable acerca del «centro d d
sistema del m undo»1. Así, cuando Newton invoca los resultados
de la observadón para mostrar hasta qué extremo los aspeaos del
118 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

sistema se adecúan a los fenómenos, lo hace (en la primera edición)


refiriéndose a una hipótesis particular. Por ejemplo, en la demos­
tración de la proposición 1 (que los satélites de Júpiter se ven
impelidos hacia el centro de Júpiter por una fuerza continua que
varía inversamente al cuadrado de la distancia), Newton dice que
esto se sigue de la «Hypoth. V. & Prop. II vel. III. Lib. I.» y
«Hypoth. V. & Corol. 6. Prop. IV. ejusdem L ib ri»*. El recensio-
nista puede haber sido culpable de una pequeña malinterpretación
voluntaria o interesada, si bien Newton le había dado posiblemente
pie para creer que el libro tercero descansaba sobre «hipótesis», ya
que ello era literalmente verdad.
El recensionista reprocha también a Newton el hecho de que
« ... basa la explicación de la desigualdad de las mareas en el prin­
cipio de que todos los planetas gravitan mutuamente unos hacia
otros... Si bien dicha suposición es arbitraria y no ha sido demos­
trada; por consiguiente, la demostración que depende de ella tan
sólo puede ser mecánica». Y concluía: «Para hacer un opus lo más
perfecto posible, el Sr. Newton no tiene más que darnos una Física
tan exacta como su Mecánica, cosa que hará cuando ponga movi­
mientos verdaderos en lugar de esos que ha supuesto.»7 La subsi­
guiente alteración en la designación de las «H ipótesis», que pasan
a denominarse «Regulae philosophandi» y «Phaenomena» puede ha­
ber sido la respuesta directa de Newton a esta crítica*, pues de
ese modo podía dejar claro que el libro tercero presentaba una física
o filosofía natural basada en los fenómenos y no simplemente un
sistema puramente hipotético o imaginado, o un simple constructo
matemático.
Otra recensión, unos treinta años más tarde, también antinewto-
niana, emprendía un ataque un tanto diverso al no establecer una
distinción entre una «mécanique» y una «physique», sino entre el
punto de vista de un geómetra y de un físico. La recensión comienza
como sigue: «L a reputación de esta obra no decae entre los geóme­
tras, quienes admiran la fuerza y profundidad del genio del autor,
si bien la ponen en entredicho los físicos, quienes en su mayor parte
no han sabido cómo reconciliarse con una atracción [por una errata
se imprimió attention] natural, que pretende que se da entre todos
los cuerpos» (Mémoires pour l'histoire des Sciences & des beaux
arts [Trévoux, febrero de 1718], vol. 67, pp. 466-475). El recen-
sionista observa adecuadamente que los dos primeros libros de los
Principia se caracterizan por el ejercicio del «esprit Géométrique»
de Newton, siendo tan sólo en el tercer libro donde Newton procede
a tratar de la física. Resume muy adecuadamente las opiniones de
Newton a este respecto. En la física o filosofía natural no dispone­
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 119

mos de la libertad de imaginar cualesquiera hipótesis que tengamos


a bien, y describe el punto de vista de Newton con las siguientes
palabras: «[N ew ton] dice que, a fin de alcanzar el conocimiento
del verdadero sistema del mundo, no se debe confiar en la propia
imaginación, sino que se ha de consultar a la naturaleza; que las
ficciones, por ingeniosas que sean, no dejan de ser ficciones, mien­
tras que la experiencia conduce a la realidad» (Ibid., p. 470). A con­
tinuación muestra de qué modo Newton suministra pruebas en apoyo
de la idea de la gravedad, describiendo con detalle el argumento
newtoniano según el cual la Luna cae constantemente a la Tierra
con una fuerza que varía como el inverso del cuadrado de la dis­
tancia. En este contexto es menos importante que el recensionista
se enzarce en una cuestión técnica de la argumentación newtoniana
que el hecho de que capte con claridad la distinción existente entre
en carácter matemático de los dos primeros libros y el factor de
realidad que se introduce en el tercero, pasando de sistemas mecá­
nicos o constructos al «verdadero sistema del mundo».

3.7. E l funcionamiento del procedimiento newtoniano en tres


pasos: comparación de los constructos de Newton con los
modelos de D esan tes y con los que boy día se emplean

El procedimiento newtoniano de los Principia, que he designado


como el estilo newtoniano, se despliega en una alternancia de dos
fases o estadios de la investigación. En la primera, se determinan
las consecuencias de un constructo imaginativo mediante la aplica­
ción de técnicas matemáticas a las condiciones iniciales relativas a
entidades matemáticas en un dominio matemático. En la segunda
fase, se compara y contrasta la contrapartida física de las condiciones
iniciales o de las consecuencias con las observaciones de la naturaleza
o con las leyes y reglas basadas en la experiencia. Normalmente ello
da lugar a cierta alteración de las condiciones del constructo inicial,
produciendo una nueva fase primera, etc. Tal constructo matemático
se funda usualmente en un sistema natural simplificado e idealizado
respecto al cual constituye la matematización y el análogo. La su­
cesión de las fases uno y dos puede terminar generando un sistema
que parece incorporar todas las complejidades de la naturaleza.
Es grande la tentación de pensar que tales constructos o siste­
mas matemáticos, con sus conjuntos de condiciones iniciales, son
un cierto tipo de «hipótesis»; mas hacer tal cosa constituye un
tangible peligro de malinterpretar el proceder de Newton. A este
respecto debemos señalar algo acerca de la expresión «hipótesis».
120 L a revolución newtoniana y el estilo de Ncwton

Esta palabra no es más que el término griego para «suposición»


o para una presuposición en un argumento. En los textos latinos del
siglo x v ii se utiliza en cierto modo de manera intercambiable con
suppositio, que constituye un nombre tardío, esto es, no clásico.
Así; cuando Descartes escribe en francés, utilizará une supposition,
lo que puede aparecer en una versión latina sea como suppositio,
sea como bypothesis. En 1672, Newton opuso serias objeciones
cuando el padre Pardies denominó «hipótesis» a la teoría newto­
niana de la luz; la razón de ello estriba en que Newton creía que
no se había limitado a suponer sus conclusiones, sino que las había
derivado de los experimentos (probándolas con ellos). En la época
de la redacción de los Principia, la palabra «hipótesis» aún no tenía
para Newton el sentido peyorativo extremo de la consigna posterior
«Hypotheses non fingo». En el comienzo del libro tercero (1687)
y en la sección 9 del libro segundo no sólo aparecen «hipótesis»
explícitamente tildadas de tales, sino que además muchas deduccio­
nes matemáticas contienen la expresión «per hypothesin», aludiendo
a la cláusula condicional de la proposición a demostrar. (Más tarde,
en 1729, Motte traducirá dichas expresiones no como «por hipó­
tesis», sino como «por el supuesto».) Con todo, hacia la década
de 1690, Newton comenzó a adoptar una línea dura acerca de las
hipótesis; comenzó a sentirse molesto con quienes tramaban una
nueva hipótesis ad hoc para cada fenómeno, de modo que (tal como
él señalaba) hubiese tantas hipótesis como fenómenos, lo que difí­
cilmente haría avanzar la ciencia verdadera. En los años siguientes,
empezó a utilizar comedidamente la palabra «hipótesis» en sus pro­
pios escritos, y a menudo en relación con una proposición indemos­
trable o tal vez no demostrada (como en las dos «hipótesis» del
libro tres de la segunda y tercera edición). Sin embargo, tildó de
«hipótesis» aquellas teorías de sus rivales y animadversores que
deseaba desacreditar.
Por consiguiente, hemos de ser muy cautos con la palabra «hi­
pótesis» al leer los primeros escritos de Newton o al discutir su
metodología. Cada uno de los constructos propuestos por Newton
en los Principia posee un conjunto de condiciones o supuestos ini­
ciales que podrían denominarse propiamente «suposiciones» y tra­
ducirse al latín como hypotheses. Con todo, dichos constructos no
son «hipotéticos» en un sentido general, dado que no se proponen
como sistemas puramente imaginarios para dar cuenta de la natu­
raleza física o para explicar fenómenos particulares. Muchos de los
constructos de Newton no son sino matematizaciones de condiciones
naturales simplificadas o ideales, o pueden basarse sea en generali­
zaciones de tales condiciones, sea en variaciones imaginadas de tales
>. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 121
condiciones. No serían aceptables si resultasen contradecir las leyes
experimentales o los resultados de la observación, en el sentido en
que los vórtices de Descartes llevan a una contradicción con las
leyes de Kepler.
En cuanto matemático puro, Newton no necesitaba poner res­
tricción alguna a los constructos o sistemas imaginados cuyas pro­
piedades deseaba examinar, si bien en cuanto filósofo matemático
natural tenía por meta inventar y elaborar las propiedades tan sólo
de aquellos constructos que parecían razonables y que parecían tener
la posibilidad de ser útiles para la filosofía natural, a fin de explicar
el mundo tal y como se muestra por experimentación y observación.
Newton era siempre y por encima de todo un matemático, por lo
que no podía restringirse por entero a las condiciones naturales. El
instinto del matemático lo lleva siempre a las generalizaciones, y
veremos más adelante de qué modo realizó Newton precisamente
tales generalizaciones de las condiciones de las leyes de Kepler y
de la ley de Boyle.
Sin embargo, no puede dudarse de que el objetivo principal de
los Principia no se reduce a los constructos y sistemas matemáticos
en general, sino que se orienta primariamente a aquéllos que pue­
dan o bien aproximarse o bien ser equivalentes al mundo experi­
mental de la naturaleza. Con esto quiero decir que tenía que con­
cordar con los principios generalmente aceptados de la física newto­
niana, que deberían predecir (o retrodecir) los datos de observación
y experimentación (o las leyes basadas en dichos datos) y que en
cierto grado deberían parecer razonablemente ser los análogos de sis­
temas que tienen o pudieran tener lugar en la naturaleza. Por su­
puesto que nunca se puede decir de ningún constructo semejante que
es equivalente a la realidad de la naturaleza, ya que ello entrañaría
un conocimiento de la realidad natural que haría ociosa la necesidad
del constructo, excepto en tanto en cuanto simplifique los cálculos.
Mas Newton, en los Principia, estaba muy interesado en saber si
las condiciones que investigaba eran tan sólo matemáticas o si podían
ser las condiciones de la naturaleza. Este aspecto se pone de mani­
fiesto en los ocasionales escolios «filosóficos» de los libros primero
y segundo de los Principia, donde Newton plantea el problema
de si la situación que se discute podría o no aplicarse a la física,
aunque sólo fuese en un grado limitado, sin restringirse tan sólo
a un constructo. Y a hemos visto ejemplos de tales escolios, si bien
aparece uno especialmente notable al final de la sección 14 del
libro primero. Tras reconocer la «analogía» que existe «entre las
propiedades de los rayos de luz» y el movimiento de ciertos «cuer­
pos pequeñísimos», Newton dice haber «...decidido adjuntar las
122 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

siguientes proposiciones para fines ópticos, aun cuando no discuta


en absoluto la naturaleza de los rayos (esto es, si son o no cuerpos),
determinando tan sólo las trayectorias de los cuerpos que son muy
semejantes a las trayectorias de los rayos [de lu z]» (escolio que
sigue a la proposición 96, sección 14 del libro primero).
Podemos ver aquf un ejemplo de las fases una y dos. En la
segunda, Newton trata de hallar hasta qué punto las leyes o propo­
siciones de uno u otro constructo son congruentes o se asemejan
estrechamente a las leyes fenomenológicamente determinadas. En los
Principia, Newton no explora la fase dos plenamente más que por
lo que respecta al sistema del mundo: el movimiento y propiedades
físicas del sol, la tierra, los planetas, las lunas y los cometas, así
como ciertos fenómenos terrestres del tipo de las mareas, la caída
de los cuerpos y la forma de la tierra. Una vez que se ha visto que
tales congruencias o estrechas semejanzas se dan, o una vez que se
ha alcanzado la conclusión de que las condiciones del constructo
se pueden modificar a fin de que se aplique a la explicación de la
naturaleza, entonces la investigación puede proceder a la fase tercera,
el uso de los principios, leyes y reglas descubiertas en las fases uno
y dos en la elaboración del sistema del mundo.
Newton no limitó estrictamente tales constructos a las condi­
ciones simplificadas de la naturaleza o a las condiciones que pen­
saba que podrían darse de hecho en la naturaleza, sino que en casi
todos los casos el constructo tendía a ser en cierto modo similar
a la naturaleza, por simplificada que fuese, o representaba una si­
tuación natural con un cambio en el valor o la potencia de algún
término, o incorporaba una posibilidad o potencialidad natural de
acuerdo con la visión que Newton tenía de la naturaleza. Así, Newton
podría proponer un constructo en el que (quizá tan sólo temporal­
mente) podrían eliminarse una o más condiciones naturales, tales
como las interacciones gravitatorias entre los planetas. Con todo,
Newton nunca utilizó un constructo que fuese estrictamente en
contra de los principios de la naturaleza común o personalmente
aceptados, como podría ser un sistema en el que pudiese darse una
masa «física» sin la propiedad de la inercia. Por ejemplo, Newton
era consciente de que en la naturaleza la resistencia de los medios
físicos es siempre, caeteris paribus, alguna fundón de la veloddad
de un cuerpo. Consiguientemente, Newton tomaba en cosideración
casos en los que la resistencia puede depender de la velocidad de
diferentes maneras, si bien nunca examinó una resistenda que fuese
independiente de la veloddad o que disminuyese a medida que au­
menta la veloddad.
3. La tevoludón newtoniana y el estilo de Newton 123

Conociendo la ley armónica de Kepler, según la cual «los tiempos


periódicos son como la potencia 3 /2 de los radios», examinó tam­
bién las consecuencias de suponer que «el tiempo periódico es cual­
quier potencia R" del radio R » *. Partiendo de la ley de Boyle bajo
la forma de que la densidad de un gas es como la compresión, halló
que las fuerzas centrífugas eran como 1/D , siendo D la distancia
entre las partículas, y a la inversa. Generalizó inmediatamente este
resultado de un modo que transciende las limitaciones de la naturaleza
física, considerando que los cubos de las fuerzas de compresión son
«como la cuarta potencia de las densidades», y que «los cubos de
las fuerzas de compresión» serán como la quinta o incluso la sexta
potencia de las densidades». En el caso más general, «las fuerzas
de compresión» son como la raíz cúbica de E n* 2, donde E es la
densidad «correspondiente a una fuerza de repulsión entre las par­
tículas que es inversamente como cualquier potencia D" de la distan­
cia» (escolio a la proposición 23 del libro segundo).
Estos ejemplos muestran una naturaleza simplificada o ampliada,
pero nunca chocan frontalmente ni con los principios de la naturaleza
según las creencias de Newton, ni con los fenómenos naturales de
acuerdo con sus conocimientos. Difieren por tanto del uso aparente
que hace Descartes de los modelos en su Dioptríque (1637), donde
Descartes introduce tres modelos para ejemplificar la transmisión
de la luz, siendo cada uno de ellos una contradicción fundamental
con sus propios principios de filosofía natural o con su concepción
de la naturaleza. Uno de los modelos es el de una pelota de tenis
que se mueve a una velocidad finita y cuya velocidad se altera
cuando pasa de un medio a otro 2, siendo así que Descartes insistía
en que la transmisión de la luz debía de ser instantánea. Otro de
ellos compara la propagación de la luz a las uvas contenidas en «una
cuba completamente llena de uvas medio aplastadas» inmersas en
vino, disponiendo la cuba de uno o dos agujeros en el fondo. Este
modelo tiene por objeto ejemplarizar la materia sutil (el vino) que
llena todo el espacio y las «partes más pesadas del aire, así como
otros cuerpos transparentes». Una vez más, el movimiento es aquí
finito y no instantáneo (Descartes, 1965, p. 69 [trad. castellana citada
en la Bibliografía, pp. 62-63]). En un tercer modelo, Descartes com­
para el movimiento de la luz con un ciego provisto de un bastón, en
cuyo caso no hay una pérdida de tiempo de transmisión, ya que el
ciego siente la sensación en su mano en el mismo instante en que
el bastón golpea un objeto3. Si el bastón es rígido (de lo contrario
la transmisión llevará tiempo), este modelo no preserva la distinción
cartesiana entre movimiento y tendencia o inclinación (conatus) al
movimiento, dado que el bastón rígido no puede transmitir una
124 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

tendencia o inclinación al movimiento sin transmitir al mismo tiempo


el propio movimiento.
Estos modelos difieren en su acción del mundo natural, según
los propios principios de Descartes, por lo que en el pensamiento
de éste desempeñan una función muy distinta de la desempeñada
por los constructos o sistemas imaginados del pensamiento newto-
niano. En cierto sentido, el proceder de Descartes se asemeja al uso
de modelos en la física clásica, donde el argumento analógico puede
suministrar información útil. Así, por ejemplo, en física clásica
puede concebirse un modelo de un gas compuesto por partículas
elásticas en movimiento, del que pueden extraerse ciertas conclu­
siones relativas a la energía, la temperatura, etc. De manera seme­
jante, Descartes utiliza su modelo de la pelota y la raqueta de tennis
para derivar la ley de refracción, que se publicó por vez primera en
su Dioptrique (1637) (véase Sabra, 1967, cap. 4).
Al introducir estos modelos en la Dioptrique, Descartes deja
claro que es consciente de «la gran diferencia que existe entre el
bastón de este ciego y el aire u otros cuerpos transparentes por
medio de los cuales vemos» y que se ha limitado a establecer una
«comparación» (com paraison); las uvas en el vino constituyen tam­
bién una comparación similar. En una carta a Morin (13 de julio
de 1638), Descartes aludía de nuevo al ejemplo de un ciego con
un bastón, denominándolo una «comparación» que habría sido
introducida principalmente «pour faire voir en quelle sorte le mou-
vement peut passer sans le m obile»4. De ahí que dicho modelo se
presente a fines puramente heurísticos; es decir, no para mostrar
cómo sea la luz o su transmisión, sino más bien para indicar que
el tipo de propiedades del movimiento a que alude puede darse
en la naturaleza. En cuanto tal, este uso de los modelos es similar
a la evocación de fuerzas magnéticas y eléctricas en un argumento
relativo a la gravitación, en cuyo caso no se indica que la gravitación
sea eléctrica y magnética, ni siquiera que tenga una causa u origen
similar, sino que tan sólo se muestra que las atracciones se dan en
la naturaleza. Descartes utiliza también la palabra comparaison en
Le m onde*.
Hoy día, el diccionario da «símil» y «metáfora» como sinóni­
mos fundamentales de «comparación». Un símil es «una compara­
ción imaginativa entre objetos que son esencialmente diversos, ex­
cepto en ciertos aspectos»6, lo cual se aplicaría igualmente al uso
de modelos en el pensamiento científico. La diferencia fundamental
entre la comparaison de Descartes y los modelos que se han con­
vertido en característicos del pensamiento científico estriba en que
Descartes deseaba ilustrar una única propiedad por medio de una
). La revolución newtoniana y el estilo de Newton 123

comparatson, mientras que el uso de modelos tiende a poner de ma­


nifiesto propiedades de la naturaleza que no se podrían descubrir
por observación y experimentación directas o como consecuencia de
una teoría. Un uso alternativo de modelos se da en relación con
una teoría que o bien no se halla bien establecida o no es plenamente
aceptable, o bien presenta ciertos conceptos o principios que van
hasta tal punto en contra de la ciencia convencional, que el autor
alude a su creación hablando de un modelo más bien que de una
teoría. Así, Bohr presentó su teoría de la estructura atómica y de
las líneas espectrales en relación a un «modelo», mientras que
Einstein tampoco aludía a una «teoría de los fotones»7. Mas, como
señala Mary Hesse, hoy día «sería extraño hablar de un modelo
ondulatorio del sonido»*. Lo que Descartes pretendía era reducir
los fenómenos complejos a sus «naturalezas simples», a entidades
de las que poseemos cierto conocimiento, como la materia y el
movimiento*. Cada una de las cotnparatsons hechas por Descartes
ilustraban una única propiedad particular o aspecto de la luz me­
diante un sistema mecánico. Al parecer nunca consideró que un
único modelo mecánico pudiese exhibir todas las propiedades de la
luz, tal vez porque en tal caso el modelo habría de reproducir
todas las complejidades de la naturaleza misma, por lo que no re­
sultaría útil para nuestro entendimiento.
Así pues, en un sentido real, el uso cartesiano de los modelos
puede resultar afín al modo en que los científicos y los filósofos
de la ciencia utilizan «modelos» en nuestros días. Como veremos
más adelante, Newton no sólo creía que la materia era corpuscular,
sino además que las partículas o están dotadas de fuerza o disponen
de fuerzas asociadas a ellas. De este modo podemos ver por qué,
cuando Newton considera un gas o fluido elástico que obedece a
la ley de Boyle, puede preguntarse legítimamente cuál es la ley de
fuerza que produce esta relación. Mas cuando procede luego a pro­
poner un sistema explicativo de la ley de Boyle, actúa de una manera
que, como en el caso de las cotnparaisons de Descartes, resulta simi­
lar al uso actual. En efecto, los documentos indican que Newton
rara vez (si es que ocurrió alguna) escribía con una genuina con­
vicción acerca de tales fuerzas corpusculares, y en tal caso (como
hemos visto más arriba) se plantean problemas reales, como es que
acaben en partículas próximas. Newton dijo específicamente (en el
escolio a la proposición 23 del libro segundo) que «es un problema
físico que los fluidos elásticos [i.e., los gases compresibles] cons­
ten realmente de partículas que se repelan de este modo unas a
otras». Lo único que había hecho era demostrar «matemáticamente
la propiedad de los fluidos [elásticos] que constan de partículas de
126 L a revolución newtoniana y el estilo de Newtoa

este tipo», de modo que los filósofos naturales puedan «tener ocasión
de discutir el problema». Las comparaisons cartesianas y los «mo­
delos» newtonianos difieren en un aspecto fundamental, dado que
en las comparaisons de Descartes la luz se toma como (o se compara
con) una corriente de partículas en movimiento o una especie de
movimiento, siendo así que para Descartes la luz no es más que un
conatus o tendencia al movimiento. Sin embargo, para Newton
quedaba abierta la posibilidad de que su explicación de la ley de
Boyle pudiese corresponder a la situación real de la naturaleza, trans­
cendiendo de este modo la propiedad de ser un «modelo», tal y
como interpretaríamos dicho término. Veremos en el apartado $ 3.11
que Newton intentó construir sistemas orientados a la explicación
de las propiedades de la luz, que hasta cierto punto pueden participar
del carácter de los «modelos».
Frente a Newton, Descartes confirió un carácter realmente hipo­
tético de su óptica, ya que introdujo tales comparaisons falsas según
sus propios principios. Pero fue aún más lejos en su Discours de
la métbode, Le monde y los Principia pbilosophiae, cuando confiesa
a sus lectores que introduce fábulas o novelas (romances)10. En
algún caso llega incluso a decir que utiliza hipótesis falsas 11. Al
comienzo mismo de los Principia, Newton podría dar la impresión
de haber construido también un universo imaginario o ficticio; esto
es, procede como si hubiese inventado un sistema imaginario que
transciende absolutamente la realidad. Este problema habría de
surgir tan pronto como comenzó a redactar sus pensamientos ma­
duros relativos a la fuerza, el movimiento y la mecánica celeste en
la obra que terminó por convertirse en los Principia. Se encontró
frente al problema del sistema imaginario versus la realidad en
el primero de los tres «axiomata sive leges motus». Dicha ley co­
mienza diciendo «corpus omne perseverare in statu suo quiescendi
vel movendi uniformiter in directum» («todo cuerpo persevera en
su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo»), para se­
ñalar la condición «nisi quatenus a viribus impressis cogitur statum
ilura mu tare» («excepto en tanto en cuanto se vea obligado a mudar
ese estado en virtud de fuerzas impresas en él»). En el mundo real,
en el que cada uno de los cuerpos atrae y es atraído por todos los
demás cuerpos, no cabe la posibilidad de que un cuerpo dado no
tenga «fuerzas impresas en él», viéndose así «obligado a mudar ese
estado». En cierto sentido, podemos decir que Newton se limitaba
a indicar que la primera iey tan sólo rige en una situación pura­
mente imaginaria y ficticia o hipotética, sea en un universo que con­
tenga un solo cuerpo sin campos de fuerza o en un universo en
el que los cuerpos no interactúen gravitatoriamente entre sí a .
). La revolución newtoniana y el estilo de Newton 127

Con todo, la caracterización del primer axioma o ley del mo­


vimiento como pura ■ hipótesis conferiría a la elaboración newto-
niana de la dinámica un carácter completamente opuesto a las in­
tenciones y modo de proceder ordinario de Newton. Por el con­
trario, sería más adecuado al espíritu de los Principia decir que
Newton está proponiendo aquí un sistema extremadamente imagi­
nario que, en su estado puro, no posee más que una analogía limi­
tada con el mundo de la física ordinaria; en tal sistema, no hay más
que un solo cuerpo (o partícula o punto de masa) que se puede
mover libremente a través del espacio sin resistencia, no estando
sujeto ni a la acción de ninguna fuerza externa producida por otros
cuerpos ni a campos de fuerza. Este es de hecho el constructo ma­
temático que el propio Newton propondrá en breve en la propo­
sición 1, donde parte precisamente de un cuerpo único semejante
que se mueve con movimiento puramente inercial en un espacio
libre de resistencia y en ausencia de fuerzas externas o campos de
fuerzas. Este es el sistema plenamente imaginario que Newton va a
utilizar, con otras palabras, a fin de ilustrar el nexo existente entre la
ley de inercia y la ley de áreas de Kepler, estableciendo de este
modo el significado y alcance de dicha ley. Por más que tal sistema
no pueda existir en la naturaleza, podemos aproximarnos mental­
mente a él en los vastos espacios vacíos que se extienden más allá
del sistema solar, en los que las fuerzas gravitatorias son mínimas u.
Con todo, el propio Newton no sugiere tal aproximación a su sis­
tema imaginario.
Resulta significativo que, en las dos ocasiones en que Newton
introduce este sistema, añada una ulterior condición que lo con­
vierte en el tipo de constructo que utiliza normalmente en la fase
primera del estilo que caracteriza al libro primero de los Principia.
Así, en la proposición 1 del libro primero, Newton muestra que bajo
las condiciones iniciales de su sistema imaginado, el cuerpo, par­
tícula o punto de masa en movimiento barrerá áreas iguales en
tiempos iguales mediante una línea trazada desde él a cualquier
otro punto del espacio que no se halle en la línea del movimiento.
Mas entonces introduce una fuerza externa por cuya acción el cuerpo
en movimiento recibe un golpe o impulso único e instantáneo que
altera tanto la dirección como la magnitud del movimiento origi­
nal; tras un lapso de tiempo, tiene lugar otro empuje, seguido des­
pués de otro, etc. Newton hace que el tiempo transcurrido entre
golpes sucesivos disminuya indefinidamente, con lo que en el límite
se da una fuerza continua. La primera alteración del sistema ima­
ginado de la proposición 1, mediante la introducción de un único
golpe o impulso que produce un cambio en el movimiento (o mo-
128 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

mentó), corresponde a la alteración del sistema imaginario propuesto


para el axioma 1 (o ley 1) mediante la introducción del axioma 2
(o ley 2). La condición de la posibilidad de la ley 1 («excepto en
tanto en cuento se vea obligado a mudar ese estado en virtud
de fuerzas impresas en él») se toma en la condición de realidad
de la ley 2, que enuncia lo que ocurre cuando una fuerza se imprime
sobre un cuerpo.
Un cuerpo único en el universo sin fuerzas ni resistencias y sin
ningún otro cuerpo con el que pueda entrar en colisión constituye
un caso extremo de sistema imaginario en los Principia. Tan extremo
resulta que de hecho Newton no insiste en él. En los ejemplos físi­
cos orientados a ejemplarizar la ley 1, mostrando que en la natura­
leza se da una continuación del movimiento inerdal, Newton no
invoca una partícula en alguna región remota del universo, muy
alejada de otros cuerpos y consiguientemente apartada de las fuer­
zas gravitatorias de magnitud significativa u observable. Por el
contrario, los ejemplos que da incluyen el movimiento circular
(o curvilíneo), en el cual hay una fuerza actuante, si bien está diri­
gida hacia el centro, por lo que resulta perpendicular al movimiento
inercial tangencial. Según la regla utilizada para hallar los compo­
nentes de las fuerzas que producen aceleraciones en una dirección
cualquiera dada (F x eos 9), la componente que afecta al movimiento
inercial (F x eos 90°) es nula. El análisis matemático ha suministrado
un ejemplo de un movimiento inercial de larga duración presente
en las regularidades del sistema solar que se han observado durante
milenios .
La razón por la cual el ejemplo anterior resulta extremo, yendo
mucho más allá de las condiciones de los constructos o sistemas
matemáticos ordinarios de la fase primera, estriba en que estos
últimos son usualmente matematizaciones de una naturaleza sim­
plificada e idealizada. Dejando de lado las perturbaciones, el sis­
tema físico Sol-Tierra se conduce en gran medida como el constructo
de las proposiciones 1 y 2 del libro primero de los Principia. La
Tierra es tan pequeña y de masa tan insignificante en comparación
con el Sol que se puede tomar por una partícula que se mueve en
torno a un centro de fuerza fijo. Esto es, la acción de la Tierra para
mover al Sol resulta totalmente despreciable o, lo que es lo mismo,
el centro común de gravedad en torno al cual se mueven el Sol y la
Tierra en sus órbitas no sólo se halla en el interior del cuerpo solar,
sino que además se halla muy próximo al centro del Sol. La situación
es muy otra en el caso del sistema Tierra-Sol o incluso en el del
sistema Sol-Júpiter; pero, con todo, el sistema Tierra-Sol es el punto
de partida del constructo de un punto de masa moviéndose en tomo
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 129

a un centro de fuerza. Mas no hay un punto de partida tan simple


para el sistema del movimiento puramente inercial, por lo que New­
ton no tuvo a bien dar ejemplo alguno de una situación que se apro­
ximase siquiera al movimiento puramente inercial, quizá debido a
la temible implicación de que el movimiento inercial puro procede
por una trayectoria rectilínea indefinidamente, lo cual entraña in­
mediatamente propiedades de infinitud e ilimitación para el espacio
que puede perfectamente haber querido evitar. En cualquier caso,
vadeó la dificultad introduciendo inmediatamente (como hemos vis­
to: proposición 1, ley 1— ley 2) una ulterior condición con la que
se pone cota a la extensión indefinida o infinita del movimiento “ .
En cierto sentido, Newton desafiaba a la nueva ciencia, que
tendía a partir de leyes y propiedades empíricamente establecidas.
Galileo, por ejemplo, estaba menos interesado en la construcción
de sistemas físicos posibles o imaginados que en basar sus defini­
ciones y leyes en la propia naturaleza (véase $ 1.4), mientras que
Newton comienza (fase uno) con constructos o sistemas imaginados,
como el sistema de un cuerpo con un campo de fuerza central, a
fin de proceder luego a la ley de áreas que, según él, se basaba en
los fenómenos. Kepler había puesto en primer lugar el paso newto-
niano a la fase tercera, dando primacía a la naturaleza de la fuerza
solar y a los principios del movimiento en búsqueda de leyes pla­
netarias. De hecho, Newton parece asemejarse en parte en esta pri­
mera fase a los escolásticos del siglo x iv más bien que a los
fundadores de la nueva ciencia, puesto que también aquéllos habían
construido sistemas matemáticos para explorar luego las consecuen­
cias de las condiciones que habían impuesto. Con todo, se daba
una diferencia fundamental entre ellos, dado que Newton siempre
tenía en mente una fase dos, siendo así que los pensadores medie­
vales no parecen haberse preocupado en absoluto por el problema
de hasta qué punto sus sistemas matemáticos, o las leyes que deri­
vaban de ellos, podrían ser o no válidos para explicar el mundo
físico de la naturaleza exterior.

3.8. E l tercer paso de Newton y su secuela:


la causa de la gravitación
La gran ventaja del procedimiento en tres fases de Newton es­
triba en que separa las cuestiones científicas básicas en diversas
categorías. En la primera fase, Newton puede examinar las conse­
cuencias de cualesquiera condiciones o condición que considerase
matemáticamente interesantes o estimulantes, pudiendo hacerlo se­
gún le guiase su inspiración, sin verse bloqueado o desviado por
130 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

problemas relativos a si cierta fuerzas o condiciones de resistencia


se dan de hecho o no en la naturaleza (o si pudieran o no darse). Ya
hemos visto, en el caso de Huygens, cuán inhibidor resultaba no
gozar de esta libertad.
E s difícil exagerar esta ausencia de una restricción prematura
de los esfuerzos creativos de una imaginación científica como la
de Newton. Cuando en 1679 Hooke planteó explícitamente el pro­
blema de los movimientos planetarios debidos a una combinación
de una componente inercial y una fuerza centrípeta, Newton no se
detuvo a considerar en su respuesta si existía alguna clase de fuerza
conocida que pudiese extenderse desde el Sol a la Tierra, a Saturno
o incluso más allá; tampoco se paró a considerar si tal fuerza era
el resultado de una presión, de un bombardeo de partículas de éter,
o el efecto de un vórtice o de un éter con diversos grados de den­
sidad. Para Newton, estas consideraciones adquirieron gran im­
portancia en relación con la fuerza actuante sobre los planetas tan
sólo una vez que hubo explorado las consecuencias matemáticas de
las condiciones planteadas por Hooke ‘. Esto es, Newton pudo tomar
en cuenta el problema del movimiento planetario en sus aspectos
matemáticos, y sólo después, una vez descubierto que sus resultados
se conformaban con la experiencia, tuvo que enfrentarse al problema
físico (o «filosófico», para utilizar sus propias palabras), de qué
tipo de entidad podría ser esta fuerza centrípeta. Cuando consideró
que el sistema simple utilizado al principio del libro primero de los
Principia se adecuaba a la realidad, había muchas explicaciones físi­
cas de la fuerza planetaria que hubieran parecido posibles (incluso,
algún tipo de vórtice o conjunto de ellos2); mas tan pronto corno-
descubrió que la fuerza planetaria es mutua, ejercida por el Sol sobre
cada planeta y por cada uno de los planetas sobre el Sol, siendo
además esta fuerza la misma que mantiene a la Luna en su órbita
e idéntica a la gravedad terrestre, entonces todas las explicaciones
físicas conocidas se vinieron abajo2.
En esta etapa del desarrollo de su pensamiento se abrían ante
sí tres posibilidades. Uno de ellas consistía en suponer que la na­
turaleza había dotado a los cuerpos de fuerzas que pueden actuar
sobre otros cuerpos a grandes distancias por el espacio vacío; pero
ello contravendrían los principios aceptados de la filosofía mecánica
a la que Newton se había sumado y que, en tal caso, habría de
sufrir una modificación. La segunda consistía en abandonar la me­
cánica celeste que había desarrollado y rechazar su propia creación
por el hecho de recurrir a la «atracción», que constituía un tipo de
concepto supuestamente barrido de la ciencia. La tercera consistía
en aceptar el «hecho» de la gravitación universal y dedicarse a exa-
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 131

minar posibles mecanismos o causas de su acción que hace que los


cuerpos tiendan a moverse unos hada otros como si de una atrac­
ción se tratase.
Actualmente, muchos estudiosos piensan que Newton adoptó la
primera de estas posiciones, si bien la gran masa de testimonios
documentales hablan en contra, a mi entender. Tal como yo veo las
cosas, Newton consideró que podría construir el sistema de los dos
primeros libros de los Principia desde una perspectiva matemática,
en términos de una serie de constructos o sistemas imaginados cuya
realidad o falta de realidad física no se tomaba fundamentalmente
en consideración en esta fase de la investigación. En la segunda fase,
descubrió que ciertas formas del constructo o sistema básico llevaban
a un acuerdo con los fenómenos en una medida tal que le permitía
confiar en que el constructo no fuese ficticio; esto es, predecía o
retrocedía los fenómenos conocidos y aún efectos nuevos todavía
desconocidos que fueron posteriormente confirmados por las obser­
vaciones. La tercera fase consistía en la elaboración del sistema del
mundo, en la aplicación de los principios matemáticos a la filosofía
natural. Los resultados fueron magníficos. Entonces, se dedicó en
su mundo privado, y no en el ámbito público de los Principia, a la
investigación de la causa de la fuerza de la gravedad, la fuerza que
hace que los cuerpos sean pesados sobre la tierra y se aceleren hacia
abajo en la caída libre, la fuerza con que la Tierra tira de la Luna
para mantenerla en su órbita, la fuerza ejercida por la Luna y el Sol
en la producción de las mareas, y la que ejercen el Sol y los planetas
unos sobre otros. Algunas de las propiedades de dicha fuerza habían
sido puestas de manifiesto por las investigaciones matemáticas de
las fases uno y dos, así como por sus aplicaciones en la fase tres: la
gravedad se extiende a grandes distancias, disminuye como el cua­
drado de las distancias a los cuerpos, es nula en el interior de capas
esféricas homogéneas, es ejercida por un cuerpo esférico homogéneo
o por un cuerpo compuesto de capas esféricas concéntricas (sobre
una partícula o cuerpo exterior) como si toda su masa estuviese
concentrada en su centro geométrico, y actúa sobre un cuerpo pro-
porcialmente a su masa o cantidad de materia y no proporcionalmen­
te a su superficie, difiriendo así de las acciones mecánicas del tipo
de la resistencia al movimiento de los fluidos o de la producción del
movimiento por presión.
El sistema newtoniano de la tercera fase le lleva así a una pos­
tura que ha de haber parecido chocante. Según los cánones aceptados
de la filosofía natural, no se podía concebir un modo mediante el
cual una fuerza pudiese actuar de acuerdo con estas propiedades4.
Y sin embargo, semejante fuerza (como más tarde diría) «existe
132 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

realmente» y, de acuerdo con estas propiedades, explica los fe­


nómenos del mundo. La fase tres tenia una secuela, cual es el pro­
ceso de descubrir la causa de la gravedad y comprender de qué
modo puede operar la gravedad. La fase tercera equivale a cons­
truir una nueva filosofía natural en la que la fuerza de la gravita­
ción universal sea un ingrediente esencial. La secuela de la fase
tercera puede conllevar incluso la construcción de mecanismos ex­
plicativos o modelos cuasi-físicos que den cuenta o expliquen la
atracción gravitatoría. La salida más simple hubiera sido para New­
ton suponer que la gravedad era una propiedad esencial de la ma­
teria y dejarlo así, tal y como hizo Cotes al escribir su prefacio a
la segunda edición de los Principia de Newton, y tal como Bentley
porecía hacer (véase el párrafo § 3.9). Mas Newton señaló una y
otra vez que no consideraba de este modo la gravedad, como esencial
a la materia, tal y como ocurre con la impenetrabilidad y la iner­
cia s. Lo veremos tratando sucesivamente de dar cuenta de la grave­
dad mediante una especie de bombardeo de éter, mediante la elec­
tricidad, mediante un nuevo tipo de éter omnipresente de densidad
variable, pero ninguna de tales explicaciones funcionó plenamente
y en detalle. Una de las razones de su fracaso es que todas ellas
constituyen modelos mecánicos de acción y hoy día sabemos que la
gravedad no se puede explicar mecánicamente. Nunca pasaron de ser
hipótesis, suposiciones o especulaciones que no funcionaban. Con
todo, Newton nunca cejó en su empeño de proseguir esta investi­
gación, como sabemos merced a documentos tales como su propuesta
revisión tentativa de los Principia y las últimas cuestiones planteadas
para la Optica, donde se publicaron. Al investigar la «causa» de
la gravedad, Newton deseaba de hecho encontrar algún tipo de
mecanismo causal que diese cuenta de su acción e hiciese parecer
razonable su existencia.
En la época en que escribió los Principia, puede haber estimado
que lo más plausible era que dicha explicación consistiese en algún
tipo de lluvia etérea o corriente de partículas de éter. Se encuentran
pruebas de ello en la primera edición de los Principia, en la única
alusión que allí se hace a una posible causa de la gravedad o de la
atracción gravitatoria. Tal cosa aparece en la introducción a la sec­
ción 11 del libro primero, cuando introduce formalmente el sistema
de dos cuerpos. En este famoso pasaje (discutido en el aparta­
do S 3.3), hemos visto cómo decía Newton que consideraría las
mutuas fuerzas centrípetas de los cuerpos como «atracciones, por
más que tal vez, si hablamos el lenguaje de la física, deberían ser
denominadas con más verdad impulsos». Los impulsos o fuerzas
de percusión instantáneas se derivan de la acción de algunos tipos
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 133

de partículas que golpean un cuerpo, tal y como ocurre en una


lluvia o corriente de partículas de éter. A partir de aquí, Newton
inventó y puso a prueba toda una serie de «modelos» explicativos
de acción física, ninguno de los cuales resultó plenamente satisfac­
torio, sin que por tanto ninguno de ellos superase nunca la condi­
ción de un mero «modelo», no alcanzando jamás el estado de lo que
Newton podía concebir como verdadero o real. Estos pretendidos
«modelos» explicativos difieren de los constructos o sistemas mate­
máticos que caracterizan lo que he denominado la fase primera. No
son sistemas matematizados basados en una naturaleza idealizada y
simplificada, con condiciones dadas de fuerza y resistencia de carác­
ter matemático, de los que Newton extrae las consecuencias o im­
plicaciones mediante el uso formal de las matemáticas: la geometría,
el álgebra, las proporciones, la aplicación del método de límites o
fluxiones y las series infinitas. Por el contrario, caen de lleno en la
categoría de mecanismos imaginarios o postulados, como el movi­
miento de las partículas de éter, el efecto de los efluvios eléctricos
o algo del estilo de los efluvios eléctricos, la acción de algún tipo
de éter o la mediación de algo que puede ser material o inmaterial.
En cuanto tales, son semejantes a los modelos que caracterizan al
pensamiento actual en las ciencias y en la filosofía de la ciencia
(estos diversos intentos se discuten en la sección S 3.9).
En la primera edición de los Principia, Newton no hizo ninguna
afirmación relativa a la posible causa de la gravitación universal
que no fuese la mencionada referencia a la impulsión que aparece en
la introducción a la sección 11 del libro primero. En una Conclusio
no terminada, suprimida antes de que los Principia pasasen al im­
presor6, discutía la atracción y repulsión de las partículas de mate­
ria como las que componen los cuerpos macroscópicos, pero sin en­
trar directamente en el problema de la causa de la gravedad uni­
versal7. Tampoco planteó esta cuestión en los borradores del pre­
facio a la primera edición *.
Con todo, hacia la época de la segunda edición de los Principia,
era preciso pronunciarse públicamente, cosa que se hace en el escolio
general con que se cierran los Principia. Es en éste donde Newton
adopta un punto de vista un tanto positivista, aunque sólo «un
tanto», puesto que insiste en que la gravedad «existe realmente»
(«revera existat»), así como en que basta para explicar los diversos
fenómenos del universo. (Como es natural, la expresión «existe real­
mente» es antipositivista.) En un cierto sentido, podemos ver aquí
matices directos del punto de vista que en la fase primera le había
permitido considerar las consecuencias matemáticas de un sistema
imaginado o constructo matemático basado en la idea de un fuerza
134 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

centrípeta, sin que tuviese que plantearse ningún problema físico


sobre la fuerza misma. Tras haber mostrado ahora, en la fase ter­
cera, que la gravedad existe y sirve para dar cuenta de los fenóme­
nos, declara la validez de su sistema del mundo, por más que la
causa de la gravedad nos permanezca oculta. Sin embargo, Newton
no fue nunca un verdadero positivista, dado que nunca abandonó
la búsqueda de la causa de la gravedad, creyendo efectivamente que
dicha causa existe y puede hallarse. No obstante, actúa como un
positivista en la medida en que se dice que su sistema es aceptable
porque funciona, por más que la causa de la gravedad universal
pueda ser desconocida o incluso por más que la propia gravedad
no se pueda explicar9. En el «Scholium Generale», no era intención
de Newton poner límite a la investigación científica, por más que
los científicos post-newtonianos hayan tendido a interpretar ese do­
cumento como si estableciese tal limitación 10. Con todo, en ese es­
colio final, Newton estableció una norma suficiente para la acep­
tabilidad de los sistemas científicos, teorías o explicaciones científi­
cas, que no exigía una explicación de las fuerzas u otras causas de
los efectos observados, siendo rutinariamente aceptada dicha norma
por parte de los científicos post-newtonianos.
No cabe duda de que fue una suerte que Newton pudiese des­
arrollar y emplear su sistema de tres fases, ya que no sólo marcó'
el camino que habrían de seguir las ciencias exactas a partir de en­
tonces, sino que además le permitió no verse desesperadamente
empantanado en un búsqueda infructuosa. Lo que con esto quiero
decir es que, tras haber escrito los Principia, examinó el problema
de cuál pudiera ser la causa de la gravedad, y continuó haciéndolo
una y otra vez durante el resto de sus días, sin que por eso se con­
virtiese en una pasión absorbente que excluyese todo lo demás.
Revisó los Principia, preparó la Optica para la publicación, revisó
y aumentó las cuestiones y elaboró las proposiciones relativas al
movimiento de la Luna, estudió la teoría de las mareas y la per tur-:
bación, etc. Sus escritos, tanto publicados como inéditos, no mues­
tran que la búsqueda de la causa o modus operandi de la gravedad
universal se haya tornado nunca en una actividad intelectual pre­
ponderante. Su fracaso en esta búsqueda no le impidió publicar ni
los Principia ni la Optica con sus cuestiones relativas a la posible
causa de la gravedad. Como había señalado en el «escolium gene-
rale», había mostrado que la gravitación universal existe y había
mostrado que eso era suficiente para explicar los fenómenos de los
cielos y la tierra. Este fue el fruto de las tres primeras fases, y
aunque sentía curiosidad por cuál pudiera ser la naturaleza de la
3. L a revolución oew toaiana y el estilo d e Newton 133

gravedad, a sus ojos su sistema del mundo era aceptable sin tal
conocimiento.
No sólo fue incapaz el propio Newton de elaborar la causa o
modus operandi de la gravitación, sino que además, en los términos
de los objetivos que él mismo se impuso, nadie ha sido nunca capaz
de ello. Las propias elucubraciones de Newton acerca de cómo po­
dría producirse la gravedad (y más tarde, la gravitación universal)
atravesaron un cierto número de vicisitudes. Al comienzo de la dé­
cada de 1660, creía que la gravedad terrestre estaba causada por
una especie de «lluvia» de partículas etéreas (véase Westfall, 1971,
páginas 330-331), y en 1679 sugería, en una carra a Boyle, que la
gravedad pudiera estar causada por un éter no homogéneo con una
densidad que variase según determinada regla " . Había encontrado
apoyo experimental para pensar que existía un éter capaz de resistir
al movimiento, ya que se observaba que las oscilaciones de un pén­
dulo en un recipiente en el que se hubiera hecho el vacío se frena­
ban y llegaban a detener casi con la misma rapidez que en el aire
ordinario. Newton interpretaba este experimento como una demos­
tración de que existía un éter, algo que permanece en el recipiente
después de que la bomba de vacío baya expulsado el aire y que
es capaz de ofrecer resistencia al movimiento12. Hacia la época de
su solución del problema del movimiento orbital elíptico según una
fuerza inversa del cuadrado, presumiblemente en 1679-1680 (esto
es, durante o después de su intercambio de cartas con Hooke), le
resultaba posible creer que la gravedad era provocada por la presión
de un gradiente de densidad en el éter, o incluso por algún tipo de
vórtice etéreo. La razón de ello, como ya he señalado, se encuentra
en que Newton aún no había llegado al punto de aplicar su ley o
axioma tercero y, por el momento, no tenía que haber una fuerza
mutua entre la Tierra y los objetos terrestres, entre el Sol y los
planetas o entre los planetas y sus satélites. £1 cambio aparece do­
cumentado en la revisión de su opúsculo De motu, durante o después
de diciembre de 1684 (véase la sección $ 5.6). A partir de entonces,
las simples explicaciones del éter no funcionarían.
En algún momento antes de escribir los Principia (o durante su
redacción), Newton realizó otro experimento con péndulos, esta vez
en el aire, que le pareció que mostraba que la resistencia del éter
era o nula o muy pequeña, por lo que era de presumir que semejante
éter no podía producir ninguno de los efectos mecánicos del tipo
de la gravitación con vistas a los cuales se había ingeniadou. Al
exponer este experimento en los Principia, Newton dice que hace
la presentación de memoria, ya que había perdido el papel en que
apuntara los resultados (jamás se ha encontrado entre sus papeles).
136 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

Newton no da ninguna pista acerca de cuándo se realizaron estos


experimentos, aunque yo conjeturaría que la íecha más plausible
sería tras la composición del D e motu, es decir, después de diciem­
bre de 1684, probablemente mientras escribía el libro segundo de
los Principia. Ello se compadecería bien con el hecho de que Newton
aún escribía sobre vórtices en relación con el movimiento planetario
en 1680 y 1681, como si no existiese ninguna razón de peso para
rechazar las explicaciones basadas en vórtices empleadas por sus co­
rresponsales Burnet y Flamsteed M. Consiguientemente, Newton res­
pondía a Flamsteed en relación con el calor del Sol (7 de marzo
de 1681 NS *) que «las partes centrales» de «la materia líquida que
nada en el Sol» ha de «tornarse tan caliente como si la materia
fluida caliente que la rodea igualase a todo el Vórtice». Lo que aquí
nos interesa es más la aceptación incontestada de Newton de la ver­
sión de Flamsteed de la teoría de los vórtices, de la que se hace
eco, que su conclusión de que «todo el cuerpo solar ha de estar,
por tanto, el rojo & por consiguiente desprovisto de magnetismo»
(Newton, 1959-1977, vol. 2, p. 360). Unos cuantos años más tarde,
Newton atacó públicamente en los Principia la idea de los vórtices,
mostrando en la conclusión al libro segundo que se opone a la ley
de áreas de Kepler. Con todo, había creído en los vórtices a finales
de la década de 1660 o comienzos de la de 1670, momento en que
había recurrido al supuesto movimiento en vórtices del éter, al
modo cartesiano, a fin de explicar ciertos aspectos del movimiento
lunar, en virtud de lo que D. T . Whiteside (1976, pp. 317-318) ha
denominado «la presión del vórtice solar sobre el terrestre, en el
que la luna desarrolla su trayectoria 'planetaria*». El hecho de que
en 1680 y 1681 Newton siguiese escribiendo aún como si la idea
de un éter moviéndose en un vórtice se relacionase directamente
con las fuerzas solares, indica no sólo que todavía no había realizado
los experimentos del péndulo, sino además que, incluso tras la co­
rrespondencia con Hooke, aún no se había comprometido plena­
mente con las fuerzas planetarias o solares otológicam ente indepen­
dientes, como única vía para dar razón de todos los movimientos
observados de los planetas y de la Luna.
Las revisiones del De motu M (realizadas poco después de no­
viembre de 1684) mencionan al éter como si existiese, por más que
su resistencia pareciese ser «o nula o ... extremadamente pequeña» 16.
Newton dice haber estado considerando «el movimiento de los cuer­

* New Styie: nuevo estilo en las fechas. La protestante Inglaterra no aceptó


hasta 1752 la reforma del calendario del Papa Gregorio X I I I (1582). (N ota
del traductor.)
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 137

pos en medios no resistentes», a fin de «poder determinar el movi­


miento de los cuerpos celestes por el éter» ’7.
Muy poco después de la revisión del De motu, Newton comenzó
a escribir los Principa, y para esta época sus opiniones acerca del
éter se habían tornado un tanto menos positivas. Aún sigue alu­
diendo al éter en cuanto tal (nombrándolo) en ciertos pasajes si
bien es cierto que la idea de éter no desempeñó ninguna función
significativa en la composición de los Principia mismos. Lo que re­
sulta más notable es que, por más que Newton se refiera en ocasio­
nes al éter como si fuese un creyente ordinario, en otras ocasiones
lo discute como si tuviese dudas acerca de su existencia efectiva o
posible. De este modo, introduce los experimentos del péndulo «por­
que algunos [ ! ] opinan que existe cierto medio etéreo y extraordi­
nariamente sutil que invade con entera libertad todos los poros y
canales de los cuerpos», añadiendo en el párrafo inicial del tratado
(def. I) que «por el momento, no tomo en cuenta ningún medio,
si es que hay alguno [! ], que invada libremente los intersticios entre
las partes de los cuerpos»19.
En algunos lugares de los Principia, Newton menciona el éter,
mientras que en otros alude a un medio sutil. Hay, en fin, otros
lugares en los que se alude al éter tan sólo indirectamente, por im­
plicación. Ya he hecho referencia anteriormente a la introducción a
la sección 11, donde Newton procede a hablar acerca de la atracción
mutua más bien que acerca de las fuerzas centrípetas, diciendo que
«en el lenguaje de la física», las atracciones «podrían denominarse
más adecuadamente impulsos». ¿Impulsos de qué? La única res­
puesta que le viene a uno a la cabeza sería en términos de los im­
pulsos de algún tipo de partículas de éter, como en la creencia ante­
rior de los años 1660. La posibilidad de que tuviese en mente al éter
se ve fortalecida por la conclusión de esta misma sección 11, en la
que enumera entre las posibles causas de la atracción «la acción
del éter o del aire o de un medio cualquiera, sea corpóreo o incor­
póreo, que actúe impeliendo unos hada otros a los cuerpos que en
él flotan» * .
La creenda en que la atracdón hubiera de ser causada por un
medio dispuesto entre (e incluso que penetrase) los cuerpos macros­
cópicos persistió induso después de que se hubiesen publicado los
Principia. En 1693, en una carta a Bentley (25 de febrero), deda
Newton que «la Gravedad ha de ser causada por un agente que
actúe constantemente según ciertas leyes, mas si dicho agente es
material o inmaterial constituye un problema que he dejado a la
consideradón de mis lectores» (Newton, 1959-1977, vol. 3, pági­
nas 253 y ss.; 1958, pp. 254 y ss.). Por más que Newton no se
138 L a revolución ncwtoniana y el estilo de Newton

comprometa aquí con la creencia en un agente material, tampoco


excluye la posibilidad de que tal agente resulte ser de carácter ma­
terial. Mas, sea cual sea ese agente, habría de actuar «constante­
mente según ciertas leyes», tal y como Newton y otros suponían
que habría de hacer el éter. Lo que resulta de la mayor importancia
es que, en la época en que Newton escribió los Principia e inme­
diatamente después, no creía naturalmente que la fuerza de la gra­
vedad fuese una entidad que pudiese mantenerse por sí misma o
poseer una existencia independiente, dado que, como señalaba Ben-
dey, la idea de «que un cuerpo pueda actuar sobre otro a distancia
a través del vado sin la mediadón de alguna otra cosa, por la cual
o mediante la cual su acdón o fuerza pueda transmitirse de uno a
otro, es para mí un absurdo tan grande, que no estimo que pueda
icurrir en él quien posea una competente facultad de discurrir en
cuestiones filosóficas» (Newton, 1958, pp. 302 y ss.). En el con­
texto de esta discusión Ja palabra «material» puede haber tenido
para Newton el sentido de lo que posee las propiedades de la ma­
teria ordinaria, fundamentalmente la impenetrabilidad y la masa
inercial.
En ese mismo año de 1693, en d que Newton escribía a Ben-
tley, discutió también la gravitadón, junto con d éter, en su corres­
pondencia con Leibniz. «Alguna materia extraordinariamente sutil»,
escribía, «parece llenar los d d o s» («A t cáelos materia aliqua sub-
tilis nimis implere videtur») (Newton, 1959-1977, vol. 3, pp. 286,
287). Tenía que ser «extraordinariamente sutil», ciado que los expe­
rimentos del péndulo habían establecido un límite superior a la
posible resistencia que pudiese ejercer un éter sobre d movimiento
de los cuerpos que lo atraviesan21. Newton llega induso tan lejos
como para escribir a Leibniz: «Pero si, mientras tanto, alguien ex­
plica la gravedad junto con todas sus leyes mediante la acción de
derta materia sutil, me cuidaré mucho de protestar» (Newton, 1959-
1977, vol. 3, pp. 286, 287). Y , de hecho, aproximadamente hacia
esta misma época, abrazó con cdo y entusiasmo un intento de Fado
de Duíllier de explicar la gravedad mediante una hipótesis basada
en la idea d d movimiento rectilíneo de partículas de éter, llegando
incluso a afirmar que ésta era la única explicadón «mecánica» de
la gravedad (véase Hall & Hall, 1962, pp. 313, 315). La hipótesis
de Fado acerca de un «éter de semejante materia sutil» poseía la
virtud adicional de que, del «movimiento reedlíneo en todas direc­
ciones» d d éter, «se deduce la acción de la gravedad en propordón
recíproca de los cuadrados de las distandas» n.
En algún momento anterior a 1702, en un ensayo sobre la teoría
de la Luna, Newton anundó tajantemente la inexistenda de un medio
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 139

fluido en el espacio2*. Entonces, durante un tiempo, Newton llegó


a pensar que la gravitación podría ser causada eléctricamente, al
parecer basándose en ciertos experimentos realizados por Hauksbee M.
Esta suposición se expresa en un párrafo final del escolio general
del fin de los Principia, redactado para la edición de 1713 a . Las
últimas opiniones de Newton sobre el tema, al menos las publicadas,
significaban una vuelta a un éter o a un medio etéreo, tal como
ocurre en la segunda edición inglesa de la O ptica de 1717-18 a . En
esta ocasión, el éter era «tenue» más bien que «denso» y era ho­
mogéneo, sugiriendo que podría producir sus efectos por medio de
variaciones de densidad.
Para el año 1685, en el que Newton había transformado el con­
cepto de fuerza centrípeta que actúa sobre un cuerpo en una atrac­
ción mutua entre dos cuerpos, la idea del éter planteaba dos grandes
tipos de cuestiones fundamentales. La primera de ellas se conecta
con el vórtice, ya que es una propiedad de los vórtices la tendencia
a arrastrar hacia el centro a un cuerpo en órbita, haya o no un cuerpo
en el centro. De este modo, la teoría de los vórtices niega el carácter
esencial de disponer de dos cuerpos en interacción como condición
de la gravedad. Como Newton dice expresamente en la introducción
de la sección 11, libro primero, de los Principia, «las atracciones...
se dirigen hacia los cuerpos» y no hacia centros matemáticos de
fuerza, y «por la tercera ley del movimiento, las acciones de los
cuerpos atrayentes y atraídos son siempre mutuas e iguales». Con
todo, Huygens argüía que, desde la perspectiva de la teoría tradi­
cional de los vórtices, Newton estaba en un error. Huygens no
estaba en absoluto «convencido de la necesidad de la atracción mutua
de los cuerpos todos, dado que», como escribía, «he mostrado que
aun cuando no hubiese Tierra, los cuerpos no dejarían por ello de
tender hacia el centro en virtud de lo que denominamos gravedad» 71.
Pero, dejando de lado la teoría de los vórtices, resta aún una
clase de problemas importante relativa a las explicaciones de la
atracción gravitatoria por medio de un éter o un medio etéreo. La
lluvia de éter o el movimiento de las partículas etéreas, así como
el éter con un gradiente de densidad puede explicar de qué modo
se ve impelido un cuerpo hacia otro. Tal teoría, por ejemplo, podría
mostrar muy bien de qué modo un objeto terrestre se ve empujado
o tirado hacia la Tierra, de qué modo la Luna se ve empujada o
tirada hacia la Tierra, pero no a la inversa. Esto es, las teorías del
éter no suministran en general la necesaria fuerza igual y opuesta
sobre cada uno de ambos cuerpos, la manzana y la Tierra. Además
de este problema cualitativo, existe otro cuantitativo, como es el
que las consideraciones acerca del éter suministren un efecto resul­
140 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

tante que constituya una fuerza de atracción a la vez directamente


proporcional al producto de ambas masas e inversamente proporcio­
nal al cuadrado de la distancia entre ellas. Por ello no es de extra­
ñar que, tal como recoge Fatio de Duillier, 1949, p. 117, Newton
«pareciese a menudo inclinarse a pensar que la Gravedad tenía su
Fundamento exclusivamente en la Voluntad arbitraria de D ios»
(Newton, 1959-1977, vol. 3, p. 70).
Newton tendía a escribir acerca de estos diversos modos (¿osa­
ríamos decir modelos?) de explicar la gravedad un tanto tentati­
vamente al menos en sus escritos publicados, y no tenemos modo
de determinar el grado absoluto de su compromiso con alguno de
ellos 28. Desde el punto de vista de este capítulo, sin embargo, es
importante observar que la ley de gravitación universal y sus efectos,
tal como se trazan en los Principia, no se ven afectados por la elec­
ción de una de las explicaciones particulares que Newton desarro­
llaba en diversos momentos. Cada uno de los modos de explicación
no es más que una diversa secuela de la fase tres, como la denomino,
y, por consiguiente, carece de alcance para la fase primera (la cons­
trucción de sistemas y constructos matemáticos y la elaboración de
sus propiedades y consecuencias matemáticas) y para la fase segunda
(la investigación de hasta qué punto tales constructos y sistemas
concuerdan con los experimentos y observaciones o precisan modi­
ficaciones a fin de satisfacer dicho acuerdo). Al no ser más que una
secuela de la fase tres, ni la invención de explicaciones de la gravi­
tación ni la búsqueda de la causa de la gravitación o de su modus
operandi resultaba esencial para la aceptación o rechazo de los Prin­
cipia de Newton, al menos en el caso de quienes estaban dispuestos
a aceptar el estilo newtoniano en filosofía natural o alguna variante
del mismo.

3.9. L a revolución newtoniana tal como la vieron algunos


de sus sucesores: Bailly, NLaupertius, Clairaut

En la era de Newton, más o menos los primeros tres cuartos


del siglo x v iii, cuando se aceptó la idea de que la ciencia progresa
a través de una serie de revoluciones, había tres candidatos funda­
mentales al honor de haber instituido revoluciones científicas: Co-
pérnico, Descartes y Newton (véase Cohén, 1976a). Por sorpren­
dente que pueda parecer, Galileo y Kepler no eran considerados
por Jean-Sylvain Bailly como los inauguradores de una revolución,
por más que tuviese en gran estima sus contribuciones a la astro­
nomía. Bailly, quien utilizaba el nuevo concepto de revolución den-
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 141

tífica más sistemáticamente que cualquier otro autor del período


con el que me hallo familiarizado, no atribula explícitamente una
revolución a Descartes, tal y como había hecho d’Alembert', si bien
alababa la «sublime idea [cartesiana] de osar reducir las leyes ge­
nerales del movimiento del universo a las leyes del movimiento de
los cuerpos terrestres» (Bailly, 1781, p. xi). Se trataba de una idea
totalmente novedosa, por entero propia de los nuevos tiempos, se­
gún señalaba, y se debía a Descartes. Naturalmente, los vórtices
de Descartes resultaron ser una «mala explicación del peso y del
sistema del mundo», pero al menos dichos vórtices tuvieron la virtud
positiva de ser «mecánicos». Según Bailly, Descartes merecía el ma­
yor reconocimiento posible porque «Descubrió que la misma causa
mecánica [le méme méchanisme) ha de hacer moverse a los cuerpos
en las regiones celestes y sobre la superficie terrestre; por más que
no captase la naturaleza de esta causa mecánica [méchanisme] , no
se ha de olvidar que este grandioso concepto nuevo fue el fruto
de su genio.» Y a continuación concluía: «L o que Descartes se había
propuesto lo cumplió Newton, y no despojamos a Newton ni de
un ápice de su gloria por hacer justicia a Descartes» (Ih id .). Otros,
como el joven Turgot, atribuían explícitamente a Descartes el haber
realizado (o inaugurado) una revolución en las ciencias2.
Como hemos visto en el apartado S 2.2, para Bailly, Copémico
no sólo destruyó un viejo sistema del mundo, sino que estableció
uno nuevo, siendo «el restaurador de la astronomía física y el autor
del verdadero sistema del mundo». E l «espíritu revoltoso» de Co-
pérnico «dio la señal, y la revolución se produjo». En otra presen­
tación, Bailly decía que «en esta época [ époque) » , Copérnico «llevó
a cabo una gran revolución y lo cambió todo» \ Fue el responsable
de una revolución en dos fases o de dos revoluciones en una. La
primera consistió en la eliminación del viejo sistema ptolemaico o
geocéntrico, siendo la segunda la presentación del nuevo sistema
heliocéntrico.
Bailly hallaba los mismos rasgos de una revolución doble en el
advenimiento de la filosofía natural de Newton. En una presenta­
ción característica, Bailly alababa primero a Newton por su modestia
(a propósito del prefacio a la primera edición de los Principia), pa­
sando luego a describir la revolución:

Newton, más que cualquier otro, hubo de pedir perdón por su elevada
posición. Había emprendido un vuelo tan extraordinario y había descendido
de nuevo con verdades tan novedosas, que hubo de acomodarse a aquellas
mentes que habrían rechazado estas verdades. Newton subvertió y cambió
todas las ideas. Aristóteles y Descartes aún se dividían el imperio, siendo los
142 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

preceptores de Europa, pero el filósofo inglés destruyó casi todas sus enseñan­
zas y propuso una nueva filosofía. Dicha filosofía provocó una revolución.
Newton logró, aunque por medios más suaves y apropiados, aquello que los
conquistadores que usurpaban el trono intentaban hacer a veces en Asia: pre­
tendían erradicar el recuerdo de reinados anteriores, a fin de que el suyo
inaugurase una era lépoque], de tal modo que todo comenzase con ellos. Pero
muy frecuentemente estas empresas arrogantes y tiránicas resultaban infruc­
tuosas; ¡tan sólo logran el éxito en tanto en cuanto la razón y la verdad
pueden lograr dicha ventaja sin falsas pretensiones! [Bailly, 1785, vol. 2, li­
bro 12, sección 42, pp. 560 y ss.]

£1 uso que aquí se hace de toda una panoplia de metáforas políticas


resulta de lo más sorprendente, como ocurre con los conquistadores
que usurpan el trono y barren toda traza de sus predecesores, así
como el contraste entre la violencia o la tiranía y la razón o la ver­
dad. Mas, de nuevo, hay que señalar que para Bailly una revolución
científica es una acción doble. Bailly (1785, vol. 2, libro, 13, sec­
ción 1, p. 579) advertía, con todo, a sus lectores que por más que
el newtoniano «tratado sobre los Principios Matemáticos de la Fi­
losofía Natural estuviese destinado a provocar una revolución en
astronomía», no era menos cierto que «esta revolución no se pro­
dujo inmediatamente».
Bailly no se limitaba a afirmar generalidades relativas a la revo­
lución científica newtoniana, sino que tal y como él veía las cosas,
la clave que en manos de Newton abrió los misterios celestes era
la matemática; la geometría. Antes que nada, señalaba Bailly, los
planetas se mueven en trayectorias curvas, y todo movimiento cur­
vilíneo es el producto de varias fuerzas; ergo «las matemáticas [géo-
m étrie] suponen dos fuerzas». Una de ellas es la «fuerza» de los
cuerpos celestes (uniforme y constante)4 y la otra está «situada
en el sol, & es capaz de arrastrar hacia él a todos los cuerpos que
se hallan en su esfera de actividad». Dicha fuerza no es constante
y debe debilitarse a medida que se extiende, siguiéndose por consi­
deraciones geométricas sencillas que dicha fuerza sólo puede decre­
cer como la ley del inverso del cuadrado de la distancia. La geometría
muestra que, bajo estas condiciones de fuerza y movimiento, los
planetas describen áreas con respecto al Sol que son proporcionales
a los tiempos de descripción; se mueven en elipses con el Sol en uno
de los focos, y los períodos de revolución son como las raíces cua­
dradas de los cubos de las distancias al Sol. He aquí cómo «las tres
consecuencias de esta suposición constituyen los tres grandes fenó­
menos observados por el genio de Kepler» (Bailly, 1785, vol. 2,
libro 12, sección 9, p. 486). Bailly no sigue la línea exacta de los
Principia, pero ha captado el punto esencial: mediante las matemi-
V La revolución newtoniana y el estilo de Newton 143

ticas (concretamente, la geometría), Newton ha descubierto que las


tres leyes de Kepler, verdaderas fenomenológica o contrastablemente,
son consecuencia de la ley de la gravitación universal, con lo que
se demuestra que no se trata de una mera hipótesis imaginada, sino
más bien de un principio y un sistema que se adecúa de hecho al
mundo real. O , como dice el propio Bailly, «L o que se supone que
hace moverse a las cosas es lo que realmente las hace moverse; la
demostración era completa. Newton, él solo, con sus matemáticas
Igéom étrie], adivinó el secreto de la naturaleza».
Por matemáticas (o «geometría») Bailly no entendía la geometría
clásica de Eudides, ni siquiera la geometría analítica de Descartes
y Fermat, sino que entendía específicamente el cálculo integral y
diferencial. Señalaba, a mi entender con absoluta corrección, que:
Newton formaba una unión inseparable entre matemáticas [geóm étrie] y
astronomía; ambas ciencias avanzan ahora juntas y los distintos progresos en
cada una de ellas es necesario para el progreso de la otra. E l conocimiento
íntimo de lo que ocurre [ connoissattce intim e des chases] depende de su
acuerdo, por cuanto que una de ellas observa y la otra explica, por cuanto que
las matemáticas predicen fenómenos y la astronomía observa y confirma lo
que se ha predicho. [Bailly, 1783, vol. 3, discurso 6, pp. 326 y ss.]

Después, tras aludir brevemente a algunos de los avances post-


newtonianos en astronomía, habla del modo en que, en ese mismo
período, «las matemáticas Igéom étrie] han progresado mediante la
mejora de los dos tipos de cálculo inventados por Newton». Uno
de ellos fue el cálculo diferencial que «desplegó las alas de New­
ton», mientras que el otro, el cálculo integral, estaba aún incom­
pleto. «E l método completo del cálculo integral representaría una
revolución en matemáticas [géom étrie] comparable a la de la apli­
cación del álgebra [a la geometría] y a la de la invención del cálculo
diferencial.» A pesar de esta laguna, «tres matemáticos, los señores
Clairaut, d ’Alembert & Euler, sucesores de Newton, han sido ca­
paces, siguiendo la senda abierta por Newton, de ver mejor y más
allá que él» (Bailly, 1785, vol. 3, discurso 6, pp. 327 y ss.). Como
señalaba Bailly, Newton había resuelto completamente tan sólo el
problema de dos cuerpos, mientras que por lo que respecta al pro­
blema de tres cuerpos que se atraen mutuamente unos a otros gra-
vitatoriamente, el genio de Newton no pudo hacer otra cosa que
revelarle «los más palpables efectos de esta complejidad». Bailly
comparaba a Newton a un «conquistador que ha subyugado un vasto
imperio», aunque no haya sido capaz de someter él mismo todas
sus partes a sus órdenes: «impuso leyes y dejó al cuidado y talento
de sus sucesores hacerlas conocidas en todas partes». El «gran pro­
144 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

blema de los tres cuerpos» había sido «efectivamente» resuelto por


Clairaut, d ’Alembert y Euler, de una manera «umversalmente apli­
cable, que es el fundamento de todas las investigaciones de este tipo
y que constituye la gloría y característica distintiva de nuestro si­
glo» (Ibid.).
Con rara penetración, Bailly vio que «la ventaja de las solucio­
nes matemáticas consiste en su generalidad». El argumento según el
cual si los planetas se mueven de acuerdo con las leyes de Kepler,
entonces han de ser «impelidos por una fuerza que reside en el Sol»
depende tan sólo de consideraciones geométricas y principios gene­
rales de movimiento. En la argumentación de Newton no aparecen
propiedades físicas especiales del Sol, que a este respecto difiere de
la de Kepler, dado que este último había recurrido a cualidades
especiales del Sol del tipo de su fuerza magnética y la orientación
de sus polos. Consiguientemente, el mismo argumento matemático
muestra que los satélites de Júpiter y Saturno, sujetos a las mismas
leyes de Kepler, han de verse igualmente «impelidos por fuerzas
que residen en ambos planetas». En otras palabras, Júpiter y Saturno
son a sus sistemas de satélites lo que el Sol es al sistema planetario,
residiendo la única diferencia en el alcance y la potencia. Lo mismo
se puede decir de la Tierra y nuestra Luna (Bailly, 1785, vol. 2,
libro 12, sección 9, pp. 486 y ss.).
Bailly comprendió plenamente que hallar los nexos entre el mo­
vimiento inercial más la fuerza centrípeta y las leyes de Kepler era
«un problema matemático [o geométrico]»; no de geometría ordi­
naria (como se acaba de señalar), sino de «una geometría [matemá­
tica] que Newton había preparado para estas profundas investiga­
ciones» {ibid., sección 5, p. 477). Además, según Bailly, «Estas ma­
temáticas no se sintieron en ningún caso acobardadas por el tamaño
de las órbitas o por la variación de las velocidades o por la enor­
midad de las fuerzas necesarias para transportar las pesadas masas
de los globos celestes». La nueva ciencia creada por Newton, deno­
minada más tarde dinámica, «considera la fuerza tan sólo en cuanto
se manifiesta por sus efectos, los espacios atravesados y el tiempo
empleado. La ciencia se preocupa muy poco de si las fuerzas son
débiles o fuertes; puede considerar a la vez muchísimas fuerzas bajo
una expresión abstracta general...» {ibid., p. 478). Aquí se ve, pues,
toda la fuerza y poder de las matemáticas [géom étrie] newtonianas;
sus métodos son «universales... y son tan grandes como la natura­
leza que todo lo abarca» (ib id .).
El propio Bailly estaba totalmente dispuesto a aceptar la idea
y principio de una fuerza gravitatoria universal, dado que tantos
fenómenos eran explicables mediante su uso; dado que tantos datos
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 145

observados y tantas leyes experimentales se podían derivar matemá­


ticamente de las propiedades de la gravedad universal (Bailly, 1785,
volumen 2, libro 12, sección 41, pp. 555 y ss.). Con todo, era cons­
ciente de que, al principio, muchos científicos (sobre todo en Fran­
cia) establecían una distinción entre el sistema newtoniano en cuanto
matemático y en cuanto una verdadera filosofía natural. Así, por
lo que respecta a Maupertuis, quien según Bailly «nos parece que
ha sido el primero... de nuestros matemáticos en usar el principio
de atracción», Bailly (1785, vol. 3, «discours premier», p. 7) tenía
que señalar que «al principio lo usaba tan sólo por lo que respecta
a sus efectos calculables, aceptando la gravitación como matemático,
aunque no como físico». Esto es, Maupertuis procedió con el cons-
tructo o sistema matemático de Newton (nuestras fases uno y dos),
aunque no habría de conceder que en el sistema del mundo (fase
tres) Newton tratase necesariamente de la realidad.
De hecho, en un escrito «Sobre las Leyes de Atracción» (1732),
Maupertuis había sido muy explícito sobre este punto. «N o tomo
en absoluto en consideración», escribía, «si la Atracción se ajusta
o es contraria a la sana Filosofía.» Por el contrario, «A quí trato de
la Atracción tan sólo como matemático [ géométre] .» E s decir, Mau­
pertuis se ocupaba de la atracción tan sólo en cuanto «una cualidad,
cualquiera que sea, a partir de la cual se calculan los fenómenos,
considerando que se halla uniformemente distribuida por todas las
partes de la materia, actuando propordonalmente a la masa» s.
Hacia el final de esta introducción general, y antes de introducir
su comentario puramente matemático y sus extensiones de las sec­
ciones 12 y 13 del libro primero de los Principia de Newton, Mau­
pertuis sugería dos posibles causas físicas de la atracción gravita-
toria. Una es que la atracción deriva de algún tipo de «emanación»
del cuerpo atrayente en todas direcciones y en líneas rectas; otra,
que la atracción es el efecto de cierta materia extraña o externa que
empuja los cuerpos unos hacia otros. En el primero de los casos, se
puede ver fácilmente que la atracción debe seguir la ley del inverso
del cuadrado de la distancia, mientras que en el segundo quizá se
pueda hallar por qué la atracción se produce en esa proporción (Mau­
pertuis, 1736, p. 478).
En otras palabras, Maupertuis acepta el estilo newtoniano y
desea, en cuanto «géométre», seguir las consecuencias matemáticas
de la ley de la atracción gravitatoria. Puesto que los resultados con-
cuerdan con los fenómenos observados en la naturaleza, Maupertuis
se pregunta a continuación como filósofo natural si existe semejante
fuerza como entidad física o si puede haber alguna otra razón por
la que los cuerpos actúen como si existiese tal fuetza. Si semejante
146 L a revolución newtoniana y el estilo de New ton

fuerza existe, debe tener una causa, y vemos que esta idea está aún
tan enraizada en la filosofía mecánica que se limita a dos causas
materiales de la acción gravitatoria: alguna emanación del interior
del cuerpo atrayente o algún tipo de materia de fuera del cuerpo.
Por lo que a él respecta, está dispuesto a abandonar todas las causas
físicas e incluso se pregunta (1736, p. 479): «Si Dios hubiese que­
rido establecer una ley de Atracción en la Naturaleza, ¿por qué
habría de seguir dicha ley la proporción que parece seguir? ¿Por
qué habría de variar la Atracción en razón inversa del cuadrado de
la distancia?»
En el resumen crítico que precede a la memoria de Maupertius
(en la H istoire de l'Académie Royale des Sciences del año 1732),
este aspecto de la filosofía newtoniana se desarrolla extensamente.
Gracias exclusivamente a la magnitud del «gran genio y autoridad»
de Newton, la atracción ha regresado a la física, de la que, según
se dice, «la habían barrido por consentimiento unánime Descartes
y todos sus seguidores o más bien, todos los filósofos». No obstante,
ha vuelto un tanto desfigurada, no siendo en absoluto como la an­
tigua atracción; ahora es «tan sólo un nombre que se da a una
Causa desconocida». Los efectos de esta causa «se sienten por todas
partes, efectos que se calculan a fin de saber al menos el modo en
que actúa su causa, mientras esperamos por el desenvolvimiento de
su naturaleza»4. No cabe duda de que el autor ha leído a Newton
(o a los comentaristas newtonianos), comprendiendo plenamente la
postura de Newton con la que evidentemente simpatizaba.
En una memoria de Clairaut (1747), en la que hemos visto que
se refería a Newton como el autor de una revolución (Gairaut, 1749,
página 329), hay una discusión introductoria de los modos en que
muchos de los lectores de los Principia «se emocionan a la primera
ojeada y se enorgullecen de haber destruido el sistema newtoniano
sin haber seguido los cálculos y observaciones en que se funda».
Tales lectores, además, «se creen capaces de evitar las dificultades,
buscando en la metafísica los medios de probar la imposibilidad de
la atracción en cuanto causa y propiedad poseída por la propia ma­
teria» (Gairaut, 1749, pp. 329 y ss.). Mas tales críticos no han
comprendido suficientemente los aspectos esenciales del estilo new­
toniano, o bien no concuerdan con Newton en que se puede separar
legítimamente los resultados del análisis científico de los problemas
relativos a la causa de la gravitación, el posible mecanismo de la
acción gravitatoria y los argumentos puramente metafísicos relativos
a si la gravitación universal puede existir. Sin embargo, los cientí­
ficos deberían seguir a Newton y no comenzar sus investigaciones
con preguntas d d tipo: ¿Qué es la fuerza? ¿Cuál es la causa dd
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 147

movimiento? ¿Qué es la gravitación? Clairaut constataba que los


críticos de Newton aún no habían comprendido de qué manera
se puede estudiar la gravitación, la fuerza y el movimiento de ma­
nera matemática sin necesidad de plantear tales preguntas. Dichos
críticos, según Clairaut,

no se dan cuenta de que... habrían sido refutados sencillamente... por el señor


Newton, quien confesaba expresamente que se había limitado a utilizar el
término atracción, a la espera de descubrir su causa; y de hecho es fácil
comprobar a través del tratado sobre los Principios Matemáticos de la Filosofía
Natural que su única meta era establecer el hecho de la atraedón. [ Ibid
p. 330.]

Estos comentarios de Clairaut son tanto más notables cuanto que


en esta misma memoria encontraba necesario, a pesar de su fideli­
dad al newtonianismo, tomar en consideración la posibilidad de
que el movimiento de la Luna pudiese exigir que la ley de la gra­
vitación presentase términos superiores, con lo que no variaría in­
versamente al cuadrado de la distancia, tal y como Newton había
supuesto.

3.10. La revolución newtoniana en perspectiva histórica

En gran medida, este capítulo se ha dedicado a un solo tema,


como es el estilo newtoniano en cuanto clave para la revolución
científica newtoniana. Por supuesto, la revolución newtoniana no
consistía completamente en la introducción en la ciencia del uso de
sistemas imaginados y constructos matemáticos, tal como se encuen­
tran en los Principia. Antes bien, dicha revolución constituyó una
reestructuración radical de los principios y conceptos del movimien­
to, en la línea de la masa, la aceleración y la fuerza, más la elabo­
ración de un sistema del mundo que operaba en términos de la
nueva dinámica, donde la gravitación universal es la fuerza directora
y la inercia constituye una propiedad primaria o esencial de la ma­
teria. En términos tanto de su amplitud de miras como de la pro­
fundidad del análisis, los Principia se desplegaron en 1687 ante un
auditorio totalmente desprevenido y sin preparación que, de hecho,
durante algún tiempo, no supo qué hacer con ellos o cómo usar­
lo s'. Tan sólo poco a poco se llegó a apreciar con cuánta profun­
didad había calado Newton en las operaciones de la naturaleza, hasta
el punto de percatarse, por ejemplo, tanto de la función desempe­
ñada por la masa en la física inercial como de la distinción entre
la masa en cuanto resistencia a la aceleración (lo que denominamos
148 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

masa inercial) y en cuanto determinante de la fuerza en un campo


gravitatorio (masa gravitatoria). Newton mostró de qué manera una
y la misma fuerza universal sirve para dar cuenta del movimiento
de los planetas en tomo al Sol, de los satélites tanto artificiales
como reales en tomo a los planetas y de los cometas. Esa misma
fuerza explica las mareas, la misma tasa de caída libre de todos los
cuerpos en un lugar dado de la Tierra (o de cualquiera otra parte)
y el cambio de dicha tasa con la variación en latitud, así como la
forma oblonga de la Tierra. E s difícil encontrar otro libro científico
en toda la historia que entrañe un cambio tan complejo en el estado
del conocimiento relativo a la física celeste y terrestre2.
Newton produjo una revolución en la ciencia tan asombrosa me­
diante la aplicación de las matemáticas (geometría, álgebra o propor­
ciones, fluxiones, procedimientos de paso al límite, series infinitas)
a los fenómenos naturales. Newton constituía el ejemplo que tenían
ante su vista figuras científicas posteriores, como Kant y Quetelet,
cuando afirmaban que el progreso de una ciencia podía medirse por
el grado en que se había hecho matemática. El estilo newtoniano
es de la mayor importancia por haber hecho posible su matemati-
zación de los procesos naturales, y en este sentido el estilo newto­
niano nos da la clave de la revolución científica asociada a los Prin­
cipia.
Newton dista de haber sido el primer científico que construyera
un sistema matemático de la naturaleza, pues Ptolomeo y Arquímedes
fueron predecesores distantes (aunque sólo parciales); otros más
inmediatos habían sido Copérnico, Galileo, Descartes y, sobre todo,
Kepler, mientras que Huygens y Wallis eran contemporáneos ma­
yores que él. Sin embargo, Arquímedes se había dedicado tan sólo
a un ámbito muy limitado de la naturaleza, mientras que la Compo­
sición Matemática de Ptolomeo, como hemos visto, abarcaba ciertos
apeaos de los fenómenos a costa de ignorar otros. Como resultado
de ello, los sistemas de Ptolomeo3 para el Sol, la Luna y los pla­
netas constituyen esencialmente un conjunto de esquemas geométri­
cos de cómputo o modelos geométricos que no parecen haber sido
diseñados como representaciones de la realidad.
Pierre Duhem (1969) ha llamado la atención sobre el problema
de diseñar esquemas de cómputo, frente al intento de reflejar la
realidad, viendo el conflicto entre ambos como un tema dominante
en la historia de la ciencia de los cielos desde los griegos hasta el
siglo xvii. Su tesis, según la cual se daba una completa dicotomía
secular entre los constructores de modelos y los realistas, resulta
extremada *. No obstante, podemos ver que el conflicto entre ambos
puntos de vista sale a escena con el De Revolutionibus de Copérnico
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 149

(1543). Este libro se había publicado de tal modo que daba la im­
presión de que el autor se limitaba a presentar su nuevo sistema
como un modelo, una hipótesis o esquema para el cómputo de los
fenómenos solares, planetarios o lunares. A continuación de la dedi­
catoria al Papa Pablo III, viene un ensayo introductorio («Ad lec-
torem de hypothesibus hujus operis»), en el que Copérnico parece
haber dicho precisamente tal cosa5. No obstante, Kepler encontró
pruebas de que este ensayo no había sido compuesto por Copérnico
en absoluto, habiendo sido introducido en el libro por Osiander, un
clérigo protestante que supervisó la impresión del D e Revolutio-
nibus4. Como hemos visto, el propio Kepler era fundamentalmente
un realista que deseaba partir directamente de las causas de los mo­
vimientos de los planetas para hallar sus verdaderas trayectorias, sin
que estuviese interesado en meros esquemas de cómputo7. Consi­
guientemente se sintió particularmente complacido al descubrir que
el propio Copérnico había sido un realista, que había creído en cuer­
po y alma en su propio sistema y que no había sido el autor del
ensayo inicial sobre las hipótesis.
Galileo era un copernicano tan convencido como Kepler, por
más que no mejorase los esquemas de cálculo ni buscase las causas.
Creía, como es natural, en la realidad del sistema copernicano e in­
cluso fraguó una razón, basada en una explicación de las mareas,
por la cual tenía que haber no sólo una rotación terrestre, sino tam­
bién un movimiento de revolución en torno al Sol. Sin embargo,
Galileo no se ocupó concretamente de los detalles técnicos del siste­
ma copernicano5, sino que se dedicó a los argumentos filosóficos
y científicos en favor de un heliocentrismo general y en contra de
la concepción aristotélica del movimiento. Por consiguiente, debemos
acudir a sus D os nuevas ciencias, antes que a sus D os máximos siste­
mas del mundo, para encontrar un genuino precursor del estilo new-
toniano en cuanto paso hacia la aplicación de las matemáticas a la
naturaleza. Por ejemplo, Galileo tenía que enfrentarse con la realidad
de la fricción o de la resistencia del aire en relación con el movi­
miento de los péndulos y la caída libre de los cuerpos. Dado que
esta situación real le resultaba muy compleja y difícil de manejar,
simplificó la naturaleza tal como la encontraba, suponiendo un es­
pacio vacío en el que no hubiese efectos del aire. Predijo, por ejem­
plo, que en dicho mundo imaginado una moneda y una pluma caerían
libremente del mismo modo o tendrían aceleraciones iguales9. Aun­
que a una escala menor que Newton, Galileo estaba considerando
así un caso físico simplificado como un paso hacia la realidad. La
exigua diferencia en tiempo de caída que media entre un cuerpo
ligero y otro pesado tirados a la vez desde una torre se atribuía a
150 L a revolución newtoniana y el estilo de New ton

la fricción del aire, que era de este modo la causa de la discrepancia


entre la situación ideal y la realidad. Los experimentos con péndulolJ
suministraron entonces las pruebas de que la fricción del aire resiste
efectivamente al movimiento. Las leyes galileanas de la caída libre
y de las trayectorias parabólicas de los proyectiles sólo son estric­
tamente válidas en el caso de una idealización o simplificación de
la naturaleza, y no en el mundo real de la experiencia ordinaria10.
En este contexto, estos ejemplos galileanos poseen tan sólo un
interés académico, a beneficio de inventario, por así decir, ya que
no tenemos ninguna razón para creer que Newton haya leído nunca!
las Dos nuevas ciencias de Galileo, mientras que tenemos muchoá
elementos de juicio que indican que no lo hizo (véase Cohén, 1967c)v
Aún están por hacer importantes y fructíferas investigaciones sobre
el problema del uso de sistemas imaginarios y constructos matemá­
ticos en la física del siglo xvn , tanto por lo que respecta a sistema^
y constructos que comprenden un conjunto de condiciones matemá­
ticamente expresadas de la fuerza, la resistencia y el movimiento,
como por lo que respecta a aquéllos que incorporan sistemas o me­
canismos para explicar las teorías (siendo como los «modelos» de
los científicos y filósofos de la ciencia actuales). Sin duda dicho
estudio apuntaría hacia las posibles fuentes del modo de proceder
de Newton, que él habría transformado, mejorado y dotado de nue­
vos poderes extraordinarios11.
¿Mostró alguna vez Newton pruebas de ser consciente de estar
haciendo algo nuevo con su uso del estilo newtoniano? No exacta-'
mente, por más que sin duda fuese consciente de que nadie antes
que él había hallado tantos resultados. Sabía, por supuesto, que al­
gunos científicos anteriores habían conjeturado la ley inversa del
cuadrado e incluso supuso que los antiguos podrían haber conocido
dicha ley u . Mas tal cosa no implica que considerase menos meritoria
su invención, pues por más que dicha ley hubiera podido ser cono*!
cida por los profetas de edades pretéritas, ninguno de ellos la des­
cubrió, ni demostró que era la causa de las órbitas elípticas. Ese
conocimiento era nuevo de su época y en dicha medida no conce­
dería ni a Hooke ni a ningún otro ningún mérito. Además, lo sig­
nificativo del logro de Newton era que no se había limitado a con­
jeturar simplemente o siquiera a conocer la ley del inverso del
cuadrado, sino que, por el contrario, la había usado para demostrar
la elipticidad de las órbitas y para desarrollar un sistema del mundo
basado en ella. Tal cosa no se hubiera podido hacer por experimetf
tos y observaciones por inducción o por especulación filosófica, sino
tan sólo mediante las matemáticas, siendo el estilo newtoniano la
clave para aplicar las matemáticas al mundo, ya que se podían añadir
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 151

por etapas las condiciones capaces de hacer que el sistema imaginado


y constructo matemático fuese congruente con las. realidades de la
experiencia. Las matemáticas precisas para dicha tarea eran unas
matemáticas nuevas, el cálculo de fluxiones entrañado por el uso
continuo de límites y series infinitas u, y en este punto Newton
insistía en que él era el único inventor, el primer inventor, y no
un redescubridor de métodos antiguos (véanse Collins et al., 1856;
Newton, 1715).
E l punto hasta el cual el estilo newtoniano era revolucionario
puede calibrarse por el simple hecho de que, desde entonces, una
parte considerable de nuestra ciencia exacta ha procedido de un
modo un tanto similar. Creo que existe una tendencia lógica y sim­
ple hacia una especie de positivismo por parte de todos aquellos
que enfocan una cuestión física como matemáticos, y para quienes
la exploración de las consecuencias matemáticas de cualquier sistema
o de cualquier conjunto de condiciones resulta igulamente fascinan­
te, por más que resulte natura) que algunos sean más importantes
que otros, al relacionarse con la naturaleza tal y como la muestran
los experimentos y la observación.
En el escolio general escrito para la segunda edición de los Prin­
cipia de 1713, Newton expresó la opinión cuasi-positivista que ba
inspirado a gran parte de las ciencias exactas desde entonces hasta
ahora, señalando que «basta» («satis est») que la gravedad exista
y que podamos deducir de ella los movimientos de los cuerpos ce­
lestes, los objetos terrestres y las mareas. Mediante esta expresión,
Newton atacaba el tipo de crítica en el que toda la estructura de
la dinámica celeste newtoniana se descartaba por motivos metafí-
sicos, merced al aborrecimiento de la «atracción» o de las dudas
relativas a si dicha fuerza podía existir. En 1717, en la segunda edi­
ción de la Optica, Newton señaló una vez más que no tomaba en
cuenta cómo «se puedan realizar estas atracciones» (Newton, 1952,
Q. 31, par. 1, 376 *). Repitiendo esencialmente lo ya dicho en 1706
en la edición latina, señaló, «L o que denomino atracción puede rea­
lizarse mediante un impulso o cualesquiera otros medios que me
resultan desconocidos», y hacía hincapié en el hecho de usar «esa
palabra [atracción] tan sólo para señalar en general cualquier fuerza
por la que los cuerpos tiendan unos hacia otros, sea cual sea su
causa» (ibid.). Se había limitado al primer estadio de la investiga­
ción, en el que «hemos de aprender de los fenómenos de la natu­
raleza qué cuerpos atraen a otros y cuáles son las leyes y propiedades
de la atracción, antes de preguntamos por la causa que produce se­

* Traducción española citada en la bibliografía, p. 325. (N. del T .)


152 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

mejante atracción» (ibid.). Pero, como se ha dicho ya, ninguno


de estos enunciados pueden interpretarse como si entrañasen que
el propio Newton no tuviese interés alguno en la búsqueda de tales
causas o que no hubiese instituido él mismo tal investigación M.
La insistencia de Newton en que era bastante ser capaz de pre­
decir los movimientos terrestres y celestes y las mareas era de hecho
menos un grito de batalla de la nueva ciencia que la confesión de
un fracaso. Lo que Newton estaba diciendo esencialmente era que
su sistema debería aceptarse a pesar de su fracaso a la hora de
discernir la causa de la gravitación universal o incluso de compren­
derla, ya que sus resultados concordaban tan bien con los datos de
la observación y los experimentos. La aceptación de la mecánica
celeste newtoniana, en ausencia del conocimiento de la causa fun­
damental, era en cierto sentido una perversión de la filosofía que
Newton había expresado en el escolio general, dado que inhibía
cualquier búsqueda ulterior de una causa. Pero, en otro sentido, la
ciencia moderna ha estado siguiendo los principios newtonianos, ya
que Newton creta que el objetivo principal de la física matemática
(o de la ciencia exacta) es predecir y retrodedr los fenómenos de
la naturaleza.

Suplemento a 3.1 0 : E stilo newtoniano o galileano

Lo que he denominado estilo newtoniano aparece frecuentemente


en los escritos de diversos autores con el nombre de estilo galileano.
Muchos autores utilizan la expresión «estilo galileano» en física en
relación con la idealización galileana de los movimientos de caída,
esto es, de la eliminación de los factores perturbadores y complejos
a fin de formular una ley matemática simple. Como ha indicado
Ernán McMullin (comunicación personal), «Esta ley (en opinión
de Galileo) vige exactamente en el mundo en la medida en que
las complejidades se hallen ausentes. El mundo la obedece con pre­
cisión (razón por la cual no es un platónico estricto...). Para hallar
cómo se mueve un sistema particular, se complica hasta el extremo
necesario, dando cabida a los factores físicos que se dejaron fuera».
Aparece una extensa discusión del estilo galileano en el libro
de Edmund Husserl (1970), L a Crisis de las ciencias europeas y la
Fenomenología transcendental, en una sección sobre «la matemati-
zación galileana de la naturaleza». Pero antes aún, en la era inme­
diatamente posterior a Newton, se reconocía que el estilo newtoniano
hundía sus raíces en Galileo. En 1732, en un «Discours sur les
différentes figures des astres», Maupertuis discutía el uso newto-
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 153

niano del término «atracción»: Newton, escribía, «ha señalado con


frecuencia que tan sólo utilizaba este término para designar un he­
cho y no una causa; que tan sólo lo empleaba para eludir sistemas
y explicaciones». Maupertuis procedía luego a explicar el modo de
proceder de los matemáticos, quienes pueden estudiar «cualquier
efecto regular, aunque su causa sea desconocida». Este estilo, según
Maupertuis, se originó con Galileo, quien «sin conocer la causa de
la pesantez de los cuerpos hacia la Tierra», fue, sin embargo, capaz
de erigir una bella y cierta teoría basada en dicha pesantez y de
explicar los fenómenos que de ella dependían (véase Aitón, 1972,
página 202). Al igual que Newton, Galileo era capaz de discutir
problemas de física desde un punto de vista matemático, sin inquirir
acerca de las causas y de la naturaeza de las fuerzas. Pero el estilo
que he denominado newtoniano no consta meramente de la deter­
minación de las propiedades de los sistemas físicos sin inquirir acerca
de las causas, sino que se requiere además una segunda y tercera
fases sistemáticas donde se consideran las causas. En los Principia,
el estilo newtoniano llevaba a la consideración de las relaciones entre
fuerzas y aceleraciones producidas por ellas y terminaba en la gra­
vitación universal. Por el contrario, Galileo se contentaba con poner
de manifiesto las leyes cinemáticas del movimiento sin pasar a la
dinámica. En breve, no cabe duda de que podemos hallar en Ga­
lileo ejemplos muy semejantes al estilo newtoniano, por más que
no se desarrollen (como iba a hacer Newton) hasta la tercera fase
y su secuela.
Newton no inventó este estilo en el sentido de crear algo sin
antecedente alguno. Sin duda recibió la influencia de Barrow, quien
(a la manera elaborada por Newton en los libros primero y segundo
de los Principia) incluía escolios «físicos» o «filosóficos» en su
tratamiento matemático de un tema físico como la óptica. De hecho
sería totalmente inconsistente con el punto de vista que defiendo
en este libro creer que el estilo newtoniano podría haberse formado
de otro modo que no sea por la transformación de versiones an­
teriores o modos menos desarrollados de procedimiento científico.
Entre tales predecesores incluiría ciertamente a Galileo, por más
que habría de insistir en que el estilo de Galileo era a lo sumo un
precedente primitivo del estilo netoniano, aparte de que no se
utilizó tan sistemática, extensa o eficazmente como el caso de New­
ton. Es muy probable que el propio Newton no hubiera leído los
escritos de Galileo (especialmente sus D os nuevas ciencias) lo su­
ficiente como para recibir su influencia a este respecto.
He recurrido a la expresión «estilo newtoniano» porque me
parece una descripción adecuada del estilo ejemplificado en los
134 L a revolución newtoniana y el estilo de N ew toa

Principia. E s el estilo que Newton desarrolló y aplicó con notable


efectividad, siendo además un estilo que debe tenerse muy presente
por ser la clave del modo de proceder de Newton y, por ende, de
la comprensión del tipo de discurso cuando se leen los Principia,
Constituye el estilo newtoniano en el sentido estricto de ser el
estilo usado por Newton en sus Principia. Dicho estilo newtoniano
suministró los medios de combinar las técnicas matemáticas y la
física de la experiencia que hicieron posibles los Principia. Además,
este estilo de los Principia, elaborado e ilustrado por Newton (y no
por Galileo), junto con algunos desarrollos posteriores, ha sido la
clave del auge de las ciencias exactas desde entonces hasta
ahora.

3.11. L a Optica y el estilo newtoniano

Un aspecto básico del estilo newtoniano, tal como se ejemplo


fica en los Principia, consiste en la aplicación de las matemáticas a
un sistema o constructo que constituye el análogo matemático de
una situación natural, aunque hasta cierto punto simplificada e
idealizada. A medida que se añaden ulteriores condiciones al cons­
tructo, éste se toma progresivamente más próximo a un análogo
de la naturaleza. De este modo, se elabora un cuerpo de principios
matemáticos pertinentes para la filosofía natural, aplicándose luego
al mundo de la física, como en el libro tercero sobre el sistema del
mundo. En este contexto del estilo newtoniano, la palabra mate­
mática alude a la aplicación de verdaderas técnicas matemáticas, co­
mo el álgebra, el método de las proporciones, la geometría euclídea,
la geometría de las secciones cónicas, la geometría proyectiva elemen­
tal, las series infinitas, el cálculo de fluxiones ( al menos argumentos
fluxionales), la teoría de límites. En este contexto, las matemáticas
no significan experimentos que suministran resultados numéricos;
mediciones numéricas o la forma lógica de la argumentación, así
como tampoco significa que una obra se limite a presentar la forma
superficial asociada a los tratados matemáticos: definiciones, axÚK
mas y proposiciones numeradas.
Para poner a prueba esta dictotomía, considérese la obra de
Espinosa Ethica ordine geométrico dem ónstrala (1677, póstuma)
que, como reza su título, trata de presentar la ética «demostrada
según el orden geométrico». De ahí que proceda por definiciones y
axiomas a la obtención de proposiciones y sus corolarios, siguiendo
una larga tradición practicada por musulmanes, hebreos y cristia­
nos, quienes empleaban esta forma de argumentación en un intento
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 153

de identificar «la forma silogística de una demostración con la forma


geométrica eu d íd ea»'. Estas obras filosóficas difícilmente se podrían
considerar «matemáticas» y ciertamente no son matemáticas en el
sentido que he definido más arriba para los Principia. Sus conte*
nidos no se ven sometidos a análisis mediante las técnicas y méto­
dos de las matemáticas, por más que sus autores traten de imitar
la forma externa de la geometría eudídea.
La O ptica de Newton se fraguó con la forma externa de una
obra matemática, en la medida en que comienza con definidones y
axiomas y procede mediante proposiciones. N o obstante, es de
destacar que las proposidones de la O ptica no se demuestran en
su mayor parte de manera lógica en reladón con los axiomas; tam­
poco las demostradones recurren a una sucesión de referendas que
se retrotraigan a las primeras proposiciones. Y lo que resulta aún
más significativo, las proposidones no se demuestran mediante la
aplicación de técnicas matemáticas. Por d contrario, lo más fre­
cuente es que Newton proceda a suministrar una «PRUEBA expe­
rimental» y tienda a hacer alusión a experimentos anteriores más
bien que a axiomas preliminares. De allí que, aunque Newton use
números (como en los resultados experimentales), su O ptica no se
pueda considerar en ningún sentido legítimo un tratado matemá­
tico 2.
Otra manera de decir esto mismo es señalar que, en la Optica,
Newton no procede mediante la aplicadón de lo que he denominado
el estilo newtoniano. Con todo, no hemos de conduir que Newton
considerase la óptica como un campo que no se pudiese desarrollar
matemáticamente al estilo newtoniano. En otros escritos, unos de
ellos publicados póstumamente y otros aún en MS [manuscritos],
Newton aborda los problemas de la óptica de modo fundamental­
mente distinto a la presentadón que ha llegado hasta nosotros en
la Optica. En particular, Newton recurre extensamente a las mate­
máticas, no sólo por lo que respecta a la geometría de la catóptrica
y la dióptrica, sino también a la óptica física. En su serie inaugural
de lecdones de la Universidad de Cambridge (a mediados de enero
de 1670), Newton se entregó de hecho a notables consideradones
que, como señalaba el editor de la edición inglesa póstuma (1728),
no eran tanto físicas cuanto «puramente geométricas» 3. En la parte
geométrica de estas lecdones4, Whiteside («desde un punto de vista
matemático») halla especialmente «algunas ilustraciones reveladoras,
en un contexto óptico, de su técnica de construir las raíces de ecua-
dones algebraicas por la intersección de cónicas, de su desarrollo
de incrementos para producir una diferendadón geométrica, y de
156 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

su tratamiento de los valores extremos de una función dada...»


(Newton, 1967— , vol. 3, p. 440).
Otro aspecto notable de la matematización newtoniana de los
problemas ópticos fue «su formulación matemática concluyente,
que culminaba dos mil años de lento avance empírico y la primitiva
teoría numérica de Descartes de la estructura del arco iris «-ario».
Otros ejemplos son su «cálculo de la aberración cromática de los
rayos (que irradian de un punto único) que se refractan en una su­
perficie esférica» y «su construcción de un 'nuevo’ telescopio catóp-
trico en el que el espejo es una lente azogada situada de modo que
su distorsión cromática se minimice» (Newton, 1967— , vol. 3, pá­
gina 442).
En estas lecciones, especialmente las secciones 3 y 4 de la par­
te 1, Newton desarrolla su análisis matemático estableciendo algunas
suposiciones «físicas» arbitrarias 5, y su estilo o modo de proceder
sugiere un enfoque de los problemas que en diversos aspectos se
asemejan al de los Principia. Esto es, se puede discernir la potencia
del uso de sistemas imaginados o constructos de los que se derivan
consecuencias mediante el uso efectivo de las matemáticas, siguiendo
lo que he dado en llamar el estilo newtoniano. En otras palabras,
Newton no concebía que el objeto de la óptica física fuese necesa­
riamente distinto en ningún sentido importante de la mecánica
física, por lo que respecta al uso de las matemáticas en relación con
los problemas físicos. Esto es algo que podemos confirmar exami­
nando la sección 14 del libro primero de los Principia, donde New­
ton toma en consideración un sistema de partículas que se mueven
a través de campos de fuerza que poseen propiedades un tanto pe­
culiares en las proximidades de la separación entre dos medios cua­
lesquiera y dentro de ciertos medios, como consecuencia de lo cual,
y partiendo de las condiciones del sistema, se pueden derivar un
buen número de propiedades de los rayos de luz observadas expe­
rimentalmente é.
En la O ptica aparece esencialmente el mismo sistem a7, que re­
sulta muy conspicuo por ser el único argumento matemático de este
tipo que se desarrolla plenamente en dicho tratado®. Aparece al
final de la proposición 6 del libro primero, parte 1, donde Newton
desea demostrar que «El seno de incidencia de cada uno de los
rayos, independientemente considerados, está en una razón dada
con su seno de refracción». Esta proposición se demuestra mediante
un experimento destinado a mostrar que cuando varios rayos tienen
el mismo seno de incidencia se da una proporción entre los senos
de los ángulos de refracción de los rayos. Se halla que esto es cierto
«en la medida en que yo soy capaz de estimarlo mediante la obser-
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 157

vadón de los espectros y el uso del razonamiento matemático». Con


todo, Newton «no realizó un cómputo predso», a pesar de lp cual
conduía: «Así la proposidón se cumple para cada rayo separado,
según muestra el experimento». No obstante, «la exactitutd de esto
se puede demostrar mediante la siguiente suposidón: los cuerpos
refractan la luz actuando sobre sus rayos según líneas perpendicu­
lares a sus superficies» 9. He aquí un único ejemplo aislado del fun­
cionamiento en la Optica del método que he caracterizado como la
csenda de la dencia de los Principia y por tanto la fuente de la
revoludón newtoniana en la cienda °.
¿Acaso hemos de conduir que el mundo dentífico vio la ejempli-
ficación del método revoludonario de Newton tanto en la mecánica
física (y en la dinámica celeste) como en la óptica física? En abso­
luto. La razón estriba en que Newton no tuvo un éxito real en su
óptica física, en el mismo sentido en que lo tuvo en su trabajo rela­
tivo al movimiento de puntos de masa bajo la acdón de fuerzas
centrales. Por consiguiente, hemos de percatarnos de por qué, cuando
escribó y publicó lo que conocemos como la Optica, la única aplica-
dón plenamente desarrollada de las matemáticas al estilo newtoniano
que envió a la imprenta fue el mencionado intento de explicar la
ley de refracdón. Induso este ejemplo no podía resultarle plenar
mente satisfactorio a Newton, debido a la dificultad de imaginar
una fuerza en un medio que actuase sólo perperdicularmente o verti­
calmente11. E l movimiento de las partículas bajo estas condidones
se elabora plenamente con las matemáticas necesarias y se aplica
a la reflexión y refracdón en la sección 14 del libro primero de los
Principia. No obstante, hay que señalar que induso en esta presen-
tadón más desarrollada, Newton no intenta dar cuenta de un amplio
rango de fenómenos ópticos u .
Así pues, a fin de descubrir los intentos de Newton de usar el
estilo newtoniano en el campo de la óptica, es predso aventurarse
más allá de los libros impresos, la O ptica y los Principia, para exa­
minar las lecdones lucasianas de óptica y los MS ópticos no publi­
cados. Esta tarea la emprendió J . A. Lohne (1961, pp. 397, 398),
quien trató de extraer de los MS de Netwon y de los escritos pu­
blicados un conjunto de supuestos que parecen haber tenido una
influenda determinante en su pensamiento sobre óptica y en su
realizadón e interpretadón de experimentos, especialmente en los
años de la década de 1670. Entre ellos se hallan los conceptos de
glóbulos de luz y de un éter que todo lo penetra, siendo más raro
en los cuerpos más densos (de manera que los glóbulos de luz se
muevan más aprisa en los cuerpos más densos). Una condidónu
importante es que cuando un glóbulo de luz pasa de un cuerpo o
158 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

medio a otro de mayor densidad, la «velocidad tangencial permanece


inalterada, si bien la velocidad total aumenta y es independiente'
del ángulo de incidencia»; otra es que los rayos «rubriformes» (o
productores del rojo) se mueven más aprisa en el vacío que los pro­
ductores del azu l14 (y por tanto también en toda substancia o medio
transparente). Algunas de las características matemáticas de los es­
critos ópticos de Newton han sido elucidadas por D. T. Whiteside,
especialmente en los volúmenes 4 y 6 de su edición de los Mathema-
tical Papers de Newton (Newton, 1967— ); sin embargo, no apare­
cen en la Optica.
En un novedoso e interesante enfoque de la óptica newtoniana
(no de la O ptica), Zev Bechler ha examinado diversos «modelos» a
propuestos por Newton para explicar los fenómenos de los colores,
entre ellos lo que Bechler denomina «modelo mecánico de reflexión
diferencial de los corpúsculos de luz desde los cuerpos, mediante el
que el color de estos cuerpos se reduciría a las leyes de colisión
elástica». Newton construía aquí un modelo del comportamiento
de los corpúsculos o glóbulos de luz en el dominio invisible o no-
directamente-perceptible, en el que seguirían exacta y rigurosamente
las «leyes del mundo visible». Este tipo de construcción de modelos
recibe de Bechler el nombre de «la 'regla de normalidad’, y los mo­
delos construidos de acuerdo con ella, 'modelos normales’». Según
Bechler (1973), Netwon completó esta «regla de normalidad» de
la construcción de modelos con una «exigencia de razonamiento
matemático riguroso» que consideraba «como la contribución cen­
tral de Newton a la nueva metodología de la ciencia», denominán­
dola «la 'matematización de la normalidad’». Bechler halla que New­
ton había propuesto una serie de modelos diferentes (o, por impli­
cación, puede verse que los había usado). Por ejemplo, tenemos lo
que Bechler denomina un «modelo de velocidad» (1669-1670), su­
primido en 1675 y sustituido por un «modelo de masa», refinado y
mejorado más tarde. También encuentra varios modelos en 1687,
1694, 1704 y 1706. Todos ellos son ejemplos del interés newtoniano
por una explicación mecanicista o «mecánica» de la dispensión. Re­
sulta notable que estos «modelos» no aparezcan explícitamente en
la Optica publicada, excepto por lo que atañe al resumen ya aludido
de la proposición 6 del libro primero (parte 1). En particular, Bechler
analiza y explicita la base matemática del primer gran escrito de
Newton sobre la «luz y los colores», que se encuentra en gran
medida en las Lectiones opticae, aunque, como dice Bechler, «nin­
guno de los notables que leyeron el escrito conocía esta base mate­
mática masiva, y Newton ni siquiera indicó su existencia» ,é. A la vista
de la revelación de las presuposiciones corpusculares y matemáticas
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 159

del pensamiento newtoniano (gracias a estudiosos como Bechler,


Lohne y Sabra), sería difícil mantener que este experimento clásico
y su interpretación se pueda comprender a un nivel simple de ex­
perimento y observación.
Contra este transfondo podemos ver lo que Newton tenía en
mente cuando escribió que «Un naturalista difícilmente esperaría
ver que la ciencia de ellos [i.e., los colores] se tornase matemática,
t í con todo me atrevo a afirmar que hay en ella tanta certeza [i.e, en
la ciencia de los colores] como en cualquier otra parte de la Optica»
(1959-1977, vol. 1, pp. 96 yss.). Esta frase aparece en esa impor­
tante carta de 1672 sobre la luz y los colores que Newton envió
a Oldenburg para que se publicase en las Philosophical Transaciions.
Newton dice que la ciencia de los colores (la óptica física) es tan
cierta como la óptica geométrica, siendo la razón, según Newton, que
lo que ha descubierto es «la más rígida consecuencia... extraída
mediante experimentos que concluyen directamente te sin ninguna
sospecha de duda» (Ib id.). Con todo, queda constancia de que dicha
frase, en la que expresa sus deseos matemáticos, se omitió en la
versión publicada de las Pbilosopbictd Transaciions17.
Un enunciado un tanto similar se omitió también en la larga
réplica de Newton (11 de junio de 1672; 1959-1977, vol. 1, 171 y
ss.) a las objeciones de Hooke, publicada en las Phüosophicál
Transaciions con una nota diciendo que el discurso de Hooke (al
que respondería Newton) «no se consideró necesario imprimirlo aquí
por extenso». Merece la pena considerar en detalle esta afirmación,
ya que con ella Newton expresa su deseo nunca realizado de producir
una teoría matemática de los colores:
En último lugar, debería tomar en cuenta una expresión informal que
sugiere una mayor certeza en estas cosas de lo que yo haya prometido; a saber,
la certeza de las Dem ostraciones M atemáticas. Dije, ciertamente, que la Ciencia
de los colores era matemática & tan cierta como cualquiera otra parte de la
O ptica; pero quién no sabe que la óptica & muchas otras ciencias matemá­
ticas dependen tanto de principios físicos como de demostraciones matemáticas,
y que la certeza absoluta de la ciencia no puede exceder a la certeza de sus
principios. Ahora bien, las pruebas mediante las que afirmaba las proposiciones
sobre los colores proceden, según se dice a continuación, de los experim entos,
siendo así tan sólo físicas. De ahí que las proposiciones mismas no puedan
tenerse en más que los principios físicos de una ciencia. Y si dichos principios
son tales que a partir de ellos un matemático puede determinar todos los
fenómenos de los colores que puedan realizarse por refracciones, y eso compu­
tando y demostrando de qué maneta tí en qué medida esas refracciones se­
paran o mezclan los rayos a los que los diversos colores pertenecen original­
mente, entonces supongo que a la Ciencia de los colores se le concederá el
carácter matemático & tan cierto como cualquier otra parte de la óptica. Ten­
160 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

go buenas razones para creer que debe hacerse así, puesto que desde que me
familiaricé con estos principios, he hecho uso de ellos para este propósito con
constante éxito en los experimentos. [Newton, 1959-1977, vol. 1, p. 187.]

Tales expresiones de (e y esperanza se hicieron sin duda con toda


sinceridad, aunque no son garantía ninguna para suponer que New­
ton se haya acercado nunca a la realización de sus ambiciones. Antes
que nada, hemos de tener mucho cuidado de no leer estas frases
fuera de contexto, y especialmente de no suponer que la Optica
publicada estuviese en absoluto a la altura de tales expectativas.
En la «hipótesis» enviada por Newton a la Sociedad Real en
1675, en la segunda parte, presentó un nomograma para la deter­
minación de las razones entre los grosores en los que aparecen di­
versos colores para la producción de los anillos de Newton (véase
Newton, 1958, p. 216). Puesto que el nomograma se construyó
utilizando ciertas secuencias regulares de números y proporciones
(incluyendo las «raíces cúbicas de los cuadrados de los números Vi,
9 /1 6 , 3 /5 , 2 /3 , 3 /4 , 5 /6 , 8 /9 , 1, con los que se representan las
longitudes de una cuerda musical que dé todas las notas de una
octava»), Newton podía concluir que este resultado había sido
«matemáticamente demostrable a partir de mis anteriores princi­
pios»; añadía inmediatamente que «aquéllos que quieran tomarse
la molestia, podrán asegurarse por el testimonio de sus sentidos
de que estas explicaciones no son hipotéticas, sino infaliblemente
verdaderas y genuinas» (p. 223). En la Optica, bajó el tono presun­
tuoso para afirmar que «puesto que todas estas cosas se siguen de
las propiedades de la luz por el modo matemático de razonar, su
verdad se puede poner de manifiesto por experimentos» 18. Aludía
aquí a la cuantificación que había aplicado a los efectos cromáticos
observados en las pompas y en otras láminas delgadas. Como seña­
laba en 1675, la idea básica era que «hay una relación constante
entre los colores y la refrangibilidad», de modo que «las disposiciones
coloríficas de los rayos son innatas a ellos e inmutables». Una con­
secuencia de ello es «que todas las producciones y apariencias de
los colores en el mundo se derivan no de algún cambio físico pro­
vocado en la luz por refracción y reflexión, sino tan sólo de las di­
versas mezclas y separaciones de los rayos en virtud de su diferente
refrangibilidad o reflexibilidad». De ahí que, si las propiedades
ópticas de todos los materiales se conociesen con respecto a los di­
versos colores, entonces sería posible computar los fenómenos cro­
máticos derivados de la refracción y reflexión directas. De este
modo, Newton (1958, p. 225) llegó a la audaz conclusión de que
«a este respecto, la ciencia de los colores se torna en una especula-
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 161

cíón más propia de matemáticos que de naturalistas [i.e., los filó­


sofos naturales experimentales]». En la Optica alteró ligeramente
esta condusión, atemperándola de modo que rezase: «una especu­
lación tan ciertamente matemática como cualquiera otra parte de
la óptica», lo que resulta s im ilar a lo que había dicho en su carta
de 1672 a Oldenburgw. Sin embargo, en la Optica añadía ahora
una cualificación: «Quiero decir, en la medida en que dependen
[i.e., «las producciones y apariencias de los colores en el mundo»] de
la naturaleza de la luz, no siendo producidos ni alterados por el poder
de la imaginadón o por presiones o golpes sobre d ojo» (Newton,
1952, p. 2 4 4 *). No obstante, induso este tipo extremadamente li­
mitado de matemáticas no era más que un sueño ocioso y Newton
no podía conseguir ni siquiera eso. Una de las razones es que no
era consdente de las potendalidades reales de la teoría ondulatoria
de la luz y de la posibilidad de produdr colores por interferendas
de ondas. Tampoco concedió la debida importancia a la producción
de colores en los objetos por absorción más bien que por reflexión.
Tampoco apreció plenamente los matices de las mezdas aditivas
y sustractivas de colores, tal como se ejemplifican en la mezcla de
rayos y pigmentos de colores (véase Biernson, 1972).
En cualquier caso, desde el punto de vista de las matemáticas
técnicas tal y como se entienden comúnmente (la aplicadón general
de técnicas matemáticas a los fenómenos físicos), la óptica física de
Newton, tal y como se expone efectivamente en la Optica, difícil­
mente se puede considerar matemática. Sólo la confusión de la po­
sible ambición y deseos de Newton con los logros reales puede
haber llevado a un estudioso serio a escribir que la « O ptica podría
haberse titulado, como el libro anterior y más importante de New­
ton, Los principios matemáticos de la luz y los colores, ya que ese
era su tema de estudio». El hecho es que en esta obra, sobre un
tema que había explorado del modo más completo mediante propias
investigaciones experimentales, no consiguió hablar d mismo len­
guaje de la naturaleza que había utilizado en los Principia. Desde el
especial punto de vista de cómo procedió realmente Newton en los
Principia, mediante estadios sucesivos de aplicación de las mate­
máticas a sistemas y constructos progresivamente más complejos y
generales, la Optica representa un nivel de indagación muy alejado
del de los Principia, mostrándonos el espíritu indagador de un
filósofo natural experimental más bien que el de un físico matemá­
tico. No es de extrañar que se haya tenido por un signo del inmenso
genio de Newton que haya sido ambas cosas a la vez.

* Tarducdón citada en ia bibliografía, p. 215. (N . del T .)


162 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

3.12. E l desarrollo de la revolución newtoniana y el estilo


de Newton: las matemáticas y la experiencia

Le revolución newtoniana constituyó un punto de inflexión en la


historia de las ciencias exactas: la astronomía matemática y la me­
cánica racional. Mas, como he señalado, no debe interpretarse tal
cosa en el sentido de que estas ciencias (y las asociadas a ellas)
fuesen en absoluto «completas» o estuviesen en su «estadio último»
tal como aparecían en los Principa. Netwon había dado un paso
gigantesco hacia adelante, tal y como se puede ver comparando los
niveles del discurso (el rango, generalidad, complejidad y dificultad)
y el tema concreto de los Discorsi y el Dialogo de Galileo y de los
Principia de Newton. Lo mismo ocurre, aunque en un grado mucho
menor, por lo que respecta a la Astronomía Nova de Kepler o al
Horologium oscillatorium de Huygens. La grandeza del logro de
Newton dejó dramáticamente claro qué era lo que había omitido en
sus consideraciones así como qué había hecho mal, imperfecta
o incompletamente. Por ejemplo, había abierto la posibilidad de
una teoría de la perturbación, si bien no había contribuido significad
tivamente a su realización. La estatura de Newton a penas se ve
disminuida por una estimación honesta de sus logros y fallos, reco­
nociendo que, tras los Principia, aún se precisaban gigantes a fin de
revisar, mejorar y completar los temas que había tratado, así como
para ejercitar su genio colectivo en la creación de otros temas com­
prendidos en la ciencia exacta clásica.
Los científicos del siglo x v n i eran muy conscientes de los
problemas que Newton no había resuelto, así como de aquellos pro­
blemas que había abordado con éxito. Eran tan conscientes de los
fallos de Newton como de sus impresionantes rupturas. En el pre­
sente, carecemos de una visión exacta de la respuesta a la ciencia
newtoniana, ya que la impresión causada por los Principia en la
ciencia del siglo x v m nunca se ha estudiado plenamente. Lo que
se precisa es algo más que un examen de la influencia de la filosofa
general de Newton o una investigación de los estadios y grados de
aceptación de la idea de la gravitación, temas sobre los que se
han hecho muchos estudios monográficos de excelente calidad. Para
evaluar con precisión el impacto de los Principia, es preciso estudiar
en detalle y en profundidad cómo usaron los científicos particulares
los principios, métodos, leyes, conceptos y resultados particulares
de Newton. En tal investigación no basta con ver simplemente si
las tres leyes newtonianas se usaron o no como tales, por más que
sea del mayor interés examinar si aparece (o en qué forma) la se­
gunda ley de New ton'. Sería particularmente fecundo ver de qué
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 163

modo los diferentes autores de dinámica utilizaron el enfoque que


se encuentra al comienzo del libro primero de los Principia o en las
proposiciones en torno a la 41 2. En algunos casos se hallará que
los principios, conceptos, métodos o resultados de Newton se adop­
taron sin cambios, aunque en otros se verá que tuvieron que pro­
ducirse transformaciones significativas.
Tal investigación puede mostrar que un concepto que a nosotros
nos parecería no muy fecundo, resultaba ser aparentemente de gran
utilidad. Puede verse un ejemplo de ello en la «vis inertiae» new­
toniana. En la página 3 del Traité de dynamique de d’Alembert
(1743), se dice: «Siguiendo a Newton, llamo fuerza de inercia [forcé
d'inertie] a la propiedad que tienen los cuerpos de permanecer en el
estado en que se encuentran; ahora bien, un cuerpo está necesaria­
mente en un estado o de reposo o de movimiento...» 3 Esto lleva a
dos leyes:

Prim era ley

Un cuerpo en reposo permanecerá en reposo a menos que una causa externa


lo saque de dicho estado, ya que un cuerpo no puede ponerse en movimiento
por si mismo [d e lui-méme].

Segunda ley

Una vez puesto en movimiento por una causa cualquiera, un cuerpo debe
permanecer siempre en movimiento uniforme y en línea recta, en caso de que
no actúe sobre él una nueva causa distinta de la anterior que puso al cuerpo
en movimiento; es decir, a menos que actúe sobre el cuerpo una fuerza
externa que sea distinta de la causa del movimiento [cause m otrice], el cuerpo
se moverá continuamente en línea recta y atravesará espacios iguales en tiem­
pos iguales.

Queda así claro que d ’Alembert no sigue a Newton en presentar


una simple y única ley de inercia, sino que, por el contrario, ha­
biendo aceptado la «forcé d ’inertie» newtoniana, se ha retrotraído
a dos leyes de inercia distintas con una forma similar a la utilizada
por Descartes en las «leges naturae» de sus Principia philosophiae*.
Otro ejemplo informativo es el que nos suministra Jacob Her-
mann en su Phoronomia, sive de viribus et m otibus corporum soli-
dorum el fluidorum libri dúo (Amsterdam, 1716). Aunque este libro
es en general leibniziano, resulta hallarse repleto de newtonianismos.
Hermann usaba el algoritmo leibniziano del cálculo, comenzando
el tratado con un efusivo tributo a Leibniz. Por todo ello es tanto
más notable que en 1716, inmediatamente después del punto cul­
minante de la agria controversia sobre el descubrimiento del cálculo,
164 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

Hermann aluda a Newton en su prefacio como «Summus Geómetra


Isaacus Newtonus», tildando a su libro de «aureum opus», una obra
de o ro 5. En un poema introductorio en honor de Hermann, que
recuerda un poema semejante de Halley en honor de Newton al co­
mienzo de los Principia, Nicolaus Westerman alude a Newton en
uno de los versos del siguiente modo *:

Newtonus hospes divitis insulae,


Sed nil habentis se magis aureum,
Hac ptimus ivit, Tuque forte
Nil populis dederis secundum.

Que se podrían traducir libremente como sigue:


Newton, habitante de una próspera isla,
Aunque una isla que no tiene nada más áureo que él,
Fue el primero en recorrer este camino; Y quizá tú
N o ofrezcas a tu público algo de menor valor.

Hermann enuncia la segunda ley de Newton para fuerzas continuas


en diferenciales. Siguiendo a Leibniz, Hermann denomina «solid-
tations» a las fuerzas centrípetas de Newton. Si la masa de un
cuerpo móvil es Ai, y la velocidad adquirida en un tiempo T es V,
de modo que el movimiento generado por una «solicitation» G que
actúe uniformemente durante este tiempo T sea AfV, entonces,
según Hermann, G = MV : T. Se trata de la proposición 16 del
libro primero, siguiendo luego un escolio en el que se toma en
consideración que G no actúe uniformemente («uniformiter») sino
difórmemente («difformiter»), esto es, G cambia. En tal caso, he­
mos de considerar un tiempo indefinidamente pequeño dT (« ... tem-
poris tractum indefinite parvum dT») en el que el móvil adquiere
tan sólo una velocidad infitesimal dV («quo mobili tantum celeritas
infinitésima dV acquiertur»); bajo estas condiciones, G = MdV :
: dT, o dT = MdV : G , «donde G representa el peso [pondus]
o gravedad [gravitas] por variable que sea de una masa Ai (Hermann,
1716, pp. 56-57).
Hermann utiliza el segundo enfoque de la mecánica celeste que
se encuentra en los Principia, proposición 41 del libro primero, más
bien que las proposiciones 1-11 y sig. Lo que es más importante,
sigue a Newton más de cerca en sus definiciones de lo que él mismo
pueda haberse percatado. Por ejemplo, habiendo definido «vis mo-
trix» como «vis viva» y como «vis mortua», y habiendo introducido
«solicitado» y «vis actíva corporum», vuelve la vista a la «vis pas-
siva»:
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 165

Peto hay también en los cuerpos cierta fuerza pasiva [V is passivaJ , de la


que no resulta ningún movimiento o tendencia al movimiento, sino que consis­
te en esa repugnancia [R enixus] mediante la cual se opone a cualquier fuerza
externa que trate de producir en los cuerpos un cambio de estado, esto es,
del movimiento o del reposo. Esta fuerza de resistencia se ha denominado con
el muy significativo nombre de Fuerza de inercia [ V is inertiae] gradas al gran­
dísimo astrónomo Joh. Kepler. Esta fuerza de inercia se muestra suficiente­
mente en los cuerpos en reposo, ya que cualquier cuerpo A que choque con
otro cuerpo en reposo B, perderá alguna parte de su fuerza y movimiento,
mientras que el cuerpo receptor B adquirirá una parte de esa fuerza y movi­
miento del cuerpo que choca A. De ahí se sigue con claridad que el cuerpo en
reposo B posee realmente alguna fuerza pasiva que ha de ser destruida y
superada por la fuerza del cuerpo A que choca contra él. De lo contrario, el
cuerpo impulsor A no tendría que haber perdido nada de su movimiento
tras la colisión, ya que el cuerpo en reposo B, si careriese del poder de resistir,
no sería capaz de ofrecer un impedimento al movimiento del otro, de manera
que tamo el cuerpo impelente A como el impelido B tendrían que moverse tras
el contacto con la misma velocidad con la que el cuerpo A procedía antes de
la colisión, lo que claramente es contrario a los fenómenos. [Hermann, 1716,
P- 3.]

Sobre este pasaje se pueden hacer varias observaciones significa­


tivas. En primer lugar, fue Newton y no Kepler quien aludía a
una «Vis inertiae», mientras que Kepler aludía a la «inertia» o «iner-
tia naturalis». En segundo lugar, Kepler nunca habló de un «estado»
(«status») de movimiento, tal y como hacía Newton siguiendo a
Descartes. En tercer lugar, fue Newton y no Kepler quien concebía
la «inercia» (o «vis inertiae») como lo que mantenía a un cuerpo
en su estado de reposo o movimiento; la inercia kepleriana tendía
simplemente a poner en reposo a un cuerpo en movimiento cuando
una fuerza motriz externa dejaba de actuar. En cuarto lugar, la
afirmación de que esta «vis resistentiae» se denominaba con una
expresión más significativa «Vis inertiae», se ha tomado directa­
mente (casi al pie de la letra) de los Principia y debería acompañarse
de una referencia a Newton y no a Kepler. Newton, en la defini­
ción 3, dice (de la «vis insita») que «nomine significantissimo vis
Inertiae dici possi t». Finalmente, la discusión acerca de la resisten­
cia también se sigue directamente de Newton, así como el siguiente
enunciado que da Hermann de la tercera ley de Newton (Lex 3.
«Actioni contrariam semper & aequalem esse reactionem»), que
Hermann expresa diciendo: «Cuilibet actioni aequalis & contraria
est reactio». Y lo que es aún más importante, Hermann sigue a
Newton en el concepto de masa y su función en la dinámica, de la
que hemos visto un ejemplo más arriba, en su formulación de la
segunda ley de Newton. Aludiendo a la «m asa» como «quantitas
166 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

m ateriae»7, insiste en que «las gravedades o pesos de los cuerpos


son proporcionales a sus masas» como el «ilustre Newton ha pro­
bado mediante experimentos extremadamente precisos con pén­
dulos *.
Estos ejemplos de la Pboronomia de Hermann muestran cuán

Ílatentemente tendía la dinámica newtoniana a infiltrarse incluso en


a oposición continental9. Lo que resulta más importante, por su­
puesto, es que todos los que escribían sobre el tema terminaban
empleando un estilo más o menos newtoniano para tratar matemá­
ticamente las propiedades de constructos o sistemas imaginados,
examinando por separado las propiedades adicionales que habría
que añadir a fin de lograr una progresiva conformidad con la natu­
raleza. Un aspecto esencial de este estilo consistía en omitir total­
mente la investigación de las acusas que estaban tras las fuerzas o en
relegarla a una parte distinta de la discusión10. En el período clásico,
no cabe duda de que este estilo alcanzó su cima en la NLécanique
céleste de Laplace.
Del mismo modo que la gran ruptura de Newton, la gravitación
universal, se produjo como resultado de su elaboración de la so­
lución de problemas reales de dinámica y no de una mera lucubra­
ción general sobre la naturaleza del universo, así nuestro conoci­
miento del impacto real de Newton sobre el avance de la ciencia
ha de proceder del análisis de lo que los científicos practicantes
hacían realmente, más bien que del estudio de las haates vulgarisa-
tions, por más que sean tan notables como las de Pemberton, Vol-
taire y Maclaurin. Hace algunos años, mostré que un largo resumen
francés de la Optica de Newton, preparado por el químico Geoffroy,
se leyó en diez reuniones de la Academia de Ciencias de París du­
rante los diez meses que median entre agosto de 1706 y junio de
1707, familiarizando así a sus miembros con los descubrimientos
de Newton sobre los fenómenos de dispersión, color e interferen­
cias 11. Recientemente, Henry Guerlac ha sido capaz de identificar
la primera reproducción con éxito que se llevó a cabo en Francia
de los experimentos de Newton con colores prismáticos. Descubrió
que esa fecha es 1716-1717, cuando Dortous de Mairan repitió y
verificó dichos experimentos, contrarrestando de ese modo la inca­
pacidad de Mariotte para confirmar el «experimentum crucis» de
Newton (el experimento de la refracción con dos prismas sucesivos
que muestra que, cuando se separa un solo color del espctro pro­
ducido por un prisma, el segundo no introduce una ulterior dispe»
sión) u. Este ejemplo de cómo un científico practicante dio de hecho
el paso investigador crucial consistente en comenzar la repetición de
un experimento famoso, posee un interés extraordinario. En efec-
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 167

to, no sólo muestra de qué modo la técnica newtoniana entró de


hecho a formar parte de la práctica francesa en óptica experimental,
sino que indica además que, en la práctica de la ciencia óptica expe­
rimental, la influencia real de Newton en Francia tan sólo comenzó
a ser significativa muchos años después de su elección como «assodé
étranger» de la Academia de Ciencias en 1699.
Ya he señalado antes que para el propio Newton, así como para
la mayoría de sus sucesores, la acción de la gravedad «a distancia»,
cubriendo millones de kilómetros, resultaba sencillamente incom­
prensible. De ahí que, como hemos visto, hubiese un bloque de
oposición a la aceptación sin reservas de este sistema del mundo
en cuanto sistema físico. Gertamente, a muchos lectores críticos
tiene que haberles parecido incluso que el libro tercero de los Prin­
cipia sobre el sistema del mundo era a su vez una simple exposición
matemática, en cuyo caso no habría ninguna diferencia real entre
los dos primeros libros y el tercero. En cierto sentido, se da una
unidad entre los dos primeros libros, por una parte, y el tres, por
la otra, por cuanto que en ninguno de ellos considera Newton la
naturaleza, causa o modo de acción (o transmisión) de las fuerzas.
Mas, en los dos primeros libros, las fuerzas son abstractas y arbitra­
rias, mientras que en el libro tercero se demuestra que las fuerzas
individuales que actúan sobre el Sol, los planetas, los satélites y las
muestras de materia son manifestaciones de una gravedad que, según
Newton mantiene (en el escolio general del final del libro), «existe
realmente».
Creo que la perspectiva de los científicos post-newtonianos, quie­
nes empleaban un sistema basado en la acción de una fuerza univer­
sal que eran incapaces de comprender, no era del todo distinta de
la de los físicos actuales con respecto a la teoría cuántica del campo.
En una charla reciente, Murray Gell-Mann (1977), señalaba:
Toda la física moderna está gobernada por una magnífica y totalmente con­
fundente disciplina llamada mecánica cuántica, inventada hace más de cin­
cuenta años. H a sobrevivido a todas las pruebas y no hay razón para pensar
que contenga algún fallo. Suponemos que es exactamente correcta. Nadie
la entiende, pero todos sabemos cómo tasarla y cómo aplicarla a los proble­
mas, razón por la cual hemos aprendido a convivir con el hecho de que nadie
pueda comprenderla.

En la época de Newton ocurría tres cuartos de lo mismo por lo


que respecta a la mecánica celeste gravitatoria. Tras algún tiempo,
científicos del calibre de Euler, Lagrange y Laplace utilizaban con­
ceptos tales como la fuerza y la gravitación universal porque eran
la clave de la solución matemática efectiva de tantos problemas de
168 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

física y astronomía B. En la época de la Mécanique céleste de La*


place, la mecánica racional se había desarrollado hasta el punto de
que se podía realizar una fácil transición de los sistemas matemá­
ticos a la física de la naturaleza sin la menor consideración filosófica.
Así, en el capítulo 2 del libro 1 de la Mecánica céleste, Laplace
comienza con «el movimiento de un punto material» (un obvio cons-
tructo matemático newtoniano), si bien pasa sin dificultad a los
aspectos de la gravedad terrestre, a los movimientos de los proyec­
tiles y otros aspectos de la física observable (cap. 2, secciones 9-10
de libro primero).
Naturalmente, siempre hubo algunos físicos que se ocuparon de
los problemas filosóficos relativos a la naturaleza de la fuerza, como
ocurre con figuras tan diversas como Boscovich, Mach y Hertz.
También esto encaja en una tradición newtoniana, por más antinew-
tonianas que puedan haber sido sus soluciones ai problema newto-
niado, dado que se relaciona directamente con lo que he denominado
la secuela de la fase tres. La demostración newtoniana del signifi­
cado dinámico de las leyes de Kepler y de los límites y condiciones
de su veracidad, así como sus exploraciones del movimiento de la
Luna, la perturbación del movimiento de Saturno por obra de Jú ­
piter, sus explicaciones de los fenómenos de las mareas y del movi­
miento de los cometas, la computación de la masa de los planetas
con satélites y el estudio de la precesión de los equinoccios como
consecuencia de la tracción de la Luna ejercida sobre la protuberancia
de la Tierra, que constituye un esferoide oblongo, todo ello y mucho
más tiene que haber ejercido colectivamente una fuerte presión
para que los científicos usaran el sistema newtoniano, aun cuando
no creyesen necesariamente en él; aun cuando no comprendiesen
necesariamente de qué modo su rasgo operativo central, la gravita­
ción universal, podría existir y actuar del modo en que lo hace en
dicho sistema M. Felizmente, un aspecto fundamental de la revolución
newtoniana era el estilo newtoniano, que suministraba una distinción
tajante entre el uso de los conceptos, como la fuerza centrípeta y
la gravitación universal que no se podían comprender, y la búsqueda
de las causas de tales fuerzas o el intento de comprenderlas.
A pesar de los impresionantes logros de los Principia, los fallos
de Newton no podían dejar de ser evidentes para cualquier físico
matemático de primera línea. Ciertamente, Leibniz, Johann Ber-
noulli, Euler y Laplace no eran newtonianos en el sentido simplista
y directo de la palabra. Incluso Clairaut, quien sostenía que los
Principa de Newton habían creado una revolución, consideraba ne­
cesario advertir contra la confianza en Newton como guía, y consi*
guió su reputación no tanto por sus comentarios sobre el tratado de
3. L a revolución newtoniana y el estilo de Newton 169

Newton, cuanto por haber hecho una genuina contribución a la


teoría de las perturbaciones en la que Newton había fracasado. La-
place, que sentía el mayor aprecio por los logros generales de Newton
y que expresaba abiertamente su admiración por muchas partes de
los Principia, no podía dejar de observar que mientras que Newton
era «fort ingénieux», había muchos lugares en los que no había
sido «heureux», sea por sus métodos, sea por sus resultados. Ade­
más, Newton había ignorado ciertos temas de la mayor importancia,
especialmente «la mecánica de los cuerpos rígidos y flexibles y de
los fluidos». Clifford Truesdell (1970) encuentra que el segundo
libro de los Principia representaba un reto para los geómetras de la
época: «corregir los errores, sustituir las conjeturas por hipótesis
claras, insertar las hipótesis en su lugar apropiado en una mecánica
racional, eliminar los faroles mediante demostraciones matemáticas,
crear nuevos conceptos a fin de tener éxito allí donde Newton había
fracasado». Concluye diciendo que «la mecánica racional y, por
tanto, la física matemática en su conjunto, así como la imagen general
de la naturaleza hoy día aceptada surgió de este reto al ser aceptado
por la escuela matemática de Basilea: los tres grandes Bernoullis y
Eider», basándose en cuyo trabajo, una serie de hombres de primera
fila «construyeron» durante los siglos x v m y xrx «lo que hoy se
llama física clásica». Además, hay capítulos importantes de la me­
cánica, como la estática, las consideraciones de la energía, los cuerpos
rígidos, para los que los Principia no sumanistraban la menor ilu­
minación directa. ¿Cómo es, entonces, que los Principia de Newton
pudieron resultar de tan fundamental importancia en el siglo x v m ?
Creo que no se puede encontrar una respuesta a esta pregunta
limitándose a considerar de qué modo una proposición particular
o un método concreto se vieron usados, rechazados o corregidos.
Tampoco creo que la importancia de Newton resida simplemente en
el uso que hacía de conceptos tales como masa, fuerza centrípeta o
gravitación universal. Naturalmente, resultaba impresionante haber
demostrado que muchos fenómenos se podrían explicar por gravi­
tación universal y haber introducido un fundamento teórico para la
unificación de los fenómenos celestes y terrestres. Mas creo que su
elevada estatura e influencia debe contemplarse en términos más
generales que la simple medida de sus notables éxitos o sus tristes
fracasos, tomando en consideración lo que Truesdell ha denominado
el «programa» que Newton «nos dejó, ilustrándolo con brillantes
ejemplos» en los Principia. Por supuesto, los Principia contienen
muchas soluciones bellas e ingeniosas de problemas notables, es­
pecialmente en el terreno de la mecánica de partículas y de la astro­
nomía dinámica, e incluso sus éxitos pardales y sus fracasos plantean
170 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

nuevos tipos de problemas que ni siquiera resultaban generalmente


imaginables una generación antes. Pero, sobre todo, Newton planteó
un estilo de ciencia que mostraba cómo los principios matemáticos
podrían aplicarse a la física y la astronomía (esto es, a la filosofía
natural) de un modo particularmente fecundo. A largo plazo, esto
era aún más influyente que su sistema del mundo basado en la gra­
vitación universal. Pero, evidentemente, lo que confirió al estilo
newtoniano y al libro en el que se ejemplificaba una importancia
más que ordinaria no era tanto el grado en que conoció el éxito
cuanto la naturaleza del tema abordado, cual es el sistema del mun­
do. Como señalaba con resentimiento Lagrange, estando de acuerdo
en ello Laplace, no había más que una ley en el cosmos y Newton
la había descubierto.
Al dar tanta importancia al estilo newtoniano, no deseo dejar
completamente de lado los muchos enunciados fascinantes y pro­
vocadores de Newton acerca de cómo proceder en la investigación
de la naturaleza y que han estimulado discusiones aparentemente in­
acabables entre historiadores y filósofos. Se incluyen entre ellos
un procedimiento general para la realización de experimentos y la
extracción de conclusiones a partir de ellos, opiniones relativas a
causas y efectos, enunciados relativos al análisis y la síntesis, una
regla para la obtención de principios aplicables a los im ettsibilia a
partir de los descubiertos para los sensibüta, reglas de simplicidad,
un precepto atinente a la invalidación ilegítima de la inducción me­
diante la invención de hipótesis contrarias, el uso del propio método
de inducción, opiniones relativas a las hipótesis y sus usos posibles
(para ciertos tipos concretos) en la filosofía natural. Estos temas
son de importancia obvia para comprender al científico Isaac New­
ton e iluminan asimismo su ciencia. Se han hecho investigaciones
históricas sobre el método de Newton y su práctica experimental,
sobre su preocupación por el análisis y la síntesis, sus teorías de
la materia, sus experimentos y sus explicaciones de los fenómenos
ópticos, sus opiniones sobre el éter y sobre la acción a distancia, sus
estudios químicos y sus investigaciones alquímicas (tanto filológicas
como experimentales), su trabajo sobre el calor y la transferencia de
calor, así como sus opiniones relativas a la intervención activa de
Dios en el mundo físico. Todas estas cuestiones han puesto de ma­
nifiesto aspectos importantes de la mente y del pensamiento de
Newton, así como de sus consecuencias para el desarrollo de la física
durante el siglo x v n y comienzos del xix. Tales estudios han pro­
ducido una comprensión más exacta del surgimiento de ciertas cien­
cias experimentales, como la electricidad, en las décadas posteriores
a la muerte de Newton. Con todo, es un hecho histórico que esos
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 171

científicos del siglo xviii que veían una revolución científica new­
toniana, la hallaban en los Principia y en el estilo newtoniano y no
en la Optica y, por supuesto, no en los manuscritos no publicados
y privados que se hallaban entonces convenientemente ocidtos a las
miradas inquisitivas.
Hay un último aspecto del estilo newtoniano que parece cons­
tituir una característica de toda ciencia matemática. Estoy pensando
en el problema der la primacía de la teoría matemática sobre los
datos observacionales que puedan parecer contradecir o no confirmar
la teoría. La reacción natural de cualquier científico es intentar salvar
la teoría, «eliminar» la discrepancia. Cuando Newton recogió en los
Principia (escolio final de la sección 7 del libro dos de la tercera
edición) sus investigaciones sobre la resistencia de los fluidos, tuvo
que explicar por qué ciertos experimentos realizados en San Pablo
no habían dado los resultados apetecidos. Halló una explicación de
la discrepancia en el «hecho» de que los balones huecos fabricados
de vegiga de cerdo no siempre «caen directamente hacia abajo, sino
que a veces oscilan aquí y allá durante la caída». Uno de los balones
«se arrugó, retardándose un tanto a causa de las arrugas». En algu­
nos casos, los mediocres resultados no se pueden eliminar fácilmente,
aunque incluso en tales casos considero raro que el científico aban­
done inmediatamente una teoría o hipótesis querida, a la manera
descrita en cierta ocasión por Huxley con la romántica imagen de
una «bella hipótesis» asesinada por un «hecho perverso» u.
Evidentemente, Newton se hubiera sentido muy complacido y
satisfecho si los experimentos y observaciones hubiesen estado siem­
pre muy de acuerdo con la teoría; pero la cuestión es que su propia
experiencia le había enseñado que con demasiada frecuencia se daba
una discrepancia más bien que tal concordancia. En su teoría lunar,
se encontró con que se había equivocado por un factor de dos, mien­
tras que en otra parte de la misma teoría su solución erraba el
blanco algo así como el 30 por ciento. Es perfectamente compren­
sible la tentación de manipular los números, de «trampear» con los
resultados, camino que resultaba especialmente fácil en aquellos
días en que los cánones de la experimentación aún no se habían
establecido plenamente, no siendo aún práctica universal la publica­
ción de las tablas completas de todos los datos. En 1966, en una
reunión celebrada en Austin, Texas, para celebrar el tercer cente­
nario del «annus mirabilis» de Newton, Clifford Truesdell llamó la
atención sobre el hecho de que, en la segunda edición de los Princi­
pia, Newton «introdujo la ficción de la 'crasitud de las partículas
sólidas de aire’ para insertar lo que hoy día llamaríamos un 'factor
de manipulación’, capaz de arrojar el resultado numérico deseado
172 L a revolución newtoniana y el estilo de Newton

a partir de una teoría recalcitrante». E l problema en cuestión era


el cálculo de la velocidad del sonido. R. S. Westfall (1973) publi­
có un artículo sobre «Newton y el factor de manipulación», en el
que afirmaba que «Una parte considerable del carácter persuasivo
de los Principia reside en su deliberada pretensión de un grado de
exactitud que va mucho más allá de lo que legítimamente se puede
pretender.» Los tres ejemplos que ha examinado son la correlación
excesivamente exacta de la caída libre sobre la Tierra (¿) con el
movimiento de la Luna, la determinación de la velocidad del sonido
y el modo de calcular la constante de precesión. Nosotros sugerimos
la posibilidad de añadir a la lista el avance del apogeo lunar l6. En
algunos casos, Newton eligió valores numéricos fuera del rango po­
sible a fin de que la teoría (dicho sea con palabras de Cotes) «pa­
reciese óptima respecto a los números»; mas, en otros casos, se
limitó a introducir un factor arbitrario para que los datos y la teoría
estuviesen de acuerdo. Yo diría que, en ambos tipos de casos, New­
ton actuaba como si su confianza en su teoría fuese tan grande
como para estar dispuesto a alterar o hacer trampas orgullosamente
con los números, no estando dispuesto obviamente a que su teoría
fuese eliminada por un «hecho perverso». La «nueva ciencia» del
siglo xvii exigía la confirmación de la teoría por experimentos y
observaciones, por lo que Newton se ajustaba a tal necesidad, por
más que cuando ambos se hallaban en conflicto, no era necesaria­
mente la teoría la que había que rechazar (aunque se revisase o
manipulase), sino que eran más bien los datos o los cálculos numé­
ricos los que sufrían las consecuencias.
Una expresión de la confianza matemática en la teoría, que no
depende del acuerdo con sus aplicaciones prácticas o con los expe­
rimentos y observaciones, se puede encontrar en la Méchanique
analytique de Lagrange (1788), en cuyo prefacio se lee (véase la
traducción de Hobson, 1912):

Disponemos ya de varios tratados de mecánica, peto el plan de éste es


totalmente nuevo, ya que trata de reducir la teoría de esta ciencia y el arte
de resolver problemas relativos a ella a fórmulas generales, cuyo desarrollo
simple suministra todas las ecuaciones pertinentes para la solución de cada
uno de los problemas.
Espero que el modo en que he tratado de alcanzar este objetivo no deje
nada que desear. En esta obra no se encontrará ningún diagrama.
Los métodos que explico no requieren construcciones o razonamientos
sea geométricos, sea mecánicos, sino tan sólo operaciones algebraicas de acuerdo
con procedimientos regulares y uniformes. Los que gustan del análisis verán
con agrado que la mecánica se ha tornado en una de sus ramas y me estarán
agradecidos por haber ampliado su dominio
3. La revolución newtoniana y el estilo de Newton 173

De este tratado puramente matemático no sólo están ausentes las


figuras, sino también los números. En esta obra no hay datos nu­
méricos de la experiencia y ni tan siquiera números prácticos para
la determinación de las constantes de integración. Se trata de una
obra general de dinámica concebida como algo puramente matemá­
tico y, en cuanto tal, recuerda el libro primero de los P rinápia de
Newton.
Terminaré esta sección con un último ejemplo: Albert Einstein.
En una conferencia dada en 1933, declaró con audacia que la base
de cualquier «sistema científico» es la razón y no los datos empí­
ricos, subrayó las «invenciones libres del intelecto humano» y señaló:

Estoy convencido de que, mediante construcciones paramente matemáticas,


podemos descubrir aquellos conceptos y conexiones legales entre ellos que
suministran la clave de la comprensión de los fenómenos naturales. La expe­
riencia puede sugerir los conceptos matemáticos apropiados, pero no cabe
duda de que éstos no se pueden deducir de ella. Como es natural, la expe­
riencia es el único criterio de utilidad física de una construcción matemática,
si bien el principio creador reside en las matemáticas. Por tanto, en cierto
sentido, convengo con el sueño de los antiguos de que el pensamiento puro
puede captar la realidad17.

Gerald Holton ha llamado la atención sobre un ejemplo aún más


notable de la creencia de Einstein en la primacía de la teoría mate­
mática. Los hechos nos los cuenta un estudiante, Ilse Rosenthal-
Schneider, que se hallaba con Einstein en 1919 cuando conoció el
primer informe de Arthur S. Eddington en el sentido de que la expe­
dición británica para la observación de un eclipse total había encon­
trado la primera verificación de la relatividad general, según la cual
se da una curvatura en los rayos de luz procedentes de estrellas
lejanas que pasan por el campo gravitatorio del Sol. ¿Cuál fue la
reacción de Einstein? Según su estudiante,

En una ocasión, cuando me hallaba con Einstein para leer con él una obra que
contenía muchas objeciones contra su teoría... interrumpió de pronto la dis­
cusión del libro, cogió un telegrama que estaba en el alféizar de la ventana
y me lo tendió mientras decía: «T al vez le interese esto.» Se trataba del cable
de Eddington con los resultados de la medición que había hecho la expedición
del eclipse. Cuando daba rienda suelta a mi alegría porque los resultados coin­
cidiesen con los cálculos, dijo completamente impertérrito: «Pero si yo ya sabía
que la teoría era correcta»; y cuando le pregunté qué hubiera pasado si no
se hubiera dado esa confirmación de sus predicciones, replicó: «E n ese caso
lo hubiera sentido por nuestro Señor; la teoría es correcta» w.
174 La revolución newtoniana y el estilo de Newton

En este sentido, el estilo newtoniano parece ser más bien una ca­
racterística universal de la ciencia y quienes la practican que de la
personalidad de Newton. El estilo newtoniano no fue una creación
completamente original de Newton, sino una transformación con la
que condujo a un punto culminante una tradición que se retrotrae
a la antigüedad griega, y que había venido sufriendo una serie de
transformaciones radicales y significativas durante el siglo xvu. Creo
que es una muestra del genio newtoniano el que haya sido capaz
de captar las potencialidades de dicho estilo w, transformándolo tan
efectivamente en la elaboración de su filosofía matemática de la na­
turaleza aplicada a los problemas de la dinámica y de la mecánica
del sistema del mundo.
Parte segunda
LAS TRANSFORMACIONES DE LAS IDEAS
CIENTIFICAS
Capítulo 4
LA TRANSFORMACION DE LAS IDEAS
CIENTIFICAS

4.1. ¿U na síntesis newtoniana?

Las palabras «síntesis» y «revolución» abundan en los escritos


relativos a la formación de la ciencia moderna. Los capítulos pre­
cedentes atestiguan de qué manera se concebía, a partir de la época
de Newton, que su gran obra había sido «revolucionaria». Con todo,
el logro de Newton se caracteriza a veces como una «síntesis» más
bien que como una «revolución», tal como ocurre en expresiones
del tipo de «la síntesis newtoniana» o «la gran síntesis» (por ejem­
plo, véanse Ginzburg, 1933, p. 369«; Whitehead, 1922; Butterfield,
1957, p. 106; Rosen, 1973; Gillispie, 1960, pp. 88, 144, 335, 510;
Koyré, 1950¿>). Los autores que utilizan esta palabra no especifican
exactamente lo que entienden por ella. Por ejemplo, en un brillante
ensayo sobre la ciencia newtoniana titulado «E l significado de la
síntesis newtoniana», Alexandre Koyré (1950¿) no sólo no define
lo que entiende por «síntesis», sino que además apenas utiliza dicha
palabra en el contenido del texto y, en cualquier caso, nunca’ en
un contexto tan general como el que sugeriría el título.
Da la impresión de que la «síntesis» newtoniana aparece en los
escritos de historia y filosofía de la ciencia como un nombre con­
veniente del conjunto de los logros de Newton, su sistema del mundo
o su filosofía natural. Usualmente se da a entender que Newton
habría unido las contribuciones (o tal vez las contribuciones incom­
pletas) de predecesores y contemporáneos del calibre de Copérnico,
177
178 Las transform aciones de las ideas científicas

Kepler, Descartes, Galileo, Huygens y Hooke, asi como John Wallis


y Wren. Como afirmación global, nadie discutiría una declaración
semejante sobre la deuda de Newton con ciertos predecesores, pero
todos estos enunciados carecen de elementos detallados y, en esa
medida, no resultan muy esclarecedores. No cabe duda de que New­
ton se benefició del hedió de venir después de hombres tan ilustres!
como los mendonados, y ni siquiera un Newton hubiera podido
producir su gran obra de haber vivido antes que ellos. Por tanto,
no parece existir ninguna posibilidad de que hubiera podido h a b a
aparecido un Newton (en el sentido del creador de la filosofía nar
tural de Newton) en La época de Galileo y Kepler, o que o bien
Galileo o Kepler hubiesen podido ser semejantes a Newton. Venir
después de tales* hombres, en lugar de haber sido contemporáneo o
predecesor suyo, puede haber sido una condición necesaria para
nuestro Newton, peto difícilmente hubiera sido una condición sufi­
ciente. Ahí está el testimonio del fracaso de Huygens a la hora de
crear un sistema newtoniano (véase el apartado $ 3.4).
En mi opinión, la palabra «síntesis» resulta confundente en el
análisis histórico de la ciencia, dado que tiende a ocultar el modo
creador en que un científico utiliza el trabajo de sus contemporáneos
y predecesores. Derivándose de la palabra griega oúv0sfftf (o com­
posición), «síntesis» significa en este contexto «juntar las partes o
elementos para formar un todo complejo», frente a lo que ocurre
con «análisis» l. En este sentido, el historiador William Lecky (1879,
volumen 1, p. 168) hablaba de un «sistema capaz de unir en una
sublime síntesis todas las formas pasadas de creencia humana». He
aquí uno de los sentidos más comunes de la palabra. Hay otro rela­
cionado con éste, salvo en que equivale a combinar con ingenio y
artificio o bien algo que nunca se juntaría por sí mismo en un todo
único o bien algo que hasta el momento sólo ha sido producido
por la propia naturaleza. Un aspecto de este segundo sentido se usa
comúnmente hoy día por respecto a materiales producidos artificial­
mente (usualmente llamados «sintéticos»), a productos de labora­
torio o de una planta química que no se hallan en los procesos
naturales, en la tierra o en nuestra atmósfera.
Como veremos más adelante en un buen número de ejemplos,
ninguno de estos dos sentidos suministra una descripción precisa
del proceso del pensamiento creador de Newton. No creó un siste­
ma artificial para imponerlo a la naturaleza y, ciertamente, no se
limitó a combinar en un «guiso» sintético los principios de Copér-
nico, Kepler, Galileo, Descartes, Hooke y Huygens. Por el contra­
rio, seleccionó cuidadosamente determinadas ideas (conceptos, prin­
cipios, definiciones, reglas, leyes e hipótesis) y las transformó, con­
4 . L a transformación de las ideas científicas 179

finándoles una nueva forma que sólo asf le resultaba de utilidad.


Insistamos, pues, en que si se da en el pensamiento científico algo
así como una «síntesis», entonces el sintetizador ha de ser notable­
mente selectivo, escogiendo para empezar lo que encuentra bueno
o útil y rechazando lo demás. Pero, en muchos casos, la «síntesis»
sólo se hace posible una vez que las ideas seleccionadas se hayan
transformado de tal modo que sean esencialmente nuevas y diversas.
En algunos casos se tornan obviamente nuevas y diversas, dado que
se da una contradicción entre los prototipos. Mas, en otros casos,
se aplican de manera tan novedosa (o a situaciones tan novedosas
que van mucho más allá de las intenciones y restricciones del autor)
que constituyen ideas completamente nuevas. Finalmente, en otros
casos, constituyen el punto de partida para el desarrollo de nuevas
ideas que puede que tan sólo se asemejen débilmente a las origi­
nales. En resumen, yo veo dos procesos creadores distintos: la trans­
formación y la síntesis. La síntesis llama la atención sobre el acto
de juntar diversas partes para formar un todo, mientras que la trans­
formación es el proceso previo en el que las ideas se ponen en una
situación tal que hace posible la síntesis.
Quizá debiera establecerse una distinción entre «la síntesis new-
toniana» y «la síntesis de Newton». Gerald Holton (1978) sugiere
que se utilice la primera de ellas para designar «el feliz desarrollo
de la física desde finales del siglo x v n » y la segunda, para «los lo­
gros propios de Newton». La brecha entre ambas cosas es ancha
y profunda. Así, por ejemplo, el propio Newton nunca consiguió
englobar la óptica física en el marco de masa-fuerza-móvimiento de
los Principia, ni consiguió tampoco producir un sistema de óptica
física con lo que he dado en llamar el estilo newtoniano que tan
bien había funcionado en los Principia. Lo mismo se puede decir por
lo que respecta a la química (o alquimia) y a las teorías de la ma­
teria. De ahí que «la síntesis de Newton» pareciera limitarse a una
parte de la mecánica racional, sin incluir toda la estática y la di­
námica. Hemos visto que «la síntesis de Newton» excluía gran parte
de la propia dinámica, siendo la omisión más obvia la considera­
ción de los cuerpos rígidos y casi toda la física de los cuerpos defor-
mables. Tampoco se ocupó Newton del punto de vista que habían
desarrollado Huygens, Hooke y Leibniz y que abarcaba el concepto
de energía. Yo diría que la contribución fundamental de Newton
a «la síntesis newtoniana» ha sido la demostración de la potencia
del estilo newtoniano en la matematización de la física y en la capa­
cidad de relacionar los principios matemáticos con la filosofía na­
tural. Evidentemente, también contribuyó a «la síntesis newtoniana»
180 L as transform aciones de las ideas científicas

con conceptos tan cruciales como el de masa y la idea de la gravita­


ción universal más su ejemplificación en el sistema solar.
«L a síntesis de Newton» posee al menos dos sentidos. Uno de
ellos es la unificación en una única estructura científica de temas
anteriormente considerados como separados o que antes no se veían
como estrechamente relacionados. De este modo, Newton mostró
que la caída de los cuerpos sobre la tierra, los fenómenos de las
mareas, el movimiento de la luna y los movimientos de planetas y
satélites forman todos ellos parte de un único sistema físico, siendo
todos ellos el efecto de la misma fuerza de gravitación universal.
Es bien sabido que Newton intentó realizar una síntesis, aunque
sin éxito, de la física de los cuerpos macroscópicos y de la física de
las partículas de que se componen. El otro sentido da la «síntesis
de Newton» es la producción de un sistema de física mediante la
sintetización de conceptos, leyes y principios de Galileo y Kepler,
y quizá también de Descartes y otros. Es en este proceso donde la
«transformación» alcanza tal importancia que sería estrictamente
más preciso hablar de la síntesis de Newton de conceptos, leyes
y principios «originados» en Galileo y Kepler que de conceptos, leyes
y principios «de» Galileo y Kepler.
A continuación, daremos unos cuantos ejemplos de diversos tipos
de «transformaciones» de ideas científicas; no sólo de las debidas a
Newton, sino también a aquellos mismos autores cuyas ideas él
transformó a su vez. Son dichos ejemplos la transformación que hizo
Newton de la «inercia» kepleriana (por la cual los cuerpos se po­
nen en reposo cuando deja de actuar la fuerza motriz), convinién­
dola en un tipo de «inercia» (o «fuerza de inercia») por la que un
cuerpo mantiene su «estado de movimiento» en ausencia de una
fuerza externa; la transformación que hizo Kepler de la física aris­
totélica del movimiento local mediante la aplicación de la física
terrestre aristotélica a los cuerpos celestes, para los que se suponía
que regía un conjunto completamente distinto de principios aristo­
télicos del movimiento2.
Una manera de ver que la «síntesis de Newton» difícilmente
podría haber sido una mera yuxtaposición de la ciencia de sus pre­
decesores consiste en observar que los Principia mostraban la false­
dad expresa de ciertos principios básicos o fundamentales de sus
ciencias. Entre ellos se encuentran los siguientes:

Copérnico: el sistema solar no tiene su centro en el Sol verda­


dero, sino en un Sol ficticio o «medio» (de hecho, el centro de la
órbitra terrestre), respecto al cual se toman todas las órbitas plañe-
4. L a transformación de las ideas científicas 181

tarias. Estas se componen de círculos sobre círculos (epiciclos sobre


deferentes u otros epiciclos).

Kepler: las tres leyes planetarias son «verdaderas» descripciones


del movimiento de los planetas; una fuerza solar, que se ejerce sobre
dichos cuerpos, disminuye directamente con la distancia, actuando
sólo en o en el entorno del plano de la eclíptica; el Sol tiene que
ser un inmenso imán; debido a su «inercia natural», un cuerpo en
movimiento se pondrá en reposo siempre que la fuerza motriz deje
de actuar3.

Descartes: se hace girar a los planetas mediante un mar de éter


que se mueve en vastos vórtices; los átomos no existen (ni pueden
existir), no existiendo un vacío o un espacio que no esté lleno.

G alileo: la aceleración de los cuerpos que caen hada la tierra es


constante a todas las distancias, incluso tan lejos como la Luna; la
Luna no puede tener en absoluto ninguna influencia sobre las mareas
(de las que no puede ser la causa) (véase el apartado S 1.4).

H ooke: la fuerza contrípeta inversa del cuadrado que actúa so­


bre un cuerpo (con una componente de movimiento ¡nercial) produce
un movimiento orbital con una veloddad inversamente proporcional
a la distanda al centro de fuerza; dicha ley es consistente con la ley
de áreas de Kepler (véase el apartado $ 3.1.).

Puesto que la «síntesis de Newton» ha de negar consiguiente­


mente la validez general de los ingredientes que supuestamente ha
fundido en un solo molde, se sigue que Newton tiene que haber
sido en extremo cuidadoso a la hora de selecdonar aquellas partes
de la dencia de los demás que podrían resultar útiles. Además, in­
cluso esos conceptos, reglas, métodos y sistemas útiles precisarían
una seria transformación antes de poder ser fundidos y mez­
clados. Una filosofía natural o sistema del mundo «verdadero» di­
fícilmente podría ser una amalgama de falsedades. Por otro lado,
desde un punto de vista estrictamente lógico, induso un conjunto
tan básico de ingredientes de la «síntesis de Newton» como las
leyes de Kepler, demostró ser estrictamente falso en el sistema del
mundo expuesto en el libro tercero de los Principia4. Naturalmente,
no se puede negar que el sistema de Newton incorpora versiones
alteradas o transformadas de estos sistemas, doctrinas o principios
anteriores. Por ejemplo, en los Principia, el sistema de Copérnico
se torna heliocéntrico a la vez que heliostático, mientras que las
182 Las transformaciones de las ideas científicas

órbitas planetarias y lunares se tornan elípticas, innovaciones ambas


debidas a Kepler5. Asimismo, se muestra en los Principia que las
órbitas planetarias no son elipses exactas4. La doctrina galileana
según la cual la aceleración de los cuerpos que caen libremente hacia
abajo, hacia la tierra, es la misma para todos los cuerpos, siendo en
todas partes constante, se transforma en los Principia en una acele­
ración sobre la tierra que es la misma para todos los cuerpos en un
lugar cualquiera dado, si bien varía más o menos con la latitud
terrestre, mientras que en el espacio, en las proximidades de la
tierra, varía inversamente al cuadrado de la distancia (véase el
apartado § 5 .1 )7. Se podrían poner más ejemplos, todos los cuales
revelan, a mi entender, la especial fuerza creadora de la inteligencia
de Newton en el acto individual de transformación que llevó a cabo,
mientras que la suposición de una mera síntesis sin transformación
me parece exigir un acto creador de muy inferior calibre. Además,
la transformación sugiere inmediatamente la importancia de recono­
cer las potencialidades de una transformación útil de alguna idea
o conjunto de ellas. Y, como veremos más abajo, algunas ideas po­
seen unas características especiales que las hace susceptibles de
transformaciones útiles, sirviendo así para el ulterior avance cien­
tífico. Consiguientemente, un examen de tales transformaciones
resulta condición indispensable para comprender la revolución cien­
tífica newtonaina *.

4.2. La transformación de las ideas científicas

El proceso intelectual creador con el que Newton transformó


ciertas ideas 1 de sus predecesores y contemporáneos no constituye
un aspecto idiosincrático de la revolución científica newtoniana. Yo
creo que todos los avances científicos revolucionarios han de con­
sistir menos en revelaciones dramáticas repentinas que en una serie
de transformaciones cuya significación revolucionaria puede no ha­
berse constatado (excepto posteriormente, por los historiadores)
hasta el último gran paso. En muchos casos, toda la fuerza y poten­
cialidad de un paso radical puede permanecer oculta incluso para
su autor2. Sostengo la tesis de que tal serie de transformaciones,
por más que explique el último estadio y lo haga parecer menos
milagroso de lo que otro caso parecería, de ningún modo debería
disminuir nuestra admiración y estima por las extraordinarias cua­
lidades de un gran descubridor o innovador radical, por más que
demuestre ser (en el sentido especial aquí adoptado) el mero autor
de la última de una sucesión de transformaciones.
4 . L a transform ación de las ideas científicas 183

Según este tipo de análisis, un gran paso hacia adelante se puede


reducir no sólo a un único estadio en una sucesión de descubrimien­
tos, sino que incluso puede resultar haber formado parte de una
secuencia tan larga que torne sin sentido la idea de que un único
originador haya comenzado todo el proceso. A buen seguro, una
larga cadena de este tipo puede no parecer tan satisfactoria como
un único golpe milagroso, mas tales problemas psicológicos tienen
más que ver con el espectador que con la sucesión de acontecimien­
tos que contempla. Además, yo observaría la existencia de una con­
siderable cantidad de elementos de juicio empíricos en favor del
hecho de que lo que denomino el último estadio o el estadio final
exige por regla general una inteligencia de proporciones creadoras
realmente heroicas, como puede ser el caso de un Kepler, un Gali-
leo, un Newton, un Clerk Maxvell, un Einstein, un Rutherford, un
Niels Bohr o un Fermi; un Harvey, un Linneo, un Haller, un Dar-
win, un Pasteur o un Claude Bernard.
Los historiadores de la ciencia reciben frencuentes críticas por
su constante manía de rebajar y desenmascarar a las grandes figuras,
mostrando que Galileo no inventó la nueva ciencia del movimiento
a partir de la nada, que no fue el inventor original o el creador del
método experimental y, por consiguiente, de la ciencia moderna tal
y como la conocemos. Lo que a menudo resulta particularmente
molesto para algunos críticos, muchos de los cuales son científicos
practicantes, es la consciente tendencia de los historiadores a buscar
predecesores de los conceptos, métodos, leyes o reglas, exerimentos
y observaciones e incluso teorías científicas. Superficialmente pa­
recería que los historiadores de la ciencia de hoy día se hallan de­
dicados a la búsqueda de pies de barro por cualquier parte. ¿Acaso
no muestran los escritos de los historiadores que Galileo no fue el
primer descubridor de los principios del movimiento uniforme y
uniformemente acelerado? ¿Y acaso no declaran que Galileo no
realizó todos sus descubrimientos experimentalmente? Además, se
ha demostrado que incluso la definición de Galileo del movimiento
uniformemente acelerado y su enunciado dél teorema primario de la
equivalencia entre el movimiento uniformemente acelerado y un
movimiento uniforme con velocidad media resultaban de sobra co­
nocidos a finales del siglo x iv (Clagett, 1959; Maier, 1949). Incluso
el diagrama utilizado por Galileo en la demostración del teorema
del grado medio parece haberse hallado, con una modificación
poco importante, en un texto del pensador francés del xiv, Nicolás
de Oresme3. Además, como se ha dicho, ya no se puede sostener
que Galileo careciese de predecesores cuando afirmaba que la caída
Ubre era un ejemplo de tal aceleración uniforme. ¿Acaso tales reve­
184 L as transform aciones de las ideas científicas

laciones de los historiadores hacen disminuir la estatura de Galileo


o minimizan su monumental logro? ¡En absoluto! En cierto sentido,
estas nuevas relaciones hacen que el logro de Galileo sea inmedia­
tamente más plausible y mucho mayor en magnitud de lo que nadie
pudiese haber imaginado con anterioridad.
Dejemos de lado por el momento el problema de la plausibilidad
y de la creencia histórica razonable. Por lo que atañe a las dimen­
siones de la grandeza, creo, por paradójico que pueda parecer, que
el punto de vista tradicional de los científicos niega de hecho su
premisa fundamental. Lagrange dijo en una ocasión con resentimiento
que Newton era el más afortunado de los mortales, dado que sólo
se puede establecer un sistema del mundo y Newton lo había es­
tablecido. Se dice que Laplace repitió esta opinión subrayándola es­
pecialmente (Delambre, 1812, p. xlv, resumido en Brewster, 1855,
vol. 1, p. 319«.). Al parecer, lo que Lagrange quería dar a entender
era que él, ¡ay!, no podría descubrir una ley cósmica por más que
poseyese el genio para hacerlo, dado que sólo hay una ley tal y
resultaba que Newton había vivido antes y la había descubierto. Lo
que Laplace decía era, en efecto, que si Newton no hubiera vivido
cuando lo hizo (y si, por consiguiente, no hubiera descubierto la ley),
entonces Lagrange lo hubiera hecho, de modo que no existía la
menor posibilidad de que él (Laplace) pudiera haberla descubierto,
pues ¡había nacido demasiado tarde por partida doble! La probabi­
lidad laplaciana estaba en contra de él. La mayoría de los científicos
no ponen objeción alguna a tales afirmaciones de Lagrange y La-
place, siendo así que representa una disminución real (y ciertamente
no es una magnificación) de la estatura de Newton al mero hecho
de dar a entender que la cualidad fundamental de Newton como
innovador científico consiste en haber precedido a Lagrage y a La-
place. Por otro lado, en general la teoría de la creación científica
repentina, no anticipada y sin precedentes (¿algo casi «milagroso»?),
el haber inventado algo totalmente nuevo más bien que haber
sido el transformador último, parece constituir una teoría «mini-
mizadora», por cuanto ha de sugerir siempre que la definición del
genio consiste primariamente en la buena suerte de haber nacido
antes de que se hayan realizado ciertos descubrimientos.
Contrástese este punto de vista con el que aquí proponemos.
Sostengo que una medida cuantitativa del genio de Galileo se en­
cuentra en el número real de ideas que vemos que adaptó y utilizó,
todas las cuales estaban «en el aire» siendo hasta cierto punto
conocidas por sus contemporáneos e incluso predecesores. Estas dife­
rentes personas carecieron del genio transcendente necesario para
armar todas las piezas, para darles nueva forma en el proceso y
4. L a transformación de las ideas científicas 185

pata añadir otras ideas nuevas y crear la nueva ciencia del movimien­
to. Ahora bien, Galileo reconoció las potencialidades ocultas en
determinadas ideas que eran entonces moneda corriente y que es­
peraban una transformación, pudiendo cobrar nueva vida al anexio­
narse a las propias ideas de Galileo, sirviendo así para nuevos propó­
sito s4. Benedetti, Tartaglia, Cardano, Soto, Beeckman, incluso
Descartes y Kepler, no hallaron las leyes galÚeanas de la caída de
los cuerpos y del movimiento de los proyectiles. La existencia misma
de tales contemporáneos de primera fila, que tenían acceso a la
misma información que poseía y usaba Galileo, puede tomarse como
prueba del tipo especial de genio que exigía la transformación de
esos ingredientes para proceder a crear no ya una, sino incluso «Dos
nuevas ciencias» (la «mecánica» y el «movimiento local»). Asimismo,
la ciencia de los Principia no la crearon Wallis, Halley, Wren o
Hooke, ni siquiera Leibniz o Huygens. ¿Qué mejor testimonio a
favor de la grandeza de Newton que la existencia de esas personas?
£1 concepto de transformación no es en cierta medida más que
una formulación explícita de la práctica de todos los historiadores
de las ideas y en especial de todos los historiadores de las ideas
científicas. No obstante, la explicitación de las transformaciones de
las ideas científicas contribuiría a iluminar los aspectos verdadera­
mente creadores del modo en que un científico utiliza los concep­
tos, teorías, métodos, experimentos e incluso leyes de otro. El propio
término indica que el proceso científico de creación no se limita a
ser un procedimiento de tijeras y pegamento, consistente en selec­
cionar y ensamblar los documentos y otras fuentes disponibles, sino
que entraña el posible reconocimiento de perlas en el barro. El
concepto de transformación va incluido más allá de la imagen de una
confrontación o yuxtaposición radical de diversos conjuntos de ideas,
seguida de una elección o selección entre ellas5. En efecto, «trans­
formación» sugiere inmediatamente algo más que el reconocimiento
de lo que puede resultar útil, e implica captar las potencialidades de
ideas que distan de ser obvias y que sólo se pueden ver mediante
las transformaciones producidas por la fuerza y actividad de una
mente científica de un elevado nivel de genio creativo4.
La palabra «transformación» es algo más que una expresión
que indique cambio en general; así, se usa en matemáticas para
describir las alteraciones que pueden producirse en las figuras geo­
métricas (curvas, líneas o sistemas de ambas) o espacios y elementos
espaciales bajo ciertos procesos por los que un espacio se cambia
en otro. Un ejemplo sencillo de este tipo de transformación se
produce siempre que un plano se proyecta sobre otro (no siendo
paralelos). En tal proyección, un círculo puede transformarse en una
186 Las transformaciones de las ideas científicas

elipse, tal y como acontece cuando el sol cae de plano sobre una
ventana cerrada, una de cuyas contraventanas presenta un pequeño
agujero circular (o sobre un agujero de la lona de una tienda), pro-
yectándo sobre el suelo una imagen del agujero, transformada en una
elipse. En tales transformaciones matemáticas siempre se presta
una atención directa a las constantes, los «invariantes» de la trans­
formación. Así, dos líneas que intersequen se pueden transformar
en un par de curvas de tal manera que el punto de intersección de
ambas líneas siga siendo una intersección, pero de curvas. O bien
puede haber una transformación punto a punto de un anillo plano
sobre sí mismo; un famoso teorema enunciado por Henry Poincaré
y demostrado por G . D . Birkhoff explora las condiciones de que
baya dos puntos que permanezcan iguales o sean invariantes bajo la
transformación7.
Por analogía, se le sugiere al historiador de las ideas que esté
atento a los posibles invariantes en la transformación de las ideas
científicas. En algunos casos, tales invariantes pueden ser conceptos
o leyes, aunque pueden resular ser tan sóW> los nombres de tales
conceptos y leyes, que sirven así como restos arqueológicos que
guían la investigación histórica hacia las fuentes de una idea cientí­
fica dada que se ha transformado *.
La síntesis supone que la innovación científica revolucionaria
es como completar un inmenso rompecabezas, en el que quizá algunas
de las piezas clave pueden faltar, siendo preciso inventarlas. La trans­
formación, al presentar cada concepto, teoría, ley o principio ante­
rior como la ocasión de una innovación, centra la atención sobre la
causa, la posible razón por la que tan sólo uno de los muchos cien­
tíficos que conocían la idea produjo la transformación en cuestión.
De este modo, la doctrina de la transformación puede contribuir a
clarificar los estadios efectivos del proceso científico creador.

4.3. Algunos ejemplos de transformaciones de ideas científicas:


Darwin y la competencia intraespecífica, Franklin y el fluido
eléctrico

En el apartado § 4.5, veremos cómo el concepto y el prindo


de inerda newtoniano ha formado parte de una larga secuencia de
transformaciones que se retrotraen al menos hasta Galileo, Gassendi,
Kepler y Descartes. En el capítulo 5, uno de los temas fundamen­
tales es la transformadón newtoniana de las leyes de Kepler del
movimiento planetario. Los dos ejemplos siguientes, uno del si­
glo xix y otro del xvm , ilustran dos tipos muy comunes de trans­
4. L a transformación de las ideas científicas 187

formación. El primero muestra de qué modo una idea científica,


como es la competencia por la supervivencia entre especies, se
transforma bajo el estímulo que recibe un científico de sus lecturas.
En este caso Darwin leía a Malthus. E l segundo ejemplo muestra
cómo una idea científica (un fluido eléctrico elástico y sutil) surge
de la transformación de una noción generalmente aceptada o am­
pliamente difundida (el éter newtoniano o «medio etéreo»), en el
transcurso del intento de explicar una serie de experimentos. En
ambos ejemplos, el científico trata de analizar y dar cuenta de una
serie de fenómenos y no simplemente de transformar a voluntad
ciertas ideas científicas heredadas a fin de hallar cuáles puedan ser
sus consecuencias'.
Ambos ejemplos son muy característicos del proceso creador
en ciencia y en muchos aspectos de las artes. Una y otra vez, pode­
mos ver cómo Newton desarrolla nuevas ideas a medida que anota
o comenta sus lecturas. Estas transformaciones iniciales pasan luego
a través de una serie de transformaciones hasta que toma cuerpo
el logro intelectual último. E s algo que se puede ver con la mayor
claridad en la transformación que lleva a la primera fase del cálculo
diferencial, iniciada con la transformación de las ideas y métodos que
Newton había encontrado en la lectura de la edición de Schooten
de la Géométrie de Descartes (véase Whiteside, 1964a; Newton,
1964-1966, pp. ix y ss.; 1967— , vol. 1, passim). En otros casos, la
ocasión o estímulo inmediato es menos claro, como ocurre con la
transformación newtoniana de la segunda ley del movimiento para
fuerzas impulsivas en una ley para fuerzas continuas; esto es, el
reconocimiento de que si una fuerza impulsiva produce un único
cambio instantáneo del momento, entonces una fuerza que actúe
continuamente produce un cambio continuo del momento. Esta úl­
tima transformación (véase el apartado § 4.4) exigía los conceptos
newtonianos de tiempo, límites y masa.
Un ejemplo sorprendente de la transformación de una idea cien­
tífica se puede hallar en el concepto de selección natural de Charles
Darwin, en relación con Charles Lyell y Thomas Malthus. Los facto­
res creativos en relación con Malthus y Darwin han sido debatidos
hasta la saciedad, siendo una información crucial la fecha en que de
hecho Darwin leyó a Malthus, que se ha establecido ya firmemente
gracias a sus «Cuadernos sobre la transmutación de las especies»2.
En un análisis de este problema publicado en 1971, Sandra Herbert
ha mostrado que antes de que Darwin leyese a Malthus (la fecha de
la entrada sobre Malthus es el 28 de septiembre de 1838), era ple­
namente consciente de la idea de Lyell de una «lucha universal por
la existencia» en la que «la ley del más fuerte terminaba imponién­
188 Las transformaciones de las ideas científicas

d o se»3. Mas, como señala Sandra Herbert, Lyell no habla realmente


de la competencia entre individuos del mismo grupo por represen­
tar a dicho grupo en la naturaleza»; el resultado de ello es que «el
tipo de selección siempre predominante en su concepción era... la
competencia entre diversas especies y razas por mantener su puesto
en una tierra con una cantidad limitada de espacio». Lo que sobrevive
en la «lucha por la vida» no es pues el «más fuerte» de los indivi­
duos, sino la especie «más fuerte». Así pues, la competencia de Lyell
era «interespecífica más bien que intraespecífica». Al parecer, es
ésta la razón por la que Darwin («quien aceptaba sin objeciones la
presentación de la competencia debida a Lyell») no «llegó antes
a la selección natural» y ciertamente no pensaba «en esa dirección
en la época en que leía a M alth u s»\
Malthus llamó poderosamente la atención de Darwin sobre la
«terrible poda... ejercida sobre los individuos de una especie»,
según Herbert, y con ello «impelió a Darwin a aplicar al nivel de
los individuos lo que sabía acerca de la lucha al nivel de las espe­
cies». Vió que «la supervivencia al nivel de las especies constituía
el registro evolutivo, mientras que la supervivencia al nivel de los
individuos constituía su propulsión». En resumidas cuentas, la «con­
centración» de Lyell «sobre la competición al nivel de las espe­
cies» entorpeció el reconocimiento de Darwin de «el potencial evo­
lutivo de la 'lucha por la existencia’ al nivel de los individuos». Así,
Herbert concluye que Malthus debería considerarse como «un con­
tribuidor más bien que un catalizador» a la «nueva comprensión»
alcanzada por Darwin tras el 28 de septiembre de 1838 «de las po­
sibilidades explicativas de la idea de la lucha en la naturaleza».
Desde el punto de vista defendido en este libro, habría que
decir que Darwin transformó el concepto de Lyell de la competición
o «lucha por la vida» interespecífica en un concepto intraespecífico,
una transformación del nivel de especie al de individuos que con­
dujo a un principio explicativo de cierto tipo de factores de selección
que determinan la supervivencia y la reproducción. Si la selección
natural darwinista se basa en tres elementos («variabilidad indivi­
dual, tendencia a la sobrepoblación y los factores de selección pre­
sentes en la naturaleza)», entonces podemos ver cuán crucial fue
esta transformación como etapa del pensamiento creador de Darwin.
Además, podemos precisar ahora la función exacta desempeñada por
Malthus, consistente no en añadir otro factor más a una supuesta
síntesis darwinista, ni en suministrar a Darwin una ley matemática
del crecimiento de la población, sino más bien en orientar a Darwin
hacia la transformación de la idea de Lyell en una lucha entre indi­
viduos, haciéndole «concentrarse en los aspectos competitivos de
4. L a transform ación de las ideas científicas 189

la naturaleza (predación, hambre, desastres naturales) que incidían


sobre las diferencias individuales de los miembros del mismo
grupo» s.
Finalmente, en este ejemplo podemos observar ciertas condi­
ciones favorables a que se produzca la transformación: la existencia
de un concepto con posibilidades de transformación útil y el con­
tacto con una inteligencia capaz de realizar la transformación. Pero,
por encima de todo, estas condiciones necesarias han de verse com­
pletadas por la circunstancia de una inteligencia científica creadora
en funcionamiento, luchando con problemas científicos reales y no
especulando simplemente en un nivel filosófico6. Evidentemente,
Darwin estaba enfrascado en problemas de sobrepoblación y se en­
contraba desarrollando sus ideas sobre las causas de la variación
y las reglas de la herencia, dos cuestiones que resultarían ser relati­
vamente poco fecundas y perderían su importancia aparentemente
crucial «tan pronto como pudo apoyarse en la selección natural». Al
ocuparse de la lucha por la existencia y de la existencia de varia­
ciones en el seno de una misma especie (y no del problema más
abstracto de la variación de las especies), Darwin se hallaba en las
condiciones más favorables imaginables para aplicar las consideracio­
nes de Malthus a la lucha por la existencia entre todos los indivi­
duos variables comprendidos en una especie, iniciando así (al trans­
formar la idea de Lyell, bajo la presión de los descubrimientos de
Malthus relativos a las restricciones de una única especie) el camino
intelectual que habría de llevar a la selección natural darvinista.
Se puede observar un tipo algo diferente de transformación en
el desarrollo del concepto de fluido eléctrico de Benjamín Franklin.
Franklin y sus compañeros de experimentación de Filadelfia estaban
realizando una serie de experimentos en los que se producían des­
cargas o transferencias de la «influencia» eléctrica de una persona
o cosa inanimada a otra. Como es natural en el contexto del pen­
samiento científico de los años de la décacía de 1740, parecía como
si hubiese alguna substancia material o cuasi-material o fluido «sutil»
que pudiera hallarse en movimiento7.
El propio Franklin se había iniciado en la tradición de la filo­
sofía experimental newtoniana, con la que se había encontrado al
leer las cuestiones de la Optica, así como diversos libros sobre la
ciencia experimental newtoniana de autores tales como Boerhaave,
Hales y Pemberton *. Newton había concebido un éter que penetraba
en los cuerpos, llenando los intersticios que hay entre sus partes
sólidas. Además, se señalaba que dicho éter podía ser «elástico»,
expandiéndose a fin de llenar todos los tipos de espacio debido a su
composición, consistente quizá en partículas minúsculas que se re­
190 Las transformaciones de las ideas científicas

pelían mutuamente entre sí. Esto es, New ton introducía la supo­
sición de «que el Eter (como nuestro aire) contiene partículas que
tratan de apartarse unas de otras» (Newton, 1952, p. 352 *). Otra
de las propiedades asignadas a dicho éter era la de poseer diferente
densidad en diversas condiciones y en relación con diversos tipos
de cuerpos. En la cuestión 22 de la Optica, Newton introducía ade­
más el tema de los efectos eléctricos a fin de explicar cómo es que
el éter podía ser tan raro y sin embargo tan potente. Si alguien
preguntase cómo es que un medio tan potente como el éter «puede
ser tan raro», decía Newton:

Que me diga también cómo un cuerpo eléctrico puede emitir por fricción
una exhalación tan rara y sutil, aunque tan potente, como para no provocar
con esa emisión una disminución sensible del peso del cuerpo eléctrico, exten­
diéndose por un espacio de más de dos pies de diámetro, siendo con todo
capaz de agitar y transportar hacia arriba una hoja de cobre o de oro a una
distancia superior a un pie del cuerpo eléctrico. [Newton, 1952, p. 353 * * . ]

Cuando Flanklin comenzó a pensar en una materia capaz de pro­


ducir efecos eléctricos, este éter newtoniano (o «medio etéreo»)
tuvo que venirle inmediatamente a la mente, junto con la idea de
exhalaciones eléctricas.
Resulta fácil rastrear de qué modo la idea de Franklin de un
fluido eléctrico o materia eléctrica fue un resultado de la trans­
formación de la idea newtoniana de éter. La primera mención plena
acerca de su nueva teoría aparecía en un escrito titulado «Opiniones
y conjeturas relativas a las propiedades y efectos de la materia eléc­
trica, derivadas de los experimentos y observaciones realizados en
Filadelfia en 1 7 4 9 »’ . Este escrito comenzaba con la proposición (1)
de que la materia eléctrica constaba de partículas «extremadamente
sutiles», dado que puede impegnar fácilmente toda la materia co­
mún, incluidos los metales, sin «ninguna resistencia perceptible».
Aquí empleaba Franklin por vez primera el término «materia eléc­
trica». Aunque señalaba una causa de su creencia en su «sutileza»,
daba por supuesta su atomicidad o composición a base de partícu­
las. Franklin no aludía a ningún experimento particular para probar
que la electricidad pasa a través de los conductores y no simplemente
a lo largo de su superficie, limitándose a señalar que (2) si alguien
tuviese dudas acerca de este punto, podía convencerse mediante un
buen choque eléctrico que atravesase su cuerpo procedente de una
botella de Leyden. (3) La diferencia entre la materia eléctrica y la

* Traducción española atad a en la bibliografía, p. 305. (N . del T .)


* * Traducción española citada en la bibliografía, p. 305. (Ñ . del T .)
4. L a transformación de las ideas científicas 191

«materia común» reside en la atracción mutua de las partículas de


esta última y la repulsión mutua de las partículas de la primera
(que provoca «la manifiesta divergencia de una corriente de efluvios
eléctricos»). En términos del siglo xvm , la materia eléctrica (como
el éter newtqniano, cuyas partículas «tratan de alejarse unas de
otras») es un fluido elástico sutil y compuesto de partículas. (4) Las
partículas de materia eléctrica, aunque se repelen mutuamente, son
fuertemente atraídas por «toda la demás materia». (5) Por consi­
guiente, si determinada cantidad de materia eléctrica se aplica a una
masa de materia común, «se difundirá igual e inmediatamente por
el todo». En otras palabras (6), la materia común es «una especie
de esponja» para el fluido eléctrico. Una esponja absorbe agua con
más lentitud de la que la materia ordinaria absorbe la materia eléc­
trica, dado que las «partes de la esponja» se ven obstaculizadas en
su atracción de las «partes de agua» por la mutua atracción de estas
«partes de agua» que la esponja debe superar. En general (7), en
la materia común hay tanta materia eléctrica cuanta puede conte­
ner, por lo que si se añade más, no puede penetrar en el cuerpo,
acumulándose entonces en su superficie para formar una «atmósfera
eléctrica», en cuyo caso «se dice que el cuerpo está electrificado».
Con todo, todos los cuerpos (8) no «atraen y retienen» la materia
eléctrica «con igual fuerza e intensidad», fenómeno que está por
explicar, y aquellos que se denominan eléctrios per se «atraen y
retienen» esa materia eléctrica «con la mayor fuerza, conteniéndola
en la máxima cantidad». (9) Que la materia común contiene siempre
fluido eléctrico se demuestra por el hecho experimental de que
frotar un tubo o globo nos permite extraer algo ,0.
Las nuevas propiedades del concepto transformado incluyen la
atracción entre partículas de este fluido y las partículas de la materia
ordinaria; la cantidad natural de este fluido en los cuerpos; las leyes
particulares de la distribución de este fluido en los cuerpos de dife­
rente forma. La teoría condujo a una nomenclatura que aún se usa
en la ciencia de la electricidad: «m ás» o «positiva» para los cuerpos
que han adquirido (presumiblemente) un exceso de fluido respecto
a la cantidad normal y «menos» o «negativa» para aquellos que han
perdido algo de su cantidad normal, hallándose en un estado de
deficiencia. Dos cuerpos cargados positivamente se repelen mutua­
mente debido a que el exceso de fluido eléctrico de uno repele al
exceso del otro. De manera similar, existe una razón para la atracción
entre dos cuerpos de signo opuesto. Dado que la electrificación es
un resultado de la transferencia o redistribución del fluido eléctrico,
se sigue que la aparición de una carga cualquiera ha de estar acom­
pañada por la aparición simultánea de una carga exactamente de la
192 L as transform aciones de las ideas científicas

misma magnitud, aunque de signo opuesto. Asimismo, cuando las


cargas se destruyen o anulan, han de cancelarse mutuamente can­
tidades iguales de cargas de ambos signos. La «ley de conservación
de la carga» de Franídin, que carece de contrapartida en la idea
original newtoniana de éter, es un indicio del grado de innovación
creadora de la transformación de Franklin 11.

4.4. Algunas transformaciones de ideas debidas a Newton, espse-


cialmente la transformación de las fuerzas im pulsivas en
fuerzas continuamente actuantes y la formulación de la tercera
ley de Newton

En los días en que trabajaba Newton, uno de los sentidos princi­


pales de fuerza era la acción impulsiva o momentánea que tiene lugar
cuando un objeto choca con otro o recibe el impacto de otro. Tales
fuerzas de percusión eran objeto de un estudio intenso durante el
siglo xvi por parte de personas como Galileo, Baliani, Marcus M ará,
Descartes, Wallis, Wren y H uygens'. Descartes había enunciado un
conjunto de reglas para el resultado de impactos que demostraron
ser notoriamente falsas (véase Koyré, 1965, pp. 76-79). La clarifi­
cación de este problema exigía una adecuada distindón entre lo que
llamamos colisiones elásticas e inelásticas, y una comprensión de
la naturaleza vectorial del momento. AI resolver el problema del
impacto, Wallis, Wren y Huygens descubrieron independientemente
la ley de la conservación del momento.
En el escolio a las leyes del movimiento de los Principia, Newton
pone un ejemplo de la aplicadón de «las dos primeras leyes y los
dos primeros corolarios», junto con la tercera ley, al modo en que
«Sir Christopher Wren, John Wallis, S.T.D. y Christiaan Huygens,
sin duda los más eminentes geómetras de la anterior generación,
hallaron independientemente las reglas de las colisiones y reflexiones
de los cuerpos duros, comunicándoselo a la Sociedad Real casi al
mismo tiem po»2. Newton dedica a continuación un considerable
espado a las leyes de impacto, incluyendo la distinción entre la
colisión de los cuerpos elásticos e inelásticos (o parcialmente elás­
ticos) y la confirmación de las reglas mediante experimentos reali­
zados con péndulos que chocan.
Este tipo de fuerza de percusión resultaba fundamental en la
filosofía de Newton, como puede verse por el hecho de que es la
fuerza que aparece en la segunda ley del movimiento, en la expre­
sión formal que reábe en los Principia:
4. L a transformación de las ideas científicas 193

Ley 2 : E l cambio de movimiento es proporcional a la fuerza motriz im­


presa, teniendo lugar en la línea recta en la que se imprime dicha fuerza3.

Ncwton dice que la fuerza motriz debe imprimirse o «de una vez»,
de un solo golpe, o «por grados y sucesivamente» en varios golpes,
cuyo efecto neto sea el mismo que el golpe único que constituye
su sum a4. Esta es la segunda ley del movimiento1 en la forma
«impulsiva», que podríamos enunciar en el lenguaje actual de la
física como la proporcionalidad entre una fuerza impulsiva y un
cambio de momento. Se puede comparar así con la segunda ley más
familiar que enuncia una proporcionalidad entre una fuerza continua
y una tasa de cambio de momento.
En los Principia, Newton nunca enuncia la forma continua de
la segunda ley como axioma explícito, por más que la use una y otra
vez. Por ejemplo, en la demostración de la proposición 24 del libro
segundo, Newton enuncia que «la velocidad que puede generar
una fuerza dada en una masa dada y en un tiempo dado es directa­
mente como la fuerza y el tiempo e inversamente como la masa», que
suena casi como el enunciado de un libro de texto de la segunda
ley para una fuerza que actúe constantemente. Aunque esta versión
acelerativa (o continua) de la segunda ley no aparezca expressis ver-
bis como axioma o ley del movimiento, se encuentra de hecho entre
las definiciones. AI definir tres «medidas» de la fuerza centrípeta,
Newton tiene que habérselas con la versión acelerativa de la segunda
ley, dado que una fuerza centrípeta (como la gravedad y las atrac­
ciones magnéticas y eléctricas) actúa continuamente o al menos pare­
ce hacerlo 6. De este modo, Newton tuvo que introducir el tiempo
de acción siempre que tomaba en cuenta una fuerza continua.
Por ejemplo, una medida de la fuerza centrípeta es «la cantidad
acelerativa» (def. 7) «proporcional a la velocidad que ella [i.e., la
fuerza centrípeta] genera en un tiempo dado»; otra es la «cantidad
motriz» (def. 8), proporcional al momento «que genera en un tiempo
dado». La medida «acelerativa» es así la «medida motriz» por unidad
de masa, señalando Newton que «la fuerza acelerativa es a la fuerza
motriz como la velocidad es a [la cantidad de] el movimiento [o
momento]». Explica estas cuestiones en términos de una forma
reconocible de la segunda ley del movimiento:

Pues la cantidad del movimiento [o momento] deriva de [siendo asi pro­


porcional a] la velocidad y cantidad de materia conjuntamente; y la fuerza
motriz [se deriva de y es proporcional a] la fuerza acelerativa y la cantidad de
materia conjuntamente.
194 L as transform aciones de las ideas científicas

Resulta muy interesante que Newton diga aquí con palabras lo que
nosotros escribiríamos como una ecuación (F = m A ). En las dos
definiciones precedentes, introduce el factor «en un tiempo dado»
para una fuerza continua7.
Así, pues, aparentemente tenemos dos leyes segundas del mo­
vimiento distintas, una para fuerzas continuas, que hoy día escribi­
ríamos como d(m V ) = k\Fdt, y otra para fuerzas impulsivas, que
hoy día escribiríamos como d(m V) = ki 4>. Newton empleaba el
mismo nombre para ambos tipos de «fuerza», pero yo le he dado a
una el símbolo F y la otra, el símbolo <D, no sólo para distinguir
una de la otra, sino para indicar que poseen diferentes dimensiones
físicas, aspecto que se manifiesta asimismo en las diferentes cons­
tantes de proporcionalidad k\ y ki. Mientras que hoy día tendemos
a reconciliar ambas ecuaciones (o leyes) definiendo (el «impulso»)
como Fdt, por lo que k\ — ki en tanto en cuanto mantengamos un
mismo conjunto de unidades, Newton suponía que la forma continua
de la ley se sigue (o está implícita en) las definiciones y que se puede
derivar de forma especial mediante la transformación de la forma
impulsiva de la ley ®.
Otra manera de decir esto mismo es señalar que, en los Princi­
pia, Newton procede de una sucesión de impulsos o golpes a una
fuerza que actúa continuamente, si bien también considerada como
una consecuencia de que dt fuese «dado» el hecho de que la segunda
ley pudiese abarcar de hecho tanto d(m V) <x F y d(rnV ) <x F • dt
como también d (m V )°c Y ¿F • dt2. Así, tan sólo nuestros modernos
prejuicios post-newtonianos precisarían realizar una distinción entre
ambas formas de la ley, siendo incluso necesario establecerla entre
F y F • dt (cf. Cohén, 1970d, ap. 1 y 2).
Antes de volver sobre esta transformación, obsérvese que, como
resultado de la concepción newtoniana del tiempo en relación con
su teoría de las fluxiones, ambas leyes son efectivamente equiva­
lentes. Y a hemos mencionado antes (apartados $$ 3.1, 3.2) que las
concepciones de Newton del tiempo en la dinámica y en la mate­
mática pura resultan análogas, y que la potencia de su física del
movimiento puede haberse debido en gran medida al hecho de haber
desarrollado un concepto útil del tiempo en matemáticas. Hemos
visto que para Newton el tiempo es «absoluto, verdadero y mate­
mático» o «relativo, aparente y común», tal y como él lo dice en el
escolio que va a continuación de las definiciones de los Principia.
Esta distinción resultaba natural para cualquier astrónomo, cons­
ciente de la diferencia existente entre el tiempo medio y el tiempo
solar aparente, un tiempo artificial y absoluto, regular y uniforme, y
un tiempo local y común. Y , dado que este tiempo que fluye absolu-
4. L a transformación de las ideas den tíficas 195

tanteóte y que aparece tanto en la matemática de Newton como


análogamente en su física del movimiento se mide (como dice New­
ton) mediante mía velocidad, se sigue que ha de existir una veloci­
dad absoluta, la cual necesariamente define y exige un espacio abso­
luto. Se han escrito muchas páginas acerca de los conceptos newto-
nianos de espacio y tiempo absolutos, llegándose incluso a sugerir
que su creencia en el espacio absoluto puede haber estado provocada
por sus exigencias psicológicas, sin tomar en consideración este
aspecto básico de la dinámica matemática y la matemática basada
en la dinámica de Newton.
La primerísima proposición sobre el movimiento de los Principia
muestra una transición de las fuerzas repulsivas discretas a las
fuerzas que actúan continuamente. Se trata de la proposición a que
hemos aludido repetidas veces, en la cual Newton prueba que la
acción de una fuerza centralmente dirigida sobre un cuerpo con
movimiento inercial producirá un movimiento que concuerda con
la ley de áreas. Newton realiza la demostración en tres pasos. En
primer lugar, muestra que, en el movimiento puramente inercial, el
cuerpo en movimiento barrerá áreas iguales con respecto a un punto
que no se halle en la línea del movimiento. En segundo lugar, supone
que a intervalos regulares el cuerpo recibe un golpe merced a una
fuerza impulsora, dirigida siempre hacia el mismo punto P 9. Tal
cosa convierte la trayectoria inercial rectilínea en un polígono, cuyos
lados siguen determinando áreas iguales (en esos tiempos iguales)
con respecto a P. A continuación, dice Newton, «auméntese indefi­
nidamente el número de triángulos...; su perímetro final... será una
línea curva; y así la fuerza contrípeta... actuará... continuamente,
mientras que cualesquiera áreas descritas..., que siempre son pro­
porcionales a los tiempos de descripción, serán proporcionales tam­
bién en este caso a tales tiempos». Esta transición de una sucesión
de impulsos a una fuerza que actúa continuamente constituye una
especie de hito de la física newtoniana 10. Aparece en sus manuscritos
de los años de la década de 1660 " , cuando halló por vez primera la
ley de la fuerza centrífuga, siendo la clave de tal descubrimiento.
Aparece también, de manera similar a los Principia, en el tratado
preliminar De motu, escrito en 1684 u. En la sección sobre física
con que se abren los Principiau, esta proposición sirve como una
especie de declaración de que Newton va a utilizar el método de
límites como instrumento fundamental a lo largo del libro
Hay algunos aspectos bastante significativos de este modo de
abordar las fuerzas que actúan continuamente. En primer lugar, si
una fuerza centrífuga se concibe como el límite de una secuencia de
impulsos, entonces la esencia de la fuerza gravitatoria no es tanto
196 Las transformaciones de las ideas científicas

w
\
N " \ N '
\ \
N v
\
\ X
\ \ X
\ N N
\
H L ------H 4
A B

F ig . 4.1.— M uévase un cuerpo con movimiento inercial uniforme a lo largo de


la linea recta A BCD E... Dado que el movimiento es uniforme, las distancias
AB, BC, CD, D E ... se atraviesan en tiem pos iguales. Unanse los puntos A, B,
C, D, E ... con algún punto P (que no esté en la línea del m ovim iento) me­
diante las lineas AP, BP, CP, D P, E P ... que forman los triángulos ABP, BCP,
CDP, D E P ... tddos los cuales tienen bases iguales AB, BC, CD , D E ... Leván­
tese una perpendicular desde la línea A BCD E... a P, que será la altura común
de todos los triángulos. D ado que dichos triángulos poseen bases iguales y la
misma altura, tienen áreas iguales. Puesto que las bases fueron determ inadas
por tiempos iguales, las áreas barridas por una linea que una el punto en mo­
vimiento con P son proporcionales a l tiempo o son iguales en cualesquiera
tiempos iguales. E ste es el descubrimiento newtoniano de la relación existente
entre la ley de inercia y la ley de áreas.

un continuo de presión cuanto la suma de golpes individuales cuyos


efectos totales se componen matemáticamente en el límite. Esta
concepción matemática de los impulsos gravitatorios individuales se
transformó en una intuición física cuando Newton señaló en la in­
troducción a la sección 11 del libro primero de los 'Principia que si
tuviera que «hablar en el lenguaje de la física», las fuerzas gravita-
torias mutuas (o fuerzas centrípetas) «deberían denominarse con más
propiedad impulsos» (véase el apartado $ 4.3). En la cuestión 31 de
la Optica, publicada por vez primera en latín en la Optice de 1706,
y luego en inglés en la segunda edición de 1717/8, Newton conjeturó
de nuevo que «L o que denominó atracción se puede realizar me­
diante impulsos o por cualesquiera otros medios que me resultan
desconocidos» (Newton, 1952, p. 3 76*). E l éter en el que parece
haber confiado para suministrar una explicación de la causa de la

* Traducción española citada en la bibliografía, p. 325. (N . del T .)


4. L a transform ación de las ideas científicas 197

gravedad estaba compuesto de partículas (en la última manifestación


de la O ptica), cosa que ocurría también, presumiblemente, con los
efluvios eléctricos que en cierta ocasión pensó que podían darle la
clave de la gravedad.
Un segundo aspecto del modo de transición por límites de fuer­
zas individuales impulsivas a otras que actúan continuamente con­
siste en una transformación de la física de los impactos o colisiones,
que había sido tan característica del pensamiento físico del siglo xvn,
en la física de las atracciones o fuerzas que actúan como si atrajesen.
Basar las fuerzas de acción a distancia en fuerzas de contacto, como
los golpes o impulsos percutores, le permitió a Newton dar a su
física una base ontológica en los fenómenos más coherente que si
hubiese comenzado con las atracciones. En efecto, en la acción de
las fuerzas impulsivas se puede ver tanto la causa o acontecimiento
físico (el golpe dado por una raqueta de tennis o por un taco de
billar o por el impacto de una bola de billar sobre otra) como el
efecto en un cambio de momento. En el caso de las fuerzas centrí­
petas principales (como en el movimiento orbital de los planetas, los
satélites planetarios y los cometas), sólo se percibe el efecto (un
cambio de momento en un período dado de tiempo At o dt, por
pequeño que sea) y hay que suponer que hay una causa. Esta trans­
formación de la física de lo conocido (fuerzas de contacto con las
colisiones y golpes físicos) a la física de lo desconocido (fuerzas gra-
vitatorias que parecen tener que actuar a distancia) constituyó un
paso intelectual hacia adelante tremendo, que le permitió a Newton
transcender los límites de la física terrestre de su época y forjar la
dinámica celeste del futuro.
En el capítulo 5 se verá que la tercera ley del movimiento de
Newton desempeñó una considerable función en la transformación
que condujo a Newton a la ¡dea de una fuerza universal de gra­
vitación. De las tres leyes del movimiento, ésta puede haber sido
la más original de Newton. Hay una lista más bien larga de trans­
formaciones que conducen a la primera ley de Newton o principio
de inercia14. Su propia contribución a la primera ley se relacio­
naba en gran medida con su concepción de la masa y su introduc­
ción al término técnico de «inercia» en el sentido que se iba a
a convertir en tradicional u. Fue ese mismo concepto de masa el
que confirió a la segunda ley de Newton su distintivo carácter new-
toniano, haciendo posible la cuantificación newtoniana de la rela­
ción entre una fuerza impulsiva y el cambio de momento que pro­
duce, así como entre una fuerza continua y la tasa de cambio de
momento (o el cambio neto de momento en un tiempo dado) que
produce. Mas nadie antes que Newton había concebido la masa
198 L as transform aciones de las ideas científicas

(cantidad de materia), el equivalente de la inercia en cuanto medida


por la resistencia al cambio de estado, como constante reguladora
en la segunda ley, sea para fuerzas impulsivas, sea para fuerzas
continuas w.
¿Hasta qué punto es original la tercera ley, según la cual la
acción es siempre igual y opuesta a la reacción? A estas alturas
esperaríamos que la respuesta residiese en el grado de radicalismo
de la transformación física final de Newton. La tercera ley parece
haber surgido en primer lugar de los principios de colisión: cuando
un cuerpo Á choca con un segundo cuerpo B, la «acción» de A
sobre B se ve acompañada por una «reacción» igual y opuesta de B
sobre A. Como generalización de esta ley restringida a una ley
para fuerzas de presión que actúan continuamente, y luego a una
ley para atracciones de cualquier tipo, la tercera ley de Newton re­
presenta un paso intelectual gigantesco17, una transformación que
probablemente convierta a la tercera ley en la más genuinamente
original de las tres. Alien Debus (1975), Alan Gabbey (1971) y
R. W. Home (1968) han trazado algunos de los antecedentes de la
tercera ley de Newton “ , y en la medida en que esta ley surgió de
consideraciones de impacto o colisiones, se retrotrae por lo menos
hasta Descartes. Mas, en cuanto principio general de la naturaleza, se
debe al propio Newton, por más que sea obviamente una transfor­
mación. En concreto, el paso a la ley general exigía (como ocurría
también con la segunda ley) una transformación de un principio para
fuerzas impusivas en uno para fuerza de acción continua. En el
capítulo 5 veremos que el pleno y claro reconocimiento de las con­
secuencias y poder generales de la tercera ley no se hizo evidente
para el propio Newton hasta la revisión de su tratado De motu (no
antes de diciembre de 1684), el momento en que dio el primer gran
paso hacia la gravitación universal.
Al enunciar en los Principia la segunda ley, Newton no puso
ningún ejemplo físico que mostrase su carácter razonable o su fun­
damento en la experiencia. En el escolio que sigue a las leyes, sin
embargo, señala que Galileo había recurrido a ella para derivar la ley
de la caída de los cuerpos y la trayectoria parabólica de los proyec­
tiles, lo cual, si bien constituye una afirmación históricamente inco­
rrecta acerca de G alileo19, muestra que estaba pensando en ejemplos
físicos. Nótese que estos ejemplos galileanos ilustran la segunda
ley para una fuerza continua como es el peso. Por lo que respecta
a la primera ley, Newton recurrió a elementos de juicio experimen­
tales y observaciones astronómicas para mostrar que dicha ley era
verdadera20. Para la tercera ley, puso ejemplos físicos, como el
empuje que una piedra ejerce sobre un dedo que la empuja, y un
4. La transformación de las ideas científicas 199

caballo que resulta tirado haica atrás por la piedra que empuja. Mas,
en el escolio que sigue a las leyes del movimiento, suministró pruebas
experimentales en relación con las colisiones y discutió algunos ejem­
plos (o experimentos mentales) para ilustrar, según decía, que esta
«ley rige también en las atracciones, como se demostrará en el
próximo escolio».
El interés de Newton por las colisiones (o «reflexiones») se
puede retrotraer a los años sesenta (en el W aste B ook 2I). En 1666
ó 1667, escribó un ensayo sobre el tema que tituló «Las leyes del
movimiento» a . Unos pocos años más tarde, en 1669, John Wallis,
Christopher Wreen y Huygens escribieron y publicaron sus escritos
sobre este tema, en el que la ley de conservación del momento
constituía un rasgo central73. En el escolio que sigue a las leyes del
movimiento, Newton señalaba cómo estos tres geómetras «encon­
traron las reglas de la colisión y reflexión de los cuerpos duros» y
cómo «Wren probó la verdad de estas reglas ante la Sociedad Real
por medio de un experimento con péndulos». Newton realizó expe­
rimentos adicionales, de los que informaba en su escolio, a fin de
«dar cuenta tanto de la resistencia del aire como de la fuerza elás­
tica de los cuerpos en colisión». También realizó experimentos con
cuerpos semielásticos, tales como «bolas de lana fuertemente com­
primidas y firmemente enrolladas». De este modo podía contestar
a la objeción según la cual «la regla que este experimento pretendía
probar presupone que los cuerpos son o absolutamente duros o al
menos perfectamente elásticos, condición que no se da en ningún
cuerpo de composición natural» (Principia, escolio a las leyes del
movimiento).
Estos experimentos constituyeron una especie de confirmación
de las reglas de impacto. Pero hay que señalar que, como Whiteside
ha apuntado, Newton en Enero de 1665 ó poco después había al­
canzado « ... una idea exacta del problema de las colisiones elás­
ticas e inelástica entre cuerpos que se movían no sólo en la misma
línea recta, sino también en líneas distintas» (Newton, 1967— ,
vol. 5, p. 148 y ss., nota 152). En esta época escribió lo que puede
ser su primer paso hacia la tercera ley 24, al menos para problemas
de impacto y colisión. En sus Lecciones de álgebra, con fecha de
1675, proponía el problema 12: «Dados los tamaños y movimientos
de dos cuerpos esféricos que se mueven en la misma línea recta
y chocan entre sí, determinar sus movimientos tras el rebote»25. La
primera de las condiciones o estipulaciones que puso para resolver
el problema era «que cada uno de los cuerpos sufra tanto en reacción
cuanto imprime en su acción sobre el otro» («ut corpus utrumque
tantum reactione patiatur quantum agit in alterum»). La combina-
200 L as transform aciones de las ideas den tíficas

ción de una «reacción» («reactione») igual y opuesta con una acción


(«agit») presagia la forma final de la tercera ley («Actioni contra­
riara semper & aequalem esse reactionem»).
Mas la transformación real consistía en extender a las atracciones
la regla general para las colisiones, expresada claramente y sin am­
bigüedad en términos de acción y reacción en las Lecciones de ál­
gebra. En los Principia, en el escolio a las leyes, esto se justifica
mediante un inteligente análisis o experimento mental que invoca
el corolario 4 a las leyes, según el cual «el centro común de grave­
dad de dos o más cuerpos no cambia su estado de movimiento o
de reposo como resultado de las acciones de los cuerpos entre sí»,
de lo cual se sigue que «el centro común de gravedad de todos los
cuerpos que actúan unos sobre otros (exclusión hecha de las ac­
ciones e impedimentos externos) se halla o en reposo o se mueve
uniformemente en línea recta». El modo en que Newton «demues­
tra» la tercera ley para las atracciones en el escolio a las leyes consta
de dos partes, cada una de las cuales constituye un experimento
mental.
En el primero de estos experimentos mentales, Newton supone
que dos cuerpos, A y B, se atraen mutuamente y que hay un obs­
táculo interpuesto entre ellos que evita que entren en contacto. Si
uno de los cuerpos (digamos, A) fuese más atraído hacia el otro (B )
de lo que este cuerpo (B ) lo es hacia el primero (A ), entonces la
fuerza total con que A presiona contra el obstáculo sería mayor
que la fuerza correspondiente de B, con el resultado de que el obs­
táculo estaría sujeto a la acción de una fuerza no equilibrada y se
movería (según la segunda ley) con un movimiento acelerado en la
dirección de A a B. Mas, como señala Newton, el «sistema» aislado
de A, B y el obstáculo, de acuerdo con la primera ley del movi­
miento, debe necesariamente de «perseverar en su estado de reposo
o movimiento uniforme y rectilíneo». Por consiguiente, es preciso
que «los cuerpos empujen igualmente al obstáculo y por tanto se
atraigan igualmente el uno al otro». Newton afirma haber contras­
tado esta conclusión mediante un experimento en el que un imán
y un trozo de hierro flotaban en distintos recipientes sobre la super­
ficie del a g u a *. Obsérvese que el razonamiento teórico de Newton
resulta aquí incisivo y original y que el experimento confirma el
resultado teórico. Con todo, no es éste un ejemplo del método
consistente en partir de los datos experimentales para generalizar
los resultados por inducción.
En el segundo experimento mental, Newton imagina que la
Tierra está cortada por un plano en dos partes desiguales. Supone
entonces que el mayor de los dos segmentos se corta mediante un
4. L a transformación de las ideas den tíficas 201
plano paralelo al primero, de modo que los dos segmentos exte­
riores sean iguales. Esta es la situación que muestra la figura 4.2.
Newton arguye que la parte central, B, «no tenderá por su propio
peso hacia ninguna de las partes extremas», sino que estará «por así
decir, suspendida entre ambas en equilibrio, permaneciendo en re­
poso». Ahora bien, la parte externa A «presionará sobre la parte
central con todo su peso, empujándola hacia la otra parte externa»
C. Por consiguiente, la «fuerza» con la que A y B conjuntamente
tienden hacia la tercera parte, C, será «igual al peso de» la parte A
sola, que, puesto que A es un duplicado exacto de C, es igual al
peso de C. De ahí, Newton concluye que «los pesos de las dos partes
de la esfera». A + B y C, «son mutuamente iguales, como me he

propuesto demostrar». El argumento se halla un tanto viciado por


suposiciones relativas «a la gravedad entre la Tierra y sus partes»,
dado que aún no se ha sugerido siquiera que la gravedad sea una
fuerza universal (idea que no se introducirá hasta bien avanzado el
libro segundo), no siendo por tanto claro qué significado ha de
otorgarse al «peso» de A, de C y de B + A , ya que hasta el mo­
mento el peso significa la propensión de un cuerpo a ser «pesado»
hacia la tierra. Yo me fijaría más bien en la frase final del párrafo,
según la cual si «aquellos pesos [i.e., los de las partes en que eí
primer plano, o cualquier otro, divide la Tierra] no fuesen iguales,
la Tierra entera, al flotar en el éter libre [i.e., no resistente], cedería
al peso mayor y, apartándose de él, se alejaría indefinidamente».
En cualquier caso, este experimento mental difícilmente se puede
presentar como un ejemplo de cómo un principio o «se deriva de
los fenómenos» o se hace «general por inducción» (véase el apar­
tado $ 4.5, especialmente la nota 16). La extensión de la tercera
ley de las fuerzas impulsivas de colisión a la atracción tampoco
202 L as transform aciones de las ideas den tíficas

constituye un ejemplo de lo que ordinariamente se considera una


inducción, dado que no es una generalización a partir de un derto
número de casos específicos27, sino que constituye más bien una
extensión o transformadón de un principio restringido a áreas to­
talmente nuevas, y en tal caso sería más bien un ejemplo de lo que
se ha dado en Úamar «transdicción» (véase Mandelbaum, 1964,
capítulo 2). Sin embargo, es posible que Newton haya incluido seme­
jante «transdicción» en su concepto de inducdón, ya que la «trans-
dicción» es el objeto de la regla tres junto con la inducción ordinaria.
Esto es, Newton pretende (mediante lo que nosotros llamaríamos
«transdicción») determinar, a partir de las propiedades de los cuer­
pos macroscópicos, las propiedades que han de poseer sus partículas
componentes. Ahora bien, también afirma, partiendo de la gravita­
ción de los cuerpos hacia la Tierra y de la Luna hacia la Tierra (todos
proporcionalmente a sus masas), así como de la gravitación del mar
hacia la Luna, de los planetas uno hacia otro y de los cometas hada
el S o l22, que (por inducción) «todos los cuerpos gravitan mutua­
mente unos hacia otros».
Siguiendo los dos experimentos mentales anteriores, juntamente
con sus secuelas empíricas, Newton pasa a considerar la aplicación
de la tercera ley al análisis de la balanza (con un peso suspendido
en los extremos de sus brazos) y a las máquinas simples dásicas.
«Mediante estos ejemplos», dice como condusión, «he querido mos­
trar... cuán ampliamente se aplica esta tercera ley d d movimiento
y cuán cierta resulta».
Así, se pone de manifiesto que la tercera ley ha sido el resultado
de una transformadón (o serie de transformadones) que comenzaron
con las primitivas consideradones newtonianas de la regla de impacto
para las especiales fuerzas impulsivas de percusión ®, terminando en
un principio sumamente original y abstracto que se aplica a cualquier
tipo de fuerzas, tanto continuas como impulsivas, tanto de contacto
como de atracción, siendo así de la máxima generalidad. Las dos
primeras leyes poseen una gran originalidad en el sentido de que
la «inercia» se equipara a la «m asa» en la primera ley, y esta misma
«m asa» se convierte en el factor que determina sea el cambio de
velocidad o la tasa de cambio de la veloddad para fuerzas respecti­
vamente impulsivas y continuas. La genuina originalidad de la ter­
cera ley quizá se pueda ver en el hecho de que ha sido malinter-
pretada con frecuencia. Por ejemplo, muchas veces se ha supuesto
que la tercera ley se relaciona con una condición de equilibrio, su­
poniendo equivocadamente que la «acción» y «reacción» actúan sobre
el mismo cuerpo, en vez de actuar sobre cuerpos distintos.
4 . L a transformación de las ideas científicas 203

4.5. L a inercia newtoniana como ejemplo de transformaciones su­


cesivas

Los fundamentos de los Principia de Newton vienen dados por


los axiomas introductorios de los que se supone que dependen las
siguientes proposiciones. Estos axiomas son tres. El primero enuncia
la ley o principio de inercia, el segundo es una versión de lo que
hoy día se conoce como la «segunda ley de Newton» (o simplemen­
te la «segunda ley»), mientras que el tercero comprende el prin­
cipio de acción y reacción. Las leyes segunda y tercera se han dis­
cutido en la sección anterior, quedando por examinar las transfor­
maciones mediante las cuales llegó Newton al primer axioma o ley
del movimiento.
E l concepto de inercia y el sistema de física basado en él cons­
tituyó una de las novedades reales de la ciencia física del siglo xvi.
En particular, la nueva dinámica (la ciencia de la fuerza y el movi­
miento, bautizada por Leibniz unos pocos años después de la pu­
blicación de los Principia *) es distinta de todas las consideraciones
acerca del movimiento que tuvieron lugar desde la antigüedad hasta
el siglo xvi, gracias a este nuevo principio. Básicamente, los cientí­
ficos del siglo x v il concebían que un cuerpo podía mantenerse en
movimiento uniforme y rectilíneo sin precisar de un «motor» o fuerza
externa2. Así pues, se daba una especie de equivalencia entre el
movimiento rectilíneo y uniforme y el reposo, siendo ambos un «es­
tado», para utilizar la expresión que, siguiendo a Descartes, se ha
convertido en moneda corriente en el lenguaje de la física.
Mientras que la física aristotélica había concebido el movimiento
como «proceso»3, y en cuanto tal distinto del reposo que constituye
un «estado», la nueva física concedería que hay un tipo especial
de movimiento que también constituye un «estado». No me ocuparé
aquí de la prehistoria del concepto de inercia, ni tampoco de los
posibles orígenes de la idea cartesiana de un «estado» (o status)
de movimiento (éste es el tema de otro estudio distinto que se halla
en marcha), sino que partiré de los Principia philosophiae de Des­
cartes, ya que no cabe ninguna duda de que fue la lectura de
este libro la que hizo que el joven Newton descubriese y adoptase
tanto el principio de inercia como parte del lenguaje empleado por
Descartes para expresarlo (véanse las notas 7-9, así como también
Koyré, 1965, cap. 3 y Herivel, 1965«, cap. 2, parte 2). Así, tanto
Newton como Descartes utilizaban la misma expresión, «quantum
in se est», al describir este nuevo pridpio (véase Cohén, 19646).
Hay otras semejanzas inmediatamente visibles al comparar el len­
guaje utilizado por Descartes con el empleado por Newton en sus
204 Las transform aciones de las ideas científicas

Principia, especialmente por lo que respecta al enunciado newto-


niano de la primera ley y la antecedente definición 3 (que, de hecho,
anticipa el enunciado de la propia ley; véase Koyré, 1963). Con todo,
podemos observar que la misma denominación de «Axiomata sive
Leges Motus» que usa Newton en los Principia parece ser una
transformación consciente o inconsciente de las cartesianas «Regulae
quaedam sive Leges Naturae» de sus Principia. Además, como se ha
señalado, el propio título del libro de Newton Principios de Filosofía
(como él mismo usaba llamar a su libro) tiene que haber sido una
transformación del cartesiano Principios de Filosofía (Principia Philo-
sopbiae), convirtiéndolo en Philosophiae naturalis principia mathe-
matica.
En el W aste Book, en los años sesenta, Newton anotó dos axio­
mas del siguiente tenor:

Axiomas y proposiciones
1. Si una cantidad se mueve una vez, nunca descansará, a menos que se
vea impedida por una causa externa.
2. Una cantidad se moverá siempre en la misma linea recta (sin cambiar
ni la determinación ni la rapidez de su movimiento) a menos que una causa
externa la desvíe. [U LC MS Add. 4004, fol. 10; impreso en Herivel, 1965a,
p. 141.]

A continuación, inició una nueva serie de axiomas, comenzando por


el siguiente:
Ax: 100. Toda cosa persevera naturalmente en aquel estado en que se
halle, a menos que se vea interrumpida por alguna causa externa, de ahí el
axioma 1." y 2.*... Un cuerpo, una vez movido, mantendrá siempre la misma
rapidez, cantidad y determinación de su movimiento. U b id ., fol. 12; impreso
en Herivel, 1965o, p. 153.]

No hay más que comparar estos axiomas con los enunciados que
aparecen en los Principa de Descartes (parte 2, secciones 37, 39, que
copio a continuación con su traducción a nuestro idioma; Descar­
tes, 1974, vol. 8, p. 62 y ss.) para ver de dónde proceden los
axiomas de Newton:
[A postilla]
Prima lex naturae: quod unaquae- La primera ley de la naturaleza:
que res, quantum in se est, semper que una cosa cualquiera, por lo que
in eodem statu perseveret; sicque de ella depende, siempre persevera
quod semel movetur, semper moveri en el mismo estado; así, lo que una
pergat. vez se mueve, siempre continúa mo­
viéndose.
4. L a transformación de las ideas den tíficas 205

[A postilla]

Altera lez naturae: quod omnis Segunda ley de la naturaleza: que


motus ex se ipso sit rectus... todo movimiento por sí mismo es
rectilíneo...

[T exto]
Harum prima [lex naturae] est, D e ellas, la primera [ley de la na­
unamquamque rem, quatenus est sim- turaleza] es que una cosa cualquiera,
plex & indivisa, manere, quantum in en cuanto que es simple e indivisible,
se est, in eodem semper statu, nec siempre permanece, por lo que de
unquam mutari nisi a causis extemis. ella depende, en el mismo estado, y
no cambia nunca su estado excepto
por causas externas.

...condudendum est, id quod mo- ...se ha de conduir que lo que se


vetur, quantum in se est, semper mueve, por lo que de ¿1 depende
moveri. [i.e ., en tanto en cuanto puede en
y por sí mismo], siempre se moverá.

Habría que señalar que, en el axioma 100, Newton no sólo usa


la palabra «estado» (que no está presente en los axiomas 1 y 2),
sino que además alude a «causa externa» y «perseverar». En los
Principia, donde Newton ha combinado su designación original de
«axioma» con la cartesiana «ley», la primera ley se enuncia como
sigue:
Lex 1 Ley 1
Corpus omne perseverare in statu Todo cuerpo persevera en su esta­
suo quiescendi vel movendi unifor- do de reposo o movimiento unifor­
miter in directum, nisi quatenus a me y rectilíneo, excepto en tanto en
viribus impressis cogitur statum illum cuanto se vea obligado a cambiar
mutare. ese estado por fuerzas impresas.

En los dos primeros axiomas del "Waste Book, Newton tiene dos
leyes distintas, una para la continuidad y otra para la rectilínea-
ridad, correspondientes a las apostillas en las que Descartes enunció
dos leyes distintas con esta misma distinción. En la época de los
Prinápia, se habían fundido ambas en una so la4.
En un capítulo dedicado a las transformaciones, no puedo dejar
de observar que se ha producido una transformación real en los
estudios newtonianos por lo que respecta al papel de Descartes en
el desarrollo de las ideas científicas de Newton. No hace aún mucho
tiempo, Descartes se consideraba fundamentalmente, por lo que
respecta a la ciencia newtoniana, como el enemigo que había que
206 Las transformaciones de las ideas científicas

atacar y destruir antes de poder establecer la nueva filosofía natural.


Su nombre no se menciona en parte alguna de los Principia, si bien
el libro segundo termina con un argumento contundente en contra
de los vórtices, con el que se demuestra que estos llevan a resultados
en abierta contradicción con los fenómenos astronómicos, razón por
la cual constituyen una hipótesis que «conduce no tanto a la expli­
cación cuanto a la perturbación de los movimientos celestes» (es­
colio al final del segundo libro de los Principia). Newton terminaba
el libro segundo diciendo que «a partir del libro primero se podrá
entender la manera en que se realizan estos movimientos en los es­
pacios vacíos sin necesidad de vórtices», algo que «se mostrará
ahora más completamente en el sistema del mundo», esto es, en
el libro tercero. Por añadidura, en el prefacio compuesto por Cotes
para la segunda edición, aún se concede un considerable espacio al
ataque a los vórticess. En la traducción de los Principia debida a
Mme. de Chastellet, dícese que el objetivo fundamental del libro
segundo era atacar a Descartes, opinión reiterada por Lagrangeé.
La última década y media ha sido testigo de un notable cambio
por lo que atañe a la influencia de Descartes sobre Newton. En
1962, A. Rupert Hall y Marie Boas Hall publicaron un largo ensayo
de Newton, escrito en la década de 1660, que mostraba con cuánta
profundidad había estudiado los Principia de Descartes7. Por más
que dicho ensayo termine con una crítica de diversas opiniones car­
tesianas, se puede colegir al leerlo la importancia del libro de Des­
cartes en la formación del pensamiento newtoniano acerca del mo­
vimiento. En 1965, un brillante estudio de Alexandre Koyré sobre
Descartes y Newton examinaba la importancia del principio de iner­
cia cartesiano para Newton, llamando particularmente la atención
sobre el concepto y el término «estado» (status) en relación con el
movimiento (Koyré, 1965, cap. 3). D. T. Whiteside, al editar los
escritos matemáticos de juventud de Newton, descubrió que muchos
de sus primitivos pensamientos, que le acabarían llevando a sus
magníficos logros relativos al cálculo, se habían fraguado al leer la
geometría de Descartes en la edición de Schooten*. En 1965, John
Herivel investigó la influencia de Descartes sobre Newton en rela­
ción con su estudio de algunos textos newtonianos primitivos sobre
dinámica (Herivel, 1965«, cap. 2, parte 2). Finalmente, yo mismo
he demostrado un cierto número de nexos entre Newton y Des­
cartes, particularmente en relación con ciertas expresiones y con­
ceptos que Newton tomó de Descartes, incluyendo el «quantum in
se est» . Esta expresión se retrotrae a Lucrecio, quien la empleaba
en relación con lo que podríamos considerar una anticipación de una
especie de idea inercial en el movimiento de los átomos, siendo sinó­
4. La transformación de las ideas científicas 207

nima de «naturaliter», y que, en traducción inglesa, aparece en el


axioma 100 del W aste Book, siendo una de las primeras expresiones
newtonianas de un principio de inercia.
Habría que señalar aún otra transformación. Ya hemos visto
que para Descartes el principio de inercia se expresaba como una
«regula» no menos que como una «prima lex naturae». Este uso
cartesiano se traslada a los Principia, dado que Newton designa
dicho principio tanto con «axioma» como con «prima lex» ,#. No
obstante, la ley newtoniana es una «prima lex motus» más bien que
una «prima lex naturae», dándose una doble transformación, cual
es el cambio del nombre que pasa de «ley de la naturaleza» a «ley
del movimiento» y el cambio de condición de las leyes del movi­
miento para convertirlas en «axiomas». Por lo que atañe a la pri­
mera de ellas, Newton puede haber sufrido la influencia de la serie
de escritos de Wallis, Wren y Huygens sobre las leyes de impacto
y la conservación del momento publicados en las Philosophical Tran-
sactions de 1669 bajo el título de «Leyes del Movimiento» H. Tal
cosa no es de extrañar, habida cuenta de cuán importantes fueron
estos escritos para el desarrollo de Newton, al arrancar de estos
principios la segunda y tercera ley del movimiento.
Mas si se dio tal influjo, hubo de ejercerse más en el fortale­
cimiento de sus planes que en cuento fuente primaria de su ex­
presión. En efecto, antes incluso de que tales escritos se leyesen
y publicasen, Newton había escrito un artículo titulado «L as leyes
del Movimiento» que trata del movimiento de «cuerpos solitarios»
y del modo en que «los cuerpos se reflejan» o los problemas de la
colisión u. Este ensayo de Newton, del que existen dos versiones,
se compuso al parecer hacia la mitad de la década de 1660, con toda
probabilidad en 1666, aunque tal vez lo fuese en 1667 u, mucho
antes de 1669, fecha en que se publicaron en las Philosophical
Transactions los artículos sobre colisión. En ambos casos, es decir,
en el del ensayo de Newton y en el de los escritos publicados en
1669, la aplicación de la expresión «leyes del movimiento» a los
problemas de impacto o colisión posee matices cartesianos, siendo
en este sentido una transformación de las cartesianas «leges natu­
rae», estrictamente hablando, ya que el grupo final de las leyes de
la «naturaleza» de Descartes en sus Principia se había dedicado a
las reglas de colisión. Este ejemplo puede servir de ilustración del
hecho de que, en la medida en que las innovaciones son transfor­
maciones, es corriente hallar las mismas transformaciones realizadas
independientemente. En este caso, se da una transformación de
las «leges naturae» de Descartes en un conjunto de «leyes del mo­
208 L as transform aciones de las ideas científicas

vimiento» en el mismo contexto: las leyes de colisión o de impacto


(«choc»).
En 1684, en el tratado De m ota, escrito inmediatamente antes
de los Principia (publicados en Rigaud, 1838; Ball, 1893; Hall &
Hall, 1962; Herivel, 1965<r; Newton, 1967— , vol. 6), así como en
un escrito en inglés sobre el movimiento de los cuerpos según las
leyes de Kepler (cuyo comienzo es un tanto similar: publicado en
Ball, 1893; Hall & Hall, 1962; Herivel, 1965«.), Newton enunció
las leyes o principios como Hipótesis. En una revisión del De motu,
con todo, cada una de dichas hipótesis (con algunos cambios textua­
les en sucesivas versiones) se transforma en una Lex. La misma de­
nominación (Lex) aparece en otro tratado del que sólo tenemos
un fragmento, escrito entre el De motu y los Principia, titulado De
motu corporum in mediis regulariter cedentibus (publicado en He­
rivel, 1965a). En este último, se agrupan seis leyes bajo la rúbrica
general de «Leges Motus» tal y como habría de hacer Newton en los
Principia con las tres leyes.
Uno de los significados de la transformación de las «leges na-
turae» cartesianas en las newtonianas «leges motus» estriba en
que esta última denominación resulta más exacta, dado que las leyes
cartesianas, así como las newtonianas, versan más bien acerca del
movimiento que de la naturaleza en generalM. Además, los Prin­
cipia de Newton son más restrictivos que los Principia de Descartes,
ya que tratan solamente de los principios «matemáticos» de la filoso­
fía «natural», más bien que de los principios de la filosofía en
general. Y, lo que resulta más importante, Descartes había creído
(como dejó dicho tanto en sus Principia como en L e monde) que el
principio de inercia era una regla o ley universal de la naturaleza
derivada de un principio divino superior de conservación; en esencia,
lo que decía era que la inercia era un resultado del hecho de que
el movimiento que Dios había creado al comienzo del mundo nunca
podría destruirse por sí mismo ni agotarse, por lo que habría de
preservarse por siempre Newton dio a dicho principio un funda­
mento ontológico totalmente distinto, por más que probablemente
simpatizase con la idea de que todo movimiento tenía su origen en
Dios. No obstante, su denominación de «axioma» es una manera
de decir que estos eran los fundamentos indisputables de los que
habría de derivarse su sistema dinámico, poseyendo los matices ob­
vios de los axiomas de la geometría eudídea. Justo antes de la
publicación de la segunda edición de los Principia en 1713, Newton
aludió en una carta a Cotes a «los primeros Principios o Axiomas
que denomino las leyes del movimiento». Por lo que a ellas res­
pecta, señalaba que «Estos principios se deducen 16 de los Fenómenos
4. L a transformación de las ideas científicas 209

& se generalizan por inducción, que constituye la mayor prueba


de que puede disponer una proposición en esta filosofía». Por más
que esta afirmación se haya repetido a menudo para mostrar que
Newton había fundado los Principia sobre la inducción, malamente
encaja con los hechos. La primera ley del movimiento no se había
«deducido de los Fenómenos» ni se había alcanzado por inducción,
sino que Newton la había hallado en los Principia de Descartes.
Además, en un sentido estricto, tan sólo se aplica a un mundo ima­
ginario, tal y como se ha señalado en el capítulo anterior, por lo
cual ni siquiera se basa realmente de manera estricta en los fe­
nómenos.
Sin embargo, Newton ofreció algunas pruebas fenomenológicas
en apoyo de la primera ley, tomando en consideración el compo­
nente inercia] en las rotaciones y movimientos orbitales duraderos
(véase $ 4.4, n. 20). También hemos visto de qué modo la tercera
ley surgió a partir de los estudios de Newton acerca de las coli­
siones; en la medida en que la ley constituye un enunciado relativo
tan sólo al impacto, se hallaba respaldada por algunas pruebas ex­
perimentales n. Los experimentos de Newton con cuerpos en coli­
sión elásticos y semi-elásticos confirman la tercera ley del movi­
miento para colisiones que no fuesen las de los cuerpos «duros», al
modo descrito a Cotes; mas la parte importante (y verdaderamente
original) de la tercera ley era la generalización hecha por Newton
de manera que pudiese aplicarla a «la atracción mutua y mutuamente
igual de los cuerpos» que, según decía Newton, «es una rama de
la tercera ley del movimiento» (1969-1977, vol. 5, p. 396 y ss.). En
la carta a Cotes más arriba mencionada, Newton le decía que podría
«ver al final de los Corolarios a las Leyes del Movimiento» (esto
es, en el escolio que sigue a estos corolarios) cómo «esta rama se
deduce de los Fenómenos». Con todo, no dijo específicamente que
«esta rama» se hubiese «generalizado por inducción». De hecho,
como se ha explicado en el apartado $ 4.4, el argumento principal
en favor del carácter mutuo de la atracción (en el escolio) es un
par de experimentos hipotéticos o mentales, junto con una subsi­
guiente ilustración física de uno de ellos. Difícilmente puede consti­
tuir esto un ejemplo de un principio «deducido de los Fenómenos»
o «generalizado por Inducción».
No obstante, resulta significativo que los axiomas newtonianos
se relacionasen estrechamente con la experiencia, siendo confirmados
por ella. El sentido tradicional o entonces en boga de «axioma» se
da en el Lexicón technicum de Harris (1704), donde se dice que
un axioma es «una Noción heredada, autovidente, simple y común
tal que no se puede tomar más simple y evidente por Demostra-
210 Las transformaciones de las ideas científicas

dón». Difícilmente habría de ser ese el caso por lo que respecta a


las leyes newtonianas del movimiento, ya que las tres eran hasta
tal punto no autoevidente que habían permanecido desconocidas a
lo largo de todos los siglos precedentes. Y por lo que respecta a la
ley de inercia, la mayoría de la gente anterior al siglo xvn creía
— como ocurrió con muchos otros posteriores, e incluso con mucha
gente de nuestros días— que sin un «motor» o una fuerza «motriz»
un cuerpo habría de dejar de moverse y ponerse en reposo. La ley
de inercia, en particular, contradice al sentido común. Incluso Kepler
y Galileo habían creído en un tipo distinto de «inercia» ,s. Quizá sea
esta la razón por la que Newton puso ejemplos experimentales ex­
clusivamente en el caso de la ley de inerda, para probar que es
demostrablemente verdadera y no meramente verdadera por supo­
sición. Frente a los ejemplos físicos suministrados en favor de la
tercera ley (que la ilustran más bien que demuestran), estos se
ofrecen para mostrar que la primera ley resulta válida. Constituía
una genuina novedad construir un sistema de dinámica basado en
«axiomas» que podrían demostrarse sea por experimentos y obser­
vaciones, sea mediante la derivadón de consecuendas que pudieran
contrastarse por ese procedimiento w.
La transformación más importante que introdujo Newton en
el prindpio cartesiano de inercia consistió en asociarlo con la «can­
tidad de materia», que Newton predsaba como «m asa». Con ello
introdujo permanentemente en el lenguaje de la física el término
«inerda» (derivado del término latino para pereza o inactividad),
que se había originado con Kepler. No obstante, para lograr este
objetivo, Newton tenía que transformar la idea kepleriana de «iner­
cia» (que, para Kepler, era una propiedad de la materia que ponía
a los cuerpos en reposo allí donde dejaba de actuar la fuerza que
produda su movimiento), convirtiéndola en algo que mantuviese a
los cuerpos en cualquier estado en que se encontrasen, fuese éste de
reposo o de movimiento uniforme en línea recta20. Sin embargo,
Newton no se encontró con la expresión «inerda» leyendo directa­
mente a Kepler, ya que se sabe perfectamente que Newton leyó
muy poco de Kepler. No obstante, se encontró con los términos «iner­
cia» e «inerda natural» en la edición latina de la correspondenda
de Descartes, junto a otra carta sobre un tema similar a la que
Newton hace de hecho referenda en el ensayo sobre los Principia
de Descartes que escribió cuando era joven21. Aparentemente, cuando
Newton escribió los Principia, ni siquiera sabía que el nombre y
concepto de «inerda» que él había transformado había sido introdu-
ddo originalmente en la física por Kepler. Que yo sepa, ni en los
Principia ni en ningún escrito publicado o manuscrito de Newton
4. La transformación de las ideas científicas 211
anterior a 1713 se asocia nunca el término «inercia» con el nombre
de Kepler. De hecho, tampoco se menciona el nombre de Kepler
a este respecto en el aludido volumen de la correspondencia de
Descartes.
Con todo, después de la publicación de la segunda edición de los
Principia, sabemos que Newton había dado con la noción keple-
riana, ya que escribió en su ejemplar de los Principia una nota
para una edición futura que dice: «N o me refiero a la fuerza
de inercia kepleriana por la que los cuerpos se inclinan al reposo,
sino a una fuerza de permanecer en el mismo estado de reposo o
de movimiento»22. Newton habría podido haber encontrado per­
fectamente referencias a Kepler y la inercia en la Teodicea de
Leibniz (1710), de la que aún sobrevive el ejemplar personal de
Newton, con las páginas dobladas que indican que la leyó (véase
Cohén, 1972). También podría haber encontrado referencias a la
inercia kepleriana en el libro de texto de David Gregory sobre as­
tronomía (1702), en el que se imprimió el ensayo de Newton sobre
el movimiento de la luna junto con una extensa discusión del mismo
acerca de la sabiduría de los antiguos (que se incluyó como si
hubiese sido escrita por el propio Gregory para el prefacio)21. En
la correspondencia entre Leibniz y Clarke (publicada en 1717) hay
además una nota muy semejante a la que Newton introdujo en su
ejemplar personal de los Principia y que dice:

La vis inertiae de la materia es la fuerza pasiva por la que la materia con­


tinúa siempre en el estado en que esté, y no cambia de estado más que en
proporción a una fuerza contraria actuando sobre ella. No es ésta la fuerza
pasiva por la que (como Leibniz la entiende de Kepler) la materia resiste al
movimiento, sino por la que de igual modo resiste al cambio de estado en que
está, ya sea de reposo o de movimiento24.

Dado que Newton mantenía un estrecho contacto con Clarke en el


momento de este debate epistolar (véase Koyré y Cohén, 1962), no
resulta sorprendente que esta manera de ver las cosas se asemeje
tanto a la nota privada de Newton a .
Repárese en que, en el párrafo que acabamos de citar, tanto
Clarke como Newton emplean la expresión «fuerza de inercia», que
aparece en los Principia en relación con el modo en que los cuerpos
continúan en movimiento. Newton dice (Pricipia, def. 3), que esta
«fuerza de inercia» no es más que otro «nombre muy significa­
tivo» de una «fuerza inherente a la materia» («materiae vis insita»),
que se relaciona con la propiedad de «inercia de la materia». Dicha
212 L as transform aciones de las ideas científicas

«fuerza», señala Newton, es siempre proporcional a la masa de un


cuerpo, no «siendo en absoluto diferente de la inercia de su masa,
excepto por lo que respecta al modo de concebirla».
Se ha dado una buena dosis de perplejidad por lo que atañe
a esta «fuerza», parte de la cual se puede resolver reconociendo que
el concepto y expresión de la «vis insita» era bastante corriente (aun­
que en absoluto universal) en la época de Newton. Aparece con
mucha frecuencia en los escritos de Kepler26, pudiendo encontrarse
en algunos diccionarios como el de Godenius 37, donde significa una
«potencia natural». La usa también Henry More, un autor impor­
tante en el primitivo desarrollo del pensamiento de Newton. Su
volumen sobre La inmortalidad del alma fue leído atentamente por
Newton, quien extrajo notas de é l 3*. Más importante, sin embargo,
es su aparición en el manual de filosofía aristotélica de Magirus, re­
sumido en unas cuantas notas redactadas por Newton cuando era
estudiante en Cambridge39. Newton se limitaba a utilizar (y por
ende transformar) una expresión común, «vis insita», para expresar
lo que consideraba como una fuente de la perseverancia de un cuerpo
en un estado de movimiento, poseyendo así un «poder» interno,
«natural» o «inherente» mediante el cual resistiría, de manera más
general, cualquier cambio de estado. Así, la «vis insita» hace que
un cuerpo en reposo resista cualquier esfuerzo de una fuerza externa
al cuerpo (o una fuerza exterior) para ponerlo en movimiento, pro­
vocando asimismo que un cuerpo en movimiento resista cualquier
intento de una fuerza exterior por alterar dicho estado de movi­
miento, sea acelerándolo o retardándolo, cambiando su dirección o
poniéndolo en reposo. Esta es de hecho la versión newtoniana de la
inercia, una transformación del concepto kepleriano por su asocia­
ción con la ley cartesiana de la perseverancia en un estado. E s algo
que queda perfectamente claro en la definición 3, según la cual la
«vis insita» (tomada del uso común) se puede conocer por el
«muy significativo nombre de vis inertiae». Esta potencia, a pesar
de los nombres newtonianos de «vis insita» y «vis inertiae» es sim­
plemente proporcional a la masa del cuerpo («Haec semper propor-
tionalis est suo corpori»), no difiriendo en absoluto de la propiedad
de la inercia (o inactividad) de la masa («ñeque differt quicquam ab
inertia massae») salvo por cuanto que se concibe de un modo dis­
tinto («nisi in modo concipiendi») .
El lector crítico encontrará extraño que Newton, quien sistema­
tizó la nueva física inercial en una dinámica (para usar el nombre
dado a este campo por Leibniz en 1791), haya encontrado necesario
escribir acerca de la propiedad inercial de los cuerpos en términos
4. La transformación de las ideas científicas 213

de una «fuerza». Mas, aunque Newton escribiese acerca de esta


«fuerza», ejercida por un cuerpo «durante el cambio en su estado
provocado por otra fuerza impresa en él», e incluso la concibiese
como una «fuerza» de resistencia, dejó perfectamente claro que
era algo muy distinto del tipo de «fuerza» que actúa en la estática,
siendo también distinta del tipo de «fuerza» que produce (o puede
producir) un cambio en el estado de un cuerpo31. Ahora bien, desde
el punto de vista de la dinámica, esta «fuerza» interna (llámese
«fuerza de inercia» o «fuerza inherente») no es en realidad una
fuerza en absoluto. Un cuerpo muda su estado, sea éste de reposo
o de movimiento rectilíneo y uniforme, según la definición 4, me­
diante una fuerza «impresa» externamente sobre el cuerpo, y seme­
jante «fuerza impresa» la define Newton como «una acción ejer­
cida sobre un cuerpo [y, por ende, desde el exterior del cuerpo]
para mudar su estado sea de reposo, sea de movimiento uniforme y
rectilíneo». Aquí, una vez más, en el caso de la «fuerza impresa»,
Newton usa el lenguaje tradicional de una física anterior, pero lo
hace de un modo nuevo. Mientras que en la vieja física una «fuerza
impresa» es algo puesto en un cuerpo a fin de mantenerlo en movi­
miento, Newton dice que la fuerza «impresa» consiste más bien
en «la acción [i.e., de cambiar el estado de un cuerpo] exclusivamen­
te, no permaneciendo en el cuerpo una vez que la acción ha cesado».
De este modo establece una diferencia entre sus puntos de vista
y los de los autores de la época anterior. Además, lo deja patente al
decir que «un cuerpo persevera en todo nuevo estado por la sola
fuerza de inercia» (Def. 4).
En los Principia, no hay confusión alguna en la práctica con
este uso dual de «fuerza». Por ejemplo, Newton nunca usa la ley
del paralelogramo para componer vectorialmente la «fuerza» de
inercia y las fuerzas externas usuales que cambia el estado del
cuerpo, sean éstas percusiones, presiones o fuerzas centrípetas, por
más que componga o combine vectorialmente un movimiento mante­
nido por la «fuerza de inercia» y el movimiento producido por
fuerzas externas tales como percusiones, presiones o fuerzas centrí­
petas33. Tal y como Clarke dejó absolutamente claro en el texto
citado más arriba, la fuerza de inercia de la materia es esa «fuerza
pasiva mediante la que siempre se mantiene por sí misma en el estado
en que se halla, no mudando nunca dicho estado...» E l propio
Newton dijo eso mismo en la cuestión 31 de la O ptica: «L a Vis
inertiae es un principio pasivo gracias al cual los cuerpos persisten
en su movimiento o reposo, reciben movimiento en proporción a
la fuerza que lo imprime y resisten tanto como son resistidos. Con
214 L as transformaciones de las ideas científicas

este principio sólo nunca habría movimiento en el mundo» (Newton,


1952, p. 397*).
El estudioso no puede dejar de interesarse por el hecho de que
Newton continúe aún empleando la palabra tradicional «vis» o
«fuerza» en relación con la capacidad de un cuerpo de resistir un
cambio de estado o de mantener cualquier estado en que se halle
(o que pueda alcanzar), casi como si no pudiese apartarse plena­
mente de la larga tradición en la que se creía que todo movimiento
requería un motor o fuerza motriz. De hecho, este ejemplo muestra
los invariantes de las transformaciones intelectuales y las continuida­
des que permanecen a pesar de la brecha que media entre un vieja
ciencia y otra nueva y revolucionaria. La presencia de la «vis insita»,
transformada en una «vis inertiae», es como una reliquia arquelógica
que orienta al lector crítico hada ía prehistoria de un nuevo campo
y hacia la continuidad en medio del cambio. Con todo, sería peligroso
para la comprensión del lector de la denda newtoniana confundir
este concepto con una verdadera «fuerza» dinámica del tipo que en
términos newtonianos puede ser «impresa» sobre un cuerpo en una
acdón que cambia su estado. Mas, en el presente análisis, lo que
resulta más significativo no es que Newton use «fuerza» en relación
con la inercia, sino que para él esta «fuerza» de inercia o «fuerza»
inherente (que no es una fuerza en absoluto, en el sentido de la
dinámica de los Principia) se considere «siempre proporcional a»
la masa de un cuerpo3®. Hay que subrayar que, según Newton, la
única diferenda entre la «inercia de la masa» y la «fuerza de iner-
d a » reside «en la manera de concebirla». Más, concibámosla bien
como algún tipo de «fuerza» que no produce un cambio de mo­
mento o bien como simplemente (por usar la alternativa de Newton)
la «inercia de su [i.e, del cuerpo] m asa», lo significativo es que
esté asociada a la masa, siendo «siempre proporcional» a ella. E s la
masa la que mantiene a un cuerpo avanzado con movimiento iner-
dal, siendo la fuente de la resistencia de un cuerpo a un cambio de
estado, sea un «estado de reposo o de movimiento uniforme y rec­
tilíneo». E s esta misma masa (o inercia) la que determina (o es la
medida de) la resistencia de un cuerpo a la aceleradón por una
fuerza externa (una verdadera fuerza dinámica), y como tal entra
en la segunda ley del moviminto. En la segunda ley, la masa aparece
sea como la constante de la proporcionalidad de una fuerza impulsiva
al cambio de momento que produce, sea como la constante de la
proporcionalidad de una fuerza continua a la aceleradón que produce.

* Traducción española citada en la bibliografía, p. 343. (N . del T .)


4 . L a transformación de las ideas den tíficas 215

De ahí que Newton no sólo haya transformado el concepto de


inercia (kepleriano) y el concepto de movimiento inercial (cartesiano),
sino que lo haya hecho asociándolos a ambos en su nuevo concepto
de masa, que era a su vez una transformación del concepto tradicional
de «cantidad de materia», que se había asociado tradicionalmente con
el peso de un cuerpo M. A partir de la ¿poca de Newton, «m asa» ha
pasado a ser el concepto central y fundamental de toda la física, siendo
una medida del genio de Newton y de su extraordinaria penetración el
haber visto la necesidad de investigar ambos aspectos de la masa tal y
como aparecieron en los Principia (como veremos en el capítulo 5),
uno el aspecto inercial de la masa que aparece en las dos primeras
leyes del movimiento * , y otro el aspecto gravitatorio de la masa que
aparece en la ley de la gravitación universal, o el determinante de la
respuesta de un cuerpo a la acción de un campo gravitatorio en el
que pueda encontrarse34.

4.6. Algunos aspectos generales de las transformaciones

En la presentación que hasta aquí he hecho, he indicado de qué


modo, en el transcurso de la reflexión acerca de los fenómenos, d d
intento de explicarlos o de elaborar una explicación de los experimen­
tos, el científico puede transformar una idea general heredada o una
particular idea científica con la que se ha topado. Poco se puede
decir en el momento presente sobre la frecuencia relativa de las
transformaciones surgidas de un estímulo desencadenador (como la
lectura que Darwin hizo de Malthus) y sobre la interacción general
de los problemas planteados por la investigación científica en marcha
con una idea o conjunto de ellas que pueden hallarse tanto en el
subconsciente como en un nivel consciente. La historia nos suminis­
tra desamasiados pocos actos bien documentados de descubrimiento
científico, entre los cuales la transformación darwinista de la lucha
por la supervivencia de un concepto interespecífico a otro intraes-
pecífico rivaliza con el descubrimiento arquimediano del principio
que lleva su nombre, producido mientras se bañaba. Newton dejó
constancia del caso del descubrimiento producido cuando vio caer una
manzana en el jardín, pero no está del todo claro qué es lo que des­
cubrió en tan famosa ocasión *.
Darwin leyó e interpretó correctamente a Malthus, procediendo
luego a transformar una idea científica de Lyell que Darwin había
comprendido también correctamente. Mas, en otras ocasiones, la
transformación se produce tras una interpretación incorrecta2. Ya
he aludido antes a la interpretación errónea que hizo Dalton de la
216 Las transformaciones de las ideas científicas

proposición 23 del libro segundo de los Principia de Newton, en la


que Dalton, afortunada si, aunque incorrectamente, supuso que
Newton había demostrado que las moléculas (o «partículas») de los
gases se repelen entre sí con una fuerza que varía inversamente co­
mo la distancia (véase el párrafo $ 3.3). Otro ejemplo similar aparece
en los propios Principia, donde Newton expresa su creencia en que
«Galileo halló, mediante las dos primeras leyes [del movimiento]
y los dos primeros corolarios, que el descenso de los cuerpos pe­
sados es como el cuadrado del tiempo y que el movimiento de los
proyectiles tiene lugar en una parábola, de acuerdo con la experien­
cia, excepto en tanto en cuanto dichos movimientos se ven un tanto
retardados por la resistencia del aire» (escolio iras el corolario 6 a
las leyes del movimiento).
Por lo que atañe a que Galileo hubiese conocido la primera ley
o principio de inercia, hay cierto margen para el debate3, más es
seguro que no concibió esta ley en el sentido estricto y universal
con el que aparece en los Principia. Por lo que respecta a la segunda
ley, Galileo no hubiera podido en absoluto conocerla, ya que no
disponía del concepto de masa, que es el que suministra la propor­
cionalidad entre la «fuerza» y el «cambio de [la cantidad de] movi­
miento» (o cambio de momento)4. Además, Newton quería decir
mucho más que el simple y crudo hecho de que la aceleración se
produce en la dirección de la acción de una fuerza extema, pues
explica exactamente cómo concebía que Galileo había descubierto
que «el descenso de los cuerpos pesados es como el cuadrado del
tiempo»:
Cuando cae un cuerpo, la gravitación uniforme, al actuar igualmente en
las partículas individuales ¡guales de tiempo, imprime fuerzas iguales en dicho
cuerpo, generando velocidades iguales. A sí, en el tiempo total transcurrido,
imprime una fuerza total y genera una velocidad total proporcional al tiempo,
siendo los espacios descritos en proporción a los tiempos como las velocidades
y los tiempos conjuntamente; es decir, como los cuadrados de los tiempos9.

Tanto si aceptamos la propia presentación que hace Galileo en sus


D os nuevas ciencias como registro fidedigno de sus pasos hacia el
descubrimento de la ley de la caída de los cuerpos, como si supo­
nemos cualquier otro camino de acceso al descubrimiento basado en
fragmentos manuscritos, no hay garantía alguna a favor de la re­
construcción newtoniana de los procesos mentales de Galileo. Lo
único que se puede decir, en el mejor de los casos, a favor del aná­
lisis de Newton es que éste se hallaba imperfectamente familiari­
zado con los escritos de Galileo, haciéndole el cumplido de con­
vertirlo en un newtoniano (véase, además, Cohén, 1967c].
4. La transformación de las ideas científicas 217

Por más que el ejemplo precedente tenga su interés por cuanto


que muestra cómo puede surgir una transformación de un conoci­
miento imperfecto (o una lectura imperfecta) de las ideas científicas
de los predecesores, no posee el mismo carácter (por lo que a su
significado respecta) que la transformación daltoniana de la propo­
sición 23 de New ton. En efecto, esta última hizo progresar a Dalton
en su desarrollo de la teoría atómica, mientras que la anterior cons­
tituyó una transformación retrospectiva, escrita mucho después de
que el propio Newton formulase las dos primeras leyes del movi­
miento. En este punto ha de observarse que hay muchísimas explica­
ciones del desarrollo histórico de la ciencia que se asientan en trans­
formaciones conscientes o inconscientes de las ideas del pasado;
existe la tendencia a hacer hincapié en aspectos de la ciencia del
pasado que guardan congruencia con la ciencia del presente, o incluso
puede darse el intento deliberado de interpretar las ideas científicas
actuales a la luz de los conceptos del pasado. Un ejemplo sobresa­
liente de esta práctica es la atribución del concepto de electrón a
Franklin, debido a que teorizó que el «fuido eléctrico» se compone
de partículas fundamentales que se repelen entre s í 4; otro de ellos
es la atribución del concepto de entropía a Sadi Carnot, porque apa­
rentemente distinguía entre «chaleur» y «calorique» (véase, por
ejemplo, La Mer, 1954, 1955; Kuhn, 1955). Otro ejemplo adicional
puede ser la transformación dieciochesca de Copémico en el
instaurador de una revolución en la ciencia astronómica (véase
Cohén, 1967c,).
El hecho de que semejantes transformaciones sean, cuando las
perpetran los historiadores, menos justificadas que cuando las reali­
zan los científicos creadores que se esfuerzan por avanzar en el
desarrollo de la ciencia es una cuestión que supera con mucho el
límite de mis intenciones en este estudio7. Mas no es posible dejar
de observar que determinadas ideas científicas poseen potenciali­
dades para semejantes transformaciones, mientras que otras carecen
de ellas. En la historia de la ciencia se dan muchos ejemplos en los
que tales transformaciones superan hasta tal punto toda posible
intención del autor original que, con toda probabilidad, éste habría
negado cualquier pretendido parentesco con tamaña prole. Un ejem­
plo dramático de lo que acabo de decir viene dado por el «platonis­
mo» de la ciencia galileana. Una de las respuestas a la tesis de
Alexandre Koyré (1943) relativa a Galileo y Platón ha consistido
en señalar que el Platón que parece inspirar determinados aspectos
del pensamiento galileano se halla tan alejado del «verdadero» Pla­
tón como para constituir un remedo irreconocible. Consiguiente­
mente, ello puede deberse sea a la ignorancia galileana por lo que
218 Las transform aciones de las ideas científicas

respecta a las genuinas doctrinas platónicas, sea a su consciente


distorsión de una figura a la que habría recurrido fundamentalmente
porque era un medio de afirmar su propia postura anti-aristotélica.
Después de todo, en mi opinión, Galileo actuaba de un modo plena­
mente deliberado cuando decidió referirse a si mismo en su D os
nuevas ciencias como «nuestro Académico», con su claro matiz
de Academia platónica*. Desde la perspectiva aquí adoptada, resulta
fácil reconciliar el punto de vista platónico con el galüeano. Platón
se ocupa fundamentalmente de los números puros, de las puras rela­
ciones numéricas y de las puras formas geométricas, por lo que,
consiguientemente, rechazaba la astronomía basada en la observa­
ción de los movimientos de los cuerpos celestes, dado que muestran
irregularidades y variaciones, siendo así que una astronomía verda­
dera debería mostrar las perfecciones de los movimientos circulares
uniformes que caracterizan a tales cuerpos «perfectos». En mi opi­
nión, Galileo transformó este punto de vista, en la medida en que
se hallaba familiarizado con él, en una ciencia ideal que combina
los principios de los números y formas geométricas (concebidas
«platónicamente») con los resultados de experimentos y observacio­
nes reales, transformación notable que incorpora de hecho la crea­
ción de la ciencia moderna en un grado compartido con Descartes
y Kepler, aunque no con Bacon. El resultado de la transformación
de Galileo es, hasta cierto punto muy tangible, un alejamiento de
los cánones del platonismo e incluso de las corrientes del neplato-
nismo tardío, ya que utiliza las consideraciones de formas ideales
de una manera no platónica a fin de alcanzar las leyes y principios de
la naturaleza tal y como los muestran los experimentos y observa­
ciones
Conseguientemente, al evaluar las ideas científicas en relación
con sus potencialidades de transformación, tanto posibles como efec­
tivas o realizadas, hay que tener en cuenta que determinadas ideas
pueden poseer muchísimas más potencialidades que otras. N o sé si
tales distinciones o jerarquías se siguen necesariamente de cuales­
quiera cualidades lógicas inherentes o puramente internas de las
ideas científicas, lo que constituye un tema merecedor de una inda­
gación. Lo que es un hecho histórico es que algunas ideas se hallan
estrechamente unidas al modo en que la ciencia se desarrolla, lle­
gando incluso a convertirse en poderosas fuerzas de dicho desarrollo,
siendo así que otras sencillamente no funcionan de ese modo. Ade­
más, ciertas ideas pueden sufrir transformaciones sucesivas y con­
tinuar viviendo durante un largo período en la ciencia, tales como el
átomo, la energía y el Ímpetus (transformado en inercia, transformada
a su vez en marco inercial), mientras que otras (éter transformado
4 . L a transformación de las ideas científicas 219

en los fluidos imponderables del calor, electricidad y magnetismo)


poseen una existencia limitada, aunque fructífera, sobreviviendo tan
sólo como reliquias arqueológicas en el lenguaje científico: gas «per*
fecto», «buen» conductor, «flujo» de calor o «capacidad» de calor,
etcétera.
Lo que puede resultar de especial interés para el historiador de
las ideas es que el producto final de una transformación o serie
deellas puede incluso hallarse en oposición a la doctrina original.
¡Quién hubiera podido imaginar, leyendo a Platón, que L a República
o el Timeo podrían servir alguna vez para la transformación de la
física matemática basada en la experimentación y observación di*
rectas! Tal potencialidad negativa, la capacidad para contribuir a una
finalidad totalmente opuesta a cualesquiera creencia de un autor,
se discutió por vez primera en relación con la literatura y la sociedad
(según me informa George Steiner) en un famoso par de cartas de
Friedrich Engels sobre Balzac.
En abril de 1888, escribiendo a Mary Harkness (que le había
enviado una copia de su novela City G irl), Engels expresó su pre­
ferencia por Balzac («a quien considero un maestro del realismo
mucho más grande que todos los Zolas pasados, presentes o futuros»)
respecto a autores de novelas «puramente socialistas» (Tendenzro-
mane), señalando que Balzac muestra cómo «el realismo puede emer­
ger aun a pesar de las opiniones del autor». En su concepto,
Balzac era políticamente un legitimista; su gran obra es una constante elegía
sobre la irreparable decadencia de la buena sociedad; sus simpatías están con
la clase que se halla abocada a la extinción. Mas, a pesar de todo ello, su
sátira nunca es más penetrante ni su ironía más agria que cuando pone en
funcionamiento a los mismos hombres y mujeres con los que más profunda­
mente simpatiza: los nobles. Además, las únicas personas de las que habla
con admiración no disimulada son sus más amargos antagonistas políticos, los
héroes republicanos del Q oltre Saint Méry, las personas que en aquella época
(1830-1836) eran ciertamente los representantes de las masas populares.
Tengo por uno de los mayores triunfos del realismo y por una de las mayo­
res cualidades del viejo Balzac el que éste se viese competido de esta manera
a ir en contra de sus propias simpatías de clase y sus propios prejuicios políti­
cos, que viese la necesidad de la caída de sus nobles preferidos, describiéndo­
los como personas que no merecían mejor destino; que viese los hombres
reales del futuro allí donde por el momento se encontraban.

L a misma opinión se expresa en una carta a Minna Kautsky (26 de


noviembre de 1885), donde decía «que los prejuicios deberían fluir
por sí mismos de la situación y de la acción, sin indicaciones particu­
lares, y que el escritor no está obligado a imponer al lector las so­
luciones históricas futuras de los conflictos sociales descritos»10.
220 L as transform aciones de las ideas científicas

George Steiner ha hablado del concepto marxiano «de disociación,


la imagen del poeta como un Balaam que dice la verdad al margen
de sus conocimientos o de su filosofía expresa» u . Incluso sugiere
que Engels puede haber tomado de Marx esta doctrina, especialmente
por lo que respecta al «gusto contra-ideológico» que experimentaba
Marx «por Balzac y Scott». En cualquier caso, y sea cual sea la
fuente, podemos percibir sin duda un «efecto Balaam», tal como lo
introdujeron Marx y Engels, en la descripción de lo que Steiner
denomina «el caso del escritor cuyas revelaciones e intuiciones
implícitas chocan con sus intenciones y declaraciones manifestas». En
Balzac, Marx y Engels (especialmente este ultimo) verían «un 'con­
servador aparente* cuyo genio le obligaba, en contra de sus objetivos
conscientes, a revelar la decadencia y potencial revolucionario de
la sociedad francesa» (Steiner, comunicación personal). Podemos
ver en ello una doctrina implícita de una transformación que hace
que una obra literaria posea potencialidades de tipo ideológico que
superan con mucho las propias intenciones del autor.
La doctrina de las transformaciones a que he estado recurriendo
para las ideas científicas se halla bien desarrollada en el área de
la historia literaria. Todo escrito imaginativo, sea poesía, ficción o
drama, se considera en general como la transformación de la expe­
riencia del autor, sea ésta la experiencia consciente o inconsciente de
la vida diaria, sea la experiencia vicaria derivada de leer u oir cuentos
o conversaciones, de ir al teatro, etc. En ocasiones, los historiadores
han rastreado las fuentes de imágenes, conceptos y tem asu. Un
ejemplo clásico de semejante trabajo detectivesco de carácter litera­
rio, muy afín a la tarea del historiador de las ideas científicas, es el
estudio de John Livingston Lowes sobre las fuentes de Coleridge
en sus lecturas, trabajo adecuadamente intitulado E l camino de
Xanadú [T h e Road to Xanadu] (1927). A cualquier lector de la
obra de Lowes, lo que más le impresionará de «Kubla Khan» y
«E l viejo marinero» no es la variedad y amplitud de las lecturas
de Coleridge que desembocaron en sus poemas, sino más bien la
manera en que Coleridge transformó informaciones prosaicas extraí­
das de periódicos, narraciones de viajes e incluso de las Pbilosopbical
Transactions de la Sociedad Real de Londres, produciendo a partir
de ellas las embrujadoras imágenes de su famoso poema.
Lowes no sólo ha puesto de manifiesto las transformaciones
realizadas por Coleridge de retazos de informaciones fácticas en
imágenes poéticas, sino que ha demostrado además que muchos ejem­
plos aparentes de licencia poética, que en su día parecieron trascen­
der los límites de la credulidad científica, han resultado hallarse
originalmente basados en los hechos, según muestran las investiga-
4. La transformación de las ideas científicas 221
dones. Un famoso ejemplo viene dado por la imagen de Coleridge
de «la Luna cornuda con una estrella brillante / en la punta in­
ferior». Al prindpio había recurrido a la imagen de una estrella «casi
entre las puntas» (Lowes, 1927, pp. 180-184). Tratábase quizá del
libre ejerddo de la imaginadón poética, una transformadón tan des­
bocada de la experienda posible, capaz de hacer que un astrónomo
frundese las cejas, ya que para éste la «cornuda luna» elevándose
«por sobre el horizonte oriental» es la luna menguante que orla
con luz una parte de su cuerpo sólido y opaco. La posibilidad de ver
en el interior de la media luna una estrella parecería pues contra­
decir uno de los hechos más básicos y simples de la astronomía y
de la óptica.
Mas, sin embargo, Lowes descubrió que la fuente de esta ima­
gen se hallaba en un par de artículos publicados en las Pbilosopbical
Transactions de la Sociedad Real de Londres, una de las revistas
dentíficas más respetables. Coleridge estaba perfectamente familia­
rizado con una comunicación publicada por Cotton Mather en las
Pbilosopbical Transctions de 1714-1716, escrita en 1712, en la que
informaba de «una tradición... de que en noviembre de 1668, apa-
redó una estrella más abajo del cuerpo lunar y entre sus cuernos».
H e aquí pues la fuente de esta primera imagen de una estrella «casi
entre las puntas« (Lowes, 1927, p. 180). Exactamente tres años
antes de escribir «E l viejo marinero», aparecieron también en las
Pbilosopbical Transactions (de 1794) dos series independientes de
observaciones relativas a la aparidón de tal estrella, bajo el título
«Informe sobre una aparición de una luz, semejante a una estrella,
vista en la parte oscura de la luna el viernes 7 de marzo de 1794».
Uno de los observadores registraba su certeza relativa a que «esta
mancha aparecía DENTRO de la dtcunferenda de círculo lunar»,
mientras que el otro informaba de «una luz como una estrella y
del tamaño de una estrella de mediana magnitud, si bien no tan
brillante, en la parte oscura de la luna» (Lowes, 1927, p. 509, no­
ta 46; la palabra «dentro» se imprimió con mayúsculas en la página
de las Pbilosopbical Transactions). Casi con toda seguridad, Cole-
rigde conodó un informe sobre estas dos comunicadones, presenta­
das en las Pbilosopbical Transactions por el Astrónomo Real (Nevil
Maskelyne), dado que se recensionaron («con sus llamativos títulos
plenamente reproducidos, junto con considerables extractos») en el
British Critic (junio de 1795) del que Coleridge era entonces «atento
lector» (Lowes, 1927, p. 181). Coleridge puede haber conocido
también una comunicación sobre el mismo tema debida a Sir William
Hershell (Pbilosopbical Transactions, 1787) relativa a una mancha
brillante vista en 1783 en el área oscura de la luna y que, «vista al
222 Las transformaciones de las ideas den tíficas

telescopio, parecía una estrella de cuarta magnitud tal y como apa­


rece a simple vista» {ibid., p. 510, nota 49). Todo esto para que se
enteren aquellos críticos de Coleridge quienes sugerían «que en ese
océano espectral, el sol y la luna no obedecían las leyes ordinarias
del universo, siendo intencional su desafío de las mismas» (ibid.,
nota 50).
E l propio Lowes empleó este ejemplo algunos años antes de
escribir E l camino de Xanadá, y antes de que conociese los hechos
sobre el caso, a fin de ilustrar de qué modo las imágenes del poeta
pueden estar tan bien elaboradas y presentadas como para aparentar
«una semejanza con la verdad» piocurando así «esa voluntaria sus­
pensión momentánea de la duda que constituye la fe poética» (Lo­
wes, 1927, pp. 181 y 510, nota 51). Ahora, su investigación ha
desenterrado registros de observaciones que han suministrado un
apoyo a la posible realidad de un «fenómeno sorprendente, que sea
cual sea su explicación, no era único» u. Hace unos pocos años, men­
cioné este episodio a mi colega y antes maestro, Fred L. Whipple,
un especialista en la teoría de los cometas y meteoros. Usaba yo la
historia para mostrar que lo que se había desestimado como licencia
poética enfrentada a los obvios hechos científicos había demostrado
hallarse fundamentado en informes recogidos en una sobria revista
científica. Al enterarse de la historia, Whipple se sintió intrigado
por ella, aunque no tanto por motivos históricos cuanto por otros
de carácter muy práctico. Estaba interesado en el problema irresuelto
de si los cráteres de la luna podrían estar causados por grandes me­
teoros que chocasen con la superficie lunar; consiguientemente, su
imaginación científica captó inmediatamente la posibilidad de una
prueba histórica de una teoría o especulación científica al uso. Si la
aparición de esta «estrella» o destello de luz se hubiese localizado
con precisión sobre la superficie lunar, entonces quizá una compa­
ración de los mapas lunares anteriores y posteriores al aconteci­
miento pudiese mostrar la existencia de un cráter nuevo (o no ob­
servado antes) en ese mismo lugar en el que se había visto la
«estrella». Desgraciadamente, esta ocasión de que la historia de la
ciencia contribuyese al progreso de la ciencia actual se quedó en
agua de borrajas, ya que se necesitaba un grado de precisión en los
detalles superior al que aparece en esos antiguos registros y mapas
lunares.
Este ejemplo puede ilustrar la importancia de la investigación
histórica a fin de averiguar si una imagen poética es una libre crea­
ción de la imaginación literaria o (como en este caso) si es la trans­
formación de una observación científica, presentada de tal modo que
parezca negar su progenitor empírico. Sin duda lo más sorpren­
4 . L a transform ación de las ideas científicas 223

dente es que el propio Lowes haya considerado originalmente que


esta imagen era incluso una transformación mayor aún de lo que en
realidad resultaba ser. En las imágenes de Coleridge podemos ver
de qué modo los hechos y observaciones científicas pueden servir
de fuentes de transformaciones tanto para los científicos como para
los no científicos. Ya que estamos con el tema de las transforma­
ciones distintas de las que se dan en el desarrollo de las ideas cien­
tíficas, no está de más recordar que uno de los fundamentos del
psicoanálisis es la transformación de los deseos y ansiedades del
inconscinte en experiencias simbólicas expresadas en sueños. Ade­
más, hay muchos ejemplos en los que el avance de la ciencia ha
dependido en considerable medida del uso que los científicos han
hecho de ideas y conceptos tomados de fuera del dominio de la
ciencia y que han sido transformados.
La expresión del genio de Coleridge, reflejada en su transfor­
mación en imágenes y símbolos poéticos de lo que descubrió en sus
lecturas, puede servir para recordamos que la transformación de las
ideas científicas también refleja el talento creador particular de los
científicos en cuestión M. No cabe duda de que se puede afirmar
que el efecto máximo que sobre el desarrollo de la ciencia ejerce
la transformación de una ¡dea se da en la intersección entre dicha
idea y la mente de un genio transcendental en el momento apropiado.
Esta fuerza creadora individual se despliega, en primer lugar, en
un acto de reconocimiento que ha de constituir condición previa de
cualquier transformación. Lo más plausible es que el reconocimiento
y la transformación no sean actos consecutivos independientes y
separados. El reconocimiento exige una preparación mental, en el
sentido de Louis Pasteur en relación con la función del azar en el
descubrimiento científico, una situación en la que la mente se halla
alerta (sea consciente o inconscientemente) ante las posibilidades o
potencialidades de una idea para la solución de un problema plan­
teado ,s. Muchos hombres y mujeres pueden tener acceso a las mis­
mas ideas, hallándose interesados en la solución del mismo problema
o conjunto de ellos, si bien tan sólo un Galileo, un New ton, un Dar-
win, un Morgan o un Fermi es capaz de identificar una fuente
potencial de transformaciones conducentes a una solución.
Esta situación es semejante a la experiencia del arqueólogo que
se encuentra con herramientas de piedra primitiva en Choukoutien,
junto a Pequín. Tales herramientas son tan primitivas que difícil­
mente hubieran sido identificadas en absoluto como tales herra­
mientas, sino que se tomarían más bien por meras piedras no ela­
boradas ni trabajadas, de no ser por el hecho de haberse hallado
en asociación con restos homínidos de Homo pekinensis “ . Sólo la
224 L as transform aciones de las ideas científicas

percepción experta de un arqueólogo profesional, alertado por la


presencia de huesos y dientes humanoides, hubiera podido realizar la
imaginativa transformación mental de dichas piedras en las herra­
mientas que en realidad eran ” . Sin semejante transformación, esas
piedras no habrían mostrado sus signos de acción y uso humano o
humanoide, requiriéndose al parecer una transformación imagina­
tiva para revelar que dichas piedras habían sido en parte elaboradas,
aunque de manera cruda o primitiva, para tornarlas en genuinas
herramientas. Del mismo modo que la experta visión y penetración
del arqueólogo transforma (ante la mirada de su mente) algunas
piedras de aspecto ordinario en herramientas humanas primitivas, así
la «mente dispuesta» y la penetración del científico creador le
permite captar una relación casual con un hecho experimental o de
observación, un método, una teoría o un concepto, transformándolo
en una nueva y fecunda fuente de conocimiento o compensión. Así,
la doctrina de la transformación de las ideas científicas no sólo
identifica el acto creador en el desarrollo de la ciencia, sino que
saca a la luz la especial cualidad de preparación y penetración que
permite a un científico dado reconocer la idea o ideas que poseen
la potencialidad de transformación M.
Se sigue inmediatamente de todo esto que el acto científico
creativo ha de considerarse un acontecimiento mucho menos excep­
cional de lo que normalmente se cree. E s decir, no debería sorpren­
dernos descubrir que más de un científico pueda realizar la misma
transformación (u otra similar), dado que las ideas que se han de
transformar de ese modo son accesibles a todos. A medida que la
ciencia se ha ido haciendo progresivamente más profesional e ins­
titucional en los siglos xix y xx, se ha dado una comunicación cada
vez más eficiente de las ideas científicas en el seno de una comuni­
dad científica internacional en continuo crecimiento. Una conse­
cuencia natural de la doctrina de la transformación es que la pro­
babilidad de los llamados descubrimientos múltiples independientes
habría de aumentar consiguientemente de modo constante, llegando
los científicos a aceptar dichos descubrimientos múltiples como la
regla más bien que la excepción; circunstancia que ha sido plenamen­
te demostrada por Robert K. Merton (1957, 1961). No obstante, una
vez más, el concepto de transformación nos lleva de los aspectos
globales a la estructura fina del descubrimiento científico. Diversos
descubrimientos simultáneos pueden cooperar al mismo fin (en rea­
lidad a fines similares) por diversos caminos, en virtud de distintos
conjuntos de transformaciones. Este aspecto del fenómeno queda
plenamente de manifiesto comparando y contrastando la formación
de la idea de la sección natural en manos de Darwin y de Alfred
4. L a transformación de las ideas científicas 225

Russell W allace19. Mediante un análisis de las transformaciones


particulares realizadas por ambos hombres, accedemos al contraste
entre sus ideas, siendo así que demasiado a menudo lo que se sub­
raya es la comparación. El mismo fenómeno se da de una manera
aún más sorprendente en las transformaciones que llevan a Helm-
holtz, Mayer y Joule al principio de la conservación de la energía
(véase Kuhn, 1955; Elkana 1970). Además, el examen de las trans­
formaciones efectivas nos lleva de nuevo a la estructura fina de la
historia en los contrastes, frente a los rasgos aproximados mostrados
por la comparación.
Finalmente, mencionaré, aunque no exploraré, la existencia de
transformaciones infecundas de ideas científicas. Ciertamente, no
defiendo una historia liberal de la ciencia, por más que sea cierto
que en este libro me he centrado básicamente en incidentes y episo­
dios del movimiento progresivo de la ciencia; pero más de una vía
que no desembocó en avances científicos se halla empedrada de
transformaciones desafortunadas. En efecto, no puede caber la
menor duda de que las ideas pobres, infructuosas o inútiles son
tanto el resultado de transformaciones como las ideas buenas, úti­
les o fecundas, y en cuanto tales, son merecedoras de nuestro es­
tudio y atención con vistas a comprender la mente científica crea­
dora en funcionamiento. Mas, por supuesto, hay una jerarquía na­
tural y no puedo creer que las nociones alquúnicas de Newton o sus
creencias teológicas merezcan una tención tan minuciosa, página
por página, como los Principia. Por ejemplo, ¿acaso los estudiosos
estarían tan interesados como lo están en el «espíritu activo» al-
químico de Newton si éste no hubiese compuesto los Principia?

4.7. La transformación de la experiencia


Estrechamente emparentada con la transformación de las ideas
se halla la función de éstas en la transformación de la experiencia.
No me refiero ahora a la mera ordenación de la experiencia por la
imposición de constructos intelectuales (o ideas o conceptos), sino
más bien a la proyección de ideas sobre la experiencia, de un modo
que determina lo que se ve o concluye'. Leonardo Olschki ha mos­
trado con un ejemplo espectacular que «lo que Colón vio al desem­
barcar en las Indias Occidentales» se hallaba condicionado en no­
table grado por una larga tradición de literatura de viajes. Por más
que Colón fuese «muy meticuloso y exhaustivo a la hora de emitir
detalladísimos informes sobre la apariencia de los nativos, sus cos­
tumbres y peculiaridades», incluso «describiendo su vida y hábitos
con un realismo penetrante y expresivo» (Olschki, 1941, 1937), re­
226 Las transformaciones de las ideas dentíficas

sultaba vago y libresco por lo que respecta a los aspectos geográficos


y al «aspecto natural de las recientemente descubiertas islas» y — co­
mo generaciones de exploradores anteriores a él, con cuyos relatos
de viajes se hallaba familiarizado— tendía a exagerar las «dimensio­
nes y proporciones»2. Para nosotros resulta curioso que se diese
tamaña diferencia entre la minuciosa atención prestada por Colón a
los seres humanos con que se topó y su aparente indiferencia (y
consiguiente exageración) por la naturaleza física, si bien Olschki
ha mostrado que, a este respecto, Colón no difería de los diversos
viajeros y exploradores de tantos siglos anteriores, retrotraíbles hasta
la época medieval. Dicho en el lenguaje del presente capítulo, con­
cluiríamos que la experiencia visual de Colón y otros exploradores
de su época, habría sufrido una transformación merced a sus lecturas,
de modo que se acomodase a la tradición. Veía la vida humana con
que se encontraba con los ojos de un observador, si bien todos los
demás aspectos de su nueva experiencia se transformaban según un
patrón establecido por la literatura de viajes o por la tradición li­
teraria 3.
Un patrón algo distinto de transformación de la experiencia se
da con la identificación newtoniana de los siete colores del espectro
visible de la luz solar. Se han propuesta unas cuantas hipótesis para
explicar cómo habría de poder pretender Newton ver siete colores
en el espectro (rojo; naranja; amarillo; verde; azul; añil, o lo que
nosotros llamaríamos violeta; y violeta, o lo que nosotros llamar
riamos púrpura), ya que «cualquiera que mire honradamente el es­
pectro no es capaz de ver más que seis colores distintos», «no existe
el añil» (Bierson, 1972). Naturalmente, en un espectro continuo
no hay separaciones distintas absolutas de los colores, al confundirse
gradualmente cada uno de ellos con el vecino, de manera que cual­
quier observador puede dividir arbitralmente el espectro en siete
o más colores según su deseo. Con todo, la elección newtoniana de
site colores ha hecho que los hermeneutas supongan que, consciente
o inconscientemente, sobreimponia a sus observaciones alguna res­
tricción intelectual. O, para decirlo de otro modo, había transfor­
mado los resultados de los experimentos de modo que pudiese ver
siete colores allí donde la mayoría de los observadores habrían visto
sólo seis (rojo, naranja, amarillo, verde, azul y púrpura o violeta).
Esta transformación surgió probablemente del interés de Newton
por la teoría musical y por la división pitagórica de la «octava» en
siete partes o intervalos4. Ultimamente se ha propuesto una fuente
adicional, cual es el círculo cromático del pintor (Bierson, 1972,
sección 3). El círculo cromático del propio Newton tiene sentido,
según se ha visto, si se supone que se aplica a las llamadas mezclas
4. L a transformación de las ideas científicas 227

sustractivas de color que resultan de mezclar pinturas o polvos s; sin


que de hecho se aplique a las llamadas mezclas aditivas que se
obtienen por la mezcla de haces de luz de diversa tonalidad (produci­
dos por prismas y diafragmas o ranuras). Se ha señalado que proba­
blemente Newton «obtuviese su círculo cromático de un pintor» y
tuviese en mente «siete tonos distintos: rojo, naranja, amarillo, verde,
azul, violeta y púrpura. Suponía así que todos estos colores tenían
que hallarse en el espectro, engañándose a sí mismo y creyendo
que podía ver siete colores espectrales diferentes» (Bierson, 1972).
E l ejemplo de los colores del espectro muestra cuán directa­
mente se puede transformar la experiencia observadonal en la mente
de un observador en virtud de preconcepciones sostenidas consciente
o inconscientemente. Un ejemplo más sorprendente aún de dicho
fenómeno aparece en los estudios anatómicos de Leonardo da Vinci
sobre el corazón. Leonardo escribió varios preceptos relativos a la
importancia de la experiencia directa de la naturaleza, como por
ejemplo: «A mí me parece que todas las ciencias son vanas y se
hallan plagadas de errores que no tienen su origen en la experiencia,
madre de toda certeza, y que no se contrastan con la experiencia»; o
también, «Todas las verdaderas ciencias son el resultado de la expe­
riencia que ha pasado por nuestros sentidos». Incluso llega a com­
parar a quienes citan «la autoridad de ciertas personas tenidas en
gran respeto por su juicio carente de experiencia» consigo mismo,
cuyas obras son «el resultado de la simple y llana experiencia que es
la verdadera señora» (Ricbter, 1952, pp. 1-5). Pues bien, a pesar
de todo, describió e incluso hizo un dibujo esquemático de los poros
del septum (o la pared interventricular), que separa los ventrículos
izquierdo y derecho, llegando incluso a realizar otro dibujo en el
que se muestra cómo puede la sangre pasar del ventrículo derecho
al izquierdo. He aquí lo que afirma: «L a extracción de sangre del
ventrículo derecho, que penetra a través de amplias porosidades de
la pared interpuesta entre el ventrículo derecho y el izquierdo, las
cuales porosidades se estrechan en concavidades piramidales hasta
pasar a los imperceptibles poros a través de los cuales la sangre
viscosa penetra, procediendo a tornarse sutil hasta alcanzar una gran
sutileza» (Quaderni d’anatomía, vol. 4, fol. l l v; en Keele, 1952,
p. 75).
Ahora bien, tales poros no existen, y lo que Leonardo nos
ofrece aquí es una paráfrasis casi directa de la explicación que hace
Mondino del mismo problema con una diferencia fundamental (co­
mo ha observado Keele, 1952, pp. 75, 57-59): Leonardo «subraya
que los poros se toman 'imperceptibles’ excepto por lo que respecta
a su apertura por la parte derecha del septum». Mas, ¿por qué
228 Los transform aciones de las ideas científicas

imaginó la existencia de tamaños poros y por qué los trazó en sus


dibujos del corazón? La respuesta es que tales poros eran necesarios
para la fisiología galénica entonces dominante. En este caso, por
citar a J . Playfair MacMurrich (1930, p. 156), «Leonardo permitió
que la tradición dominase la observación». O , como dice George
Sarton (prefacio a MacMurrich, 1930, p. xix): «Los prejuicios ga­
lénicos formaban parte de la atmósfera misma que respiraba, estando
más allá del examen o la crítica. E s así como este agudo observador
vio las cosas no sólo con sus propios ojos, sino incluso a veces con
los de Galeno».
Esta transformación de la experiencia, que la hace conformarse
a las preconcepciones ganénicas, se puede contrastar con los estudios
de Vesalio sobre la pared interventricular del corazón. E l D e fábrica
de Vesalio (1543) se compuso porque su autor había descubierto
que los escritos de Galeno sobre los huesos (que Vesalio había reci­
bido el encargo de editar para una nueva impresión) no estaban de
acuerdo con los resultados de la disección. En tales circunstancias,
se podía pensar que Vesalio habría centrado su atención sobre este
ejemplo, a fin de mostrar la inadecuación de los conocimientos y
del modo de entender las cosas de Galeno por lo que atañe al cuerpo
humano. ¡Nada de eso! En la primera edición de su libro señalaba
simplemente que había hoyos* en la pared interventricular, obser­
vando que «ninguno, por lo que los sentidos pueden percibir, pene­
tra del ventrículo derecho al izquierdo», lo que lo llevó a concluir:
«Nos vemos asi obligados a maravillarnos por el arte [industria]
del creador, mediante el cual pasa la sangre del ventrículo derecho
al izquierdo a través de poros que escapan al sentido de la vista».
No obstante, para la segunda edición, se había tornado más audaz,
señalando ahora que no se había «topado ni siquiera con los canales
más ocultos que atraviesan el septum del corazón», por más que
«dichos canales sean descritos por profesores de anatomía que han
decidido firmemente que la sangre pasa del ventrículo derecho al
izquierdo». No ha mucho tiempo, escribía, que «no hubiese osado
trastocar ni un adarme de la opinión de Galeno, el príncipe de los
médicos». No obstante, el septum del corazón «es tan grueso, tan
denso y tan compacto como el resto del corazón», no pudiendo
discernir cómo «podría transferirse siquiera la menor de las par­
tículas del ventrículo derecho al izquierdo a través de la subs­
tancia de dicho septum». De ahí que, cuando «se toman en cuenta
este hecho y aun otros, surgen muchas cuestiones relativas a las ar­
terias sobre las cuales se planteaan razonablemente du das»7. Vesalio
era así consciente de la preconcepción galénica, sin que le permitiese
transformar sus observaciones; a pesar de más de un milenio de
4. L a transformación de las ideas científicas 229

afirmar que tales poros existen (y tienen que existir), Vesalio regis­
traría su incapacidad para encontrarlos.
Resulta interesante plantearse por qué Leonardo habría dibujado
los poros exigidos por la fisiología galénica mientras que Vesalio
no lo hizo. Quizá la razón estribe en que Vesalio era consciente de
la ciencia galénica que había tenido que estudiar y dominar como
estudiante de medicina, habiendo llegado a abrigar dudas acerca
de la verdad absoluta de los escritos galénicos una vez que comparó,
capítulo por capítulo y línea por línea, lo que escribió Galeno y lo
que él mismo había visto al hacer disecciones de cadáveres huma­
nos. Por otro lado, Leonardo nunca había recibido una enseñanza
formal de la ciencia galénica, habiendo asimilado lo que sabía de
ella básicamente porque estaba en el ambiente, razón por la cual no
contrastó específicamente los escritos galénicos con sus propias
pruebas empíricas, tal y como Vesalio había tenido que hacer en
preparación de una edición de los escritos de Galeno sobre los hue­
sos. Dejando al margen las diferencias de personalidad de cada cual,
existe una ulterior diferencia entre ambos personajes, por cuanto
que la visión y destreza del artista plasman la naturaleza en su
lienzo o en su hoja de apuntes por lo que respecta a sus rasgos gene­
rales e impresiones holísticas, mientras que la visión y destreza del
anatomista tienden a concentrarse en cada uno de los mínimos de­
talles.
El caso de Leonardo y los poros septales muestra de qué modo
la observación directa puede transformarse e incluso contradecirse,
hasta el punto de suministrar una información que de hecho no se
halla presente. Para decirlo de otro modo, los dibujos de Leonardo
de los poros septales nos muestran cómo la experiencia directa de
la observación puede transformarse a fin de no contradecir una
posición teórica que se halla bien establecida. Mas hay otro aspecto
negativo de la transformación de la experiencia que se refleja en
la inobservación de fenómenos que no se compadecen con las pre­
concepciones. Creo que es ésta la única explicación razonable del
aparente hecho histórico de que no se dé en toda la Europa oc­
cidental ningún informe de la supemova del año 1054, de la que
sólo tenemos conocimiento hoy día merced a sus fragmentos, o lo
que de ella quedó tras su explosión, formando la Nébula del Can­
grejo*. Aparentemente los hombres y mujeres de la Europa del
siglo x i «no vieron» esta supernova en los cielos, debiéndose ello
* La Nébula del Cangrejo (N G C 1972, M 1), llamada así por su forma, se
Halla en Taurus a 5.000 años luz de la Tierra, presentando de 5 a 10 años luz
de diámetro. Observada el 4 de julio de 1054 por los chinos, resultó visible de
día durante veintitrés días, y de noche, durante casi dos años. (N . del T .)
230 Las transformaciones de las ideas den tíficas

tal vez al hecho de haberse criado en la creencia de que los cielos


son incorruptibles e inmutables. Sin embargo, en China y Japón,
lugares donde tales prejuicios no existían, la aparición de esta nueva
estrella increíblemente brillante fue debidamente registrada. De
hecho, no es más que una de tantas apariciones de novas y super-
novas observadas y registradas en China durante «ese período que
media entre Hiparco y Tycho Brahe, durante el cual el resto del
mundo permaneció en la casi total ignorancia del hecho de que a
veces aparecen 'nuevas estrellas’ en los cielos» (Needham, 1959,
p. 172). Las manchas solares también observadas en China, constitu­
yen otro grupo de «fenómenos [que] fueron regularmente obser­
vados durante siglos por los chinos y que los europeos no sólo
ignoraron, sino que además habrían encontrado inadmisibles por sus
preconcepciones cósmicas» (ib id .). Lo único que se puede añadir
es que esas mismas preconcepciones cósmicas («Se creía que los
cielos eran perfectos») también inhibieron al parecer la capacidad de
los europeos de «ver» los fenómenos®.
De hecho podemos documentar el modo en que «no se ve» una
nueva estrella o nova por referencia a la supernova de 1572. Aunque
Tycho Brahe fue una excepción, incluso él tuvo dificultades para
convencerse de que había una nueva estrella en los cielos. Su expe­
riencia muestra dramáticamente el efecto inhibidor de los pre­
juicios y dogmas aceptados. En aquella época, la doctrina de que el
cambio (generación y corrupción) no puede darse en las regiones
celestes aún era ampliamente aceptada por todos los pensadores.
Gim o explicaba Tycho Brahe en su tratado D e nova stella (1573):
Todos los filósofos convienen, y los mismos hechos asi lo atestiguan, en
que en las regiones etéreas del mundo celeste no se da cambio alguno rela­
tivo a la generación y corrupción [i.e., llegar a ser y dejar de se r]; mas los
cielos y los cuerpos etéreos que se hallan en el délo no aumentan ni distnim*
yen, no cambian de número, tamaño, brillo o cualquier otro aspecto, sino que
siempre permanecen igual. [Brahe, 1913-1929, vol. 1, p. 16.]

De acuerdo con ello, un objeto cambiante o un objeto nuevo que


apareciese en los cielos se tomaría como situado debajo de la esfera
de la luna, en la región de los cuatro elementos aristotélicos (tierra,
aire, fuego y agua), donde se suponía que el cambio tenía lugar.
Según los principios aristotélicos, tal objeto no podría ser un planeta
o una estrella, sino que habría de ser un cometa o un «meteoro
ígneo». La experiencia de Tycho Brahe en relación con la nueva
estrella de 1572 resulta especialmente reveladora por lo que atañe
a la filosofía dominante, indicando la dificultad de reconciliar la
obvia apariencia de una nueva estrella brillante con el dogma de
4. La transformación de las ideas científica» 231

que ningún cambio puede acontecer en las regiones celestes y que,


por ende, no puede haber una nueva estrella en los cielos9.
Tycho vio por vez primera la nueva estrella en la noche del 11
de noviembre de 1572. Tornaba a casa tras haber estado muy ocu­
pado en experimentos químicos (o alquímicos) y, según su costum­
bre, echó un vistazo a las estrellas que titilaban en el diáfano cielo
nocturno. Justamente encima de su cabeza, en la constelación de
Cassiopeia, observó algo que parecía una nueva y extraña o inusual
estrella, que superaba cumplidamente a las otras en brillo. Dado que
desde su niñez conocía todas las estrellas visibles de los cielos
(conocimiento que, según nos dice, no resulta difícil de alcanzar),
era evidente «que en ese lugar del cielo nunca antes había habido
una estrella, ni siquiera una estrella insignificante, tanto menos una
de tan conspicuo fulgor». Tycho se quedó pasmado, admitiendo
posteriormente que no se sentía avergonzado de haber dudado de la
evidencia de su sentido de la vista. Ya que a penas podía creer lo
que veía, Tycho se volvió a algunos menestrales que le servían, pre­
guntándoles si eran capaces de ver la estrella en el lugar que les
indicaba. Por más que porfiasen en que la veían, Tycho precisó aún
de ulteriores confirmaciones antes de hallarse dispuesto a admitir
que había una nueva estrella en los cielos. Como algunos paisanos
(o granjeros) pasasen por allí, Tycho les preguntó si acaso también
ellos podían ver la estrella, a lo que respondieron que podían ver
una estrella muy brillante en el lugar que les indicaba. Entonces, y
sólo entonces, dejó de dudar de la evidencia de sus sentidos (Brahe,
1913-1929, vol. 2, p. 308).
En su intento de comunicar al lector una impresión de la ex­
traordinaria experiencia consistente en ver una nueva estrella en los
cielos, Tycho sólo pudo recurrir a la comparación con «un milagro»,
«o el mayor de cuantos milagros han tenido lugar en el pleno dominio
de la naturaleza desde los comienzos del mundo, o un milagro que
se ha de poner en la misma categoría que los recogidos en las sa­
gradas escrituras, como la detención del Sol en su carrera en res­
puesta de las plegarias de Josué y el entenebrecimiento de la faz
solar cuando la crucifixión» (ibid., vol. 1, p. 16). A continuación
recuerda Tycho a sus lectores por qué resultaba tan milagrosa esa
estrella. Su generación en los cielos representaba un acontecimiento
que trascendía «las leyes ordinarias de la naturaleza», constituyendo
una no menor transgresión de «las mismas leyes naturales» su des­
aparición, si llegase a producirse. No es de extrañar que en un
principio Tycho no creyese en la evidencia de sus sentidos. La expe­
riencia de Tycho suministra una admirable ilustración de la suprema
y casi insuperable dificultad de transformar una impresión de los
232 Las transformaciones de las ideas científicas

sentidos en la idea de un acontecimiento físicamente causado, cuando


dicha causa contradice directamente los preceptos científicos o filo­
sóficos generales de la ¿poca. Otros astrónomos u observadores
habrían dudado sencillamente de la evidencia de sus sentidos y, de
manera inconsciente, habrían desestimado o negado la aparición de
una nueva estrella.
Una alternativa abierta ante Tycho Brahe habría sido concluir
que los datos de la percepción sensibles correspondían a un objeto
físico, aunque no a una estrella. En tal caso, el objeto brillante se
habría interpretado como un cometa, dado que era generalmente
aceptado (según las enseñanzas de Aristóteles) que los cometas y
meteoros se producen en o cerca de la atmósfera terrestre o, en
cualquier caso, bajo la esfera de la Luna, región en la que puede
darse el cambio, aunque en ningún caso en los espacios celestes de
los planetas y las estrellas, donde ningún cambio puede darse.
Tycho era plenamente consciente de esta posibilidad que rechazó por
varios motivos. El objeto observado carecía de cola, titilaba como
una estrella y no se movía en dirección contraria a la diaria rotación
de los cielos. Más importante aún, cuidadosas mediciones con un
nuevo sextante que acababa de construir mostraban que la estrella
carecía de paralaje discemible, por lo que habría de situarse más
allá de la esfera de la luna, en la región de las estrellas. Concluía
que «esta estrella no es cierto tipo de cometa o meteoro ígneo,
genérense éstos debajo de la luna o más allá de ella, sino que es
una estrella que brilla en el firmamento mismo y que nunca antes
de nuestro tiempo se ha visto, en ninguna época desde los comienzos
del mundo» (Shapley & Howarth, 1929, p. 19).
Tycho también ha dejado constancia en nuestro beneficio del
modo en que las personas instruidas que él conocía ignoraban la
existencia de la nueva estrella. A comienzos de 1572, dice, realizó
una visita a su amigo Johannes Pratensis en Copenhague. Por más
que Pratensis fuese una destacada personalidad en los círculos inte­
lectuales de la universidad, ni siquiera había oído que hubiese una
nueva estrella brillando en los cielos. Aunque tal estrella tuviese un
brillo igual al de Venus en su máximo, ni se había visto ni discutido
entre los profesores de la universidad. Pratensis a penas podía dar
crédito a las noticias de Tycho, lo que resultaba tanto más notable
por cuanto que, como más tarde confiaría a Tycho, y como éste
recogió oportunamente en su Progymanasmata, enseñaba entonces en
la Universidad el contenido del segundo libro de la Historia Natural
de Plinio, en el que éste informaba de que Hiparco había visto una
nueva estrella, acontecimiento que le había llevado a la elaboración
4. L a transformación de las ideas científicas 233

de su famoso catálogo de estrellas. Tycho les comunicó a sus lec­


tores todo lo relativo a estos sucesos junto con el supuesto incidente
de Hiparco, quien habría «notado la presencia de una estrella dis­
tinta de todas las vistas con anterioridad, estrella que habría nacido
en su propia época». Mas Tycho, evidentemente, no confiaba plena­
mente en la historia de Plinio, tal y como puso de manifiesto por el
recurso a una cláusula condicional: «si hemos de creer a Plinio»
(« s i Plinio adbibenda est fid es»), (Brahe, 1913-1929, vol. 1, p. 16).
Poco después de la llegada de Tycho a Copenhague, él y Praten-
sis recibieron una invitación a cenar del diplomático francés Charles
Dancey, quien se hallaba muy interesado por la astronomía. (En
1576, Dancey habría de realizar a petición propia la ceremonia de
poner la primera piedra del observatorio de Tycho «Uraniborg», en
la isla de Hveen). Cuando Tycho manifestó que había una nueva
estrella en los délos, Dancey pensó que Tycho bromeaba y no
hablaba seriamente ( «Putabat enim me io c a ri...»), que estaba to­
mándoles el pelo a los astrónomos de Copenhague. De camino a
casa, tras la cena, Tycho convendó a Pratensis de la existencia de
la nueva estrella, mostrándosela refulgiendo en Cassiopeia (Bra­
he, 1913-1929, vol. 3, pp. 93-94). Pratensis se quedó tan estupefacto
como lo había estado el propio Tycho cuando contemplara por vez
primera en el cielo dicha estrella.
La experiencia de Tycho muestra cuán difícil es transformar los
datos de la experienda sensible (un punto de luz que parece como
una estrella) en una causa física (una estrella que aparece en un lugar
de los cielos en el que no debiera estar). El ejemplo de Galileo nos
mostrará el efecto contrario, la influencia notablemente reforzadora
del compromiso con las doctrinas copernicanas. Los historiadores
de la denda crean frecuentemente la impresión de que, cuando
Galileo orientó su recientemente inventado telescopio astronómico
hacia los délos, en 1609, descubrió o «vio» montañas en la luna
y los satélites de Júpiter, aunque evidentemente no hizo nada se­
mejante. Una lectura atenta de las notas manuscritas de Galileo
o de la notida publicada de sus descubrimientos presentada en su
E l mensaje de los astros de 1610 muestra que, cuando Galileo
examinó la Luna a través del telescopio, vio un número de manchas
superior a lo esperado. Algunas de las manchas eran más oscuras y
mucho mayores que otras, siendo denominadas por Galileo «las
manchas 'grandes’ o 'antiguas’», dado que eran las vistas y señaladas
por los observadores a simple vista a lo largo de muchos siglos. Estas
habrían de distinguirse de algunas manchas menores y muy numero­
sas que nunca se habían observado antes de la invendón del te­
234 Las transform aciones de las ideas científicas

lescopio o, como decía Galileo, «nunca nadie las había visto antes
que yo» 10. Estas nuevas manchas eran los datos brutos de la expe­
riencia sensible o, para decirlo de otro modo, lo que Galileo vio de
hecho a través del telescopio fue una colección de manchas de dos
tipos. Como el propio Galileo nos dice, le llevó algún tiempo
transformar estos datos de los sentidos o imágenes visuales en un
concepto nuevo, cual es una superficie lunar con montañas y valles,
fuente y causa de lo que había visto a través del telescopio. A este
respecto no cabe la menor duda, tal y como el mismísimo Galileo
hizo patente en su explicación publicada. Dejémoslo hablar por sí
mismo (Galileo, 1957, p. 31):

Mediante las observaciones de estas manchas, múltiples veces repetidas, me


he visto llevado a la opinión y convicción de que la superficie de la luna no
es suave, uniforme y exactamente esférica, tal y como piensa un gran número
de filósofos que es (y los otros cuerpos celestes), sino que por el contrario
es desigual, rugosa y llena de cavidades y prominencias, no resultando distinta
de la faz de la tierra, surcada de cadenas montañosas y profundos valles.

A continuación, Galileo describe las observaciones que realmente


había realizado «mediante las cuales me fue posible extraer esta
conclusión». N o es preciso que entremos en los detalles de dichas
observaciones (ibid., pp. 32-34), si bien podemos señalar que mu­
chas de ellas le sugirieron a Galileo una analogía con los fenómenos
terrestres. Por ejemplo, ciertas «pequeñas manchas negruzcas» pre­
sentaban «sus partes ennegrecidas hacia el Sol», mientras que en el
lugar opuesto al Sol parecían verse «coronadas por contornos bri­
llantes, como si se tratase de cumbres refulgentes». Podemos ver
un fenómeno semejante en la Tierra a la salida del Sol, señala Gali­
leo, «cuando contemplamos los valles aún no inundados de luz,
mientras que las montañas que los rodean se hallan ya incendiadas
con un brillante resplandor por la parte opuesta al Sol». Otra obser­
vación «asombrosa» era una serie de «puntos brillantes» en la
región oscura de la Luna que se halla bastante más allá del límite
entre luz y sombra. Descubrió que dichos puntos se hacían progre­
sivamente mayores hasta terminar por unirse «al resto de la parte
iluminada [de la Luna], que se veía ahora de mayor tamaño». Estos
puntos, concluía, eran las luminosas cumbres de las montañas que
se elevaban a tal altura sobre la superficie de la Luna que resulatban
iluminadas por la luz solar aun cuando sus bases estuviesen en la
región de sombras o en la oscuridad. Una vez más, Galileo recuerda
a sus lectores la analogía terrestre, ya que «en la Tierra, antes de
la salida del Sol, ¿acaso las más altas cumbres de las montañas no
4. La transformación de las ideas científicas 235

resultan iluminadas por los rayos del Sol mientras la llanura per­
manece aún en sombras?»
La transformación intelectual de estas observaciones lunares en
conclusiones que se acomoden a lo que Galileo llama «la vieja
opinión pitagórica de que la Luna es como otra Tierra» se vio impul­
sada por el compromiso galileano con el sistema copemicano. Tiene
que haberse dado una considerable presión inconsciente para vindi­
car la postura copemicana según la cual la Tierra no es más que
otro planeta, no difiriendo de otros planetas y de la Luna. Si la
Tierra no es un cuerpo único, no se halla particularmente dotado
para carecer de movimiento y estar en el centro del universo. El
compromiso copemicano de Galileo hizo que transformase los datos
de observación en un argumento según el cual la Luna se asemeja a
la Tierra.
Un proceso un tanto similar de transformación de los datos sen­
soriales de la experiencia se dio con relación con lo que Galileo
llamaba «la cuestión que en mi concepto merece tomarse como la
más importante de todas, cual es el descubrimiento de cuatro PLA­
NETAS, jamás vistos desde la creación del mundo hasta nuestros
días» (Galileo, 1957, p. 50). Aquí Galileo utiliza la palabra «pla­
neta» en el sentido griego original de cualquier cuerpo errante de
los cielos, y hace alusión a su descubrimiento de los satélites de
Júpiter o planetas secundarios que acompañaban al planeta primario
Júpiter. Lo que de hecho «vio» no fue un conjunto de lunas o
satélites, sino que lo realmente observado el 7 de enero de 1610
fue «al lado del planeta... tres estrellitas, ciertamente pequeñas,
aunque muy brillantes». Estos puntos de luz que parecían estrellas
a pesar de su proximidad a Júpiter eran los genuinos datos sensibles.
En un principio, Galileo hizo tan sólo la simple y obvia transfor­
mación de la visión de dichos puntos de luz, concluyendo que había
visto estrellas. Como él señalaba (Galileo, 1957, p. 51), «Creo que
se hallan entre las huestes de las estrellas fijas». El único aspecto
especial que despertó su curiosidad, continúa diciendo, fue su «apa­
riencia de hallarse en una línea exactamente recta paralela a la
eclíptica y ... el hecho de resultar más esplendorosas que otras de su
tamaño». Tan lejos se hallaba de pensar que pudiesen ser satélites
de Júpiter que nos dice que «no presté atención a las distancias que
mediaban entre ellas y Júpiter, ya que en un principio pensé que se
trataba de estrellas fijas, como ya he dicho». Su segunda observación
se realizó la noche siguiente, mostrando «tres estrellitas... todas
muy juntas al oeste de Júpiter y a intervalos iguales unas de otras».
Aún entonces, Galileo no comenzó o conjeturar que se trataba de
satélites. Por el contrario, nos dice,
236 Las transformaciones de las ideas científicas

Comencé a plantearme el problema de cómo es que Júpiter podía hallarse


al este de todas estas estrellas, siendo así que el día anterior se hallaba justa­
mente al oeste de las mismas. Comencé a preguntarme si acaso Júpiter no se
estaría moviendo hacia el este en ese momento, en contra de los cómputos de
los astrónomos, pasando por delante de ellas en virtud de dicho movimiento.
De ahí que aguardase con el mayor interés la noche siguiente.

Tras ulteriores observaciones, terminó por «decidir más allá de


toda disputa que había en el cielo tres estrellas errantes que iban
en torno a Júpiter a la manera en que Venus y Mercurio van en torno
al Sol». No transcurrió mucho tiempo antes de que descubriese
que hay «cuatro errantes» que «completan sus revoluciones en torno
a Júpiter». No deja de ser interesante que Galileo establezca una
analogía entre los satélites o luminarias menores que se mueven en
tomo a la luminaria mayor de Júpiter y el movimiento de Venus y
Mercurio en torno a la más brillante luz del Sol. Dicha analogía
indicaría que el copernicanismo de Galileo se hallaba directamente
relacionado (según su propio testimonio explícito) con su transfor­
mación de la idea de que se trataba de estrellas que se movían junto
con Júpiter en la idea de que son satélites que se mueven en torno
a Júpiter u.
El ejemplo de los satélites de Júpiter difiere en un aspecto
esencial de la experiencia anterior con las manchas de la Luna. E s
obvio que el copernicanismo y anti-aristotelismo de Galileo prepa­
raron su mente para la posibilidad de que la Luna tuviese un carácter
terrestre, mientras que no había nada en su sesgo o compromiso
pro-copernicano que lo preparase para la existencia de un modelo en
miniatura del sistema copernicano, bajo la forma de un sistema de
satélites en torno a Júpiter. Podría argüirse que si la Tierra no es
algo único, habría de seguirse que la Tierra no tendría por qué ser
el único planeta con un satélite. Esta vía de pensamiento podría
haber sido parte de la concepción galileana última de que hay sa­
télites en Júpiter. Mas, de hecho, Galileo no menciona la analogía
con la posesión de una luna por parte de la Tierra. De hecho se
da una asombrosa y notable diferencia entre que un planeta posea
una luna única y la existencia de todo un sistema de satélites o cuatro
nuevos «planetas» rodeando a Júpiter. Incluso un copernicano tan
firme como Kepler se sintió anonadado por las nuevas de que Gali­
leo había descubierto cuatro nuevos planetas o estrellas errantes, ya
que no sabía cómo encajarlos en su esquema, según el cual las sepa­
raciones entre los seis planetas se relacionaban con la existencia de
los cinco y sólo cinco sólidos regulares.
Naturalmente, había una cuestión adicional acoplada al nuevo
descubrimiento, una vez realizado, cual es la de responder a las ob-
4 . L a transform ación de las ideas científicas 237

jedones de los anticopernicanos, quienes argumentaban que la Tierra


no se podía mover en su órbita (y recuérdese que lo hace a la enorme
velocidad de unos treinta y dos kilómetros por segundo) sin perder
su luna. Todos admitían que Júpiter se movía; pues bien, si Júpiter
puede moverse en su órbita sin perder cuatro lunas, no cabe duda
de que no se puede objetar nada a que la Tierra se mueva sin perder
su única luna.
No hubo de transcurrir mucho tiempo antes de que Galileo
realizase otro descubrimiento notable, cual es el de las manchas
solares. Dichas manchas constituyen lo dado, los datos de la obser­
vación sensible. Lo que resulta significativo es el modo en que fueron
transformados o interpretados por Galileo. Es de sobra conocido
que Galileo mostró que de hecho se trataba de manchas situadas
sobre la superficie del sol, interpretando así su movimiento como
indicación de que el Sol se mueve rotando sobre su eje. Otras per­
sonas con puntos de vista científicos y filosóficos diversos trataron
de dar otra interpretación, sosteniendo que tales manchas eran
sombras proyectadas sobre el Sol tal vez por estrellas que «giran
en torno a él a la manera de Mercurio y Venus» n. Ambas interpreta­
ciones muestran de qué manera los puntos de vista actúan sobre lo
que se observa. Un aristotélico ha de pensar que el Sol es en sí
mismo puro e inmaculado, mientras que a un anti-aristotélico del
calibre de Galileo se le daba un ardite si el Sol era inmaculado o ma­
culado, si era inmutable o si sufría cambios diarios. En el presente
contexto, las manchas solares son importantes en un sentido his­
tórico, ya que resulta que durante la edad media se produjeron
unas cuantas observaciones de las manchas solares, si bien se tendían
a interpretar como ejemplos del paso de un planeta (Mercurio o
Venus) por delante de la faz solar, pues la filosofía dominante no
habría de permitir que estas observaciones se transformasen en el
enunciado interpretativo de que el Sol posee manchas (véase Golds-
tein, 1969).
La doctrina de la transformación tiende a señalar la ocasión efec­
tiva en que el bagaje del científico, su orientación filosófica o visión
científica interactúa con los datos de los sentidos a fin de suministrar
el tipo de base sobre la que se asienta el avance de la ciencia. De
esta manera se prepara el camino para la siguiente fase de la in­
vestigación que no trataré de proseguir aquí con más profunddad.
Naturalmente, sería importante poder identificar, clasificar e inter­
pretar aquellas partes del bagaje del científico que resultan opera­
tivas de manera fundamental en una buena cantidad de ejemplos.
Pongo por caso, un primer paso sería tratar de distinguir el efecto
del transfondo filosófico y científico general del de la personalidad
238 Las transform aciones de las ideas científicas

particular del científico. Sería importante tratar de descubrir hasta


qué punto las transformaciones intelectuales se relacionan con el
transfondo, siendo independientes del científico particular. Tan sólo
se han dado los primeros pasos más sencillos en este campo general
del transfondo psicológico del descubrimiento. En concreto, éste
ha sido el tema de un conjunto de observaciones muy penetrantes
de N. R. Hanson (1958, pp. 4-43*), siendo también investigado por
Leonard K. Nash (1963, cap. 1 y 2). No cabe duda de que la
psicología de la Gestalt tiene muchas cosas importantes que decir al
respecto13, y es evidente que los estudios de los psicólogos experi­
mentales, como R. L. Gregory (1970) y de los historiadores del
arte, como E. H. Gombrich (véase, por ejemplo, 1960; Gregory
& Gombrich, 1973), terminarán arrojando considerable luz sobre
este tema.

4.8. E l carácter único de la innovación científica: la originalidad


según Freud

Al final del apartado § 4.6, se indicaba que el concepto de


transformación lleva a suponer que deberían de ciarse múltiples des­
cubrimientos científicos simultáneos y cuasi-independientes, por lo
que debemos plantear inmediatamente la cuestión de si se da real­
mente en la ciencia la originalidad en un sentido pleno.
Al discutir el tema de lo que él denominaba «originalidad cien­
tífica aparente», Sigmund Freud escribía que cuando aparece en
la ciencia una idea nueva, al principio se aclama como descubri-
minto y luego, «por regla general, se le discute tal carácter». «Poco
después, una investigación objetiva revela que, después de todo,
no constituía de hecho una novedad». De hecho, insiste Freud,
normalmente se termina por descubrir que el supuesto hallazgo no
sólo se había hecho ya anteriormente, sino que se había hecho repe­
tidamente. Se demuestra que la idea tenía predecesores, que había
sido «presumida vagamente y formulada sin perfección» (Freud,
1923, p. 2 6 1 **). Freud podría haber estado describiendo perfecta­
mente la tarea usual del historiador de las ideas, especialmente del
historiador de las ideas científicas.
Sin embargo, lo que en el presente contexto resulta particular­
mente interesante es lo que a continuación dice Freud del «lado
subjetivo de la originalidad». El científico puede preguntarse «cuál
* Véase la traducción española citada en la bibliografía, pp. 77-136. (N ota
del traductor.)
* * Véase la traducción española citada en la bibliografía, vol. I I I , pági­
na 126. (N . del T .)
4 . L a transform ación de las ideas científicas 239

era la fuente de las ideas peculiares que ha aplicado a su material».


En algunos casos, decía Freud, el científico «descubrirá sin muchos
esfuerzos las pistas de que se derivaban, las afirmaciones de otros
que él ha tomado y modificado y cuyas implicaciones ha elaborado»
(Freud, 1923, p. 261). Freud ha enunciado aquí plenamente la
doctrina de la transformación de las ideas c ie n tífic a sC o n todo,
Freud fue un paso más allá de lo que indicaría la cita anterior, dado
que se ocupó también de las ideas originales cuyas fuentes resul­
taban desconocidas para el científico. En tal caso, señala Freud, el
científico «tan sólo puede suponer que estos pensamientos y estra­
tegias mentales se han generado, sin que pueda decir cómo, en el
seno de su propia actividad mental, basando en ella sus preten­
siones de originalidad». Con todo, prosigue Ferud, estas pretensio­
nes de originalidad se ven disminuidas merced a una «minuciosa
investigación psicológica». Por medio de ella, señala, se pueden
descubrir «fuentes ocultas y tiempo ha olvidadas que suministraron
el estímulo de las ideas aparentemente originales», por lo que se
contempla la ostensiblemente nueva creación como un «resucitar de
algo olvidado y aplicado a un material nuevo. Nada hay que la­
mentar en todo esto, pues no tenemos derecho a esperar que lo que
era 'original' hubiese de ser irrastreable e indeterminable» (Freud,
1923, p. 261). Freud admitía claramente que «la originalidad de
muchas de las ideas nevas utilizadas por mí en la interpretación de
los sueños y en el psicoanálisis se ha evaporado por este motivo».
Freud discutió la única idea para la que no podía encontrar fuente
alguna en un ensayo sobre Josef Popper (1838-1921) o Popper-
Lynkeus2. Llama en él la atención sobre el hecho de que, por lo
que respectaba a sí mismo, la conciencia de la «originalidad de mu-
días de las nuevas ideas por mí empleadas en la interpretación de los
sueños y en el psicoanálisis» era un tanto diversa de la creación
libre tal y como comúnmente se imagina, dado que cada una de
las nuevas ideas podía retrotraerse a alguna fuente. De hecho Freud
era tan inmodesto al hablar de las fuentes de sus ideas como al
hablar de sus propias cualidades como científico y descubridor. Así,
decía respecto a su trabajo sobre los sueños y el psicoanálisis en
general, «Ignoro las fuentes de tan sólo una de estas ideas» (Freud,
1923, p. 261). La idea en cuestión era la de la deformación onírica,
el fenómeno en el que los sueños asumen tal «carácter extraño,
confuso y sin sentido» y que Freud atribuía a que «algo luchaba por
expresarse en ellos, recibiendo una resistencia por parte de otras
fuerzas mentales (ibid., p. 262*). Freud definía la censura de los

* Traducción citada, p. 127. (N . del T .)


240 L as transform aciones de las ideas científicas

sueños como la «fueza mental de los seres humanos» que vigila la


contradicción interna entre los impulsos que se agitan eo la mente
de quien sueña y «lo que podríamos denominar el credo oficial
ético y estético del que sueña». La censura de los sueños «vigila esta
contradicción interna y distorsiona los impulsos instintivos primitivos
de quien está soñando en favor de normas convencionales o morales
superiores».
En este contexto, el ensayo de Freud resulta significativo por
cuanto que, como decía él mismo, es precisamente «esta parte esen­
cial de mi teoría de los sueños» la que fue «descubierta indepen­
dientemente por Popper-Lynkeus». Curiosamente, Freud no siguió
analizando esta extraña coincidencia de descubrimiento o inven­
ción. Concluyó simplemente enunciando su creencia de «que lo que
me permitió descubrir la causa de la distorsión de los sueños fue
mi valor moral», mientras que en el caso de Popper-Lynkeus fue
«la pureza, el amor a la verdad y la serenidad moral de su natura­
leza» 3. Al parecer, nunca se le ocurrió a Freud aplicar su propia
teoría para sugerir que tanto él como Popper-Lynkeus o bien habían
leído las mismas obras que sirvieron como fuente de sus respectivas
transformaciones, o bien habían leído obras diferentes derivadas ori­
ginalmente de una y la misma fuente. Tampoco tomó Freud en con­
sideración la posibilidad de que ambos, él y Popper-Lynkeus, hu­
biesen basado sus transformaciones en elementos comunes a las ideas
y al ambiente general entonces vigente.

4.9. Transformaciones y revoluciones científicas

En estas páginas, no he pretendido plasmar una anatomía de


las ideas científicas o siquiera sea una taxonomía completa de las
transformaciones de las ideas científicas, si bien espero haber con­
tribuido al logro de ambos fines. No podría discutir la revolución
científica newtoniana sin introducir estas cuestiones, ya que de lo
contrario, habría de parecer extraño que una revolución pudiese ser
otra cosa que un conjunto de ideas completamente nuevo, un arrum­
bamiento o trastocaminto de los métodos, leyes, principios y concep­
tos heredados. Naturalmente, la ciencia de los Principia era nueva
por cuanto que nunca antes había existido un sistema tan plena­
mente basado en la fuerza y masa, en la inercia y su manifestación
en movimientos uniformes y acelerados. Además, la gravitación uni­
versal, en cuanto entidad cuantificada, era nueva, a pesar de las
diversas raíces o pasos transformadores que le habían permitido a
Newton producirlaf véase Koyré, 1950a). Creo que es precisamente
en virtud de prestar atención a las transformaciones como podremos
4. L a transformación de las ideas científicas 241

ver cómo un sistema revolucionario del calibre del de Newton pudo


surgir a partir de elementos que no parecen nuevos en absoluto, si
bien muestran toda su novedad en el grado de transformación in­
troducido por Newton. Es comprensible que estudiosos anteriores
incurriesen en la denominación imprecisa de «síntesis» por no haber
reconocido explícitamente el grado de transformación de las ideas
que contribuyen a formar tantos aspectos esenciales del revolucio­
nario sistema newtoniano.
Normalmente, los historiadores conciben las revoluciones en
términos de acontecimintos catastróficos, de manera que las revo­
luciones científicas desempeñan en el desarrollo de las ciencias una
función similar al de la Revolución Francesa o de la Revolución
Rusa en la historia de las sociedades humanas. El viejo modo de
vida desaparece, dando lugar al nuevo. En la obra de Thomas
S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, este tipo de
cambio radical y cuasi-total se expresa como el rechazo de la situa­
ción de «ciencia normal», poniendo en su lugar una nueva «ciencia
normal». Por lo que respecta a la función de los Principia como
paradigma de la nueva ciencia normal, Kuhn ha sufrido un notable
cambio en su manera de pensar entre la primera y la segunda edición
de su libro, una cuestión que no necesitamos discutir aq u í'. Como
la mayoría de los historiadores y analistas históricos, Kuhn se ocupa
de lo que creo que se podría denominar sin injusticia los aspectos
globales del cambio científico: la sustitución general de un conjunto
de creencias compartidas por otros en la comunidad científica. Si­
guiendo a Georges Canguilhem, podríamos llamar a esto la escala
macroscópica de la historia de la ciencia2. No obstante, me ocupo
aquí de un problema distinto, que no es él de la totalidad del cam­
bio introducido por los Principia ni el de la formación de un nuevo
paradigma para k mecánica terrestre y celeste, sino el de los estadios
separados y separables de la innovación mediante la cual Newton
alteró tatos modos de análisis y conceptos aceptados de las ciencias
físicas. Me intereso aquí, dicho sea brevemente, por el análisis
detallado del pensamiento creador de Newton en el campo cientí­
fico, por la estructura fina de la revolución científica producida por
los Principia, por k escala microscópica de k historia de la ciencia.
O , para decirlo de otra manera, de lo que aquí me ocupo es del papel
desempeñado por el individuo en el cambio científico, incluso en k s
revoluciones científicas, como medio para comprender de qué modo
pueda sufrir la ciencia alteraciones radicales en sus sistemas de con­
ceptos, leyes y explicaciones. El análisis de las revoluciones en una
serie de transformaciones muestra la continuidad dentro del cam­
bio, sin disminuir por ello k magnitud del propio cambio neto.
242 Las transform aciones de las ideas científicas

Ya he aludido antes (en el párrafo § 4.2) al problema de la


plausibilidad y creencias razonables en que la ciencia pueda avanzar
de hecho mediante grandes saltos y grandes revoluciones dramá­
ticas. Muchos científicos y filósofos dudan de la adecuación de con­
cebir el desarrollo de la ciencia en términos de revoluciones. Espe­
cialmente a los físicos, la idea de revoluciones científicas les parece
muy inapropiada e inexacta para caracterizar el desarrollo de su
ciencia. En un informe sobre el estado de la física, alumbrado hace
unos pocos años bajo la égida del Comité Presidencial sobre la
Ciencia y la Política del Comité Asesor de la Ciencia Nacional de la
Academia de Ciencias (U.S.A.), fue blanco especial de ataque la
idea de tales revoluciones llevadas a cabo por un solo hombre 3. Más
recientemente, Steven Weinberg ha escrito que en «el desarrollo de
la teoría cuántica de campos, desde 1930», el «elemento esencial de
progreso ha sido constatar una y otra vez, que la revolución resulta
innecesaria» *.
Hace unos cuarenta años, Rutherford, en un ensayo sobre la
naturaleza del descubrimiento científico (1938, pp. 73 y $s.), expre­
só un punto de vista similar. No está «en la naturaleza de las cosas»,
escribió, «que un solo hombre realice un descubrimiento violento
y repentino»:

La den d a avanza paso a paso, y todos dependen del trabajo de sus prede­
cesores. Cuando se oye hablar de un descubrimiento repentino e inesperado,
un trueno en un día despejado, por así decir, siempre se puede estar seguro
que se ha desarrollado por la influenria de una persona sobre otra, siendo esta
influenda mutua la que crea la enorme posibilidad de progreso científico. Los
científicos no dependen de las ideas de un hombre solo, sino de la sabiduría
combinada de miles de personas, todas dando vueltas al mismo problema, todas
contribuyendo con su grano de arena a la gran estructura de conocimiento que
paulatinamente se erige.

Esta idea de revolución por transformación suministra una relación


de parentesco entre la reconstrucción histórica del cambio científico
del pasado y el presente desarrollo de la ciencia tal y como vemos
que ocurre aquí y ahora. En este sentido, lo que los sucesores de
Newton llamaban una «revolución» se torna en un acontecimiento
(o serie de ellos) plausible, según todo lo que sabemos acerca de la
ciencia, tal y como la hemos visto desarrollarse en el presente y en el
pasado reciente, así como en la revolución científica.
A medida que rastreamos las transformaciones realizadas por
Newton sobre las ideas, conceptos, métodos, leyes y principios me­
diante los que la ciencia de la dinámica se desarrolló a lo largo del
siglo xvii, no podemos menos de percatarnos de cuánto debía
4. La transformación de las ideas científicas 243

Newton a sus ilustres predecesores y contemporáneos. Con todo, al


mismo tiempo, conseguimos también captar el modo en que confirió
un sentido completamente nuevo al trabajo de sus compañeros de
ciencia, uno por uno. Semejante transformación nos muestra el
modo de operar de su genio creador. La gran generalización de un
principio de gravitación universal resultó ser la transformación final
de una concepción que ni siquiera Kepler llegó nunca a imaginar del
todo. Por supuesto, Newton era un genio, de hecho del tipo supe­
rior, comparable en las ciencias exactas a un grupo selecto que in­
cluye en mi opinión a Arquímedes, Laplace, Einstein, Rutherford
y Fermi. Mas afirmar estas cosas no contribuye más a la compresión
de estos problemas que el hablar de una «síntesis» en la formación
de la ciencia newtoniana. Al menos por el momento, nos hallamos
mermes a la hora de analizar el genio de Newton3, y de tratar de
rastrear sea su naturaleza o génesis, sea su medio. No obstante, el
estudio de la secuencia de transformaciones que lo condujeron a
la gravitación universal y a la ciencia de los Principia muestra el
modo de acción de su imaginación científica creadora. Natural­
mente, el paso esencial, la transformación final, el esfuerzo creador
supremo que le permitió desplegar el universo y sus partes operan­
tes como un sistema coherente de mecánica racional unido por la ley
del inverso del cuadrado, todo eso permanece aún envuelto en
el misterio, por más que tal vez ahora ya no se encuentre en la ca­
tegoría de lo milagroso, sino en el nivel parcialmente comprensible
del supremo genio humano.
Capítulo 5
NEWTON Y LAS LEYES DE KEPLER: LOS ESTADIOS
DE LA TRANSFORMACION QUE LLEVAN
A LA GRAVITACION UNIVERSAL

5.1. Las leyes de Kepler y los principios newtnianos

Hay dos opiniones muy extendidas sobre el desarrollo de las


ideas científicas de Newton, cual son las de que descubrió la ley de la
«gravitación» universal en los años de la década de 1660, abste­
niéndose luego de publicarla durante veinte años ‘, y la de que
descubrió dicha ley «deduciéndola» de las «leyes» de Kepler (o, tal
vez, de una de las leyes de Kepler) 2. £1 análisis que presentamos en
este captíulo mostrará que, según cualquier definición razonable de
la «gravitación» universal, Newton no halló la ley hasta algún
tiempo después de noviembre de 1684 y antes de 1686, publicán­
dola entonces sin pérdida de tiempo. Se verá que Newton no «de­
dujo» (no podía haberlo hecho lógicamente) la ley de la gravitación
universal a partir de las leyes de Kepler. En cualquier caso, no fue
consciente de la ley de áreas en un contexto dinámico fructífero hasta
algo después de los años sesenta, quizá no antes de la época de su
famoso intercambio epistolar con Hooke en 1679-1680 (véase el
apartado § 3.1). La clarificación del papel exacto desempeñado por
las tres leyes kleperianas sobre el movimiento planetario en el pen­
samiento de Newton sobre los movimientos celestes, mostrará las
sucesivas etapas por las que pasó Newton y las transformaciones que
le condujeron a la generalización de una fuerza universal de grave­
dad, desvelando también cómo es que el último paso entrañaba una
transformación racional radical de las leyes de Kepler.
244
5. Newton y las leyes de Kepler 245

Este episodio suministra un ejemplo de la creatividad de New­


ton en acción que contribuye más que cien preceptos a la com­
prensión de la lógica que puede haber en el descubrimiento cien­
tífico. El uso newtoniano de las leyes de Kepler y su ulterior trans­
formación de las mismas muestra la delicada relación que media
entre la explotación de los sistemas matemáticos o constructos ima­
ginativos y la búsqueda de «verdaderos» principios y leyes natura­
les que caracteriza a la ciencia newtoniana de los Principia, consti­
tuyendo el sello del estilo newtoniano.
A fin de que al lector le resulte más fácil seguir el hilo de la
argumentación, es preciso enunciar con claridad algunos de los resul­
tados establecidos por Netwon en los Principia. Newton comienza
(secciones 2 y 3 del libro primero) con un análisis del significado
físico de cada una de las tres «leyes» o «hipótesis planetarias» de
Kleper }, en el orden en que fueron presentadas (y descubiertas) por
el propio Kepler. En primer lugar, la leay de áreas, según la cual un
«radio» (nosotros diríamos «radio vector») del Sol a cualquiera de
los planetas barre áreas iguales en tiempos iguales. En segundo
lugar, los planetas se mueven en órbitas elípticas con el Sol en uno
de los focos. En tercer lugar, la ley armónica, según la cual la
razón e?/T * es la misma para todos los planetas del sistema solar,
siendo a la distancia media del planeta al Sol (en realidad el semieje
mayor) y T, el período de revolución del planeta en tomo al Sol,
medido por respecto a las estrellas fijas4. Una vez que el análisis
de Newton hubo mostrado el tipo de sistema físico del mundo re­
presentado por estas tres «leyes» o «hipótesis planetarias», es pa­
tente que dicho sistema no era el verdadero sistema del mundo5,
sino tan sólo un constructo matemático que resulta muy distinto, y
claramente distinto del mundo real. En efecto, el constructo mate­
mático corresponde a lo que es esencialmente un sistema de un
cuerpo y un centro de fuerza. Veremos cómo Newton altera este
constructo, introduciendo en primer lugar un segundo cuerpo mu­
tuamente interactuante, en lugar del centro matemático de fuerza,
de manera que se produzca un sistema como el del Sol y un único
planeta masivo4. Entonces, y sólo entonces, añade otros cuerpos
mutuamente interactuantes, de manera que se produzca un sistema
como el del sol y sus seis planetas. La transición a la dinámica de los
satélites de tales planetas exige ulteriores pasos distintos, tal y como
ocurre con la introducción de cuerpos con tamaños y formas reales.
Desde el punto de vista de la dinámica de los Principia, la ter­
cera ley de Kepler resulta doblemente incorrecta. No sólo falla por
respecto a los efectos perturbadores de un planeta sobre otro, que
son más notables con respecto a las perturbaciones producidas por
246 Las transformaciones de las ideas científicas

Júpiter (con mucho la mayor masa planetaria de nuestro sistema


solar), sino que esta ley dista de la verdad incluso en el caso de un
sistema de planetas con masas distintas, cada una de las cuales atrae
mutuamente y es atraída gravitatoriamente sólo por el Sol. Como ha
dicho Karl Popper, no sólo resultan ser las «leyes de Kepler estric­
tamente inválidas» (ya que tan sólo son «aproximadamente váli­
das») «en la teoría de Newton», una vez que se ha reconocido la
«atracción mutua entre los planetas», sino que además, las «con­
tradicciones entre ambas teorías» (la de Kepler y la de Newton) son
«más fundamentales» que las derivadas de «este hecho obvio». Aun
cuando «despreciemos la atracción mutua entre los planetas» escribe,

La tercera ley de Kepler, considerada desde el punto de vista de la dinámica


newtoniana, no puede ser más que una aproximación aplicable a un caso
muy especial, cual es el de los planetas cuyas masas son iguales o, en
caso de ser desiguales, despreciables comparadas con la del Sol. Dado que
tal circunstancia no se da ni siquiera aproximadamente en el caso de dos
planetas, uno de los cuales es muy ligero, mientras que el otro resulta muy
pesado, es claro que la tercera ley de Kepler contradice la teoría de Newton
precisamente en el mismo sentido en que lo hace la de Galileo. [Popper,
1957, pp. 29 y ss.; 1972, p. 200 * .]

Como veremos más adelante, Newton mostró que para cualquier


sistema de cuerpos, digamos el Sol (masa s) y un planeta (masa />„),
hay una ley que (para unidades convenientemente elegidas) afir­
ma a»3 / r „ = 1 + (p„ / r) o bien a„3 / 7V = pn + s. Aquí, n =
= 1, 2, 3, corresponde al orden en que un planeta se halla
por respecto a su proximidad al sol. Los valores de / T„ para los
planetas de nuestro sistema solar, según los datos de Newton,
serán 1 + 1/1.067 para Júpiter, 1 + 1/3.021 para Saturno y 1 +
+ 1/169.282 para la tierra. Así, la diferencia máxima entre la ter­
cera ley de Kepler y la versión newtoniana resultado de la trans­
formación de la tercera ley de Kepler es aproximadamente de una
parte por mil o de 0,1 por cien7.
Podemos estar de acuerdo con Popper en que la tercera «hipó­
tesis planetaria» de Kepler, a7 / T* = constante, en la que hallamos
«la misma constante para todos los planetas del sistema solar», tan
sólo puede ser válida si todos los planetas poseen la misma
masa (pi), cosa que resulta ser falsa, o si todas las masas son tan
pequeñas con respecto a la masa solar que pueden considerarse
como cero. Esto último puede ser «una aproximación bastante buena
desde el punto de vista de la teoría de Newton», concluye Popper,

* Véase la traducción española citada en la bibliografía, p. 188. (N . del T .)


5. Newton y las leyes de Kepler 247

pero «no sólo es falsa estrictamente hablando, sino además impo­


sible desde el punto de vista de la teoría newtoniana», ya que «un
cuerpo de masa cero no habría ya de obedecer las leyes del movi­
miento de Newton». Así pues, completamente aparte de las acciones
de un planeta sobre otro, «la tercera ley de Kepler contradice la
teoría de Newton» que suministra una ley muy distinta (Popper,
1957, pp. 29-32; 1972, p. 200 *). Este ejemplo muestra el nuevo
y elevado grado de exactitud que lograron introducir los Prinapia
de Newton en las consideraciones atinentes a la astronomía plane­
taria teórica.

5.2. E l carácter de las leyes de Kepler en la época de Netwon

Antes de desplegar la sucesión de las ideas de Newton, se im­


ponen unas cuantas observaciones sobre las leyes de Kepler. Hoy
día, muchos estudiosos suponen sin fundamento que, en la época
de Newton, las tres leyes de Kepler eran de sobra conocidas y esta­
ban bien demostradas, siendo la tarea de Newton deducir de ellas
la ley de la fuerza gravitatoria. No era así ni mucho menos, aunque
la tercera ley (o ley armónica) gozase de mayor aceptación, ya que
después de todo se podría confirmar más sencillamente poniendo en
ella los valores de los períodos y distancias de los planetas. Como
Newton decía en los Principa, «Esta razón [o regla] hallada por
Kepler la acepta todo el m undo.»1 La ley de las órbitas elípticas se
enunciaba corrientemente en los libros de astronomía vigentes en
1670, si bien no siempre se usaba en problemas prácticos. La ley
recibió los ataques de Giovanni Domenico Cassini, director del
Observatorio de París, proponiendo sustituir las órbitas planetarias
elípticas de Kepler por una familia de curvas de su propia in­
vención, los óvalos de Cassini (uno de los miembros de esta fa­
milia se denominaba una «cassinoide» o una «cassiniana»). Esta
curva se define como el lugar geométrico de los puntos tales que
el producto de sus distancias a dos puntos fijos es constante; se
trata de una transformación de Cassini de la elipse de Kepler,
que se define como el lugar geométrico de los puntos tales que la
suma de sus distancias a dos puntos fijos (o focos) es constante2.
En algunas obras de astronomía (como el tan leído libro de
Vincent Wing), la nueva elipse kepleriana se armonizaba con la tra­
dicional astronomía epiddica mediante la construcción de la misma
ni como una sección de un cono (al estilo de Apoionio) ni como un

* Traducción española d u d a en la bibiograffa, pp. 188 y as. (N . del T .)


248 L as transform aciones de las ideas científicas

lugar relativo a dos puntos (al estilo de Kepler), sino como la curva
trazada por un epiciclo con un período de rotación igual al período
de revolución de su centro por el deferente3.
Por lo que respecta a la ley de áreas, se puede decir que en gran
medida permaneció ignorada4. Por ejemplo, en la Astronomía C a­
rolina de Thomas Streete, de donde el joven Newton extrajo una
anotación sobre la tercera ley, la ley de áreas se encuentra visible­
mente ausente3. En su lugar aparece una ley distinta, basada en la
rotación uniforme de un radio vector en torno al foco vacío (o
ecuante) de la elipse. Ya hemos aludido a tres formas adoptadas por
esta ley sustituyeme que eran corrientes en la época de Newton.
La más simple de las sustituías de la ley de áreas había sido inven-

Afelio
M

Fig. 5.1.—Sustituto de la ley de áreas. En la construcción sim ple, un radio


vector tiene como centro el foco vado (E) de la elipse, rotando uniformemente.
Su intersección con la elipse (en P o p ) determ ina la posición planetaria. En
el modelo m ás complicado, se traza un círculo que tiene como diám etro el efe
mayor de la elipse (MN). Se levanta una perpendicular (RQ o rq) sobre dicho
diámetro (M N), pasando por uno de los puntos previamente determ inados
(P o p) e intersecando el circulo (en Q o q ). Trácese ahora un nuevo radio
vector (E Q o E q) desde el foco vado (E ) a dicho punto del círculo, siendo
su intersección con la elipse (P ' o p') la posición planetaria acorregida». Se
observará que esta « corrección» desplaza la posición orbital determ inada por
el modelo sim ple, dejándola del ábside más próxim o (d e P a P ', m ás lejos
del d e lio , y de p a p ', m ás lejos del perihelio).
5. Newton y tas leyes de Kepler 249

tada por el propio Kepler, rechazándola antes de alcanzar la «ver­


dadera» elipse focal6. Esta ley constituye una buena aproximación
a los movimientos observados de los planetas, aunque resulta menos
precisa en la región de los octantes que en otras partes de la órbita.
De ahí que se introdujese más tarde un factor de corrección, aña­
diendo un círculo auxiliar con el eje mayor de la elipse por diáme­
tro. Como en las aproximaciones de Kepler, hay un radio vector
que rota uniformemente en torno al foco vado (o ecuante), mas la
intersección de este radio vector y la elipse ya no da la posidón del
planeta, sino tan sólo un punto utilizado en la construcdón. Ahora
se levanta una perpendicular sobre el eje mayor que pase por dicho
punto de la elipse y que continúe hasta cortar el círculo (tal y como
se puede ver en la figura 5.1). Trázase entonces un nuevo radio vec­
tor desde el foco vado a dicho punto del círculo, determinando su
intersecdón con la elipse la posidón del planeta en su órbita elíptica.
El esquema queda más claro en la figura 5.1 que en la descripdón
verbal, y podemos coincidir con Delambre en que, aunque este modo
de cálculo suministra un buen resultado, «representa demasiadas mo­
lestias para una hipótesis falsa» (Delambre, 1821, vol. 2, p. 170).
Nicolaus Mercator introdujo aún otro sistema de cómputo, recu­
rriendo a un punto del eje mayor determinado por la «secdón di­
v in a»7. En la ¿poca de Newton, los sistemas comúnmente usados
eran el ecuante simple (con centro en el foco vado), originalmente
propuesto por Kepler, y el ecuante simple más el círculo auxiliar,
asociado con Ismael BuÚialdus (o Boulliau) y Seth Ward (astrónomo
y obispo de Salisbury, quien más adelante propondría la candidatura
de Newton en la Sociedad Real). Estos métodos de aproximadón
resultaban más fáciles de aplicar que la ley de áreas, ya que recu­
rrían a un movimiento medio y un factor de correcdón, siendo ambos
fáciles de computar y tabular. *
En los escritos de historia de la den da se da una buena dosis
de incomprensión por lo que respecta a la ley de áreas misma. Debe
recordarse que, en la práctica, dicha ley sólo se podía usar con ayuda
de derta forma de aproximación. Esto es, si conocemos el área de
algún sector dado de una elipse, computando a partir del foco solar,
cuyo arco por la elipse corresponda al movimiento del planeta du­
rante un período de tiempo Ti, desde una posición P0 a otra Pi (véa­
se la figura 5.2), no podemos de hecho utilizar la ley de áreas exacta
para hallar la posidón P j del planeta al final de otro lapso de tiem­
po T i. La ley de áreas nos dice que el punto P j está situado de ma­
nera que el área del sector SPiPi sea el área del sector SPJPx como T i
es a T i. Mas, como Newton trató de demostrar en el lema 28 del
libro primero de los Principia, no es posible hallar tal área «por
250 Las transform aciones de las ideas científicas

Fig. 5 2 .—E l uso de la ley de áreas para determ inar la posición futura de un
planeta depende de la solución quam proxime de un problem a geométrico que
carece de solución exacta, cual es el de, dados ¡o s puntos P0 y P, de una elipse,
determ inar el punto tal que las áreas de los sectores focales asociados
(PgSPi y PjSP2) se hallen en una razón dada, a saber (según la ley de áreas de
K epler), la de los tiem pos de tránsito de P# a P , y de P | a Pj. E l So l se bolla
en el foco S de la elipse.

medio de ecuaciones finitas en cuanto al número de sus términos


y sus dimensiones»; esto es, la ecuación resultante de este problema
es trascendental y lleva a una serie infinita9. El propio Kepler era
consciente de la dificultad y pidió ayuda a los geómetras del mundo.
En la sección 6 del libro primero, introdujo Newton una buena apro­
ximación a lo que conocemos hoy día como el «problema de Kepler»
o la «ecuación de Kepler». Recurrió a la ecuación cartesiana defini-
toria de la cicloide, siguiendo los pasos de Christopher W ren.10
Las aproximaciones asociadas a los nombres de Seth Ward, Bu-
llialdus y Mercator se ingeniaron específicamente como sustitutos
de la ley de áreas kepleriana. Con todo, la ley de área no era la
única regla ingeniada por Kepler para dar cuenta de la variable ve­
locidad orbital de un planeta. Hemos visto ($ 3.1) que también
había creído en una ocasión que la velocidad del planeta era inver­
samente proporcional a la distancia del planeta al Sol. De hecho,
Wren comienza su ensayo, titulado «D e la solución del problema
de Kepler por medio de una cicloide», refiriéndose al modo en que
«Kepler afirmaba por causas físicas que cada planeta se ve arrastrado
en torno al sol por una órbita elíptica, de manera que la velocidad
[transversal] del planeta es en todo punto proporcional a la dis­
tancia del planeta al sol inversamente». Esta es, pues, otra manera
de no usar la ley de áreas.
5. Newton y las leyes de Kepler 251

De hecho, aunque Wren incluye la ley de áreas en su discusión


del problema de Kepler, tan sólo alude a ella de pasada, de un modo
que no indicaría que tuviese verdadera importancia como principio
primario del movimiento celesten. Obviamente, Wren estaba más
interesado (al menos en este ensayo) en el problema puramente geo­
métrico que en contribuir a la práctica efectiva de la astronomía
keplero-copemicana. De ahí que el hecho de que Newton hubiese
leído el ensayo de Wren 12 no implique necesariamente que, como
resultado de ello, fuese activamente consciente de la importancia
de la ley de áreas kepleriana como clave para la comprensión de las
fuerzas que puedan controlar los movimientos planetarios (véase el
apartado $ 5.5). Más pruebas de que la ley de áreas no formaba
parte de armamento intelectual ordinario de los astrónomos de la
década de 1670, incluso de los keplerianos, se hallan en el hecho
de que en las aproximadamente quinientas páginas de los escritos
de Jeremiah Horrox (Opera posthuma, 1673) no se enuncia explí­
citamente esta ley u. No cabe duda de que Horrox era el principal
discípulo de Kepler en Inglaterra, estando repletas sus Opera de
alabanzas a Kepler, exposiciones de sus ideas y mejoras de sus mé­
todos. El ensayo inicial se titula de manera característica «Jeremiae
Horroxii; Astronomía Kepleriana, defensa & promota». De ahí que
la ausencia de la ley de áreas de la obra de Horrox resulte especial*
mente significativa.
Al considerar la posición un tanto insegura de las dos primeras
leyes de Kepler en la época de Newton, ha de tomarse también en
consideración que la propia demostración de Kepler de la ley de
áreas era errónea y que había elaborado en realidad la órbita elíptica
de un solo planeta (Marte), «conjeturando» que las demás órbitas
eran también elípticas. De ahí que fuese dar un paso inusual y arries­
gado erigir un sistema astronómico que incluyese las tres leyes de
Kepler, tal y como hizo Newton. Como consecuencia del salto ade­
lante realizado por Newton, al mostrar el significado físico y las con­
diciones de generalidad matemática o aplicabilidad de cada una de
las leyes de Kepler, todo el conjunto de las tres leyes alcanzó la con­
dición real de ciencia exacta M. A partir de ese momento, los tratados
de astronomía física comenzarían — como los Principia— con las tres
leyes de Kepler, si bien constituía un novedad hacerlo en 1687 “ .
Este aspecto del trabajo de Newton se reconoció públicamente cuan­
do el primero de los tres libros que componen los Principia fue
recibido en la Sociedad Real, siendo perspicaz y correctamente des­
crito, tal vez por Halley, como «una demostración matemática de la
hipótesis copemicana, tal y como la propuso Kepler».
252 L as transform aciones de las ideas científicas

5.3. L as priemras ideas de Newton sobre el movimiento orbital


y la tercera ley de Kepler

Un poco de álgebra muestra que, una vez que la regla de la


fuerza centrífuga (/ v2 / r) resulta conocida para el movimiento
circular uniforme (donde / es la fuerza centrífuga; v, la velocidad
«lineal» a lo largo de la trayectoria circular, y r, el radio del círculo),
entonces la ley de fuerza se sigue casi inmediatamente de la tercera
ley planetaria de K epler'. La velocidad orbital es v = 2icr / T, don­
de T es el período de revolución, de manera que v2 = 4itV / T2
6 v2 <x r2 / T2. Exige muy poca penetración matemática para quien
se halla familiarizado con la tercera ley de Kepler el ver que, con
una pequeña modificación, este último término, r2 / T2, se puede
convertir fácilmente en r3 / T2, que es constante en la tercera ley.
Este resultado sería tanto más obvio si el movimiento circular uni­
forme en cuestión es el de los planetas que se mueven en órbitas
en torno al S o l2, o de un sistema de satélites, o incluso — por ex­
tensión o transformación— el movimiento de la Luna en torno a
la Tierra3. De ahí que, mediante desarrollos formalmente equivalen­
tes, vl <x-rí / T 2 se convierta en v2 <x (1/r) • (r5 / T2) <x 1/ r, dado
que r3 / T2 = constante; o y2 <x ? / T2 puede convertirse en v2 <x
t x ^ / r ^ o c l ¡r , dado que T2 oc r2. Se sigue inmediatamente que
/oc y2 / r 1 /r 2. En un documento de finales de los años de la
década de 1660 o comienzos de la de 1670, enuncia Newton la ley
centrífuga para «diferentes círculos» en términos de «tendencias
< a alejarse> de los centros» que son «como los diámetros divididos
por los cuadrados de los tiempos de revolución o como los diámetros
multiplicados por < lo s cuadrados d e > el número de revoluciones
realizadas en un tiempo dado». En este documentos (sobre él, véase
el suplemento a la sección § 5.3), Newton enuncia también la ter­
cera ley de Kepler para los planetas en la forma: « ... los cubos de
sus distancias al sol son inversamente como los números cuadrados
de sus períodos en un tiempo dado». Es decir, si E es la tendencia
a apartarse del centro, D el diámetro y T el período de revolución,
Newton afirma que E <x D /T 2 y que T2 <x D3, de manera que re­
sulta inmediatamente obvio y elemental que E <x 1/D 2. No es de
extrañar que Newton no tuviese por una hazaña intelectual derivar
una ley del inverso del cuadrado para las órbitas circulares, una vez
conocida la regla de la fuerza centrífuga, tal y como la había publi­
cado Huygens en su Horologtum osdllatorium en 1673.
Cuando Newton era ya viejo, a fines de julio o comienzos de
agosto de 1718, escribió un informe autobiográfico en defensa de una
versión de los hechos según la cual habría realizado sus descubrí-
5. Newton y las leyes de Kepler 253

mientos tan tempranamente que no podría haber la menor duda


acerca de su prioridad. Tuvo ello lugar en el borrador (suprimido
y tachado en los manuscritos) de una carta a Des Maizeaux. Este
borrador preliminar, que se ha citado reiteradamente, declara que
su modo de proceder en el descubrimiento había sido (al menos a
grandes rasgos) muy similar al aquí presentado en términos alge­
braicos:
Y ese mismo año [probablemente 1666] comencé a considerar que la gra­
vedad se extendía a la órbita de la Luna, & habiendo hallado cómo estimar la
fuerza con la que [un ] globo que gira dentro de una esfera presiona la super­
ficie de la esfera, partiendo de la regla de Kepler de los tiempos periódicos de
los planetas, que se hallan en una proporción sesquiáltera [3 /2 ] de sus dis­
tancias a los centros de sus órbitas, deduje que las fuerzas que mantienen a los
planetas en sus órbitas deben ser recíprocamente como los cuadrados de sus
distancias a los centros en torno a los que giran4.

Podemos hacer una serie de observaciones sobre este extraordinario


memorándum de la segunda década del siglo xvm . Contiene cuatro
partes. En la primera, consideró que la gravedad (pesantez hacia la
tierra) se «extendía» hasta la órbita de la Lima. En la segunda, des­
cubrió «cómo estimar» la tendencia centrífuga (y no realmente la
fuerza centrífuga) en el movimiento circular uniforme. En la tercera,
se hallaba familiarizado con la «regla de Kepler» (la tercera ley o
ley armónica). En la cuarta, había combinado la ley de la tendencia
centrífuga con la regla de Kepler para hallar que la «fuerza» plane­
taria es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que
media entre cada planeta y su centro de revolución*, suponiendo
evidentemente que las órbitas de los planetas son (o puede consi­
derarse que son) casi circulares.
Toda esta descripción es típica de las versiones montadas por
Newton, especialmente en los años que median aproximadamente
entre 1715 y 1718, cuando se hallaba profundamente inmerso en
controversias acerca de problemas de método y prioridad en los des­
cubrimientos. En este caso, el primer problema a que se enfrenta
el historiador crítico es el de que, en los años de la década de 1660,
Newton aún consideraba el movimiento de los planetas en órbita o
el de sus satélites (y nuestra luna) en términos de un concepto deri­
vado de sus estudios de Descartes, un «conatus recedendi a centro»
o una «tendencia a apartarse del centro». Dista de estar claro cómo
concebía él que tal tendencia podría equilibrarse o ser contrarrestada
por la gravedad o tendencia hacia abajo de los cuerpos, dirigida
hacia la Tierra (o peso terrestre), que se habría de extender hasta
la órbita de la Luna. Tan sólo década y media más tarde, Newton
254 Las transform aciones de las ideas científicas

fue impulsado por Hooke (véase el apartado $ 5.4) a considerar tal


movimiento orbital como algo compuesto por un movimiento ace­
lerado hacia el cuerpo central y un movimiento inercial (lineal o
tangencial). Fue entonces, y sólo entonces, cuando la fuerza dirigida
hacia el centro pudo considerarse con sentido como la fuerza centrí­
peta de la gravedad terrestre extendida hasta la Luna. D. T. White-
side descubrió ulteriores pruebas de que Newton se hallaba real­
mente lejos de este último concepto de una fuerza centrípeta simple
que desviaba continuamente a los planetas y lunas de sus trayecto­
rias (rectilíneas) hacia órbitas curvas. Whiteside (1964b, 1976) des­
cubrió que, en este período, Newton aún consideraba el movimiento
orbital de planetas y lunas en relación con los vórtices cartesianos,
una idea que aceptaba mucho después de 1666. En otras palabras,
hemos de tomar con más de un grano de sal la afirmación de New­
ton acerca de «las fuerzas que mantienen a los Planetas en sus
Orbitas».
Comparando las afirmaciones de Newton sobre su supuesto aná­
lisis del movimiento planetario de 1666 con el sistema plasmado en
los Principia dos décadas más tarde, observamos que, en la obra
madura, las órbitas planetarias comienzan siendo círculos (proposi­
ción 4 del libro primero) para pasar rápidamente a elipses (propo­
sición 11 del libro primero). Además, hacia 1687, la fuerza centrí­
fuga se había convertido ya en una «fuerza centrípeta», en una «vis
centrípeta», denominada así por Newton por ser lo contrario de una
fuerza centrífuga, nombre retenido en honor de Christiaan Huygens.
Lo que resulta de notable importancia es que hay pruebas indepen­
dientes de que, a finales de la década de 1660 o comienzo de la
de 1670, Newton había utilizado la tercera ley de Kepler y el equi­
valente de la medida de Huygens, i? / r, para mostrar que las ten­
dencias «centrífugas» de los planetas son proporcionales al inverso
del cuadrado de sus distancias, tal y como señala en el memorándum
de Des Maizeaux de 1718.
Nos hallamos en terreno más firme por lo que respecta al se­
gundo punto, de que después de enero de 1665, hacia la época apro­
ximadamente en que recibió su A. B. * , Newton había hallado la
medida de la tendencia centrífuga. En julio de 1686, envió a Halley
un esbozo de una demostración basada en sus investigaciones de
veinte años antes, a fin de que se añadiese al final del escolio que
sigue a la proposición 4 del libro primero de los Principia, donde
se encuentra impreso desde entonces en beneficio de los íectores.
La causa de este añadido fue una carta de Halley en la que decía

* Artium baccdaureus. (N . del T .)


5. Newton y las leyes de K epler 255

que Hooke deseaba que Newton reconociese que él había sugerido


la ley del inverso del cuadrado. Newton le envió este nuevo párrafo
para mostrar de qué manera podría haber hallado él dicha ley (al
menos para el movimiento circular) antes incluso de la publicación
del Horologium oscillatorium de Huygens en 1673. En el W aste
Book, Newton redactó (a comienzos de 1665 o muy poco después)
una primera forma de esta demostración, que ha sido publicada
y analizada por John Herivel ‘ G radas a una entrada de uno de los
cuadernos de estudiante de Newton, sabemos que supo de la tercera
ley de Kepler a través de la lectura del libro de Thomas Streete,
Astronomía Carolina (1661). (ULC MS Add. 3996, fol. 29r; con­
fróntese Whiteside, 1964a, p. 124.)
Por otra parte, en la confesión autobiográfica, Newton no dice
nada en absoluto acerca de la posibilidad de que las fuerzas, que
supuestamente tomaba en cuenta en la mitad de la década de 1660,
pudiesen actuar mutuamente, que la Luna pudiese tirar de la Tierra
con una fuerza igual a la supuesta fuerza de la gravedad extendida
hasta la Luna y que los planetas pudiesen tirar del Sol. Además,
aunque Newton mencione allí tanto «la gravedad que se extiende
hasta la órbita de la Luna» como las fuerzas que mantienen a los
Planetas en sus Orbitas», no discute en qué se basa para suponer
que ambas «fuerzas» puedan ser del mismo tipo (o «species»).
En el memorándum de Newton, así como en su temprano ma­
nuscrito de los años sesenta, no se sugiere aún explícitamente que
haya una «fuerza» solar que se ejerce sobre los planetas, siendo igual
que la fuerza terrestre ejercida sobre la Luna (que, según él suponía,
era igual a la gravedad terrestre ordinaria). Las «tendencias a ale­
jarse», en las que creía en los años sesenta, son de una concepción
muy distinta que las fuerzas centrípetas simples que desvían conti­
nuamente a los planetas y satélites de sus trayectorias inerciales (rec­
tilíneas), en las que llegó a creer algún tiempo después, en 1679-
1680 o más tarde. Según esto, no hay ningún fundamento para la
creencia de que Newton habría «sabido» de la ley (o de una ley)
de gravitación universal en 1665, habiendo «retrasado» hacerla pú­
blica durante veinte años. De hecho, lejos de creer que dicha fuerza
era «universal», Newton ni siquiera era entonces consciente de la
posibilidad de una acción planetaria sobre el Sol, de una acción lunar
sobre la Tierra y mucho menos de la acción de un planeta sobre otro 7.
En el memorándum mencionado más arriba, Newton dice que
«comenzó a pensar en una gravedad que se extendía» hasta la Luna.
Es de presumir que habría conjeturado por analogía que si las «ten­
dencias» planetarias a alejarse del Sol (para él no eran aún «fuerzas»
en aquel momento) varían inversamente al cuadrado de la distancia,
256 Las transform aciones de las ideas científicas

entonces tenía que ocurrir lo mismo con la Luna *. De ahí que si la


gravedad se extiende hasta la Luna, variando inversamente al cua­
drado de la distancia, la intensidad de la gravedad en la órbita de
la Luna debería ser 1/V veces la intensidad que presenta aquí en la
tierra9, siendo r el radio terrestre.
Según el recuerdo y la reconstrucción newtoniana de unos cin­
cuenta años después de los hechos, si no más, la corrección de este
razonamiento de 1666 se podría determinar mediante una sencilla
prueba. Continúa el memorándum: «Por tanto, comparé la fuerza
necesaria para mantener a la Luna en su Orbita con la fuerza de la
gravedad en la superficie de la tierra, hallando que ambas encajaban
bastante aproximadamente.» Desde la época de Newton hasta nues­
tros días, se ha discutido mucho esta supuesta «prueba lunar» pri­
mitiva. Con todo, antes de entrar en el problema de los resultados
numéricos, es importante tener presente que lo que se habría de
comparar con «la fuerza de la gravedad en la superficie de la tierra»
no era definitivamente una «fuerza precisa para mantener a la Luna
en su Orbita», en el sentido de una fuerza centrípeta simple que
actuase sobre la Luna, tirando de ella continuamente hacia la Tierra
y alejándola de una trayectoria rectilínea. En la bibliografía relativa
a Newton, se ha hecho hincapié sobre el escaso acuerdo entre la
teoría y los resultados de la observación, que no era «bastante apro­
ximado», como quería hacernos creer Newton en 1718, sino más
bien no muy bueno precisamente. Pemberton, quien conocía bien a
Newton, decía que la falta de concordancia se debía a que Newton
había tomado un valor inexacto del radio de la Tierra (Pemberton,
1728, prefacio; véase el suplemento a la sección § 5.3). En el si­
glo XIX, Glaisher publicó una sugerencia de J . C. Adams en el sen­
tido de que había un problema adicional, como es que Newton
entonces tan sólo podía conjeturar que la Tierra (o una esfera cual­
quiera que o bien sea homogénea o esté compuesta por una serie
de capas circulares concéntricas y homogéneas) actúe gravitatoria-
mente sobre un cuerpo exterior, como pueda ser una manzana o
un satélite, como si toda su masa estuviese concentrada en su centro
geométricoro. Este último factor fue hinchado por Florian Cajori
(1928), convirtiéndolo en la causa de que Newton «retrasase durante
veinte años la promulgación de la ley de la gravitación universal».
No parece caber la menor duda de que Newton no demostró el teo­
rema relativo a la atracción de las esferas hasta unos veinte años
más tarde, pero no cabe duda de que es erróneo hablar de un «re­
traso», dado que es obvio que Newton no pensaba aún en términos
de una fuerza de gravitación universal o siquiera sea de una fuerza
centrípeta.
5. Newton y las leyes de Kepler 257

Un dato más a favor del hecho de que en 1666 Newton se ha­


llaba muy lejos de su ¡dea posterior de una gravitación universal
lo suministra William Whiston, el sucesor de Newton como profesor
Lucasiano en Cambridge. Whiston escribió acerca de «la Ocasión
en que Sir Isaac N ew ton... descubrió la sorprendente Teoría de la
Gravedad». Había oído al propio Newton relatar cómo había reali­
zado este descubrimiento, siendo su ocasión, según Whiston, «hace
mucho, poco después de mi primer encuentro con él, que fue en
1694». La narración de Whiston (1749, pp. 35-38) dice:

Fue como sigue. Una idea acudió a la mente de Sir Isaac, cual es la de
comprobar si la misma Potencia no mantenía a la Luna en su Orbita, a pesar
de su Velocidad de proyección, que él sabía que tendía siempre a proceder en
Línea recta, la Tangente de dicha Orbita, que hace que las Piedras y todos
los Cuerpos pesados que se hallan entre nosotros caigan hacia abajo, y que
denominamos Gravedad. Tomando este Pos tulatum, ya concebido anterior­
mente, de que tal Potencia podría decrecer en Proporción duplicada de las
Distancias desde el Centro de la Tierra. En la ocasión del primer Ensayo de
Sir Isaac, cuando tomó un Grado de un Círculo máximo sobre la superficie
terrestre, a partir del cual había que determinar también un Grado a la Dis­
tanda de la Luna, como si fuese tan sólo de 60 millas, según las Medidas apro­
ximadas entonces en Uso. H asta derto Punto, se sintió frustrado, y la Poten­
cia que mantenía a la Luna en su Orbita, medida por los Senos versos de
dicha Orbita, no parecía ser exactamente la misma que era de esperar, de
haber sido la Potencia de la Gravedad sola la que influyese sobre la Luna.
Tras dicho Fracaso, que hizo que Sir Isaac sospechase que dicha Potencia era
sólo en parte la de la Gravedad y en Parte la de los Vórtices de C ortesías, dejó
de lado d P ap d en que había hecho sus Cálculos y pasó a otros Estudios.

Pemberton añade ulteriores detalles:

Al no tener libros a mano, tomó para sus cálculos la estimadón común en


uso entre los geógrafos y nuestros marinos, antes de la medidón de la tierra
de Norwood, según la cual hay 60 Millas inglesas contenidas en un grado de
latitud en la superficie de la tierra. Mas, dado que esta suposición es muy defi­
ciente, ya que cada grado contiene unas 69 Vi millas de las nuestras, sus cálculos
no se adecuaron a lo esperado, de lo que conduyó que había alguna otra causa
que añadir a la acción d d poder de la gravedad sobre la luna. Debido a ello,
dejó de lado por d momento ulteriores reflexiones sobre d asunto.

La «alguna otra causa» de Pemberton no es tan específica como los


«Vórices de C ortesías» de Whiston. Hace algunos años, D . T. Whi-
teside descubrió que Newton usaba realmente en esa época los vór­
tices cartesianos para su teoría de los movimientos lunaresn. Si
Newton confería alguna credibilidad a la existencia de vórtices lu­
258 Las transformaciones de las ideas científicas

nares o planetarios, es obvio que aún no había forjado el concepto


de gravitación universal.
El memorándum autobiográfico discutido más arriba indicaría
que, hacia 1666, Newton había hallado la regla de Huygens para
la fuerza centrífuga, combinándola con la tercera ley de Kepler para
obtener la ley de una fuerza inversa del cuadrado. La prueba de la
regla de Huygens, tal como se da en el W aste Book, se halla pró­
xima a una entrada con fecha de «20 de enero de 1664» [O . S' * ] ,
que correspondería al 20 de enero de 1665 en el Nuevo Estilo, lo
que quizá explique por qué Newton asignó más tarde la fecha de
1665 al proceso de razonamiento descrito en el memorándum. Mas,
en esa entrada del W aste Book, no se procede de la regla de Huy­
gens, a través de la tercera ley de Kepler, a la ley del inverso del
cuadrado, no encontrándose tampoco nada de ese tipo en otras partes
del W aste Book a .
Sin embargo, en un ensayo sin título, impreso por vez primera
gracias a Rupert Hall en 1957, Newton llega a la ley del inverso
del cuadrado para los planetas a partir de una combinación de la
tercera ley de Kepler y la regla para calcular la tendencia centrífuga.
En dicho ensayo, Newton escribe lo siguiente de las «tendencias a
alejarse del sol» de los planetas, no de las «fuerzas» centrífugas (y
mucho menos de las centrípetas): « ... en los planetas primarios,
dado que los cubos de sus distancias al Sol son recíprocamente [o
inversamente] como los números cuadrados de sus revoluciones en
un tiempo dado, sus tendencias a apartarse del Sol serán recíproca­
mente como los cuadrados de sus distancias al Sol» u. Este escrito,
que se puede datar aproximadamente en 1667 ó 1668 (véase el su­
plemento a la sección § 5.3), no incluye la prueba lunar, si bien
contiene un cómputo de la magnitud de la «tendencia a alejarse»
lunar en relación con la gravedad terrestre (véase el suplemento a
la sección § 5.3). Herivel (1965<r, pp. 68 y ss.) ha analizado los datos
de este documento y de otros aproximadamente del mismo período
a fin de mostrar que lo más probable es que «la cifra real a que
llegó Newton para la 'caída’ de la luna en su órbita era aproxima­
damente de 13,2 pies en un minuto. Se puede comparar dicha cifra
con la verdadera de aproximadamente 16 pies en un minuto, co­
rrespondiente’ a una caída de la misma distancia en un segundo en
la superficie de la tierra, una cifra obtenida por Newton [en otro
manuscrito]». Esta discrepancia de un 17 por ciento concuerda con
el informe de Whiston, según el cual Newton se sintió «un tanto

* Oíd Style: viejo estilo de fechas. (N. del T.)


5. Newton y las leyes de Kepler 259

frustrado», así como con la observación de Pemberton de que «el


cómputo» de Newton «no encajaba con lo esperado».
En el documento de 1667/8 que acabamos de citar, Newton
(tal y como se ha mencionado) no pensaba que un planeta o la Luna
cayesen bajo la acción de una fuerza centrípeta dirigida respectiva­
mente al Sol o a la Tierra. Para los planetas, son los «conatus a solé
recedendi» los que «reciproce erunt ut quadrata distantiarum a solé»,
mientras que para la Luna se trata del «conatus Lunae recedendi a
centro terrae». De ahí que los 13,2 pies representen no tanto una
distancia por la que habría que caer ¡a Luna en un minuto, cuanto
«la distancia hacia afuera por la que la Luna se habría movido en
un minuto bajo la acción de este conatus» M.
La idea newtoniana de conatus, o tendencia, es una transforma­
ción del concepto cartesiano del mismo nombre, que se había encon­
trado al leer la discusión que hace Descartes del movimiento de una
piedra que gira en una honda ° . El «conatus a centro» cartesiano
terminó convirtiéndose en la «vis centrifuga» de Huygens, a la que
también recurrió Newton. De ahí que, en el caso del movimiento
lunar, lo que comparaba en 1667 más o menos, era el «[conatus]
Lunae et superficiei terrestris recedendi a centro terrae», la tenden­
cia centrífuga de alejarse del centro de la Tierra, calculada para la
Luna y para cualquier objeto en las proximidades de la superficie
terrestre. No fue hasta mucho más tarde cuando Newton abandonó
la idea de una fuerza centrífuga, transformándola en una fuerza cen­
trípeta, diciendo expresamente que lo hacía en honor de Huygens:
«E l Sr. Huygens dio el nombre de vis centrifuga a la fuerza mediante
la cual los cuerpos que giran se alejan del centro de su movimiento.
El Sr. Newton, en honor de dicho autor, retuvo el nombre & deno­
minó a la fuerza contraria vis centrípeta» “ .
E s una cuestión abierta el que Newton abandonara o no de ma­
nera total la idea de fuerza centrífuga. ¿Sostuvo (y, en caso afirma­
tivo, por cuánto tiempo) el punto de vista de Borelli de que la
estabilidad de la Luna en su órbita se debía al equilibrio entre dos
fuerzas o tendencias, una centrípeta y otra centrífuga? 17 En los
Principia aún escribió en una ocasión acerca de la fuerza centrífu­
ga “ , si bien era perfectamente consciente de que lo que parece ser
la acción de una fuerza centrífuga no es más que el resultado de un
movimiento inercial a lo largo de la tangente que tiende así a apartar
al cuerpo del centro. No cabe duda de que el uso de la «vis cen­
trifuga de Huygens y del cartesiano «conatus recedendi a centro»
no son más que ejemplos de la persistencia de expresiones poderosas
que permanecen hasta mucho después de que los conceptos que ori­
ginalmente designaban se hayan rechazado. Permanecen como indi­
260 Las transform aciones de las ideas den tíficas

cadores para los estudiosos críticamente alertas, señalando las fuen­


tes de ideas que se han sustituido por transformación, por más que
su persistente presencia con un significado totalmente nuevo muestre
un elemento de continuidad en el cambio, una invarianza termino­
lógica en medio de una transformación. Como veremos más abajo
(§ 5.4), no cabe duda de que fue la influencia de Hooke la que
liberó a Newton de pensar en términos de fuerzas centrífugas, po­
niéndolo en la pista que conducía al carácter centrípeto y a la gravi­
tación universal.
A este respecto, es importante recordar que el concepto de fuerza
centrífuga o «tendencia» a alejarse coarta el tránsito a la gravitación
universal, ya que esta última es una generalización de la aparente
atracción que surge en casos especiales en los que un cuerpo presenta
un movimiento curvo en torno a otro, mientras que la fuerza cen­
trífuga implica una repulsión, una tendencia a moverse alejándose
de, más bien que tendiendo hacia, el centro de movimiento. Además,
el nexo entre la fuerza centrípeta que tira de la Luna hacia abajo,
hacia la Tierra, y la fuerza del peso o la gravedad que tira hacia la
Tierra a los cuerpos que no están en órbita (como las piedras, los
proyectiles o las manzanas que caen) se establece por analogía o
similitud; mientras que para la fuerza centrífuga se da más bien
una sugerencia de contraste o de semejanza. Esto es, suponiendo que
la Tierra se halle en reposo, las piedras que caen hacia abajo mos­
trarían una atracción hacia el centro de la Tierra, mientras que la
Luna que permanece en su órbita mostraría una fuerza que se aleja
del centro de la Tierra. ¿Y qué tendría que ver el movimiento de
la Luna bajo la acción de una fuerza centrífuga con la atracción mutua
que experimentan, uno hacia otro, dos cuerpos pesados en reposo?
He aquí algunos motivos adicionales para concluir cuán lejos se ha­
llaba Newton de la idea de gravitación universal en la década de 1660
e incluso en la de 1670.

Suplmento a 5.3: Una primera computación de la « tendencia


a idejarse» de la Luna y una ley planetaria del inverso
del cuadrado

En un manuscrito sin título de mediados o finales de la década


de los sesenta (ULC MS Add. 3958, sec. 5, fql. 8 7 )', Newton
calcula la «tendencia a alejarse del centro» («conatus a centro» o
«conatus recedendi a centro») determinando hasta dónde se movería
un cuerpo a lo largo de una tangente en un período de tiempo dado,
si poseyese la misma «tendencia» en una dirección rectilínea por la
5. Newton y las leyes de Kepler 261

tangente y no existiese impedimento alguno. Brevemente, New ton


está midiendo la «tendencia a alejarse» (aún no la «fuerza centrífu­
ga») mediante la aceleración, y la aceleración mediante la distancia
por la que se movería libremente un cuerpo, según la regla de Ga-
lileo para la aceleración uniforme, por una línea recta en un tiempo
dado, «el tiempo de una revolución». Newton calcula entonces cuánto
descendería un cuerpo si su «tendencia a acercarse ai centro en virtud
de su gravedad» («conatus accedendi ad centrum virtute gravitatis»)
fuese de igual magnitud que su «tendencia a alejarse del centro» en
el ecuador, como resultado de la rotación diaria de la Tierra. En el
período de un día, esa distancia sería de 19 3 /4 radios terrestres,
que Newton computa como 69.087 millas, que corresponden a
120 millas por hora, 1/30 de milla o 100/3 pasos («esto es, 500/3
pies») por minuto y, por tanto, 5/108 pies o 5 /9 pulgadas por se­
gundo 2. Ahora bien, en la superficie de la Tierra, la «fuerza de gra­
vedad» («vis gravitatis») es de tal magnitud que llevaría a un
cuerpo pesado hacia abajo unos 16 pies en un segundo, lo que re­
sulta «unas 350 veces más en el mismo tiempo que la tendencia
desde el centro».
Se imponen varias observaciones sobre el documento hasta ahora
presentado. En primer lugar, Newton supone (como hará más tarde
en su correspondencia con Hooke) que incluso para un período de
tiempo tan largo, la aceleración descendente de la gravedad será
constante. En segundo lugar, en su cómputo no se plantea el equi­
librio entre las fuerzas «centrífugas» y «centrípetas», sino que se
recurre simplemente a una comparación de las distancias a fin de
comparar el efecto de la gravedad con la «tendencia a alejarse del
centro» en el ecuador como resultado de la rotación diaria de la
Tierra. Newton observa que la «fuerza de la gravedad es tantas veces
superior, que la rotación terrestre no puede hacer que los cuerpos
se alejen y salten al aire».
Al realizar sus cálculos, supone que 19 3 /4 (de hecho 19,7392)
radios terrestres corresponden a 69.087 millas, o que el radio ecua­
torial de la Tierra posee una magnitud de 69.087/19,7392 millas,
es decir, 3.499,9 millas. Reduce una revolución a horas, luego a mi­
nutos y luego a segundos (véase la nota 2) dividiendo sucesivamente
por 242, 60* y 602. La «milla» se reduce a pasos (100 pasos = 1 mi­
lla) y a pies (5 pies = 1 paso), basándose en la «milla italiana»
(5.000 pies = 1 milla italiana) más bien que en la milla legal in­
glesa de 5.280 pies.
En un «corolario», Newton enuncia la regla general de que «en
diferentes círculos, las tendencias a partir de los centros son como
los diámetros divididos por los cuadrados de los tiempos de revolu­
262 Las transform aciones de las ideas científicas

ción o como los diámetros multiplicados por los cuadrados del nú­
mero de revoluciones realizadas en un tiempo dado». Aplica esta
regla, D /T 2, a la comparación de la «tendencia» orbital de la Luna
«a alejarse del centro» de la Tierra con la similar «tendencia a
alejarse» sobre la superficie terrestre en el ecuador. Esta última
viene a ser «unas 12Yt veces mayor», de donde concluye que «la
fuerza de la gravedad es 4.000 veces o más superior a la tendencia
de la Luna a alejarse del centro de la tierra». De hecho, la fuerza
de la gravedad, según los cálculos de Newton, resulta ser 4.375
( = 350 X 12 VÍ) veces mayor que la «tendencia a alejarse» de la
Luna. Hay que señalar que si Newton hubiese empleado 4.000 millas
de 5.280 pies para el radio ecuatorial, el resultado hubiera sido
de 3.584 en lugar de 4.375, muy próximo al valor «teórico»
de 3.600; esto es, el valor que sería de esperar si Newton supu­
siese que la proporción entre la «tendencia a alejarse» de la Luna
y la fuerza superficial de la gravedad terrestre es la inversa de la
razón entre el cuadrado de la distancia de la Luna al centro de la Tie­
rra (60 radios terrestres) y el cuadrado del radio terrestre. Natural­
mente, Newton podría haber establecido mentalmente tal compara­
ción sin escribirla, lo que habría puesto de manifiesto que el resul­
tado calculado de 4.375 se apartada un 21,5 por ciento del valor
teórico de 3.600, como más tarde dijo haber hecho (cuando escribió
acerca de estas cosas en 1718 más o menos, en el memorándum de
Des Maizeaux); sin embargo, no hay pruebas documentales de que
lo haya hecho.
En el manuscrito en el que se describen los cálculos precedentes,
Newton deriva una ley del inverso del cuadrado para los planetas,
combinando la tercera ley de Kepler para «los planetas primarios»
con sus «tendencias a alejarse» del Sol (a la manera escrita en el
párrafo inicial de la sección § 5.3). Esto se hace en algunos párrafos
breves y sumarios que se añaden a la discusión y exposición más
bien detallada de la «tendencia a alejarse» de la Luna y de la «ten­
dencia a alejarse» en la superficie de la Tierra. En este documento,
Newton ni dice expresamente ni da a entender de modo alguno
sea que la gravedad de la Tierra se pueda extender tan lejos como
la órbita lunar, sea que la «tendencia a alejarse» de la Luna se aco­
mode a una ley inversa del cuadrado de la distancia. La única apli­
cación que hace de su cálculo de la «tendencia a alejarse» orbital
de la Luna es un intento de explicar el hecho de que la Luna siempre
«vuelve la misma cara hacia la tierra»3.
Más adelante, una vez que Newton aprendió a analizar el mo­
vimiento orbital en términos de la acción de una fuerza centrípeta
ejercida sobre un cuerpo con una componente inicial de movimiento
5. Newton y las leyes de Kepler 263

inercial, y una vez que hubo escrito los Principia, interpretó sus
primitivos cálculos como si fuesen esencialmente la «prueba lunar»
descrita en el escolio a la proposición 4 del tercer libro de los Prin­
cipia. En la explicación que dio de esta supuesta prueba de la ley
inversa del cuadrado, como informan Whiston y Pemberton, New­
ton, como hemos visto, aludía al fracaso de la prueba, al escaso
acuerdo. Según Whiston, se sintió «frustrado» porque «la Potencia
de la sola Gravedad» no fuese «la Potencia que mantenía a la Luna
en su Orbita», y porque, según Pemberton, los «cálculos no corres­
pondían a las expectativas» 4. Sin embargo, en el memorándum es­
crito en tomo al año 1718 para Des Maizeaux, Newton deseaba que
se creyese que los resultados computados en la mitad de la década
de los sesenta concordaban con el valor teórico «muy estrechamen­
te», como él decía. Esta expresión es la traducción que hacía New­
ton de la palabra latina «quamproxime», que utilizó más adelante
en el De motu para caracterizar los resultados de la verdadera prueba
de la Luna, y que se usa frecuentemente en los Principia para resul­
tados que no son totalmente exactos, aunque casi lo sean. De ahí
que se dé un sorprendente contraste entre los informes orales de
Newton a Whiston y Pemberton y sus pretensiones en el memorán­
dum de Des Maizeaux.
En una carta a Halley (20 de junio de 1686; Newton, 1959-
1977, vol. 2, p. 436), cuando Newton defendía su pretensión de
independencia en el descubriminto de la ley de inverso del cua­
drado e insistía en que no tenía deuda alguna con Hooke por ha­
bérsela sugerido, aludía a «uno de mis escritos» en el que «se calcu­
la la proporción de nuestra gravedad con el conatus recedendi a
centro Terrae de la luna, aunque no con la suficiente precisión». En
el documento que aquí estamos analizando, es precisamente esa pro­
porción la que se calcula y no podemos menos de estar de acuerdo
con la ausencia de exactitud mostrada por el resultado5.
En cualquier caso, ha de notarse que, si Newton hubiese hecho
una prueba lunar adecuada para ver si la gravedad terrestre dismi­
nuida de acuerdo con el cuadrado de la distancia podría explicar el
movimiento observado de la Luna, probablemente se habría visto
sorprendido y perplejo si los resultados hubiesen mostrado una con­
firmación exacta. En efecto, para Newton resultaba obvio que la
Luna no se mueve en una órbita circular y que su movimiento se
curacteriza más por sus irregularidades que por sus regularidades.
Además, tal y como ha indicado D. T. Whiteside (1964a, especial­
mente las notas 13 y 54), Newton creía firmemente en los años
sesenta en la existencia real de una fuerza o tendencia centrífuga
distinta que, en el caso no circular, no podría ser cuantitativamente
264 Las transform aciones de las ideas científicas

igual a la fuerza centrípeta inversa del cuadrado. De ahí que un


estrecho acuerdo entre los cálculos y la teoría le hubieran hecho pre­
guntarse en aquella época por qué la «vis centrifuga» de la Luna
tendría que resultar igual y opuesta a la teórica «vis centrípeta»
inversa del cuadrado.

5.4. New ton y la astronomía dinámica en los años anteriores


a 1684: la correspondencia con Hooke en 1679-1680

El interés de Newton por la astronomía venía de antiguo, pu-


diendo retrotraerse fácilmente por lo menos a sus años de estudiante
en Cambridge, en la década de 1660. Leyó o estudió obras tales
como la Astronomía Carolina de Streete y la Astronomía Britannica
de Wing (Whiteside, 1964«, especialmente las notas 13 y 54). El
ejemplar de Newton de esta última obra (Londres, 1669) ha sobre­
vivido, conteniendo anotaciones de su puño y letra relativas a las
observaciones de Huygens de una luna de Saturno. En las contra­
portadas se pueden leer aún los cálculos a mano hechos por Newton,
basados en las tablas de W ing1- Hay suficientes pruebas manuscri­
tas de cálculos y observaciones que documentan su continuo interés
como joven científico por los problemas astronómicos y los fenómenos
celestes. En 1672, Newton salió a la palestra pública del mundo
científico con la publicación (en las Philosophical Transactions de
la Sociedad Real) de dos comunicaciones, siendo una de ellas su
análisis de la luz solar, en su «Nueva Teoría sobre la Luz y los
Colores», y la otra, el anuncio de su recientemente inventado «Te­
lescopio Catadióptrico» 2. En 1676, cuando tenía aún poco más de
treinta años de edad apareció su primera contribución publicada a
la astronomía. Tratábase de una explicación de la libración lunar,
publicada en los Institutionum astronomicarum libri dúo de Nicolaus
Mercator (Londres, 1676, pp. 286 y ss.), presentada en un resumen
hecho por Mercator de una carta de Newton, actualmente perdida.
La presentación madura del propio Newton acerca de la libración
aparece en la proposición 17 del libro tres de los Principia.
La atención de Newton se vio firmemente orientada hacia los
problemas astronómicos tres años más tarde, en 1679, cuando Robert
Hooke (recientemente nombrado secretario de la Sociedad Real) le
escribió expresando la esperanza de que éste renovase sus anteriores
intercambios «filosóficos» con la Sociedad. Para abrir fuego, Hooke
invitaba a Newton a hacer comentarios sobre una «hipótesis u opi­
nión m ía... consistente en componer los movimientos celestes de los
planetas [a base] de un movimiento directo por la tangente & un
5 . Newton y las leyes de Kepler 265

movimiento atractivo hada el cuerpo central»3. En su respuesta,


Newton declinó discutir la «hipótesis» de Hooke, proponiendo en
su lugar una «ficción» propia, como es la de los efectos de «el mo­
vimiento diurno de la tierra» sobre la trayectoria de los cuerpos en
caída libre (Newton a Hooke, 28 de noviembre de 1679; Newton,
1959-1977, vol. 2, pág. 301). Sin embargo, como Hooke iba a des­
cubrir inmediatamente, Newton se equivocaba, pues proponía una
trayectoria espiral, cuya naturaleza no queda del todo clara en los
diagramas que normalmente acompañan la publicación de la carta
de Newton a Hooke (28 de noviembre de 1679). Esta cuestión
no se rectificó hasta 1967, gradas a J . A. Lohne, en su estudio
sobre «L a creciente corrupción de los diagramas de Newton» [«The
Increasing Corruption of Newton’s Diagram s»]. Hooke corrigió
a Newton, mostrando que, contrariamente a lo que éste pensaba,
la curva no había de ser «una espede de espiral» * que, tras unas
pocas revoluciones, llevase al objeto que cae hasta «el centro de la
tierra», sino que por el contrario dicha curva sería «más bien un
tipo [de] elipsoide». El 13 de diciembre, Newton le escribió a
Hooke: «Estoy de acuerdo con usted en que ... [el cuerpo] no
descenderá en una espiral hasta el mismo centro, sino que [habrá
de] circular con un alternativo ascenso y descenso...» (Newton,
1959-1977, vol- 2, pág. 307). La importancia de este problema re­
side en el hecho de que hallar la trayectoria de un cuerpo en caída
libre sobre una Tierra en movimiento es matemática y físicamente
equivalente a hallar una órbita planetaria, dado que el cuerpo que
cae comenzará su movimiento como si hubiese redbido un impulso
o tuviese un componente de movimiento inerdal (tangencial), siendo
luego continuamente atraído hasta el centro (en este caso, el de la
Tierra).
Una vez que Newton hubo reconocido la corrección de Hooke,
éste se sintió animado a escribirle acerca de «mi suposición» relativa
a la fuerza de atracción que mantiene a los planetas en sus órbitas;
a saber, que « ... la atracción se halla siempre en una proporción
duplicada con la distancia del centro recíprocamente, y por consi­
guiente la velocidad se hallará en una proporción sub-duplicada con
la atracción y, por ende, como supone Kepler, recíprocamente con
la distancia (Hooke a Newton, 6 de enero de 1679/80; Newton,
1959-1977, vol. 2, p. 309). Newton no comentó directamente esta
afirmación, por más que su opinión pueda fácilmente colegirse del
hecho de que demostró que la velocidad de un cuerpo (como un
planeta o satélite planetario) que se mueve en una órbita elíptica
bajo la acción de una ley de fuerza inversa del cuadrado no es «como
supone Kepler [y Hooke] recíproca de la distancia», sino que resulta
266 L as transform aciones de las ideas científicas

más bien recíproca (o inversamente proporcional) a la distancia per­


pendicular del centro de fuerza a la tangente a la órbita planetaria.
Como hemos visto en el apartado $ 3.1, el resultado de Newton
muestra que esta ley de la velocidad de Kepler se puede utilizar
sin error apreciable tan sólo en la región de los ábsides, ya que en
las inmediaciones del afelio y perihelio la distancia directa del Sol
al planeta es casi igual a la distancia perpendicular que media entre
el Sol y la línea trazada a través de la posición del planeta tangen­
te a la órbita. De este modo, Hooke parece no haber sido cons­
ciente del error que implica suponer la validez para toda la ór­
bita de una regla que tan sólo se podría utilizar en puridad para
dos regiones muy limitadas próximas al afelio y al perihelio. Eviden­
temente, Hooke ignoraba por completo la inconsistencia analítica
existente entre la ley de áreas y esta supuesta ley de la velocidad s.
Cuando Hooke propuso a Newton su «suposición» relativa a una
atracción que varía inversamente como el cuadrado de la distancia,
con la supuesta consecuencia de una velocidad inversamente pro­
porcional a la distancia, subrayaba la importancia del problema,
señalando que « ... el hallazgo de las propiedades de una curva reali­
zada de acuerdo con tales principios será de gran interés para la hu­
manidad, ya que una de sus consecuencias necesarias es la determi­
nación de la longitud por medio de los cielos, pues pienso que la
composición de dos movimientos de esee carácter forma el de la
luna» (Hooke a Newton, 6 de enero de 1679/80; Newon, 1959-
1977, vol. 2, p. 309). Hooke leyó esta carta (dirigida a Newton) en
una reunión de la Sociedad Real, y unos días más tarde le escribió
de nuevo a Newton con un reto directo que resultaría de la mayor
importancia:

Queda ahora por averiguar las propiedades de una línea curva (ni circular
ni concéntrica) realizada por una potencia atrayente central que baga que las
velocidades de descenso desde la linea tangente o igual movimiento rectilíneo,
a todas las distancias, estén en una proporción duplicada de las distancias recí­
procamente tomadas [i.e ., inversamente como el cuadrado de las distancias].
No me cabe la menor duda de que con vuestro excelente método podréis hallar
fácilm ente cuál ha de ser dicha curva, asi como sus propiedades, sugiriendo
además una razón física de esta proporción. [H ooke a Newton, 15 de enero
de 1679/80; Newton, 1959-1977, vol. 2 , p . 313.]

Dado que los historiadores (asi como el propio Hooke) han citado
frecuentemente estas afirmaciones como prueba de que Hooke había
descubierto la ley de la gravitación del inverso del cuadrado, posee
un interés más que mediano el que Newton haya conferido tanta
importancia en los Principia a una demostración de que la ley de
5. Newton y las leyes de Kepler 267

la velocidad de Hooke es en general falsa. He mencionado el hecho


de que, en las tres ediciones de los Principia (1687, 1713, 1726),
este resultado aparece en la proposición 16 del lihro primero*. Hooke
expresó su pretensión de prioridad por lo que respecta a la ley del
inverso del cuadrado después de que el manuscrito del libro primero
de Newton hubiese sido recibido en la Sociedad R eal7. Para apunta­
lar su propia pretensión de descubrimiento original, Newton envió a
Halley el nuevo escobo a la proposición 4, en la que daba su de­
mostración juvenil de la ley de la aceleración (tf/r ) para el movi­
miento circular uniforme; presumiblemente, un poco de álgebra
elementa] llevaría de t ? ¡r a la ley del inverso del cuadrado, al menos
para órbitas circulares1. Sería ya demasiado tarde para alterar la
estructura de las proposiciones anteriores o tal vez Newton no veía
entonces cuán fácil habría sido refutar la afirmación de Hooke antes
de la proposición 16. Mas, una vez publicados los Principia, decidió
transferir los corolarios de la proposición 1 a un lugar distinto
del de la primera edición y del manuscrito original, pasando así a
ser corolarios a la proposición 2 que había carecido de ellos hasta
entonces. Esto le permitió insertar una serie completamente nueva
de corolarios a la proposición 1, el primero de los cuales constituía
un enunciado de la ley de la velocidad tal y como Hooke debería
haberla escrito:

Corol. 1: La velocidad de un cuerpo atraído hada un centro inm óvil, en


espados carentes de resistenda, es recíprocamente como la perpendicular desde
dicho centro a la línea recta que toca [i.e ., es tangente a ] la órbita [véase
Newton, 1972, vol. 1, pp. 90-93].

He aquí, en efecto, una aplastante respuesta a las pretensiones de


Hooke, situada prominentemente como corolario 1 a la proposición
1 del Ubro primero. Si esta interpretación es acertada, Newton estaba
dando a entender que Hooke no poseía una razón válida para pre­
tender haber descubierto una ley que no comprendía plenamente.
Newton ni siquiera respondió directamente al reto de Hooke
de 1680, relativo al hallazgo de las órbitas planetarias resultantes
de la composición de un movimiento rectilíneo inercial con un des­
censo continuo según una fuerza inversa del cuadrado. Algún tiem­
po después, escribió brevemente a Hooke sobre otro tema, mencio­
nando algunos experimentos, aunque sin hacer referencia al problema
de mecánica celeste (Newton a Hooke, 3 de diciembre de 1680;
Newton, 1959-1977, vol. 2, p. 314).
La repugnancia de Newton a atacar directa y públicamente el
problema planteado por Hooke resulta fácil de entender. No era
268 Las transformaciones de las ideas científicas

propio de su carácter desarrollar ideas importantes en correspon­


dencia con otras personas, siendo Hooke uno de los peores candi*
datos a recibir las ideas nacientes y no publicadas de Newton. Qui­
zá, en un primer momento, Newton no estuviese convencido del
significado fundamental del problema de Hooke como clave de nues­
tra comprensión del funcionamiento del sistema solar. Tampoco
se sintió aparentemente impresionado por la afirmación de Hooke
(en su carta del 6 de enero de 1680) acerca del «gran interés para
la humanidad» de la resolución de este problema. Además, antes de
que Newton pudiese completar su solución de los problemas del
movimiento planetario en órbitas elípticas o del movimiento de los
satélites planetarios, había que superar ciertos embrollos concep­
tuales y matemáticos importantes’ . Pero, por más que Newton
no procediese inmediatamente a establecer la ley de la gravitación
universal ni hallase la solución del problema de los dos cuerpos (ni
mucho menos el de los tres cuerpos), aparentemente demostró para
satisfacción propia que, bajo la acción de una fuerza central que
varíe como el cuadrado inverso de la distancia, un cuerpo que se
mueve con una componente de movimiento inercia! describirá una
órbita elíptica. Newton admitió más tarde que este primer paso
fundamental hacia su mecánica celeste basada en la ley de la gra­
vitación universal lo había dado como resultado del estímulo de
Hooke en los años 1679/80 10.
El período durante el cual Newton mantuvo correspondencia con
Hooke (24 de noviembre de 1679 a 3 de diciembre de 1680), fue
notable por la aparición del gran cometa de 1680, que resultó visi­
ble desde noviembre de 1680 hasta comienzos de marzo de 1681.
Dicho cometa llamó la ¿tención de Newton, quien realizó observa­
ciones de su cambiante posición y velocidad, estudiando su trayec­
toria aparente y verdadera (véase Ruffner, 1966). Newton se hallaba
en comunicación sobre su posición y trayectoria con Flamsteed, del
Observatorio Real de Greenwich, marcando este intercambio los
primeros contactos entre Newton y el recientemente fundado obser­
vatorio. Newton recibió información de Flamsteed sobre este co­
meta a través de un intermediario, James Crompton n. En una de
sus cartas de respuesta, dirigida a Crompton para Flamsteed (fe­
brero de 1681), Newton rechazaba la opinión de Flamsteed de que
los cometas siguen órbitas curvas, descritas en torno al Sol por la
fuerza magnética de éste. Aunque confesaba que podría «conceder
fácilmente la existencia de una potencia atractiva en el sol, mediante
la cual se mantienen los planetas en sus cursos en torno a él, evi­
tando que se alejen por líneas tangentes», se sentía «menos inclinado
a creer [como Flamsteted] que dicha atracción fuese de una natu­
5. Newton y las leyes de Kepler 269

raleza magnética», siendo su objeción principal a la teoría de la


atracción magnética solar que el Sol es «un cuerpo vehementemente
caliente & los cuerpos magnéticos cuando se calientan al rojo pierden
su virtud». Y lo que es más significativo, Netwon aún parece creer
en la teoría kepleriana, entonces en boga, de las trayectorias recti­
líneas de los cometas 1Z, en cuyo caso «sospechaba que los cometas
de noviembre & diciembre, que el señor Flamsteed cuenta como
mío y el mismo cometa, eran dos cometas diferentes», apareciendo
presumiblemente como una parja que se movía en direcciones opues­
tas por trayectorias casi paralelas (Newton, 1959-1977, vol. 2, pági­
na 342). Newton había desarrollado la teoría matemática de tal
movimiento rectilíneo de los cometas en sus lecciones universitarias
de álgebra de 1676, que repitió en 1680, haciendo entonces uso de
una modificación de la hipótesis de Kepler que había introducido
Wren u.
No conocemos la fecha exacta de la conversión de Newton a la
opinión de que los cometas son una especie de planetas que se
mueven en órbitas curvas en torno al Sol. Esta última opinión apa­
rece específicamente en su tratado D e m ota, escrito después de la
vista de Halley (presumiblemente en agosto de 1684) en la que
le preguntó por la posibilidad de que una ley solar inversa del
cuadrado pudiese producir o mantener órbitas planetarias elípticas
(para detalles, véase Cohén, 1971). Sin embargo, como Newton
escribió a Flamsteed el 19 de septiembre de 1685, «aún no he
calculado [! ] la órbita de un cometa», hallándose a punto de hacerlo
y añadiendo que «parece muy probable que los de noviembre & di­
ciembre fuesen el mismo cometa» (Newton, 1959-1977, vol. 2, pá­
gina 419). Teniendo en cuenta las fechas, ello alude al parecer a
lo que Whiteside ha denominado apropiadamente «la técnica grá­
fico-aritmética, ad hoc y engorrosa» de Newton, escrita para la pri­
mera versión del libro tercero de los Principia (y publicada póstu-
mamente como el De mundi systemate líber). (Véase Cohén, 1971,
suplemento 6.)
En una carta que se supone escrita en abril de 1681, Newton
decía: «Acerca de la trayectoria de los cometas aún no he realizado
ningún cálculo, aunque creo disponer de un método para ello, sea
cual sea la línea de su movimiento». En otra carta del 16 de abril
de 1681, le decía a Flamsteed que de todas las dificultades de la
teoría de la órbita curva «ésta es la que más me inquieta: hacer que
los cometas de noviembre & diciembre no sean más que uno es hacer
que sea una paradoja, pues si procediese por una línea tan curvada,
otros cometas habrían de hacer lo propio, siendo así que tal cosa no
se ha observado nunca en ellos, sino más bien lo contrario» (Newton,
270 Las transformaciones de las ideas den tíficas

1959-1977, vol. 2, pp. 362, 364). Naturalmente, ha de tenerse pre­


sente que en la porción de la órbita en que el cometa gira, se halla
próximo al Sol y no es fácilmente visible, así como que la trayectaria
fácil de ver no es muy curva comparada, digamos, con una órbita
planetaria (incluyendo la de Saturno).
Para Newton, la teoría de los cometas era un tema de la mayor
importancia astronómica, especialmente durante los años ochenta,
tal y como se puede ver en la masa de datos observacionalies y
cálculos que reunió relativos a los cometas que de hecho vio y a los
que aparecían en la bibliografía sobre el tema (Ruffner, 1966). En
todas las ediciones de los Principia, la teoría de los cometas (no sólo
sus movimientos, sino también su apariencia y composición) apa­
rece como el tema final del tercer y último libro sobre el Sistema
del Mundo, ocupando entre un tercio y la mitad de dicho libro
(37 de 110 páginas en la primera edición, y 59 de 147 en la ter­
cera). Los cometas terminaron siendo de especial importancia para
mostrar la acción de la fuerza gravitatoria solar a grandes distancias,
más allá de los límites del sistema solar visible. Dado que aún creía
que los cometas se movían en líneas rectas en una fecha tan tardía
como 1681, y quizá un poco más tarde, difícilmente podría haber
descubierto para entonces una ley de gravitación «universal». Sin
embargo, en el tratado De motu, supuso simplemente (en 1684), sin
discusión, que algunos cometas retoman a nuestra parte del sistema
solar, indicando un modo para «conocer si el mismo cometa retoma
una y otra vez» («cognoscere an idem cometa ad nos saepius re-
deat»). Newton registró también sus observaciones de otro cometa
en agosto de 1682, y en 1683 recibió información sobre dicho co­
meta de Arthur Storer de Maryland, uno de los dos informantes
americanos de Newton, siendo el otro Thomas Brattle de Cambridge,
Massachusetts M- Su preocupación por diversos tipos de problemas
astronómicos se puede documentar fácilmente, sea mediante la co­
rrespondencia o mediante otros manuscritos, para los años 1679,
1680 y 1681.

5.5. E l descubrimiento newtoniano del significado dinámico de la


ley de áreas de K epler: la idea de fuerza

En varios documentos no publicados, Newton admitió que, en


1679-1680, Hooke había suministrado la ocasión de su estudio
de la dinámica planetaria, si bien no habría de admitir que Hooke
hubiera hecho ninguna contribución substantiva a su pensamiento.
En uno de esos lugares, Newton describe los experimentos de Hooke
5. Newton y las leyes de Kepler 271

sobre cuerpos en caída, así como el comentario de éste en el sentido


de que dichos cuerpos «no habrían de caer al centro de la tierra,
sino que habrían de elevarse de nuevo & describir un óvalo, tal y
como hacen los planetas en sus órbitas». Continúa Newton:

D espués de lo cual, calculé cuál habría de ser la órbita descrita por los
planetas, pues ya había hallado antes, por la proporción sesquiáltera de los
tiempos periódicos de los planetas con sus distancias al so l, que las fuerzas
que los mantienen en sus órbitas en tom o al sol eran como los cuadrados de
sus distancias medias al sol recíprocamente; & hallé ahora que cualquiera que
fuese la ley de las fuerzas que mantienen a los planetas en sus órbitas, las
áreas descritas por un radio trazado desde ellos hasta el sol serían proporciona­
les a los tiem pos en que fueron descritas. Y [con ayuda de] estas dos propo­
siciones, hallé que sus órbitas habrían de ser esas elipses que Kepler ha des­
crito *.

En otro memorándum, ya citado anteriormente en el apartado $ 5.3,


Newton no mencionaba a Hooke y situaba asimismo las fechas de­
masiado hacia el pasado:
A l fin [antes decía Y algunos años (m ás tarde)], en el invierno entre los
años 1676 [antes decía 1666] & 1677, hallé la proposición según la cual, en
virtud de una fuerza centrífuga recíprocamente como el cuadrado de la dis­
tancia, un planeta ha de girar en una elipse en tom o al centro de fuerza
situado en el om bligo inferior de la elipse, describiendo mediante un radio
trazado a dicho centro áreas proporcionales a los tiempos. [U LC M S Add.
3968, sección 41, folio 85; véaás Cohén, 1971, p. 291.]

Naturalmente, se trata de una historia falsa creada por Newton


hacia 1718. Si sustituimos la expresión «fuerza centrífuga» por la
de «fuerza centrípeta», entonces dispondremos de una descripción
bastante exacta de lo que Newton hizo en el tratado De motu
(1684) y en los Principia, más bien que en 1676-1677 como pre­
tende. No hay ninguna prueba (ni el menor rastro de ello) de que
Newton hubiera podido alcanzar este resultado antes de su corres­
pondencia con Hooke en los años 1679-1680. Si elaboró entonces
la relación entre la ley inversa del cuadrado y las órbitas elípticas,
como se supone en general hoy día que hizo, podría haberlo hecho
en términos de una «fuerza centrífuga» más bien que en términos
de una «fuerza centrípeta»; mas, a la luz de las efectivas sugeren­
cias de Hooke y del texto del D e motu, parece más probable que
a estas alturas hubiera concebido la «fuerza centrípeta», empleando
dicho concepto en la demostración. De acuerdo con ello, resulta
tanto más interesante que en este último extracto Newton haya em­
pleado la expresión «fuerza contrífuga», el concepto que había
272 Las transform aciones de las ideas científicas

venido usando en la década de los sesenta, y no «fuerza centrípeta,


el concepto que usaba ahora en todos los documentos en los que
mostraba que la órbita elíptica se produce en virtud de una fuerza
inversa del cuadrado. Tratábase de un lapsus un tanto obvio, tal
vez una transición inconsciente de la expresión de la frase anterior:
«Supongo que lo que el señor Huygens ba publicado desde entonces
sobre las fuerzas centrífugas lo obtuvo antes que y o » J. En realidad,
en esta frase concreta, Newton había escrito de hecho originalmente
«centrípeta», aplicando así a Huygens un concepto newtoniano y
un nombre newtoniano que no aparece por parte alguna en la pre­
sentación que hace Huygens del tema. Hemos visto que el con­
cepto y el nombre de Huygens había sido transformado por Newton,
cambiándolo de «centrífuga» a «centrípeta»3. ¿Cuándo tuvo lugar
esta transformación? ¿Consistió la contribución fundamental de
Hooke en sugerir a Newton que los movimientos planetarios habrían
de formarse a base de una componente inercial rectilínea y los efec­
tos de una fuerza dirigida hacia el Sol? Así parecería ser. Tal con­
tribución sería mucho más importante para el pensamiento newto­
niano que la conjetura de que la fuerza solar varía inversamente al
cuadrado de la distancia; especialmente dado que, como se ha men­
cionado más arriba (§ 5.3), sería bastante obvio, una vez que Huy­
gens hubiera publicado la regla de la fuerza centrífuga en 1673, que
tal fuerza ha de variar como el cuadrado inverso para órbitas cir­
culares. No exigiría conjeturar demasiado pensar que la misma fuerza
pudiera producir también de algún modo órbitas elípticas.
La ciencia no progresa por conjeturas, sino por demostraciones,
si bien las buenas conjeturas pueden conducir a demostraciones
efectivas. No ocurrió así con Hooke, quien no poseía la doble virtud
de disponer de las matemáticas para someter a disciplina su ima­
ginación creadora y para conferirle los necesarios poderes de desanu­
dar el embrollo de las leyes de Kepler (véase el apartado $ 3.1). En
cualquier caso, como veremos más abajo, el descubrimiento del sig­
nificado dinámico de cada una de las leyes de Kepler y su trans­
formación, haciéndolas pasar de simples reglas cinemáticas o des­
criptivas a principios dinámicos o causales, no fue más que un
mero primer paso hacia la gravitación universal, por más que resul­
tase de la mayor importancia.
Si el paso (o transformación) de la idea de fuerza centrífuga
a la de fuerza centrípeta constituyó un elemento básico del desarro­
llo de Newton en los años 1679-1680 *, el otro fue la transforma­
ción que desembocó en el reconocimiento del significado dinámico
de la ley de áreas. Ya he menconado el hecho de que, en la época
de Newton, muchos manuales y tratados astronómicos presentaban
5. Newton y las leyes de K epler 273

la astronomía kepleriana sin esta ley, utilizando en su lugar una u


otra forma de sustitución, basada en un movimiento medio relativo
al foco vacío más (con mucha frecuencia) un factor de corrección.
Por supuesto, Newton se había topado con la ley de áreas antes de
1679-1680. La ley aparece en el libro de Nicolaus Mercator de 1676,
en el que hemos visto que aparece un largo resumen de la propia
contribución de Newton al análisis de las libraciones de la Luna. Mas
hay que señalar que en este libro, una vez que se ha enunciado la
ley, se pasa por alto en favor de la propia versión sustitutiva de
Mercator. Newton había leído también la solución de Christopher
Wren al problema de Kepler, impresa como suplemento al tratado
de John Wallis sobre la cicloide, donde la ley se menciona, si bien
no como regla o proposición astronómica importante o prominente.
En los estudios de Newton sobre este tema (en su «epístola prior»
a Leibniz del 13 de junio de 1676) alude a ella con el nombre de
«problema astronómico de Kepler» («Astronomicum illud Kepleri
problema»), aunque en su solución por series no menciona ni da a
entender ninguna aplicación astronómica particular, tratándolo como
un problema puramente geométrico de origen astronómico: hallar
un sector focal de una elipse que mantenga una razón dada con
otro sector focal de la misma elipse. En ningún lado de los prime­
ros tratados de Newton — notas, extractos, correspondencia, tratados
manuscritos— se da ninguna formulación explícita de la ley de áreas
de Kepler. Dicho sea brevemente, antes de la correspondencia con
Hooke en 1679-1680, la segunda ley no formaba parte de la dota­
ción consciente de principios astronómicos de Newton. Nunca había
sido algo activo en sus disquisiciones astronómicas, tal y como había
ocurrido con la tercera ley (que le condujo a la ley de fuerza inversa
del cuadrado para las órbitas planetarias circulares)3.
Y entonces, tal vez repentinamente, el significado de la ley de
áreas tiene que haber surgido en su conciencia *. Si, como supongo,
no hay razón para dudar de que la discusión de las leyes de Kepler
del tratado D e m ota y del comienzo de los Principia siga la misma
línea que sus propios descubrimientos, entonces podemos ver cuán
importante resultó la «Teoría» de Hooke, como él la llamaba, con­
sistente en componer «los movimientos celestes de los planetas» a
base de «un movimiento rectilíneo por la tangente» y «un movimien­
to atractivo hacia el cuerpo central» (Hooke a Newton, 24 de no­
viembre de 1679; Newton, 1959-1977, vol. 2, p. 297; véase la sec­
ción § 5.4). En efecto, en la proposición 1 del De motu y de los
Principia, Newton hace exactamente eso. En aras de la claridad,
permítaseme recapitular el argumento, tal como se describió en la
sección § 4.4, en relación con el paso de los impulsos de fuerza
274 Las transform aciones de las ideas científicas

individuales a la fuetza continuamente actuante. En primer lugar,


considera el movimiento inercial (rectilíneo) de un cuerpo en ausen­
cia de cualquier fuerza externa, mostrando que por respeto a un pun­
to cualquiera del espacio que no se halle en la línea del movimiento,
la línea trazada desde dicho punto al cuerpo barrerá áreas iguales
en tiempos iguales. ¡Qué extraordinaria revelación! Por vez primera
se pudo ver que la ley de inercia se hallaba íntimamente ligada a la
ley de áreas. A continuación, Newton «compone» este movimiento
inercial con un golpe, un impacto repentino, una fuerza «impulsiva»
(como se llegó a conocer más tarde), dirigida hacia dicho punto, y
demuestra geométricamente que el área se sigue conservando. En
el nuevo movimiento inercial que sigue al primer golpe se da un
segundo golpe, de nuevo en dirección al punto (o centro), y una
vez más se conserva el área. Estos golpes se siguen unos a otros a
intervalos regulares, produciendo una trayectoria poligonal cuyos
lados junto con las líneas que unen el punto central con las extremi­
dades de los lados, determinan un conjunto de triángulos de igual
área. Entonces, en el límite, a medida que el tiempo entre sucesivos
golpes se torna indefinidamente pequeño, o a medida que «el número
de triángulos... aumente y ... la anchura de los triángulos disminuya
indefinidamente», el «perímetro final» será una curva y «la fuerza
centrípeta mediante la que el cuerpo es apartado perpetuamente de
la tangente a dicha curva actuará continuamente» (véase el aparta­
do § 4.4). La proposición 2 demuestra la conversa, que la ley de
áreas implica el movimiento inercial en un campo de fuerza cen­
tral7. Así, la ley de áreas transformada suministra, en manos de
Newton, una condición necesaria y suficiente para una fuerza cen­
trípeta. Armado con semejante ley (presumiblemente después de
1679) y con una ingeniosa medida de la fuerza (proposición 6 del
libro primero de los Principia), Newton fue capaz de mostrar que
el movimiento planetario en órbitas elípticas (asi como el movi­
miento de los cometas en órbitas elípticas o parabólicas) es una
consecuencia de la combinación del movimiento inercial (lineal o
tangencial) y un tipo particular de fuerza centrípeta que varía inver­
samente al cuadrado de la distancia.
Como hemos visto, Newton señaló que como resultado de su co­
rrespondencia con Hooke, de hecho aguijoneado por Hooke,

H e hallado ahora que cualquiera que sea la ley de las fuerzas que mantienen
a los planetas en sus órbitas, las áreas descritas por un radio trazado de ellos
al sol serían proporcionales a los tiempos en que se describieron. Y , mediante
la ayuda de estas dos proposiciones, hallé que sus órbitas habrían de ser
aquellas elipses que Kepler había descrito*.
5. Newton y las leyes de Keplcr 275

No puede caber la menor duda de la importancia otorgada por


Newton a la ley de áreas9. En la versión de los hechos registrada
por Conduitt, se dice que, cuando Hooke «le escribió que la curva
habría de ser una elipse & que el cuerpo habría de moverse según
la noción [s ic ]* de Kepler», ello le dio a Newton «ocasión de
examinar a fondo la cuestión & para fundamentación del cálculo
que perseguía estableció esta proposición, que las áreas descritas
en tiempos iguales eran iguales, lo cual, aunque supuesto por Ke­
pler, no fue por él demostrado, de cuya demostración la primera
gloria pertenece a Sir Isaac» w. El propio Newton no expresó se­
mejante pretensión tan a las claras por lo que respecta a la ley
de áreas, aunque sí lo hizo en la cuestión de las órbitas elípticas. En
los Principia, acreditó explícitamente a Kepler como descubridor de
la tercera ley o ley armónica, aunque ni siquiera mencionó su nombre
en relación con la ley de áreas y con la ley de las órbitas elípticas 11.
Se ha de prestar ahora la debida atención a otro factor, además
de la transformación de la fuerza centífuga en centrípeta y del reco­
nocimiento del significado de la ley de áreas: el deseo de Newton
de considerar la acción de fuerzas atractivas que puedan producir
órbitas elípticas a millones de millas de distancia. He mencionado
más abajo (pág. 376, nota 23) que R. S. Westfall (1971, p. 377) ha
presentado un análisis muy original de la «reorientación de su [de
Newton] filosofía de la naturaleza, emprendida... en torno a 1679»,
mediante la cual Newton fue más allá de «la filosofía mecánica or­
todoxa» que «hacía hincapié en que la realidad física consta sola­
mente de partículas materiales en movimiento, caracterizadas por el
tamaño, la forma y la solidez exclusivamente», mientras que «ahora
añadía fuerzas de atracción y repulsión, consideradas como propieda­
des de tales partículas, el catálogo de la ontología de la naturaleza».
Westfall se indina a asociar este cambio al declinar de su creenda
en d éter, tal vez como resutado de los experimentos con péndulos
realizados en tomo a 1679.
No se puede poner en duda que Newton llegó a considerar las
fuerzas centrípetas como si fuesen entidades por derecho propio,
concentrándose directamente en su acción para producir movimien­
tos observados (esto es, para inidar el movimiento, para ponerle
fin, para cambiar un movimiento alterando su direcdón, su magnitud
o ambas; en resumen, para producir una aceleración). Ello exigía
por parte de Newton transformaciones fundamentales de sus ideas
sobre la fuerza, lo que entrañaba abandonar el concepto del «cona-

* En el original, notion («noción») en vez de motion («movimiento»).


(N. del T.)
276 Las transform aciones de las ideas científicas

tus» o «tendencia» de un cuerpo en favor de una fuerza externa


que actúa sobre un cuerpo, admitiendo luego la posibilidad de que
los cuerpos puedan ejercer fuerzas sobre otros cuerpos a grandes
distancias (esto es, a distancias que resultan grandes por respecto
a las dimensiones de los propios cuerpos), posibilidad que Newton
consideró por lo que respecta a sus implicaciones tanto matemá­
ticas como físicas. Por añadidura, tenía que producirse la transición
de pensar en términos de la fuerza centrífuga de un cuerpo a la
concepción de que, en el movimiento curvo, hay una fuerza cen­
trípeta actuando sobre el cuerpo. Ya hemos visto que fue la incapa­
cidad de desarrollar este tipo de idea de la fuerza lo que impidió a
Huygens desempeñar una función efectiva en el descubrimiento de
la ley de la gravedad.
Ciertamente fue un nuevo modo de enfocar el problema de las
fuerzas lo que confirió a Newton el poder de forjar la reconstrucción
de la dinámica y la formulación de un sistema del mundo basado en
la dinámica celeste, permitiéndole asimismo desarrollar el concepto
de gravitación universal y examinar sus consecuencias, descubriendo
la ley gravitatoria. Mas considero que la clave del pensamiento crea­
dor de Newton en mecánica celeste no fue que considerase que
las fuerzas fuesen propiedades reales, primarias o esenciales de los
cuerpos o de la materia macroscópica, si no más bien que pu­
diese examinar las condiciones y propiedades de tales fuerzas como
si fuesen reales, sin que fuese preciso hallar una respuesta satisfac­
toria (o una respuesta sin más) a los problemas relativos a la reali­
dad independiente de dichas fuerzas. El estilo newtoniano, desarro­
llado en tomo a 1679-1680, le permitió evitar o posponer cuales­
quiera problemas relativos a la reconciliación del concepto de fuer­
zas centrípetas o atractivas con la filosofía mecánica heredada, hasta
la fase tres, una vez que hubo encontrado pruebas de que la fuerza
de gravitación universal «existe realmente» Q. Y fue entonces, como
vimos en el apartado S 3.8, cuando Newton se sintió obligado a
hallar — en la secuela a la fase tres— cómo hacer de tal fuerza una
consecuencia o efecto secundario de alguna causa que resultase acep­
table filosóficamente. Esto es, Newton estaba convencido de la
existencia de algún tipo de «acción» que arrastra o impele a un
cuerpo hacia otro, como si un cuerpo atrajese a otro a través de
grandes distancias, cientos de millones de millas en el caso de la
acción solar sobre los planetas, y más aún en el de los cometas. Sin
embargo, Newton no creía que una fuerza pudiese actuar a tan gran­
des distancias a menos que hubiese «algo» en el espacio intermedio
capaz de producir lo que parecía ser semejante «atracción». Este
nivel de investigación y especulación no era primariamente pertinen­
3. Newton y las leyes de Kepler 277

te para la elaboración de las consecuencias matemáticas de los cons-


tructos o sistemas imaginativos que proponía Newton (fase uno),
o para la comparación de los resultados matemáticos con el mundo
de la naturaleza física (fase dos).
Es discutible que Newton, de 1679-1680 a 1687 y posterior­
mente, desease tratar acerca de las fuerzas a distancia debido a la
fuerza de su íntima convicción y esperanza (que resultarían vanas)
de que tales fuerzas terminarían por resultar reductibles a algún
efecto de la materia y movimiento (como los impulsos de las partícu­
las de éter). Pero la nuda realidad es que emprendió de hecho un
análisis del movimiento planetario según el modo propio de Hooke
de concebir la acción de una fuerza centralmente dirigida sobre un
planeta que poseía una componente de movimiento inercial lineal,
siendo de hecho capaz de hacerlo aun cuando no hubiese abandona­
do todavía su aceptación de la idea de vórtices etéreos y aun
cuando en apariencia no creyese realmente que las fuerzas centrí­
petas actuasen a distancia. Sean cuales sean sus creencias, el estilo
newtoniano le permitió explorar las propiedades de este tipo de
fuerza, terminando por descubrir, como resultado de lo que he
dado en llamar la fase tres de la investigación, que la gravitación
universal es útil y aún necesaria, así como que «existe realmente»
(como declararía más adelante en el escolio general final de los
Principia en 1713), actuando de acuerdo con las leyes que él había
establecido. Hemos visto que, para Newton, tal conclusión no era
el final del ejercicio, tal y como hubiera ocurrido de haber sido capaz
de aceptar la existencia de la gravitación universal sin más disquisi­
ciones. La propia «realidad» de la existencia de la gravitación uni­
versal — en cuanto efecto y no en cuanto causa primaria— exigía
que la acción gravitatoria se «explicase» en términos de la filosofía
de la naturaleza heredada, siendo reducida a los principios de la
«filosofía mecánica», según la cual todos los fenómenos han de ex­
plicarse en último término mediante los principios de «materia y
movimiento». El estilo newtoniano y la filosofía newtoniana de la
ciencia basada sobre aquél declaraba con audacia lo razonable de
aceptar el sistema newtoniano del mundo — y la mecánica celeste
newtoniana que constituía su fundamento— sin que fuese preciso
haber hallado antes una explicación, si bien el propio Newton creía
evidentemente que no habría de pasar mucho tiempo antes que se
produjese este tipo de explicación. Para Newton, la «realidad»
de la gravitación universal no significaba una existencia indepen­
diente al margen de una estricta «reducción» a los «pridpios me­
cánicos».
278 Las transformaciones de las ideas científicas

No es aquí mí intención investigar la realidad y existencia


independiente de las fuerzas de alcance corto asociadas a las partícu­
las de materia, salvo por lo que atañen a la gravitación universal u.
Este tipo de fuerzas puede habérsele planteado a Newton como un
concepto derivado del contexto de sus estudios alquímicos o de sus
investigaciones sobre la estrutcura y propiedades de la materia; o
tal vez haya encontrado un fuerte respaldo como resultado de sus
investigaciones químicas o alquímicas M. Lo que aquí nos interesa
no es el análisis de los modos en que Newton estudió las propie­
dades de las fuerzas de las partículas, sino tan sólo la manera en
que concibió que éstas pueden hallarse relacionadas con las fuerzas
de los cuerpos macroscópicos u. En las afirmaciones hechas por New­
ton acerca de esta relación, arguye que su éxito en los Principia
relativo a las macro-fuerzas le lleva a esperar que pueda terminar
dándose una ciencia igualmente acertada de la materia basada en las
micro-fuerzas. Así, en el prefacio publicado de la primera edición,
expresa el deseo de «que podamos derivar los otros fenómenos de la
naturaleza a partir de los principios mecánicos, mediante el mismo
tipo de razonamiento» que ha demostrado ser tan útil en la mecá­
nica celeste, relativa a cuerpos macroscópicos. «En efecto», concluía,
«muchas razones me llevan a sospechar de algún modo que todos
ellos quizá dependan de ciertas fuerzas mediante las que las par­
tículas de los cuerpos... o se ven impelidas unas hacia otras para
cohesionarse formando figuras regulares, o se ven repelidas unas de
otras, alejándose». Con todo, lo que impresiona de estas afirmaciones
de Newton es su modestia, como si estuviese expresando deseos o
esperanzan — esto es, sus objetivos o expectativas— más bien que
haciendo afirmaciones acerca de hechos cumplidos o verdades de­
mostradas Existía una buena razón para adoptar esta postura, dado
que Newton no tenía pruebas experimentales o fenomenológicas
efectivas de la existencia de tales fuerzas de partículas de alcance
corto, no habiendo construido tampoco nunca un sistema matemá­
tico efectivo que tratase dichas fuerzas al estilo newtoniano. Los
escritos de Newton acerca de la estrutcura de la materia se caracte­
rizan por una ausencia general de matemáticas en un sentido ge­
nuino .
Hay pues una diferencia fundamental entre las afirmaciones de
Newton acerca de la gravitación universal y acerca de las fuerzas
de las partículas. Introdujo consideraciones en torno a estas últimas
en el borrador del prefacio suprimido, pensado para la primera edi­
ción de los Principia, utilizando expresiones como: «Pues sospecho
que todas estas cosas dependen de ciertas fuerzas»; «Por tanto,
propongo la investigación de si haya o no muchas fuerzas de este
3. Newton y las leyes de Kepler 279

tipo, nunca percibidas aún» (Hall & Hall, 1962, pp. 302 y ss.). En
una conclusión también suprimida, escribía en un estilo similar:
«Sospecho que esta última depende de las fuerzas menores, aún no
observadas, de las partículas insensibles»; «no veo con claridad por
qué las menores no habrían de actuar... mediante fuerzas similares»;
«E s probable que las partículas... se unan por una atracción mu­
tua»; « ... ha de aribuirse, sospecho, a la atracción mutua de las
partículas»; «H e planteado estas cuestiones con brevedad, no para
hacer la afirmación temeraria de que hay fuerzas atractivas y repul­
sivas»; «Pues creo que los cuerpos combustibles so n ...; «D e donde
sospecho q u e...»; «si fuese siquiera posible demostrar que existen
fuerzas de este tipo»; «Lejos de mí afirmar que mis puntos de
vista son acertados» (ibid., pp- 320 y ss.). En una «Hypoth. 2»,
escrita para una versión de la O ptica a comienzos de la década de
1690, admitía: «L a verdad de esta Hipótesis no la afirmó, pues
no puedo probarla, pero es muy probable...» (Cohén, 1966, p. 180;
Westfall, 1971, pp. 371-382).
Qué notable contraste con los Principia, donde insiste sin cuali-
ficación alguna en que la gravitación universal «existe realmente»
(«revera existat») y en que la «gravedad... actúa de acuerdo con
las leyes que hemos expuesto», mientras que hemos visto que en el
prefacio publicado tan sólo dice haberse visto conducido a «sospe­
char de alguna manera» («multa me movent, ut nonnihil suspicer»)
que los «otros fenómenos de la naturaleza... quizá dependan de
ciertas fuerzas por las que las partículas de los cuerpos... o se ven
impelidas unas hacia otras para unirse... o se ven repelidas unas
de otras». E s decir, afirma la existencia de la gravitación universal
por más que no sea capaz de comprenderla y no pueda hallar una
causa de su modo de acción, mientras que por lo que respecta a las
fuerzas de las partículas (que, según dice, se asemejan a la gravedad
por cuanto que sus «causas aún no [son] conocidas»), tan sólo de­
clara sus sospechas. Las pruebas a favor de la gravitación universal
eran firmes y, según su modo de pensar, inatacables; pero los ele­
mentos de juicio a favor de las fuerzas de las partículas eran muy
inestables “ .
En la física de los Principia, las fuerzas asociadas a los cuerpos
macroscópicos poseen aspectos que resultan sorprendentes para una
visión simplista de la física newtoniana, tal y como se contiene en
los libros de texto elementales y en muchas historias de la ciencia.
Hemos visto, por ejemplo, que Newton escribía acerca de la «vis
insita», una «fuerza interior, inherente o esencial, que, como su
nombre indica, puede haber sido «implantada» en la materia: se
trata de la misma fuerza de la que Newton decía que era una «vis
280 Las transform aciones de las ideas científicas

inertiae» o una fuerza de inactividad (Principia, definición 3). New-


ton contraponía esta «fuerza inherente» (o «fuerza de inercia») con
«la fuerza impresa»; esta última, según decía, «consiste en» la «sola
acción», esto es, la «acción ejercida sobre un cuerpo para cambiar
su estado sea de reposo o de movimiento uniforme y rectilíneo»;
además, «no permanece en un cuerpo una vez que la acción ha ce­
sado» (explicación de Newton de las definiciones 3 y 4 de los Prin­
cipia). Señalaba que «un cuerpo persevera en todo nuevo estado
por la sola fuerza de la inercia», aludiendo luego a los tres «oríge­
nes» de la «fuerza impresa»: «percusión, presión o fuerza centrípeta
(explicación de la definición 4). Esto es, los cambios de estado pue­
den ser un resultado de una fuerza de contacto instantánea, de una
fuerza de contacto continuamente aplicada o de una fuerza que
actúa a distancia de modo que empuje o tire de un cuerpo hada
un centro.
Aunque pueda parecer confundente utilizar la misma palabra
«fuerza» (vis) para dos conceptos o entidades físicas tan diferentes,
tales como la causa externa del cambio de estado de un cuerpo y la
causa interna de que un cuerpo se mantenga en cualquier estado
que haya alcanzado w, no creo que se haya producido nunca confu­
sión real alguna por parte de Newton por lo que respecta a los muy
distintos modos de acdón de estos dos tipos de fuerza. No hay ningún
ejemplo ni en los Principia ni en ningún otro escrito de Newton
(impreso o manuscrito) con el que yo me haya topado en el que
cometa el error conceptual de suponer que estas dos «fuerzas» son
del mismo tipo o actúan de la misma manera20. Como hemos visto
en el apartado § 4.5, Newton usaba simplemente una expresión tra­
dicional y al uso, «vis insita», que unía a su propio concepto de
«inercia» (transformado en una «vis inertiae»)21 para indicar su
creencia en que la propiedad de la inercia de la materia precisaba
alguna causa explicativa que diese cuenta de ella a .
La filosofía newtoniana no se limita a recurrir a estas variedades
de «fuerza» relacionadas con el comportamiento de los cuerpos
macroscópicos, sino que hay también fuerzas de atracción, de cohe­
sión y de repulsión entre las partículas. Estas se desarrollan en diver­
sos ensayos y especialmente en la Optica, existiendo una referencia
a sus posibles o probables propiedades en el prefacio a la primera
edición de los Principia. En las cuestiones de la Optica, Newton
introduce también la noción de fuerzas «activas» y fuerzas «pasivas».
Queda así claro que un análisis profundo de la física de Newton y
de su filosofía de la naturaleza ha de entrañar un estudio de la fuerza
en la física de Newton, tal y como se titula la monografía de
R. S. Westfall sobre el tema.
3. Newton y las leyes de Kepler 281

Para los fines inmediatos del estudio de las leyes de Kepler y


Newton en el período de 1679-1686 (el tiempo que media entre
la correspondencia con Hooke y la terminación de los Principia), no
precisamos de tal análisis23. Lo único necesario es reparar en que
Newton utilizaba fuerzas externas que alteran el estado de movi­
miento y reposo de un cuerpo, así como «fuerzas» internas que no
producen tales alteraciones, sino que mantienen sencillamente al
cuerpo en cualquier estado en que se encuentre ya o al que haya
llegado por la acción de fuerzas del primer tipo, siendo en virtud
de estas «fuerzas» internas como los cuerpos resisten los intentos
de mudar su estado de movimiento o de reposo. También es preciso
percatarse de que Newton (como en las demostraciones relativas a la
ley de áreas) poseía un método para concebir la acción de la fuerza
continua como el límte de una secuencia de golpes a medida que
el tiempo entre los sucesivos golpes disminuía indefinidamente.
También hay que tener presente que el estilo newtoniano, al margen
de su concepción acerca de la ontogenia de las fuerzas, le permitía
tratar a dichas fuerzas como si fuesen entidades reales, alcanzando
la ley de la gravitación universal sin necesidad de entrar en la consi­
deración de la realidad de tales fuerzas, hasta haber hallado que
explicaban tan completamente la naturaleza que resultaba inevitable
aceptar su efectiva existencia y su posible modo de acción.

5.6. D e las leyes de Kepler a la gravitación universal


En agosto de 1684, Halley hizo su famosa visita a Newton a
fin de preguntarle qué trayectorias seguirían los planetas si se vie­
sen continuamente atraídos hada el Sol con una fuerza que variase
inversamente al cuadrado de la distancia (véase Cohén, 1971). Este
problema había sido discutido en Londres por Wren, Halley y
Hooke; Hooke pretendía haber hallado la solución, aunque nunca
pudo mostrarla, aun cuando Wren le ofreciese un premio por ello.
Cuando Halley le planteó el problema a Newton en Cambridge,
Newton «inmediatamente» (al menos así lo indica la historia reco­
gida por Conduitt) respondió que la trayectoria habría de ser una
elipse. ¿Cómo lo sabía? «Porque, respondió, lo he calculado.» Sin
embargo, no pudo hallar entonces sus cálculos y, una vez que Halley
se hubo ido, reelaboró de nuevo, una vez más, sus ideas sobre el
tema y escribió una demostración en un tratado que Edward Paget
le llevó a Halley a Londres. Halley se sintió tan impresionado que
volvó a Cambridge para conseguir que Newton accediese a registrar,
si no a publicar, sus resultados. Como consecuencia de ello, New­
ton le envió una versión de un tratado que hoy día se conoce gene-
282 Las transform aciones de las ideas científicas

raímente como el D e motu (posiblemente el mismo tratado, aunque


no necesariamente la misma versión, que había enviado antes por
medio de Paget), que fue debidamente registrado, pudiendo leerse
aún en el volumen 6 del Registro de la Sociedad Real *. Estimulado
ahora por la obra que había emprendido y animado por Halley y la
Sociedad Real, Newton se entregó con más profundidad aún a los
temas de astronomía y mecánica celeste, terminando por componer
y publicar sus Principia. Podemos comprender en parte el surgi­
miento de los principios fundamentales físicos y astronómicos de
Isaac Newton si comparamos y contrastamos algunos de los aspectos
de este primer tratado De motu y el resultado final de los Principia,
tomando en consideración, de pasada, algunos otros documentos
intermedios 2
Tanto en el De motu (teorema 1) como en los Principia (teore­
ma l ) t comienza Newton mostrando que la ley de áreas se sigue de
suponer que un cuerpo con un movimiento inercal inicial recibe la
acción de una fuerza dirigida continuamente hacia el punto respecto
al cual se computan las áreas. Esta demostración es general por
cuanto que no hace referencia a ninguna condición de la fuerza en
particular ni a ninguna curva específica; Newton se limita a mostrar
que la ley de áreas se relaciona con el movimiento inercial en cual­
quier campo de fuerza central. Además de ello, como hemos visto
(S 4.4), Newton muestra que la ley de áreas es válida en el caso
especial de un campo de fuerza nula para un cuerpo con movimiento
uniforme y rectilíneo (inercial). En los Principia (no así en el De
m otu), Newton demuestra luego la conversa (proposición 2), que la
ley de áreas implica una fuerza continuamente dirigida al punto en
torno al cual se computan las áreas iguales, introduciendo allí tam­
bién un teorema de la ley de áreas-más-fuerza central (proposi­
ción 3) acerca del movimiento de un cuerpo (L) en torno a otro
cuerpo (T) que se puede hallar en movimiento3.
En la proposición 1, Newton postula un «centro de fuerza in­
m óvil»4, y en la proposición 2, el centro puede hallarse «o inmó­
vil o moviéndose hacia adelante con un movimiento rectilíneo y uni­
forme». Luego, tanto en el De motu como en los Principia, Newton
introduce {De motu, teorema 2; Principia, proposición 4) un teore­
ma general más corolarios relativos a la medición de la fuerza cen­
trípeta en movimientos circulares uniformess. En ambas obras
(De motu, corolario 5, teorema 2; Principia, corolario 6, proposi­
ción 4), Newton observa que si los cuadrados de los tiempos pe­
riódicos son como los cubos de los radios, las fuerzas centrípetas
serán inversamente como los cuadrados de los radios. En el De motu
(escolio al teorema 2; traducido por D. T. Whiteside en Newton,
5. Newton y las leyes de K epler 283

1967-, vol. 6, pp. 31 y ss.), Newton enuncia que dicha relación vale
«para los planetas mayores que circulan en torno al sol, así como
para los menores que circulan en tomo a Júpiter y Saturno». Aparece
un enunciado similar en los Principia (escolio a la proposición 4),
donde Newton dice que el «caso» descrito en este corolario «se da
en los cuerpos celestes». En los Principia, aparece un enunciado
entre paréntesis adicional que no se halla en el D e motu: «Como
nuestros colegas Wren, Hooke y Halley han independientemente
observado.» En el D e motu se dice que la anterior relación (que los
«cuadrados de los tiempos periódicos [de los cuerpos celestes] son
como los cubos de las distancias al centro común en tomo al cual
giran») es «ahora aceptada por los astrónomos». En los Principia,
la afirmación de Newton es más concisa: puesto que esta relación
rige para los cuerpos celestes, tiene la intención de «tratar con más
detenimiento aquellas cuestiones que se relacionan con la fuerza
centrípeta que decrece como los cuadrados de las distancias a los
centros»6. En los Principia, aunque no así en el D e motu, sigue
después (proposición 3) un modo claro de hallar el centro de fuerza,
dada una órbita y la velocidad en dos puntos cualesquiera.
Después (De motu, teorema 3; Principia, proposición 6) intro­
duce Newton una medida originaÚsima de la fuerza centrípeta, el
fundamento sobre el que se eleva el análisis de las órbitas elípticas
(y muchas cosas m ás)7. Ello le conduce a la ulterior discusión del
movimiento en un círculo. En el De motu (problema 1), la fuerza
centrípeta se dirige a un punto de la circunferencia; en los Principia
(proposición 7), la fuerza se «dirige a cualquier punto». No hay equi­
valente en el De motu de las proposiciones 8 y 9 de los Principie¡t
donde Newton considera el movimiento en un semicírculo, cuyo
centro de fuerza es «tan remoto» que todas las líneas trazadas desde
ese centro a cualquier punto del semicírculo «pueden considerarse
paralelas», examinando también la ley de la fuerza centrípeta en
el movimiento en espiral.
A continuación (De motu, problema 2; Prinápia, proposi­
ción 10), se introduce el movimiento elíptico con la fuerza dirigida
hacia el centro de la elipse. Es entonces cuando Newton alcanza el
principal fruto del ejercicio planteado por Halley: la derivación de
la «ley de la fuerza centrípeta dirigida a un foco de una elipse» (De
motu, problema 3; Principia, proposición 11). Se muestra que esta
fuerza es «inversamente como el cuadrado de la distancia». Como
ocurría con la ley de áreas y la ley armónica, Newton transforma la
regla cinemática u observacional de Kepler en un principio causal
sobre las fuerzas en el movimiento planetario. En el De motu, ello
lleva a Newton a la siguiente conclusión:
284 Las transformaciones de las ideas científicas

Escolio: Por tanto, los planetas mayores giran en elipses con un foco en
el centro del sol y, mediante radios trazados [de los planetas] al sol, describen
¿reas proporcionales al tiempo, tal y como [omnirto] Kepler había supuesto.

Este escolio, o su equivalente, no se encuentra en los Principia,


siendo la razón de ello, como veremos, que en esta última obra
Newton ha ido más allá del nivel del De motu, demostrando que
de hecho los planetas no se mueven de este modo.
A decir verdad, en el De motu, Newton no demostró eficaz­
mente el escolio mencionado, sino que se limitó a demostrar una
forma limitada del mismo, cual es el caso de un Sol inmóvil,
equivalente a un sistema de un cuerpo consistente en un solo planeta
moviéndose en tomo a un centro de fuerza fijo (o no interactuante).
Como Newton demostraría en los Principia, en el mundo de la as­
tronomía, en el dominio de los fenómenos y la observación, esto no
es más que un simple sistema imaginado o constructo matemático,
por más que se halle bastante próximo al movimiento de los planetas
en sus órbitas, habiendo de modificarse de dos maneras fundamenta­
les para ser como el sistema del mundo. En primer lugar, en todo
sistemas de dos cuerpos de Sol y planeta, cada uno de ambos cuerpos
se moverá en una órbita elíptica con respecto al centro de masa
del sistema. En segundo lugar, el movimiento de cada uno de los
planetas sufre perturbaciones derivadas de la fuerza gravitatoria de
todos los demás objetos celestes, muy especialmente los planetas
externos. La primera de estas modificaciones proviene de la idea
newtoniana de que la atracción entre el Sol y la Tierra es mutua,
que la Tierra atrae y mueve al Sol del mismo modo que el Sol atrae
y mueve a la Tierra. Este resultado surge como caso especial de la
ley general de que la acción y reacción son siempre iguales en mag­
nitud aunque opuestas en sentido y dirección: esta es la tercera
ley del movimiento de Newton, cuya primera aparición en los Prin­
cipia constituye uno de los aspectos notables de este tratado. En
el De motu, sólo se enuncia explícitamente la primera ley del mo­
vimiento. La segunda se presenta por implicación, en su forma
impulsiva, en la demostración de la relación de la ley de áreas con
una fuerza central. Mas el lector tendría dificultades para encontrar
la tercera ley, siquiera sea en embrión, dado que Newton trata
esencialmente del problema de un cuerpo en un campo de fuerza
central, siendo así que el problema de la acción y la reacción tan
sólo se plantea cuando interactúan dos o más cuerpos. La transfor­
mación que produjo la fuerza mutua newtoniana del Sol y los pla­
netas a partir de la idea de Hooke de una fuerza solar centrípeta
actuando sobre un planeta — una transformación producida por la
5. Newton y las leyes de Kepler 285

aplicación de la ley newtoniana general de la acción y reacción (a


su vez generalización por transformación de una regla de impacto)—
constituyó un paso del mayor significado para la historia de las cien­
cias exactas. Condujo, en virtud de una lógica casi inevitable, a la
gravitación universal. Naturalmente, como ya se ha mencionado
antes, tenía que darse también una modificación producida por la
transformación de los cuerpos atrayentes y atraídos de esencialmente
masas puntuales a cuerpos con dimensiones y formas físicas.
La primera modificación del simple constructo del sistema de
un cuerpo surge del reconocimiento de que, en cualquier sistema
Sol-planeta, no basta considerar al Sol como un punto fijo, incapaz
de ningún movimiento o atracción atribuible al planeta. La tercera
ley hace que se pase del sistema de un cuerpo al de dos cuerpos.
En este estadio, el universo solar consistiría en una serie de sistemas
de dos cuerpos en cierto modo independientes, cada uno de los cua­
les tiene al Sol como uno de los dos cuerpos, siendo el otro el planeta.
De ahí se sigue una segunda modificación que surge como conse­
cuencia de la primera, pues si cada planeta atrae al Sol, siendo por
tanto un centro de atracción a la vez que un cuerpo atraído, enton­
ces cada uno de los planetas debería también atraer y per atraído
por cada uno de los otros planetas. Ello conduce a la idea de las
fuerzas perturbadoras interplanetarias y a un sistema de tres o más
cuerpos en interacción. La simple lógica imaginativamente aplicada
por Newton, realiza una transformación adicional del concepto de
fuerza planetaria. La transformación anterior había llevado a New­
ton de la idea de la fuerza solar actuante sobre un planeta a la de
una fuerza mutua, con el planeta tirando del Sol en la misma me­
dida en que el Sol tira del planeta. La segunda transformación lleva
de las mutuas fuerzas planetario-solares a las fuerzas mutuas inter­
planetarias. Como es bien sabido, Newton mostró (usando princi­
palmente la tercera ley de Kepler) que una y la misma fuerza actúa
entre el Sol y cada uno de los planetas, de manera que si un planeta
cualquiera se desplazase intantáneamente de su órbita a otra, po­
seería allí la velocidad y período de revolución del planeta que nor­
malmente se encuentra en dicho lugar (véase Principa, libro pri­
mero, proposiciones 14 y 15; véase también Cohén, 1967¿). Mediante
esta transformación, la tercera ley de Kepler, que ya no constituye
una generalización acerca de las distancias y período planetarios em­
píricamente determinados, se convirtió en la llave capaz de abrir
los secretos de una fuerza universal. En un estadio posterior, se
muestra que esta misma fuerza la ejerce la Tierra sobre la Luna y
ésta sobre aquélla (ejerciéndose también mutuamente entre Júpiter
y los satélites jovianos), así como que esta fuerza es la gravedad,
286 Las transformaciones de las ideas científicas

la causa del peso de los objetos terrestres. A partir de este punto,


Newton se refiere a esta fuerza con el nombre de «gravedad» más
bien que con el de «fuerza... centrípeta, mediante la que los pla­
netas se mantienen en sus órbitas», dado que (como dice en el
escolio que sigue a la proposición 5 del tercer libro) «se ha estable­
cido ya que esta fuerza es la gravedad». En esta progresión hacia
la proposición según la cual «la gravedad es una propiedad universal
de todos los planetas» (corolario 1, proposición 5), supuso tanto
que «Venus, Mercurio y los demás son cuerpos del mismo tipo que
Júpiter y Saturno», como que «toda atracción es mutua, por la ter­
cera ley del movimiento». En una última transformación, Newton
generalizó este concepto de fuerza, convirtiéndolo en una gravitación
universal, en una fuerza que actúa mutuamente sobre y entre cual­
quier par de muestras de materia en cualquier parte del universo.
Como veremos al final de esta sección, la tercera ley (acción = reac­
ción) resultó crucial para que Newton llegase a esta generalización
final.
Esta secuencia de transformaciones y generalizaciones sucesivas
que se encuentran en los Principia se halla ausente del De motu.
Además, en los Principia, Newton pasa de las órbitas elípticas a la
consideración de los cuerpos que se mueven en hipérbolas (propo­
sición 12) y parábolas (proposición 13), hallando en cada uno de
esos casos que la fuerza dirigida al foco varía inversamente al cua­
drado de la distancia. Así, en los Principia, Newton trata el proble­
ma en general, mientras que en el De motu se mantiene más apegado
a las limitaciones planteadas en el problema de Halley relativo a un
planeta que se mueve en una elipse. En el problema inverso (pro­
blema 4 del De m otu; proposición 17 de los Principia), Newton
parte de una fuerza inversa del cuadrado de una magnitud dada y
de una velocidad inicial rectilínea o de proyección dada (especificán­
dose tanto el punto de partida como la dirección, del mismo modo
que la magnitud). En el D e motu, Newton plantea el problema:
«se pide hallar la elipse que habrá de describir un cuerpo» bajo
estas condiciones. Sin embargo, en los Principia, lo que se pide es
hallar en general la órbita, la línea curva de la trayectoria del cuerpo
proyectado. Se muestra que la posible trayectoria resultante es una
elipse, una parábola o una hipérbola, dependiendo de las condiciones
iniciales de velocidad. Este resultado final no aparece en el De motu
más que como una reflexión o añadido a un problema expresamente
enunciado para elipses. Se introduce del siguiente modo: «Este ar­
gumento vige cuando la figura es una elipse. Naturalmente, puede
ocurrir que el cuerpo se mueva en una parábola o en una hipér­
b ola...». En el De motu, en un escolio que sigue al teorema 4 sobre
5. Newton y las leyes de K eplcr 287

órbitas elípticas, Newton esboza un método simple para averiguar


los ejes transversos (o mayores) de las órbitas planetarias a partir
de sus tiempos periódicos, así como para determinar las órbitas
efectivas a partir de observaciones específicas, empleando una órbita
para corregir otra. Pero repárese en que Newton aún parece suponer
allí que las órbitas planetarias pueden ser elipses exactas con el Sol
fijo en uno de los focos, sin que haya el menor atisbo de perturba­
ciones planetarias.
En el libro 1 de los Principia, Newton demuestra que para el
movimiento orbital en una elipse (proposición 11), en una hipér­
bola (proposición 12) o en una parábola (proposición 13), hay una
fuerza dirigida a un foco que varía inversamente al cuadrado de la
distancia. Un corolario a la proposición 13 enuncia luego la con­
versa, como es que si existe tal fuerza inversa del cuadrado, enton­
ces la órbita será una sección cónica. En la primera edición, este
enunciado aparece sin demostrar, lo que puede haber dado la im­
presión de que Newton era incapaz de demostrarlo. (Aunque sin
duda nadie supondría que Newton creyese que ya se había sumi­
nistrado una demostración en las proposiciones 11-13, esto es, que
la demostración de que «Á implica B » demuestra también que
«B implica A ».) Como señala Whiteside (Newton, 1967-, vol. 6,
páginas 148-149 y nota), Johnn Bernoulli «criticó expresamente»
a Newton por presuponer simplemente la verdad de este enunciado
«sans le démontrer» (7 de octubre de 1710, en una carta a J . Her-
mann, de la que se publicó un extracto en 1713, en las Mémoires
de mathématique et de physique de la Academia de Ciencias de
París para el año 1710). El propio Newton se había dado cuenta
de la necesidad de una demostración incluso antes, y el 11 de octu­
bre de 1709 impartió direcciones a Cotes, que preparaba a la sazón
el texto para una segunda edición, para que añadiese un par de
frases que indicasen los pasos para mostrar que las secciones cónicas
son las únicas curvas posibles bajo las condiciones dadas. En la se­
gunda edición, Newton comienza así con el resultado demostrado
de que, bajo la acción de una fuerza inversa del cuadrado, puede
haber un movimiento orbital en una sección cónica, señalando a con­
tinuación cómo demostrar que no son posibles otras órbitas. Lo
curioso es que Newton consideraba este resultado general como algo
tan obvio o trivial que lo relegaba a la condición de corolario en
lugar de concederle una proposición numerada, publicándolo origi­
nalmente sin demostración. Más curioso aún resulta el hecho de que,
u la hora de poner un ejemplo concreto para ilustrar la gran pro­
posición 41 del primer libro de los Principia (hallar la órbita bajo
cualesquiera condiciones de la fuerza centrípeta), decidiese (coro­
288 L as transform aciones de las ideas científicas

lario 3) discutir una fuerza que varía como el inverso del cubo de
la distancia y no una fuerza inversa del cuadrado.
En una copia del tratado escrito por el amanuense de Newton,
Humphrey Newton (quien más adelante haría la copia en limpio
de los Principia para la imprenta), hay dos inserciones de notable
interés astronómico*. En una de días, Newton, recurre a un insu­
ficientemente definido «Planetarum commune centrum gravitaris...»,
(que Whiteside sugiere que es d «centro instantáneo» de «fuerza
planetaria de interacción»; Newton, 1967-, vol. 6, p. 78, nota 10),
y que ha sido objeto de crítica por parte de Curtís Wilson (1970),
quien señala que Newton carece de fundamentos para suponer que
este centro cae dentro d d cuerpo solar o muy cerca de d . Newton
concluye que, como resultado de la desviación de dicho centro res­
pecto al Sol (¿el centro del Sol?), «los planetas ni se mueven exac­
tamente en elipses ni giran dos veces en la misma órbita». Todo lo
cual lo lleva al siguiente resultado:

D e manera que hay tantas órbitas para un planeta cuantas revoluciones


posee, como en el movimiento de la Luna, dependiendo la órbita de cualquier
planeta del movimiento combinado de todos los planetas, por no hablar de
la acción de todos ellos unos sobre otros. Ahora bien, si no me equivoco, la
consideración sim ultánea de todas estas causas del movimiento y la definición
de todos ellos mediante leyes exactas que permitan cálculos convenientes
excede la capacidad del entendimiento humano. [H erivel, 1963«, p. 301.]

Confiesa que sólo si se «ignoran estas minucias» será «la simple


órbita y la media de los errores... la elipse de que ya he tratado».
Es muy obvio que Newton se ha dado ahora cuenta de que, en
el mundo de la experiencia, en el sistema solar real, el constructo
o sistema imaginado que lleva a órbitas elípticas puras no será su­
ficiente desde el punto de vista de una representación absolutamente
precisa y verdadera del mundo. La consideración de un constructo
o sistema físico de mayor complejidad, basado en un sistema de dos
cuerpos con planetas exteriores produciendo perturbaciones, le ha
mostrado las modificaciones que han de introducirse en las sencillas
«leyes» de Kepler. Naturalmente, este añadido podría no haber sido
más que una aclaración que Newton consideraba que hacía falta en
la versión anterior, en cuyo caso no habría de tratarse de un paso
nuevo y radical por parte de Newton hacia la gravitación universal.
Yo soy más bien partidario de la opinión según la cual representa
un paso hacia adelante real, una transformación fundamental de su
primera concepción limitada, dado que (como ha hecho notar He­
rivel) algunas de las «adiciones sustanciales» de esta versión «repte-
5. Newton y las leyes de Kepler 289

sentan avances conceptuales importantes en el pensamiento dinámi­


co de Newton» En este contexto en que ahora nos hallamos, las
expresiones más significativas de este añadido han de ser las que
hacen referencia a un punto focal de las órbitas planetarias distinto
del centro fijo del Sol y a la posible acción de los planetas unos
sobre otros.
En otro añadido, Newton introduce el movimiento de la Lima,
tema ausente de la versión original del De motu. Newton no se
ocupa aquí de las «desigualdades» de los movimientos lunares, sino
de la «caída» de la Luna o de la prueba de la Luna, lo que representa
un nexo fundamental con la gravitación universal. Se trata de la
demostración de que la gravedad terrestre, si se proyecta hasta la
Luna con un factor de disminución de la ley del inverso del cuadra­
do, suministra exactamente la fuerza centrípeta para la aceleración
lunar, demostración que se elabora plenamente en la proposición 4
del tercer libro de los Principia (véase el apartado § 5.3). En los
Principia, Newton compara estas fuerzas en términos de la distancia
por la que se cae en un segundo; un valor teórico de 15 pies pari­
sinos, 1 pulgada, 1 1/4 líneas 10 frente a un valor «terrestre» ob­
servado de 15 pies parisinos, 1 pulgada y 1 7 /9 líneas, de donde
Newton concluye la exactitud del acuerdo en términos más positivos
que en el De motu, donde describía el resultado como «quampro-
xime», «bastante aproximado» o «muy aproximado». (De hecho,
estos dos resultados concuerdan con un margen de error de aproxi­
madamente el 0,03 por ciento11.) En el D e motu, Newton no da
ningún resultado numérico, sino que se limita a decir «mis cálculos
muestran que la fuerza centrípeta por la que nuestra Luna se man­
tiene en movimiento mensual en tomo de la Tierra es a la fuerza
de la gravedad en la superficie de la Tierra muy aproximadamente
(quamproxime) como el recíproco del cuadrado de la distancia desde
el centro de la Tierra» tt.
Carecemos de documentos que muestren cómo o por qué Newton
llegó a darse cuenta de que los planetas actúan gravitatoriamente
los irnos sobre los otros. Mas no puede caber la menor duda de
que en el nuevo párrafo afirma sin ambigüedades que existe una
acción gravitatoria de un planeta sobre otro, aludiendo en especial
y directamente a «eorum omnium actiones in se invicem («las ac­
ciones de todos ellos unos sobre otros»). El efecto de esta interac­
ción gravitatoria mutua es el de que las tres leyes keplerianas del
movimiento planetario no son estricta o exactamente verdaderas
en el mundo físico, siendo verdaderas tan sólo para el constructo
matemático, un ámbito imaginado en el que los puntos de masa
(que no reaccionan entre sí) giran en órbitas en tomo sea de un
290 Las transform aciones de las ideas científicas

centro matemático de fuerza, o de un cuerpo atrayente central fijo


en un sistema. Este aspecto de las leyes de Kepler, que constituye
uno de los rasgos de mi presentación de la revolucionaria dinámica
celeste newtoniana, entraña que dichas «leyes» tan sólo son tales
en el ámbito de las matemáticas o de la imaginación, mientras que
en el campo de la física constituyen «hipótesis» planetarias (tal y
como Newton señalaba cuando las denominaba «hipótesis» al co­
mienzo del libro tercero de los Principia sobre el sistema del mun­
do). Dado que ya me he ocupado de este tema con cierto deteni­
miento en otra parte de este libro, no es preciso que me detenga
más en este punto. Mas resulta del mayor interés observar que,
cuando Newton añadió el nuevo párrafo sobre las interacciones gra-
vitatorias planetarias, dando a entender que los planetas no se mue­
ven en órbitas «exactamente como suponía Kepler», no suprimió el
escolio al problema 3, donde se dice que se mueven de ese modo.
Puesto que el texto del De motu en el que aparece el nuevo párrafo
(ULC MS Add. 3965, S 7, fol. 47) no está escrito de puño y letra
de Newton, sino que se trata «básicamente de la transcripción se-
cretarial de Humphrey Newton de las pruebas corregidas del autó­
grafo originario de Newton» (Newton, 1967-, vol. 6, p. 74, nota 1),
resulta probable que Newton compusiese el nuevo párrafo (o incluso
lo dictase) para ser insertado al final del escolio al teorema 4, sin
leer con cuidado el texto completo del De motu. No habría así sido
consciente de que el nuevo párrafo contradecía al anterior escolio
del problema 3, que hubiera exigido, por consiguiente, una revisión
a fondo.
He supuesto que la lógica con la que Newton llegó a la idea
de perturbaciones gravitatorias mutuas de las órbitas planetarias
tiene que haber dependido notablemente de la tercera ley del mo­
vimiento, según la cual a toda acción corresponde una reacción igual
y opuesta. Mas he de repetir que carecemos de elementos de juicio
directos que apoyen este punto de vista, no teniendo tampoco nin­
gún documento en absoluto en el que aparezca una versión antece­
dente de la conclusión de Newton relativa a las «eorum actiones
in se invicem». Lo más probable es que Newton escribiese este pá­
rrafo en diciembre de 1684, antes de que transcurriese un mes del
envío a Londres, a la Sociedad Real, de una «copia en limpio».
A lo sumo, la fecha sería el primer mes o así de 1685, dado que
para la primavera de 1685 se hallaba bastante avanzado en el camino
de la primera redacción de lo que iba a ser el libro primero de los
Principia, algunas páginas de la cual aún existen en el texto que
Newton depositó en la Biblioteca Universitaria como lecciones pro­
fesorales (Cohén, 1971, pp. 89-91, 311-19; Newton, 1967, vol. 6,
5. Newton y las leyes de K epler 291

páginas 92 y ss.). Acompañaba a este primitivo libro primero un


libro segundo sobre el sistema del mundo que más tarde suprimiría
Newton en favor del libro trecero de los Principia, en el que el
tema de estudio se desarrolla en un estilo más matemático. En esta
primera versión, Newton explica con claridad los pasos que condu­
jeron a la idea de interacciones gravitatorias planetarias o pertur­
baciones. N o veo razón alguna para no creer que se trate del mismo
conjunto de pasos que le llevaron a la misma idea unos meses antes,
en la época en que escribió el nuevo párrafo para el escolio al teo­
rema 4 del D e motu, aludiendo a las «eorum omnium actiones in
se invicem».
En esta primera versión del sistema del mundo de Newton, no
hay cabida para la duda por lo que respecta a la progresión de las
ideas y a la función central de la tercera ley del movimiento. En
sus propias palabras:

20. E l acuerdo entre las analógias

Y dado que la acción de la fuerza centrípeta sobre el cuerpo atraído es, a


distancias iguales, proporcional a la materia que hay en ese cuerpo, es razonable
también que sea asimismo proprocional a la materia del cuerpo que atrae, dado
que la acción es mutua y hace que los cuerpos se aproximen unos a otros por
una tendencia mutua (por la ley 3), y consiguientemente deberla ser sim ilar a
sí misma [i.e., la m ism a] en ambos cuerpos. Un cuerpo puede considerarse el
que atrae y el otro, el atraído, aunque esta distinción es más matemática que
natural. En realidad, la atracción es de cualquiera de los dos cuerpos hacia el
otro, siendo así del mismo tipo en cada uno de ellos.

21. Y su coincidencia
Y de ahí que la fuerza de atracción se halle en am bos cuerpos. E l sol atrae
a Júpiter y a los otros planetas, Jú p iter atrae a sus satélites, y de manera
sim ilar, los satélites actúan unos sobre otros así como sobre Jú p iter, y todos
los planetas actúan unos sobre otros. Y si bien las acciones de cada uno de
los planetas de una pareja sobre el otro se pueden distinguir entre si, conside­
rándose como dos acciones con las que cada uno atrae al otro, con todo, en
tanto en cuanto se dan entre los mismos dos cuerpos, no son dos, sino una
sim ple operación entre dos términos. D os cuerpos pueden tirar uno del otro
mediante la contracción de una cuerda que los una. L a causa de la acción es
doble, a saber, la disposición de cada uno de los dos cuerpos; la acción es
asimismo doble, en la medida en que se ejerce sobre dos cuerpos; peto en
tanto en cuanto tiene lugar entre dos cuerpos, es una y la misma. N o hay, por
ejemplo, una operación por la cual d sol atraiga a Jú p iter y otra operación
mediante la cual Júp iter atraiga al sol, sino que hay una operación por la que
el sol y Júpiter tratan de acercarse el uno al otro. Por la acción con la que el
sol atrae a Júpiter, Jú p iter y el sol tienden a acercarse entre sí (por la ley 3),
292 L as transform aciones de las ideas científicas

y por la acción con que Júpiter atTae al sol, Júpiter y el sol tratan de acercarse
uno a otro. Adem ás, el sol no se ve atraído por una acdón doble hacia Júpiter,
ni es Jú p iter atraído por una doble acción b ad a el so l, sino que hay una acción
única entre ellos mediante la cual am bos se aproximan d uno al otro. [D e la
traduedón del m anuscrito de Newton de I . B . Cohén y Anne W hitman.]

Tal y como señalaba a continuación, Newton era plenamente cons­


ciente de que «según esta ley, todos los cuerpos deben atraerse los
unos a los otros», conclusión que afirmaba orgullosamente, explican­
do por qué la fuerza que mediaba entre pares de cuerpos terrestres
era tan pequeña como para resultar inobservable. «E s posible», aña­
día, «observar estas fuerzas tan sólo en los cuerpos inmensos de los
planetas», esto es, en los planetas primarios y secundarios o en
los planetas y sus satélites.
En el tercer libro de los Principia, Newton trata este tema esen­
cialmente con la misma secuencia (proposición 5 y corolarios 1 y 3;
proposición 6; proposición 7). La primera transformación consiste
en extender la gravedad terrestre o la fuerza del peso hasta la Luna,
mostrando en virtud de la prueba de la Luna que dicha fuerza varía
inversamente al cuadrado de la distancia. A continuación, otra trans­
formación identifica esta fuerza terrestre con una fuerza solar que
actúa sobre los planetas y con una fuerza planetaria que actúa sobre
los satélites planetarios; todas estas fuerzas reciben ahora el nombre
de «gravedad». La aplicación de la tercera ley del movimiento trans­
forma la fuerza solar que actúa sobre los planetas en una fuerza
mutua entre el Sol y los planetas y, de manera similar, transforma
la fuerza planetaria en una fuerza mutua entre los planetas y sus
satélites. Síguese, a modo de transformación adicional, que los pla­
netas se atraen (o interactúan gravitatoriamente) unos a otros, lo mis­
mo que ocurre con los satélites, y que también todos los satélites
y los planetas se atraen los unos a los otros. La transformación final
es la ley de la gravedad universal. Esta secuencia lógica no minimiza,
ni que decir tiene, la función creadora del simpar genio de Newton.
Ya hemos mencionado anteriormente (§ 5.4) que poco después
de 1681, Newton se había convertido a la opinión de que las órbitas
de los cometas no eran lineales, sino que se curvaban en torno al
Sol. En la primera versión de De motu (escolioa continuación del
problema 4), Newton utiliza el problema de hallar la trayectoria
elíptica (dada una fuerza centrípeta inversa del cuadrado, un punto
de origen de la proyección del cuerpo y la magnitud y dirección
del movimiento de proyección) a fin de «definir las órbitas de los
cometas, y con ello sus períodos de revolución, averiguando luego,
mediante una comparación de sus magnitudes orbitales, excentrid-
5. Newton y las leyes de Kepler 293

dades, afelios, inclinaciones respecto al plano de la eclíptica y nodos,


si el mismo cometa retorna con alguna frecuencia a nosotros». En el
tercer libro de los Principia, Newton desarrolla una teoría del mo­
vimiento de los cometas en la que aproxima satisfactoriamente una
trayectoria parabólica a la parte observada del movimiento orbital
del cometa (i. e., en su acercamiento al Sol y su alejamiento de él:
dentro y a través del sistema solar). Este método se aplicó con éxito
tanto a los cometas periódicos (con órbitas elípticas) como a los no
periódicos (con órbitas parabólicas), desestimando las perturbaciones
planetarias que provocan que las órbitas dejen de ser secciones có­
nicas puras. Esta teoría final tardó mucho tiempo en madurar, por
lo que Newton continuó intentando utilizar la trayectoria rectilínea
•como ayuda al cálculo hasta que los Principia estuvieron casi termi­
nados u. La primera edición de los Principia (1687) concluye con
una larga presentación de este método final consistente en utilizar
los lugares observados del cometa de 1680 para determinar los ele­
mentos de su órbita, empleando la aproximación parabólica M.
El reconocimiento por parte de Newton de que los cometas son
«una especie de planeta» 15 introdujo una transformación adicional
de la fuerza gravitatoria haciéndola aún más general que una inter­
acción mutua entre la Tierra y los objetos terrestres, entre el Sol
y los planetas, entre los planetas y sus satélites y entre un planeta
y o tro 16. La inclusión de una fuerza Sol-cometa entre los efectos
gravitatorios no sólo aumentó el alcance de la acción de la grave­
dad, sino que mostró que dicha fuerza se podía extender mucho
más allá de los confines del sistema solar visible, que el alcance de
la gravedad como fuerza efectiva es varias veces mayor que la órbita
de Saturno, dado que la fuerza de la gravedad solar actúa sobre los
cometas a enormes distancias a fin de poder hacerlos girar y retornar
a las proximidades del Sol.
Este análisis de los pasos conducentes a la gravitación universal
muestra la importancia de la tercera ley de Newton acerca de la
igualdad de la acción y la reacción. Como Newton señaló en la
revisión del De niotu, gracias a esta ley se vio llevado a la idea de
que cada uno de los planetas atrae al Sol y de que los planetas que
tienen satélites son atraídos por los satélites. Ya hemos visto que
se sigue inmediatamente que si los planetas son centros de atrac­
ción, así como sujetos de atracción, deberán de atraerse unos a otros.
La misma ley de acción y reacción entraña que cualquier muestra
de materia próxima a la Tierra (o próxima a otro planeta o luna)
atraerá a la Tierra (o al otro planeta o luna) del mismo modo que
se verá atraída. Mediante un argumento esencialmente idéntico al
que llevó de la tercera ley de Newton de la acción y reacción a la
294 Las transformaciones de las ideas científicas

atracción interplanetaria, se sigue que todas las muestras de materia


deberían de atraerse mutuamente. Esta es la transformación última
del concepto hookeano de una fuerza centrípeta planetaria en la
gran generalización newtoniana acerca de la gravedad universal. No
se trataba de una generalización basada tanto en una secuencia de
inducciones al modo baconiano clásico cuanto en el resultado de
una secuencia de transformaciones imaginativas derivadas de la apli­
cación sucesiva de la ley newtoniana de la acción y reacción. Este
ejemplo ilustra la tesis general de que el mejor modo de aprender
acerca del «método» newtoniano consiste en analizar el modo en
que resolvió problemas científicos particulares más bien que en tra­
tar de analizar e interpretar sus «Reglas del filosofar» acerca de la
naturaleza n.

5.7. La fundón de la masa en la mecánica celeste de New ton

En la mecánica celeste de Newton, la masa aparece de dos ma­


neras: como medida de la resistencia de un cuerpo a ser acelerado
o a sufrir un cambio de estado cuando actúa sobre él una fuerza
g r a v i t a t o r i a y como una medida de la fuerza desarrollada por un
cuerpo colocado en un campo gravitatorio2. El primero de estos
conceptos de masa aparece en las tres leyes del movimiento y sus
aplicaciones a problemas de dinámica, mientras que el segundo apa­
rece en las etapas que llevan a la ley de la gravitación universal.
Al parecer, en un primer momento Newton no era consciente del
problema conceptual introducido por el hecho de disponer de estos
dos conceptos distintos de masa. Con todo, una vez terminado el
De motu (al parecer en algún momento de 1685), reconoció la ne­
cesidad de un experimento que estableciese la equivalencia (o, más
estrictamente, la proporcionalidad) de ambos tipos de masa.
En un fragmento que contiene Definitiones, Leges motus y Lem-
mata, que se titula D e motu corporum in mediis regulariter ceden-
tibus («Sobre el movimiento de los cuerpos en medios uniforme­
mente cedentes»; ULC MS Add. 3965, fols. 23-26), describe dicho
experimento, junto con lo que podría ser su primer enunciado ge­
neral y formal de una genuina ley universal de acción y reacción.
Esta obra incompleta, iniciada tras el D e motu y antes de los Prin-
tip ia 3, contiene una definición 11 en la que Newton introduce «una
cantidad de cuerpo» (que más adelante, en los Principia, se trans­
forma en «cantidad de materia» o «masa»). Dice ahora de dicha
cantidad: «Se conoce por el tamaño de la materia corporal, que es
generalmente proporcional a su gravedad. Se cuentan las oscilaciones
5. Newton y las leyes de K cpler 295

de dos péndulos iguales con cuerpos del mismo peso y el tamaño


de la materia en cada uno de ellos será recíprocamente proporcional
al número de oscilaciones realizadas en el mismo tiempo.» 4 £1 len­
guaje utilizado por Newton en este pasaje parece indicar que aún
no ha realizado de hecho el experimento. Mas, poco después, escri­
bió una serie revisada y aumentada de las D e motu corporum defi-
nitiones (Herivel, 1965a, pp. 315-320) en la que (definición 7) enu­
mera de hecho sustancias con las que realizó el experimento: oro,
plata, plomo, vidrio, arena, sal común, agua, madera y trigo (p. 317).
En el tercer libro de los Principia y en la versión anterior descar­
tada (véase el suplemento a la sección $ 3.5, nota 1), escritos ambos
poco después de las D e motu corporum definitiones, Newton des­
cribe de qué modo realizó de hecho tales experimentos con el uso
de* esas mismas nueve sustancias (Principia, libro tercero, proposi­
ción 6; Sistem a del mundo, sección 9).
En el acto de transformar o generalizar la fuerza del peso te­
rrestre (gravedad) en una gravedad universal o fuerza de gravitación
universal, ambas variedades de masa entran en la formulación cuan­
titativa, pues se establece una igualdad de magnitud de la fuerza
excitada por un cuerpo en un campo gravitatorio (kmt) y la acele­
ración (A) producida sobre la masa de ese mismo cuerpo (m¡A) por
la fuerza, donde mt es la masa gravitatoria y mi la masa inercial.
El factor de proporcionalidad k depende de la distancia (r) al se­
gundo cuerpo (o cuerpo «central») en la proporción inversa del
cuadrado y, por el carácter mutuo, ha de incluir también la masa (M)
de ese otro cuerpo (en puridad, Aít). Así, en lugar de kmg, podemos
escribir G (M m Jt2), donde G es lo que ahora llamamos la constante
gravitatoria universal. Consiguientemente, tenemos G(Mmtf ¿ ) =
= m¡A, que por la «equivalencia» o proporcionalidad de mt y mi
se convierte en A = G (M ft?).
En el caso de un planeta con un satélite, donde A = t^/r, esta
ley A = G (M ¡rt) lleva inmediatamente a NI = ——- y da una me-
VJ
dida de la masa del planeta. En el caso de los cuerpos terrestres
en caída libre en un lugar dado de la tierra, A se convierte en la
aceleración familiar (g) de la caída libre que, como fácilmente se
ve, g = G (M /t* ) , dependiendo sólo de la masa y radio de la Tierra,
siendo independiente de la masa (m) del cuerpo que cae, como ha­
bía mostrado el experimento de la «torre» del Galileo. Como dice
Newton (Principia, proposición 6 del libro tercero), los experimentos
con péndulos mostraron con gran precisión el resultado observado
desde hacía mucho tiempo de que, excepción hecha del pequeño
factor de la resistencia del aire, todos los tipos de cuerpos pesados
296 Las transformaciones de las ideas científicas

caen a tierra desde iguales alturas en tiempos iguales. En este aná­


lisis se precisa el descubrimiento de Newton de que una esfera ho­
mogénea (o una esfera hecha de capas esféricas concéntricas) gravi­
tará como si toda su masa estuviese concentrada en su centro geo­
métrico. Newton naturalmente no sabía cómo medir el valor de G,
y por lo general comparaba masas de diferentes cuerpos, como los
planetas, sin computar siquiera sus valores absolutos.
En la discusión de la definición 8, al comienzo mismo de los
Principia, Newton anticipaba este resultado posterior (esencialmen­
te A = CxfAÍ/r2) para explicar que en cualquier lugar todos los
cuerpos caen libremente con la misma aceleración. A continuación,
mostró que si nos alejamos más y más de la Tierra, la aceleración
disminuye, en cuyo caso, decía, el peso (que es «siempre... como
el producto del cuerpo [o masa] por la gravedad acelerativa») «dis­
minuiría igualmente». Newton no empleaba expresiones tales como
«masa gravitatoria», «masa inercial» o «equivalencia»; lo que de­
mostró fue la proporcionalidad entre peso y masa. Por supuesto,
tampoco escribió Newton ninguna ecuación como las que hemos
utilizado nosotros más arriba para describir las líneas generales de
su argumentación.

5.8. Las leyes de Kepler, el movimiento de la Luna, los Principia


y la revolución científica de Newton

La madurez de la astronomía de Newton puede verse en la apli­


cación que hizo de estos principios nuevos de la mecánica celeste
a las tres leyes o «hipótesis planetarias» de Kepler. Hemos visto
que la primera de ellas desarrolla un sistema matemático o cons-
tructo imaginado (esencialmente un sistema de un cuerpo con un
centro de fuerza que no es necesario que se halle en reposo) en el
que las leyes de Kepler son verdaderas. A continuación, mustra qué
modificaciones hay que hacer para un sistema de dos cuerpos en
el que ambos cuerpos se atraigan mutuamente y se muevan el uno
al otro, y finalmente introduce un sistema de muchos cuerpos, en
el que todos los cuerpos se atraen unos a otros perturbando los
movimientos respectivos. Este es el procedimiento del libro primero
para el desarrollo de los principios generales, así como del libro
tercero, a la hora de aplicar esos principios generales al sistema
solar. Así, en la proposición 13 del tercer libro, dice que:

Dado que los pesos de los planetas hada el sol son reciprocamente como
los cuadrados de las distandas al centro del sol, se sigue (por el libro primero,
3. Newton y las leyes de Kepler 297

proposición 1 y 11, así como de la proposición 13, corolario 1) que si el sol se


hallase en reposo y los restantes planetas no actuasen unos sobre otros, sus órbi­
tas serían elípticas, teniendo al sol en su foco común, y habrían de describir
áreas proporcionales a los tiempos. Las mutuas acciones de los planetas unos
sobre otros son, con todo, muy pequeñas (de modo que se pueden ignorar) y
perturban los movimientos de los planetas en elipses en torno al sol móvil
menos (por la proposición 66 del libro primero) que si dichos movimientos
se realizasen en tomo al sol en reposo.

Sin embargo, observa entonces que «la acción de Júpiter sobre Sa­
turno no se ha de ignorar» (véase el apartado $ 3.5); hay «una
perturbación tan notable de la órbita de Saturno en cada conjunción
de dicho planeta con Júpiter que los astrónomos no la pueden ig­
norar». Por otra parte,
la perturbación de la órbita de Júpiter es mucho menor que la de la de Sa­
turno. Las perturbaciones de las restantes órbitas son con mucho aún meno­
res, excepto en que la órbita de la tierra es sensiblemente perturbada por la
luna. E l centro común de gravedad de la tierra y la luna traza una elipse en
torno al sol, en la que éste se halla situado en un foco, y este centro de
gravedad, mediante un radio trazado hasta el sol, describe áreas proporcionales
a los tiempos; durante este tiempo, la tierra gira en tomo a este centro común
con un movimiento mensual.

Newton era perfectamente consciente de que la razón por la cual


las leyes de Kepler se aplican tan bien es que casi toda la masa del
sistema solar se halla en el Sol, de modo que (proposición 12 del li­
bro tercero) el efecto de la fuerza gravitatoria de todos los planetas
no hace que el Sol se aparte nunca «mucho d d centro común de
gravedad de todos los planetas»'.
En la sección 11 del primer libro de los Principia2, Newton
modifica el simple constructo original del sistema de un cuerpo
para el cual son válidas las leyes de Kepler. Muestra aquí Newton
qué modificaciones han de introducirse en la transición de un siste­
ma de un cuerpo a uno de dos cuerpos. Por ejemplo, en la propo­
sición 60 de la sección 11, muestra que en un sistema de dos cuer­
pos con masas S y P, la ley primitiva o armónica simple ef/T 1 = k
se trona más compleja, dado que hay que introducir en la ecuación
las masas planetarias3. La proposición 66 de esta sección 11, con
sus diversos corolarios, echa las bases teóricas para el problema de
tres cuerpos simplificado correspondiente al movimiento de la Luna
(véase la sección S 3.5). Al final de la sección 11, toma en cuenta
el hecho de que no existe un único centro de fuerza fijo (la única
condición posible de la verdad de la ley de áreas) para todos los
cuerpos en un sistema de múltiples cuerpos como es el sistema solar,
298 L as transformaciones de las ideas dentffiras

y, por consiguiente (corolario a la proposición 68), las órbitas pla­


netarias «se aproximarán más» a una elipse, «y la descripción de
áreas será más uniforme» si el centro se toma como el centro de «gra­
vedad» (de hedió, de m asa4) d d sistema que comprende d cuerpo
central ( d Sol) más todos los plantas interiores respecto a aquél
cuya órbita se considera. Todo esto conduce a la proposidón 69
y última de esta secdón 11, en la que Newton muestra que la
«fuerza absoluta» de cada planeta atrayente en un sistema de pla­
netas es como su «cuerpo» o m asa5.
A la vez que desarrollaba estas consecuencias de la ley gravita-
toria, Newton apelaba a Flamsteed para obtener informadón acerca
de los satélites de Júpiter y las posibles correcdones a los movimien­
tos keplerianos de Saturno, debido a la perturbadón que sobre éste
ejerce Júpiter 6. Su intercambio epistolar muestra que, para didembre
de 1684, poco después de escribir el breve tratado De motu, New­
ton se ocupaba ya de las perturbadones interplanetarias, habiendo
avanzado en la senda que conduce al concepto de gravitadón uni­
versal. La informadón relativa a los satélites de Júpiter resultaba
de especial importancia, ya que mostraba con qué exactitud podría
confirmarse la tercera ley de Kepler, de modo que se pudiese con­
cluir que la fuerza perturbadora del Sol no alteraba sensiblemente
los movimientos de los planetas. De ahí que, como ha observado
Curtís Wilson (1970, p. 165), Newton «conduirá más tarde... que
los pesos de Júpiter y sus satélites hacia el Sol son propordonales
a sus respectivas cantidades de materia [o m asas]». Wilson llama
también la atendón sobre otras observaciones y condusiones de
Flamsteed, mediante las que «la posidón de la sombra de Júpiter
y consiguientemente su longitud heliocéntrica» se pueden conocer
«a la vez que su longitud geocéntrica queda dada por observadón».
De este modo, Flamsteed permitió que Newton tuviese una «con­
firmación directa» de la ley de áreas, «independientemente de cual­
quier hipótesis acerca de la órbita d d planeta» (ibid.).
En los Principia, en «E l sistema del mundo» o tercer libro, he­
mos visto que Newton comienza con d sistema de satélites de Jú ­
piter antes de encarar los problemas más difíciles de la Tierra y la
Luna o de los movimientos de los planetas en tomo al Sol. Resulta
además notable que en el conjunto de «fenómenos» expuesto al co­
mienzo del tercer libro (aquellos «fenómenos» que suministran los
fundamentos empíricos sobre los que descansa el sistema del mundo
de Newton), se dé la ley de áreas para la Luna, para los planetas
y para los satélites de Júpiter (y Saturno), junto con la tercera ley
o ley armónica para esos mismos cuerpos, si bien no se da la ley
de las órbitas dípticas. Las elipses planetarias aparecen por vez pri­
5. Newton y las leyes de Kepler 299

mera en la proposición 13 del tercer libro, «Los planetas se mueven


en elipses que tienen su foco común en el centro del s o l...» 7
A fin de describir las funciones de las leyes de Kepler en los
Principia, habrá que prestar atención a las siguientes proposiciones:
(1) Newton desvela la significación física de cada una de las tres
leyes de Kepler, mostrando así (2) que las leyes de Kepler son ver­
daderas en un sistema de un cuerpo, y que (3) no pueden ser des­
cripciones precisas de nuestro sistema solar; (4) muestra a conti­
nuación qué transformaciones de dichas leyes han de producirse a
la hora de considerar su aplicación a un sistema de dos cuerpos,
como puede ser el Sol y la Tierra o el Sol y otro cualesquiera de los
planetas, y finalmente (5) introduce otras transformaciones adicio­
nales para un sistema de más de dos cuerpos interactuantes, como el
sistema Sol-Tierra-Luna o el sistema Sol-Júpiter-Saturno. A escala de
la exactitud matemática o de la precisión observacional máxima po­
sible o imaginable, las leyes de Kepler son, pues, estrictamente falsas;
se acomodan a los fenómenos con un grado moderadamente elevado
de aproximación, por más que sólo sean «verdaderas» cuando se
transforman a la manera indicada por Newton. Ya he dicho que
creo que este aspecto de las «leyes» de Kepler explica por qué, en el
tercer libro de los Principia, se designaron originalmente con la
palabra «hipótesis». Newton estaba diciendo evidentemente que
estas «leyes», tal y como las enunciaba Kepler, no eran de hecho
«verdaderas» del sistema solar real, si bien eran lo bastante exactas
como para ser tomadas como principios de trabajo. Una vez publi­
cada la primera edición, Newton cambió de opinión acerca de la
primitiva designación de las mismas como «hipótesis» (véase el
apartado § 3.6, nota 5) y decidió denominar a estas «hipótesis pla­
netarias» de Kepler con un nombre nuevo, «fenómenos». Eviden­
temente, lo que ahora quería decir era que estos enunciados eran
tan sólo «fenomenológicamente» verdaderos; esto es, verdaderos
dentro de los límites de los cálculos basados en los datos de obser­
vación. La misión del tercer libro sobre el sistema de mundo, que
seguía a estos «fenómenos», era precisamente hallar en qué medida
se aleja el sistema solar de estas leyes idealizadas que son estricta­
mente «verdaderas» tan sólo en un sistema o constructo más simple.
En el tercer libro de los Principia, Newton desarrolla con cierta
extensión la idea del problema de los tres cuerpos en el caso espe­
cial del Sol, la Tierra y la Luna. Dio entonces una versión revisada
de su solución al problema del movimiento lunar que se publicaría
en 1702 como parte del texto de astronomía de David Gregory
(véase Newton, 1975). Estos resultados se corrigieron y revisaron
entonces, introduciéndose en gran medida en la segunda edición
300 L as transform aciones de las ideas científicas

de los Principia (1713), donde aparecen en un nuevo escolio que


sigue a la proposición 35 del tercer libro. Afirmaba allí que sus
«cálculos de los movimientos lunares» mostraban «que, con la teoría
de la gravedad, los movimientos de la Luna podían calcularse a partir
de sus causas [físicas]». En parte eso era cierto, ya que había deri­
vado al menos una de las desigualdades conocidas a partir de con­
sideraciones gravitatorias, introduciendo asimismo algunas otras nue­
vas. (De hecho sólo tuvo éxito en la explicación de la variación y
el movimiento de los nodos.) Mas, para obtener la precisión de que
presumía, tendría, al menos en parte, que «manipular» los datos,
para emplear una expresión tradicional *, y recurrir a modelos geo­
métricos más bien que a la pura teoría gravitatoria, concretamente
al modelo original de Horrox y la «mejora» debida a Flamsteed; así
es como obtuvo sus resultados, mediante el uso, no de la sola teoría
gravitatoria, sino de deferentes y epiciclos (véase Whiteside, 1976).
Los triunfos astronómicos de los Principia incluían la explica­
ción de que las mareas están provocadas por la tracción gravitatoria
del Sol y de la Luna, lo que constituía otro ejemplo más de la univer­
salidad de la fuerza gravitatoria. Con todo, debe tenerse presente
que, por más asombroso y significativo que fuese (y es) su trabajo
sobre las mareas, la explicación gravitatoria de las mismas es in­
completa, salvo por lo que respecta a los fenómenos de las mareas
en alta mar, dado que no toma en cuenta las condiciones físicas que
determinan la respuesta particular de un cuerpo dado de agua a las
atracciones gravitatorias del Sol y la Luna, ni determina el número
de mareas en un puerto o bahía particular. El propio Newton era
consciente de que las circunstancias locales podrían ser importantes,
por lo que pergeñó una especie de explicación basada en las circuns­
tancias locales, a fin de dar cuenta de las mareas inusuales de Batsha,
en el golfo de Tonkin (véase el tercer libro, final del comentario
de la proposición 24, «E l flujo y reflujo del mar deriva de las
acciones del sol y la luna»). El poder de su intelecto se muestra
también en la asociación de la precesión del eje terrestre con una
causa física, cual es la tracción no simétrica de la Luna sobre el
supuesto abultamiento ecuatorial.
La teoría de la Luna es especialmente notable debido a la ansiada
importancia práctica del tema para la navegación: la determinación
de la longitud en el mar (véase Forbes, 1971). Uno de los recen-
sionistas de la segunda edición de los Principia llamaba la atención
sobre este tema precisamente a la hora de analizar las novedades
introducidas en la revisión. Con todo, resulta paradójico que la
teoría de la Luna no fuese desarrollada por el propio Newton hasta
el alto grado de que alardeaba. Sus sucesores (como Eric Forbes,
5. Newton y las leyes de Kepler 301

1971, y Craig Waff, 1975, 1976 han mostrado recientemente; tam­


bién Chandler, 1975) recibieron el grueso del trabajo aún por hacer.
Ya hemos visto que en una ocasión incluso parecía plausible que
hubiese de ser modificada la ley newtoniana de atracción.
Es legítimo considerar que la teoría newtoniana de la Luna fue un
fracaso, ya que en su mayor parte no es en absoluto gravitatoria, a
pesar de las protestas de Newton. Una teoría lunar verdaderamente
«newtoniana», esto es, una teoría lunar verdaderamente basada en
la gravitación newtoniana, no existió hasta que la creó, mucho
después de la muerte de Newton, Clairaut, asi como d ’Alembert
y Euler. Mas, en otro sentido, la teoría de la Luna resultó un notable
triunfo, dado que constituía una demostración parcial al menos de
que incluso un fenómeno tan complejo como el movimiento de la
Luna podría plegarse ante una teoría física, una teoría gravitatoria
(cosa que terminaría por ocurrir). Así, Newton inició un desplaza­
miento de la práctica artesanal del ensayo y el error a un nuevo
modo de proceder basado en las matemáticas superiores: las aplica­
ciones de la ciencia teórica pura. En el caso del movimiento lunar,
el programa de Newton (tan sólo en una mínima parte desarrollado
por él) implicaba que habría por terminar de darse un cambio
radical, pasando del uso de esquemas geométricos de cómputo ar­
bitrarios a cálculos basados en las fuerzas demostrables que producen
los movimientos de hecho observados en el universo; esto es, un
conocimiento de las «verdaderas» causas de los fenómenos’ . Pode­
mos contemplar este aspetco revolucionario de la ciencia newto­
niana, tal como aparecía en la época de Newton, examinando un
popular texto de práctica astronómica: el libro a menudo reimpreso
y traducido de Nicolas-Louis de La Caille, Elem entos de Astronomía
(edición inglesa, Londres, 1750). Como indica el título completo,
se trataba de una astronomía «Deducida de observaciones; y de­
mostrada según los principios matemáticos de la filosofía newto­
niana: con reglas prácticas con las que se determinan los principales
fenómenos». En la época newtoniana y postnewtoniana ya no era
posible separar la astronomía práctica de los principios teóricos (físi­
cos y matemáticos) de que depende. La prueba de la validez de la
ciencia exacta newtoniana y del estilo newtoniano desplegado en
los Principia fue su aplicación con éxito a la astronomía práctica.
Creo que éste fue el mensaje principal de los Principia de Newton:
la comprensión de los fenómenos físicos (en este caso, fenómenos
astronómicos) basados en las fuerzas que los producen y elucidados
mediante las matemáticas y sistematizados como «L o s principios
matemáticos de la filosofía natural». La revolución científica newto­
niana no se limitaba a un conjunto de resultados que reestructurasen
302 L as transform aciones de las ideas científicas

radicalmente el sistema de explicaciones físicas de los fenómenos


de nuestro mundo, sino que incorporaba un nuevo modo de obtener
esos resultados mediante un nuevo sistema de conceptos y leyes, y
fundamentalmente mediante un nuevo método en el que las mate­
máticas se aplicaban a constructos imaginados que se alteraban luego,
recibiendo nuevas propiedades a fin de conformarse aún más estre­
chamente con el mundo del experimento y la observación. Lo impor­
tante no era tanto que Newton no hubiera resuelto de hecho todos
los problemas, que tan sólo hubiese dado los primeros pasos en al­
gunos ejemplos importantes como el análisis de los movimientos
de la Luna; lo importante para personas como Clairaut y Lagrange o
Laplace era que Newton había plasmado una vía para resolver los
problemas físicos, estableciendo un camino que las ciencias exactas
han estado siguiendo desde entonces.
Suplemento
HISTORIA DEL CONCEPTO
DE TRANSFORMACION: UNA EXPLICACION
PERSONAL

El concepto de transformación de las ideas científicas tomó su


forma actual durante la primavera y verano de 1965, mientras
reflexionaba acerca de los factores de la revolución científica, uno
de los aspectos tocados en las Conferencias Wiles sobre las que se
basa este libro. Dicho concepto fue puesto a prueba en la primavera
de 1966, mientras escribía la primera de las conferencias sobre la
historia de la inercia (una parte de la cual está incluida en el capí­
tulo 4), tema que exhibe notablemente las complejidades de los
caminos por los que un científico utiliza las ideas (y sus nombres)
de predecesores o contemporáneos. Como el lector puede ver por
sí mismo en esta muestra, los mismos hechos de esta historia ates­
tiguan patentemente que, en cada uno de los estadios del desarrollo
del concepto y de la ley de inercia, un científico alteró y adaptó
algo con lo que se había encontrado en sus lecturas y estudios de
los escritos de un contemporáneo o predecesor.
Las Conferencias Wiles se pronunciaron en la Universidad de
Quen, Belfast, en mayo de 1966. En el siguiente otoño, se expuso la
doctrina de las transformaciones en una edición privadamente distri­
buida de las dos primeras conferencias que llevaba el título general
de Isaac Netwon: la operación de la mente científica creadora [ Isaac
Newton: The Creative Scientific Mind at W o rk ]'. Una versión
aumentada y corregida del capítulo sobre la historia de la inercia se
presentó a discusión en un simposio celebrado en Praga del 25
al 29 de septiembre de 1967, con ocasión del tricentenario de la
303
304 L as transform aciones de las ideas científicas

muerte de Joannes Marcus M ará de Cronland, cuyo tema general


era «L a révolution scientifique du 17* siécle et les Sciences mathé-
matiques et physiques» [L a revolución científica del siglo xvn y
las ciencias matemáticas y físicas]. Mi comunicación, titulada «La
dinámica: clave de la 'nueva ciencia’ del siglo x v n » [Dynamics: the
Key to the 'New Science’ of the Seventheenth Century»], se publicó
en las Acta H istoriae Rerum Naturalium ttecnon Technicarum, nú­
mero especial 3 (Praga, 1967), pp. 79-114, estando dedicada la sec­
ción introductoria de dicha comunicación a «Las 'transformaciones’
en la historia de las ideas científicas» [ «'Transformations’ in the
History of Sdentifíc Id eas»], tema desarrollado en relación con la
inercia y la segunda ley de Newton. Mi punto de vista se expresa­
ba (p. 81) como sigue:

E l punto sobre el que se centra mi atención en la revolución científica, por


lo que respecta a la nueva dinámica, se puede resumir perfectamente en tres pala­
bras: continuidad, transformación, innovación. E l uso que hacen Galileo y New­
ton de una expresión como «vis impressa» suministra un ejemplo de la continui­
dad del pensamiento científico desde el siglo xnr al xvn. M as, frente a lo que
ocurre con «intensio et remissio», usado por Newton casi exactamente del
mismo modo que Suiseth (el «Calculator») y Oresme en el siglo n v , «vis im­
pressa» se usaba en el siglo x v n en un sentido muy distinto del que encontra­
mos en la física escolástica tardía; además, personas como Galileo y Newton
conferían a esta «vis impressa» significados más bien distintos y en flagrante
contraste. Así, no ocurre simplemente que personajes revolucionarios de la
talla de Galileo y Newton continuasen utilizando viejas expresiones con
significados nuevos, en lugar de inventar un vocabulario propio. Tal afirma­
ción ignora el elemento fundamental de continuidad que se da en el desarrollo
de nuevos conceptos, dado que hace excesivo hincapié en la forma de expresión
a costa del cambio de contenido. En efecto, tal y como yo veo la historia del
pensamiento científico, algunas de las ideas nuevas más audaces tienden a
aparecer como transformaciones de conceptos, definiciones y leyes previamente
existentes. Por este motivo, es necesario precisar el grado de innovación cien­
tífica mediante el análisis de las cualidades particulares de la transformación.
Para llevar hacia adelante esta analogía matemática un paso más, permítaseme
decir que ver las innovaciones como transformaciones permite al historiador la
búsqueda de invariantes, esos aspectos del concepto o de la ley que puedan no
verse afectados por la transformación: sea el nombre, la forma, el campo de
aplicación, la relación con otros conceptos o leyes o incluso el tipo de justi­
ficación que permite la ciencia para ese concepto o ley, o la naturaleza de la
teoría en la que el concepto o ley pueda hallarse inmerso.

Esta reunión tuvo el admirable efecto de unir para una fecunda


discusión a estudiosos de ambos lados del telón de acero. Mis pro­
pias ideas se beneficiaron notablemente de los comentarios y discu­
Suplem ento: H istoria del concepto de transformación 305

siones, fundamentalmente de las consideraciones de Eirc J . Aitón


(de Gran Bretaña) y de J . B. Pogrebysski (de la Unión Soviética) 2.
E l concepto de transformación de las ideas científicas se desarro­
lló aún más en una comunicación presentada en el Congreso Inter­
nacional de la Historia de la Ciencia (Moscú, 1971) 3, así como en
dos artículos, uno sobre «Historia y Filosofía de la ciencia» (Cohén,
1974a) y el otro sobre «L a teoría de Newton frente a la de Kepler
y a la de Galileo» (Cohén, 1974d). También utilicé este concepto
en mis seminarios de graduados en Harvard, a fin de arrojar luz
sobre los principales temas de la revolución científica y de la historia
de las ciencias exactas. Este punto de vista ha sido utilizado por
estudiantes y colegas, entre ellos Yehuda Elkana, Ramunas Kondra-
tas y Frank Sulloway.
Por naturaleza curioso acerca de los orígenes e historia de este
concepto, y comprometido como me hallaba con el punto de vista
de que incluso las ideas más «originales» tienden a ser transforma­
ciones de otras más antiguas, me lancé a la búsqueda de las posibles
fuentes de usos anteriores de «transformación» como principio guía
en la historia. Recordaba haber leído en una ocasión, en algún
pasaje de los escritos de Ernst Mach, que todas las innovaciones
creadoras eran esencialmente transformaciones. Entonces, cuando
leía el ensayo de Alexandre Koyré sobre «L a síntesis newtoniana»,
descubrí que aludía a la revolución científica como «una de las
mutaciones y transformaciones más profundas, si no la más pro­
funda, realizada — o sufrida— por el espíritu humano desde la
invención del cosmos por parte de los griegos, dos mil años antes».
Esta referencia general a las «transformaciones» va seguida, unas
cuantas páginas más adelante, por otra más específica, más afín al
sentido que yo he adoptado, en la que dice Koyré:

La transformación del concepto de movimiento, realizada mediante la sus­


titución del concepto empírico por el matemático hipostasiado, resulta inevi­
table si hemos de someter el movimiento al número a fin de tratarlo mate­
máticamente, a fin de construir una física matemática. Pero ello no basta. Con­
versamente, las propias matemáticas han de transformarse, siendo el mérito
inmortal de Newton haber conseguido esta transformación? [Koyré, 1950¿>;
1965, p. 10.]

Por más que Koyré no utilice la expresión «transformaciones» de


manera sistemática a lo largo de sus escritos, el concepto mismo
se halla implícito en gran parte de sus investigaciones *.
Otro autor que, al menos en una ocasión, aludió a este tipo de
transformación es Pierre Duhem. En su La estructura de la teoría
306 L as transform aciones de las ideas científicas

física * , preguntaba Duhem: «¿A caso su [i.e., de Newton] teoría de


la gravitación no se deriva por entero de las leyes que le fueron
reveladas a Kepler por observación, leyes que el razonamiento pro­
blemático transforma y cuyas consecuencias la inducción generaliza-
z a ? » 5. N o creo que Duhem se ocupase nunca específicamente de
desarrollar una filosofía del cambio científico basada en la noción
de «transformación», aunque una y otra vez, en su libro E l objeto
y la estructura de la teoría física (1906, 1914)*, alude al desarrollo
del pensamiento de un científico individual por medio de un proceso
que no es otra cosa que lo que he dado en llamar «transformación
de ideas». Duhem alude también a la «transformación de la expe­
riencia» llevada a cabo por científicos individuales.
El concepto de transformación aparece de manera significativa
en los comentarios que hace Duhem sobre Ampére, quien pretendía
haber producido una Teoría matemática de los fenómenos electro­
dinámicos, derivada tan sólo de la experiencia. La expresión final
del título de su libro, «uniquement déduite de l’expérience», está
directamente tomada del escolio general con que terminan los
Principia de Newton, donde éste dice que no está inventando hipó­
tesis y que «lo que no es ni un fenómeno ni se deriva de los fenó­
menos es una hipótesis». Duhem señala que el tratado de Ampére
□o sigue el método prescrito en el título, ya que los «hechos expe­
rimentales, tomados en su primitiva crudeza, no pueden servir para
el razonamiento matemático». A fin de «resultar útiles para dicho
razonamiento», decía Duhem (1954, captíulo 6, sección 5, p. 196),
tales hechos «han de transformarse y ponerse en forma simbólica,
y Ampére los hizo sufrir esta transformación». Duhem alude aquí
a un tipo de transformación de la experiencia mediante la cual un
científico, en primer lugar, ha de «traducir simbólicamente los hechos
experimentales antes de introducirlos en su razonamiento». La nece­
sidad de hacer tal cosa, en el caso de Ampére (según Duhem), «torna
impracticable la senda puramente inductiva que Ampére propicia­
ba»; dicha senda «también le estaba cerrada, ya que cada una de las
leyes observadas no es exacta, sino que es tan sólo aproximada»
(ibid. p. 197).
La situación es muy otra con Ernest Mach, ya que el concepto
de transformación (y la propia palabra) aparece una y otra vez en
sus Conferencias científicas populares [Popular Scientific Lectures].
Al comparar el diseño de nuevos instrumentos científicos con los
inventos realizados en la tecnología práctica, habla acerca del modo

* La tbéorie pbysique: Son object, sa structure, París: Chevalier et Riviére,


1906. (N . del T .)
Suplem ento: H istoria del concepto de transformación 307

en que «alguna idea muy poco impositiva» puede «producir tantos


frutos y transformaciones amplias en la técnica física»4. Recurriendo
a una analogía biológica, aludía a la manera en que «un pensamiento
se transforma en otro pensamiento distinto, tal y como con toda
verosimilitud una especie animal se transforma gradualmente en
una nueva especie». £1 gradualismo de Mach (teoría pre-mutación)
se unía a la idea de la variación conducente a la supervivencia:
«Muchas ideas surgen simultáneamente, enzarzándose en la lucha por
la supervivencia no de otro modo que el Ichthyosaurus, el cebú
y el caballo»7. Mach dedica todo un ensayo a la aplicación de las
ideas de Danvin sobre la evolución de las especies al desarrollo de
la ciencia. Se titula «De la transformación y adaptación en el pen­
samiento científico»s. Su tesis básica era que «si Darwin estaba en
lo cierto, la huella general de la evolución y la transformación ha
de resultar visible también en las ideas». Concluía que «la transfor­
mación de las ideas aparece así como una parte de la evolución
general de la vida». Utiliza el ejemplo del movimiento de los cuerpos
para ilustrar el «proceso mental transformador en detalle» (Mach,
1898, pp. 224 y ss.).
Cuando, en el momento de preparar la versión final de este tra­
bajo, ojeaba los ensayos de Mach con una idea en mente muy distinta,
no pude evitar sentirme sorprendido por el hecho de que Mach
hubiese anunciado tan clara y dramáticamente la doctrina histórica
de las transformaciones de las ideas científicas que yo creía mía. Me
di entonces cuenta de que había leído todos esos ensayos mucho
antes de poner en orden mis pensamientos acerca del modo en que
se desarrollan las ideas científicas con vistas a las Conferencias
Wiles. Aunque no recordé concretamente el uso machiano de «trans­
formación», recordé vividamente otro ensayo del mismo volumen
(«La naturaleza económica de la indagación física»), siendo cons­
ciente de aludir repetidamente a uno de los símiles de Mach para la
búsqueda de la verdad que aparece en este volumen de ensayos. Los
poetas y pintores, decía Mach, han inmortalizado la escena de una
alta tapia de un jardín que separa a un joven y a una muchacha
que suspiran y esperan, sin que ninguno de eÚos imagine «cuán
cerca se halla del otro». Sin embargo, la historia de la.ciencia no
muestra tales escenas. «E l investigador busca la verdad», según
Mach, pero «no sé si la verdad busca al investigador». De hecho,
«la Verdad permite que se la corteje, aunque evidentemente no
desea ser conquistada. En ocasiones, flirtea vergonzosamente», aun­
que «se halla decidida a que se la merezca y no experimenta sino
desprecio hacia quien la gane con demasiada rapidez» (Mach, 1898,
página 45).
308 Las transformaciones de las ideas científicas

Mientras reflexionaba sobre esta fuente supuestamente oculta


de mi propia idea (o, al menos, de una idea que yo había adaptado
y transformado), recordé también que Freud había escrito páginas
incisivas acerca de las fuentes ocultas de nuestra aparente originali­
dad intelectual. De hecho, yo mismo había escrito acerca de esta
noción freudiana en un ensayo sobre el tema general de las hetero­
doxias en la ciencia (Cohén, 1952, p. 506, nota 7). La ocasión del
ensayo sobre Freud fue un capítulo de un libro de Havelock Ellis
(1919), quien había mostrado que Garth Wilkinson era un precur­
sor de Freud y del psicoanálisis freudiano. Freud y Ellis eran polos
opuestos ’ , y no cabe duda de que el ensayo o capítulo de Ellis fue
correctamente interpretado por Freud (1920, p. 263 [traducción
española citada en la Bibliografía, vol. II, p. 361]), como «una
nueva manifestación de la resistencia y una repulsa del psicoanáli­
sis», ya que el objetivo fundamental de Ellis era «mostrar que los
escritos del creador del análisis deberían juzgarse no como un ejem­
plo de trabajo científico, sino como una producción artística».
Garth Wilkinson, un médico, poeta y místico swedenborgiano,
publicó lo que Ellis calificaba de «volumen de coplas de ciego mís­
ticas escritas mediante lo que él tenía por un 'nuevo método’, el
método de la 'Impresión’». Wilkinson elegía o anotaba un tema
y luego, escribía, «la primera impresión que acude a la mente tras
el acto de escribir el título constituye el comienzo de la evolución
de dicho tema, por extraña y ajena que pueda parecer la palabra o
expresión». Según Wilkinson, la primera palabra que acude a la
mente sería «la respuesta al deseo de la mente de desarrollar el
tema» w. N o cabe duda de que Ellis estaba en lo cierto al describir
el método de Garth Wilkinson como «una especie de laissez-fatre
exaltado, una orden dada a los más profundos instintos inconscien­
tes para que se expresen». En efecto, en este proceso, «la razón
y la voluntad... se dejan de lado» y las facultades de la mente se
«dirigen a fines desconocidos». Ellis terminó observando que aunque
Wilkinson era un médico, nunca utilizó su método «para fines mé­
dicos o científicos», sino tan sólo en sus indagaciones religiosas y
literarias. Con todo, insistía Ellis, «es fácil ver que constituye esen­
cialmente el método del psicoanálisis aplicado a uno mismo», lo
cual interpretaba Ellis como «prueba adicional de en qué medida
el método de Freud es el método de un artista» u.
En su réplica, Freud llamaba la atención sobre un pasaje un
tanto similar de la correspondencia de Friedrich Schiller con Korner,
donde, en 1788, «el gran poeta y pensador recomienda a quien
quiera ser productivo la adopción del método de asociación libre» Q.
Escribiendo luego de sí mismo en tercera persona, Freud observaba
Suplem ento: H istoria del concepto de transformación 309

que la nueva técnica que EULis pretendía haber sido ingeniada


por Garth Wilkinson «había tenido lugar ya en la mente de muchos
otros». Insistía en que la aplicación sistemática de este método en
el psicoanálisis «no prueba tanto la naturaleza artística de Freud
cuanto su convicción, casi un prejuicio, de que todos los sucesos
mentales se hallan completamente determinados». A continuación,
Freud negaba tajantemente que ni Schiller ni Wilkinson «tuviesen
de hecho influencia alguna sobre la elección de la técnica psicoana-
lítica».
Sin embargo, tras haber eliminado a los dos literatos arriba
mencionados como posibles fuentes de la nueva técnica, Freud llamó
la atención de sus lectores hacia otra fuente adicional que describía
como «un breve ensayo de tan sólo cuatro páginas y media de
Ludwing Borne», titulado «E l arte de convertirse en tres días en
un escritor original». El ensayo de Borne termina con estos pre­
ceptos:

H e aquí la aplicación práctica prometida. Tome unas cuantas cuartillas y


durante tres días seguidos anote, sin premeditación ni hipocresía, todo lo que
le pase por la cabeza. Anote lo que piensa de sí mismo, de su mujer o de la
guerra con los turcos, de Goethe, ...del juicio final, de su s... superiores, y
transcurridos los tres días, se quedará usted pasmado con los novedosos e ines­
perados pensamientos que ha tenido. Este es el arte de convertirse en tres dias
en un escritor original u .

Esta anticipación de uno de los aspectos de la técnica freudiana le


fue señalada a Freud por Sandor FerencziM. Freud se hallaba siem­
pre intensamente interesado por la historia de sus propias ideas,
especialmente por sus precursores. Consiguientemente, tituló su
ensayo en respuesta a EUis, no sin orgullo, «Para la prehistoria de
la técnica psicoanalítica», publicándola en el oficial Internationale
Zeitschrift für Psycboanalyse en el año 1920 para que la leyesen
todos los psicoanalistas. Freud señala que, cuando leyó minuciosa­
mente el ensayo de Borne, encontró en él un cierto número de puntos
significativos atinentes a «la prehistoria del uso psicoalalítico de las
asociaciones libres».
Lo más importante, decía Freud, es que cuando contaba catorce
años de edad, «le regalaron las obras de Borne, aún tenía el libro
en el momento actual, cincuenta años más tarde, siendo el único
que había sobrevivido a su juventud». Además, Borne «había sido
el primer autor en cuyos escritos había penetrado profundamente».
Aunque Freud no recordase este ensayo particular, algunos de los
otros que figuraban en el mismo volumen «continuaron haciéndose
310 L as transformaciones de las ideas científicas

presentes a su mente durante muchísimos años sin ninguna razón


obvia». Resulta bastante claro que este libro había resultado muy
significativo, siendo profundos y duraderos sus efectos conscientes
e inconcientes sobre su pensamiento.
Lo que sorprendió especialmente a Freud al leer «El arte de
convertirse en tres días en un escritor original» fue descubrir que
Borne había expresado, con el consejo dado al futuro escritor
original, ciertas opiniones que el propio Freud «siempre había aca­
riciado y vindicado». Una de ellas era la idea de una «censura» que
«ejerce la opinión pública sobre nuestras producciones intelectuales»
y que Borne encontraba incluso más opresivas que la censura guber­
namental. Freud señalaba (1920, p. 265 [ traducción española, citada
en la Bibliografía, p. 363] que «hay aquí una alusión a una ‘censura’
que aparece en el psicoanálisis como censura del sueño».
La frase con que termina Freud se puede tomar como una anti­
cipación de la doctrina de la transformación de las ideas en el mismo
sentido en que Borne puede haber anticipado algunas de las propias
ideas y técnicas de Freud; o, para decirlo en el lenguaje de este libro,
es posible que este aspecto del desarrollo de las ideas de Freud, que
yo discutía en 1952, pueda haber sido la fuente de la transformación
(por más inconsciente que sea) que ha producido mi punto de vista
actual. En efecto, Freud terminaba su ensayo con esta intuición
vigorosa: «Así pues, no parece imposible que esta sugerencia pueda
haber sacado a la luz el fragmento de criptomnesia que puede consi­
derarse que en tantos casos se esconde tras la aparente originalidad».
Este concepto de la criptomnesia (definida como la «aparición en
la conciencia de imágenes recordadas que no se reconocen como tales,
sino que parecen creaciones originales») u y el ejemplo que de ella
pone Freud pueden tomarse como la primera enunciación del con­
cepto de transformación de las ideas.
En otro de sus ensayos, Freud escribía acerca de cuánto le había
agradado toparse con una de sus teorías «al leer a uno de los grandes
pensadores de la antigua Grecia». Ello lo llevó a concluir (1937,
página 245 [traducción española citada en la Bibliografía, vol. III,
página 5 6 5 ]): «Estoy totalmente dispuesto a ceder el prestigio de la
originalidad en aras de tal confirmación, especialmente dado que no
puedo estar nunca seguro, en vista de lo extenso de mis lecturas en
mis primeros años, de que lo que tengo por una nueva creación no
pueda ser el efecto de la criptomnesia». ¡Cómo podríamos dejar de
honrar la honestidad histórica de una inteligencia tan poderosa! 16.
Terminaré esta historia con una breve noticia acerca del uso
del concepto de transformación debido a Michel Foucault. Aunque
Suplem ento: H istoria del concepto de transformación 311

las obras de Foucault han sido traducidas al inglés, aún no han sido
asimiladas realmente en la tradición del pensamiento erudito anglo­
americano (véase White, 1973). En su L'archéologie du savoir
(1969), traducida al inglés como The Archaeology of Kttowledge
(1972) * , hay muchas referencias a transformaciones de todo tipo,
dedicándose todo un capitulo al «Cambio y transformación». Al
comienzo, se dice que la transformación es uno de los conceptos del
análisis histórico (junto con el de discontinuidad, ruptura, umbral,
límite y serie) que Foucault propone estudiar en relación con lo
que «denominamos la historia de las ideas, del pensamiento, de la
ciencia o del conocimiento»17. En la introducción (1972, p. 4),
Foucault confiesa que su propósito es hallar «las rupturas» que sub­
yacen a las aparentes «grandes continuidades del pensamiento»,
rupturas que conecta con los «umbrales y actos epistemológicos» de
Gastón Bachelard. Ello lo lleva a subrayar «el desplazamiento y
transformación de los conceptos», y señala «como modelos» los
análisis de Georges Canguilhem
Foucault no aisla en especial el concepto de transformación de
las ideas, si bien lo presenta usualmente como formando parte de
una serie impresionista:

enunciados que ya no se aceptan ni discuten y que en consecuencia ya no


definen ni un cuerpo de verdades ni un dominio de validez, si bien en rela­
ción a ellos se pueden establecer relaciones de filiación, génesis, transforma­
ción, continuidad y discontinuidad históricas...

relaciones de semejanza, proximidad distanda, diferencia, transformadón...


se puede definir una regularidad (un orden, correlaciones, posidones y fun­
cionamientos, transformaciones)... [Foucault, 1972, pp. 58, 44, 38.]

Con todo, las múltiples referencias al «inmenso número de transfor­


maciones que afectan tanto... a los conceptos como a sus rela­
ciones» 19 muestran lo importante que es este concepto para Foul-
cault. Además, en ocasiones, alude a «transformaciones conceptuales»
como «la nueva definición de género» (1972, p. 147) o «la transfor­
mación de una positividad en otra» que señaló «la transición de la
Historia natural... a la biología... en la época de C uvier»20. Aunque
Foucault invoca la idea de transformación de las ideas científicas, su
centro de atención fundamental no son los actos creadores específicos
de transformación realizados por científicos concretos, sino que su

* Hay traducdón española: La Arqueología del Saber, M éxico: Siglo X X I


Editores, 1971. (N. del T .)
312 L as transformaciones de las ideas científicas

objetivo es más bien contrastar una «preocupación arqueológica...


por establecer umbrales, rupturas y transformaciones con el autén­
tico trabajo de los historiadores, que es mostrar continuidades21.
Mientras que yo be buscado en las transformaciones de las ideas las
continuidades ocultas tras las rupturas o revoluciones científicas,
Foucault se ha centrado-en las transformaciones como momentos
efectivos de tales cambios o rupturass .
NOTAS

N ota general: Los extractos de los Principia de Newton y de su Sistem a del


mundo o provienen de nuevas traducciones (en preparación) debidas a
I. B. Cohén y Arme Whitman o son generalmente revisisiones de traduc­
ciones ya existentes.

1. La revolución científica de Newton

S 1.1.

1 En los últimos años, gran parte de las discusiones relativas a las revolu­
ciones científicas se han centrado sobre Kuhn (1962). Para algunos comentarios
sobre las opiniones de Kuhn, véase Lakatos & Musgrave (1970). Para una
exposición modificada de las opiniones de Kuhn, véase su artículo «Segundas
reflexiones acerca de los paradigmas», en Suppe (1974). L a adecuación del uso
del término «revolución» para describir el cambio científico se niega en Toul-
min (1972), vol. I , pp. 96-130, especialmente las pp. 117 y ss. [traducción es­
pañola citada en la bibliografía, pp. 107-139, especialmente las pp. 124 y ss.].
2 Esta expresión la utilizan ios historiadores generalmente de manera acrí-
tica, sin que entrañe necesariamente la adherencia a un concepto particular de
revolución o ni siquiera a una doctrina específica del cambio histórico clara­
mente formulada. Sobre la historia de este concepto y nombre, véase el capí­
tulo 2 y Cohén (1977e).
1 Pierre Duhem es responsable en gran medida de la opinión según la cual
muchos de los descubrimientos tradicionalmente atribuidos a Galileo habían
sido anticipados por los pensadores medievales tardíos. L a tesis de Duhem
relativa al origen medieval de la ciencia moderna ha sido expuesta de una ma­
nera novedosa por Crombie (1953).
313
314 N otas

4 Aún son valiosas obras tan antiguas como Omstein (1928), la única obra
omnicomprensiva que se haya producido nunca sobre el tema, y Brown (1934),
habiendo de complementarse con obras recientes como las de Hahn (1971),
Middleton (1971) y Purver (1967).
5 El nombre oficial de la Sociedad Real es: La Sociedad Real de Londres
para el Fomento del Conocimiento Natural.
4 Sobre la historia de las revistas científicas, véase Thomton & Tully (1971
y Knight (1975), especialmente el capítulo 4.
7 Para las opiniones de Bacon sobre la utilidad, véase su Novum organum,
libro I, aforismos 73 y 124; libro segundo, aforismo 3. Las afirmaciones de
Descartes acerca de los modos en que la ciencia puede hacemos «los amos
y posesores, por así decir, de la naturaleza» (básicamente «la conservación de
la salud» y «la invención de... artefactos que nos permitan disfrutar sin esfuer­
zo de los bienes de la tierra...») se pueden hallar en la parte 6 de su Discurso
del método (sobre todo el final del segundo párrafo y el comienzo del tercero
y hacia la conclusión).
I Las tesis ya clásicas acerca de las influencias sociales de la ciencia del
siglo xvn aparecen en Hessen (1931) y Merton (1938). Un asombroso ejemplo
de cómo investigar «el lugar de la ciencia en el marco conceptual de las ideas
económicas, sociales, políticas y religiosas» ha sido dado para este período por
Webster (1975). Véase también la lan a y concienzuda recensión de la obra de
Webster debida a Quentin Skinner, Tim es Literary Supplement (2 de julio de
1976), núm. 3.877, pp. 810-812.
9 Sobre Newton y el diseño de buques, véase Cohén (1974¿); sobre la lon­
gitud en el mar, véase Newton (1975), introducción, parte 5 ; sobre el teles­
copio. véase Newton (1958), sección 2, $$ 3-5 ($ 17 contiene una descripción
de otro instrumento, un octante reflector para uso en la navegación práctica,
que se encontró entre los escritos de Newton y que él nunca consideró ade­
cuado hacer público).
10 Descartes, en su Discurso del método (1637), dice explícitamente que no
se considera a sí mismo una persona de capacidad mental superior a la media;
de ahí que si ha hecho algo extraordinario, la razón ha de descansar en su
método (véase D escaras, 1956, p. 2 [traducción española citada en la biblio­
grafía, p. 4 ]).
II La propia descripción de Galileo aparece en el quinto párrafo del texto
de su Siaereus nuncios (1610); Galileo (1890-1909), val. 3, parte I , pp. 60 y
siguientes; traducción de Drake en Galileo (1957), p. 29. [H ay traducción es­
pañola en preparación: Madrid, Alianza.]
12 Newton (1672), p. 3075; reimpreso en facsímil en Newton 1958, p. 4
Véase Newton (1959-1977), vol. I, p. 92.
u La excepción fue Domingo de Soto ( f 1560), quien en un comentario
sobre la Física de Aristóteles (1554) «fue el primero en aplicar la expresión
“ uniformemente diforme” al movimiento de los cuerpos que caen, indicando
con ello que aceleran uniformemente cuando caen, alumbrando así la ley
galileana de la caída de los cuerpos». Citado según la noticia que da William
A. Wallace (1975) de De Soto en el Diclionary o f Scientífic Biograpby. Véase
Beltrán de Heredia (1961), Wallace (1968), Clagett (1959), pp. 257, 555 y
siguientes, 685.
H Principia, libro primero, proposición 4, corolario 6 y 7. Para otros ejem­
plos de las consideraciones de Newton en tomo a las relaciones matemáticas
que no se dan en la naturaleza, véase $ 3.3.
15 En el escolio que sigue a la proposición 78 (libro primero) de los Pr
cipia, Newton alude a estas dos tildándolas de «los casos principales de atrac­
ciones», y considera que «merece la pena señalar» que, bajo ambas condido-
N otas 315

nes, la fuerza atractiva de un cuerpo esférico sigue la misma ley que las
partículas que lo componen. Sobre este tema, véase $ 3.1, nota 5.
16 Como reacción, Alexandre Koyré llegó a la conclusión opuesta: que, lejos
de apoyarse en experimentos (y lejos de ser el fundador del moderno métoído
experimental), Galileo no era primariamente un experimentador. Además, Koyré
llega incluso a afirmar que muchos de los más célebres experimentos de Gali­
leo no pudieron realizarse, al menos no de la manera descrita. Véase Koyré
(1943), (1950n) y (1960c); todos ellos se hallan reunidos en Koyré (1968). So­
bre los experimentos mentales de Galileo, véase Shca (1972), pp. 63-65, 156,
157 y ss. Hoy día se acepta comúnmente que el punto de vista de Koyré era
extremado, precisando de algunas modificaciones. Algunos de los experimentos
«irrealizables» citados por Koyré han sido realizados desde entonces, arrojando
los mismos resultados descritos por Galileo; véase Settle (1961), (1967) y
Mac Lachlan (1973). Recientemente Drake ha descubierto que los experimentos
desempeñaron una función significativa en los descubrimientos de Galileo
relativos a los principios del movimiento.

$ 1.2 .
1 Tanto Leibniz como Newton tuvieron su parte en esta revolución (véase
la nota 2 al apartado $ 2 2 ). Con todo, ha de tenerse presente que Newton
hizo un gran número de descubrimientos o invenciones en matemáticas, entre
ellas la expansión binominal general de (a + b)m, el teorema fundamental de que
hallar el área bajo una curva y hallar la tangente a una curva son operaciones
inversas, los métodos tanto del cálculo diferencial como del integral, la clasi­
ficación de curvas cúbicas, diversas propiedades de las series infinitas, los de­
sarrollos tanto de Taylor como de Mclaurin, modos de cálculo y métodos de
análisis numérico (incluyendo los métodos de iteración sucesiva, interpolación,
etcétera), más otros aspectos de la geometría, el análisis y el álgebra. Sobre
estos temas, véase la introducción de Whiteside a Newton (1964-1967), así
como su introducción y comentarios a lo largo de su edición de los Escritos ma­
tem áticos [M athem atical P ap en ] de Newton (1967-).
2 Las contribuciones públicas positivas de Newton a la química se resumen
convenientemente en Partington (1961), capitulo 13.
2 El contenido de estas cuestiones se resumen convenientemente en la tabla
analítica de contenido de Duane H . D. Roller, en la edición de Dover de la
O ptica (Newton, 1952, pp. Ixxix-cxvi) [puede verse un resumen similar en la
edición española de Oírlos Solís citada en la bibliografía, pp. cxv-cxxi], y en
Cohén (1956), pp. 164-171, 174-177. Sobre el desarrollo de las cuestiones, véa­
se Koyré (1960c).
4 Sobre este tratado, véase Newton (1958), pp. 241-248, 256-258; también
(1959-1977), vol. 3, pp. 205-214.
s Todos los extractos de los Principia de Newton se dan en el texto de una
nueva traducción, actualmente en preparación, de I. B. Cohén y Anne M. Whit-
man, o son revisiones de la traducción de Andrew Motte.
* D e la Conclusio no publicada de Newton, traducida por A. R. y M.
B. Hall (1962), p. 333.
7 Véase la tabla analítica de contenido de Roller (Newton, 1952, pp. Ixxix-
cxvi).
* Young (1855), vol. 1, pp. 161, 183 y ss.; véase Peacock (1855), pp. 150-
153. Mas no se crea que todos los números dados en la O ptica publicada
representan una medición exacta o el resultado de un cálculo basado en tales
mediciones directas.
316 N otas

9 Por ejemplo, Roberts & Thomas (1934) se subtitula «Estudio de uno de


los primeros ejemplos de método científico», formando parte de una serie
que lleva el título general de Clásicos del método científico.
10 Las porciones estrictamente metodológicas de la O ptica se encuentran en
el párrafo final de la cuestión 28 y en las páginas finales de la larga cues­
tión 31 con que se termina la segunda edición inglesa de 1717-1718; ambas
habían aparecido en versiones anteriores en la edición latina de 1706.
11 Citado según la edición de Dover (Newton, 1952), pp. 369 y ss. [Véase
la edición española citada en la bibliografía, p. 319.] Esta cuestión se publicó
por vez primera en la edición latina (1706) como cuestión 20, apareciendo
luego revisada, en inglés, en la segunda edición inglesa (1717-1718).
u Citado según la edición de Dover (Newton, 1952), pp. 404 y ss. [Véase
la edición española d u d a en la bibliografía, p. 349.] Esta cuestión también
aparedó primero en la edidón latina (como cuestión 23), apareciendo luego en
forma revisada en la segunda edidón inglesa.
u La palabra «tinglado» [scenario] se utiliza porque Newton escribió sus
experimentos inidales con prismas de manera aparentemente autobiográfica,
por más que sus manuscritos sugieren que trataba de imponer un armazón
[«tinglado»] baconiano y experimental-inductivisu a lo que debe haber sido
consecuencia de sus creencias, experiencias y condusiones previas. Sobre este
tema, véase Lohne (1965), (1968); Sabra (1967), pp. 245-250.
14 Véase $ 3.6, nota 5. Estos «fenómenos» se denominaban «hipótesis» en
laprimera edición de los Principia; véase Koyré (19556), Cohén (1966).
15 Esto queda muy claro en una tabla que he preparado para un comenta
sobre los Principia (en preparación), donde he tabulado la aparidón de cada
referencia explícita a una definición o ley, así como a una proposición o lema
precedente y, en d caso del tercer libro, a lasreglas, fenómenos e hipótesis.
16 Esta cuestión del «análisis» y «síntesis» puede causar una confusión
real en relación con el trabajo rientífico de Newton. Esta pareja de palabras
de origen griego y sus contrapartidas latinas «resoludón» y «composición», las
usa Newton en un sentido científico general y específicamente, en la cues­
tión 31 de la O ptica, para describir cómo «con este modo de análisis podemos
pasar de los compuestos a los ingredientes y de los movimientos a las fuerzas
que los producen» y «en general, de los efectos a sus causas y de las causas
particulares a las más generales, hasta que el argumento termine en la más
general». Entonces, «la síntesis consiste en suponer las causas descubiertas,
establecidas como principios, explicando mediante y a partir de ellas los fenó­
menos y demostrando las explicaciones». Newton alude también a los «Dos
métodos de hacer las cosas» de «los matemáticos... que denominan composidón
y resolución».
Hace tiempo, Dugald Stewart mostró que «análisis» y «síntesis» poseen
distinto significado en matemáticas y en física, por lo que Newton se expresa
con cierta imprecisión al reladonar aparentemente los modos de investigadón
de la física o filosofía natural y de la matemática. Stewart muestra incluso
que en ocasiones «análisis» y «síntesis» pueden tener sentidos opuestos en
ambos dominios. Véase d libro de Stewart, Elements of tbe Philosopby of
the Human Mind, capítulo 4 («Logic of induction»), secdón 3 («O f the import
of the words analysis and synthesis in the language of modern philosophy»),
subsección 2 («Critical remarks on the vague use, among modern writers, of
the terms analysis and synthesis»); Stewart (1877), vol. 3, pp. 272 y ss.
Para un ejemplo reciente del intento de aplicar a los Principia el método
de análisis y síntesis tal y como se expone en la cuestión 31 de la O ptica, véase
Guerlac (1973). Para las afirmaciones publicadas de Newton sobre el análisis
y la síntesis en matemáticas y en los Principia, véase la nota 21 más abajo.
N otas 317

17 Turbayne (1962), pp. 46, 49. Sobre la forma de presentación geométrica


en libros esencialmente no matemáticos, véase $ 3.11.
u Los Principia se escribieron originalmente en dos «libros» (De motu
corporum). Luego Newton amplió el final del «libro» primero para formar un
segundo «libro» (sobre el movimiento en fluidos resistentes, movimiento de
péndulos, movimiento ondulatorio, etc.), llamando a estos dos «libros» De
motu corporum. E l contenido del segundo «libro» original se rehizo comple­
tamente, convirtiéndose en el tercer «libro» de los Principia (llamado Líber
tertius, D e mundi system ate). Tras la muerte de Newton, el texto del segundo
libro original se publicó en latín y en versión inglesa, respectivamente De
mundi system ate Uber (Londres, 1728) y A Treatise o f the System o f the
W orld (Londres, 1728; Londres, 1731). E s en la versión inglesa de esta obra
donde aparece la famosa expresión «d e un modo matemático» [in a mathema-
tical way]. Véase mi introducción a Newton (1975), p. xix.
19 Cuvier (1812), «Discours préliminaite», p. 3. «Sans doute les astronomes
ont marché plus vite que les naturalistes, et l’époque ou se trouve aujourd'hui
la théorie de la terre, ressemble un peu i celle ou quelques philosophes ero-
yoient le ciel de pierres de taille, et la iune grande comme le Péloponése: mais
aprés les Anaxagoras, il est venu des Coperníc et des Kepler, qui ont frayé la
route á Newton; et pourquoi l’histoire naturelle n’auroit-eile pas aussi un
jour son Newton?» [ : No cabe duda de que los astrónomos han avanzado
más deprisa que los naturalistas, asemejándose un tanto la época en que hoy
día se encuentra la teoría de la tierra a aquélla en la que algunos filósofos
creían que el délo estaba hecho de sillares y que la luna tenía el tamaño del
Peloponeso; mas, tras los Anaxágoras, han venido los Gopérnico y los Kepler,
quienes han abierto el camino a Newton. ¿Por qué la historia natura] no habría
de tener también algún día su Newton?
Según John T. Edsall (comunicadón personal), O tto Warburg, al discutir
el problema de las oxidaciones biológicas en torno a 1930, dijo: «H eute, wie
vor íünfzig Jahren, gilt das van’t Hoffsche Wort: Der Newton der Chimie is
noch nicht gekommen» [Hoy, como hace cincuenta años, siguen vigentes las
palabras de can't Hoff: Aún no tenemos un Newton de la Química], Sin
duda Warburg aludía a la introducción general («A n die Leser») al volumen 1
del Zeitschrift fü r Physikaliscbe Chemie (Leipzig, 1887), p. 2, donde el estado
de la química se compara con la situación de la astronomía en «Kopernikus
und Kepler’s Zeit» [en tiempos de Copémico y Kepler], expresándose la ne­
cesidad de un «Newton der Chemie» [Newton de la Química]. Este prefacio
estaba firmado conjuntamente por Van’t Hoff y Ostwald.
20 Excepción importante es el escolio general que aparece al final de la
sección 6 del libro dos (que se hallaba al final de la sección 7 en la primera
edición) y el escolio al final de la sección 7 (publicado por vez primera en la
segunda edición). Este último escolio describe las investigaciones de Newton
sobre resistencia de fluidos mediante experimentos realizados sobre cuerpos
que caen en el aire y en el agua. El escolio general se dedica a los experimentos
de Newton sobre resistencia de fluidos, en los que estudiaba las oscilaciones
de péndulos bajo diversas condiciones, comparando los movimientos de los
péndulos en el aire, el agua y el mercurio.
21 En sus últimos tiempos, Newton intentó imponer a la historia de los
Principia una cronología según la cual habría desarrollado y utilizado el nuevo
cálculo de fluxiones en forma de algoritmo de tal modo que descubriese las
proposiciones fundamentales por análisis, refundiéndolas luego en la forma de
la geometría griega según el método de síntesis. Así, escribía: «Con ayuda del
nuevo análisis, el señor Newton halló la mayor parte de las proposiciones de
sus Principia Philosopbiae, mas debido a que los antiguos, para hacer las
318 N otas

cosas ciertas, no admitían en la geometría nada hasta tanto no se demostrase


sintéticamente, demostró sintéticamente las proposiciones, a fin de que el
sistema de los cielos se asentase sobre buena geometría. Eso hace que sea
ahora difícil para las personas poco expertas ver el análisis mediante el que
se descubrieron esas proposiciones»; citado de Newton (1715), p. 206; cf. Cohén
(1971), p. 295. N o hay pruebas documentales ningunas que apoyen este tin­
glado, mientras que existo) abundantes elementes de juicio que apoyan la
opinión de que el modo newtoniano de descubrimiento sigue más o menos la
to m a de presentación publicada en los Principia.

5 13.
1 Sobre Hales, véase Guerlac (1972); Cohén (19766); F. Darwin (1917),
pp. 115-139.
2 Una traducción inglesa contemporánea de la noticia que da Van Helmont
de este experimento aparece en Partington (1961), p. 223.
3 D e motu coráis, capítulo 9 ; citado de Harvey (1928). Cf. Kilgour (1954)
y especialmente Pagel (1967), pp. 73 y ss.
4 D e ahí que el método cuantitativo usado por Harvey sea al menos tan
revolucionario como sus conclusiones acerca de la circulación e incluso más
aún. Desde el punto de vista del siglo xvn , temas tales como la estática teóri­
ca, la cinemática y la dinámica eran ciencias matemáticas exactas que se torna­
ban físicas tan sólo cuando se aplicaban a la física.
5 Galileo (1974), p. 147 [traducción española citada en la bibliografía, pá­
ginas 265-266); (1890-1909), vol. 8, p. 190. Estrictamente hablando, Galileo
nunca expresa sus leyes físicas como las proporciones algebraicas s « * fi o
v x /. De hecho, resulta incluso erróneo escribir estos resultados en la forma
S, : s2 = P ¡ : i*2 y “ lucho más aún (ó, / S2) = (í, / 1¡). Sobre este punto véase
la nota 8 infra. En adelante, y a modo de abreviatura, aludiré a las relaciones
descubiertas por Galileo con las expresiones s <* t2 o » x /, aunque sin preten­
der en absoluto que éstas sean las formulaciones galileanas de tales leyes.
6 «D el movimiento naturalmente acelerado», tercera ¡ornada, proposición
2; Galileo (1974), p. 166 [traducción española citada en la bibliografía, p. 294);
(1890-1909), vol. 8, p. 209.
7 En el corolario 1 a la proposición 2, Galileo muestra que aunque la
distancia total atravesada es proporcional al cuadrado del tiempo, las distancias
atravesadas en cada intervalo igual sucesivo de tiempo son como los números
impares a partir de la unidad, resultado que se sigue de la teoría de números,
dado que la sucesiój 1, 4, 9, 16, 25, ... lleva a la sucesión 1 ( = 1 — 0),
3 ( = 4 — 1), 5 ( = 9 — 4), 7 ( = 1 6 - 9 ) , 9 ( = 2 5 — 16), ...
* Galileo no se limitó a tales relaciones numéricas. Así (tercera jornada,
proposición 2 sobre d movimiento acelerado: 1974, p. 166 [traducción espa­
ñola citada, p. 294); 1890-1909, vol. 8, p. 209): «S i dos móviles descienden
desde el reposo con movimiento uniformemente acelerado, los espacios atrave­
sados en tiempos cualesquiera se hallan entre sí como la razón duplicada de
sus tiempos.» La proporción de Galileo es pues, espacio,: espacio, = (tiem­
po, : tiempo,)2; no emplea la relación funcional s « P . Sobre este punto, véanse
los comentarios de Drake en la introducción a Galileo (1974), pp. xxi-xxiv.
Mas, al discutir magnitudes del mismo tipo (por ejemplo, segmentos rectilíneos),
Galileo usa equivalentes verbales de ecuaciones, tales como *H B est excessus
N E super B L » (H B = N E — B L).
’ G t a de 11 saggiatore («E l ensayador»), sección 6, traducido en Crombie
,1969), vol. 2, p. 151; Galileo (1890-1909), vol. 6, p. 232. Esta afirmación apare-
N otas 319

ce en la versión de Drake, Gaüleo (1957), pág. 238. No deseo entrar ahora en la


discusión del posible platonismo de Galileo, para el cual véase Koyré (1943)
y el rechazo de Clavelin (1974). Gcymonat (1965), p. 198 y ss., advierte contra
la interpretación de esta afirmación particular de Galileo fuera de contexto.
t0 Tras un examen superficial, los Principia de Newton pueden tomarse por
un tratado al estilo de la geometría griega. Por más que la forma externa
muestre un estilo geométrico que recuerda a Eudides, un examen más atento
muestra que el método ncwtoniano no es en absoluto como el de los geómetras
griegos clásicos. Por el contrarío, proposición por proposición y lema por lema,
usualmentc procede mediante el establecimiento de condiciones geométricas y
sus razones correspondientes para luego introducir de un golpe algún proceso
de paso al límite cuidadosamente definido. En la sección 1 del libro primero,
Newton establece principios generales de límites (que él denomina método de
primeras y últimas razones), de manera que pueda aplicar cierto grado de rigor
a los problemas, utilizando cantidades nacientes o evanescentes (o razones de
tales cantidades) en el resto del tratado. Además, incluso en la cuestión de
razones y proporciones, Newton es un «moderno»; no sigue el estilo griego,
en el sentido en que lo hace Galileo y en el que lo trata de hacer Kepler. Esto
es, escribe proporciones «m ixtas», dando a entender una relación funcional
directa, afirmando, por ejemplo, que una fuerza puede ser directa o inversa­
mente proporcional a alguna condición de la distancia. Tradicionalmcnte habría
que decir que una fuerza es a otra como una condición de cierta distancia es
a esa misma condición de otra distancia. Finalmente, uno de los rasgos dis­
tintivos de los Principia, tal y como señalaba Hallcy en su recensión, era el uso
extenso e innovador del método de las series infinitas, lo que muestra hasta
qué punto los Principia no son en absoluto un tratado de geometría griega.
Sobre este tema, véase Cohén (1974c), pp. 65 y ss. y Whiteside (19706).
11 E l sistema kepleriano de esferas incluidas unas dentro de otras se des­
cribe en su Mysterium cosmographicum (1596; edición revisada, 1621). Eric
J . Aitón y Alistair M. Duncan han realizado una versión inglesa anotada de
esta obra (Kepler, en prensa).
En una carta de 1595, decía Kepler: «E l mundo del movimiento ha de
considerarse compuesto de rectilíneos [sólidos regulares]. De estos, no obstan­
te, hay cinco. Por ende, si han de tomarse como los limites o particiones... no
pueden separar más que seis objetos. Por tanto, en tomo al sol se mueven
seis cuerpos móviles. H e aquí la razón del número de los planetas»; citado de
Kepler (1965), p 63. Esto ejemplo muestra cómo las consideraciones de forma
y geometría no se hallaban necesariamente libres de aspectos numéricos.
a En la N arratio prim a (o Prim era relación), traducida en Rosen (1971),
p. 147, decía Rheticus: «Q ué más grato a la orfebrería divina que el hecho de
que esta primera y perfectísima obra se compendie en este primer y perfectf-
simo número.» Para la historia de este problema, véase Cohén (1977d).
° G ta del Mysterium cosmographicum de Kepler (1596), en Kepler (1937-),
vol. 1, p. 9; traducido en Rufus (1931), p. 10. Cf. Koyré (1973), p. 128.
14 Sizi encontró otro fundamento para su afirmación: los siete metales pri­
marios de la alquimia, la época en que el embrión comienza a formarse en el
seno materno (siete horas después del coito), la fecha en que el feto humano se
halla lo suficientemente vivo como para sobrevivir en caso de nacimiento
prematuro (siete meses después de la concepción). Véase Drake (1958) y la
introducción de Ronchi a la traducción de Sizi debida a Clelia Pighetti (1964).
u Kepler (1965), p. 14. Dado que la tierra posee un satélite y Júpiter, cua­
tro, una sucesión geométrica daría dos para Marte, ocho para Saturno y nin­
guno para Mercurio y Venus. E l número 6, que Kepler sugiere como alter­
nativa para los ocho satélites atribuidos a Saturno, resulta más difícil de
320 Notas

explicar. Por tanto, podemos entender perfectamente por qué algunos estudio­
sos han hecho una «silenciosa corrección» de este 6, a fin de que fuese 1 6 5.
Este número 6 encaja en la progresión aritmética 2, 4, 6, mas en tal caso la
tierra no tendría ningún satélite, lo que denegaría de hecho la base sobre la
cual se asignan dos a Marte. Además, Kepler sugería también que Venus y
Mercurio podrían tener un satélite cada uno. Estos dos números romperían la
sucesión, pero no habría otra alternativa si es que cada planeta no ha de
poseer más satélites que el planeta inmediatamente superior.
16 Para detalles, véase Cohén (1911b), (1911d).
17 Para otros ejemplos de numerologla en los siglos xix y xx , véase Cohén
(1977d). Un ejemplo sobresaliente es la llamada ley de Bode (o ley de Titus-
Bode), que da valores razonablemente buenos para las distancias planetarias
(hasta Urano), incluyendo un lugar para los asteroides. También falla para
el primer término. Véase además Nieto (1972).

$ 1.4.
1 Cita del Mysterium cosmographicum (1596) en Kepler (1937-), vol. 1
p. 9; traducido en Rufus (1931), p. 9. Cf. Koyré (1973), p. 138. De hecho,
Kepler llegó a decir que «se vio inducido a ensayar y descubrir estas cosas
[i.e., estas tres cosas] debido a la maravillosa semejanza entre los objetos sin
movimiento, a saber, el sol, las estrellas fijas y el espacio intermedio, y Dios
Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo; esta analogía la desarrollaré más am­
pliamente en mi cosmografía».
1 Mysterium cosmographicum, capitulo 20. Para ver cómo opera esta ley
nótese que los periodos de Mercurio y Venus son respectivamente de 88d y
2 2
224 — d; de ahí que la mitad del aumento de período sea Vi (224 — d —
3 1 3
— 88d) = 68 — d. La regla de Kepler es que 88 : (88 + 6 8 1/ 3) = dist. de
3
Mercurio: dist. de Venus. Los resultados, según los da Dreyer (1906), p. 379,
son Júpiter: Saturno 0,574 (0,572), Marte: Júpiter 0,274 (0,290), tierra: Mar­
te 0,694 (0,658), Venus : tierra 0,762 (0,719), M ercurio: Venus 0,563 (0,500);
los números entre paréntesis son en cada caso el valor copernkano. En una
ecuación, la regla de Kepler rezarla (Tn + T B_ ,) / 2TIt_ , = A ^ / An_ ,; cf. Koy­
ré (1973), pp. 153 y ss.
3 Véase Kepler, Harmonice mundi, en Kepler (1937-), vol. 6 , p. 302. Ke­
pler guarda asombrosamente silencio acerca de cómo llegó a esta ley. Koyré
(1973), p. 455, nota 27, discute algunas conjeturas sobre el tema debidas a
J . B. Delambre y R. Stnall (Koyré da su propia opinión en la p. 339). Véase
además Gingerich (1977).
4 Esta diferenca entre la tercera ley y las dos primeras se puede ver en el
tratamiento que de ellas hace Newton. Admite que la tercera ley, «hallada por
Kepler, es aceptada por todos» (hipótesis 6 de la primera edición, fenómeno 4
de las ediciones segunda y tercera de los Principia, libro tercero); sin embargo,
en los Principia, no atribuye a Kepler ni la ley de áreas ni la de las órbitas
elípticas, y en una ocasión al menos pretendió que Kepler tan sólo había con­
jeturado que las órbitas planetarias eran «elípticas».
5 El «descubrimiento» platónico de Galileo no entrañaba una explicación
«causal» en el sentido de asignar una causa física a los movimientos supuesta­
mente acelerados de los planetas hacia el sol, suponiendo, por ejemplo, la exis­
tencia de fuerzas que pudiesen operar en el sistema celeste para producir dichas
aceleraciones.
N otas 321

6 Cf. Koyré (1960¿), reimpreso en Koyré (1965), donde (p. 218, nota 3)
discute cómo A. E . Tayior creía (erróneamente como resultó ser) que habla
hallado la fuente de esta supuesta doctrina cosmológica de Platón.
7 Cf. Cohén (1967c). Newton también señaló otros fallos en las suposiciones
de Galileo; véase el comentario de Whiteside en Newton (1967-), vol. 6,
pp. 56 y ss., nota 73.
* Galileo era consciente de que en el movimiento de los proyectiles hay
una aceleración en la misma dirección que la gravedad o peso, mientras que
no hay aceleración o deceleración (excepto por lo que respecta al ligero retardo
causado por la resistencia del aire) en ángulos rectos con esa dirección hada
abajo. Con todo, no se trata aquí de una anticipadón real (por limitada que
sea) de la segunda ley, ya que Galileo no especifica claramente que el «impeto»
sea una fuerza externa que actúa sobre un cuerpo a fin de producir una acele­
ración. Lo mismo se puede decir del análisis de Galileo del movimiento por un
plano inclinado, en el que tanto el «impeto» de la gravedad como la acelera­
ción disminuyen en proporción al seno del ángulo de elevadón. Drake ha dis­
cutido el concepto galileano de causa en su introducdón a Galileo (1974),
pp. xxvii-xxviii; véase además Drake (1977).
9 Para un conveniente resumen de la física medieval del movimiento véase
Grant (1971), capítulo 4. Para textos y traducciones, véase Clagett (1959) y
Grant (1974), secciones 40-51.
10 Para la descripción galileana de esta serie de experimentos, véase Galileo
(1974), pp. 169 y ss. [traducción española citada en la bibliografía, pp. 298
y ss.]; (1890-1909), vol. 8, pp. 212 y ss.
11 Mientras que Kepler comienza con la naturaleza de la fuerza, Newton
conduye con la investigación acerca de la naturaleza de una fuerza con determi­
nadas propiedades que han salido a la luz durante las investigaciones antece­
dentes: que disminuye con el cuadrado de la distancia, se extiende a grandes
distandas y es proporcional a la masa de los cuerpos, etc.
12 Escolio General al final de los Principia; véase además d apartado $ 3 2 .
u Almagesto, libro 9, secdón 1.1. En sus H ipótesis planetarias, Ptolomeo
desarrolló un sistema físico o un modelo físico de astronomía además de los
modelos astronómicos de cómputo matemático descritos en d Almagesto.
Cf. Hartner (1964), complementado por Goldstein (1967).

$ 1.5.

1 Stephen Straker terminó en 1970 una tesis doctoral sobre la óptica de


Kepler (Universidad de Indiana).
2 Galileo era consciente de que si un cuerpo en movimiento continuase su
movimiento por una trayectoria horizontal (tangente a la tierra), se alejarla en
efecto cada vez más del centro de la tierra, elevándose, por así decir, sponte sua.
2 El propio Galileo cayó en esta trampa en su defensa del sistema coperni-
cano. Desarrolló una teoría en la que las mareas son produridas por una com­
binación de los movimientos de la tierra. Por tanto, creía (y defendía) que
Dios tenía que haber creado el universo con la tierra rotando sobre su eje y
girando en una órbita, tal y como Copérnico había dicho. El papa Urba­
no V III atacaba el «carácter concluyente» de dicha prueba del sistema coper-
nicano, basándose en que habría de limitar la omnipotencia de Dios. L o único
que había demostrado Galileo es que su versión del sistema copernicano entra­
ñarla fenómenos de mareas similares a los que observamos, pero no había
demostrado la conversa. Su sistema copernicano era condición suficiente para
replicar las mareas, peto no era condición necesaria. Sobre la teoría galileana
322 N otas

de las mareas, véase Aitón (1934) y Burstyn (1962); también Aitón (1963) y
Burstyn (1963).
4 Por supuesto, como veremos más adelante en d capítulo 4, un sistema,
constructo o modelo podría adquirir sucesivamente asp eaos adicionales que
lo pusiesen tan en armonía con la experiencia como para que pareciese una
descripción de la realidad.
5 Koyré (1973), p. 166, dice que « d propio título de la obra de Kepler
prodama, antes que predice, una revolución».
* Tanto Kepler como Newton sostenían que la eliminadón del concepto de
esfera cristalina exigía una teoría de los movimientos planetarios basada en
las fuerzas.
7 Sobre Bordli, véase Koyré (1952a). N o hay ningún estudio adecuado d d
sistema celestial de Descartes o de Bullialdus.
* En la presentación galileana del esquema cosmológico de Platón (véase
d apartado S 1.4, notas 5 y 6, así como Galileo 1953, pp. 29 y ss. [véase
la traducdón española ata d a en la bibliografía, pp. 70 y ss.]; 1890-1909,
vol. 8, pp. 283 y ss.), parece haber supuesto que cuando un planeta comienza
a moverse en su órbita con la vdoddad apropiada, se moverá por ella sin
precisar de la acción de fuerza alguna.
9 A pesar de resultar errónea y fallida como sistema en general, la dinámica
de Kepler sirvió para establecer las dos primeras leyes keplerianas del movi­
miento planetario. Véase Koyré (1973), pp. 185-244; Krafft (1973).
10 M ysierium cosmographicum (1596), citado en Duhem (1969), pp. 101;
Kepler (1937-), vol. 1, p. 16.

2. La revolución científica y la revolución newtoniana como conceptos


históricos

$ 2.1.
1 En matemáticas y física, esta palabra aún se usa en su sentido original,
como en «sólido de revolución» (un sólido formado por el giro de 360* de
una figura plana en torno a un eje) y en la «revoludón de un planeta» ( d
movimiento de un planeta en su órbita 360°).
2 Sobre la historia d d concepto y nombre de «revoludón», véase Cohén
(1977e).
3 Véase Clairaut (1743) y el apartado $ 2.2, así como las palabras de Fon-
tenelle en ese mismo apartado.
4 Aparecen luego una serie de párrafos cortos (por O = d ’Alembert) sobre
la revolución como término de la geometría y la astronomía, más unas breves
palabras acerca de las «Révolutions de la terre», y luego un estudio tecnoló­
gico, que ocupa casi dos páginas, sobre relojes (por Joh. Romilly).

S 22
* Fóntenelle (1790), vol. 6, p. 43. Fontenelle utilizó también el término
«revolución» varias veces en reladón con d texto d d marqués de PHópital
sobre el cálculo (en el éloge de PHópital y en d éloge de Rolle); véase Cohén
(1976a), pp. 267-269, y Cohén (1977e).
2 En d prefado de los Elém ents de la géometrie de l ’infini de 1727, Fo
tenelle dijo del cálculo: «Newton trouva le premier ce merveilleux calcul,
Ldbnitz le publia le prem ia. Que Láb n itz soit inventeur aussi bien que New-
N otas 323

ton, c’est une question dont nous avons rapporté I’histoire en 1716, et nous
ne la répéterons pas icí» [Newton fue el primero que halló este maravilloso
cálculo y Leibniz fue el primero en publicarlo. Que Leibniz sea su inventor al
igual que Newton, constituye un tema cuya historia ya hemos contado en 1716
y no la vamos a repetir ahora].
3 Nótese que d ’Alembert se refiere tanto a la O ptica como a los Principia
de Newton. aunque su descripción inicial se aplica más en concreto a los
Principia.
4 Para un análisis de las opiniones de Lalande sobre las revoluciones cientí­
ficas, véase Cohén (1977e).
5 Condorcet usaba el término «revolución» en los éloges de Duhamel du
Monceau (1783), Albrecht von Haller (1778), d’Alembert (1783) y Euler (1783).
En los tres primeros emparejaba la palabra «époque» con «révolution».
6 Para detalles, véase Cohén (1976a), (1977e).
7 Citado en Berthelot (1890), p. 48 [traducción española citada en la biblio­
grafía, p. 54].

S 2.3

1 Uso la palabra «ciencia» aquí como contradistinta de «matemáticas»; véa­


se el segundo párrafo del apartado § 2 2 .

3. l a revolución newtoniana y el estilo de Newton

$ 3.1

1 Califico «observación» mediante los adjetivos «crítica» y «precisa» para


dejar claro que no pienso simplemente en «lo que todo el mundo que tiene
ojos en la cara sabe». Aludo concretamente a las observaciones de posiciones
planetarias, control horario, diversas magnitudes medidas, etc.
2 Newton demuestra que un cuerpo que se mueve con movimiento rectilí­
neo y uniforme barrerá áreas iguales en cualesquiera tiempos iguales; se supo­
ne que el punto respecto al cual se computan las áreas iguales no se halla en la
línea del movimiento. La demostración aparece en la proporción 1 del primer
libro de los Principia; véase el apartado $ 5.5.
3 Véase Routh (1896-1902), vol. 2, p. 44, sección 99. La atracción de una
esfera sólida uniforme en un punto interno a una distancia r del centro se
puede calcular en dos partes. La capa desde la distancia r a la superficie
externa no ejerce fuerza gravitatoria alguna sobre una partícula interior a esa
capa (proposición 70, libro primero). El núcleo esférico interno de radio r actúa
como si toda su masa se hallase concentrada en su centro. De ahí que la fuerza
sea proporcional a 1 / r2. Pero, puesto que la fuerza es también proporcional
a la masa (que en una esfera uniforme es proporcional al volumen), la fuerza
ha de ser proporcional a (1 / r2) • (r3) o a la distancia r (véanse los Principia, pro­
posición 72, libro primero).
4 En la época en que Newton abordó seriamente el problema de las órbitas
elípticas (en 1679 y posteriormente), se utilizaba otro tipo de ley planetaria de la
velocidad que había sustituido por motivos prácticos a la ley de áreas; véase
el apartado $ 5 2 . Los astrónomos asociaban esta ley y sus modificaciones
con los nombres de Bullialdus, Seth Ward y N. Mercator. Véase además
Whiteside (1964f>); Wilson (1970); Maeyama (1971). Sobre Kepler y la ley
324 Notos

de que la velocidad de un planeta es inversamente proporcional a su distanda


al sol, véase Aitón (1969).
5 Hooke a Newton, 6 de enero de 1679-1680; Newton (1959-1977), vol. 2,
p. 309; véase 5 5.4.
6 Véase también la proposición 16 del libro primero de los Principia, asi
como el corolario 1 a la proposición 1 del libro primero (en la segunda y ter­
cera ediciones de los Principia). Véase además el apartado S 5.4.
7 En el escolio que sigue a las definiciones del comienzo de los Principia;
véase además Cohén (1970) y (1974c), p. 69.
* U LC MS Add. 3958. secrión 3, folios 48-63, publicado por vez primera
por Hall & Hall, eds. (1962), pp. 15-64; publicado junto con un comentario
por Whiteside en Newton (1967-), vol. 1, pp. 400448, bajo el título « E l trata­
do de octubre de 1666 sobre las fluxiones» (véase el W aste Book, U LC MS
Add. 4004, fol. 51; y Newton 1967-, vol. 1, pp. 392-399 para una versión
anterior).
9 Newton introduce los prindpios usualmente asociados con la física del
movimiento en las consideradones de matemáticas puras con ocasión de las
curvas «mecánicas» (aquéllas que no se pueden escribir simplemente como
ecuaciones algebraicas y que se definen como el lugar de un punto que se
mueve según determinadas especificaciones). Para los documentos en los que
Newton establece los prindpios del cálculo para curvas «mecánicas» empleando
los prindpios del movimiento, junto con un ilustrador comentario de Whiteside,
véase Newton (1967-), vol. 1, pp. 369 y ss. («Cómo trazar tangentes a líneas
mecánicas», 30 [ ? ] de octubre de 1665); pp. 377 y ss. («Cóm o trazar tangen­
tes a líneas mecánicas», 8 de noviembre de 1665). Este último contiene una
afirmadón inicial clara sobre la composición de velocidades. La regla del para-
ldogramo se halla en el W aste Book, hacia el otoño de 1664, mientras que el
concepto de movimiento uniforme (o inerdal) tiene lugar (fol. 12) hacia enero
de 1665. Se ofrecen otros documentos en las pp. 382 y ss. («H allar las velo­
cidades de los cuerpos por las líneas que describen», 13 de noviembre de 1665);
pp. 390 y ss. (reenunciación de cómo «resolver... problemas», 14 de mayo de
1666, que contiene no sólo la regla d d paralelogramo, sino también una pro­
posición inspirada por la proposición de Galileo —D os nuevas ciencias, tercera
jomada, comentarios a continuación del corolario 3 a la proposidón 6 sobre
movimiento acelerado [Galileo, 1974]— de que los cuerpos que «caen» por
cuerdas cualesquiera desde un punto dado de un círculo a la circunferenda,
alcanzarán la circunferencia al mismo tiempo); pp. 392 y ss. (una reformula-
dón del 16 de mayo de 1666). Estos escritos van seguidos de lo que se ha
dado en llamar (siguiendo la propia denominadón de Newton) «E l tratado de
1666 sobre las fluxiones», ibid., pp. 400 y ss. («Resolver problemas por el
movimiento...»). Véase también Newton (1967-), vol. 2, pp. 194 y ss. («D e
Solutione Problematum per motum», c. 1668, una versión revisada en latín
del artículo en inglés «Resolver problemas por el movimiento» del 16 de mayo
de 1666; vol. 1, pp. 392 y ss.).
10 W aste Book (ULC MS Add. 4004), folios 50-51; transcrito y editado con
comentarios en Newton (1967-), vol. 1, pp. 377-392. Para otra expresión de
las propiedades de las curvas mediante el uso de la cinemática, véase ibid.,
p. 382, «H allar las velocidades de los cuerpos por las líneas que describen».
Al parecer, en el plazo de una semana, Newton reconoció que se trataba de
una aplicadón impropia del paralelogramo vectorial al trazado de tangentes.
u Puesto que el W aste Book contiene, entre otras cosas, tratados de geo­
metría y de cinemática y dinámica, a primera vista puede no resultarle fácil al
estudioso deddir si una determinada página tiene por tema las matemáticas
N otas 325

puras o la física del movimiento. Partes del W aste Book se han publicado en
Newton (1967-) y en Herivel (1965a).
12 Newton (1737), p. 26; cf. Newton (1967-), vol. 3, p. 71. Whiteside
(pp. 17, 71) ve en eí uso newtoniano de las velocidades una posible influencia
de Barrow. Whiteside observa (p. 71, nota 82) que Newton elaborará, como
problemas 1 y 2, el método de hallar «en el modelo geométrico de un segmento
rectilíneo atravesado continuamente en el tiempo... la "celeridad" o velocidad
"fluxional" de una magnitud variable como su derivada y, conversamente, la
determinación de dicha magnitud "fluyente" como la integral de la velocidad
fluxional, donde en ambos casos el "tiempo” es la variable independiente».
13 Newton (1737), p. 27; Newton (1967-), vol. 3; p. 73, las fluxiones «pun­
teadas» representan una notación newtoniana que más adelante se tornarla nor­
mal, si bien «no la introdujo... hasta finales de 1691» (1967-, vol. 3, pp. 72-73,
nota 86).
14 Harris (1704), bajo el artículo «Fluxiones». Este ejemplo se toma de
hecho de los Principia, libro segundo, lema 2, caso 1, aunque allí se presenta en
términos de genita y momenta. El rectángulo de lados x e y se disminuye
primero a uno de lados x — (x / 2) e y — (y / 2) y el producto o el área dismi­
nuida será xy — y (x / 2) — x (y / 2) + (xy) / 4. El rectángulo se aumenta en
tonces en estos mismos «semimomentos o fluxiones», siendo la nueva área
xy + y (x / 2) + x (y / 2) + (xy / 4). Restando la una de la otra, se obtiene
xy -t- xy, ia fluxión de xy. La parte sutilmente falaz del argumento de Newton
la detectó por vez primera D. T. Whiteside: véase Newton (1967-), vol. 4,
p. 523, nota 6.
15 Véase Newton (1715); los múltiples borradores manuscritos de Newton
de esta revisión, publicados anónimamente, se hallan en U LC M S Add. 3968.
Existe un borrador del informe de la comisión (de su puño y letra). Dicho
informe se publicó como si fuese un informe imparcial de la comisión inves­
tigadora de la Sociedad Real.
16 E s decir, estos son los temas de los libros primero y tercero de los
Principia definitivos; véase la nota 18 al apartado $ 1 .2 . Los temas del libro
segundo (tal y como se publicó en los Principia) abarcan el movimiento en
diversos medios resistentes, las vibraciones de péndulos en medios resistentes
y no resistentes, la física de cuerpos deformables, el movimiento ondulatorio
y la transmisión del sonido, asi como temas relacionados. Sobre los diversos
libros de los Principia y sus estadios sucesivos de composición, véase Cohén
(1970), Introducción; sobre los contenidos del libro segundo, véase Truesdell
(1970).
17 Cf. la nota 10 al apartado $ 1.3. El propio Newton se sintió encantado
con la afirmación del marqués de rHdpital, en el prefacio a su libro de 1696,
Analyse des infiniment petits (el primer texto sobre el nuevo cálculo infini­
tesimal), según la cual el «excellent Livre intitulé Pbilosopbiae N aturalis Prin­
cipia M atbem atica... est presque tout de ce calcul» (el excelente libro titulado
Pbilosopbiae N aturalis Principia M atbem atica... versa casi todo él acerca de
este cálculo],
u Uno de los aspectos del modo newtoniano de enfocar las matemáticas
de la filosofía natural que yo no he examinado es el lugar que ocupa su
obra en la tradición de la matematización del espacio que Alexandre Koyré ha
demostrado que es de tanta importancia para la nueva ciencia del movimiento.
H a mostrado que la física de la inercia depende de tres presupuestos: a) la po­
sibilidad de aislar un cuerpo dado de todo su medio físico; b ) la concepción
del espacio que lo identifica con el espacio homogéneo e infinito de la geome­
tría eudldea, y c) una concepción del movimiento (y del reposo) que los
considera del mismo nivel ontológico»; citado de Koyré (1968), p. 4. É l cam­
326 N otas

biante concepto de espacio en relación con el concepto de una trayectoria


dinámica se halla en Koyté (1939), pp. 99-144, 308-331. Los lectores de los
escritos de Koyré acerca de estos temas serán conscientes de hasta qué punto
sus opiniones han constituido el punto de partida desde el cual se han desarro­
llado las mías propias.
19 Con todo, no se sigue que esta armonía entre el enfoque cinemático d
Newton de las matemáticas y su análisis de la física del movimiento hayan
producido innovaciones significativas en el nivel puramente matemático de
los Principia.

S 3.2

1 Borrador preliminar de Newton (1715), U LC MS Add. 3968.


2 Sobre este tema, véase Koyré (1965), pp. 139-148. E l problema de las
cualidades ocultas en la ciencia newtoniana lo introdujeron Leibniz y Hartsoe-
ker. Las respuestas se deben a Cotes, en el prefacio escrito para la segunda
edición de los Principia, y a Newton, en la Recensio lib ri (1715), pp. 222 y si­
guientes (reimpreso por Koyré), así como en la cuestión 23 de la O ptíce (1706),
traducida al inglés y revisada como cuestión 31 de la segunda edición inglesa
de la O ptica (1717-1718).
3 Aquí y a lo largo de todo el libro he utilizado la expresión «sistema de
un cuerpo», aun cuando, estrictamente hablando, un solo cuerpo no pueda en
y por sí mismo constituir un «sistema», mas no se me ocurre otra manera
mejor de indicar sencillamente la conexión existente entre tal «sistema de un
cuerpo» y un sistema de dos cuerpos, uno de tres cuerpos o uno de más cuer­
pos. Además, el «sistema de un cuerpo» de Newton constituye un «sistem a»
en la medida en que está compuesto de dos entidades, por más que éstas no
sean homólogas, como en un sistema de dos cuerpos: se trata de un cuerpo
aislado (o masa puntual) y un centro de fuerza.
4 En esto difiere de las hipótesis o «comparaciones» de Descartes, como las
introducidas al comienzo de la D ióptrica; véase el apartado $ 3.7.
5 Veremos más adelante (en el capítulo 5) que el carácter mutuo de la
fuerza sol-planeta no aparece en las primeras versiones del tratado D e motu,
sino tan sólo en una revisión posterior. De ahí que este paso haya debido de
darse después de la primera versión, más tarde de noviembre de 1684 (véase
Cohén, 1971, capítulo 3, parte 2).
* O , lo que es esencialmente lo mismo, un sistema de un cuerpo o masa
puntual que se mueve en tomo a un cuerpo fijo; o un conjunto de tales
cuerpos en movimiento que forman un conjunto, aunque no interactúan (o ac­
túan) unos con otros.
7 Newton aventuró la conjetura de que podría haber fuerzas eléctricas que
no precisasen de la fricción para excitarse, siendo consciente de que la tierra
es un cuerpo magnético.
* Hay que tener cuidado de no exagerar el éxito de Newton en el tema
de las mareas, tal y como ocurre demasiado a menudo en las fuentes secun­
darias. Podría explicar los factores de periodicidad tanto en el flujo y reflujo
como en el ciclo de mareas vivas y muertas. Pero, naturalmente, se hallaba
desarmado a la hora de predecir los tiempos locales de pleamar y bajamar, la
altura de las mareas, etc. Era también incapaz de dar cuenta de las respuestas
de las masas de agua en términos de sus condiciones geográficas y físicas, y
así, por ejemplo, no podía explicar la posibilidad de una marea o dos mareas
por día. Con todo, trató de explicar la presencia de una sola marea diaria en
el golfo de Tonkin, suponiendo condiciones hipotéticas bajo las cuales pudie­
N otas 327

sen darse fenómenos de interferencia «destructiva» y «constructiva (véanse los


Principia, tercer libro, final de la proposición 24; Cohén, 1940). Con todo, lo
que Newton consiguió fue mostrar la acción de las fuerzas gravitatorias del
sol y la luna en la producción de los fenómenos de las mareas.
9 Como veremos más adelante, en dos ocasiones al menos (a mediados del
siglo xv iii [Clairaut] y a comienzos del xix [L e Verrier]), los astrónomos ma­
temáticos plantearon dudas acerca de la precisión absoluta de la regla del
inverso del cuadrado de la ley de la gravitación, por más que no dudasen de
la existencia de una fuerza de gravitación universal.
te No deseo entrar ahora en el debate acerca de si se ha demostrado que
la teoría newtoniana es un caso especial de una teoría einsteinniana más ge­
neral o de si la relatividad ha desplazado a la dinámica newtoniana clásica.
11 Para Newton, no cabe duda de que esto habría de incluir una solución
del problema lunar por los métodos de la mecánica celeste gravitatoria que
sustituyese el uso de modelos geométricos de cálculo; pero no incluirla cierta­
mente los diversos aspectos de la dinámica de los cuerpos rígidos y de los
cuerpos deformables que desarrollaron los físicos matemáticos post-newtonianos
como Euler.

S 3.3.

1 Estas dos leyes de fuerza, esencialmente F oc d (m V) y F oc {d f d t) (titV),


asi como la transición newtoniana de la una a la otra, se discuten en el apar­
tado $ 4.4. Básicamente no hay distinción entre ambas leyes si hay un «tiem po»
matemático que fluye uniformemente, de manera que dt = constante; esto es,
d {mV) y d (m V) / dt difieren tan sólo en una constante de proporcionalidad,
dt. Lo mismo ocurre con respecto a una fuerza F , su «im pulso» F - d t y su
argumento espacial Vi F - d t 2; el contexto determina cuál de ellas tiene New­
ton en mente.
Newton nunca escribió la segunda ley en una ecuación o proporción em­
pleando letras o diferenciales (o siquiera fluxiones), aunque enunció sus pro­
porciones con la forma «m ixta» de los modernos. Así, frente a Galileo (quien
tradicionalmente escribirla que la razón de una distancia a otra distancia es
como el cuadrado de la razón del primer tiempo al segundo), Newton escribi­
ría que la distancia es proporcional al cuadrado del tiempo. Así, la segunda
ley dice de hecho que el «cambio de movimiento es proporcional a la fuerza
motriz impresa». Mas aparece también en forma más general (como al final de
la demostración de la proposición 39 del libro primero): «y la fuerza es
directamente como el incremento de la velocidad e inversamente como el
tiempo». Para un ejemplo al parecer único de aplicación de las fluxiones a la
segunda ley, véase Newton (1967-), vol. 7, p. 128: «velocitatis fluxio est ut
corporis gravitas » («la fluxión de la velocidad es como el peso del cuerpo»).
Además de estos dos modos de acción (instantánea y continua), Newton
introdujo tres formas de «fuerza impresa», según sus «diversos orígenes»: «per­
cusión, presión o fuerza centrípeta» (definición 4).
2 E l problema de la «fuerza» planetaria, que podría ser causada por un
vórtice físico con centro en el sol, es diferente del de una fuerza mutuamente
actuante entre el sol y tos planetas, ya que el carácter mutuo no se puede
explicar mediante un simple vórtice (véase además el apartado $ 3.4).
3 J . T . Desaguliers fue uno de ellos (véase Cohén, 1956, pp. 249-251). El
propio Newton aludía al magnetismo en los Principia, utilizando la electricidad
y el magnetismo en la cuestión 22 de la O ptica para mostrar que un medio
etéreo puede ser tan «raro» como para ofrecer una resistencia «inconsiderable»
328 Notas

al movimiento de los cuerpos, siendo con todo lo suficientemente potente como


para producir efectos gravitatorios y ópticos.
4 Newton mismo no emplea la palabra «lím ite» en el título de la sección 1,
que se titula «D el método de las primeras y últimas razones». Mas, en el texto
de la sección 1, aparece la palabra «lím ite», como en el corolario 4, lema 3,
donde alude a los «límites curvilíneos de las figuras rectilíneas»; también en
el escolio del final de la sección 1 alude a «los límites de... sumas y razones»
y a «las sumas y razones de límites», etc.
5 El décimo de los once lemas de Ja sección 1 se ocupa de los «espacios que
describe un cuerpo cuando se ve solicitado por una fuerza finita, sea que
dicha fuerza aumente continuamente o disminuya continuamente»; Newton
demuestra que «al comienzo mismo del movimiento», estos espacios son como
los cuadrados de los tiempos. Aquí, la fuerza se concibe de manera puramente
matemática, divorciada en este contexto de aplicaciones o ejemplificaciones fí­
sicas.
6 Esto es, los argumentos y pruebas son matemáticos y no dependen de
«pruebas experimentales» en ninguna fase de la argumentación.
7 Como en el caso de la ley de áreas (proposiciones 1-2), Newton no afirma
que las órbitas elípticas puedan darse en la nautraleza. En el tercer libro, en
el conjunto inicial de «fenómenos» (las «hipótesis» de la primera edición), se
da la ley de áreas, pero no las órbitas elípticas, que se introducen por vez
primera en la proposición 13 del libro tercero; véase d apartado $ 5.6.
8 Sobre el que la solución de Newton sea «esencialmente» la misma que
la de Christopher Wren (1650), véase Whitcside, nota 134, en Newton (1967-),
vol. 6, p. 310, así como la nota 128 de la p. 308. El problema de Kepler es
invertir la ecuación T = 8 4 r s e n 0 para dar 0 «explícitamente como fundón
algebraica de T».
9 Estas son las dos que poseen un significado real en el mundo gravitatorio
de la nturaleza: / °c 1 / r2 para la fuerza centrípeta fuera de una capa esférica
uniforme o una esfera sólida que o bien es uniforme o está compuesta por
un conjunto de tales capas esféricas y uniformes, y / « r para el caso dé un
cuerpo en el interior de una esfera sólida uniforme a una distancia r del
centro.
10 Se trata de una expresión que aparece recurrentemente en los Principia.
Para las cuadraturas (o integraciones) que Newton supone efectivamente,
véase Newton (1967-), vol. 3, pp. 210-292, especialmente las páginas 236-254.
11 Sobre esta proposición, véase Brougham & Routh (1855), pp. 80-87, ba­
sado en Whewell (1832), pp. 61 y ss., así como el comentario de Whiteside
en Newton (1967-), vol. 6, pp. 345 y ss., espedalmentc el párrafo 2 de la nota
de la página 349.
12 E l hecho de que Newton se ocupe efectivamente de un sistema matemá­
tico o del movimiento en un espado matemático más bien que en uno expe-
riencial o físico, se puede ver por el hecho de que los «segmentos lineales» o
«desplazamientos» no son, como en la proposición 1 del primer libro (como
ha demostrado D . T. Whiteside), finitos (como superficialmente parecen ser),
sino infinitesimales, e incluso en algunos casos infinitesimales de segundo
orden.
u Utilizo la expresión «constructo matemático» o «sistema matemático»
más bien que «m odelo», dado que en el uso actual, un «modelo» es un tipo
de entidad diferente, diseñada a fin de explicar un conjunto de reglas feno-
menológicas u otros resultados de experimentos u observaciones. Sobre loa
modelos, véase la admirable y sucinta revisión en Hesse (1967); también Hesse
(1966) y Leatherdale (1974).
Notas 329

14 Incluso un erudito tan astuto como Alexander Koyré no podía entender


que Newton hubiera podido creer que «empleando el lenguaje familiar», como
la palabra atracción, habría de «ser comprendido con más facilidad por los
lectores matemáticos» (véase Koyré. 1965, pp. 150-154).
u En la sección 2 del Sistem a del mundo (véase la nota 1 al suplemento
a la sección $ 3.5), Newton decía, «E s nuestro objetivo examinar su magnitud
y propiedades [esto es, la magnitud y propiedades de la fuerza que mantiene
a los cuerpos orbitando en sus trayectorias curvas] e investigar matemáticamen­
te sus efectos sobre los cuerpos en movimiento...»; este extracto se cita com­
pleto en el suplemento a la sección S 3.5, antes de la nota 2, donde se discute
su significado.
14 El análisis de la reacción de los contemporáneos de Newton ante la pala­
bra «atracción» constituye un rasgo sobresaliente de Koyré (1965).
17 No cabe duda de que con esta expresión Newton nos está dando una
clara pista acerca de su creencia personal en que la causa de la gravedad es
una lluvia de algún tipo de partículas etéreas.
14 Cita del final de la larga discusión que sigue a la definición 8 ; la defi­
nición 5 trata de la fuerza centrípeta, y las definiciones 6-8, de las medidas
de la fuerza centrípeta.
19 Está aludiendo claramente a la cita de la nota 15 de más arriba.
20 Se han dado muchos sistemas matemáticos de este tipo en los libros
primero y segundo, siendo el final y más complejo el que encaja con las con­
diciones de observación.
21 En otras palabras, Dalton no se dio cuenta de que la ley / oc 1 / r es
condición necesaria y suficiente de la ley de Boyle si y sólo s i hay una fuerza
repulsiva entre partículas (o si y sólo si el modelo estático basado en la repul­
sión es a la vez elaborable o plausible y vige en la naturaleza). Además, New­
ton era consciente de que tan sólo había considerado que tales fuerzas actúan
entre partículas inmediatamente adyacentes. Sobre Dalton, véase Roscoe &
Harden (1896), p. 13, que cita una conferencia del 27 de enero de 1810, que
en parte dice: «Newton ha demostrado claramente, en la proposición 23 del
libro 2 de los Principia, que un fluido elástico está formado por pequeñas
partículas o átomos de materia que se repelen entre sí con una fuerza que
aumenta en proporción a la disminución de su distancia».
22 Más tarde, en la cuestión 31 de la O ptica, Newton sugeriría que la
fuerza de atracción que opera cuando los metales se disuelven en ácido y que
«tan sólo puede llegar a pequeñas distancias de d io s», puede tomarse en
repulsión a mayores distancias. En esta ocasión, utilizó un símil matemático,
según el cual «como en el álgebra, donde las magnitudes afirmativas se des­
vanecen y cesan, allí comienzan las negativas; así, en la mecánica, donde cesa
la atracción, ha de sustituirla una virtud repulsiva».

S 3.4

1 Este escolio general se escribió para la segunda edición (1713).


2 Naturalmente, los vorticistas (como Huygens) no podrían concebir la
gravitación mutua, dado que el cuerpo central de un vórtice posee una fun­
ción puramente pasiva, sin que pueda afectar a ningún cuerpo que se vea
empujado hacia él por el movimiento vorticial. D e este modo, Huygens sostenía
un esquema de vórtices que causarían que la tierra fuese tirada o empujada
hacia el centro del vórtice y no necesariamente hada un cuerpo físico, d sol,
situado allí (véase la rita de Huygens correspondiente a la nota 5). Sin embar­
330 Notas

go, los vórtices de Huygens no eran exactamente los de Descartes; para sus
semejanzas y diferencias, véase Koyré (1965), capítulo 3, apartado A, y en
especial, Aitón (1972). Así, la gravitación mutua eliminaría los vórtices como
causa. La teoría newtoniana de las mareas (provocadas porque el Sol y la
Luna tiran de las aguas del mar) tampoco se podría explicar mediante un
vórtice. De ahí que pueda haber parecido que muchos aspectos de la teoría
gravitatoria sugerían la atracción.
3 Huygens (1690), «Discours sur la cause de la pesanteur»; Huygens (1888-
1950), vol. 21, pp. 472-474. Este extracto y el siguiente están traducidos en
Koyré, (1965), pp. 121 y ss.
4 Huygens a Leibniz, 18 de noviembre de 1690: Huygens (1888-1950),
vol. 22, p. 538; Koyré (1965), pp. 117-118. La demostración newtoniana de
que los vórtices cartesianos son inconsistentes con las leyes de Kepler se puede
encontrar al final del libro segundo de los Principia.
5 Para este plan de revisión de la teoría de los vórtices, véase Huygens
(1888-1950), vol. 21, p. 361; y para el resultado, véanse sus añadidos al
«Discours», ibid., p. 471; Koyré (1965), p. 118.
4 «Varia astronómica», Huygens (1888-1950), vol. 21, pp. 437-439. En una
carta a Leibniz de octubre de 1639, decía Newton: «M as cierta materia ex­
traordinariamente sutil parece llenar los cielos» («A t cáelos materia aliqua
subtili[s] nimis implere videtur»). A continuación, repetía el argumento en
contra de los vórtices cartesianos del final del segundo libro de los Principia:
«E n efecto, puesto que los movimientos celestes son más regulares que si se
debiesen a los vórtices y siguiesen otras leyes, tanto más cuanto que los vór­
tices contribuyen no a la regulación, sino a la perturbación de los movimientos
de planetas y cometas; y puesto que todos los fenómenos de los cielos y de
nuestros mares se siguen precisamente, que yo sepa, no de otra cosa que de la
gravedad que actúa de acuerdo con las leyes por mí descritas; y puesto que
la naturaleza es muy simple, he concluido por mi parte que todas las demás
causas han de ser rechazadas y que los cielos han de ser despejados tanto
como se pueda de toda materia, no sea que los movimientos de planetas y
cometas se vean obstaculizados o se tornen irregulares». Luego volvía sobre la
posibilidad de una materia «sutil»: «Pero, si mientras tanto alguien explicase
la gravedad junto con todas sus leyes mediante la acción de cierta materia sutil
[siquis gravitatem una cum ómnibus ejus legibus per actionem materiae alicu-
jus subtilis explicuerit] y mostrase que el movimiento de los planetas no se
vería perturbado por tal materia, yo me cuidaría mucho de protestar.» Véase
Newton (1959-1977), vol. 3, pp. 285-287.
7 En su «Discours sur la cause de la pesanteur»; véase la nota 3.
* Consiguientemente, Huygens nunca podría haber visto todas las impli­
caciones del concepto de masa.
9 Actualmente existe en forma de listado de computador preparado por
I. B. Cohén, Owen Gingerich, Anne Whitman y Barbara Welthcr. Se espera
poder ponerlo a disposición de otros estudiosos en forma impresa o en micro-
ficha. Nos gustaría poder hacer un índice de palabras importantes en su con­
texto tanto en latín como en inglés.
10 Newton emplea también el verbo trabere (arrastras, tirar), que no posee
necesariamente los mismos matices que attrabere; así, se puede decir que un
caballo «arrastra» (trabere) un carro por medio de los tirantes, pero no que
«atrae» (attrabere) al carro. Con todo, se dan muy pocos casos de trabere en
el libro tercero.
u Este corolario 3 a la proposición 5 del libro tercero no formaba parte de
la primera edición; se imprimió por vez primera en la segunda (1713).
Notas 331

$ 3.5

1 Estas «Reglas» y «Fenómenos» se hallaban mezcladas bajo el nombre


de «H ipótesis» en la primera edición; víase el apartado $ 3.6, la nota 5.
1 En la primera edición no se enuncia la ley de áreas ni la ley armónica
para los satélites de Saturno, ya que fueron descubiertos por Cassini inmedia­
tamente antes de que se publicasen los Principia y los astrónomos ingleses no
estaban dispuestos a admitir en un principio la existencia de estos nuevos
satélites. En la primera edición de los Principia, Newton alude tan sólo al
primer satélite de Saturno, que había sido descubierto por Huygens. En las
ediciones segunda y tercera, la ley de ¿reas y, la ley armónica se introducen
para el sistema de satélites de Saturno.
3 La «prueba» o elementos de juicio en favor de la ley de áreas para los
planetas y nuestra luna no es por sí misma muy satisfactoria. De los planetas,
dice Newton tan sólo que su «movimiento es un poco más rápido en sus
perihelios y más lento en sus afelios, de tal modo que la descripción de áreas
es uniforme». Añade que esta «proposición es de sobra conocida para los
astrónomos». Por lo que atañe a la ley de áreas para el movimiento de la
luna, «es evidente a partir de una comparación del movimiento aparente de la
luna con su diámetro aparente». Nota que el movimiento de la luna se halla
perturbado por la fuerza solar, pero dice que «en estos fenómenos desestimo
las imperceptibles minucias de errores». Antes, en la primera versión del sis­
tema del mundo, Newton decía explícitamente (sección 27) que los planetas des­
criben áreas proporcionales a los tiempos «en la medida en que nuestros sen­
tidos nos lo indican», y en la sección 31 reconoce que la luna no describe cons­
tantemente áreas proporcionales al tiempo.
Incluso la tercera ley o ley armónica no es exacta ni teóricamente (como
Newton demostrará más tarde en el libro tercero; véase el capítulo 5) ni obser-
vacionalmente. Newton tabula los tiempos periódicos de la observación y
computa luego las distancias a partir de dichos tiempos mediante la tercera ley
de Kepler, comparando finalmente esos resultados con la determinación directa
de las distancias planetarias. Para Mercurio, la diferencia es de un 0,3 por 100;
para Saturno es de 0,3 por 100 o de 0,02 por 100; para Marte, es del 0,1
por 100. Estos valores teóricos y calculados, dice Newton, «n o difieren apre­
ciablemente» entre si.
4 En el libro primero, Newton utiliza la ley de áreas (proposiciones 1-3)
para establecer que hay una fuerza centrípeta y luego aplica la tercera ley de
Kepler a las órbitas circulares (proposición 4) para mostrar que esta fuerza
centrípeta sigue la ley del inverso del cuadrado; lo mismo hace en el libro
tercero para los sistemas de satélites de Júpiter y Saturno. Luego, en él libro
primero, Newton muestra que las órbitas elípticas implican una ley del inverso
del cuadrado (proposición 11), cosa que no hace en el libro tercero. Puesto
que los satélites de Júpiter se mueven en órbitas casi circulares, sus movimien­
tos se pueden analizar con los métodos de la proposición 4 del libro primero.
s Newton es consciente de que las órbitas circulares para los planetas
representan a lo sumo una aproximación burda; así añade que la ley del
inverso del cuadrado se puede «demostrar con la mayor precisión partiendo de
que los afelios se encuentren en reposo».
6 Que los ábsides planetarios roten como la Luna no es más que una «prue­
ba» vagamente aproximada de la ley del inverso del cuadrado.
7 Newton defiende también (en la proposición 3 del libro tercero) que
«este movimiento del apogeo deriva de la acción del sol (como se mostrará
más adelante) y por consiguiente se ignorará aquí». Además, la acción del sol
«es casi exactamente como la distancia de la tierra a la luna» y así (según,
332 N otas

ahora, el corolario 2 de la proposición 45 del libro primero) «es a la fuerza


centrípeta de la luna aproximadamente como... 1 a 178 29/4 0 ». Al ignorar
una fuerza extraña (o advenediza) tan pequeña, dice Newton que «la fuerza
restante mediante la que la luna se mantiene en su órbita» se hallará que es
como el inverso'del cuadrado, tal y como «se establece aún más plenamente»
por la prueba de la luna en la proposición inmediata, número 4, del tercer
libro. Para un análisis de la teoría newtoniana del avance del perigeo lunar y
el alcance de este problema, véase el comentario de Whiteside en Newton
(1967-), vol. 6, pp. 508-537; también Whiteside (1976); W aff (1975), (1976);
Chandler (1975). En resumen, el análisis newtoniano da un valor para el
avance del perigeo lunar que resulta incorrecto por un factor 2, como se vio
obligado a admitir en la tercera edición de los Principia (finid del primer
párrafo del corolario 2 a la proposición 45 del libro primero): «E l ábside
de la luna es aproximadamente el doble más rápido [en su avance]». Podemos
ver aquí un resultado de la aplicación del libro tercero (proposición 25) al
primero; para los detalles, véase Whiteside, nota 260 en Newton (1967*),
vol. 6, p. 380. Esta discrepancia constituía una de las razones por las que
Clairaut y Euler sugirieran en una ocasión la modificación de la ley del inverso
del cuadrado mediante la adición de uno o más términos de orden superior.
Mas, finalmente, Clairaut (en palabras de Whiteside) «se abrió camino hasta
la verdadera explicación de que ésta [discrepancia] surge como efecto de tercer
orden de los componentes centra] y transversal de la perturbación solar del
sistema tierra-luna».
* Se trata de la famosa «prueba lunar» de la teoría de la gravedad.
9 Proposición 4, tercer libro, párrafo final. Se da una prueba alternativa en
un escolio a la proposición 4. Aquí Newton considera un sistema puramente
hipotético en el que la tierra está rodeada por una serie de lunas, como ocurre
con Júpiter y Saturno; la más baja de ellas es pequeña, y justamente roza las
cumbres de las montañas.
10 E s aquí, en la proposición 6, donde Newton introduce sus célebres
experimentos con péndulos a fin de mostrar que, en un lugar dado, todos
los cuerpos poseen pesos proporcionales a sus masas; véase el apartado $ 5.7.
11 La proposición 7 reza: «L a gravedad tiende hada todos los cuerpos um­
versalmente, siendo proporcional a la cantidad de materia que contiene cada
cuerpo».
a Prueba que actúan gravitatoriamente como si toda su masa se concentrase
en sus centros geométricos.
u Como hemos visto en el uso de los corolarios 1 y 2 a la proposidón 45
del libro primero, y como veremos más abajo en otros ejemplos, el tercer libro
nunca está del todo libre de consideraciones de sistemas matemáticos y cons-
tructos imaginados que caracterizan la fase primera del estilo newtoniano.
14 Sobre el uso de la palabra «atraedón» en este nuevo corolario, véase el
final del apartado $ 3.4.
15 En la primera edición, Newton había utilizado de hecho la palabra
«gravedad» de este modo, como en el enunciado de la proposición 5 («Planetas
circumjoviales gravitare in Jovem ...») y el corolario 1 («Igitur gravitas da tur
in Planetas universos») y el 2 («Gravitatem, quae Planetam unumquemque
resp id t...»), pero no había hecho una dedaradón explídta sobre ello.
16 La proposidón 11 sobre la inmovilidad se demuestra basándose en la
hipótesis 1 (en la tercera edición); hipótesis 4 (en la primera edición).
17 Estas reglas se publicaron por vez primera en 1702 (véase Cohén, 1975a).
u Los principales conjuntos de sistemas o constructos imaginados y de
suposidones realizados por Newton (en los Principia originales y en sus revi­
N otas 333

siones), al presentar su teoría de la luna del libro terceto, se resumen admira-


blemente en Whiteside (1976).
19 Sobre el conflicto entre la exactitud de la teoría matemática y el carácter
aproximado de la naturaleza, véase la conclusión del apartado $ 3.12.

Suplemento al $ 3 5

1 Cuando Ncwton escribió por vez primera los Principia, pensó componer
dos libros, D e motu corporum líber prim as y De m ota corporun líber secun­
das. E l primero de ellos se teescribió, convirtiéndose en el libro primero de los
Principia, con el mismo título. E l manuscrito imperfecto e incompleto de esta
primera redacción se depositó en la biblioteca universitaria, de acuerdo con
los términos del puesto de profesor, aunque es dudoso que haya leído de hecho
ese mismo texto a los estudiantes. E l líber secundas fue refundido por Ncwton
para terminar convirtiéndose en el U b er tertius de los Principia, tras haber
decidido escribir un Líber secundas completamente nuevo sobre el movimiento
de los cuerpos en medios resistentes, tema que presumiblemente había sido
tratado brevemente al final de líber prim us original.
Así, la versión final de los Principia contiene tres libros: D e motu corporum
líber prim us, una versión revisada del texto depositado por Ncwton en la
biblioteca universitaria; un D e motu corporum líber secundas, y un Líber ter­
tiu s: D e mundi system ate, una versión refundida de aquel primer D e motu
corporum líber secundus que trataba del mismo tema y cuyo texto depositó
Ncwton en la Biblioteca univeristaria.
Tras la muerte de Ncwton, se publicaron versiones inglesas y latinas del
primitivo y desechado U ber secundus, con los títulos de A treatise o f tbe System
o f tbe W orld (1728) y de D e mundi system ate Uber (1728), tomados del subtí­
tulo del líb e r tertius y último de los Principia. Para evitar confusiones, aludiré
a la obra desechada por Newton y publicada póstumamentc con Sistem a del
mundo, a fin de distinguirlo del ilbro tercero de los Principia. Para detalles,
véase I. B. Cohén (19694, 1971); Dundon (1969).
2 Nueva traducción de I. B. Cohén y Anne Whitman.
3 En latín dice: «...quantitatem et proprietates ipsius erucre atque effectus
in corporibus movendis investigare matematice»; el texto completo se cita en
la introducción a Newton (1969).
4 Con todo, el Sistem a del mundo concluye con cinco lemas numerados
y dos problemas también numerados.
s Se trata del título de un artículo muy citado del Journal of tbe H istory
of Ideas (1951), vol. 12, pp. 90-110.
6 Estos párrafos aparecieron también en ediciones subsiguientes, continuando
en la tan usada edición de Motte-Cajori de los Principia y System of tbe World.
7 Se da un reciente ejemplo en Wiener (1973, vol. 3, donde toda una
sección del artículo sobre «Newton y el método de análisis» se titula «E l
modo matemático de Newton», expresión que aparece en la página 389¿>. Natu­
ralmente, puede aún aparecer otro manuscrito del Sistem a del mundo en el
que puedan darse dichas palabras. La probabilidad de ello no tiene por qué
ser absolutamente cero, ya que esa expresión aparecería en una parte del ma­
nuscrito en la que Newton introdujo serias alteraciones; quizá pueda haber
ensayado otras alteraciones en otra copia (si es que la hay). La continuada
utilización de esta expresión muestra una falta de cautela que habría que to­
marse al citar traducciones inglesas que, como en este caso, puede resultar que
no se corresponden con los originales latinos conocidos.
334 Notas

* Peto alude al «centro de gravedad», por ejemplo en la sección 28 (donde


demuestra que «e l centro común de gravedad de todos los planetas se halla
en reposo») y en la sección 48 (donde menciona que «la tierra y la luna giran
en torno a un centro común de gravedad»); aparece otro ejemplo en la sec­
ción 56. Para el estilo del Sistem a del mundo, se trata de una mala aplicación
de la palabra.
* Por ejemplo, en la sección 5 5 menciona la «absoluta fuerza centrípeta
de la luna».
10 Sobre la no neutralidad del término «atracción», véase Koyré (1965)
pp. 57-58.

S 3.6

1 La recensión se publicó anónimamente; Paul Mouy (1934), p. 256, sugería


que el autor podría ser Régis.
* La mayor parte de esta recensión se traducen en Koyré (1965), p. 115.
i Esto es, Newton dice que considera «estas fuerzas [vires] no físicamente,
sino matemáticamente», pero el recensionista parece suponer que eso se aplica
a los principios («principes»), presumiblemente los «principios» newtonianos
de la filosofía natural que, hay que confesar, en el título se dice que son
«principios matemáticos».
4 Final del comentario de la definición 8. Como hemos visto antes, la pri­
mera parte del primer libro presenta esencialmente un sistema de un cuerpo,
una masa puntual que se mueve en torno a un centro de fuerza. En el libro
tercero, esta situación se da aproximadamente por lo que respecta al sol y una
de los cuatro planetas internos, cuyas masas son muy pequeñas comparadas
con la del sol, el cual puede considerarse por consiguiente como inmóvil, dentro
de los límites de la observación.
5 En la primera edición de los Principia, el libro tercero comenzaba con
nueve «Hipótesis». Las tres primeras eran filosóficas o metodológicas. Para la
segunda edición, la «Hipótesis I » y la «H ipótesis I I » se hablan convertido en
la primera de las «Regulae Philosophandi»; la «Hipótesis I I I » fue eliminada,
siendo ocupado su lugar por una «Regla I I I » completamente nueva. En la
tercera edición, Newton introdujo una «Regla» adicional (cuarta) para com­
pletar la serie tal y como hoy día la conocemos. La «Hipótesis IV » de la
primera edición, que trataba de que el «centro del sistema del mundo» se
halla en reposo, siguió siendo una hipótesis en todas las ediciones. En la
segunda y en la tercera, aparece como «Hipótesis I» , situándose tras la pro­
posición 10 del tercer libro. Las restantes «H ipótesis» de la primera edición
(5-9) se convirtieron en los «fenómenos» de la segunda y tercera ediciones,
reproducidos inmediatamente después de las «Regulae Philosophandi». La
«Hipótesis V » («Fenómeno I» ) enuncia la ley de áreas y la ley armónica para
los satélites de Júpiter. E l «Fenómeno I I » hice lo propio con los satélites de
Saturno; se trata de algo nuevo en la segunda edición, no existiendo ninguna
«hipótesis» correspondiente en la primera. Se dan datos numéricos para apoyar
la aplicabilidad de la ley armónica a estos dos sistemas de satélites. La «H ipó­
tesis V I» («Fenómeno I I I » ) enuncia que los cinco «planetas primarios» (Mer­
curio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno) se mueven en órbitas en tomo al sol;
la «Hipótesis V II» («Fenómeno IV ») enuncia la ley armónica para el movi­
miento de estos planetas con respecto al sol, y del sol con respecto a la tierra
o la tierra con respecto al sol. La «Hipótesis V II I» («Fenómeno V ») enuncia
que, con respecto a la tierra como centro, los cinco planetas no barren áreas
proporcionales al tiempo, sino que lo hacen respecto al sol. La «Hipótesis IX »
N otas 335

(«Fenómeno V I») enuncia la ley de áreas para el movimiento de la luna con


respecto al centro de la tierra.
Nótese que las órbitas elípticas no se mencionan en estos «Fenómenos»
(«H ipótesis»). Sobre el cambio de «H ipótesis» a «Regulae Philosophandi»,
véase Koyré (1965), pp. 261-272 («L as "Regulae Philosophandi” de Ncwton»);
también Cohén (1966).
* Sobre las «leyes» de Kepler como «hipótesis planetarias» o enunciados
que pueden ser verdaderos sólo en sentido fenomenológico, véase el apaña­
do $ 5.8.
7 E s difícil decidir, sin conocer la identidad del autor, si escribía o no estas
dos últimas frases reticentemente.
* Véase Cohén (1971), capítulo 6, sección 6. Aunque no disponemos de
pruebas directas en este asunto, hemos de observar que Newton era siempre
ultrasensible a cualquier tipo de crítica.

$ 3.7

1 Proposición 4, corolario 7, libro primero; este corolario se publicó por


vez primera en la segunda edición, y parece haber sido sugerido por Fatio de
Duillier (véase Cohén, 1971, pp. 182 y ss.).
2 Este modelo aparece sil comienzo del segundo discurso, «Sobre la refrac­
ción»; traducido en Descartes (1965), pp. 75 y ss. [traducción espafiola citada
en la bibliografía, pp. 67 y ss.].
2 Ibid., p. 67 [traducción española, p. 61], Descartes expone también un
modelo en el que considera que una pelota o una piedra se ve desviada por
los cuerpos con que se topa. Descartes estableció una distinción significativa,
aunque no siempre muy clara, entre el movimiento mismo y una tendencia
(conatus o tendance) al movimiento. De esta manera, podía concebir a la yez
que la luz tuviese una velocidad infinita o, más propiamente, se transmitiese
sin emplear tiempo, y que tuviese diversas velocidades en medios diferentes
como el aire, el vidno o el agua.
En el capítulo 4 de Le monde, introduce Descartes otros modelos aún
(como un bastón torcido o doblemente curvado y un recipiente en forma de
ampolla lleno de bolas duras) que de un modo u otro contravienen sus prin­
cipios fundamentales.
4 Descartes (1974), vol. 2, p. 206 (Oeuvres). Cf. la referencia a «comparai-
sons» en La dioptrique («discours premier»), ibid., voL 6 , p. 86 («discours
second»), ibid., p. 104 [véase la traducción española citada, v.g., pp. 60, 6 7].
* Ibid., vol. II , p. 102, $ 8. a . Buchdahl (1969), pp. 97-99, 118 y ss.
* Webster's New International Dictionary of tbe English Language ( 2 * ed.,
1934), véase el articulo comparación. En una discusión sobre este tema mante­
nida en mi seminario de graduados, Peter Galison señaló que en el Dictionnaire
de l’Acadimie française (París: Jean Baptiste Coignard, 1694), aparece metáfora
como segundo significado de comparaison. Quizá metáfora sea más apropiado
que símil para explicar la comparaison de Descartes (véase Galison, 1978). _
7 La expresión «modelo atómico» aparece varias veces en la sección inicial
de Bohr (1913). Einstein no propuso una teoría de fotones para explicar el
efecto fotoeléctrico, aunque tituló su artículo «Uber einen die Erzeugung und
Verwandlung des Lichtes betreffenden heuristischen Gesichtspunkt» [Sobre un
punto de vista heurístico relativo a la producción y transformación de la luz]
(1905).
* Sobre la bibliografía relativa a los modelos, véase la nota 13 al apar­
tado $ 3.3.
336 N otas

» a . Buchdahl <1969), pp. 9 6 9 7 , 118 y ss.; H esse (1967), pp. 356-357.


Descartes expone sus opiniones en las reglas 9, 14; véase D esam es (1974),
vol. 10, pp. 400-403, 438, 452.
10 En el prefacio a la versión francesa de L es principes de la pbüosophie,
dice: « J ’aurois aussi adjousté un mot d ’advis touchant la façon de lire ce
Livre, qui est que je voudrois qu’on le parcounist d’abord tout entier ainsi
qu’un Román... [Añadiría también des palabras de advertencia acerca de
cómo leer este libro, cual es que me gustaría que se recorriese primero todo
él, como si se tratase de una novela] (Descartes, 1974, vol. 9, p. 11). En Le
monde, fin del capitulo 5, dice: «M ais afin que la longueur de ce discours vous
soit moins ennuyeuse, j’en veux envelopper une partie dans 1’invention d ’une
F able...» [M as, a fin de que la longitud de este discurso resulte menos eno­
josa, deseo arropar una parte con la invención de una fábula] (ibid., vol. 11,
p. 31).
11 L a dioptrique («discours premier»). Descartes (1974), vol. 6, p. 83 [tra­
ducción española citada, pp. 6(161]. Descartes imitaba a los astrónomos «qui,
bien que leurs suppositions soyent presque toutes fauses ou incertaines» [quie­
nes, aunque sus suposiciones sean casi todas falsas o inciertas], pueden con
todo «en tirer plusieurs conséquences trés vrayes te. tris assurées» [obtener
de las mismas consecuencias muy verdaderas y seguras].
u A fin de concebir la posibilidad del movimiento inercial, también Gassen-
di tenía que pensar en un mundo imaginario, lejos de las acciones de las fuer­
zas, en un vacío fuera de nuestro mundo (véase Koyré, 1965, pp. 178, 186).
u Sin embargo, Newton no se aproxima de este modo a las condiciones
del movimiento inercial. Quizá pueda haber creído que no podía tener un
conocimiento directo (i.e., experiencial) de tal movimiento o que d único lugar
en que podría ocurrir era en los espacios infinitos.
14 Newton mencionaba también movimientos inerciales continuados de
duración no tan larga: la componente inercial de los movimientos de proyectiles
y de las partículas componentes de aros o peonzas que giran.
u En los Principia (por ejemplo, corolario 2 a las leyes del movimiento),
tal movimiento inercial se presenta usualmente como si fuese limitado. No
está de más observar que tanto Descartes como Gassendi recurrieron a la idea
de ficción precisamente en relación con el movimiento inercial (véase la
nota 12).

$ 3.8

1 Me ocupo aquí tan sólo del problema del origen o causa de las fuerzas
«circunsolares» y «circumplanetarias», que más adelante se convertirían en la
fuerza gravitatoria universal. Newton había estado explorando algunos aspectos
del éter en otros contextos mucho antes del comienzo de la correspondencia
con Hooke en 1679.
2 Aún creía en las posibilidades de algún tipo de vórtice en los albores de
los Principia, como veremos en el capítulo 5.
3 Esto es, los vórtices podrían explicar una tendencia hacia un centro, y
las variaciones en la densidad del éter podrían dar cuenta de una inclinación
hacia un cuerpo; peto ni unos ni otras podrían producir una fuerza gravitatoria
mutua (igual y opuesta) o una fuerza inversa del cuadrado.
4 Esto es, una fuerza admisible para la filosofía mecánica (según la cual
todos los fenómenos se originan en la materia y el movimiento) y que pudiese
actuar a tan inmensas distancias, ser de carácter mutuo y poseer una magnitud
proporcional a la cantidad de materia y no al área superficial de los cuerpos.
Notas 337

5 En la discusión de la regla 3, que se afiadió en la segunda edición de los


Principia, decía: «N o afirmo en absoluto que la gravedad sea esencial a los
cuerpos».
* Publicado por vez primera en Hall & Hall (1962), pp. 320-347.
7 Dice aquí que «N o defino el modo de atracción, sino que, hablando en
términos corrientes, llamo atractivas a todas las fuerzas mediante las cuales
los cuerpos se ven impelidos unos hacia otros... cualesquiera que sean las cau­
sas». También: «L a fuerza de cualquier tipo mediante la que las partículas
distantes se precipitan unas sobre otras se llama usualmente, en términos ordi­
narios, una atracción. En efecto, hablo laxamente cuando denomino atracción
a toda fuerza mediante la que las partículas distantes se ven mutuamente
impulsadas unas hacia otras o se unen por cualquer medio para cohesionarse».
En la cuestión 31 de la O ptica, señalaba una vez más que « L o que denomino
atracción puede realizarse mediante un impulso o cualesquiera otros medios
que me resultan desconocidos. Aquí empleo esta palabra tan sólo para señalar
en general cualquier fuerza por la que los cuerpos tiendan unos hacia otros,
sea cual sea su causa». [Traducción española citada en la bibliografía, p. 325.]
* También publicado por vez primera en Hall & Hall (1962), pp. 302-308.
9 La expresión «no se puede explicar» entraña ciertas normas de compren­
sión, tales como los cánones de la filosofía mecánica; G . Holton se ha referido
a ellos con el término «themata». Pero es erróneo decir que, en una redacción
primitiva del escolio general con que terminan los Principia, Newton escribía:
«Aún no he descubierto la causa de la gravedad ni me he propuesto explicarla,
ya que no me sería posible comprenderla a partir de los fenómenos». La frase
latina original no dice «no me sería posible comprenderla a partir de los
fenómenos», sino más bien «ex phaenomenis colligere nondum potui», es decir,
«aún no he podido obtenerla [inferirla; i.e., la causa] a partir de los fenóme­
nos» (véase Hall & H all, 1962, pp. 350, 352; Holton, 1973, pp. 51-52).
10 Mas los científicos ya no se ocupan en general de la «existencia» real.
11 Newton a Boyle, 28 de febrero de 1678-1679, Newton (1959-1977),
vol. 2, pp. 288-296; Newton (1958), pp. 250 y ss. Véase también el temprano
ensayo de Newton «D e aere et aethere*, en Hall & Hall (1962), pp. 214-228.
12 Este experimento lo describió Newton en su ensayo «D e aere et aethere»
(Hall & Hall, 1962, pp. 227 y ss.); se aludía a él en su hipótesis de 1675,
«explicar las propiedades de la luz» (Newton, 1958, pp. 179-180; Birch, 1756-
1757, vol. 3, pp. 249 y ss.). Para detalles, véase Westfall (1971), pp. 336, 374,
así como Westfall (1970).
u Principia, párrafo final del escolio general del final de la sección 6
(1.a ed.) o sección 7 (2.a ed.) del libro segundo. En este experimento, Newton
empleaba un péndulo oscilando libremente de once pies de longitud, con una
lenteja de madera vacía que podía llenarse con distintas sustancias. Estudió el
ritmo de disminución de las sucesivas oscilaciones' cuando la lenteja se hallaba
vacía (i.e., no contenía más que aire) y cuando estaba llena de metal. De esta
manera trató de determinar si la resistencia al movimiento (que se manifiesta
en la deceleración del péndulo) depende sólo de la superficie externa de la
lenteja o también de las partes interiores que contiene (como ocurriría si alguna
resistencia se debiese a una materia sutil, como el éter, que permease la sus­
tancia de la lenteja hueca y actuase sobre su contenido sólido). Concluyó que la
resistencia al movimiento debida a un «medio etéreo y extremadamente sutil
que penetra con gran libertad los poros y pasajes de los cuerpos o es nula o
completamente imperceptible».
M Newton discute el movimiento de los vórtices en (1959-1977), vol. 2,
pp. 310, 322, 331, 337, 338, 341, 360.
338 Notas

u Sobre los añadidos al D e motu, véase Hall & Hall (1962), pp. 256 y ss.,
261 y ss., 280 y ss., 285 y ss.; Herivel (1965a), pp. 297-299, 301-303.
16 E l argumento acerca de la pequeña o nula resistencia del éter en el De
motu revisado se basa en la progresión de la resistencia de los medios según
la densidad (o «la cantidad de su materia sólida»); mercurio, agua, aire (y
finalmente éter, que tendrá la misma resistencia que el aire rarificado «basta
alcanzar la tenuidad del éter»). Newton contrapone entonces el modo en que
los jinetes «sienten fuertemente la resistencia del aire» a la experiencia de los
«marineros en altamar» quienes, «cuando se hallan protegidos de los vientos,
no sienten nada en absoluto del continuo flujo del éter». Arguye entonces que
«Si el aire fluyese libremente entre las partículas de los cuerpos, actuando así
no sólo sobre la superficie externa de todo el cuerpo, sino también sobre las
superficies de sus partes individuales, su resistencia sería mucho mayor. E l éter
fluye entre [las partes] con mucha libertad, y con todo no ofrece una resis­
tencia perceptible».
Esta idea ya se había expresado anteriormente (aunque no haciendo refe­
rencia a los navegantes) en el ensayo que comienza con «D e gravitatione et
aequipondio fluidorum ...», sección 9, párrafo 3 ; publicado tanto en Hall &
Hall (1962) como en Herivel (1965a). Esta misma idea básica condujo al expe­
rimento del péndulo de los Principia (véase la nota 13); no cabe duda de
que, si Newton hubiese hecho antes tal experimento, habría aludido a él en
su añadido al De motu.
17 En las revisiones posteriores del D e motu, dice Newton efectivamente:
«Aetheris enim puri resistentia quantum sendo vel nulla est vel perquam exi­
gua» [«E n efecto, la resistencia del éter puro es, a mi juicio, o nula o extre­
madamente pequeña»]. Este texto se encuentra impreso en Hall & Hall (1962),
pp. 261, 286, así como en Herivel (1965o), pp. 297, 301 (C).
El verbo sentio, sentiré usado por Newton significa literalmente «percibir
mediante los sentidos», lo que podría parecer que implica que Newton ya
había realizado un experimento, como el experimento del péndulo. Mas este
verbo posee también el sentido general de pensar, estimar, juzgar, proponer.
De ahí que, con la expresión «quantum sentio», Newton no habría querido
decir otra cosa que « a mi juicio», «en mi opinión» o incluso «pienso». Creo
que si Newton hubiese realizado ya un experimento del tipo descrito en los
Principia, no habría utilizado una expresión como «quantum sendo», sino más
bien algo del dpo «como muestra el experimento» o «como he descubierto
mediante un experimento». Esta interpretación situaría la fecha del experi­
mento a finales del 1685, durante la redacción efectiva de los Principia. Por
otro lado, si la expresión «quantum sendo» pretendiese hacer referencia a un
experimento, con el sentido de «por lo que sé mediante la percepción de los
sentidos», entonces el experimento se habría realizado presumiblemente en
diciembre de 1684 o a comienzos de 1685; esto es, después de la primera
versión del D e motu (noviembre de 1684) y antes de la revisión. Con todo,
habría que señalar que si Newton hubiese pretendido indicar «en la medida
en que los sentidos pueden percibir», probablemente habría empleado el adver­
bio sensibiliter, tal y como hizo en la proposición 48 del segundo libro de los
Principia.
Hay además un aspecto del experimento que apoya la fecha posterior. El
principio sobre el que descansa el experimento no es en absoluto sencillo, sino
que depende del nivel de análisis de la dinámica del movimiento pendular, del
que no vemos rastro alguno en los escritos de Newton anteriores a la compo­
sición del segundo libro de los Principia. Este hedió parecería eliminar la posi­
bilidad de toda fecha anterior a finales de 1685.
Notas 339

18 Al margen de las referencias a un medio, tal como el «medio, si es que


lo hay, que invade libremente los intersticios entre las partes de los cuerpos»
(en la definición 1), hay cierto número de referencias directas al éter en los
Principia. Hacia el final del escolio a las Leyes del Movimiento, Newton es­
cribe (sin plantear ningún problema de existencia) acerca de «la tierra toda,
flotando en el éter libre». En el corolario 2 a la proposición 6 del tercer libro,
escribe: « ...s i el éter o cualquier otro cuerpo fuese por completo carente de
gravedad o gravitase menos en proporción a la cantidad de su m ateria...» H ada
la conclusión del escolio del final de la sección 8 del segundo libro, decide
que el sonido consiste en «la agitación de todo el aire», y no «en el movimien­
to del éter o de un determinado aire más sutil». En el escolio con que
concluye la sección 11, libro primero, dice: «uso la palabra atracción aquí en
un sentido general para una tendencia cualquiera de los cuerpos a aproximarse
unos a otros, débase dicha tendencia... a la acción del éter, del aire o de un
medio cualquiera, sea corpóreo o incorpóreo, que de algún modo impela uno
hada otro a los cuerpos que allí flotan». Al discutir las colas de los cometas
en el lema 4, libro tercero, enuncia su opinión de que «se deben sea a la
reflexión del humo [que sale de la cabeza y] que se dispersa por el éter, o a
la luz de la cabeza».
Finalmente, en la proposición 41 del tercer libro, explica el hecho de que
las colas de los cometas asciendan de las cabezas y se alejen del sol mediante
una analogía con el ascenso del humo procedente de una chimenea «por el
impulso del aire en el que flota», al verse el aire «tarificado por el calor», con
lo que alcanza «una menor gravedad específica». Supone que «la cola de un
cometa» puede «ascender del sol ácl mismo modo». Los rayos del sol, arguye,
habrán de «calentar las partículas reflectantes» del medio por el que pasan, y
dichas «partículas reflectantes, calentadas mediante esta acción [de los rayos
solares], calentarán el aura etérea en la que se ven inmersas». No queda claro
a primera vista si estas partículas reflectantes forman la cola del cometa o for­
man parte de la materia celeste (véase el comentario de D . Gregory en New­
ton (1959-1977), vol. 3; pp. 311, 316, nota 9). E l aura etérea se rarificará
consiguientemente, disminuyendo la «gravedad específica con Ja que anterior­
mente tendía hacia el sol», y de este modo «esa aura ascenderá y arrastrará
consigo las partículas reflectantes de que se compone la cola del cometa».
Motte (Newton, 17296) traducía el «aura etérea» de Newton por «aire eté­
reo». Sin embargo, Newton empleaba justamente en este párrafo la palabra
«aer» para «aire», tal y como hace en otros lugares de los Principia. La palabra
«aura», en esa época, significaba más bien tina exhalación sutil o tenue, ha­
biendo sido utilizada por Kepler (cuyo nombre menciona Newton al comienzo
del párrafo) como un medio sutil o materia muy fina en el espacio. Esto es,
por lo que atañe al Sol, muy similar al «medio etéreo» introducido por New­
ton en la hipótesis para «explicar las propiedades de la luz» en 1675; «un
medio etéreo en gran medida de la misma constitución que el aire, aunque
mucho más raro, sutil y más fuertemente elástico».
w Esta parte de la definición no aparece en la primera redacción de los
manuscritos que Newton depositaría más adelante en la Biblioteca universitaria
como si se tratase del texto de sus clases como profesor (véase Cohén, 1971,
capítulo 4, sección 2 y suplemento 4).
30 N o cabe duda de que el aire se podría eliminar de los espacios que
median entre el Sol y los planetas o entre la Tierra y la Luna, eliminándose
también los «espíritus emitidos», etc., y dejando tan sólo la posibilidad del «éter
o cualquier medio».
340 N otas

21 Y también los duraderos movimientos orbitales de planetas y cometas,


que se harían más lentos si el espacio estuviese lleno de un éter que ofreciese
una resistencia sensible al movimiento (véase la nota 23).
22 Véase Bopp (1929), Fatio (1949) y Newton (1959-1977), vol. 3, p. 69. La
hipótesis de Fatio se presentó a la Sociedad Real el 27 de junio de 1688. Existe
una informativa tesis sobre Fatio, debida a Charles Domson, terminada en
Yale en 1972.
22 Newton (1959-1977), vol. 4, pp. 1, 3. Lo que Newton dice de hecho es
que, como resultado de la teoría de la gravitación, el antiguo concepto de
«esferas sólidas» que llevan a los planetas en torno al Sol ha de rechazarse;
«no sólo hay que resolver las esferas sólidas en un medio fluido, sino que
incluso ese medio ha de rechazarse [sed etiam hanc materiam rejiciendam]». La
razón de ello estriba en que tal medio (o materia fluida) «estorbaría o pertur­
baría los movimientos celestes que dependen de la gravedad».
24 Véanse los artículos sobre el tema de Henry Guerlac, convenientemente
resumidos en su artículo sobre Hauksbee en el Dictionary of Scientific Bio-
graphy.
25 Véase Hall & Hall (1959a), complementado con Koyré & Cohén (1960).
Sobre Newton y la electricidad, véanse los estudios de Guerlac y Hawes.
26 En las últimas cuestiones de la O ptica, publicada por vez primera en
inglés en 1717-1718, Newton introdujo el concepto de «medio etéreo», presu­
miblemente compuesto de partículas que se repelen entre sí y que, entre
otras cosas, se suponía que daba una pista sobre la causa y modo de transmisión
de la gravedad universal. Las vicisitudes de la creencia de Newton en el éter
han sido estudiadas por Koyré, Guerlac y Westfall.
27 Esto aparece en el D iscours sur la cause de la pesanteur de Huygens
(1888-1950, vol. 21, p. 471; véase Koyré, 1965, p. 118).
28 Véanse las conclusiones del apañado $ 5.5 por lo que respecta a las
opiniones de Newton en torno a las fuerzas asociadas a las partículas de ma­
teria, frente a las fuerzas gravitatorias de los cuerpos macroscópicos y las posi­
bles relaciones entre ambos tipos de fuerzas.

S 3.9
1 D’Alembert utiliza la palabra «tévolte» más bien que «révolution» para
describir el modo en que Descartes había mostrado «a los espíritus inteligentes
cómo sacudir el yugo del escolasticismo, de la opinión, de la autoridad» (véase
el apartado $ 22).
2 En un ensayo de la década de 1750, «De la historia universal», traducido
en Turgot (1973), p. 94; véase Turgot (1808-1811), vol. 2, p. 277.
3 Para el concepto de «revolución copemicana» de BaUly, véase Cohén
(1977a).
4 Bailly (1785), vol. 2, libro 12, sección 9, p. 486. Bailly utiliza el concepto
confundente de un planeta (o satélite) con una «fuerza» de inercia (que es
interna y por tanto constituye una fuerza no aceleradora) que es acelerado por
una fuerza centrípeta externa (véase el apartado $ 4).
3 Maupertuis (1736), p. 474; este escrito se leyó en la Académie des Sci
ces en 1732.
6 Histoire, p. 158. En otro ensayo de la misma época aproximadamen
«Discours sur les différentes figures des astres» (publicado por vez primera en
1732), Maupertuis (1756) comparaba las investigaciones realizadas por Huygens
y Newton sobre la forma de la tierra. Más adelante, Maupertuis organizó una
expedición propia a Laponia, a fin de determinar la verdadera forma de la
Notas 341

tierra. En una «Discussion métaphysique sur l ’attractian» (sección 2 del Dis-


cours), Maupertuis contraponía ambos puntos de vista. Huygens, señala, decla­
raba que el peso es «efecto de una fuerza centrífuga sobre cierto tipo de
materia que, al circular en torno a los cuerpos hacia los que otros poseen peso,
los empuja hacia el centro de circulación». Newton, «sin buscar la causa del
peso, considera como si existiese una propiedad inherente de los cuerpos». La
«palabra atracción», según Maupertuis, «h a asustado a algunas mentes» que
temían «ver renacer en la filosofía natural la doctrina de las cualidades ocul­
tas». Luego, con claridad y elegancia, expone el punto de vista que caracteriza
al estilo newtoniano: «M as, siendo justos con Newton, hay que admitir que
nunca ha considerado la atracción como una explicación de la gravedad de los
cuerpos unos hada otros, habiendo afirmado a menudo que sólo utilizaba dicho
término para designar un hecho y no una causa; siendo incluso posible que
esta tendencia estuviese provocada por alguna materia sutil que saliese de los
cuerpos, siendo así un efecto de un genuino impulso. Mas, sea como sea,
siempre ha sido un hecho primario a partir del cual proceder a explicar los
hechos que de él dependen. Todo efecto regular, por más que su causa sea
desconocida, puede convertirse en objeto de los matemáticos, ya que todo
cuanto es más o menos susceptible [de análisis] cae en su campo de acción,
sea cual sea su naturaleza, por lo que la aplicación que de él hagan será tan
cierta como la que harían de aquellos objetos cuya naturaleza se conociese
absolutamente».
Para una explicación de esta obra de Maupertuis, véase Aitón (1972),
pp. 201-205, donde el extracto citado más arriba aparece en la p. 202. Sobre
la vida y obra de Maupertuis, véase firunet (1929).

$ 3.10

1 Rastrear los efectos de los Principia es algo que se puede hacer en


diferentes niveles: el concepto newtoniano de masa (y la distinción entre masa
inercial y gravitatoria), su formulación particular de las leyes del movimiento,
su tratamiento de las leyes de Kepler en las secciones 2 y 3 del primer libro,
su enfoque alternativo (como en la proposición 41, libro primero, que, como
ha mostrado E. J . Aitón, fue mucho más influyente en el continente), su
desarrollo de las propiedades de la ley del inverso del cuadrado, su desarrollo
de la teoría de la perturbación (como en la proposición 66 del primer libro y
sus veintidós corolarios), su presentación de la resistencia al movimiento en el
segundo libro y su teoría general del movimiento ondulatorio (incluyendo su
ley errónea de la velocidad del sonido), su sistema del mundo (tal y como se
expone en el tercer libro), su manera de calcular las órbitas de los cometas,
sus reglas para calcular eí movimiento (y posiciones) de la luna, etc.
2 A este respecto, el único predecesor con un efecto neto similar (si bien en
un nivel completamente distinto) sería el Almagesto de Ptolomeo, y un sucesor
sería la Mecánique cileste de Laplace.
3 Aunque hoy día es corriente hablar del «sistema ptolemaico», de hecho
había un cierto número de sistemas distintos en el Alm agesto: para la Luna,
para Mercurio, para Venus, para el Sol, para los planetas superiores y para las
estrellas fijas.
4 Hace falta realizar muchas más investigaciones para saber en qué grado es
extrema. Pero A. I. Sabra ha mostrado que entre los escritores islámicos de
astronomía se daba una dualidad de concepción y explicación, siendo una as­
tronómica y matemática (geométrica), y la otra, filosóficas (o física). E l mismo
texto manuscrito puede incluso contener dos conjuntos de dibujos que ilustran
342 Notas

estos dos niveles de predicción o explicación. Por tanto, ese puede ser el
punto de origen del estilo newtoniano (véase Sabra, 1976).
s Este ensayo se imprimió con el mismo estilo y formato que la dedicatoria
de Copérnico, por lo que no habla razón alguna para suponer que Copérnico
no fuese el autor. A comienzos del siglo xix, Delambre todavía pensaba que
era un ensayo del propio Copérnico; véase la introducción a la reimpresión
de 1969 de Delambre (1821), p. xvüi y pp. 139 y ss. del volumen 1 del texto
de Delambre.
6 Decía Kepler comentando este descubrimiento: « E s la más absurda fic­
ción... que los fenómenos de la naturaleza se puedan demostrar mediante cau­
sas falsas. Mas esa ficción no pertenece a Copérnico, quien pensaba que sus
hipótesis eran verdaderas, no menos que aquellos antiguos astrónomos... Y no
sólo lo creía así, sino que incluso demuestra que son verdaderas». Véase Rosen
(1971), p. 24, nota 68; este asunto lo discute Max Caspar en Kepler (1929),
p. 399.
7 Este punto de vista se puede ejemplificar con el rechazo de Kepler de la
ley de movimiento de los planetas según la cual — en lugar de emplear la
ley de áreas— la velocidad (y posición) se determina por la rotación uniforme
de un radio vector centrado en el foco vacio de la elipse. Dicha ley atribuiría
la regulación del movimiento de un planeta a un punto vacío del espacio, a
una posición geométrica más bien que a un cuerpo físico. Puesto que Kepler
sostenía que los movimientos planetarios son causados y regulados por fuerzas,
y que las fuerzas han de originarse en cuerpos físicos, no podía menos que
rechazar la ley de la velocidad que había hallado y que dependía del foco
vacío. Como me recuerda Whiteside, Kepler quería disponer de «causas» para
los movimientos planetarios, aunque les exigía que suministrasen trayectorias
observacionalmente verdaderas. En 1601 desarrolló su hipótesis vicaria, que era
en realidad un esquema de cómputo muy preciso para relacionar el movimiento
verdadero con el movimiento medio, y la empleó para la eliminación de
diversos intentos de construir la órbita de Marte, hasta que sólo sobrevivió
la órbita elíptica con el Sol en un foco.
* Al menos no lo hizo en su D iálogo sobre los dos máximos sistem as del
mundo, presumiblemente porque escribía para un público culto general y no
para el astrónomo profesional o pretendido.
9 La realización de tal experimento en un tubo vacío de aire, una vez que
Boyle hubo mejorado la bomba de vacío, cambió el estado ontológico del sis­
tema imaginado de Galileo, convirtiéndolo en realidad experimental.
10 Galileo habría de introducir también un constructo o sistema imaginado
al presentar una versión d d movimiento inercial en las D os nuevas ciencias.
Imaginaba un plano infinitamente extenso en el que se puede mover un
cuerpo sin fricción. Cf. Galileo (1974), comienzo de la cuarta jornada, p. 217
[traducción española citada en la bibliografía, p. 387]; (1890-1909), vol. 8,
p. 268. Asimismo, Gassendi tenía que imaginar un mundo especial para un
movimiento puramente inercial; cf. Koyré (1965), capítulo 3, apartado G.
n A este respecto, una posible influencia sobre Newton puede haber pro­
cedido de Hooke. Es muy posible que Newton hubiere oído discusiones acerca
de los métodos de Galileo sin haber leído de hecho las D os nuevas ciencias,
limitándose a oír a Barrow discutir estos temas. Para las razones que tengo
para pensar que Newton no inventó su método, véase el capítulo 4.
12 Véase McGuire y Rattansi (1966). Newton creía que los antiguos pita­
góricos habían conocido la ley del inverso del cuadrado, habiéndola obtenido
de los «caldeos». De este modo, en el siglo XVII la ley se habría descubierto
de nuevo. Sin embargo, al parecer Newton no creía que ningún predecesor (en
ninguna época) hubiese demostrado, valiéndose de la ley del inverso del cua­
N otas 343

drado, que las órbitas planetarias son dípticas, y que las de los cometas son
elípticas o parabólicas.
u Aunque Newton no hace mucho uso de un algoritmo específico para d
cálculo en los Principia (excepto en la sección 2 del segundo libro), cierto
número de proposiciones del libro primero enuncian la condición de que sea
posible hallar d área bajo determinadas curvas (o realizar la integración). El
constante recurso de Newton a limites podría mostrar fácilmente a un lector
atento (como d marqués de lH ópital) en qué medida los Principia eran real*
mente un ejercido de cálculo.
14 Véase d final del apartado $ 3.8, donde se enumeran algunos de los
intentos de Newton de hallar tal causa. Tras la publicadón de los Principia.
en 1687, las tres principales explicaciones de la gravedad exploradas sucesiva­
mente por Newton con cierto grado de compromiso fueron d movimiento de
partículas etéreas (propuesta por Fatio de Duillier), la acción de un «espíritu»
eléctrico y la variable densidad de un «medio etéreo».

5 3.11
1 Wolfson (1934), vol. 1, pp. 41, 42, 48 y ss., 52; d capítulo 2 («E l
método geométrico») discute este tema por extenso.
2 Naturalmente, Newton utilizó técnicas matemáticas para la obtendón de
algunos de sus resultados. De ahí que en la póstuma «cuarta edición corregida»
(Londres, 1730), el editor añadiese referencias en apoyo de muchas de las
afirmaciones matemáticas de Newton, dtando las proposiciones pertinentes
de las redentemente publicadas, póstumamente, Lectiones opticae (Londres,
1728). Por ejemplo, al calcular el resultado de un experimento en la proposi­
ción 7, libro primero, parte I (p. 95 de la edición de 1952 de la O ptica
[traduedón española dtada en la bibliografía, p. 8 9]), dio un resultado en
el que cierto diámetro poseía el valor (R? / P ) X (S3 / D3) «casi exactamente»,
«computando los errores de los rayos mediante el método de series infinitas
y rechazando los términos cuyas cantidades sean despreciables». El editor
añade: «E n la parte I, secc. IV , prop. 31 de las Lect. O ptic. de nuestro autor,
se explica cómo hacerlo.»
3 Prefado d d editor a Newton (1728c), p. vi. E l editor no reveló nombre
ni dio pista alguna sobre su identidad. Wluteside, en Newton (1967-), vol. 3,
p. 440, propone a Pemberton como candidato a anónimo editor y traductor.
Alan Shapiro ha emprendido una nueva traduedón de estas lecciones.
4 Hay dos versiones manuscritas en la biblioteca universitaria de Cambridge.
La primera se ha reproducido en facsímil en Newton (1973), mientras que la
segunda se imprimió en su latín original en 1729. En el volumen 3 de Newton
(1967-), pp. 435 y ss., se recogen porciones de ambos conjuntos de lecciones,
junto con d prefacio a la traducción inglesa, una comparación de las dos
versiones manuscritas y una discusión crítica de los métodos y descubrimientos
ópticos de Newton.
5 Véase, por ejemplo, Whiteside, nota 42 en Newton (1967-), vol. 3, p. 471.
* En un escolio que sigue a la proposición 96, Newton observaba que estas
«atracciones no son muy distintas a las refracciones y reflexiones de la luz».
Y conduía: «Por tanto, debido a la analogía que se da entre la propagadón
de los rayos de luz y el movimiento de los cuerpos, he decidido adjuntar las
siguientes proposiciones para usos ópticos, sin discutir entre tanto acerca de la
naturaleza de los rayos (esto es, si son cuerpos o no), sino determinando tan
sólo las trayectorias de los cuerpos, que son claramente similares a las trayec­
torias de los rayos». Consiguientemente, esto puede ser un ejemplo de un mo­
delo.
344 Notas

7 Véase el análisis de Whiteside en Newton (1967-), vol. 6, p. 429, nota 21.


8 Esto es, en la O ptica, tal y como la conocemos en las ediciones latina
e inglesa de 1704, 1706, 1717-1718. Si Newton se hubiese atenido a su
programa original, la O ptica nunca hubiera constituido una entidad completa­
mente separada, sino que su contenido hubiera formado parte de una obra más
amplia que habría de incluir también las demostraciones matemáticas presen­
tadas en las Lecciones Lucasianas. Con todo, este modelo concreto no aparece
en las lecciones, elaborándose por vez primera durante la composición de los
Principia e incorporándose a la O ptica en 1692-1693.
7 Newton (1952), p. 79 [traducción española citada en la bibliografía,
p. 76]. Newton resuelve el movimiento de cada rayo incidente en una com­
ponente perpendicular a la superficie refractante y otra paralela a dicha super­
ficie. Luego, con ayuda de una variante del «modelo» o constructo matemá­
tico utilizado en la sección 14 del primer libro de los Principia, considera «un
movimiento o móvil cualquiera» (se expresa así para evitar la acusación de
tratar exclusivamente con un tipo concreto de partícula), incidente sobre un
espacio delgado y ancho, limitado por dos planos paralelos extensos y solicita­
do perpendícularmente hacia el plano más alejado por una fuerza que depende
de algún modo de la distancia al plano más alejado. Supone que un rayo inci­
dente tan sólo sufre un cambio de velocidad en la dirección perpendicular y
no en la horizontal, paralela al plano. Newton supone que su demostración
es «general, sin necesidad de determinar qué es la luz o mediante qué fuerza
se refracta, o sin suponer nada más que el hecho de que el cuerpo refractante
actúe sobre los rayos en líneas perpendiculares a su superficie»; considera que
éste «es un argumento convincente a favor de la plena verdad de esta pro­
posición».
10 En Guerlac (1973), p. 389b, se expone un punto de vista diferente, se­
gún el cual aunque la « O ptica, frente a los Principia, consta en gran medida
de una exposición meticulosa de experimentos», «difícilmente se puede consi­
derar no-matemática, por más que para su comprensión se precise poco más
que algo de geometría y aritmética simple. En espíritu, constituye un ejemplo
del "modo matemático” de Newton tan bueno como puedan serlo los Principia:
la luz se trata como entidad matemática, ya que los rayos se pueden representar
mediante líneas; los axiomas con que comienza constituyen las leyes aceptadas
de la óptica, y los números — las diferentes refrangibilidades— sirven como
etiquetas precisas para distinguir los rayos de diversos colores y para comparar
su comportamiento en la reflexión, refracción y difracción. Allí donde es apli­
cable, y lo es la mayor parte de las veces, su lenguaje de descripción experi­
mental es el lenguaje del número y la medida. Eso es lo que otorga a los
experimentos de Newton su particular fuerza». L o único que hay que decir
es que la representación de los rayos mediante líneas es algo natural en la
óptica geométrica y que el problema no es si Newton usa o no «el lenguaje
del número y la medida». L o que en mi opinión determina el carácter de
esta obra es si se desarrolla una teoría de óptica física en estilo matemático,
como en la arriba mencionada proposición 6 del libro primero, parte I de
la O ptica, o como en la sección 14 del primer libro de los Principia. Sobre la
distinción entre cuantificación y matemática, tal y como se ejemplifica en los
Principia, véase el capitulo 1 y la primera pane del capítulo 3. Sobre el
«modo matemático» de Newton, véase el suplemento al apartado' $ 3.5.
i) Esta suposición también se hacia en la D ioptrique de Descartes, en la
presentación de la ley de refracción, con la que Newton se hallaba familiari­
zado (véase Cohén, 1970, pp. 150 y ss.). Sobre la demostración cartesiana de
la ley, véase Sabra (1967), capítulo 4.
Notas 345

a Con todo, Newton fue capaz de hacer mucho más respecto a las mate-
máticas de la refracción de lo que dejó ver a los lectores de la O ptica y los
Principia; véase la discusión de este tema que hace Whiteside en Newton
(1967-), vol. 3, pp. 514-528, y vol. 6, pp. 422-444.
u "El propio Newton no plantea estas condiciones de manera clara y cohe­
rente. Lohne señala: «Newton no admitía abiertamente seguir tales principios,
si bien son muy claros en sus manuscritos y, si los buscamos, también en sus
obras impresas».
14 Sacado de la lista de Lohne, en Lohne (1961), p. 393.
15 Véase Bechler (1973). El título del artículo de Bechler es «Newton’s
search for a mechanistic model of colour dispersión» [L a búsqueda newtoniana
de un modelo mecánico de dispersión cromática]. Los sistemas imaginados
para los fenómenos ópticos pueden ser similares a los «modelos» que Newton
proponía para explicar la ley de Boyle (véase el final del apartado $ 3.3) o
para dar cuenta de la gravedad en términos de una lluvia de éter o de un
éter con diversos grados de densidad, y distintos de los sistemas imaginados
o constructos matemáticos a que se recurre en los libros primero y segundo
de los Principia. Estos últimos (véase el apartado $ 3.2) tendían a ser matema-
tizaciones de una situación simplificada e idealizada que ocurre en la natura­
leza, por lo que no constituyen «modelos» en el sentido en que lo entienden
hoy día los científicos y filósofos de la ciencia. E s evidente que, en términos
de la aplicación de las matemáticas a la deducción de consecuencias a partir
de las condiciones iniciales, no importa que el sistema al que se aplican las
matemáticas (fase uno) sea un «modelo» o constructo basado en último
término en la naturaleza simplificada e idealizada. En este sentido, el estilo
newtoniano se manifiesta en el tratamiento de los «modelos». En los ejemplos
ópticos, Bechler usa el término «modelos», que parece muy apropiado.
16 Véase Bechler (19746), especialmente p. 117: «E l argumento real era
mucho más complicado que el que Newton decidió hacer público y que tan
inocente parecía, pero no era menos riguroso. Se preocupaba de cada uno de
los puntos individuales y los demostraba separadamente: que la posición
estacionaria alcanzada por el haz refractado indicaba una desviación mínima;
que en esta posición son iguales los ángulos alternos de refracción e incidencia
de los dos rayos extremos que definen el haz luminoso; que, por consiguiente,
los ángulos de divergencia de dicho haz son iguales en la incidencia y la refrac­
ción y, consiguientemente, la imagen refractada ha de ser geométricamente
semejante a la forma de la fuente de luz».
17 Probablemente Oldenburg fue responsable de esta omisión. Tal vez esta
manera de ver las cosas pudiese estar justificada con un apoyo matemático, mas
en ausencia de tal apoyo, esta afirmación estaba completamente fuera de lugar,
resultando excesivamente dogmática (véase Bechler, 19746, secciones 1 y 2).
18 Aparece al comienzo del libro segundo, parte 2 ; Newton (1952), pp. 227,
240 [traducción española citada en la bibliografía, pp. 201, 212].
19 Newton (1959-1977), vol. 1, pp. 187 y ss. Repárese en que, en los años de
la década de 1670, Newton decía que «la ciencia de los colores» se convertiría
en una parte de la ciencia matemática, más bien que en pura ciencia experi­
mental, mientras que en 1704 había abandonado esa esperanza y decía (en la
O ptica) sencillamente que la ciencia del color se tornaría tan «matemática como
cualquiera otra parte de la O ptica».

S 3.12
1 Para una muestra de cuán útil puede resultar dicha investigación, véase
Hankins (1967); (1970), pp. 175-190. Hankins muestra cómo el originalísimo
346 Notas

punto de vista de d’Alembert lo condujo a una tarnsformadón de las tres


leyes del movimiento de Newton.
2 Proposición 41: «Suponiendo una fuerza centrípeta de cualquier tipo y
concediendo la cuadratura de figuras curvilíneas, se pide hallar las trayectorias
por las que se mueven los cuerpos y los tiempos de sus movimientos por las
trayectorias así halladas». Sobre la influencia de esta proposidón y sus vecinas
de la sección 8 del libro primero, véase Aitón (19646).
3 Hankins (1970), p. 177, señala que « d ’Alembert se había preocupado de
pedir disculpas previamente por su "obscura y metafísica” terminología». En
el prefacio del fra ilé de dynamique advertía al lector de que había «usado a
menudo d término "fuerza” a fin de evitar circumloquios». También Newton
(véase d apartado $ 4.3) trataba a la «fuerza» de inercia como si fuese tan
sólo un nombre conveniente y no en absoluto una verdadera fuerza (en d
sentido de no tener la capacidad de mudar d estado de movimiento o reposo).
4 Véase el apartado S 4.5. D ’Alembert, que consideraba a la dinámica
más como una rama de la geometría que de la física, no introducía la masa
hasta la tercera ley, cuando d concepto se hacía ya inevitable (en la segunda
ley para una masa puntual, la ley podría ser simplemente = dv / d t). Con
todo, el concepto de masa que emplea es newtoniano.
5 En la página d d titulo, en la segunda edición (Cambridge, 1713; Amster-
dam, 1714), se dice que los Principia han sido escritos por «Isaaco Newtono,
equite aurato», un caballero, Sir Isaac Newton.
4 En este poema, exceptuando a Newton, d único científico menciona
(además de Hermann, en los versos iniciales y finales) es Ptolomeo.
7 En la definición 14, Hermann evitó lo que a menudo ha pareado una
circularidad en la definidón newtoniana de masa, definiéndola como d «com­
plejo (o agregadón) de todas las partículas de que se compone d cuerpo», que
es lo que Newton debía creer con toda probabilidad. En este caso, la totalidad
de dichas partículas de un cuerpo representa la masa, mientras que d número
por unidad de volumen representa la densidad. Aunque Hermann no alude
específicamente a Newton, la definidón sigue de cerca la newtoniana defini­
ción 1, hasta en la aíirmadón de Hermann de que designará a la «quantitas
materiae» mediante el nombre de «masa».
* En las pp. 6-7, escribe Hermann: «Entre los filósofos-geómetras [i.e., los
físicos matemáticos], se cdebra una degante propiedad de los cuerpos consis­
tente en d hecho de que los pesos de los cuerpos [ pondera] aumentan en exac­
tamente la misma razón que sus masas o cantidades de materia o, para decir
lo mismo en terminología geométrica, que tas gravedades [gravitases] o pesos
[pondera] de los cuerpos son proporcionales a sus m asas. El Uustrísimo New­
ton, realizando exactísimos experimentos con péndulos, ha hallado siempre esta
propiedad de los cuerpos pesados, como se ve en la página 305, Princ. Phil.
Nat. Math., primera edición, que ha plasmado degantísimamente en d coro­
lario 1 de la proposición 24 del segundo libro». Hermann alude de nuevo a
esta contribución de Newton en un «escolio» de la página 9.
9 H a de señalarse que, en una carta privada (4 de noviembre de 1715) a
Bemoulli, Lribniz decía que había muchas cosas buenas en d libro de Her­
mann, aunque demasiado del modo de pensar inglés. En una recensión en las
A cta Eruditorum , consideraba que debía restaurar el «verdadero» equilibrio
haciendo hincapié en los descubrimiento «analíticos» en dinámica realizados
por él. los Bemoullis y Varignon.
10 Incluso Leibniz adoptó este aspecto d d estilo. En un prefado manuscrito
a su Tentamen de motuum coelestium causis (o Ensayo sobre las causas de los
movimientos celestes), escrito algún tiempo después de que se hubiesen pu­
blicado los Principia, se dice que d Tentamen «no se basa en hipótesis, sino
Notas 347

que se deriva de los fenómenos» («...non constant Hypothesibus, sed ex


phaenomenis... concluduntur»), lo que da la impresión de que hubiera estado
leyendo el escolio general (publicado en 1713), donde dice Newton que «todo
cuanto no se deduce de los fenómenos ha de denominarse "hipótesis” » («Quic-
quid enim ex phaenomens non deducitur, hypothesis vocanda est») (véase Leib-
niz, 1849-1963, vol. 6, p. 166, traducido en Koyré, 1963, p. 136). Dice enton­
ces Leibniz: «...haya o no una atracción de los planetas por el sol, basta con
que nosotros [sufficit a nobis] seamos capaces de determinar su acceso y
receso, esto es, el aumento o disminución de su distancia [al sol] que habrían
de presentar si fuesen atrahídos según la ley prescrita. Y si giran o no real­
mente en torno al sol, basta [su ffictt] que cambien sus posiciones con respecto
al sol como si se moviesen en una circulación armónica...» Koyré señalaba
(1965, p. 136) que se trata de un pronunciamiento hiperpositivista que deja
muy atrás a los de Newton».
E l tenor general del prefacio manuscrito de Leibniz y del escolio general
de Newton no resultaba en absoluto único a finales del x v n y comienzos
del x v m . Y , de acuerdo con la doctrina de la transformación de las ideas,
deberíamos esperar hallar otros pronunciamientos similares de este punto _de
vista. H e aquí uno, procedente de la Mecbanica de John Wallis (1670), defini­
ción 12, que conocían tanto Newton como Leibniz: «L a gravedad es una fuerza
motriz hacia abajo o hacia el centro de la tierra. No investigamos aquí qué es
el principio de gravedad desde el punto de vista de la física ni siquiera si
debiera llamarse cualidad o atributo de un cuerpo o cualquier otro término
que pueda usarse con propiedad para clasificarlo. Pues... basta que por el
término “ gravedad” entendamos aquella fuerza que los sentidos perciben que
mueve hacia abajo tanto al propio cuerpo pesado como a los obstáculos me­
nos efectivos que se alzan en su camino».
11 Véase Cohén (1964f>). El resumen francés se basaba en la edición de
1704 (en inglés) de la Optica-, la O ptice latina se publicó en 1706 y la prime­
ra traducción francesa (de Pierre Coste), en 1720, seguida en 1722 por una
segunda edición (más correcta).
12 Guerlac (1977) discute también los estadios mediante los cuales Male-
branche alteró su posición teórica sobre la óptica física a fin de acomodar los
descubrimientos newtonianos sobre la dispersión y composición de la luz blan­
ca. Véase además Duhem (1916); Mouy (1938); Brunet (1931). Como ha
mostrado concluyentemente Lahne, se producen muchas dificultades cuando
alguien trata de repetir con detalles exactos los experimentos ópticos newtonia­
nos de la comunicación de 1672. D e hecho, tan sólo funcionan «en términos
generales», por así decir, y remedios tales como poner una lente entre ambos
prismas producen más dificultades (como la aberración cromática).
Obsérvese que, en el capítulo 1 del segundo libro de la M écaniqut cé-
leste («D e la ley de la gravitación universal, deducida de la observación»),
Laplaoe concluye: «las observaciones de los cuerpos celestes, comparadas con
las leyes del movimiento, llevan por tanto a este gran principio de la natura­
leza; a saber, que todas las partículas de la materia se atraen las unas a las
otras en razón directa de sus masas y en razón inversa de sus distancias». Mas
no comenta en absoluto si la idea de semejante fuerza que actúa a distancia
puede plantear dificultades filosóficas. Ni siquiera se apunta la existencia de tal
problema en la Mécanique céleste, incluso en la «Septiéme section» de la «Se-
oonde partie» (dedicada a «L a dynamique»), en la que Lagrange introduce
movimientos orbitales y perturbaciones resultantes de fuerzas de atracción.
14 Véase la nota 10. D ’Alembert seguía a Newton al insistir, como Hankins
(1970), p. 166, luí señalado, en «que la gravitación era meramente un fenó­
meno observado que se podía describir matemáticamente sin ninguna necesidad
348 N otas

de causas». Además, en su artículo sobre la atracción de la Encydopédie,


d ’Alembert escribía que si Newton había «proclamado que había tomado en
cuenta la impulsión para explicar la gravedad, se puede pensar que ello era
una especie de tributo que deseaba pagar a los prejuicios u opiniones generales
de su siglo». Si d ’Alembert se viese obligado a elegir entre la gravedad como
producto de fuerzas impulsivas o como fuerza innata, habría elegido lo último,
aun cuando (como señala Hankins, ibid.) ello hubiese ido en contra de su
propia inclinación. La razón de ello, decía d ’Alembert, estriba en que «aún no
es posible explicar los fenómenos celestes mediante el principio de la impul­
sión; y porque incluso la imposibilidad de explicarla mediante este principio se
basa en pruebas [preuves] muy fuertes, si no en demostraciones».
B Este aforismo procede de un ensayo sobre «Biogénesis y abiogénesis» en
Huxley (1894), p. 244.
14 Naturalmente, hay que tener presente que Newton puede haber supuesto
la existencia de otras fuerzas (o factores relativos a los cálculos y acciones de
las fuerzas) que no se habían tomado en cuenta y que podrían terminar des­
cubriéndose, de modo que el «factor de manipulación» fuese una anticipación
de algunas «causas» adicionales aún por descubrir.
17 Cita de la conferencia Herbert Spencer en Oxford, O » the M ethod of
Theoreticd Pbysics [sobre el método de la física teórica], reimpreso en Einstein
(1954), pp. 270-276; cf. Holton (1973), pp. 233 y ss. [traducción española de
parte de este libro, citada en la bibliografía, pp. 185 y ss.].
u Citado en Holton (1973), pp. 236 y ss. [traducción española mencionada
en la nota anterior, pp. 189-190]. La oración final («D a konnt’ mir halt der
liebe Gott leid tun, die Theorie stimmt doch» [En ese caso lo sentiría por el
querido D ios; la teoría es correcta]) es tanto más significativa por cuanto que,
como dice Holton, es una «observación medio en broma de una persona que
estaba lejos de ser sacrilega». Al parecer, fue Lorenz quien envió el telegrama;
Eddington fue el científico responsable de la expedición del eclipse.
Holton llama la atención sobre la expresión de un punto de vista un tanto
semejante en Dirac, en relación con «la ecuación de onda de Schrodinger para
describir procesos atómicos»; Schrodinger «que trabajaba desde un punto de
vista más matemático», «obtuvo su ecuación con el pensamiento puro, buscando
alguna generalización hermosa de las ideas de De Broglie y no manteniéndose
apegado al desarrollo experimental del tema a la manera de Heisenberg». Pero,
según Dirac, cuando Schrodinger aplicó la ecuación «al comportamiento del
electrón en el átomo de hidrógeno, ...obtuvo resultados que no concordaban
con los experimentos... porque en esa época no se sabía que el electrón tiene
un spin». Sin embargo, «se dio cuenta de que si aplicaba la teoría de manera
más aproximada, sin tener en cuenta los refinamientos exigidos por la rela­
tividad..., su trabajo se hallaba de acuerdo con la observación. Publicó su
primer artículo con sólo esta aproximación burda, y de ese modo la ecuación
de onda de Schrodinger se presentó ante el mundo». Más tarde, cuando se
encontró el spin del electrón, «la discrepancia entre los resultados de la apli­
cación de la ecuación relativista de Schrodinger y los experimentos se eliminó
completamente». De ahí que concluya Dirac: «Creo que hay una moraleja en
esta historia; a saber, que es más importante tener unas ecuaciones que posean
la belleza que tener unas que encajen con los experimentos» (Dirac, 1963,
pp. 46 y ss.). Quizá no esté de más señalar que Dirac fue sucesor de Newton
como profesor Lucasiano.
19 A fin de que no se me entienda mal, recordaré al lector que por «estilo»
no entiendo Ja forma geométrica de la argumentación de Newton, ni su espe­
cial uso de métodos de límites. Tampoco me refiero al grado en que se hallaba
Notas 349

limitado por el estado del arte matemático, incluyendo sus propias innovacio­
nes. Me refiero aquí tan sólo a lo que he denominado las tres fases de la inves­
tigación que comprende un «estilo» general de hacer física matemática. Para
este «estilo» resulta básico reducir sistemáticamente los problemas físicos a
análogos matemáticos, de modo que se puedan resolver como problemas mate­
máticos. En el siglo xx puede verse cómo Henri Poincará y G . D . Birkhoff
usan de modo dramático y efectivo esta parte del estilo newtoniano.

4. L a transform ación de las ideas científicas

$ 4.1

1 En lógica, síntesis es «la acción de proceder en el pensamiento de las


causas a los efectos o de las leyes o principios a sus consecuencias» (O xford
Englisb Dictionary). En la cuestión 31 de la O ptica dice Newton: « ...la síntesis
consiste en suponer las causas descubiertas y establecidas como principios,
explicando .con ellos los fenómenos que de ellos derivan y demostrando las
explicaciones». En la cuestión 31 también alude a «el método de composición»,
más bien que a la síntesis, en cuanto opuesto al «método de análisis».
2 Sobre la «inercia» y la «fuerza de inercia», véase el apartado $ 4.3;
sobre la física de Kepler, véase Koyré (1973), Krafft (1973) y Aitón (1972).
3 Puede hallarse una conveniente introducción a las ideas de Kepler en
Koyré (1973).
8 Sobre este punto, véase Duhem (1954), pp. 140-145; Popper (1957); Cohén
(1974¿). No me ocupo aquí del problema de si la modificación de estas leyes
por parte de Newton es meramente «teórica» o posee un alcance «práctico»
(i.e., observadonal).
i Cuando el manuscrito del primer libro de los Principia se presentó oficial­
mente a la Sociedad Real, fue descrito como «una demostración matemática
de la hipótesis copemicana tal y como la propuso Kepler» (Birch, 1756-1757,
vol. 4, pp. 479 y ss.; Newton, 1958, pp. 489 y ss.). E l propio Newton escribía
acerca de la «Hypothesis, quam Flamstedius scquitur, nempe Keplero-Coper-
nicaea» (la «hipótesis seguida por Flamsteed, a saber, la keplero-copemicana»)
(véase Caben, 1971, p. 241, nota 8).
6 Las simples órbitas elípticas se dan como leyes exactas para el sistema
imaginado o constructo de un solo cuerpo que se mueve en un campo con
una fuerza central; sobre las cualificaciones o modificaciones tanto de las
órbitas elípticas como de la ley de áreas en el sistema solar, véase la proposi­
ción 13 del libro tercero.
7 Para Newton, estas relaciones no eran exactas por el carácter no esféri­
co de la tierra y los efectos de la rotación terrestre.
8 Se puede argüir que muchos de los estudiosos que han escrito acerca de
la «síntesis» en la ciencia han supuesto implícitamente una doctrina de la
«transformación» de las ideas científicas en el sentido que aquí he adoptado.
Ello es sin duda verdad por lo que respecta a los escritos de Alexandre
Koyré. Con todo, tal y como yo veo las cosas, «síntesis» (como «revolución»)
implica un acontecimiento a gran escala, laxamente definido, que es a menudo
muy difícil de analizar de manera precisa. La doctrina de las «transformacio­
nes» dirige nuestra atención a ios acontecimientos individuales de menor
escala que en su conjunto constituyen la «síntesis» (o «revolución») y que,
me parece a mí, hacen posible una mejor comprensión del acto creador.
350 Notas

$ 42

1 Utilizo el término «idea» aquí en un sentido general, incluyendo un


concepto, un principio, una ley, un método, un modo de explicación, etc.
2 Mi discusión de las transformaciones de ideas en la ciencia no se halla
genéricamente ligada a ningún aspecto de la gramática transformatoria (o trans­
formaciones lingüisticas), especialmente no se halla conectada con la gramáti­
ca generativa transformacional. N o obstante, no negaría la potencial fecun­
didad de los análisis lingüísticos de la ciencia y de su desarrollo. Sobre los
orígenes del concepto de transformación de las ideas científicas, véase el su­
plemento al capítulo 5, apartados $$ 4.5, 4.6.
3 S tilintan Drake ha defendido que la deuda de Galileo con sus predece­
sores es mínima. En particular, insistiría en el hecho de que el razonamiento
medieval de la velocidad media no aparece en sus notas sobre el movimiento
y en sus libros: «los movimientos inacabados de que se ocupa no llevaban por
sí mismos a la idea de una media, tal y como ocurría con los movimientos
necesariamente acotados que ocupaban a los aristotélicos». Drake ha concen­
trado su argumentación (en contra de una fuerte influencia medieval sobre
Galileo) en las supuestas contribuciones de la teoría del ímpetus a la física de
Galileo (véase especialmente, Drake, 1975«, 1975¿, 1976).
4 Galileo es único en sus logros, por lo que respecta al registro pú­
blico y a la sucesión histórica que lleva a Newton. Pero incluso antes de
Galileo hubo otro científico de genio transcendental, Thomas Harriot, que en
torno a 1590 investigó las leyes del movimiento y construyó matemáticamente
las trayectorias de los proyectiles de acuerdo con su premisa de la resistencia.
Así, quizá Galileo haya sido el primero en presentar tales nociones de manera
«deductiva» sistemática, que al parecer no era en absoluto del gusto de H a­
rriot.
9 Los historiadores y filósofos hablan a menudo de conflictos de ide
como si las ideas fuesen personas. Por ejemplo, en sus Conferencias científicas
populares (1898), Ernst Mach (p. 63) comparaba las ideas a las especies ani­
males: «Lenta, gradualmente y de manera laboriosa un pensamiento se
transforma en un pensamiento distinto, tal y como con toda probabilidad una
especie animal se transforma gradualmente en una nueva especie. Muchas ideas
surgen simultáneamente y libran una lucha por la existencia como el Ichtiosau-
rus, el Zebú y el caballo». Uno de los capítulos de este libro, «D e la trans­
formación y adaptación en el pensamiento científico», acude a la metáfora y
analogía de la evolución darvinista para explicar el desarrollo del pensamiento
científico; mas no siempre está claro si Mach concebía las ideas como especies
o como individuos en competición mutua (su ensayo se discute más amplia­
mente en el suplemento al capítulo 5). Un rechazo de la noción de que las
ideas puedan hallarse en conflicto —e incluso considerar que posean una vida
propia al margen de las personas que las conciben— aparece en el precepto
pseudohipocrático que Miguel de Unamuno dirigía a los historiadores: «N o hay
opiniones, sino opinantes», que según él había tomado de «algunos médicos»
para quienes «N o hay enfermedades sino enfermos» (Unamuno, 1951, «M i
religión», vol. 2, p. 371; cf. Manchal, 1970, p. 104).
6 De este modo, el concepto de transformación de las ideas media ent
la función del individuo creador y la presión del medio intelectual. Comparando
la teoría de Newton con las teorías de Galileo y Kepler, Popper ha llegado a
la conclusión de que «la lógica deductiva o inductiva no puede dar el paso de
estas teorías a la dinámica de Newton. Tan sólo el ingenio puede dar dicho
paso» (véase Popper, 1957, p. 33). El «paso» en cuestión no puede consistir
en una derivación lógica, teniendo que consistir en una transformación. La
Notas 351

afirmación de Popper constituye una admirable guia para todos los historia­
dores de la ciencia en activo; yo la mejoraría limitándome a sugerir que la
«intuición» o el «ejercicio de la imaginación creadora» serviría mejor que su
referencia al mero «ingenio» (véase Cohén, 1974J, especialmente las pp. 321
y ss.).
7 Véase Poincaré (1912); Birkhoff (1913), (1926) y (1931). Las condiciones
de invarianza son que la transformación (uno a uno y continua) admita una
integral que conserve el área y que los puntos de la frontera interna del anillo
se «alejen» y los puntos de la frontera externa se «acerquen».
8 En el apartadla § 4.5 se pone un ejemplo del uso newtoniano de «fuerza»
de inercia.

S 43
1 Ahí puede residir la diferencia fundamental entre la creatividad científica
y la artística o literaria. El científico podrá obtener sus ideas al buscar la
solución de un problema específico, al explicar un efecto dado o al correlacio­
nar fenómenos aparentemente diversos, etc. En general, el científico no incurre
en el libre ejercicio de su imaginación creadora.
2 C. Darwin (1960, 1967), parte 6, pp. 134 y ss.; cf. Herbert (1971),
pp. 209 y ss. Este ejemplo me lo sugirió y me lo interpretó Ernst Mayr.
3 Herbert (1971), p. 217. Este artículo contiene referencias a parte de la
bibliografía y opiniones relativas a Darwin y Malthus, tanto antes como des­
pués de la publicación de los «Cuadernos de notas».
4 Ib id ., pp. 216 y ss.: «L a confusión de Lyell entre especies e individuos
desorientó a Darwin en su búsqueda de un mecanismo de cambio de las espe­
cies...»
5 lb id ., pp. 214, 217. Pata una explicación particularmente iluminadora
de las influencias que llevaron a los conceptos fundamentales de Darwin.
véase Schweber (1977). Mediante un análisis del papel de las fuentes intelec­
tuales hasta entonces no explotadas plenamente por los estudiosos, Schweber
ha arrojado mucha nueva luz sobre el desarrollo intelectual de Darwin y ha
suministrado de hedió un ejemplo plenamente documentado de los estadios de
transformación que produjeron la sublime visión darwinista de la naturaleza
y el proceso de evolución de las especies. Con todo, Schweber no utiliza el
término «transformación». Sobre Malthus y Darwin, véase Bowler (1976).
6 Véase la nota 1. Veremos más adelante (capítulo 5) que la contribución
más significativa de Newton a la rienda, la idea de gravitación universal, surgió
en el transcurso de su lucha con un problema científico espinoso: la aplicación
de su tercera ley a un modelo de movimiento planetario.
7 En aquella época, la palabra «fluido» significaba no sólo un líquido ma­
terial (como el agua, el aceite o el alcohol), sino también un «fluido elás­
tico» o gas compresible (como el aire).
8 Los estudios de Franklin sobre la ciencia experimental de Newton se
delinean y analizan en Cohén (1956), capítulo 7.
9 Este artículo se imprimió en todas las ediciones del libro de Franklin
sobre la electricidad; aparece en Franklin (1941), pp. 213 y ss.
10 Para un análisis de estas ideas en su contexto histórico, véase Cohén
(1956), capítulo 8.
11 Cierto número de científicos, entre ellos Wat son y Nollet, estaban en­
tonces llegando a la conclusión de que los efectos eléctricos no se debían a
la creación de «algo» durante el acto del frotamiento, lo que llevaba a la idea
de que algo se reunía o transfería o concentraba. No obstante, Franklin hizo
352 N otas

de la conservación un principio activo, mostrando en numerosos experimentos


que las cargas positivas y negativas siempre aparecen y desaparecen en cantida­
des iguales. La botella de Leyden, una forma primitiva de condensador, poseía
así cantidades iguales de carga positiva y negativa en sus dos conductores (se­
parados por cristal), por lo que no poseía más «fluido eléctrico» neto cuando
estaba cargada que cuando se hallaba descargada.

$4.4

1 Para un conveniente resumen, véase Dugas (1950), parte 2, capítulo 5;


Dugas (1954), capítulo 10, secciones 1-3; también Moscovia (1967), pp. 165
y ss.
2 En la primera (y segunda) edición de los Principia, Newton aludía a
Wren, Wallis y Huygens como «los más destacados geómetras de esta época»;
mas en 1726, esto ya no era exacto, por lo que el texto se cambió de «hujus
aetatis» a «aetatis superioris» (véase Newton, 1972, vol. 1, p. 66).
3 Sobre la segunda ley de Newton, véase Cohén (1970). E l texto latino reza:
«Mutationem motus proportionalem esse vi motrid impressae...»
4 Esto es, si un solo impulso es la suma vectorial de los impulsos
O, + 4>2 ... + 4>„, y si cada impulso produce un cambio de momento A mV{,
A mV1 ..., A mVn, se sigue que el cambio de momento A mV produrido por
el impulso <1> es A mVx + A mV2 + ... A mVn.
5 Algunos autores han malinterpretado la formulación newtoniana de la
segunda ley, haciéndola parecer como la forma continua de la ley. Así, Ball
(1893), p. 77, añade «por unidad de tiempo» entre corchetes, a fin de que la
ley diga «E l cambio de momento [por unidad de tiempo] es siempre propor­
cional a la fuerza motriz im presa...».
6 Dado que Newton concebía la posibilidad de que la gravedad pudiese
estar causada por «impulsos», es preciso establecer una distinción entre
«actúa» y «parece actuar».
7 Este ejemplo muestra cómo, en los Principia, los «axiomas o leyes d d
movimiento» han sido anticipados en las definiciones previas. E l párrafo citado
procede del comentario que sigue a la definición 8. En la definición 7, dice
Newton: :«L a magnitud acelerativa de la fuerza centrípeta es la medida de
esta fuerza que es proporcional a la velocidad que genera en un tiempo dado.»
En la definición 8 se dice lo mismo por lo que respecta a «L a magnitud mo­
triz... proporcional al movimiento [i.e., la cantidad de movimiento, momento]
que genera en un tiempo dado».
* Se expone un punto de vista muy otro en Westfall (1971).
* Esta proposición se ha discutido muy a menudo, aunque no se analizó com­
pletamente hasta la obra de D . T. Whiteside, quien, entre otras cosas, mostró
que los intervalos no sólo son no-finitos, sino que además han de ser infinite­
simales de segundo orden (esto es, dt / n, n — « ) a fin de que la proposición
sea válida; es decir, tras n instantes de tiempo (» — * ) , es necesario que el
tiempo total ( « X dt / n) = dt) sea aún infinitesimal. Existe aquí el problema
de «si el propio Newton se dio cuenta de ello».
10 Aunque la forma de la segunda ley (tal como aparece en los axiomas
los Principia) y la primera proposición del primer libro partan de impulsos, no
tenemos modo alguno de saber si en su proceso real de pensamiento Newton
comenzó con impulsos para llegar a fuerzas continuas o viceversa. Gertamente,
se interesaba mucho por las fuerzas continuas (especialmente las centrípetas)
y no cabe duda de que vio muy pronto que se podían estudiar dividiéndolas
Notas 353

en partes, en partes infinitesimales. Para un matemático eso constituiría un


análisis, la resolución de una entidad en componentes, mientras que la tran­
sición de los impulsos componentes a la fuerza original sería una síntesis. Esto
último es lo que aparece al comienzo de los Principia y en los demás lugares,
por más que el genio de Newton resida en su visión consistente en analizar el
movimiento continuo (y las fuerzas continuas) en fragmentos que luego pueda
tratar matemáticamente. Estoy en deuda por este punto de vista con D . T. Whi-
teside.
11 Véanse los extractos del W aste Book en Herivel (1960a), p. 130.
12 Véase el De motu, teorema 1; este tratado ha sido publicado por Rigaud
(1838), Ball (1893), Hall & Hall (1962), Herivel (1965a) y Whiteside en
Newton (1967-), vol. 6.
° Sección 2 del primer libro; la sección 1 trata la teoría matemática de
limites.
14 La larga secuencia de tales transformaciones constituye el tema de un
estudio distinto en preparación; un aspecto de este tema se discute en Cohén
(19646).
15 En el apartado § 4.5 se discute cómo encontró Newton la expresión «iner­
cia» y cómo la transformó.
16 En este sentido, Newton es el verdadero y único descubridor o inventor
de la segunda ley cuantitativamente completa. Antes de Newton, muchos auto­
res hablan estado avanzando a tientas hacia el concepto de masa, aunque la
confundieron con peso.
17 Así, Érnst Mach (1960), capítulo 2, parte 3, sección 11, dice: «Quizá
el logro más importante de Newton por lo que atañe a los principios [de la
dinámica] sea la formulación general y clara de la ley de la igualdad de acción
y reacción, de presión y contrapresión.»
18 Véase también la recensión de Gabbey de nuestra edición de los Prin­
cipia, Gabbey (1974), especialmente la p. 242.
19 Esto puede tomarse como una indicación de que Newton no había leído
las D os nuevas ciencias de G alileo, aunque bien pudiera ser que hubiese leído
el libro superficialmente o que hubiese olvidado lo que había leído (véase
Ctdien, 1967c).
20 Por lo que respecta al enunciado de las leyes. Newton suministra prue­
bas experimentales a su favor tan sólo en el párrafo que sigue a la primera.
Para la tercera, tales pruebas aparecen en el escolio que va a continuación de
las leyes, aunque sólo por lo que respecta a un aspecto restringido de la ley
(colisiones). Las pruebas a favor de la primera ley constan del componente
inercial de los proyectiles, el componente inercia] (o tangencial) del movimien­
to de las partes de aros o peonzas que giran y los componentes inerciales (o
tangenciales) de los movimientos rotatorios u orbitales de los planetas. Con
esto, Newton anticipa un tanto la ley del paralelogramo para los movimientos
y fuerzas de los corolarios que siguen a las leyes.
21 U LC MS Add. 4004, folios 10r-15r, 38v, 38r; impreso en Herivel (1965a),
pp. 133-128. Véanse los comentarios de Whiteside en Newton (1967-), vol. 5,
pp. 148 y ss.
22 Este ensayo fue publicado por Hall & Hall (1962), pp. 157-164, y tam­
bién en Herivel (1965a), pp. 208-218.
23 Sobre el trasfondo del interés por este problema, véase A. R. Hall
(1966), y Dugas (1954), capítulo 7, sección 20, a y capítulo 8, sección 2. Un
escrito anterior de Wren («L ex naturae de collisione corporum» [ley natural
de colisión de los cuerpos]) se publicó en las Philosophical Transactions del
11 de enero de 1668-1669, vol. 4, pp. 867-888. La conservación del momento
se anunció en el escrito de Wallis (1669) en las Pbilosopbical Transactions, se­
354 Notas

guido del de Wren; el escrito de Huygens, sin embargo, se publicó en otro


lugar. Para los detalles, incluyendo la prioridad de Huygens, véase Dugas
(1954), capitulo 10, sección 2.
24 Se afirma aquí que cuando dos cuerpos que se mueven uno hacia otro
en la misma linea recta se encuentran entre sí y se reflejan, «nada de su
movimiento [léase momento o cantidad de movimiento] se perderá... En efecto,
en su incidencia [bajo la hipótesis de elasticidad perfecta] presionan igualmente
uno sobre el otro y [con el impacto] se reflejarán de modo que se muevan
con tanta rapidez alejándose el uno del otro cuanta era antes la rapidez con
que se movian el uno hacia el otro»; cita de Newton (1967*), vol. 5, p. 149,
nota 153, correspondiente a U LC MS Add. 4004, fols. 10v-llr, y Herivel
(1969a), pp. 142 y ss.
25 Newton (1967-), vol. 5, pp. 148 y ss. Estas lecciones se reescribieron
antes de ser depositadas en la biblioteca universitaria.
24 En el experimento de Newton, el imán y el trozo de hierro flotan en
recipientes separados, aparentemente de tal modo que el imán y el hierro no
puedan ponerse de hedió en contacto. Los dos recipients terminan por ponerse
en reposo. Aunque d io no constituye exactamente una ilustración d d sistema
newtoniano de tres cuerpos (en d que hay dos cuerpos que atraen y un tercer
cuerpo u obstáculo entre medias) el principio es d mismo.
27 Clásicamente, la inducción podría ser el proceso consistente en mostrar
que una propiedad o una ley se aplica a cada uno de los miembros de un
conjunto (como ocurriría al tratar sucesivamente cada variedad o espede
posible de triángulo y decir luego que algo es cierto de todos los triángulos),
22 E s notable que omita de la lista la gravitación de los planetas hada
d Sol.
29 Estas, a su vez, eran correcciones y extensiones de las leyes de Descar
de la colisión, en sus Principia, parte 2.

S 4.5

1 Leibniz publicó un «Spedmen dynamicum» en las A cta Eruditorum de


1695, pp. 145-157. Se traduce en Leibniz (1956), vol. 2, pp. 711-738. Leibniz
parece haber utilizado por primera vez la palabra «dinámica» en 1691 ó 1692.
2 E l desarrollo de una fisica del movimiento basada en la inercia se puede
rastrear en los escritos de Clagett, Dugas, Herivel, Koyré, Westfall y otros
atados en la bibliografía.
3 De hecho, el concepto aristotélico de «movimiento» era d de un «p ro
ceso» general en d que una potencia devenía acto. Sobre las opiniones de
Aristóteles acerca d d movimiento, véanse los escritos de Clagett y Grant citados
en la bibliografía.
4 En la obra de Huygens Horologium óscillatorium (1673), la parte 2 se
abre con tres hipótesis, la primera de las cuales enuncia una versión de la ley
de la inercia para la situación en que no haya gravedad ni impedimentos del
movimiento provinientes d d aire. En este caso, el cuerpo continuará movién­
dose «con veloddad uniforme por una línea recta» («velodtate aequabili,
secundum lineam rectam»). Las condidones limitadas de aplicabilidad se de­
bieron posiblemente al tema restringido («del descenso de los graves y su
movimiento en una ridoide»). H a de repararse en que Huygens no se refiere
a un «estado» de movimiento, como hace Newton (siguiendo a Descartes);
véase Huygens, 1888-1950, vol. 18, p. 125.
5 N o obstante, se ha de tener presente que en 1713, cuando se publicó la
segunda edidón, habla una nueva teoría de los vórtices que había sido intro-
Notas 355

elucida por Leibniz en su Teníamen (1689c) (véase Aitón, 1960, 1962, 1964,
1972, capítulo 7).
* En el comentario («Exposition abrégé du systeme du monde, et expli-
cation des principaux phénoménes astronomiques tirée des Principes de
M. Newton» [exposición abreviada del sistema del mundo y explicación de
los principales fenómenos astronómicos extraída de los Principios del señor
Newton] ¡ Newton, 1759, vol. 2, p. 9 de la segunda numeración), se dke: «C e
second Livre... paroit avoir été edstiné á detruire le systéme des toutbillons»
[este segundo libro... parece haberse destinado a destruir el sistema de tor­
bellinos], Una apostilla reza: «M . Newton a composé ce Livre pour détruire les
tourbillons de D escartes [el señor Newton ha compuesto este libro para des­
truir los torbellinos de Descartes],
7 Se trata del ensayo que comienza «D e gravitatione et aequipondio flui-
dorum» (Hall & Hall, 1962, pp. 89 y ss.).
* Newton (1967-), vol. 1; otras influencias incluían a Wallis y Oughtred.
Véase también Whiteside (1964a).
9 Cohén (19646). Entraña el sentido de «en la medida en que puede en
y por sí mismo».
10 D e hecho, la designación de «axiomata» se usa junto con la de «leges
motus» en el encabezamiento, si bien al enunciar las leyes, y en las referencias
que a ellas se hace a lo largo de los Principia, Newton usa «lex» más bien que
«axioma».
11 Sólo el artículo de Wallis se titulaba «L as leyes del movimiento» [The
laws of motion], estando el título en inglés y el texto en latín. El artículo de
Wren se llamaba «la ley natural de la colisión de los cuerpos». El escrito de
Huygens no se publicó en las Pbilosophical Transactions, aunque se mencionaba
en un comentario editorial (véase el apartado $ 4.4, nota 23).
12 Este texto se ha publicado en Hall & Hall (1962), pp. 157-164; en
Newton (1959-1977), vol. 3, pp. 6 0 6 4 ; y en Herivei (1965a), pp. 208-215.
u U LC MS Add. 3958, fols. 81-83. Debo a D . T . Whiteside una opinión
sobre la fecha. Por la forma, tamaño y tipo de las palabras y por el hedió de
que este ensayo esté escrito en inglés, Whiteside concluye que se puede
datar con seguridad hada la mitad de la década de los sesenta, digamos 1666-
1667, un par de años antes de que pudiese leer el artículo de Wallis. Whiteside
encuentra una identidad prácticamente absoluta entre esta caligrafía y la del
«tratado de octubre de 1666» (M S Add. 3958, fols. 48-63), y llama la atención
sobre el hecho de que el segundo y tercer párrafo del folio 81r sean un
préstamo directo del tratado de 1666. Que yo sepa, esta es la primera vez que
Newton usa el término «ley» en un contexto científico. Poco después, en sus
Lectiones opticae (que comienzan en 1669), escribiría «...non nobis displiceat
si de legibus refractionum nonnulla praesternam» [no se tome a mal que no
trate de las leyes de refracción] (U LC MS Add. 4002, fol, [7 0 ], Lect. 9, fecha­
da en julio de 1670) (véase Newton, 1973).
14 La tercera ley del «movimiento» de Newton constituye tal vez un prin­
cipio de la naturaleza más general que ninguna de las leyes cartesianas de la
«naturaleza».
u Sobre este aspecto de la ley de Descartes, véase Koyré (1939), pp. 329
y ss.
16 Newton a Cotes, 28 de marzo de 1713; Newton (1959-1977), vol. 3,
pp. 396 y ss. Aquí, como en el escolio general que da fin a los Principia, la
palabra «deducir» (o la palabra latina deducere) no significa más que «derivar».
En un borrador anterior de la carta a Cotes, Newton aludía de hecho a «dedu­
cir las cosas matemáticamente a partir de los principios»; también aludía a
que «las leyes... se deducen de tos fenómenos» (ibid., p. 398). C iertamente,
356 Notas

Newton era consciente de la diferencia existente entre la deducción lógica y la


inducción, por m is que escribiese a Cotes (31 de marzo de 1713) que «la
filosofía experimental... deduce proposiciones generales... por inducción».
17 Como se vio en la parte final del apartado $ 4.4, estos elementos de
juicio aparecen en el escolio a las leyes del movimiento, al comienzo de los
Principia.
«* Galileo, en las D os nuevas ciencias, hablaba de un movimiento cuasi-
inercial apoyado sobre un vasto plano; la inercia kepleriana hacía que los
cuerpos se pusiesen en reposo m is bien que continuasen moviéndose.
19 Sin embargo, puede haberse tratado de una transformación de una tra­
dición m is antigua consistente en hacer eso precisamente en el dominio de la
óptica; por ejemplo, la D ioptrice de Kepler posee «axiomata», «definitiones»
y «problemata». Estos «axiomata» son tanto geométricos como experimentales.
Por ejemplo, el axioma 6: «L as reflexiones del cristal y vidrio son aproxima­
damente las mismas»; axioma 9 : «la mayor refracción del cristal es de unos
48 grados.»
® Sobre el concepto kepleriano de inercia, véase Koyré (1973), parte 2,
capitulo 4, 6 ; Krafft (1977). L a historia prcnewtoniana de la inercia se discute
en Cohén (19786).
21 Newton alude a «Part 2 Epist 96 ad Mersennum» (H all & Hall, 1962,
p. 113): obviamente, la segunda parte (o volumen) de la edición latina en
tres partes de las cartas de Descartes (1668). Newton debe de haber leído la
primera edición latina, cuyo volumen segundo salió a la vez en Atnsterdam y
en Londres en 1668, basado en la edición francesa de Oerselier del volumen 2
(1659); para detalles sobre esta edición, véase el comienzo del volumen 1 de
las Oeuvres de Descartes (1974). Se publicó una segunda edicióo latina en
Frankfurt am Main (sumptibus Friderici Knochii) en 1692. En la carta 94 de
esta parte 2 o volumen 2, dice Descartes: «Inertiam nullam aut tarditatem
naturalem in corporibus agnosco.» Se trata de una traducción latina de la
carta de Descartes a Mersenne, impresa por Adam & Tannery en (1974),
vol. 2, Carta 152, en la que la frase mencionada dice, « Je ne reconnois aucune
Inertie ou tardiveté naturelle dans les cors». Más adelante, en el mismo
párrafo de esta carta, Descartes alude a «Inertia ista naturali» («cette Inertie
naturelle»). Dado que los términos «inercia» e «inercia natural» aparecen en
una carta (núm. 94) tan sólo dos puestos antes que la carta (núm. 96) a la
que alude Newton en su ensayo, y dado que ambas cartas están escritas s
Mersenne y discuten el mismo tema, se puede suponer que Newton habría
leído ambas cartas, siendo esa la fuente de su familiaridad con la inercia
kepleriana, tanto el nombre como el concepto, aunque sin ninguna asociación
con Kepler como progenitor original.
Otras referencias a la «inercia» se pueden hallar en la latina parte 2 o
volumen 2 de las Epistolar, en las cartas 25 y 34. Son respectivamente de
Descartes a Debeaune (30 de abril de 1639; Descartes, 1974, vol. 2, carta 161
pp. 543 y ss.) y a Mersenne (25 de diciembre de 1639; ibid., carta 179, p. 627)
22 Véase Newton (1972), p. 40. En Cohén (1971), pp. 27-29, se reproduce
una nota de Newton (también en latín) que dice básicamente lo mismo.
25 Los Elem ents of Astronomy de Gregory pretendían, como decía en el
prefacio, dar a conocer «la física celeste que el sagacísimo K epler venteó, aun
que el principe de los geómetras, Sir Isaac Newton, elevó a tal altura qu«
sorprendió al mundo entero». Se hicieron ediciones latinas (1715, 1726) y dos
versiones inglesas (1715, 1726), existiendo ahora una reimpresión de la tra
ducrión inglesa revisada de 1726. Gregory describe la física de Kepler (basán
dose en el libro 4 de la obra de Kepler Epitom e astronom iae Copernicanae) et
la proposición 66 del libro I , donde habla del «conflicto entre el poder vecta
Notas 357

del sol y la indolencia del planeta». El traductor inglés (1726, p. 135) traducía
la «inertia materiae» de Gregory por «la indolencia de la materia» [«the
sluggishness of matter»].
24 Véase Leibniz & Clarke (1956), pp. 111 y ss. [edición española de
E. Rada, citada en la bibliografía, p. 155]. En el quinto escrito de Leibniz
se dice que «la inercia de la materia... mencionada por Kepler, repetida por
Cartesius, y que yo he empleado en la Teodicea... hace solamente que las
velocidades disminuyan cuando las cantidades de materia aumentan, pero sin
ninguna disminución de las fuerzas» (p. 88 [traducción española, p. 129]). En
un apéndice, Clarke recogió cuatro ejemplos en los que Leibniz hablaba de
una inercia kepleriana, y que son: «M ás bien, la materia resiste al movimien­
to por una cierta inercia natural, muy adecuadamente denominada así por
Kepler, de manera que te materia no es indiferente ai movimiento y al reposo
como vulgarmente se supone...»; «Una inercia natural, repugnante ai movi­
miento»; «Una cierta pereza, por así decir, que consiste en una repugnancia
por el movimiento»; «Una pereza o resistencia al movimiento por parte de 1a
materia». Estas citas las tomó Clarke de tes « A cta Erudit. ad Ann. 1698,
p. 434» y «A cta Erudit. ad Ann. 1695, p. 147» y aparecieron en te edición
de 1717 de 1a Correspondencia editada por Clarke tras la muerte de Leibniz.
25 Posiblemente Newton escribiese sus dos notas contraponiendo su con­
cepción de la inercia con 1a de Kepler mientras Clarke escribía las respuestas
a Leibniz o una vez que Clarke publicó la edición de 1a Correspondencia
en 1717.
26 Sobre todo en 1a Astronomía nova y en el Epitom e astronom iae coperni-
canae. No poseemos pruebas (ni directas ni indirectas) de que Newton pueda
haber leído alguna de estas dos obras antes de escribir los Principia.
27 Goclenius (1613), p. 321, bajo «v is* dice: «V is Insita est, vel Violenta.
Insita, ut naturalis potestas.» Esto es, «L a fuerza es inherente o violenta. Inhe­
rente como potencia natural». Cf. también pp. 322 y 722.
24 En un cuaderno universitario, U LC MS Add. 3996, señalado en la pri­
mera página con las palabras «Isaac Newton/Trin: Coll Cant/1661», p. 3
(fol. 89r), Newton alude a una afirmación del «excelente doctor Moore [i-e.,
More] en su libro sobre 1a inmortalidad del alma», señalando especialmente la
opinión de More, según 1a cual «te primera materia ha de ser átomos» y «esa
materia ha de ser tan pequeña como para ser indiscerptiblc». La palabra
«indiscerptible» fue introducida por More; véase Koyré & Cohén (1962),
pp. 123-126. [More, en La Inm ortalidad del Alm a (1659), p. a5, señala que
entiende «por partes indiscerptibles, partículas que poseen una extensión real,
aunque tan pequeña que no puede ser menor sin dejar de ser algo en absoluto,
razón por la cual no se pueden de hecho dividir» (N . del T .J.J
En H. More (1679), p. 192, se menciona que hay «adversarii» que postulan
una «fuerza o cualidad innata (que se denomina pesantez) implantada en los
cuerpos terrestres [«innatam quandam vim vel qualitatem (quae Gravitas
didtur) corporibus tertestribus insitam»]. En un suplemento a H. More (1659),
escrito y publicado después de que Newton hubiese tomado notas cuando
de joven leyó el libro, 1a palabra «implantada» se usa en este mismo sentido y
se traduce al latín (no por obra de More, sin embargo) como «insita».
Este sentido literal de «implantado» no era el único tradicional conferido
a «insitus»; también se utilizaba de manera general para indicar una cualidad
que es «inherente» o «natural». Se da con este sentido en el De natura deorum
de Gcerón, así como en otras obras; véase la extensa discusión de dicho tér­
mino que hace Arthur Stanley Pease en su edición del D e natura deorum
(1955), pp. 298 y ss. La expresión «v is Ínsita» aparece también en una oda de
Horacio.
358 Notas

79 Partiendo de la Pbysiologia de Magirus (1642), libro 1, capítulo 4, se-


dón 28, escribía Newton acerca del movimiento que es « o per se o per
accidens». En la secdón siguiente, 29, dice Magirus que « d movimiento es
per se o propio cuando un móvil se mueve por su propia virtud [sua virtute];
así, se dice que un hombre se mueve per se porque se mueve completamente
por su fuerza inherente [insita vi su a]». Aunque d resumen de Newton
induye pordones de la secdón 29, contiene tan sólo la parte d d extracto
anterior que llega hasta d punto y coma, omitiendo así las palabras en cues­
tión «insita vi sua». Con todo, hay otros casos de «insitus» o «insita» en los
escritos de Magirus, en ocasiones asociado a «v is» y otras veces, a «virtus».
La palabra «insitus» también aparece en algunas versiones y epítomes latinos
de la Etica a Nicómaco de Aristótdes (libro 2, capítulo 1, 1103a), induyendo
la traducdón latina impresa por Magirus.
Las notas de Newton sobre Magirus se encuentran en d MS Add. 3996;
las partes que tratan las secdones 28 y 29 aparecen en d fol. 17v. Si se
trata de notas tomadas por Newton mientras leía de hecho la Pbysiologia de
Magirus, entonces tendría que haber encontrado necesariamente la utilización
arriba mendonada de «insita vi sua»; pero es posible que Newton se limitase
a copiar un esbozo contenido en un MS de un tutor u otro estudiante.
30 Señala que esta fuerza se ejerce como resistencia tan sólo en d trans­
curso de un cambio de estado, cuando una fuerza externa se imprime en un
cuerpo. En ese caso, se trata de una fuerza de resistencia que se opone a la
fuerza que produce d cambio de estado, aunque puede ser también un impulso
(como ocurre al cambiar el estado de un cuerpo que choca con el cuerpo dado,
ya que éste trata de cambiar d estado de aquel cuerpo que choca, ejerciendo
una fuerza sobre él).
31 Según los prindpios newtonianos de dinámica, sólo una fuerza externa
puede producir un cambio en el estado de un cuerpo (estado consistente en
hallarse en reposo o moverse uniformemente en línea recta).
33 Esto se ejemplifica al comienzo del escolio a las leyes, donde d movi­
miento derivado de la proyección de un cuerpo «se compone con d movimien­
to debido a la gravedad» para producir una trayectoria parabólica. E l primer
corolario a las leyes compone movimientos y no fuerzas, ya que Newton era
completamente consciente de que la «fuerza de incida» no puede generar ni
alterar los movimientos, por lo que no se puede combinar vectorialmente con
las fuerzas que engendran o alteran los movimientos.
33 Newton no siempre alude a la inercia como a una «vis inertiae» de la
materia, sino que a veces alude a ella simplemente como «¡nenia materiae».
34 L a distinción de masa y peso es una de las contribudones enormemente
originales de Newton a la ciencia; por supuesto era la última de una serie
de transformadones.
33 N o me he metido aquí con la cuestión d d modo en que la masa (y d
momento, basado en la masa) entra en la tercera ley.
33 Al considerar algunos de los pasos principales de la transformación con
la que Newton llegó al primero de sus «axiomas o leyes d d movimiento», no
me he encontrado con una parte del problema discutido por R. S. Westfall en L a
fu e r a en la física de Newton [Forcé in New ton's Physics] (1971). Se trata
de la posible falta de continuidad de Newton en su adhesión a una verdadera
física inercial. Este problema se ve un tanto enmarañado por las complicado-
nes de su creencia en d espado absoluto, si bien Westfall ha señalado que es
muy posible que Newton pasase por un período, anterior a los Principia, en
d que no creía plenamente en la física inercial y en la ley de la inercia tal y
como nosotros la entenderíamos. En parte, esta cuestión depende tanto de
Notas 359

cosas que Newton dijo como de aquellas que dejó de decir. Por ejemplo,
cuando escribió ciertas afirmaciones en el W aste Book, no dijo necesariamente
que hubiese una «causa» de tal movimiento inercia!, pero no sabemos qué
tenia en la cabeza, y hemos de limitarnos a lo que escribió. Naturalmente,
que Newton pensase que habla algún tipo de «causa» del movimiento
inercial, que denominaba una «vis ¡nertiae» o «vis insita», no quiere dedr
necesariamente que pensase en una «verdadera causa» en el sentido que
tendría en el caso de sus predecesores medievales. Como se señaló en el
apartado $ 3.12, nota 3, otros contemporáneos de Newton escribían acerca de
una «fuerza de inercia» por más que fuesen conscientes de que, en términos
ordinarios, la palabra «fuerza» carecía de significado en ese contexto al menos.
Este problema se discute más en extenso en Cohén (1978&).

S 4.6

1 Presumiblemente, lo que se le ocurrió a Newton fue la idea de comparar


la caída de la manzana con la «caída» de la Luna, que se halla 60 veces más
alejada que la manzana del centro de la Tierra. Si la fuerza y consiguiente ace­
leración disminuye como el cuadrado de la distancia, la Luna debería caer en
un segundo 1/3.600 de la distancia por la que cae la manzana.
Hay elementos de juicio fidedignos de que el propio Newton relató la
historia; se conoció en 1936, cuando J . Hastings White publicó una biografía
de Newton basada parcialmente en una entrevista personal que había perma­
necido desconocida y pasado desapercibida a los estudiosos desde el siglo x v m
(véase Stukeley, 1936, pp. 19 y ss.). Para ulterior información sobre este
tema, véase McKie & De Beer (1952) y Cohén (1946).
No tenemos la menor idea de cuándo pudo haber ocurrido este supuesto
incidente. Con todo, es extremadamente improbable que Newton realizase
esta prueba de la luna en los años de la década de 1660.
2 Sobre la fecundidad de la transformación por malinterpretación, véase
Robinson (1962), p. 4, en relación con Plotino. Robinson concluye: «Muchos
de los grandes avances y novedades del pensaminto humano se han producido
a través de malinterpretadones del pasado.»
1 Esto es, puede decirse que Galileo conoció esta ley en ciertas circunstan­
cias limitadas (como en el movimiento con velocidad límite de un cuerpo que
cae libremente en un medio resistente) o en forma restringida (como un cuerpo
que se mueve en un plano sin fricción indefinidamente extendido).
4 Esta es la forma en que Newton enuncia en los Principia la segunda
ley. Ciertamente, Galileo tampoco conocía la forma continua de la ley que
utiliza Newton en los Principia, ya que, en esta forma de la ley, la masa
también suministra la proporcionalidad entre la fuerza continua y la aceleración
que produce.
5 Este párrafo sólo se añadió al reproducido más arriba en la tercera edi­
ción de los Principia; pueden encontrarse algunas versiones en el ejemplar
personal con páginas intercaladas que tenía Newton de la segunda edición
(véase Newton, 1972, vol. 1, pp. 64 y ss.).
4 Véase Millikan (1947), pp. 15, 24. Los capítulos históricos iniciales per­
manecieron sin cambios desde las primeras ediciones (1935, 1937).
7 Tales transformaciones, basadas en una deficiente comprensión de las
intenciones de un autor anterior, han servido frecuentemente como paso fun­
damental en los avances intelectuales de los científicos; mas, en la historia,
ese mismo proceso parece conducir al error al oscurecer las intenciones, obje-
360 N otas

tivos y limitaciones de aquellos científicos del pasado cuyo pensamiento tra­


tamos de reconstruir. Se da un problema semejante en la historia y crítica
literaria.
* Quizá esta misma asociación que Galileo establecía entre ¿1 mismo y
Platón pudiese explicar por qué Galileo atribuía a Platón lo que parece ser
su propia concepción original de la creación del mundo en virtud de que Dios
dejase caer a los planetas hada el Sol; véase $ 1.3, especialmente la nota 8.
9 Sobre lo proclives que son los escritos de Platón a ser malinterpretados,
véase Robinson (1962), pp. 1-4.
10 G ta de Marx y Engels (1974), pp. 41-46; Marx y Engels (1949), pp. 101-
104; Marx y Engels (1967), vol. 1, pp. 155-159; Marx y Engels (1954), pp. 313-
319. En la última obra (pp. 320 y ss.) cita varías afirmadones de Marx sobre
Balzac. Véase además, Lukacs (1948) y (1955), pp. 63 y ss. E l propio Marx
escribió un artículo crítico sobre Balzac, en el que lo llamaba «creador pro-
fético». Véase también Marx (1947), p. 41; Marx y Engels (1937), vol. 3,
p. 449.
11 Steiner (1970), p. 321; cf. p. 306. Podemos tener así un «efecto Balaam»,
denominado de esa manera por Balaam, quien se vio induddo a maldecir a
Israel, siendo reprobado por la burra que montaba. Por inspiración divina,
sus piilabras se convirtieron en una bendidón en lugar de una maldidón (Nú­
meros, xxll, 8-xxiv).
Para una discusión sobre la idea opuesta, de que toda obra literaria posee
un verdadero significado, véase Hirsch (1967) y (1976).
Q H ay un ejemplo sorprendente de transformadón literaria en el Inferno
de Dame (canto 25: 49-78), en la descripción de cómo una serpiente con
seis patas se enrosca en tom o al cuerpo de Agnello o Agnolo de’Brunelleschi
v se confunde con él. Esta horripilante imagen parece haber derivado de la
bella narradón que hace Ovidio en Las Metamorfosis (4: 373-379) de la satis­
facción del deseo de la ninfa Salatnacis de no separarse nunca de su amante
Hermafrodita (hijo de Hermes y Afrodita); sus cuerpos se unieron en uno, «se
confundieron uno con otro, con una cara y torso para ambos». Sus cuerpos se
vieron tan «entrelazados en estrecho abrazo», que «ya no eran dos ni se podía
llamar a la una mujer y al otro hombre». Para las transformaciones que hace
Dante de las imágenes de Ovidio de Las Metamorfosis, véase Dobelli (1897) y
d comentario de Charles Singleton al Inferno, en Dante Alighieri (1970),
pp. 437 y ss. Las Metamorfosis mismo, como señala su nombre, se dedica por
completo a las transformaciones, aunque sean de un tipo distinto de aqud
que tomamos en consideración en el presente libro.
u Además de establecer las fuentes de las imágenes de Coleridge y mostrar
cómo transformaba éste lo que encontraba en sus lecturas, convirtiéndolo en
algo de extraordinaria calidad poética, Lowes también invocaba una teoría de
la creación inconsciente, aludiendo (Lowes, 1927, pp. 59-60) a «el "profundo
pozo de lucubración inconsdente” [que] subyace a la condencia de todos
nosotros». En particular, Lowes consideraba que era precisamente ese elemento
inconsciente del proceso creador el que constituía la clave del poder de imagi­
nación de Coleridge. Este último aspecto de la obra de Lowes no ha resistido
totalmente la prueba del tiempo. Werner W. Beyer arguye que el hincapié
puesto por Lowes en la creadón inconsdente de Coleridge «ha hecho circular
tanto la idea de metamorfosis inconsciente [en Colerigde], que su contrapar­
tida consdente amenaza con ser ignorada» (1963, p. 43). Según Beyer,
R. C. Bald (otro estudioso especializado en el proceso creador de Coleridge) ha
llegado a la misma condusión tras estudiar los últimos cuadernos de notas de
Coleridge. También él «subraya b que Lowes parecía minimizar, cual es el
Notas 361

elemento consciente del proceso creador, el carácter deliberado de las lecturas


de Coleridge para fines poéticos y lo reciente de muchas de ellas, por lo que
no podían llevar mucho tiempo sumergidas en el subconsciente» (Beyer, 1963,
p. 66, aludiendo a Bald, 1940; véase también Beer, 1959).
El ejemplo de Coleridge, tal y como lo interpreta Lowes, fue utilizado por
Theodosius Dobzhansky (1959, pp. 204, 205) para explicar la ausencia de refe­
rencias explícitas de Darwin a algunos de sus predecesores, por ejemplo, Ed-
ward Blyth. En el presente contexto, resulta especialm ente pertinente encon­
trarse con que Dobzhansky dice explícitamente que «n o resulta ilegítimo
comparar los procesos creadores de un poeta, Coleridge, con los de un cientí­
fico, Darwin», puesto que ambos no son fundamentalmente distintos. Loren
Eiseley (1965) replicó a Dobzhansky. Siendo un defensor de Blyth, Eiseley no
habría de aceptar la teoría de la creación inconsciente ni en el caso de Darwin
ni en el de Coleridge.
Tanto si la actividad creadora de Darwin o de Coleridge era fundamental­
mente consciente o inconsciente, el caso es que no cabe la menor duda de
que en ambos casos un aspecto fundamental del proceso creador era la trans­
formación, en el sentido que he desarrollado en este capítulo y aplicado en
este libro. Ciertamente, es este aspecto de la naturaleza de la creatividad en
la poesía y en la ciencia el que confiere una unidad esencial a puntos de
vista tan divergentes como los expresados por Dobzhansky y Eiseley, no me­
nos que por Lowes y Beyer.
14 La imagen de una estrella «en la punta inferior» de la «cornuda luna»,
basada al parecer en un informe de las Pbilosopbical Transactions, constituía
una versión tardía que se publicó en 1817 (véase Bald, 1940, p. 9). En 1798,
Coleridge había hecho un viaje por el Mediterráneo y había observado la media
luna con «la estrella vespertina casi coronando la punta superior» (ibid., p. 8).
El texto impreso de 1800 [ibid., p. 11) reza: «L a cornuda luna, con una bri­
llante estrella / casi entre las puntas.»
15 «D ans le champ de I'observation», decía Pasteur, «le hassard ne favorise
que les esprits préparés» [en el campo de la observación, el bazar sólo favore­
ce a quienes se hallan preparados] (véase Vallery-Radot, 1911, capítulo 4,
p. 88). Esto se dijo el 7 de diciembre de 1854, en la conferencia inaugural que
pronunció Pasteur cuando fue nombrado profesor y decano de la recientemen­
te fundada Faculté des Sciences de Lille.
14 Para una información general, véase Movius (1948), pp. 390-393.
17 Durante un buen número de años de excavación «n o se registraron de
hecho implementos humanos»; más adelante, cuando comenzaron a encontrarse
tales herramientas, «la enorme cantidad de piedras artificialmente rotas, de
esquirlas, desechos y lajas, etc.», subrayaron comparativamente que «el nú­
mero total de implementos elaborados es muy pequeño» (ibid., p. 393a).
Según Clark (1946), p. 33, «los trozos de piedra burdamente fracturados de
Choukoutien, en la mayoría de los casos, jamás hubiesen sido identificados
como piezas con restos de elaboración artificial, si hubiesen sido encontrados
aisladamente en un depósito geológico».
11 E l ejemplo del Homo pekinensis resulta aún más instructivo. No sólo
llama la atención sobre la preparación mental que coje al vuelo la ocasión y
reconoce la potencialidad de una transformación, sino que además indica que
tal reconocimiento se da en relación con otros factores, con un marco en el
que la idea de artefacto puede darse. Ello sugiere una importante función de la
G estall o campo de asociaciones conscientes o inconscientes.
19 Para una discusión sobre las verdaderas diferencias que median entre los
conceptos de evolución de Darwin y Wallace, véase Romanes (1895).
362 Notas

S 4.7

1 Y a hemos puesto un ejemplo en el apartado $ 4.6, notas 16-18, en rela­


ción con los artefactos hallados en asociación con H om o pekinensis.
2 Por más que Colón y otros exploradores prestasen mucha atención a
algunos de los aspectos naturales de los aborígenes y sus usos, también ten­
dieron, como ha señalado Harry Levin, a «fiarse de un rico acervo de cuentos
fabulosos sobre los aborígenes, como el mito de la edad de oro». Siempre que
se topaban con los aborígenes, la tradición literaria de una edad dorada era
proclive «a entrar en juego, casi como si la hubiese desencadenado una acción
refleja». Como resultado de ello, según Levin, «la vida, en su forma más pobre
y menos sofisticada, se adornaba de algún modo con una serie de aderezos
heredados de las convenciones cultas de la literatura» (véase Levin, 1969,
p. 60).
3 La misma transformación se dio con respecto a la experiencia auditiva,
ya que tanto Colón como sus marineros registraron cómo habían oído ruise­
ñores, que en aquella época no vivían en las Indias Occidentales. Harry Levin
ha llamado la atención sobre el problema de «el proceso psicológico mediante
el que, en aquella ocasión... las presuposiciones animaron los primeros en­
cuentros de los europeos con el nuevo mundo» (véase Levin, 1969, p. 60).
* En la O ptica, proposición 6 (problema 2), libro 1, parte 2, New ton divide
el círculo en «siete partes... proporcionales a ios siete tonos o intervalos musi­
cales» de una octava, haciendo que dichas partes representen «todos los
colores de luz no compuesta, pasando gradualmente de uno a otro, como
ocurre cuando los produce un prisma», de manera que la circunferencia repre­
senta «toda la serie de colores de un extremo a otro de la imagen cromática
del sol». Asignando luego masas a los rayos de colores, el resultado de una
mezcla de colores se halla determinando d centro de gravedad de las partes;
así, siendo el centro d d círculo d centro de gravedad de todos los colores,
produce el blanco. Hay referencias a la analogía entre color y teoría musical en
la carta de Newton de 1675 a Oldenburg (sobre la luz y los colores), así como
en sus lucasianas Lectiones opticae.
En la proposidón 2 (teorema 2), libro 1, parte 2, dude a que el espectro
prismático está formado por rayos que «aparecen teñidos con la siguiente
serie de colores: violeta, añil, azul, verde, amarillo, naranja, rojo, junto con
todos sus grados intermedios en una sucesión continua perpetuamente varia­
ble». En la proposidón 3 (problema 1), libro 1, parte, 2, Newton señalaba
cómo «un asistente, cuya capaddad visual para distinguir los colores era más
crítica que la mía», trazó líneas a lo largo del espectro a fin de «notar los
confines de los colores»; se halló que las razones de esas longitudes estaban
relacionadas con los siete tonos de la escala diatónica. En su escrito original
sobre la composición y dispersión de la luz blanca (1672), Newton había dicho
sencillamente «L os colores origindes o primarios son, rojo, am arillo, verde,
azul y violeta-púrpura, junto con el naranja, d añil y una indefinida variedad
de gradadones intermedias».
* El círculo cromático se diseñó para determinar el tono y saturadón de
cualquier mezcla de colores; véase Mach (1926), pp. 96 y ss.
* E s fácil ver que se trata de concavidades «d egas», como puede compro­
barse intentando atravesarlas con una pajita fina o tratando de hacer que d
agua pase por ellas.
7 Las d tas de Vesalio se toman de Singer (1922), pp. 27-28.
* Aun cuando se hallase un registro en ocddente, seguiría en pie d hecho
de que este extraordinario espectáculo celeste no fue «visto» o no fue consi­
derado digno de mendón por parte de un gran número de autores. (En junio
Notas 363

de 1978, una información de N atu re llamaba la atendón sobre la observadón


de esta supemova por un dentífico islámico; véase Brecher, Lieber & Lieber,
1978).
9 Tycho cuenta la historia de su dificultad para creer que habla una nueva
estrella en Cassiopcia, asf como la* ulterior dificultad que tuvo para convencer
a Pratensis y Dancey de la nueva estrella, en su informe De nova stella
(1573) y en el posterior Astronomiae instauratae progymnasmata (1602, 1610);
reimpreso en Brahe (1913-1929), vol. 1, pp. 16-19; vol. 2, pp. 307*329; vol. 3,
pp. 93-96. Estos textos autobiográficos se resumen y parafrasean en Dreyer
(1890), capítulo 3, pp. 38 y ss. Una traducción inglesa parcial del De nova
steila, debida a John H . Walden, aparece en Shapley & Howarth (1929),
pp. 13-19.
10 Galileo presentó sus descubrimientos acerca de la luna en su Sidereus
nuncius (1610), reimpreso en Galileo (1890-1909), vol. 3, traduddo por Still-
man Drake en Galileo (1957).
u Sobre las observaciones efectivas de Galileo y una «nueva luz sobre el
proceso efectivo por el que Galileo alcanzó la conclusión de que lo que estaba
viendo eran cuerpos que giraban en torno a Júpiter», véanse las pp. 146-153,
especialmente las pp. 148-149, de Drake (1978).
Q Sobre el debiste en torno a las manchas solares, véase la Historia y de­
mostraciones relativas a las manchas solares y sus fenómenos, pp. 59-144 de
Galileo (1957), especialmente pp. 91-92, 95-99.
u Sobre el problema de la Gestalt en relación con la denda, véase (además
de las obras de Hanson y Nash), Kuhn (1970), pp. 64, 85, 111, 112, 150; tam­
bién Kuhn (1977), p. xiii.
S 4.8
1 Véase además el suplemento al capitulo 5 sobre la historia del concepto
de transformación.
2 Más adelante, Freud escribió otro articulo sobre Popper-Lynkeus (Freud,
1932). Sobre Popper, véase Blüh (1952); Lowy (1932).
3 Freud llamó primeramente la atención sobre la coincidencia entre sus
opiniones y las de Popper-Lynkeus en un postscriptum añadido al capitulo 1
de su Traumdeutung en la edición de 1909 y en una nueva nota al capítulo 6
(véase Freud, 1923, p. 263«, y 1966-1974, vol. 4, pp. 94 y ss., 308 y ss.).

S 4.9
1 En una posdata-1969 a la segunda edición aumentada, dice Kuhn (1970,
p. 174, nota 2 [traducdón mexicana atada en la bibliografía,, p. 268]) que
sólo ha introducido dos alteraciones en el texto, al margen de corregir errores
tipográficos, siendo una de ellas «la descripción del papel de los Principia de
Newton en el desarrollo de la mecánica del siglo xvni».
2 Canguilhem (1955), p. 172: «En matiére d’histoire des Sciences aussi il
y a une échelle macroscopique et une échelle microscopique des sujets étudiés»
[En historia de la ciencia también hay una escala macroscópica y una micros­
cópica de los temas estudiados].
3 «Lo que se ha averiguado en física, asi permanece. La gente habla de
revoluciones científicas, y las connotaciones sociales y políticas de la revolución
evocan una imagen de rechazo de un cuerpo de doctrina que se ve sustituido
por otro igualmente vulnerable a la refutación. No ocurre así en absoluto...
No constituye una buena analogía del advenimiento de la mecánica cuántica,
aunque si fuese necesario recurrir a una analogía político-social, no habría que
364 Notas

recurrir a la revolución, sino al descubrimiento del Nuevo Mundo» (Physics


Survey Commitee, 1973, pp. 61 y ss.).
4 Weinberg (1977), pp. 17 y ss. Con todo, Weinberg admite que se han
dado revoluciones en la historia de la ciencia, aludiendo «al desarrollo de la
relatividad especial y de la mecánica cuántica» como «grandes revoluciones».
5 El autor del estudio psicológico sobre Newton más ambicioso hasta la
fecha declara que no pretende «desvelar el secreto del genio de Newton o su
misteriosa energía» (cf. Manuel, 1968, p. 2). Pero, sin embargo, Manuel
(p. 84) sugiere un posible origen de la gravitación universal en «el hecho...
de que Newton... se halló en un periodo critico de su niñez poderosamente
atraído por personas distantes, de que se hallaba sediento de comunicación
con quienes se habían marchado en un sentido elemental e incluso primitivo.
Puesto que este anhelo nunca halló objeto en la sexualidad, podría haber
encontrado sublime expresión en un constructo intelectual cuya configuración
fuese afín a la emoción original». Sin embargo, aunque Manuel sugiere que
el escepticismo ha de ser nuestra adecuada respuesta al «emparejamiento de
las emociones de un niño atraído por personas distantes y ausentes con la
idea de una fuerza natural que nunca habría de poder definir de adulto», con
todo propone como conclusión que lo que Newton consiguió fue el «gigantes­
co paso» consistente en «transladar el anhelo, [de] la pasión por las personas
a una sistemática indagación de carácter matemático-astronómico». Defiende
lo razonable de esta afirmación señalando que «Newton vivía en un mundo
animista en el que os sentimientos de amor y atracción serían asimilados a
otras fuerzas». El lector habrá de decidir por sí mismo si semejante línea
intelectual resulta útil para comprender la creación científica de Newton.

5. N ew ton y le s leyes de K ep ler: lo s estadios de la transform ación que llevan


a la gravitación universal

S 5.1
1 La causa aducida d d retraso fue la incapacidad de Newton de demostrar
d último teorema, según d cual una esfera homogénea (o una esfera compues­
ta de capas homogéneas) gravita como si toda su masa estuviese concentrada
en su centro geométrico. Véase Cajori (1928); Glaisher (1888) dice que toda
esta «explicación me fue señalada» por Adams.
2 Para ejemplos, véase Cohén (1974d), p. 300.
J En la primera edición de los P rin cipia, al comienzo del tercer libro,
Newton aludía a las leyes de Kepler bajo la rúbrica de «H ipótesis»; más
adelante cambió de «H ipótesis» a «Fenómenos» (véase d apartado $ 3.5 y
5 5.8). Este cambio se discute en Koyré (19556), (1956), (1960c); Cohén
(1956), pp. 131 y ss. (1966), (1970), capítulo 6, sección 6.
4 Las dos primeras leyes se proclaman en 1609, en la A stronom ía nova de
Kepler; la tercera, en 1619, en su H arm onice m undi.
5 En el estadio inmediatamente anterior a los P rin cipia d d pensamiento de
Newton (como veremos más abajo, en d apartado $ 5.6), este resultado no se
reconoció inicialmente. Las líneas maestras de este desarrollo se han bosque­
jado en d capítulo 3.
4 E l sistema de un cuerpo (un cuerpo que circula en tomo a un centro d
fuerza) es idéntico a un sistema de dos cuerpos en d que d cuerpo que circula
no atrae al cuerpo central. Este último sistema se aproxima mucho al mundo
real por lo que atañe al sistema d d Sol y los planetas Venus, la Tierra o
Notas 365

Marte, ya que dichos planetas poseen una masa tan exigua comparada con la
del Sol, que su acción gravitatoria sobre éste es prácticamente inexistente a la
hora de hacer que el Sol se mueva. O bien, si consideramos que tanto el Sol
como la Tierra circulan en torno a su centro común de gravedad, entonces
(dado que la distancia Tierra-Sol es aproximadamente de cien millones de millas
y que la masa de la Tierra es aproximadamente un trescientosmilavo de la
masa del Sol) ese centro común de gravedad tan sólo se halla a trescientas des­
preciables millas del centro del Sol. Sin embargo, en el caso de Júpiter, este
modelo simple no va tan bien, dado que su masa es aproximadamente una
milésima de la masa solar. Las órbitas planetarias reales sufren perturbaciones
derivadas de las atracciones gravitatorias de los demás planetas.
7 Principia, libro tercero, proposición 12; desde el punto de vista de la
ciencia matemática exacta, lo que importa no es tanto la magnitud de dicha
diferencia como el hecho de que existe una diferencia. En este sentido, la
tercera ley de Kepler es una hipótesis o un enunciado fenomenológicamente
verdadero; esto es, verdadero dentro de los límites de la precisión de las
observaciones.

S 5.2

1 Los Principia, libro tercero, fenómeno 4; en la primera edición era la


hipótesis 5. Sobre el cambio de «hypotheses» a «regulae philosophandi» y
«phaenomena», véase Cohén (1974d).
2 Véase Cohén (1962), especialmente las pp. 76-79, que contienen la corres­
pondencia entre Leibniz y Fontenelle sobre los nuevos óvalos de Cassini (cuya
historia y propiedades se describen en las pp. 79-81).
3 Véase wing (1651), libro 3, capitulo 5, p. 44, donde esta construcción
se atribuye a Bullialdus, quien «(para facilitar las operaciones) muestra cómo
realizar lo mismo con un epiciclo, cuyo movimiento es el doble que el de un
planeta por su órbita, y así, por la solución de triángulos rectilíneos, se puede
hallar con más comodidad». Sobre la manera propia preferida por Bullialdus
de representar cinemáticamente los movimientos planetarios, véase Wilson
(1970), pp. 111-113.
4 Sobre este tema, véase, sin embargo, Russell (1964); pero véanse también
las obras citadas en el apartado $ 5 3 , nota 5.
5 Streete (1661) contiene tanto la ley de las órbitas elípticas como la
tercera ley; sobre la nota tomada por Newton de la tercera ley de Kepler, saca­
da de este libro (en ULC MS Add. 3996, fol. 29), véase Whiteside (19646),
p. 124.
4 Para detalles, véase Aitón (1969).
7 El centro del círculo ecuante no es el centro de la elipse, sino un punto
del eje mayor de la elipse (o línea de los ábsides) que se halla « a una distancia
del sol aproximadamente de 5 /8 veces la excentricidad doblada»; «establece
esta razón exactamente igual a la "sección divina” (V 5 — l ) / 2 »; véase Whi-
teside (19746), p. 3106.
8 Sobre este tema, véase Maeyama (1971); Wilson (1970), especialmente las
pp. 106-123.
9 La mejor discusión del teorema de Newton es la de D . T . Whiteside en
Newton (1967-), vol. 6, pp. 302-309, en un extenso comentario (notas 119-129).
10 E l ensayo de Wren sobre este tema («D e recta tangente cycloidem
primariam») se publicó como apéndice a Wallis (1659), pp. 70-74 ( = 8 2 ]; la
sección final (pp. 80 y ss.) se titula «D e problemate Kepleriano per cycloidem
solvendo». Véase además la nota 11.
366 Notas

11 Wren escribe que, partiendo de la regla de Kepler de que la velocid


orbital de un planeta es inversamente proporcional a su distancia al Sol,
«¿1 [Kepler] ideó ingeniosamente la siguiente hipótesis. A saber, mediante
líneas trazadas [de la elipse] af sol, corta el área de una elipse planetaria en
triángulos mixtilíneos iguales, de lo que resulta que la curva de la elipse se ve
dividida en porciones desiguales [o arcos], menores en las proximidades del
afelio y mayores en las proximidades del perihelio; supone además que el
planeta se ve llevado por estas porciones [o arcos desiguales] en tiempos
iguales. De donde, a fin de obtener la anomalía co-igualada a partir del mo­
vimiento medio, una semi-elipse ha de cortarse por un foco en una razón dada
o (lo que demuestra que viene a ser lo mismo) un semicírculo ha de cortarse
por un punto de su diámetro en una razón dada. E s notable lo mucho que tuvo
que sudar Kepler con este problema, “ dando vueltas” a sus órbitas "con gran­
de esfuerzo para no llegar a ninguna parte” . Finalmente, resoplando y jadeando,
implora lloronamente la ayuda de los geómetras, temiendo entre tanto que se
descubra que el problema es irresoluble [i.e., indesarrollable, in-explicable] de­
bido a la ftspoY¿veta [heterogeneidad] de arcos y senos. Problema que, no
obstante, nosotros mismos hemos demostrado hace tiempo con ayuda de una
d d o id e alargada, como sigue». La cita que hace Wren procede de una mala
cita de una poesía de las Disputaciones tusculanas de Gcerón. Este párrafo se
traduce de Wren en Wallis (1669), p. 80. La soludón de Wren del problema
de Kepler la reprodujo esencialmente Newton en el escolio que sigue a la
proposición 31 del primer libio de los Principia.
a Al parecer, Newton estaba familiarizado con el ensayo de Wren a finales
de la década de los sesenta; véase Newton (1967-), vol. 2, pp. 191 y ss.
B Con todo, Horrox recurre implícitamente a la ley de áreas kepleriana en
una de sus reglas para el movimiento lunar.
14 Por esta razón, Newton parece haber creído que merecía que se le
atribuyesen las dos primeras leyes del movimiento planetario, o las dos pri­
meras «hipótesis planetarias» keplerianas (véanse las notas 9-11 a la secdón
$ 5.5). No cabe duda de que Conduitt repetía una opinión de Newton.
15 A fin de que mi conclusión no se tome fuera de contexto, recuerdo al
lector que el «Systema Copernicanum» estableado por el propio Kepler en
1627, en sus Tabulae Rudolpbinae (en las tablas y material previo), es pre­
cisamente tal sistema basado en sus tres leyes. Además, al menos en un tratado
astronómico, las Institutiones astronomicae, 1676, de Mercator, se aceptan las
tres leyes de Kepler como verdaderas. Además, en un sentido estricto, aunque
las tres leyes de Kepler aparecen al comienzo de los Principia (en las seccio­
nes 2 y 3 del primer libro, donde las dos primeras «secciones» tratan de temas
matemático-físicos), Newton no se dedica aquí tanto a montar un sistema
astronómico basado en esas leyes cuanto a mostrar cómo esas leyes eran con­
secuencias derivadas de condiciones de su teoría matemático-dinámica, con unas
pocas «interacciones» más o menos. Además, en el tercer libro «D el sistema
del mundo», los fundamentos expuestos al comienzo («hipótesis» en la pri­
mera edición, «fenómenos» en las segunda y tercera) incluyen la ley de áreas
y la ley armónica, aunque no la ley de las órbitas elípticas; esta última no
aparece de hecho hasta la proposición 13. No obstante, mientras que Mercator
expone las tres leyes de Kepler, también da (y usa) un ecuante más un
círculo auxiliar para sustituir la ley de áreas. Que yo sepa, sólo después de los
Principia se aceptaron las tres leyes de Kepler juntas como un grupo unificado
que suministraba la base fundamental de la astronomía física, aunque suscep­
tible de desviaciones de la ley estricta por mor de las «interacciones» entre
los diversos miembros del sistema solar. Creo además que ocurrió como digo
después de los Principia por la misma razón que hizo que Newton utilizase
Notas 367

estas tres leyes de manera tan fundamental, a saber, porque habla dado con
su significado dinámico, convirtiéndolas por ello en algo más que meras
generalizaciones fenomenológicas o reglas convenientes.

S 5.3
1 Por supuesto, esta derivación presupone creer en la posibilidad de que
las fuerzas solares (o fuerzas «solí pe tas») puedan actuar sobre los planetas
(véase el apartado § 3.4).
2 Esto es esencialmente lo que Newton hace en la proposición 4, libro pri­
mero de los Principia, así como en el tratado anterior De motu.
3 En el tercer libro de los Principia, escolio a la proposición 4, Newton
introduce la hipótesis de varias Lunas circulando en torno a la Tierra. Al co­
mienzo de la primera versión del tercer libro (publicado póstumamente con
el titulo de Tratado del sistem a del mundo; véase Newton, 1728c), también se
discute un satélite artificial de la Tierra, con un diagrama que muestra cómo
se podría poner en órbita.
4 U LC MS Add. 3968, sección 41, fol. 85. Sobre este y otros pasajes
autobiográficos similares, véase Cohén (1971), suplemento 1, pp. 290 y ss. No
tiene mayor importancia que el año en cuestión tuviese que ser el de 1665 ó
1666, ya que lo que está en juego es tan sólo la cronología relativa de descu­
brimiento o invención. En 1718, se trataba de recuerdos basados en la «evo­
cación» de sucesos que habrían tenido lugar cincuenta años antes.
5 H a de observarse que incluso con esta afirmación Newton no dice que en
aquella época hubiese identificado con la gravedad la fuerza inversa del cua­
drado que actúa sobre los planetas; se pensaba que aquélla tan sólo alcanzaba
hasta la órbita lunar.
4 Herivel (19606), (19656), pp. 7-13, 130; cf. el sucinto pormenor que
hace Whitesidc de los primeros estadios del desarrollo de los principios
dinámicos de Newton (1967-), vol. 6, pp. 6 y ss.
7 En una fecha tan tardía como la década de los setenta, Newton tendía a
suponer (como en la carta a Hooke de noviembre de 1679) una «gravedad»
solar constante.
4 En un documento de la década de los sesenta, publicado por vez primera
en A. R. Hall (1957) y publicado de nuevo en Newton (1959-1977), vol. 1,
pp. 297-300, asi como en Herivel (1965«), pp. 192 y ss., Newton aplicó la
tercera ley de Kepler a los planetas para hallar que «sus tendencias a alejarse
del sol serán recíprocamente como los cuadrados de sus distancias al sol». A
continuación, Newton puso ejemplos numéricos de cada uno de los seis planetas
primarios (véase además la nota 13). E s importante señalar que este documento
no contiene un cálculo efectivo de la prueba lunar, y por consiguiente no
establece un equilibrio entre la «gravedad» centrípeta del Sol y las fuerzas
centrífugas de los planetas; Newton se ocupa de un «conatus» o tendencia y no
de fuerzas en equilibrio (cf. Whitesidc, 19646, especialmente p. 120, nota 13).
El escrito de Newton (U LC M S Add. 3958, sección 5, fol. 87) contiene un
cálculo de que la fuerza de la gravedad terrestre es 4.275 veces la de la «ten­
dencia a alejarse» de la Luna (a una distancia de 60 radios terrestres). Si en­
tonces hubiera establecido la conexión entre ambas, ligando de hecho la «causa»
de la «tendencia a alejarse» de la Luna con la gravedad de la Tierra que actúa
según una ley inversa del cuadrado, lo que entraña muchísimas suposiciones,
el aludido «casi exactamente» erraría en poco más del 18 por 100: (4-275 —
—602) / 60*.
368 Notas

9 M as podemos estar seguros de que el memorándum de 1718 trata de


establecer un mito anti-histórico. N o hay testimonios de hecho de que incluso
en una fecha tan tardía como a comienzos de la década de los ochenta Newton
concibiese un simple equilibrio entre la «gravedad» solar y las «vires centri-
fugae» de los planetas. Por el contrario, existen testimonios de diverso tipo
que muestran que Newton creía entonces que tenía que haber una ley de
variación diferente para las «vires centrifugar» y la «gravedad» solar. En
Whiteside (1964a) se sugiere que, incluso en las cartas intercambiadas con
Hooke en los años 1679-1680, Newton aún buscaba una «gravedad» inversa
del cuadrado y una «tracción hada afuera» inversa d d cubo, a fin de obtener

10 Glaisher basaba su sugetenda en una idea que le había dado John Couch
Adams; véase Glaisher (1888), p. 7 ; cf. los comentarios que hace Whiteside
sobre este asunto en Newton (1967-), vol. 6, pp. 19-20, nota 59.
11 Whiteside (1964«), p. 119. La correspondencia de Newton muestra que
aún hada uso de su teoría de los vórtices en relación con el movimiento plane­
tario la víspera misma de escribir los Principia.
12 Allá para 1669, según sabemos por las notas manuscritas de su ejemplar
de la Astronomía de Wing, Newton ni siquiera aceptaba la tercera ley de Ke-
pler como ley observacional exacta.
13 Véase la nota 8. Aludiendo a este escrito en una carta a Halley (22 de
mayo de 1686), decía Newton que los cálculos que había realizado en aquella
ocasión muestran «que tenía entonces la vista puesta en comparar las fuerzas
de los planetas debidas a su movimiento circulatorio, comprendiéndolo» (véase
Newton, 1959-1977, vol. 2, p. 431).
14 Este documento se puede encontrar en U LC MS Add. 3958, secdón 5,
fol. 45v-r.
15 En el segundo libro de los Principia de Descartes (véase además Herivel,
1965o, cap. 22, cap. 3). Borelli desarrolló esta idea, cosa con la que Newton
se hallaba familiarizado (véase Koyié, 1973, parte 3).
16 U LC MS Add. 3968, sección 29, fol. 415v; este texto se publicó por vez
primera en Koyré y Cohén (1962).
17 Este problema se discute en Herivel (1965o) y en Westfall (1971).
11 La expresión «vis centrifuga» aparece en las tres ediciones de los Prin­
cipia.

Suplemento a $ 5 3
1 Este manuscrito se puede datar gracias a un comentario hecho por New­
ton (1959-1977, vol. 3, p. 331) a David Gregory, a quien mostró el MS en
mayo de 1694. Según informa Gregory, se escribió «ante annum 1669 (quo
tempore Auctor D. Newtonus factus cst professor Matheseos Lucasianus)», esto
es, «antes de año 1669 (época en que el autor fue nombrado profesor lucasiano
de matemáticas)». Algunos años antes, el 20 de junio de 1686, Newton aludió
a este MS en una carta a Halley (Newton, 1959-1977, vol. 2, p. 436) como
«uno de mis escritos redactado (no puedo decir en qué año, aunque estoy
seguro de que fue algún tiempo ante de que mantuviese correspondencia alguna
con el señor OIdenburg & que es hace más de quince años)». La primera carta
de OIdenburg a Newton lleva la fecha de 2 de enero de 1671-1672, de modo
que su referencia a «algún tiempo antes» concordaría con la de Gregory «antes
del año 1669». Newton fechó una vez más su MS en otra carta a Halley
(Newton, 1959-1977, vol. 2, p. 445), escrita el 14 de julio de 1686, en la que
hada referencia a «aquel mismo escrito que os dije que habla sido compuesto
Notas 369

algún tiempo antes de hace quince años & que yo pueda recordar se escribió
hace dieciocho o diecinueve años». Esto pondría la fecha de composición en
1667 ó 1668.
La existencia del M S discutido y su significación se anunciaron en Tum-
bull (1953); el M S lo publicó y analizó, junto con otros documentos, A. R. Hall
(1957), H. W. Tumbull en Newton (1959-1977), vol. 1, pp. 297-303, y J . He-
rivel (1965*), capítulo 4 y pp. 192-198. Véase también Newton (1959-1977),
vol. 3, pp. 46-54 para un documento relacionado con cálculos semejantes, tam­
bién publicado y analizado en Herivel (1965*), pp. 183-191.
2 Dado que, según la regla de Galileo, la distancia varía con el cuadrado del
tiempo, la conversión de la distancia por día a la distancia por segundo exige
sucesivas divisiones por 24*. 602 y 602.
2 Tanto en este M S como en una hoja de cálculo relacionada (véase la
nota 1), Newton computa la razón de la fuerza centrífuga de la Tierra respecto
al Sol (debida a su movimiento orbital) con la fuerza centrífuga en la superfi­
cie terrestre sobre el ecuador (debida a su rotación diaria), y asimismo con la
gravedad terrestre.
4 Defendiendo la plausibilidad de la alegación de Newton de haber reali­
zado una prueba lunar en los años sesenta, Herivel (1965*, p. 70) mantiene
que «D e lo contrario no queda más remedio que concluir que Newton no
sólo malinformó tanto a Whiston como a Pemberton, sino que además se in­
ventó la muy circunstancial relación del Portsmouth Draft Memorándum
[i.e., el memorándum escrito para Des Maizeaux en 1718]». Herivel repite
este argumento en la p. 74, concluyendo que «suponer que no tuvo lugar
una genuina prueba lunar durante fes años de la peste, equivale a sostener
un grado de duplicidad por parte de Newton, tanto en una conversación
incidental con Whiston y con Pemberton... como en su relación no publicada
del Portsmouth Draft Memorándum [que] es difícil de creer». Herivel insiste,
no obstante, p. 72, en que Halley podría haber recibido una impresión equi­
vocada por la carta de Newton del 20 de junio de 1686, según la cual «Newton
pensó que su escrito demostraba su temprana familiaridad con la "proporción
duplicada" de la gravitación universal».
Tal y como se señalaba en el apartado $ 5.3, puede haber ocurrido perfec­
tamente que Newton estableciese una comparación mental entre el valor teóri­
co de 3.600 y el valor calculado de más de 4.000, de modo que la explicación
del asunto que Newton dio a Whiston y Pemberton puede no haber sido
tanto un ejemplo de malinformación o duplicidad, cuanto la normal transfor­
mación de fes acontecimientos que se produce en la memoria cuando un punto
de vista posterior se sobrepone a acontecimientos anteriores. Mas no cabe
duda de que el memorándum de D es Maizeaux es con seguridad confundente
y se halla en flagrante contradicción con los hechos en múltiples aspectos. Lo
mismo se puede decir de muchas declaraciones de Newton en la segunda
década del siglo xv m , cuando se hallaba tan profundamente implicado en el
problema de prioridad con Leibniz. En cualquier caso, este memorándum par­
ticular nunca fue publicado por Newton, fue tachado y, por más que hoy día
se publique y discuta profusamente, puede que durante la vida de Newton no
fe viese nadie más que él.
5 Newton no era el único que interpretaba este documento a la luz de sus
descubrimientos posteriores. David Gregory señalaba en 1694 haber visto un
MS que, por su descripción, es el MS que nos ocupa ahora. Gregory dice que
en el MS «se establecen todos fes fundamentos de su filosofía; a saber, la
gravedad de la luna hacia la tierra y de los planetas hacia el sol». Añade que
«de hecho, todo esto... se somete a cálculos» (véase Newton, 1959-1977,
vol. 3, pp. 331-333). Naturalmente, Newton aún no había concebido la gra­
370 Notas

vedad como una fuerza que existe entre el Sol y los planetas; no habla escrito
acerca de una «gravitas planetarum versus soiem» (como dice Gregory), sino
más bien acerca de un «conatus recedendi (planetarum] a solé». Tampoco
había declarado expresamente que habla una «gravitas lunae versus terram»;
no sólo se habla restringido a un «conatus recedendi lunae a centro terrae»,
sino que ni siquiera habla barruntado en el M S que la gravedad terrestre se
pudiese extender a la Luna.

S 5.4
1 Este ejemplar se encuentra en la biblioteca del T r in i» College, con la
signatura NQ.18.36 (véase Whiteside, 1964a, pp. 124 y ss.). Sobre los métodos
de aproximación utilizados en vez de la segunda ley de Kepler y basados, en
primera instancia, en la rotación uniforme de un radio vector en torno al foco
vacío de una órbita planetaria elíptica, véase SS 5 2 y 3.3.
2 Las comunicaciones relativas a la dispersión y composición de la luz blanca
y al nuevo telescopio reflector se publicaron en las Pbilosophical Transacción;
en 1672; se reimprimieron en facsímil, junto con los comentarios que des­
pertaron, en Newton (1958), sección 2, SS 2, 6-16.
3 Hooite a Newton, 24 de noviembre de 1679, Newton (1959-1977), vol. 1,
pp. 297. Sobre este tema, véase Koyré (19526) y Lohne (1960). E l problema
en cuestión resulta interesante. Newton propone una contrastación para demos­
trar que la Tierra posee un movimiento diurno o tota de Oeste a Este. Supone
que inicialmente hay un grave suspendido en el aire que se mueve en torno
con la Tierra, estando siempre situado sobre el mismo punto de la Tierra. Se
deja entonces caer, dice Newton, y «su peso le conferirá un nuevo movimiento
hacia el centro de la tierra, sin dism inuir el viejo de Oeste a Este». Cuando
más distante está el cuerpo de la Tierra en el momento en que se lo deja caer,
mayor será su movimiento de Oeste a Este. Consiguientemente, no descenderá
por un línea recta desde su posición original hasta el centro de la Tierra, «sino
que, adelantando a las partes de la tierra, se precipitará hacia adelante, hacia
el Este». Esto, señala Newton, es «muy contrario a la opinión del vulgo, para
quien, si la tierra se mueve, los graves que caen se verían adelantados por
sus partes, cayendo del lado occidental de la perpendicular». Newton, como
prueba de la rotación de la Tierra, ofrecía un resultado que hoy día obten­
dríamos aplicando el principio de conservación del momento angular; la de­
mostración de la rotación terrestre la ofrece un cuerpo que cae cuando aterriza
delante (según el sentido de la rotación) del lugar desde el que se deja caer,
en lugar de quedarse atrás, puesto que si mi2 u es constante, (■> ha de aumentar
a medida que cae el cuerpo (y decrece r). Aunque el efecto sería necesaria­
mente pequeño en una caída de veinte o treinta metros, Newton pensaba que
se podía nacer el experimento, demostrando este extremo. Desgraciadamente,
también supuso apresuradamente y de modo no del todo correcto que la trayec­
toria del cuerpo en caída (en una Tierra en movimiento) sería una «línea es­
piral» sobre la superficie de la Tierra que, como Hookc señaló en su respuesta,
era «un tipo de espiral que, tras unas cuantas revoluciones, lo dejana [al
cuerpo en caída] en el centro de la Tierra».
* Hooke a Newton, 9 de diciembre de 1679, Newton (1959-1977), vol. 1,
p. 305. Sobre este diagrama, véase Whiteside (1964), p. 132, nota 52, y 19666),
p. 117, nota 10; para un estudio comprensivo de los diagramas de Newton
y su subsiguiente corrupción, véase Lohne (1967).
5 Hooke puede haberse visto perfectamente confundido por el procedimien­
to de Kepler al desarrollar la ley de áreas, tal y como k> describe, por ejemplo,
Wren (véase su declaración en el apartado $ 5 2 , nota 11). Mas Hooke no
Notas 371

sabía evidentemente que Kepler había terminado rechazando la ley de la


velocidad en proporción inversa a la distancia (véase Aitón, 1969).
6 En la proposición 16 se dice que un cuerpo P se mueve en una órbita
en torno a un centro de fuerza S. Esta fuerza varía inversamente al cuadrado
de la distancia SP (nótese que S
está en lugar de Sol y P, de Pla­
neta). Se deja caer una perpendicu­
lar SY sobre la tangente PY a la
elipse en P. Newton demuestra
que si una serie de cuerpos se
mueven en órbitas elípticas y hay
un foco común o centro de fuer­
za S , entonces sus velocidades se
hallarán en una razón compuesta
de tales distancias perpendiculares
(como SY ) inversamente y de los
principales latera recta directa­
mente. Así, en una órbita elíptica
dada, la velocidad en cualquier punto P es inversamente proporcional a la
distancia perpendicular S Y ; esto es, dada la elipse, el principal latus rectum
es fijo.
7 Halley le informó de ello a Newton en una carta del 22 de mayo de 1686
(véase Newton, 1959-1977, vol. 2, pp. 431 y ss.).
8 En su correspondencia con Halley, Newton citó también su «hipótesis»
de 1675, en la que se supone que cualquier cosa que se expanda de un cuerpo
central variará inversamente al cuadrado de la distancia.
9 Estos se discuten más abajo. También es posible que si Newton hubiese
respondido a Hookc, enviándole su propia solución original al problema del
movimiento según las leyes de Kepler, quizá a éste pudiera parccerle que
Newton estaba sencillamente elaborando las consecuencias matemáticas de la
sugerencia de Hooke. Puede verse lo plausible de que así fuese en una carta
escrita por Newton cuando se enteró de que Hooke había planteado la cues­
tión de prioridad por lo que atañe a la invención de la fuerza inversa del
cuadrado, «pretendiendo que lo he tomado todo de él». Newton dijo que
Hooke «nada ha hecho & sin embargo [ha] escrito como si él lo supiese todo
y lo hubiese intuido suficientemente todo, excepto lo que quedaba para ser
determinado mediante la rutina de los cálculos & observaciones... Qué bonito,
¿no? Resulta que los matemáticos que hacen los descubrimientos, establecen
las cosas & hacen todo el negocio han de contentarse con ser simples calcula­
dores & peones & otro que no hace nada, si no es alardear y usurpar todo,
ha de llevarse toda la invención, tanto de los que lo siguen como de los que
lo preceden» (Newton a Halley, 20 de junio de 1686; Newton, 1959-1977,
vol. 2, p. 438). Sobre Hooke y Newton y su correspondencia en 1679-1680,
véase (además de las obras citadas en la nota 3) Patterson (1949, 1950) y
Whiteside (1964a), pp. 131-137.
10 En unos cuantos documentos autobiográficos, Newton fechó su «de­
mostración de las proposiciones astronómicas de Kepler, a saber, que los
planetas se mueven en elipses» en «1679», a finales del año 1679 («anno 1679
ad finem vergente»); mas también (y equivocadamente) puso su descubrimien­
to «en el invierno entre los años 1676 & 1677». Lo más probable es que
hallase esta demostración en el invierno entre 1679 y 1680, algunos años antes
de la famosa visita de Halley en 1684, que se discute más abajo. Unas cuan­
tas declaraciones de Newton similares se recogen en Cohén (1971), suplemen­
to 1, procedentes en gran parte de los M S de Newton.
372 Notas

u Estas cartas se publican en Newton (1939-1977), vol. 1; véase además


Baily (1835).
a Kepler creía que los cometas se mueven en líneas rectas (al menos en
la mayor parte de sus órbitas), aunque con velocidades no uniformes (véase
Ruffner, 1966, 1971). Newton empleó la hipótesis simplificada de Wren de un
movimiento cometario uniforme y rectilíneo (véase Newton, 1967-, vol. 5,
p. 299, nota 400).
U Véase la edición de D. T. Whiteside de las lecciones de álgebra en New­
ton (1967-), vol. 5, pp. 210 y ss.; c ibid., pp. 298 y ss.
14 Véase Newton (1959-1977), vol. 2, pp. 387-393. L a información de Br
se enviaba a través de cartas a Flamsteed. Sus datos se hallan recogidos en los
Principia bajo «Boston» en lugar de bajo su nombre; también aparece come
«observador en Nova-Anglia». En los Principia, el ejemplo de cometas más
importante de los que se discuten es el del cometa de 1680.

S 53
« U LC MS Add 3968, fol. 101; véase Cohén (1971), suplemento 1, p. 293
Ha de observarse que Newtdn señala que, antes de su intercambio epistolai
con Hooke en los años 1679-1680, había inferido de la tercera ley de Keplei
que la fuerza solar que mantiene a los planetas en sus órbitas ha de dismi
nuir como el cuadrado de la distancia (véase $ 5.3), habiendo hallado ahors
que una fuerza central sería condición suficiente de la ley de áreas (como er
la proposición 1, libro primero de los Principia).
2 Naturalmente, Newton no podía estar seguro de cuándo había halladc
Huygens la ley de la fuerza centrifuga. Su afirmación de que Huygens podríi
tener prioridad posee un matiz de «resentimiento» por admitir que probable
mente Huygens se le adelantase en el hallazgo de la medida de la «v is een
trifuga», pero como no está seguro, sigue insistiendo en que él lo ha hecht
independientemente (como es realmente el caso). Sobre el descubrimiento tem
prano por parte de Newton de la ley de la fuerza centrífuga, véase $ 5.3.
2 La fuerza centrífuga y su ley se proclamó en «D e vi centrifuga ex moti
circulan theoremata» [teoremas sobre la fuerza centrífuga del movimienu
circular), en Huygens (1673), pp. 159-161; también en Huygens (1888-1950)
vol. 6, pp. 315-318; vol. 18, pp. 366-368. En el teorema 3, Huygens alude i
la «v is centrifuga».
4 Para detalles, véase Westfall (1971).
2 Sobre este tema, véase Whiteside (19646). Véase también una serii
de cartas en N aiure escritas por Whiteside (volumen 248, 19 de abril de 1974
p. 635); por J . W. Herivel (ibid.Y, y una réplica de I. B. Cohén (vol. 250, 1!
de julio de 1974, p. 180). Ya se ha mencionado que, no obstante, por lo qu<
respecta a la tercera ley, en las notas al tratado de Wing sobre astronomí
Newton (c. 1670) rechaza la tercera ley de Kepler en cuanto descripción obsci
vacionalmente exacta de los fenómenos planetarios.
4 Supongo aquí, como anteriormente, que el significado de la ley de área
puede que se le haya aparecido a Newton en el transcurso de sus esfuerzos coi
el problema del movimiento planetario en órbitas elípticas, según una fuetz
centrípeta que actúa sobre un cuerpo con movimiento inercial, variando es
fuerza como el inverso del cuadrado de la distancia. En otras palabras, el pit
blema que le propuso Hooke. N o hay pruebas de ningún tipo relativas a lo
procesos de pensamiento efectivos por lo que Newton alcanzó la revelaciói
que cambió completamente el curso de su pensamiento acerca de la dinámic
celeste, si bien el propio Newton dijo que el carácter general de la ley keph
riana de áreas se le ocurrió como respuesta al estímulo intelectual de Hooke «
Notas 373

finales del año 1679». Que sepamos, casi todos los estudiosos de Newton
(R. S. Westfall es una notable excepción) concuerdan ahora en que el modo
en que Ncwton realizó su gran descubrimiento respecto a las órbitas elípticas
y la ley inversa del cuadrado siguió más o menos la serie de pasos ilustrada
tanto en el tratado D e m ola como en las secciones 2 y 3 del primer libro
de los Principia.
7 En la proposición 3 de los Principia, los resultados se extienden a un
centro de fuerza móvil.
* Véase la nota 1. La otra ley de Kepler a la que se refiere Newton es la
ley armónica; dicha ley, en combinación con la ley de la fuerza centrífuga,
condujo a Newton a la idea de una fuerza solar inversa del cuadrado, supo­
niendo órbitas planetarias circulares.
9 En la afirmación autobiográfica que se acaba de citar, sin embargo, New­
ton menciona a Kepler como el originador de las órbitas elípticas (véase tam­
bién la nota 11).
10 Del «Memorándum relativo a Sir Isaac Newton que me ha dado el señor
Abraham Remoivre en N oviem bre] de 1727» de John Conduitt; este manus­
crito, anteriormente en posesión del señor Joseph Halle Schaffner, se encuen­
tra ahora en la Biblioteca de la Universidad de Chicago. Hay una transcripción
del siglo xix, debida a H. R. Luard, que se conserva en la Biblioteca Univer­
sitaria de Cambridge (M S Add. 4007, fols. 706 y $s.). La parte relativa a los
Principia se publica entera en Cohén (1971), pp. 297 y ss.
11 En el tratado D e motu (véase el apartado $ 4.4, nota 12), Newton atri­
buía a Kepler tanto la ley de las órbitas elípticas como la ley de áreas (escolio
siguiente a la proposición 3), si bien dice que eso era «como Kepler suponía»
(«ut supposuit Keplerus») (véase el apartado $ 3.6). En una carta a Halley
del 20 de junio de 1686, Newton señalaba que él mismo había concluido que
la «causa de la gravedad hacia la tierra, el sol y los planetas» ha de seguir la
ley del inverso del cuadrado. A continuación añadía: «M as, aun concediendo
haberla recibido del señor Hook, con todo tengo tanto derecho a ella como a
la elipse, pues por más que Kepler supiese que la órbita no era circular sino
oval & conjeturase que era elíptica, así, el señor Hook, sin conocer lo que yo
he descubierto después de sus cartas, solamente puede saber que la proporción
era duplicada quam próxim a [muy aproximadamente] a grandes distancias del
centro. & conjeturaba que era así exactamente & conjeturaba erróneamente al
extender dicha proporción hasta el mismo centro, mientras que Kepler conje­
turó correctamente la elipse. Y de esta suerte, el señor Hook descubrió menos
de la proporción que Kepler de la elipse». Lo que Newton «halló» fue al
parecer que una esfera uniforme (o una esfera compuesta de capas concéntricas
uniformes) gravita como si toda esa masa estuviese concentrada en el centro
(véase Newton, 1939-1977, vol. 2, pp. 436 y ss.).
12 Una interpretación totalmente distinta del enfoque newtoniano de
la física de las fuerzas aparece en Westfall (1971), especialmente en la pá­
gina 377. Se dice allí que «lo que Newton proponía era una adición a la
ontología de la naturaleza». Westfall arguye que «la condición ontológica
última de las fuerzas en la concepción de Newton de la naturaleza es un pro­
blema complejo y complicado. En sus escritos publicados, decidió no aludir
más que indirectamente a su verdadera opinión, tal y como yo la entiendo,
siendo necesario consultar sus manuscritos no publicados para comprender lo
que quiere decir. Por lo que respecta a las obras publicadas, y sobre todo por
lo que atañe a las herramientas conceptuales que utilizaba en las discusiones
científicas, trataba a las fuerzas como entidades realmente existentes».
u E l argumento de Westfall (véase la nota 12 y Westfall, 1971, p. 377)
parecía aplicarse incuestionablemente a las partículas o fuerzas de alcance
374 Notas

cono, si no necesariamente a las fuerzas de largo alcance de los cuerpos ma­


croscópicos (como la gravitación universal). Sobre las relaciones entre ambos
tipos de fuerzas, véase la nota 13.
14 Este extremo ha surgido gradas a los sedentes estudios de Westfall,
Dobbs y Figala.
15 A este respecto es imponan te sefialar que, en los Principia, Newton va
más allá de la simple consideración de analogía y existencia en el tratamiento
de las relaciones entre las fuerzas de las particulré y las fuerzas de los cuerpos
que tales panículas forman. En su tratamiento del problema (secdón 12, libro
primero), nos muestra su espíritu extraordinariamente creador. E s capaz
de demostrar mediante el recurso al rigor de las matemáticas (y no por analo­
gía) que en los «d os principales casos de atracción», los cuerpos macroscópicos
ejercerán «fuerzas centrípetas [que] observan la misma ley de aumento o
disminución en el alejamiento del centro que las fuerzas de las propias partícu­
las». Estos dos casos son el cuadrado de la distanda inversamente y la distancia
directamente, los dos únicos que se dan en la naturaleza. E l primero se refiere
a la atracción ejerdda sobre un cuerpo o partícula exterior por una esfera
homogénea o una capa esférica homogénea (o una esfera compuesta por capas
concéntricas homogéneas), y el segundo se refiere a la atracción ejerdda por
una esfera sólida y homogénea sobre una partícula interna. Resulta «muy
notable», como señala Newton, que esto sea derto de los «dos casos prin­
cipales de atracdón».
En la proposidón 8 del tercer libro, considera dos esferas que gravitan
una hacia la otra (en las que «la materia de los lugares equivalentes a ambos
lados de los centros es similar») y demuestra que el «peso» de una hada otra
será inversamente como el cuadrado de la distanda entre sus centros. H e aquí
lo que dice:
«Después de descubrir que la fuerza de gravedad hada todo un planeta
surgía de y estaba compuesta por las fuerzas de gravedad hada todas sus
partes, siendo hacia cada parte individual como el inverso d d cuadrado de la
distancia a dicha parte, seguía aún con la duda de si la proporción inversa d d
cuadrado se aplicaba exactamente o sólo aproximadamente a la fuerza total
compuesta de tantas fuerzas parciales. En efecto, podría ocurrir perfectamente
que esa proporción, que es lo bastante exacta a más grandes distancias, pu­
diese no ser nada verdadera cerca de la superficie d d planeta, donde las
distancias a las partículas son desiguales y su posición relativa disimilar. Con
ayuda de las proposiciones 75 y 76 d d primer libro y sus corolarios, me
convencí finalmente de la verdad de la proposición que tenemos ante nosotros».
Creo que con este ejemplo podemos ver cómo, sirviéndose Newton de
una demostración matemática estricta, habría de proceder a asociar las fuerzas
de las partículas, matemáticamente especificadas, a las fuerzas más percepti­
bles de los cuerpos macroscópicos. Consiguientemente, yo consideraría que los
Principia y la dinámica de los cuerpos macroscópicos conducen a Newton en
la dirección de una teoría de la materia exacta o matemática, un aspecto de la
ciencia exacta newtoniana que es independiente o al menos complementaria
de las conjeturas acerca de si las anteriores consideraciones de fuerzas de
partículas de rango corto pueden haber tenido o no algún efecto creativo
sobre el concepto de gravitación universal y sobre la ciencia de los Principia.
16 Las declaraciones más positivas de Newton por lo que atañe a la ex
tencia de fuerzas de partículas se hallan en general en las cuestiones publicadas
de la O ptica y en sus borradores y versiones manuscritas. Estas cuestiones
adoptan la forma de preguntas retóricas negativas, tales como (cuestión 31):
«¿Acaso las pequeñas partículas de los cuerpos no tienen ciertos poderes, virtu­
des o fuerzas, mediante las cuales atraen a distancia...?»
Notas 375

17 Esto es, no se desarrollan con el estilo newtoniano de los Principia.


18 La asociación de fuerzas con partículas representaba un paso radical
que iba en contra de los cánones de la filosofía aceptable, como muy bien sabía
Newton. En los MS, Newton se ocupa de la posible dualidad: la fuerza de la
gravedad («por la que los grandes cuerpos se atraen unos a otros a grandes
distancias») y «cienos tipos de fuerza por los que los cuerpos diminutos se
atraen o repelen entre sí a pequeñas distancias». Dice:
«E n mis Principios Matemáticos de la Filosofía, he demostrado para satis­
facción de mis lectores de qué modo los grandes cuerpos del sol, la luna & los
planetas gravitan unos hacia otros, cuáles son las leyes & cantidades de sus
fuerzas gravitatorias a todas las distancias de ellos & cómo todos los movi­
mientos de dichos cuerpos se regulan mediante esas sus gravedades. Y si la
naturaleza es simplicfsima & plenamente consonante consigo misma, observa
el mismo método en la regulación de los movimientos de los cuerpos menores
que el que utiliza para la regulación de los mayores. Al ser este principio de
la naturaleza algo muy alejado de la concepción de los filósofos, evité descri­
birlo en ese Libro, no fuese que se tuviese por una extravagante monstruosi­
dad & despertase los prejuicios de mis lectores contra todas aquellas cosas
que constituían el objetivo fundamental del libro. Sin embargo, ya lo sugería
yo en él, tanto en el Prefacio como en el propio libro, donde hablaba de la
inflexión de la luz & del poder elástico del aire, aunque al estar asegurado el
propósito de ese libro por la aprobación de los matemáticos, no he tenido
escrúpulos en proponer ese principio expresamente. No afirmo la verdad de
esta hipótesis, pues no puedo demostrarla, mas la creo muy probable dado que
una gran parte de los fenómenos de la naturaleza se siguen fácilmente de ella,
pareciendo de otro modo inexplicables. Tal ocurre con las soluciones químicas,
las precipitaciones, las filtraciones, ...las volatilizaciones, las fijaciones, las
rarefacciones, las condensaciones, las uniones, las separaciones, las fermenta­
ciones, la cohesión, la textura, la fluidez y la porosidad de los cuerpos, la
rareza te elasticidad del aire, las reflexiones y refracciones de la luz, la rareza
del aire en tubos de vidrio & la ascensión en ellos de agua, la miscibilidad de
algunos cuerpos & la inmiscibilidad de otros, la concepción y durabilidad del
calor, la emisión te extinción de la luz, la generación y destrucción del aire,
la naturaleza del fuego y la llama, el resorte o elasticidad de los cuerpos duros».
(Cita del U LC M S Add. 3970.3, fol. 338.)
17 O de que resista al esfuerzo de una fuerza externa por cambiar su es­
tado.
20 En Westfall (1971) se adopta un punto de vista muy diferente.
21 Recuerdo al lector que la transformación fue múltiple y compleja. New­
ton partió de un concepto aristotélico tradicional de «vis insita» que utilizó
de manera completamente novedosa. A continuación hizo corresponder esa
«vis insita» con una «vis inertiae» de la materia que se había inventado. La
«inertia materiae» de Kepler es una propiedad de los cuerpos que los pone
en reposo siempre que deja de actuar la fuerza motriz, siendo transformada por
Newton de manera que contenga a los cuerpos en su estado de movimiento o
reposo (véase el apartado $ 4.5. así como Cohén, 1972). Luego, esta nueva
«inercia» se acopló a un tipo especial de «fuerza» interna («vis insita») que
se convertiría en la «vis inertiae», injertada en la «ley» de inercia cartesiana.
Dado que esta «vis insita» o «vis inertiae» no cambia el estado de movi­
miento o reposo de un cuerpo, y no afecta a otros cuerpos (o partículas), como
ocurriría con las fuerzas de cohesión, atracción o repulsión, es una «fuerza» de
tipo «no-fuerza». En cualquier caso, realmente no produce ninguna distorsión
en el pensamiento newtoniano traducir su «vis inertiae» por «inercia».
22 Véase el apartado $ 4.5; para detalles, véase Westfall (1971).
374 Notas

cono, si no necesariamente a las fuerzas de largo alcance de los cuerpos ma­


croscópicos (como la gravitación universal). Sobre las relaciones entre ambos
tipos de fuerzas, véase la nota 13.
M Este extremo ha surgido gracias a los recientes estudios de Westfall,
Dobbs y Figala.
15 A este respecto es importante señalar que, en los Principia, Newton
m is allá de la simple consideración de analogía y existencia en el tratamiento
de las relaciones entre las fuerzas de las partículas y las fuerzas de los cuerpos
que tales panículas forman. En su tratamiento del problema (sección 12, libro
primero), nos muestra su espíritu extraordinariamente creador. Es capaz
de demostrar mediante el recurso al rigor de las matemáticas (y no por analo­
gía) que en los «dos principales casos de atracción», los cuerpos macroscópicos
ejercerán «fuerzas centrípetas [que] observan la misma ley de aumento o
disminución en el alejamiento del centro que las fuerzas de las propias partícu­
las». Estos dos casos son el cuadrado de la distancia inversamente y la distancia
directamente, los dos únicos que se dan en la naturaleza. El primero se refiere
a la atracción ejercida sobre un cuerpo o partícula exterior por una esfera
homogénea o una capa esférica homogénea (o una esfera compuesta por capas
concéntricas homogéneas), y el segundo se refiere a la atracción ejercida por
una esfera sólida y homogénea sobre una partícula interna. Resulta «muy
notable», como señala Newton, que esto sea cierto de los «dos casos prin­
cipales de atracción».
En la proposición 8 del tercer libro, considera dos esferas que gravitan
una hacia Í8 otra (en las que «la materia de los lugares equivalentes a ambos
lados de los centros es similar») y demuestra que el «peso» de una hacia otra -
será inversamente como el cuadrado de la distancia entre sus centros. H e aquí
lo que dice:
«Después de descubrir que la fuerza de gravedad hada todo un planeta
surgía de y estaba compuesta por las fuerzas de gravedad hada todas sus
partes, siendo hada cada parte individual como el inverso del cuadrado de la
distanda a dicha parte, seguía aún con la duda de si la proporción inversa del
cuadrado se aplicaba exactamente o sólo aproximadamente a la fuerza total
compuesta de tantas fuerzas parciales. En efecto, podría ocurrir perfectamente
que esa proporción, que es lo bastante exacta a más grandes distancias, pu­
diese no ser nada verdadera cerca de la superfide del planeta, donde las
distandas a las partículas son desiguales y su posición tdativa disimilar. Con
ayuda de las proposidones 75 y 76 del primer libro y sus corolarios, me
convend finalmente de la verdad de la proposidón que tenemos ante nosotros*.
Creo que con este ejemplo podemos ver cómo, sirviéndose Newton de
una demostración matemática estricta, habría de proceder a asociar las fuerzas
de las partículas, matemáticamente especificadas, a las fuerzas más percepti­
bles de los cuerpos macroscópicos. Consiguientemente, yo consideraría que los
Principia y la dinámica de los cuerpos macroscópicos conducen a Newton en
la dirección de una teoría de la materia exacta o matemática, un aspecto de la
cienda exacta newtoniana que es independiente o al menos complementaria
de las conjeturas acerca de si las anteriores consideradones de fuerzas de
partículas de rango corto pueden haber tenido o no algún efecto creativo
sobre el concepto de gravitación universal y sobre la cienda de los Principia.
16 Las declaraciones más positivas de Newton por lo que atañe a la ex
tenda de fuerzas de partículas se hallan en general en las cuestiones publicadas
de la O ptica y en sus borradores y versiones manuscritas. Estas cuestiones
adoptan la forma de preguntas retóricas negativas, tales como (cuestión 31):
«¿Acaso las pequeñas partículas de los cuerpos no tienen ciertos poderes, virtu­
des o fuerzas, mediante las cuales atraen a distancia...?»
Notas 375

17 Esto es, no se desarrollan con el estilo newtoniano de los Principia.


I* La asociación de fuerzas con partículas representaba un paso radical
que iba en contra de los cánones de la filosofía aceptable, como muy bien sabía
Newton. En los MS, Newton se ocupa de la posible dualidad: la fuerza de la
gravedad («por la que los grandes cuerpos se atraen unos a otros a grandes
distancias») y «ciertos tipos de fuerza por ios que los cuerpos diminutos se
atiacB o repelen entre sí a pequeñas distancias». Dice:
«En mis Principios Matemáticos de la Filosofía, he demostrado para satis­
facción de mis lectores de qué modo los grandes cuerpos del sol, la luna & los
planetas gravitan unos hacia otros, cuáles son las leyes & cantidades de sus
fuerzas gravitatorias a todas las distancias de ellos & cómo todos los movi­
mientos de dichos cuerpos se regulan mediante esas sus gravedades. Y si la
naturaleza es simplicísima & plenamente consonante consigo misma, observa
el mismo método en la regulación de los movimientos de los cuerpos menores
que el que utiliza para la regulación de los mayores. Al ser este principio de
la naturaleza algo muy alejado de la concepción de los filósofos, evité descri­
birlo en ese Libro, no fuese que se tuviese por una extravagante monstruosi­
dad & despertase los prejuicios de mis lectores contra todas aquellas cosas
que constituían el objetivo fundamental del libro. Sin embargo, ya lo sugería
yo en él, tanto en el Prefacio como en el propio libro, donde hablaba de la
inflexión de la luz & del poder elástico del aire, aunque al estar asegurado el
propósito de ese libro por la aprobación de los matemáticos, no he tenido
escrúpulos en proponer ese principio expresamente. N o afirmo la verdad de
esta hipótesis, pues no puedo demostrarla, mas la creo muy probable dado que
una gran parte de los fenómenos de la naturaleza se siguen fácilmente de ella,
pareciendo de otro modo inexplicables. Tal ocurre con las soluciones químicas,
las precipitaciones, las filtraciones, ...las volatilizaciones, las fijaciones, las
rarefacciones, las condensaciones, las uniones, las separaciones, las fermenta­
ciones, la cohesión, la textura, la fluidez y la porosidad de los cuerpos, la
rareza & elasticidad del aire, las reflexiones y refracciones de la luz, la rareza
del aire en tubos de vidrio & la ascensión en ellos de agua, la miscibilidad de
algunos cuerpos & la inmiscibilidad de otros, la concepción y durabilidad del
calor, la emisión fie extinción de la luz, la generación y destrucción del aire,
la naturaleza del fuego y la llama, el resorte o elasticidad de los cuerpos duros».
(G ta del U LC M S Add. 3970.3, fol. 338.)
19 O de que resista al esfuerzo de una fuerza externa por cambiar su es­
tado.
20 En Westfall (1971) se adopta un punto de vista muy diferente.
21 Recuerdo al lector que la transformación fue múltiple y compleja. New­
ton partió de un concepto aristotélico tradicional de «v is insita» que utilizó
de manera completamente novedosa. A continuación hizo corresponder esa
«vis insita» con una «vis inertiae» de la materia que se había inventado. La
«inertia materiae» de Kepler es una propiedad de los cuerpos que los pone
en reposo siempre que deja de actuar la fuerza motriz, siendo transformada por
Newton de manera que contenga a los cuerpos en su estado de movimiento o
reposo (véase el apartado $ 4.5. así como Cohén, 1972). Luego, esta nueva
«inercia» se acopló a un tipo especial de «fuerza» interna («vis insita») que
se convertiría en la «vis inertiae», injertada en la «ley» de inercia cartesiana.
Dado que esta «vis insita» o «vis inertiae» no cambia el estado de movi­
miento o reposo de un cuerpo, y no afecta a otros cuerpos (o partículas), como
ocurriría con las fuerzas de cohesión, atracción o repulsión, es una «fuerza» de
tipo «no-fuerza». En cualquier caso, realmente no produce ninguna distorsión
en el pensamiento newtoniano traducir su «vis inertiae» por «inercia».
22 Véase el apartado S 4,5; para detalles, véase Westfall (1971).
376 Notas

a Desde el punto de vista aquí expuesto, el ingrediente principal que per­


mitió a Newton avanzar con tan increíble velocidad hacia la resolución del
problema del movimiento planetario, de acuerdo con las leyes de Keplet, pa­
sando luego a la mecánica celeste basada en la gravitación universal mutua­
mente actuante, fue la capacidad de reducir las complejas situaciones físicas de
la naturaleza a sistemas o constructos sencillos a los que podía aplicar técnicas
matemáticas. Dichos constructos o sistemas eran «matemáticos» en dos sentidos.
En primer lugar, constaban de una serie de condiciones que en general podían
expresarse en términos de relaciones matemáticas a las que se podrían aplicar
los métodos matemáticos tanto tradicionales como nuevos. En segundo lugar,
eran «matemáticos» porque (parafraseando las propias palabras de Newton), en
esa etapa de su investigación, no se planteaba problema alguno relativo a la
naturaleza de las fuerzas, su modo de acción o incluso su posible existencia. El
éxito de este «estilo newtoniano» es evidente en todos los libros de los Prin­
cipia, exponiéndose aquí en los capítulos 3 y 5. Al partir de sistemas o cons­
tructos más sencillos que la realidad física, a los que podía aplicar sus técnicas
matemáticas, Newton evitó verse prematuramente atrapado en problemas meta-
flsicos, o al menos meta-científicos, acerca de la naturaleza de las fuerzas,
dejando todos los interrogantes relativos a la naturaleza de las fuerzas para el
final de la investigación, cuando ya no podrían postergarse por más tiempo.
Westfall (1971), especialmente las pp. 377 y ss., subrayaría más bien el
«significado de la reorientación» de la «filosofía de la naturaleza» de Newton,
«emprendida... en torno a 1679», como ya se ha señalado en múltiples ocasio­
nes. Westfall, en particular, conectaría esta nueva dirección de la filosofía de
Newton con un experimento que ha «fechado tentativamente en torno a 1679»,
en el que Newton muestra esencialmente que la comparación de la resistencia
del aire al movimiento de un péndulo con un peso vado y con uno lleno de
metal no es compatible con la hipótesis de un éter que todo lo penetra.
Consiguientemente, Newton habría dirigido su atención hada la realidad de
las fuerzas, diminando al éter, junto con sus posibilidades de explicar todas las
acdones de la naturaleza en términos de las categorías tradicionales de la «filo­
sofía mecánica»: materia (con sus características de tamaño, forma y solidez)
y movimiento. Newton habría introducido entonces las fuerzas de atracción y
repulsión en la entonces aceptada realidad física de las partículas materiales
y movimiento. Esta «adidón a la ontología de la naturaleza», como señala
Westfall (p. 377), no resulta fácil de percibir en los escritos publicados de
Newton, dado que (citando a Westfall) «deddió no aludir más que indirecta­
mente a su verdadera opinión, tal y como yo la entiendo, siendo necesario
consultar sus manuscritos no publicados para comprender lo que quiere decir».
No deseo minimizar la importancia de lo señalado por Westfall, mas pien­
so que el experimento del péndulo en cuestión difícilmente se hubiera podido
realizar en 1679 por varias razones (cuyos detalles se presentan en las no­
tas 16-17 del apartado $ 3.8). Además, como he mencionado en otro lugar de
este libro, incluso en los escritos no publicados de Newton se tiende a intro­
ducir el tema de tales fuerzas de panículas con cierta cautela más bien que
con certeza. También (como se señaló en el apartado $ 5.4) hay un pro­
blema fundamental de considerable dificultad matemática que Newton tendría
que resolver para poder pasar con facilidad de la escala de las atracciones de
panículas a las atracciones de cuerpos macroscópicos. Newton no demostró,
hasta que estuvo escribiendo los Principia, que sólo si la fuerza de atracción
varía inversamente con el cuadrado de la distancia o directamente con la dis­
tancia, la suma de las atracciones de las partículas (i.e., la atracción del cuerpo
compuesto por dichas partículas, tomado como un todo) sigue la misma ley
que la de las panículas mismas. Además, sólo si la fuerza varía inversamente
Notas 377

como el cuadrado de la distancia o directamente como la distancia atraerá una


capa esférica, homogénea y delgada como si toda su masa se hallase concentrada
en su centro geométrico.
Aunque soy consciente de la importancia de que Newton fuese capaz de
considerar las fuerzas como si fuesen reales, me parece que también era absolu­
tamente necesario que pudiese pensar en términos de sistemas matemáticos y
constructos imaginados, a la manera que he descrito en el capítulo 3 e ilustrado
una vez más en el capítulo 5 en relación con el estilo newtoniano. Quizá
Newton no hubiera podido tener éxito en su manera de pensar acerca de las
matemáticas en relación con los problemas físicos si no hubiera comenzado a
considerar seriamente la posible realidad de las fuerzas centrípetas. N o obs­
tante, pienso que cualquier lectura seria de los escritos dinámicos de Newton,
especialmente los Principia, mostraría que, sea lo que sea lo que haya creído
de las fuerzas y su posible realidad última, nunca habría logrado la grandeza
de su dinámica celeste si no hubiese sido capaz de aplicar las matemáticas a
la física de la naturaleza al estilo newtoniano.

$ 5.6

1 Esta versión se publicó en Rigaud (1838).


2 El opúsculo De motu (véase el apartado S 4.5, nota 22) es muy corto,
ocupando unas veinte páginas; el contraste tiene especialmente sentido si se
limita la atención a las secciones 2 y 3 del primer libro de los Principia, que
resultan de longitud comparable y tratan de temas similares.
3 En un ejemplar personal de Newton con hojas intercaladas de la primera
edición, así como en un ejemplar personal anotado, añadió las letras L y T para
designar al cuerpo (L ) que se mueve en torno a otros cuerpos (T ); eso ocurre
no sólo en la proposición misma, sino también en sus cuatro corolarios. La
corrección se introdujo consiguientemente en las ediciones segunda y tercera.
Evidentemente, Newton quería alertar lo antes posible a sus lectores de que,
a pesar de la generalidad y abstracción, su objetivo era explicar la filosofía
natural y en especial los fenómenos de nuestro sistema solar. Estas letras
habrían de recordar al lector (en latín) el problema astronómico de la Luna
moviéndose en torno a la Terra, a su vez en movimiento (véase Newton, 1972).
4 En los Principia, aunque no en el De motu, Newton añade a la propo­
sición 1 que las áreas proporcionales a los tiempos de descripción están todas
en un mismo plano.
3 En los Principia, los corolarios son más numerosos; en la segunda edición
(1713) y en el ejemplar personal de Newton de la primera edición (en una
nota aproximadamente de 1691), la razón de la velocidad (V ) con el radio (R)
se generaliza a cualquier potencia n, de modo que si el tiempo periódico es
como R " y consiguientemente la velocidad es como 1 / R "-1, la fuerza centrí­
peta será como 1 / R(2n_1); y a la inversa. Esta generalización era al parecer
el resultado de una sugerencia debida a N . Fatio de Duillier (véase Cohén,
1971, capítulo 7, sección 9).
4 Sin embargo, en los Principia, las aplicaciones a la astronomía aparecen
separadamente en el libro tercero, «E l sistema del mundo».
7 Véase Whitcside (19706), especialmente pp. 122 y ss. La medida de
Newton de la fuerza centrípeta depende de la ley de áreas básica. Considérese
el movimiento de un cuerpo (una partícula o masa puntual) en una órbita
uno de cuyos arcos indefinidamente pequeños, PQ, se atraviesa en el tiempo
dt; sea S el centro fijo de la fuerza centrípeta. Entonces, durante este tiempo
indefinidamente pequeño, dt, la fuerza habrá producido una desviación total
378 Notas

RQ respecto a la que habría sido su trayectoria inercia! rectilínea a lo largo de


la tangente P R a la curva en el punto P. Esta desviación se calcula mediante
la segunda ley del movimiento y la regla galileana RQ = Vi / • dt2. Mas, dado
que la fuerza se dirige a un centro, la ley de áreas debe aplicarse, de manera

que dt es proporcional al sector focal o central SPQ , que es igual a un medio


de la altura (QT, trazada perpendicularmente a SP ) por la base (SP ), o
Vi SP ■ QT. Se sigue, pues, que RQ / • SP1 • QT2 o que j « [RQ / (SP 2 •
• QT2)], una medida de la fuerza que resulta exacta si RQ / (SP1 ■ Q T2) es el
valor que esta magnitud (proposición 6, corolario 1 del libro primero) «termina
adquiriendo cuando los puntos P y Ó coinciden»; esto es, el límite de esta
razón a medida que Q llega a coincidir con P.
Esta medida permite a Newton resolver un número de problemas (propo­
siciones 7-13), incluyendo el cómputo de la fuerza mediante la cual ( l ) un
cuerpo en una órbita circular posee una fuerza dirigida a un punto del círcu­
lo, (2) un cuerpo que se mueve en una espiral equiángulas o logarítmica tiene
una fuerza dirigida hacia su polo, y (3) un cuerpo que se mueve en una sección
cónica posee una fuerza dirijida sea a su centro, sea a un foco.
Al formular esta medida, Newton supone que la desviación RQ es una
línea recta paralela a SP , más bien que una curva, de modo que se considera
que la fuerza es constante en magnitud y dirección, una suposición justificada
por el hecho de que el arco PQ es, según se dice, indefinidamente pequeño
(es, usando la expresión de Newton, «naciente en este momento»); lo que es
otra manera de decir que el resultado sólo es válido en el límite. Además, el
área del sector focal SPQ se computa como si fuese un triángulo rectilíneo, o
como si la cuerda Q T pudiese tomarse en lugar del arco QP, lo que una vez
más (como ya ha demostrado Newton) es verdad en el límite. Por otro lado,
D . T. Whiteside ha mostrado que la desviación QR es de «magnitud infinite
simal de segundo orden», de manera que no se introduce ningún error real por
considerar que se trata de una línea recta paralela a SP , en lugar de ser una
curva. La segunda ley del movimiento, / °c mA, se puede utilizar porque la
masa se puede tomar como unidad (para una masa puntual) o se puede con'
siderar absorbida en la constante de proporcionalidad, por lo que / se pueda
sustituir por A (como en la «medición acelerativa» newtoniana de una fuerza,
según la definición 7).
* Se exponen en Herivel (1965a), pp. 294-303; también en Hall & Hal
(1962) y en Newton (1967-), vol. 6.
9 Herivel (1965a), p. 294. Entre los «avances conceptuales del pensamientc
dinámico de Newton» que se encuentran en las correcciones del D e moto
original, Herivel señala especialmente «el cambio de condición de la ley del
paralelogramo, que pasa de ser una hipótesis... a ser un lema derivado».
10 Una «línea» es la duodécima parte de una pulgada [2,1 trun].
Notas 379

11 Este asombroso acuerdo entre teoría y observación ha sido la fuente de


la sospecha de que Newton pudo haber «guisado» o «manipulado» sus datos
(véase Westfall, 1973).
u Hcrivel (1965«), p. 302. Se ha de señalar que en este enunciado Newton
no identifica explícitamente (con estas palabras) las fuerzas centrípetas que
actúan sobre la Luna con la gravedad. También es consciente de «que la gra­
vedad disminuye con el aumento de nuestra distancia al centro de la tierra»
(tal y como muestra «el movimiento de los relojes de péndulo en las cumbres
de las montañas elevadas, donde es más lento que en los valles»), aunque
dice que la proporción de este cambio de gravedad «aún no se ha observado».
13 Véase la documentada discusión sobre este punto de Whiteside en
Newton (1967-), vol. 6, pp. 58-59, nota 79; pp. 81-85; pp. 481-507. Al parecer,
Newton empleaba una «técnica rectilínea modificada» para aproximar «la
trayectoria curva» del com ea de 1680-1681, en un fecha tan urdía como
1685.
14 Empleando la aproximación «parabólica», no se pueden hallar, natural­
mente, todos los elementos de la órbita del com ea; por ejemplo, no se puede
hallar el eje mayor.
15 Fue el primer astrónomo que lo hizo.
16 No tenemos forma de datar este esudio del pensamiento de Newton.
Para la época en que escribió los dos añadidos al D e motu, era consciente de
que el Sol ejerce una fuerza inversa del cuadrado sobre planeas y cometas,
así como hacen los p lan eas con sus satélites, que los planetas pueden ejercer
fuerzas unos sobre otros, que la fuerza ejercida por la Tierra sobre la Luna
concuerda con una disminución de la gravedad terrestre coincidente con la
ley del inverso del cuadrado, y que las mencionadas fuerzas de atracción son
mutuas. ¿Cuándo ocurrió?
E l 23 de febrero de 1684-1685, Newton daba las gracias a Aston por haber
dado entrada en el Registro de la Sociedad Real a una copia del D e motu;
Newton la había enviado tras la segunda visita de Halley (diciembre de 1684).
Dado que esta versión no contiene los añadidos, parece probable que éstos no
se hiciesen antes de 1685. El primer libro de los Principia se escribió en lim­
pio (en una versión revisada del texto depositado en la biblioteca universitaria
como lecciones de dase) y se envió a Halley para su impresión en abril de
1686. Por tanto, es de presumir que comenzase a escribir los Principia no
más tarde de algún momento del año 1685. Por tanto, parecería que las nuevas
ideas de Newton, añadidas al D e mótu se escribieron antes de comenzar a
trabajar en los Principia; cosa que parecía haber ocurrido en algún momento
de 1685. Por otro lado, en algunas ocasiones Newton volvía sobre manuscritos
anteriores para revisarlos, mucho después de que se hubiesen «opiado en ver­
siones posteriores, empleando también otros métodos de trabajo que confun­
den los intentos de establecer cronologías definitivas de su obra. Por tanto, es
posible que estos añadidos puedan haberse hecho al D e motu antes de que se
enviase una versión a la Sociedad Real, sin que se incorporasen a dicha ver­
sión. Whiteside, en su edición (Newton, 1967-, vol. 6, p. 74), fecha estos aña­
didos «¿diciembre de 1684?», y da la fecha de «agosto de 1684» al opúsculo
original D e motu.
17 Las dos primeras de estas reglas eran hipótesis en la primera edición, y
afirman que no habría que admitir «m ás causas» que «las que son verdaderas
y suficientes» para explicar los fenómenos, y que «las atusas asignadas a los
efectos naturales del mismo tipo han de ser, en la medida de lo posible, las
mismas». La Regla 3, que es nueva en la tercera edición, justifica la extensión
de las cualidades halladas en nuestra experiencia de los sentidos a los cuerpos
que se hallan fuera del alcance de nuestra experiencia sensible. Así, «si se
380 Notas

establece universalmente por experimentos y observaciones astronómicas que


todos los cuerpos en o cerca de la tierra son pesados [o gravitan] hacia la
tierra en proporción a la cantidad de materia de cada cuerpo y que la luna
es pesada hacia la tierra en proporción a la cantidad de su materia, y que
nuestro mar a su vez es pesado hacia la luna, y que todos los planetas son
pesados unos hada otros, y que existe una pesadez similar de los cometas hacia
el sol, tendremos que decir por esta tercera ley que todos los cuerpos gravitan
mutuamente unos hacia los otros».

S 5.7
1 En la mecánica celeste, sólo las fuerzas gravitatorias son de importanda
fundamental, aunque, como es natural, la medida de la resistencia al cambio
de estado se aplica a una fuerza cualquiera.
2 Newton introduce «m asa» como sinónimo de «cuerpo» o de la tradicional
«cantidad de materia»; véase la definidón 1 de los Principia. En la defini­
ción 3, así como en la regla 3 (en la edición segunda y tercera de los Principia),
la resistenda a ser acelerado o a sufrir un cambio de estado (la vis inertiae) se
hace equivaler a la tradicional vis insita (véase sobre ella el apartado $ 4.5).
Véase además Cohén (1970), (1978).
3 Escrita por tanto en 1685 (véase Cohén, 1971, pp. 62 y ss.). El texto de
este MS se publicó en Herivel (1965a), pp. 304-315. Whiteside aporta un texto
latino nuevo y más correcto (aunque sin traducción), junto con comentarios
continuos, en Newton (1967-), vol. 6, pp. 189-194; para una corrección del
orden en que Herivel ha publicado las partes de este texto, véase Cohén (1971),
pp. 93-95.
La pareja de frases citadas (Herivel, 1965a, pp. 306 y ss.) formaban parte
originalmente de la discusión de la «Quantitas motus» (en una versión anterior
en la que esta definidón llevaba el número 11). En la versión revisada, «Quan-
titas motus» debería recibir el número 12, suprimiéndose estas dos frases, que
se ven sustituidas por un comentario que va hasta lo que se convierte ahora en
número 7, la definición de «pondus» (véase d análisis de Whiteside; Newton,
1967-, vol. 6, pp. 189 y ss., especialmente las notas 2 y 13).
4 Herivel (1965a), pp. 306, 311. «Pendulis aequalibus numerentur osdllatio-
nes... et copia materiae in utroque erit reciproco u t...»
E l par de frases a ta d o (Herivel, 1965a, pp. 306 y ss.) formaba parte origi­
nalmente de la discusión sobre la «Quantitas motus» (en una versión anterior
en la que dicha definidón llevaba el número 11). En la versión revisada,
«Quantitas motus» debería redbir el número 12, suprimiéndose estas dos frases.
Se sustituyen por una discusión que entra en lo que ahora es el número 7, la
definidón de «pondus» (véase el análisis de Whiteside; Newton, 1967-, vol. 6,
pp. 189 y ss., especialmente las notas 2 y 13).

S 5.8
1 Según la proposidón 12, libro tercero, la masa del Sol es a la masa d
Júpiter como 1 .0 6 7 :1 , y la distancia de Júpiter al Sol mantiene con el radio
solar casi la misma proporción, de manera que el centro de gravedad del Sol
y Júpiter estará justamente fuera de la superfide del Sol. Mas Newton halla
que el centro de gravedad del Sol y Saturno estará justamente debajo de la
superfide solar. Aun cuando la Tierra y todos los planetas se encontrasen del
mismo lado respecto al Sol, con todo, según Newton, la distanda entre d
centro de gravedad de todo el sistema y el centro del Sol nunca seria mayor
que el diámetro solar, siendo aún menor en todos los demás casos. Puesto que
Notas 381

el centro de gravedad debe hallarse en reposo, el Sol debe moverse de acuerdo


con las diferentes posiciones de los planetas, aunque nunca se alejará mucho
de dicho centro.
2 Aquí fue donde introdujo Newton el concepto de atracción para conve­
niencia de los lectores matemáticos.
3 Aquí S y P son las masas del cuerpo central S y del cuerpo en órbita P.
Es obvio que estaba pensando en un sistema de Sol y Planeta. De hecho,
Newton dice que «el eje principal de la elipse que describe uno de los cuer­
pos P... en torno al otro S será al eje principal de la elipse que ese mismo
cuerpo P describiría en el mismo tiempo periódico en torno al otro cuerpo S
en reposo como la suma de las masas de los dos cuerpos S & P a la primera
de dos medias proporcionales entre esta suma y la masa del otro cuerpo S ». La
transformación algebraica conduce a la siguiente ley, a3, / T3{ = K (S + P¡),
donde T ¡ y P ¡ son respectivamente el período y la masa del planeta favo, y
a¡ es el semieje mayor de cada nueva elipse para el Sol y un planeta que se
mueve en tomo al centro común de gravedad. De ahí
a3, / ? 2, S + P, 1+(P,5)
¿ i J T 1! ~ S + P2 ~ 1 + ( P 2 / S ) '
Esta ley para un sistema de dos cuerpos (ignorando las perturbaciones
planetarias) se reduce a la tercera ley de Kepler cuando (como ocurre con la
mayoría de los planetas del sistema solar) las masas planetarias son tan peque­
ñas que P¡ / S se puede despreciar (víase Cohén, 1974c, pp. 316-319).
4 Newton aún no ha mostrado que hay una fuerza general o universal de
gravedad y que la fuerza de la gravedad terrestre se extiende hasta la Luna,
siendo la misma fuerza que las fuerzas del Sol y los planetas, debiendo tomarse
como una fuerza que actúa sobre todos los cuerpos. Estos estadios de generali­
zación no se producen hasta el tercer libro.
5 Una vez más, no podemos hablar (aquí, en el libro primero) de planetas
que «gravitan». Newton ha estado considerando las «cantidades acelerativas» o
«medidas» de las fuerzas en relación con las aceleraciones que producen (según
la definición 7); ahora pasa a las fuerzas reales o a la «cantidad absoluta» o
«m edida» de dichas fuerzas (según la definición 6). Las condiciones son que, en
un sistema de cuerpos A, B, C, D ..., uno cualquiera de los cuerpos (A ) atraiga
a todos los demás (B , C, D ...) con «fuerzas acelerativas» inversas del cuadrado,
lo que también hace otro cuerpo (B ); entonces, «las fuerzas absolutas de los
cuerpos atrayentes A y B » serán entre sí como las masas de A y B.
6 E l intercambio epistolar entre Newton y Flamsteed sobre la posible per­
turbación de la órbita de Saturno por Júpiter se puede encontrar en Newton
(1959-1977), vol. 2.
7 La introducción posterior por parte de Newton de las órbitas elípticas
se ha discutido en el apartado $ 3.5.
1 Véase Wcstfall (1973). E l Diccionario de Oxford retrotrae el origen de
este sentido de la palabra «manipular» ífu d ge] al siglo xvn . La expresión se
aplicó por primera vez a Newton, que yo sepa, en Truesdell (1970).
9 Esto es, en la mayor parte de la teoría lunar de Newton, también él
procedía por ensayo y error y, como sus antecesores, recurría ampliamente al
uso de esquemas geométricos de cálculo. En este sentido, la teoría lunar de
Newton constituía un fracaso, siendo difícilmente revolucionaria. Mas lo que
resultaba revolucionario era la concepción de una teoría lunar basada comple­
tamente en la aplicación de principios físicos o causas, concretamente de las
fuerzas gravitatorias. Pero no se trataba de algo totalmente visionario y progra-
382 Notas

mítico, dado que Newton había utilizado la teoría gravitatoria con algún
éxito en ciertos aspectos del problema.

Suplem ento
1 E ste volumen de 131 páginas contenía los textos de dos conferencias:
Conferencia 1, «L a s leyes d d movimiento y los principios de la filosofía», y
Conferencia 2, «D e las hipótesis a las reglas». Esta última se ha publicado
dos veces (véase Cohén, 1% 6). Está programada la publicación de una versión
ampliada en un volumen titulado provisionalmente N ew ton’s N atu ral Philo-
sophy.
2 Los comentarios de Aitón y Pogrebysski se publicaron en la revista Acta
H istoriar Rerum N aturdium necnon Tecnicarum, número especial, 4, Praga
(1968), pp. 67-69, 44-50. Un resumen de mi artículo y una extensión de la
doctrina de la transformación y la revolución aparece, con algunos añadidos y
correcciones al artículo principal, en las páginas 35-41 de ese mismo número
(aunque con el título equivocado de « L a óptica en el siglo xvn »).
3 M i comunicación, titulada « E l concepto y definición de masa e inercia
como clave de la ciencia del movimiento: Galileo-Newton-Einstein» (X II I Con­
greso Internacional de Historia de la Ciencia, Moscú, 18-24 de agosto de 1971)
se distribuyó en el congreso en una tirada previa a la publicación (Moscú:
Nauka Publishing House, Central Department o f Oriental Litera ture, 1971),
pero no se publicó en las actas del congreso, aunque se resumió en ruso. Está
prevista la publicación de una versión revisada en Cohén (1978<r).
4 E s claro en muchos de sus estudios sobre el origen y desarrollo de las
ideas científicas; por ejemplo, en el capítulo sobre Newton y Descartes en
Koyré (1965), cf. lo que dice en «Orientation et projets de recherche» [orien­
tación y proyectos de investigación] en Koyré (1966), pp. 1-5. [Traducción
española citada en la bibliografía, pp. 4-8.]
s Duhem (1954), capítulo 6, sección 4, p. 191. Duhem también aludía
(ibid.) a «las leyes experimentales establecidas por Kepler y transformadas por
razonamiento geométrico».
6 Mach (1898), p. 61. Las palabras alemanas son «in die physikalische
Technik überall umgestaltend eingreift».
7 Ibid., p. 63; en alemán, «Lansam, allmahlich und mühsam bildet sich
ein Gcdanke in den andetn um, wie es wahrscheinlich ist, dass ein Tierart
allmahlich in neuen Arten übergeht».
* Ibid., pp. 214 y ss.; en alemán, «Über Umbildung und Anpassung im
naturwissenschaftlichen Denken». En 1883, escribía Mach (i b i d p. 216):
«A penas han pasado treinta años desde que Darwin propuso por vez primera
los principios de su teoría de la evolución. Mas, a pesar de todo, vemos que
sus ideas se hallan ya firmemente enraizadas en todas las ramas del pensamiento
humano, por remoto que sea. Por todas partes, en la historia, en la filosofía,
incluso en las ciencias físicas, oímos las consignas: herencia, adaptación, selec­
ción». En la edición alemana la expresión para «proceso de transformación»
(p. 218) es «Umbildungsprozesse» (p. 242); «evolución v transformación»
(p. 218) traducen las expresiones «Entwickelung und Umbildung» (p. 241).
9 Los sentimientos mutuos de Freud y Ellis se exponen gráficamente en
Wortis (1954).
10 Cito de los extractos dados por Ellis y reimpresos en Freud (1920), pá­
ginas 263 y ss. [traducción española, citada en la bibliografía, pp. 361 y ss.].
11 Tal como señaló Freud (1920), p. 264 [traducción española, citada en la
bibliografía, p. 362].
Notas 383

12 Otto Rank había llamado la atendón de Freud sobre este ejemplo muchos
años antes; lo citó Freud,en su Traumdeutung de 1900, como tuvo buen cuida­
do en señalar en su respuesta a Ellis de 1920.
13 O tado en Freud (1920), p. 265 (traducción española, citada en la biblio­
grafía, p. 362].
14 Freud cuenta que el doctor Hugo Dubowitz llamó la atendón de Ferenczi
sobre este ensayo.
u Esta definidón está tomada del W ebster's New International Dictionary
o f the Englisb Language ( 2 * ed., 1939), en las nuevas palabras.
14 Para otro aspecto de la criptomnesia freudiana, aparentemente no captada
por el propio Freud, véase el apartado $ 4.7.
17 Foucault (1972), p. 21; véanse también las pp. 13-15, 38, 44 y un ejem­
plo en las pp. 33 y ss.
u Ib id ., p. 4. Posee un interés que no es meramente anecdótico el hecho
de que los dos autores que Foucault cita con gran aprobadón carezcan relativa­
mente de influenda en los lectores anglosajones. Ninguno de los libros de
Canguilhem se han traduddo al‘ inglés, y sólo los libros populares de Bachelard
son accesibles en inglés.
19 Por ejemplo, ibid., pp. 62, 69, 71, 74, 117, 120-122, 124, 200. Las
transformaciones gramaticales se mendonan en las pp. 81 y 99. Las transfor-
mariones de la historia como modo de pensamiento también aparecen en
las pp. 136, 140, 141; esto puede conectarse con su referencia a «la transfor-
madón de una cultura incinerante en una cultura inhumadora» en Foucault
(1973), p. 166.
20 Foucault (1972), p. 188. Cf. la discusión de «la formadón y transfor-
madón de un cuerpo de conocimiento» de la p. 194.
21 En (1973), Foucault escribe acerca de la posibilidad de un «concepto...
susceptible de transformarse a sí mismo», observando que la resultante «trans­
formación conceptual era decisiva» (p. 97).
22 Un ejemplo adidonal de criptomnesia es el siguiente: una vez terminado
de pasar a máquina y enviado a la imprenta este trabajo, me fijé por casuali­
dad en un ensayo (1856) de Whewell, «D e la transformadón de hipótesis en
la historia de la ciencia». Lo notable de este incidente, en este contexto, es
que yo había seleccionado precisamente este ensayo para una antología de la
prosa científica inglesa del x ix que edité junto con Howard Mumford Jones y
Everett Mendelsohn hace década y media. Pues bien, me habla olvidado de
todo lo relativo a este asunto hasta que una reimpresión de nuestra antología
me lo trajo a la memoria de nuevo (véase Jones, Cohén y Mendelsohn, 1963).
BIBLIOGRAFIA

La siguiente bibliografía comprende las obras que he citado en las notas,


así como las principales fuentes primarias y secundarias que se relacionan con
los temas de los diversos capítulos. Además de las obras obvias que versan so­
bre el pensamiento científico de Newton y la ciencia ncwtoniana, la bibliografía
contiene entradas correspondientes a problemas históricos pertinentes para los
temas fundamentales de este libro y, en especial, las relaciones históricas entre
las matemáticas y las ciencias, sobre todo debidas a Salomón Bochner, Léon
Brunschvig, Em st Cassirer, Pierre Duhen, Albert Einstein, Paul Feyerabend,
Jacques Hadamard, Mary Hesse, E . W. Hobson, G e ral Holton, T . S. Kuhn,
Imre Lakatos, Ernst Mach, Peter B. Medawar, E m st Nagel, Henri Poincaré,
Stephen Toulmin, Steven Weinberg, Hermann Weyl y A. N . Whitehead, todos
los cuales han sido muy importantes en el desarrollo de mis ideas sobre los
problemas fundamentales abordados en este libro. Esta categoría habría de
incluir también a algunos científicos del siglo xv m , como en especial d’Alem-
bert, Bailly, Euler, Lagrange, Laplace, Madaurin y Montucla.
Naturalmente soy plenamente consciente de las deudas que tengo contraídas
con otros historiadores de la ciencia y la filosofía, especialmente con algunos
estudiosos y especialistas newtonianos sobre el siglo xvn , y cuyos nombres
aparecen frecuentemente en las notas, sobre todo en las ocasiones en que
discrepo de ellos sobre aspectos concretos. Me gustaría destacar, en esta cate­
goría, los escritos de E. J . Aitón, Cari B. Boyer, Gerd Buchdahl, Georges Can-
guilhem, E . P. Dijksterhuis, Stillman Drake, René Dugas, Michel Foucault,
Henry Guerlac, A. R. Hall, Marie Boas Hall, J . W. Herivel, A. N. Kriloff,
Alexandre Koyré, Fritz Krafft, J . A. Lohne, J . E . McGuire, Serge Moscovici,
L. Olschki, Walter Pagel, P. M. Rattansi, Ferd. Rosenberaer, León Rosenfeld,
Paolo Rossi, A. I. Sabra, Clifford Truesdell, Charles Webster, Richard S.

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l'édition origínale de 1712 avec Vindica!ion des variantes de Védition de
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not yet made publick. To which is subjoin’d a perpetual comment... by
John Colson. Londres: impreso por Henry Woodfall y vendido por John
Nourse.
(1737) : A treatise of the method of fluxions and infinite series, with its
application to the geometry Of curve lines. Translated from the Latin ori­
ginal not yet published. Londres: impreso para T. Woodman y J . Millan
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está bien numerada.]
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Principia sirven a I. BERNARD COHEN nara explicar el gran
viraje de la física en el siglo xvii y par '’ exionar sobre los
aspectos generales del cambio científico. L ñera sección de la
obra -«L a revolución newtoniana y el estilo de Newton» des­
cribe los aspectos básicos de la revolución científica, examina el
papel de las matemáticas en la nueva ciencia y analiza tanto el
método como los hallazgos de Isaac Newton. La esencia del estilo
newtoniano es su capacidad para separar en dos partes el estudio
de las ciencias exactas: de un lado, el desarrollo de las conse­
cuencias matemáticas de sistemas imaginados, y, de otro, la
aplicación de los resultados matemáticamente derivados a la
explicación de la realidad fenoménica. El segundo apartado del
volumen —«Las transformaciones de las ideas científicas»— se
ocupa de algunos aspectos generales de los procesos de cambio
en la historia del pensamiento científico y estudia, como caso
particular, el tratamiento que dio Newton a las leyes deKepler y
los estadios de la transformación que llevan a la gravitación
universal. En definitiva. LA REVOLUCION NEWTONIANA Y LAS
TRANSFORMACIONES DE LAS IDEAS GENTIFICAS no trata
de imponer al pasado un juicio histórico anacrónico, basado en
las ideas del siglo XX. sino que adopta el punto de vista de los
inmediatos predecesores de Newton y de sus contemporáneos
sobre el cambio científico.

Alianza Editorial

Cubierta Daniel Gil

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