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Duelo

Por Elicia

Sábado a las siete de la mañana. El silencio era tan espeso que ensordecía a Bianca; el
lamento de la paloma jugaba con la luz matinal de primavera. Un viejo de cara amistosa
cuidaba de ella cada semana, él prefería dormir más de ocho horas diarias. “Por todas las
que no dormí cuando era joven”, decía.
Los papás de Bianca la dejaban temprano en el porche de don Julián para ir a
trabajar. Y durante tres años, puntual a las seis y media, entraba silenciosa a la sala a
esperar que él empezara el día. A veces buscaba nuevos escondites o se asomaba por el
ventanal a ver el cielo, pero casi siempre solo se sentaba a esperar. La calle siempre estaba
tranquila. -Obvio, ahí viven puros viejitos-, pensaba ella.
El hombre se despertaba y se alistaba para preparar el almuerzo de ambos.
-A su tía Nadia le gustaba el huevo como a usted, con la yema reventada y mucha
pimienta… tenga mija, y cómase todo para que rinda bien en la escuela. ¿Cómo le está
yendo?
-Bien –contestaba Bianca sin esforzarse en la respuesta.
-Yo no fui a la escuela pero sé leer y escribir gracias a que siempre fui muy curioso,
y así lo fueron todos sus tíos también, aunque su tío Cosme era bien burro, pero porque no
comía bien. Cuando empezó a crecer y querer comerse el mundo fue cuando dejó sus malos
hábitos. Vea dónde está ahora; tiene un buen puesto haciendo de ingeniero en una empresa.
No sé qué hace porque la tecnología me ha rebasado, pero sé que es algo bueno. Lo malo es
que se ha alejado un poco de la familia.
Siempre contaba diferentes historias en el mismo orden pero a ella lo que más le
gustaba era ver la mirada que tenía cuando hablaba. A veces divagaba unas horas en
silencio antes de seguir hablando.
-Antes de cumplir los veintiuno ya estaba esperando a mi prometida en el altar. Su
abuelita era la muchacha más bonita del pueblo. Era una dama hecha y derecha, con una
expresión inocente y fresca, y Bianca, usted y su mamá tienen la misma expresión. Aún
recuerdo cómo era cuidar a tu mamá cuando tenía tu edad. Nada tranquila como tú, se la
pasaba corriendo de un lado para otro haciendo una y otra cosa hasta muy noche que se
cansaba; pero tú siempre estás seriecita, tú sí eres una niña buena… Bueno, no digo que tu
mamá haya sido mala: simplemente era más difícil asegurarme de su bienestar. Si no se
golpeaba las rodillas, le picaba algún animal, o vaya usted a saber… Una vez, mientras
jugaba a hacer castillos de lodo con tus tíos, le picó una hormiga, de esas güeritas que te
arde fuertísimo, y no dejó de llorar hasta que se le olvidó el dolor con una travesura que
andaba haciendo.
-¿Qué travesura?
Y como si supiera desde antes que ella haría esa pregunta contestó inmediatamente:
-Andaba lanzándole semillitas al perico.
A veces era confuso como su abuelo la tuteaba y le hablaba de usted
intermitentemente. Poco después de mediodía don Julián tomaba una siesta y justo al
despertarse comenzaba a hacer la comida. En todo ese tiempo Bianca jugaba a representar
esas historias que su abuelo le contaba. Al gato siempre le tocaba ser el hermano menor, el
hijo o el bebé de la casa.
En una ocasión Don Julián tomó su siesta en la cama, no en el sillón frente a la
ventana como solía hacerlo. Bianca no le dio importancia, siguió jugando. Las manecillas
en el reloj de la sala avanzaron sin que la pequeña lo notara, el viejo no despertaba; y se
sintió extrañada únicamente hasta que vio el sol ocultarse, entonces recordó que tenía
hambre y corrió a despertar al abuelo para que le comprara una nieve.
Durante la comida el abuelo repetía una historia, nueva o vieja, acerca de lo
importante que es estar bien alimentado. A la hora en que la luna y el sol se saludan en el
cielo pasaba el camión de los helados, el viejo compraba paletas y hablaba del pasado
mientras esperaba a que llegaran por ella. Sí, todo eso hacía, pensaba y escuchaba Bianca
cuando visitaba a don Julián cada sábado; pero mientras él siga dormido, el silencio es
ensordecedor.
Rocío Holguín Campos
Shyo.holguin.campos@gmail.com

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