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Fuimos creados para adorar, y somos mandados a adorar solo a Dios (Éxodo 20:3-5;
Apocalipsis 22:9) en las formas en las que Él nos ha mandado en la Escritura (Eclesiastés
5:1-7). Por lo tanto, al preparar nuestros corazones para la adoración, debemos
enfatizar que la adoración se trata de Dios, no de nuestras preferencias.
La Biblia aclara que somos nacidos en este mundo como hijos de ira y muertos delante
Dios. Sin embargo, a través de la gracia y mediante la fe (Efesios 2:1-10), somos
vivificados ante Dios y mortificados al pecado (Romanos 6:1-14). Solo aquellos que han
sido vivificados y que son portadores del Espíritu Santo pueden adorar verdaderamente
a Dios; estos son los adoradores verdaderos que Dios busca (Juan 4:21-24).
5. La adoración verdadera requiere que adoremos a Dios con toda nuestra persona
Al mismo tiempo, la verdadera adoración requiere que busquemos a Dios con nuestros
corazones al llenarnos el Espíritu Santo y causar que alabemos a Dios con completo
deleite. Esta es la parte de “espíritu” de la adoración en “espíritu y en verdad”. Nuestra
adoración, entonces, debe ser apasionada y llena del Espíritu porque es nuestra
respuesta holística (en espíritu) a la verdad de quién es Dios para nosotros en Cristo.
Debido a la confusión, este punto requiere ser aclarado. La respuesta holística de cada
cristiano a la verdad de quién es Jesús inevitablemente será diferente. Una persona
puede ser movida a derramar lágrimas de gozo y agradecimiento al reflexionar sobre el
perdón del pecado que recibió a través de la fe en Cristo. Otra persona puede ser
movida a levantar sus manos al cielo en reconocimiento de quién es Jesús. Alguien
más pudiera ser movido a reflexionar en silencio al considerar la gloria de Cristo y su
evangelio. Tal vez otra persona será movida estar de rodillas en reverencia y humildad
delante un rey santo. Pudiéramos seguir la lista.