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A LG U N AS C O N S ID E R A C IO N E S A L R E D E D O R DE N A C IÓ N ,

EST ADO (Y LIBERTAD)


EN EU RO P A Y A M É R IC A C E N T R O - M E R ID IO N A L

R ugg ie r o R o m a no J>

En nationalité, c’est tout comme en géologie.


La chaleur est en bas.
/. Michelet
Bien: creo que hay un paralelismo muy curioso
entre el proceso europeo de los siglos X IV y
X V , en el que se produce la interpretación de
dos sociedades, con el que se produce en Amé­
rica después de la Independencia y hasta que
las sociedades nacionales se consolidan.
J.L. Romero

He aceptado hablar sobre Nación, Estado (y Libertad) en el contex­


to europeo y centro-suramericano solamente debido a la insistencia de
amigos que demuestran gran confianza en mí. He sido alumno de Fede­
rico Chabod, de F. Meineke, de G uido De Ruggiero y conozco hasta de­
masiado bien la dificultad de enfrentar temas como los que he recién in­
dicado. Lucien Febvre me ha enseñado la ambigüedad de conceptos co­
mo frontera y/o nación; José Luis Romero me ha indicado varias veces
todas las dificultades que se encuentran al moverse en el m undo del pen­
samiento político centro-suramericano.
Pero en fin... ahora que me han puesto, cariñosamente, en la fosa de
los leones, lo único que tengo que hacer es tratar de amansarlos (cierta­
mente no convencerlos).
Primera dificultad: ¿C óm o empezar?
Podría, ciertamente, partir de las investigaciones de Meineke y Cha­
bod sobre el Estado nuevo, del Renacimiento. Pero muy francamente y
con todo el respeto que debo a estos Maestros, no me parece una buena
pista (por lo menos en relación al desarrollo americano que tendré que
dar a esta relación).
En efecto, me parece necesario presentar — todavía antes de entrar
en el estricto mérito de Estado y Nación — otro concepto: Patria.

* Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, París.


«Patria», etimológicamente no es otra cosa que el lugar de nacimien­
to. Pero en la Alta Edad Media el sentido originario de esta palabra se
altera, orientándose hacia una idea de patria como «reino de los cielos»:
Jerusalém es la única, verdadera patria común. Es solo en el siglo X III
que «patria» adquiere un nuevo valor semántico, desenlazándose del si­
gnificado religioso. La patria, ahora, tiene que ser defendida; por la pa­
tria (de la cual la expresión más alta y más concreta es el rey) hay que
pagar tributos e impuestos. Pero el sentido limitado de «lugar de origen
subsiste todavía por mucho tiempo.
Paralelamente, se afirma la palabra «Natio». También ésta, etimológi­
camente no significa otra cosa que nacimiento y por un largo período, la
palabra «Natío» posee un sentido restringido: la «Natio» identifica a las
personas pertenecientes a un lugar de nacimiento común: la «Natio» (naci­
miento común) de los florentinos o de los barceloneses, de los escoceses o
de los ‘lombardos’. Pero progresivamente, también nación amplía su esfera
de identificación. Así en el siglo X V I nos encontramos con dos palabras:
«patria» y «nación», y ambas poseen un dúplice valor, un dúplice sentido:
a) simple lugar de origen y/o nacimiento1
b) identificación de un espacio geográfico, cultural, más amplio2.
Todo esto se presenta en manera muy clara en el contexto italiano
donde «patria» y «nación» indican indiferenciadamente — en sentido
ampio — Italia (la bota ...) o bien — en sentido restringido — Florencia
y Venecia, Ñapóles y Génova ...
Pero es precisamente durante el siglo X V I que la palabra Estado hace
irrupción en modo determinante. N o estoy para nada convencido que el
Estado del siglo X V I sea el Estado m od e r no,como se suele decir. Creo,
en vez, que ei Estado moderno sea un hecho posterior, cuyas verdaderos
orígenes se tienen que buscar en la Inglaterra post-cromweliana. Pero lo
que es cierto es que el Estado del siglo X V I es nu e v o.
Él sustituye progre­
sivamente la vieja res-publica y después de aver navegado (él también) en
aguas turbias (al principio, Estado significaba simplemente dominio; o
bien se identificaba con la simple ciudad-Estado ...) llegará a significar
una cierta organización estructural de la vieja res-publica. Patria, Nación,
Estado — entonces — todavía en el siglo X V I se encuentran bien lejos de
poseer el sentido corposo que asumirán después: no me parece que — en
sus sentidos originales — puedan servir a las finalidades de nuestro en­
cuentro de hoy día (aunque tienen su importancia) porque, con frecuen­
cia,natio patria
y se identifican con «libertad»3.
Es solamente en el curso del siglo X V III que la idea de Nación empie­
za a precisarse para triunfar definitivamente con el Romanticismo. ¿En
qué sentido se encuentra ésta definitivamente realizada? En el hecho que
3

— para citar Federico Chabod4 — : «la idea de nación es, antes de todo,
para el hombre moderno, un hecho espiritual; la nación es, antes de to­
do, alma, espríritu y muy secundariamente materia corpórea; y mucho
más individualidad espiritual, antes que ser entidad política, Estado a la
Machiavelli, y mucho menos entidad geográfico-climático-etnográfica».
Precisamente donde la idea de nación durante el siglo X V I se había
fijado, sobretodo alrededor de criterios geográficos, climatológicos y et­
nográficos a v a n t la le ttre ,
según el cual los olandeses son activos porque
su suelo es pobre, mientras los italianos son perezosos porque el clima
de la península donde viven es idílico, a partir del siglo X V III la situa­
ción cambia. Y si se quiere buscar un lugar y una fecha de nacimiento de
esta nueva manera de entender la Nación habrá que recurrir a Beat Lud-
wig von M urait, patricio de Berna, que en 1725 publica sus L e ttre s sur
les A ng la is e t les Français.
Aquí, las consideraciones para discriminar,
dividir, los caracteres nacionales tienen una naturaleza nueva. Así, por
ejemplo, los ingleses son feroces, violentos pero su país «goza de una li­
bertad que eleva el espíritu», mientras los franceses son felices de servir.
La discriminante, ahora, es el hecho de la libertad.
Aunque en la obra de von M urait podemos todavía encontrar trazas
del viejo modo de pensar, lo que es cierto es que ahora él identifica las
naciones (mejor dicho: los «divers génies des nations») sobre la base del
espríritu, de su carácter. Ciertamente también esta nueva investigación
— más fina, más penetrante — de los caracteres originales de las varias
naciones, no impedirá los estereotipos, los lugares comunes: los volvere­
mos a encontrar otra vez, numerosos también, por la pluma de un gran
escritor de la fuerza de Voltaire en su E ssai s u r les m o e u r s e t l ’e s p r it des
N a tion s(1756).
El verdadero cambio se realizará con Rousseau (El Rousseau de la
L e ttre s u r les spectacles
(1758) que llegará de hecho a una verdadera y
propia identificación entre nación y libertad (libertad entendida como
independencia).
Von M urait, Rousseau, pero también Bedmar y Albert von Haller
(D ie A lp e n 1729 ).
un ginevrino, dos berneses, un zurigués... Es de Suiza
que llega este nuevo aire5.
Libertad, entonces. «Así la libertad se vuelve la característica esen­
cial del proprio pasado nacional; ella no es solamente un ideal futuro si­
no es su misma historia»6.
Todo este vasto movimiento del siglo X V III encontró su punto de
coagulación en la Revolución Francesa: aquí, «la Nation/Peuple» afian­
zará su originalidad más fuerte. Ella fue acogida con entusiasmo por parte
de hombres como Kant, Fichte, Klopstock (para no hablar que de la sola
4

Alemania: pues el eco fue general en toda Europa). La sucesivas desvia­


ciones de la revolución condujeron a la desilusión: y fue en el crucial in­
vierno 1807/1808 que Fichte escribe sus D isc u rso s a la N a c ión A l e m a
na , teorización completa de lo que será la Nación en el siglo X IX . Pero
no es sólo esto: el nuevo concepto de Nación hará alianza (y, a veces
matri-monio) con el nuevo concepto de Estado. Era Georg Wilhelm
Friedrich Hegel que consagraba la idea de un Estado que totaliza y deci­
de «sobre la base de una rigurosa ética — laica o moderna cuanto se
quiera, pero siempre una ética»7.
Y es a este punto que intervienen macizamente los historiadores8. Y
el siglo X IX será el siglo de las grandes historias nacionales. Y es aquí
que se cumple la grande separación. ¿Cuáles historias nacionales? Es
decir: ¿Quién merece una historia nacional? Francia, España, Inglater­
ra: los países que tienen una pretendida «unidad» nacional constituida
desde hace tiempo.
Pero ¿La Grecia dominada por siglos por los turcos? ¿La Alemania
fragmentada? ¿Italia — una simple «expresión geográfica» según el
principe^von Metternich? ¿Polonia, dividida entre rusos, austríacos y
alemanes? Estos países, y otros más. ¿Merecen una historia nacional?
Y , aún más, ¿Es posible ecribirla?
Se forman, entonces, dos orientaciones historiográficas:
a) el que llamaría de la nacionalidades satisfechas: sus representan­
tes se remontarán atrás en los siglos, molestarán a los Godos y a los
Normandos, leerán a su manera papeles y documentos y lograrán en­
contrar de todo: libertad y unidad, soberanía y primaciá nacional;
b) la otra orientacióin — la que quisiera definir de las nacionalida­
des frustradas — se alinea, y se da maña: busca a toda costa él también,
el hilo rojo que muestre como — bajo la dominación extranjera y/o la
fragmentación política, exista un hilo rojo constante subyacente la hi­
storia «nacional» de estos países.
Así en Italia, Cattaneo recurrirá a La c ittà c on sid e ra ta c o m e p r i n c i
p i o ideale delle isto rie ita lia n e
(1858). O bien, en Polonia, Cieszkowsi
recurrirá a una primacía nacional polaca... En otros lugares, como en
Hungría, se recurrirá al criterio del sacrificio en defensa de la cristian­
dad amenazada por los turcos. O bien, se creerá verdaderamente (y se
hará creer) en el principio unificador de formas institucionales decrépi­
tas desde hace siglos: es el caso de! Santo Imperio que no logra resolver
sus problemas de Estado multinacional y multiétnico.
Dos historiografías, pues, la úna, orgullosa; la otra, acomplejada.
Una diferencia (y muy grande) entre las dos: la historiografía orgullosa
(la franco-inglesa antes de todo; pero también la española) no hablará
5

solo de viejas naciones, sino también de viejos Estados. La identifica­


ción N ación/Libertad ha sido sustituida por otra identificación:
N ación/Estado, Solo la historiografía acomplejada continuará en vez a
insistir mucho en el ramo N ación/Libertad (Libertad como independa:
por otro lado, ¿cómo podía hacer diversamente si los países a los cuales
se refiere no son (totalmente o en parte) independientes del extranjero?
O sea que la libertad en este caso toma un sentido particular: precisa­
mente el de Independencia. Y no se trata da una separación únicamente
entre historiadores, porque la encontramos también en otros sectores:
desde el pensamiento político a la filosofía, desde el derecho a la litera­
tura.
Le sé: todo lo que he estado diciendo es ciertamente esquemático y
puede setambién acusado de impresionístico.
E s qu e m á tic o :
ciertamente. Por ejemplo al interior de la tendencia
histonografica satisfecha, se tendría que establecer una necesaria dife­
rencia entre la tendencia republicana de la historiografía francesa y la
monárquica de la historiografía inglesa. Igualmente se debería distinguir
la posición de los historiadores alemanes del derecho de la de los histo­
riadores franceses, por una parte, e ingleses (e italianos), por la otra. Pe­
ro no es mi tarea trazar aquí una historia detallada de la idea de Nación
y de Estado en la historia de Europa: únicamente dar algún elemento
esencial en función al tema de nuestro congreso. M ás bien, quisiera de­
fenderme cuidadosamente de la acusa de impresionismo. Y esto no sola­
mente y no tanto por razones de orgullo personal sino porque algunas
formulaciones a prm era vista impresiomsticas que he empleado, son
estrechamente funcionales a mi aproximación al problema.
He aquí, pues.
He hablado de historiografía satisfecha y de historiografía frustrada,
acomplejada. Fórmulas, dirán. Y fórmulas, precisamente impresionísti-
cas. ¿Q ué significan exactamente?
Permitan que me explique indicando una experiencia personal. Jun­
to con mi amigo Corrado Vivanti he dirigido una H is to r ia d e Italia;
aquella conocida como S to rta d ’Ita lia E in a ud t.
En el momento en que
empezé a ponerme el problema encontré que Benedetto Croce (tanto no­
mine!) hacía notar que no se podía hablar de historia de Italia antes de
1870, fecha en que se realizó la unificación italiana. A lo más se podía
hablar de una historia de los italianos (fórmula utilizada después por un
conocido historiador marxista).
Si ésta no es frustración, si éste no es complejo de inferioridad, no se
lo que sea. ¿Hay que quedarse con el complejo de inferioridad? No lo
creo. Es cierto que una historia de Italia (o de Polonia o Hungría ..,) no
6

es posible según el modelo de una historia de Francia o de Inglaterra, de


las historiografías de estos países. Su molde es diferente. Pero no es cier­
tamente el único. Y nada — absolutamente nada — demuestra que sea
el mejor.
La prueba de esto ya la tenemos. Ese molde no vale para una historia
de Suiza la cual, se quiera o no, es, de hecho, la nación más antigua de
Europa.
Para confirmar este punto quisiera citar un ejemplo a primera vista
totalmente insensato. Un estudioso americano, Paul Barr, en un artículo
de 1923 se ponía la siguiente pregunta: Is G e r m a n y a N a ti on
?9 La posi­
ciones de Barr eran simples (para no decir simplistas): la nación alemana
no existe; esta no sería otra cosa que una creación (una invención, en el
sentido en que nuestro amigo Edm undo O ’Gorman hablaba de «inven­
ción de America») cultural (Goethe) y política (Bismarck).
Todo esto es de una ingenuidad desarmante. Pero ¿Cómo había lle­
gado Barr a sus conclusiones? Simplemente porque Alemania no es una
nación com olo es Francia! Pero ¿Por qué tendría que serlo?¿Por qué la
nación alemana debería corresponder — ¡pena de inexistencia! — al
modelo historiográfico de la nación francesa? ¿Por qué la posibilidad
(por lo demás inexistente) de englobar una nación en la historiografía de
otra nación daría a la primera la patente de verdadera, perfecta nación?
El hecho es que más allá de las naciones (este concepto es joven: un
par de siglos...) existe el país, que es mucho más viejo. ¿Qué es entonces
el pais? Las supersticiones: (los italianos creen en la «iettatura», los fran­
ceses en el «envoutement»; los ingleses en los fantasmas; los alemanes en
los gnomos y en las ninfas ...); los fondos de cocina (aceite y mantequi­
lla y grasa de ganso y grasa de cerdo ...) algunos tipos iiteraríos (la no­
vela por ejemplo que falta en Francia excepción hecha de Maupassant y
que es fuertemente caracterizante de la literatura italiana); formas espe­
cíficas de derechos locales, etcétera10.
Justamente por esto — para huir de las imposiciones externas que
nada, ni conceptualmente ni políticamente, justificaban — Corrado Vi-
vanti y yo habíamos contrapuesto en nuestra Storia d'ltalia, una nación
jo v e n(como son más o menos jóvenes tod a slas naciones) a un país
viejo.
Fin de la experiencia personal.

Me parece que este discurso pueda servir para disipar las dudas acer­
ca del pretendido caracter impresionístico de las definiciones que he da­
do: historiografía satisfecha e historiografía frustrada. Pero un vez di­
cho esto es necesario insistir nuevamente sobre un punto. La historio­
7

grafía satisfecha no se ha limitado a construir un modelo de Nación


ideal, sino que además ide-ntifica esta N ación ideal con un Estado no
menos ideal.
Com o resultado se tuvo el acoplamiento Nación^Estado unitario. Y
cuántos enormes tomos, cuantas paginas largas han sido escritas para
explicar a los especialistas (y a la públ;ca opínion: volveré sobre este
punto) que a partir del siglo X V se forman los Grandes Estados Unita­
rios Modernos (todo en mayúscula,¡naturalmente!): Francia, Espara,
Inglaterra. Así, el complejo de inferioridad de los otros países (de Euro­
pa pero ahora también de América Central y Meridional) se volvía siem­
pre más grande ..
He dicho antes que estas obras donde se afirmaba la creación de los
Estados Nacionales Unitarios Modernos se dirigían también (y, en algu­
nos casos, sobretodo) a la opinión pública. Resultado fué que estas
historias nacionales fueron, en buena parte, a las origines no sólo del
sentido de nacionalidad (que es cosa positiva), sino también del nacio­
nalismo (que es cosa deterior). Y , como consecuencia natural, del nació ■
nalismo se pasa al racismo — implícito y esplícito11 — Y es así que —
para retomar las palabras de F,. Fueter — la historiografía romántica
«eliminó a los hombres operosos y activos y a las fuerzas reales, para po­
ner en su lugar potendas espirituales que actúan misteriosamente. Hipo-
statizó conceptos como los de esencia de) pueblo (Volkstum), derecho
nacional, arte, nacional, fe religiosa e hizo en modo aue estos conceptos
produjesen de sv seno la historia»12.
Paralelamente, para justificar la nueva Nación, se mobiliza la geo­
grafía: rios^montañas, brazos de mar, penínsulas, concurren e ayudar
la identificación nacional a través de los «limites naturales».
Pero en relación a estos últimos se deben hacer algunas considerado-
nes:
a) antes que todo, ellos contradicen la pretendida antigüedad de la
historia de estas «viejas» naciones. Por ejemplo, si el Rhin constituye
verdaderamente una parte de la frontera natural de Francia, ¿Cóm o se
puede explicar que Alsacia haya entrado tan tarde (1681) a formar parte
de la nación francesa?13
b) enseguida: estos son mucho menos «naturales» de lo que se quie­
re hacer creer. ¿Por qué, en la historia de Italia, los Alpes serían una
frontera natural para separarla de los Eslavos, Alemanes, Franceses,
Suizos y, al contrario, los Apeninos no lo serían? ¿Y por qué los Alpes?
El río Po podría ser muy bien una frontera natural. Y no se trata de pa­
radojas: basta leer algunos periódicos de grupos nacionalistas alemanes
y austríacos para darnos cuenta que aún hoy, para ellos, la frontera na­
tural con Italia no son los Alpes sino el Adige! Entonces digamos con
Lucien Febvre: «laissons à l’astuce des uns, à la candeur des autres, la
frontière naturelle»14
c) en fin, ¿Cuál sería, por ejemplo, la frontera natural entre Bélgica
y Francia? Lucien Febvre •— ¡otra vez él! — cita una frase verdaderamen­
te deliciosa (sin indicar el autor): «dans des régions aux profils indi­
stincts (telle notre France du Nord), il serait peut-être malaisé de faire
saisir à des enfants le sens exact de cette expression: une frontière natu­
relle». Y Lucien Febvre tenía toda la razón de comentar: «Nous voici
prévenus: la notion de frontières naturelles est une notion pour Íes gran­
des personnes’ seules»15.
Repito, también aquí se trata de esquemas rápidos pero me parece
(si la inmodestia no me confunde) que estos corresponden a una reali­
dad. Esta realidad se puede resumir en el siguiente modo: hacia la mitad
(más o menos) del siglo X IX la cultura europea (sobretodo la de los paí­
ses que he llamado «satisfechos»; pero en parte también de los países
frustrados) presenta un modelo de conjunto así constituido:
Una nación es un espacio delimitado por fronteras naturales, pobla­
da por hombres que hablan el mismo idioma y que practican la misma
religión y unidos entre ellos por un no mejor identificado «espíritu na­
cional». El Estado administra estos hombres y concede algunos dere­
chos a las eventuales minorías. La relación entre Estado y ciudadano es
ejercida en régimen democrático, con garantías de plena libertad para
todos los ciudadanos. Este es el modelo. Pero la realidad es otra: las
fronteras naturales, no siendo para nada naturales para todos, la gente
se mata alegramente para defenderlas y /o conquistarlas. Las minorías
(étnicas, religiosas ...) gozan por lo general de muy pocos derechos. El
ejercicio democrático de la libertad se reduce a muy poca cosa si se pien­
sa en todos los límites (culturales, sociales, económicos) puestos para el
ejercicio del voto. N o me corresponde aquí, hacer una crítica del pasa­
do. Pero lo que me parece que se debe subrayar es el hecho que ese m o­
delo — tan perfecto en el papel y tan imperfecto en la práctica — es con­
siderado un verdadero, gran modelo16.

Este modelo cruzó el Atlántico.


Si existen múltiples y notables estudios sobre la aculturación en
América durante el siglo X V I faltan (que yo sepa) trabajos, que nos di­
gan lo que fue la nueva aculturación acontecida en el siglo X IX .
N o haré una historia de las constituciones de los cuerpos jurídicos
europeos (y norteamericanos) emigrados y «aplicados» en el contexto
centro y suramericano. Este, sí, sería un procedimiento verdaderamen­
9

te impresionístico!
Quisiera, en cambio, proceder según otras dos pistas.
La primera nos lleva a plantearnos un problema fundamental.
¿Qué significa un discurso constitucional europeo sobre las relacio­
nes entre mayoría y minoría étnicas, encajado sobre la realidad america­
na del siglo X IX ? En el Perú de los años ’30 del siglo X IX , ¿Cuál habría
debido ser el idioma oficial? ¿El castellano? <,Y por qué? Los criollos son,
ellos, una minoría étnica. Discurso no diferente para Bolivia, Paraguay,
Ecuador, México, Guatemala ,..17. Aun más: ¿Cuáles fronteras? ¿Las
naturales? Aunque se quiera creer, ¿Dónde están? Quién me pueda ex­
plicar la «naturalidad» de la frontera entre Perú y Brasil tendrá derecho
a mi eterna gratitud. Igualmente a quienes me sabrán indicar la «natura­
lidad» de la frontera entre México y Guatemala (y podría seguir). (Lo
sé: existe la excepción de la frontera andina entre Chile y Argentina; pe­
ro incluso entre estos dos países no han faltado hasta hoy pleitos). Que­
daban entonces las delimitaciones administrativas del período colonial
que tenían, ciertamente, un sentido suyo, pero que no podían responder
a la realidad de las nuevas situaciones «nacionales». Lo sé, también aquí
hubieron excepciones.
Pero no se podrá negar que lo que he expuesto sea el esquema gene­
ral: un esquema que encuentra su confirmación más clamorosa en el fra­
caso del proyecto de crear una confederación en América Central18.
Luego: todas las constituciones europeas garantizaban — desde los
primeros artículos — el derecho de propiedad privada como se había ido
constituyendo desde el tiempo de la legislación romana y hasta la codifi­
cación napoleónica. ¿C óm o podía tener un sentido y un valor este dere­
cho de propiedad, en relación a pueblos que — en su mayoría étnica —
tenían un sentido de propiedad completamente diferente?
Los entusiasmos bolivarianos (y no únicamente bolivarianos) para la
abolición de la propiedad común se resolvieron en el fracaso que todos
conocemos. El hecho es que Debo recordarlo? el concepto de propie­
dad no es nunca estable en el tiempo y en el espacio.
Ciertamente no he acabado con la serie. Y volveré sobre ello. La otra
pista es más compleja (y más ambigüa). El m undo político (expresión no
muy clara: pero no encuentro otra) europeo suponía que los integrantes
de la nación (los ciudadanos) fueran iguales ante la ley, ante el Estado:
era falso, lo sé, y por esto he dicho «suponía». El mundo político ameri­
cano se encuentra ante una situación diferente; muy a menudo minorita­
rio, insisto, étnicamente, se propone no solo construir la N ación, hacer
funcionar el estado y asegurar la libertad, sino también «de civilizar».
Sostiene que la población india íque es la mayoría), amorfa, inculta,
10

«bárbara», tiene que transformarse en una nación de ciudadanos en el


pleno sentido de la palabra. Propósito muy bello, en realidad. Pero tam ­
bién un propósito ambiguo, porque si por una parte él ciertamente per­
mitió la emergencia de muy nobles figuras que tomaron en serio el
proyecto «civilizador», por la otra, permitió que se siguiera tratando a
una masa de hombres como ciudadanos de segunda clase19.
Ahora bien, una nación debe ser constituida — aunque sea en m o­
do encubierto, imaginario — por ciudadanos iguales ante la ley: el rol
del imaginario social {que no es la utopía) sea el que los hombres espon­
táneamente se construyen, sea el que se les impone, es enorme20.
He aquí los dos puntos de partida que establezco con antelación pa­
ra continuar mi análisis.
Y volvamos a empezar: entonces, el modelo europeo es retomado en
América. Pero fracasa en seguida. Un fracaso atestiguado en modo claro
por las numerosas dictaduras que aparecen en varias partes ya sea por
períodos largos o breves. Y entre dictaduras, revoluciones y contrarevo­
luciones el hecho nacional americano se debilita siempre más. Y es cier­
to: dictaduras, revoluciones y contrarevoluciones (también si se
visten con etiquetas de «democráticas» y «nacionales») no traducen otra
cosa que intereses de grupo (dejémos a un lado las clases), contrastes y
conflictos de sectores económico-sociales diferentes. ¿Cómo se podrían
cuajar alrededor de ellos un sentido nacional? He aquí un punto aparen­
temente de detalle, pero, a mi parecer, verdaderamente importante.
¿Qué son estas dictaduras? Me parece que, muy a menudo, éstas se juz­
guen sobre la base de los criterios de hoy. Seria quizás mejor juzgarlas a
partir de una crítica histórica más fuerte ...
Tranquilízense, no quiero rehabilitar ninguna de las dictaduras
centro-suramericanas. Sin embargo, me parece que se tendría que obser­
varlas más de cerca. El caso de Bolívar, en este sentido, es ejemplar.
Ya sabemos que Bolívar fue visto — ya sea en Europa que en la
misma America — en modo diferente. Libertador, claro. Pero también
un tremendo dictador. El error de Karl Marx (entre otros) es, en este
sentido, conocido. ¿Pero Bolívar Quería ser verdaderamente un dicta­
dor?
Creo que para contestar a esta pregunta debamos remontarnos a la
dimensión del sentido de la historia de Roma que tuvo Bolívar. Roma
fue al mismo tiempo cuna de la libertad (en el periodo republicano) y cu­
na de la tiranía (en el período imperial). Entre estos, existió un persona­
je: Julio César. De aquí nace el cesarismo democrático bolivariano21.
Lo he dicho y lo repito. N o tengo ninguna intención de rehabilitar
dictaduras ni dictadores. Pero hay que reconducir las cosas a sus térmi­
11

nos históricos reales. Cuando hablamos de regímenes liberales del siglo


X IX en Europa (y aún más en América centro-meridional) no se tiene
que olvidar que, por ejemplo, en 1831 la ley electoral francesa permite
el ejercicio del sufragio a 5 electores por cada mil habitantes (0,50% ).
En la misma fecha, en Inglaterra, hay 32 electores por cada mil
habitantes22.
Pero me doy cuenta que todo lo que estoy exponiendo no da razón
del problema fundamental tratado muy claramente por Antonio Anni-
bo23 en relación a México (pero su planteamiento me parece válido para
el conjunto de países americanos):
«La imágen historiográfica del estado mexicano del siglo pasado es
fundamentalmente de inacabado: una minoría progresista habría elabo­
rado un proyecto liberal, derivado de una síntesis de principios europeos
y anglosajones, pero que no logró nunca realizarse, debido al conflicto
con los conservadores en un primer momento, a causa de la intervención
francesa, y por la dictadura de Díaz, después. N o obstante su fortuna,
esta imagen no ha logrado dar razón de un fenomeno de gran continui­
dad: la capacidad de la oligarquía de mantener hasta la revolución de
1911, entre hechos muchas veces dramáticos, el dom inio sobre el resto
de la sociedad. ¿Como es posible que una sociedad se haya mantenido
por tanto tiempo estable en su estructura y con un estado inacabado?¿Y
si la formación estatal de la que estamos hablando, la liberalburguesa
hubiera sido solo un referente ideológico de algunos grupos, y la reali­
dad histórica fuese otra, bien acabada, pero funcionante según módulos
diferentes al liberalismo clásico.?».
Resumiendo en palabras pobres: ¿Cóm o han podido sobrevivir estas
oligarquías? Porque el problema es éste: liberales y conservadores, fede­
ralistas o centralistas, revolucionarios y contrarevolucionarios no im pi­
den — a pesar que se hayan sucedido impetuosamente — que las oligar­
quías de los diferentes países resistan. Y bien, me parece que la respuesta
pueda ser simple: a través de una disyunción siempre mayor entre Esta­
do y Sociedad Civil, entre Nación Real y Nación Oficial.
Esta disyunción dara origen a algunas grandes rupturas, como la
mexicana de 1911 Pero es un fenomeno más único que raro que por
más de un siglo un continente entero haya sido regido a través de las for­
mas de un Estado «inacabado», por una casi inmutable «internacional»
de las oligarquías.
Su punto de fuerza me parece ser el hecho de que las Naciones ameri­
canas no logran encontrar nunca una fuerte unidad, propia. Ellas osci­
lan siempre entre «Nación en estado natural» y «Nación constituida».
Y, ¿Por qué asombrarse? He aquí un continente que obtiene su libera­
12

ción (por lo menos su parte española: el caso brasileño es diferente) por


medio de una guerra civil que terminará sin resolución. Sin resolución
porque, cortada la dependencia colonial (y sin tomar en consideración
otras nuevas dependencias que la substituyen), queda intacta la vieja
estructura interna del poder oligárquico que es tal, cualquiera sean las
etiquetas con las cuales se disimula24.
Pero ¿Qué es una oligarquía? Los «propietarios». Pero los «propie­
tarios» ¿De que? En 1830, el Estado de Michoacán para definirlos (en
función de las normas del censo para al ejercicio del derecho de voto) di­
ce: «Llamamos pues propietarios a los que tienen bienes raíces y a los
que ejercen una profesión, como los jurisconsultos, los escribanos, los
militares, los letrados, los fabricantes, los banqueros, comerciantes,
agentes de cambio, artistas y otros que sobrellevan las contribuciones
personales y las indirectas, y cuyos intereses hallan íntimamente unidos
con la subsistencia del gobierno»25 Antonio Annino tiene perfectamente
razón cuando comenta este texto diciendo: «Es difícil encontrar una au-
todefinición de oligarquía más precisa que ésta: el concepto de propie­
dad es económico, pero también y sobretodo de status social, de esta­
mento. Agregaría que la definición no es sólo precisa sino que, sobreto­
do, indica bien el carácter fuertemente orgánico de esta oligarquía. ¿Una
definición así vale solo para Michoacán, para el México? N o lo creo:
Manuel Burga y Antonio Flores G alindo24 en el esplendido libro A pog e o
y crisis de la república a r is to c r á tic a
, dan un retrato muy similar de la oli­
garquía peruana. Y me complazco recordar un episodio — que comple­
ta, en cierto sentido, la precedente cita mexicana — narrado por los dos
historiadores peruanos:
«La condición de oligarca no nacía sólo de la posesión de determina­
dos bienes; contaba también la pertenencia a una determinada familia.
Pero esto último no era sólo un problema biológico o la herencia de un
apellido: significaba asumir un determinado comportamiento donde
contaban la «moralidad», el respeto «de sus iguales» y la obediencia de
sus «subalternos». Este sentimiento señorial terminó invadiendo la vida
cotidiana. Una anécdota puede ayudar a ilustrar al peso de su influen­
cia: por 1900 la familia Porras Barrenechea habitaba en Barranco y en
los meses de verano acostumbraban don Guillermo Porras y su señora,
doña Juana Barrenechea, pasear alrededor de un parque cercano, como
lo hacían otras familias que frecuentaban ese balneario; una noche en la
banca que ellos acostumbraban ocupar en el parque se encontraba otra
pareja la que se había sentado allí a pesar que los Porras tuvieron la pre­
caución de enviar antes a una criada, esto dio lugar a un intercambio de
expresiones con los intrusos que obligó a su vez a un m utuo desafío a
13

duelo entre el Sr. Porras y el Sr. Del Cam po, que así era come se apelli­
daba el inesperado ocupante de la banca. El duelo terminó con la absur­
da muerte de Guillermo Porras. N o fue el único caso».
He dicho antes que las rupturas llegan más o menos tarde. Pero ahora
tenemos que regresar, aunque brevemente, a Europa. También aquí, aho­
ra, Nación, Estado, Libertad reciben fuertes sacudidas de las que se nota
los signos más claros en la primera guerra mundial, en que la Nación abre
definitivamente el paso a los nacionalismos más salvajes, a los más crudos
chovinismos. El fin de la guerra dará lugar despues — de Hungría a Por­
tugal, de Italia a Alemania — al nacimiento de nuevos nacionalismos de
tipo fascista, a nuevas concepciones absolutísticas del Estado.
Para complicar las cosas se agrega el hecho que ahora en casi todos
los lugares (también en el interno de las dictaduras de tipo fascista), apa­
rece con fuerza la dimensión popular obrera (o por lo menos obrerista).
E interviene un hecho extraordinario. Esta vez es Europa (o por lo
menos, buena parte de Europa) la que recupera modelos de América
Central y Meridional: así, por ejemplo, se asiste a la fascistización (so­
bretodo en Italia y Alemania, pero también en Francia) de Bolívar. O
más bien, el libro de Laureano Vallenilla Lanz, C e sa rism o D e m o c rá tic a
se traduce en italiano27 con una introducción de un tal Paolo Nicolai
que le cambia completamente el sentido. Y este problema se complicaba
aún más con la Revolución rusa de 1917. En la inmensa Rusia zarista el
problema de las naciones, de las nacionalidades, era enorme. Sraiin, en
el ensayo escrito entre 1912 y 191328 conocido como E l m a r x i s m o y la
c u e s tión n a c ion a l
pero que en la edición original llevaba otro titulo: La
c u e s tión n a c ion a l y la so c ia ld e m o c ra c ia ,
indicaba la complejidad del
problema y ofrecía soluciones. En el papel ellas tenían un cierto interés.
Pero siempre en el papel, ellas presentan una neta evolución negativa en
los diversos ensayos que escribió sucesivamente hasta llegar a Las d e
sv ia c ion e s en el c a m po d e la c u e s tión n a c ion a l
(intervención en el campo
de la cuestión nacional: de la relación del X V I Congreso del Partido Co­
munista — bolchevique — de la Urss, 27 de junio 1930), donde si bien
se condena el chovinismo gran-ruso, se condena también — y con vio­
lencia sin par — las desviaciones «hacia el nacionalismo local». El hecho
verdadero es que el aporte de Marx al problema de la N ación29 ha sido
conceptualmente escaso. Y el de sus epígonos — sin hablar de las conse­
cuencias etnocidarias de las soluciones nacionales de Stalin en el plano
de los hechos — todavía mucho más. Pero desgraciadamente esta esca­
sez de ideas ha sido vehículada por otros aspectos del marxismo que
contienen méritos indiscutibles. Quiero decir que las notables ideas (en
el contexto europeo) de Karl Marx a propósito, por ejemplo, de los mo­
14

dos de producción, han funcionado como vehículo para las débiles ideas
sobre la Nación (y esto vale también por lo que hace referencia a la con­
cepción marxiana y marxista del Estado).
Resumiendo, hacia los años ’20 de nuestro siglo el modelo europeo se
encuentra completamente descompuesto, en lo que se refiere a la Nación y
al Estado, y tanto en la vertiente democrático occidental, como en la ver­
tiente del socialismo real (para no hablar de las concepciones fascistas).
Ciertamente no es un caso si en muchas partes se denuncia la «crisis»
de la democracia, de! Estado, de los «valores» y se discuta para saber si
la «crisis» se encuentra en
el sistema o es sistema. del
Creo que esta imposibilidad de hacer referencia ahora a un modelo
europeo (o también norteamericano) se pueda encontrar, en el contexto
americano, en un fenómeno al que no se ha prestado la debida atención
que él merece: entre 1927 y 1950 todo un grupo de intelectuales, desde
Mariátegui a Paz, pasando por Freyre, Ortiz, Subercaseaux, Leopoldo
Benites ... (pero no se tendría que olvidar de agregar, en otro modo, Wal-
do Franck) se iba poniendo el problema de la propia identidad nacional27.
Extraordinaria concentración en el tiempo, cuyo equivalente es el grande
florecimiento de las «historias nacionales» europeas entre 1830 y 1860.
¿A qué atiene esta inquietud; este plantearse el mismo problema:
«¿Quienes somos?» Porque de hecho, lo s 7 e n s a y o s ,
como L a b e r in t o de
S o le d e d a d,
como Chile, un a loca g e og r a fía ,
como R a d iog ra fía d e la
P am pa , como el C on tr a pun te o c ub a no d e l a z ú c a r y d e l ta b a c o
, como
E c u a do r: d r a m a y p a r a do ja ,
constituyen tentativos de respuesta justa­
mente a esta pregunta: «¿Quienes somos?».
Creo que ello corresponda sobretodo a por lo menos tres factores:
a) al hecho de sentirse reducidos a una etiqueta: «América Latina»,
pegada artificialmente en sus espaldas;
b) al hecho que — por lo menos en algunos países: sobretodo Ar­
gentina, Uruguay, Brasil y Venezuela — la oleada inmigratoria europea
había descompuesto completamente la imagen (aunque pálida) de una
supuesta nacionalidad;
c) al hecho, en fin, de que las comunicaciones siempre más fáciles
entre el viejo y el nuevo m undo se resolvían en una dependencia cultural
(en el sentido ampio de la palabra) siempre más grande.
Permítanmne examinar estos tres aspectos separadamente:
A m é r ic a L a tin a
: Creo que no se había llevado a cabo un acto de colonia­
lismo más brutal, que aquél de imponer a un continente entero una eti­
queta con la qual él no tenía nada que ver. Vale la pena recordar breve­
mente la historia28.
La explosión del viejo imperio español planteó problemas internos
15

de onomástica. Ciertamente no era posible seguir llamando a estos paí­


ses independientes «Nueva España» o «Nueva Granada». A. von Hum-
boldt fue uno de los primeros en darse cuenta del equívoco de la
situación29.
Pero no solo existen problemas in te r no s
sino también ¿Có­ e x te r no s .
mo se podía distinguir esta nueva America independiente de los Estados
Unidos de América (los que, pensando bien, son el único país en el m un­
do sin un nombre propio)? Un sansimoniano, Michel Chevalier, en
1836 plantea una primera propuesta de «latinidad» de América. Pero en
ese momento no tuvo suceso, Y Chevalier tuvo que esperar hasta con­
vertirse de sansimoniano en consejero de Napoleón III.
A partir de 1862, Charles Calvo, un francés de origen argentino pu­
blica un R ec u e il c o m p l e t des tr a ite s ... de tou s les E ta ts d 'A m é r i qu e
L a ti n e 30.
El primer tomo llevaba una dedicatoria a Napoleón III. Dedi­
catoria que el emperador aceptaba con placer. Y con mucho más placer
porque hacía tres meses que sus tropas se encontraban en México. ¿Qué
cosa mejor que justificar la presencia con la razón (el pretexto) de la «la­
tinidad» el que era el «grand dessein» de Napoleón III? ¿Qué mejor cosa
podía esperar, para su sostén que una «latinidad», aunque esta no valga
un cuarto? Y es aquí que reaparece el sansimoniano-bonapartista M i­
chel Chevalier, promovido a ideólogo del «grand dessein». En 1864 pu­
blica un libro: L e M e x i qu e a nd e n e t m od e r n e
cuya tesis principal es
muy clara: Francia debe volverse líder de las naciones y cató lica s latinas
(España, Portugal, Italia y ... América Latina) contra las naciones no ca­
tólicas, sobretodo Rusia, Prusia, Turquía!
Con el pasar del tiempo, la catolicidad desaparecerá. N o quedará
más que la latinidad. En que fueran latinos los países de América Cen­
tral y Meridional, solo Michel Chevalier lo sabía. En efecto, se trataba
de un verdadera y propia prevaricación, que la oligarquía americana se
apresuró a recoger. Las «élites» americanas (come se suele llamarlas)
estuvieron muy contentas de poder aceptar una definición que las hala­
gaba tontamente y que, repito, no era otra cosa que una prevaricación.
En América no hubo ninguna otra reacción o, si la hubo, se resolvió
en movimientos de criollismo cerrado que no podían hacer otra cosa que
favorecer a la progresiva «latinización» de América.
La reacción vino, repito, entre fines de los años ’20 y los años ’40. Pero
no abarcó todos los países americanos. Sin embargo, el fenómeno fue im­
portante, porque el simple hecho de hacerse la pregunta «¿Quiénes so­
mos?» traducía muy bien la dificultad de definirse en términos nacionales.
E l h ec ho in m ig r a to r io.
Es conocido. El ha sido enorme en algunos paí­
ses. Una verdadera avalancha humana se derramó en Argentina, Brasil,
16

Uruguay... entre fines del siglo X IX y comienzos del X X , sobreponién­


dose al núcleo primitivo.
Prevaricación numérica, pero también prevaricación cultural (en el
sentido amplio de la palabra). Pero una prevaricación que no se resuelve
en la formación de un melting pot orgánico, en la formación de una nue­
va conciencia, sino más bien en una nueva angustia. La frase argentina
«el hombre desciende del mono; los argentinos descendemos de un bar­
co» traduce bien - — en su amarga ironía — esta angustia.
Tenemos aquí una masa de hombres que llega al nuevo m undo aco­
gida con entusiasmo (por lo menos al principio): la oligarquía local, en
efecto, deseaba estos hombres que deberían traer una nueva linfa civili­
zadora (y también mano de obra). Pero poco después esta misma oligar­
quía se encuentra prevaricada por la llegada de un gran número de pola­
cos, franceses, italianos y «turcos» ... Prevaricada, porque no tenía ca­
pacidad alguna de ofrecerles «structures d’accueil», estructuras donde
inserir — desde todos punto de vista — a estos nuevos llegados. Ellos,
en realidad, desarraigados de su tierra de origen, no buscarían nada me­
jor que el de poder ser inseridos en un contexto nuevo.
Pero — he aquí el punto — el contexto ya era reluctante. Así, la inte­
gración en muchos casos no se realiza, o se realiza mal. Será necesario el
pasar del tiempo, de más de una, dos generaciones, para que estos nuevos
llegados se vuelvan argentinos, uruguayos, brasileños, venezolanos ...
Vale la pena de recordar el primer encuentro entre M artín Fierro y
un «papolitano»:

Jamás me puedo olvidar


Lo que esa vez me pasó —
Dentrando una noche yo
Al fortín — un enganchao,
Que estaba medio mamao
846 Allí me desconoció.

Era un gringo tan bozal


Que nada se le entendía —
¡Quién sabe de ande sería!
Tal vez no juera cristiano,
Pues lo único que decía
852 Es que era p a -po-U ta no.
De este primer encuentro, pues, a la süntesis, el camino será largo32. Pe­
ro ¿Será verdaderamente una síntesis? Yo lo dudo mucho — tengo m u­
chas dudas. Y mis dudas se confirman por ejemplo, en la posición no re­
17

suelta todavía de este problema, como la encontramos en la R a d iog ra fía


d e ¡a F am pa. L a crecien te d e p e nd e n c ia c u ltu ra l.
Pablo Neruda33 hablan­
do a comienzos de los años ’20 escribía: «por entonces nos llenábamos
la cabeza con lo último que llegaba de los transatlánticos». N o sé por
qué, pero yo siempre he pensado que Pablo Neruda haya empleado
«transatlántico» en el sentido de «barco» más que de personas del otro
lado del Atlántico. De todos modos, cualquiera sea el sentido exacto del
empleo de las palabras por parte de Neruda, queda un hecho: la depen­
dencia, la espera del último numero de la revista europea o norteame­
ricana.
¿Debo recordar que si bien pocos — entre los primeros precisamente
Pablo Neruda — supieron librarse de esta dependencia, se llegó al colmo
con el hecho de que algunos escritores soñaron (y en algunos casos reali­
zaron su sueño) de escribir sus obras en francés e inglés?
Y la dependencia no será sólo literaria. Ésta se generalizará; las «mi­
siones» europeas y norteamericanas organizarán los ejércitos, la
educación34, la administración de los estados americanos. El juego sutil
de las becas, de las invitaciones hacía la dependencia siempre más tuer­
te. En suma, el molde externo se hacía siempre mas pesado. (Pero em­
pieza una primera resistenzia: sobretodo la de los muralistas
mexicanos). Eran éstas, me parece, las razones34 que ponían en movi­
miento algunos de los más bellos ingenios de la inteligencia americana,
con el fin de encontrar sus propias raíces nacionales. El fruto de su labo­
riosidad fue grande en términos intelectuales pero no me parece que tu­
vo un impacto nacional (americano) real. Baste pensar en la tardía for­
tuna de los 7 E nsa yos
de Mariátegui para convencerse.

Me parece que hoy nos encontramos de nuevo en la misma situación.


He puesto en orden (un po c o
de orden) en mi biblioteca y he hecho
una extraña constatación: será quizas una casualidad pero encuentro el
mayor número de libros artículos que tratan de contestar la pregunta:
¿Quiénes somos? entre 1927 y 1950; después, un vacío casi absoluto; el
problema se ha vuelto a plantear en estos diez últimos años.
¿Y esto por qué?
Si hasta aquí he hablado apoyándome a «auctoritates», ahora tengo
que intervenir en primera persona.
Permitan, por favor, a un viejo anarco-individualista indicar lo que
él cree que sea el Estado35: un instrumento de mediación entre el Poder y
la Sociedad Civil. Hasta que el Estado logre absolver esta función, todo
irá bien (o parece ir bien). En caso contrario, se manifestará inevitable­
mente una disyunción entre, precisamente, Poder y Sociedad Civil. ,■Pe­
ro qué significa adhesión, disyunción? ¿Adhesión o disyunción a qué co­
sa? ¿A quién?
Un concepto al que guardo cariño desde hace años y que ha constitui­
do uno de los elementos principales-de mi reflexión sobre la historia de
Italia es el de proyecto nacional. Porque el punto es precisamente éste.
Nación, Estado, Patria, Libertad son palabras que, o se resuelven en va­
na retórica (los recuerdos de las batallas vencidas, de la sangre heroica­
mente derramanda, de los gloriosos destinos futuros debidos al genio de
la raza) o se tienen que concretizar en un proyecto nacional (nacional,
no ciertamente nacionalista) el que — contrariamente a lo que muchos
piensan — no es nunca una ideología. Aún mejor: una ideología puede
estar al servicio de un proyecto nacional pero no puede nunca sustituir­
lo. Y la condición fundamental es que esta ideología sea, en todo senti­
do, espontánea y ya no de importación.
Cuando J.B. Alberti grita: «gobernar es poblar», expone un proyec­
to nacional. Este puede ser criticable (sobretodo por el modo en que se
realizó) pero es un proyecto nacional.
Es nacional, porque corresponde exactamente a las exigencias reales
del país, porque no es abstracto, porque de hecho el «poblar» es un pro­
blema central para Argentina. «Poblar» fue la solución al dilema «civili­
zación y barbarie» puesto por D.F. Sarmiento en su F a c undo. Un dilema
que, como hace notar justamente Vanni Blengino36 «se resuelve en el
choque esquematizable en dos espacios culturales que se excluyen pun­
tualmente y que se convierten en la oposición central que acomete las
más diversas esferas de la realidad argentina. Civilización vs barbarie /
ciudad vs pampa (desierto) / ciudadano vs gaucho / sedentansmo vs
nómade / constitución vs caudillismo / etc.».
El proyecto nacional se desvió ciertamente por la contraposición tan
aguda entre «civilización» y «barbarie» (o por lo menos por la interpre­
tación tan estrecha que se le dio).
Lo sé: se podría decir que el de Sarmiento no es un proyecto sino un
canon de interpretación. Pero no es así: Sarmiento tuvo la visión clara
que alrededor de los puntos por él enunciados, se jugaba (bien o mal:
éste es otro discurso) el futuro de su país.
Un proyecto nacional es el punto en el cual convergen el pasado y
presente en vista de una realización futura. Él no tiene necesidad de ser
tratado en tomos ponderosos: bastan pocas palabras. Quisiera citar un
ejemplo: después de 1870 y la pérdida de Alsacia y Lorena, el proyecto
nacional francés (quien desea lo puede criticar, pero esto no quita nada
a la realidad de ser un proyecto nacional) será el de reconquistar las
19

tierras perdidas. N o faltaron libros, artículos, discursos (por lo general


pésimos). Pero este proyecto se concretizó mas que en esos libros, en
una frase extremamente simple: «Pensez — y toujours; n’en parlez ja-
mais». Y, sin dudas, todo un pueblo supo «pensar».
Por otro lado, éste tiene que contar con las fuerzas reales que tiene a
su disposición. En caso contrario, aunque esto pueda parecer una para­
y
doja — la disyunción entre la Autoridad la Sociedad Civil se vuelve to­
davía mas grande de la que pueden crear las dictaduras, fuerzas reaccio-
narias y tiranías.

Según las reglas de la composición literaria, yo ahora tendría que in­


dicar lo que podría ser el proyecto nacional para las naciones america­
nas de hoy. Me abstendré de un ejercicio de este tipo. Desde que he ini­
ciado a ocuparme de problemas de historia americana, he sabido siem­
pre36 que la historia, y aún ma's, la política de estos países, tienen que ser
respetadas. Y sé también que el ún ic o m odo
para respetarlas es el de de­
jar que sus habitantes construyan sus modelos de interpretación del pa­
sado y la proyectación del futuro.

NOTAS

1. En este sencido, habría que interesarse de otra palabra más: «provincia».


2. Para todo lo hasta aquí dicho, véase especialmente F. C habo d, L'idea di nazione,
Bari 1961 y E. K antorow icz, The K in g ’s two Bodies, Princeton 1957.
3. C h ab o d , L ’idea cit., p. 183.
4. p. 11.
ìb id .,
5. Cf. O . Vossler, Dar Nationalgedanke von Rosseau bis Rartke, München-Berlin
1937.
6. C habod, L ’idea cit., p. 19.
7. A. Schiavone, Alle origini del diritto borghese. Hegel contro Savigny, Bari 1984, p.
59.
8. Cf. E, Fueter, Storia della storiografia m oderna, N apo li 1944, vol. II, pp. 102 ss.
9. P. Barr, !s Germ any a N ation?, «Fortnighly Review», 1923, n. 114, pp. 890-895.
10. R. R o m a no, Dentro la storia del paese Italia, «Belfagor», 1979, n. X X X I V , pp,
224-32.
11. N aturalm ente, no deseo con esto decir que el racismo moderno desciende única­
mente de las historiografías nacionales.
12. E. Fueter, Storia cit., vol. II, p. 101.
13. Véase sobre este punto L. Febvre, Le problème historique du R h in, in Le R h in , So­
ciété Générale Alsacienne de Banque à l’occasion de son 50e anniversaire, s.l., s.f.; A. De-
mangeon y L. Febvre, Le Rhin. Problèmes d ’histoire et d ’économie, Paris 1935; L. Febvre,
Frontière: le m o t et la notion, in Pour une historie à part entière, Paris 1962, pp. 11-24.
14. Demangeon-Febvre, Le R hin cit., p. X .
20

15. L. Febvre, La terre et l ’èvolution húm am e (1922), Paris 1970, p. 334.


16. U na perfecta proyección de este «modelo» me parece ser B. Croce, Storia d 'E uro ­
pa nel secolo X IX , Bari 1942.
17. Véase sobre este punto P. C h au n u , Interpretación de la Independencia de América
Latina, in A a .V v ., La Independencia en el Perù, Lim a 1972, pp. 129-130.
18. M . W o rtm a nn, Government an d Society in Central America, 1680-1840, New
York 1982.
19. Véase las interesantes consideraciones, a proposito de M éxico, de D .A . Brading,
Los orígenes del nacionalismo mexicano, M éxico 1973.
20. Véase el excelente libro de B. Baczko, Les imagtnaires sociaux, París 1984.
21. M e sea perm itido citar mi Sim ón Bolívar et ¡a culture européenrte: heurs et m al-
beurs, en prensa. Y véase tam bién A. Filippi, Las interpretaciones cesaristas y fascistas de
Bolívar en ¡a cultura europea, «Latinoam érica. A nuario de Estudios Latinoamericanos»,
1984, n. 17, pp. 164-204.
22. F. Pon tei 1, Les classes bourgeotses et l ’avènement de la démocratie, Paris 1968, p.
86. Se agregue que, en el caso francés, para ser electores hay que pagar por lo menos 200
francos de impuestos directos, p;ira ser elegibles la cifra es de 500 francos.
23. A. A n n in o , Il patto e la norma alle origini della legalità oligárquica in Messico,
«N ova Am ericana», 1982, n. 5, p. 135. Para el problema de conjunto de la oligarquía es
obligatorio recurrir a M . C arm agnani, La grande illusione delle oligarchie. Stato e società
in America Latina (1850-1930), T urin 1981.
24. Cfr. G . Carrera Dam as, Estructura de poder interno y proyecto nacional inm edia­
tamente después de la Independencia: el caso de Venezuela, W ashington D .C ., 1983.
25. C it, in A nnino , Il patto cit., p. 160.
26. Lim a 1980, p. 96.
27. R o m a 1934,
28. U tilizo la edición italiana: Il m arxismo e la questione nazionale e coloniale, a cura
du G. G . Straneo Caracciolo, T urin 1948.
29. M arx y Engels se interesaron sólo a las cuestones nacionales irlandesa y polaca y
únicamente por razones tácticas: contro Rusia — prototipo de la reacción — e Inglaterra
— que ellos consideraban la cuna posible de la revolución proletaria. «II m arxism o è così
rimasto senza una concezione della nazione che la collochi nella logica dei modi di p ro du­
zione e delle lotte di classe, quantunque queste siano indicate come il fondam ento della
storia, e nella visione universale della rivoluzione proletaria, vista come il suo avvenire»,
cfr. R. Galiissot, N azioni e nazionalità nei dibattiti del m ovim ento operaio, in A a.V v .,
Storia del M arxism o, T urin, voi. 2, p. 788. Véase tam bién G . H au pt, M . Lowy y C.
W eill, Les marxistes et la question nationale (1848-1914), Paris 1974, y S. K alm anovitz,
Notas sobre la form acion del estado y la cuestión nacional en America L a tin a , «Ideologia
y Sociedad», 1977, n, 20, pp, 33-58.
30. Falta un estudio de conjunto sobre este grupo de intelectuales. Lo estaba prepa­
rando D iana Guerrero que fue masacrada por los militares argentinos. U n tentativo sólo
parcialmente alcanzado de una visión de conjunto lo representa los artículos de N ova
Am ericana, 1980, n. 3.
31. T am bién para este problema carecemos de un estudio que examine com o se desar­
rolla y consolida la expresión «América Latina». Véase al respecto G. Martiniére, L ’ínven-
tion d ’un concepì opératoire: la latinité brésihenne, in Aspects de la coopération franco-
brésilienne, Paris-Grenoble 1982, pp. 25-38; A. A rdao , Uruguay y el nombre América La­
tina, «Cuadernos de M archa», 1979, n. 1, pp. 49-52. Esperamos vivamente que el im por­
tante estudio de A. Filippi, Las metamorfosis americanas de la latinidad (ideologías e h i­
storiografías sobre nuestra América), actualmente inédito y que el A, tuvo la cortesia de
facilitarme, sea publicado pronto.
32. A. de H u m b o ld t, Essai politique sur file de C uba, Paris 1826, voi. II, pp. 111-12.
34. J. Hernández, M artin Fierro, in E. M artinez Estrada (ed.), Muerte y transfigura­
ción de M artin Fierro, M éxico 1948, voi. I, pp. 841-52.
35. Cfr. V. Btengino, Im m igrazione italiana, letteratura e identità nazionale, «N ova
Am ericana», 1980, n. 3, pp, 331-53.
21

36. P. N eruda, foesia y prosa de R a m ón López Velarde, in A a .V v ., Presencia de Ra- ,


m ón López Velarde en C hile, Santiago 1963, p. 23.
37. Véase, por ejemplo, el excelente libro de A. Helg, Cwihser le peuple et form er les
élites, París 1984 que muestra muy bien la influencia de las misiones europeas en la políti­
ca de la enseñanza en C olom bia.
38. A las cuales habría que agregar, sin duda alguna, y con la excepción de Mariáte-
gue, la influencia de la crisis 1929-32 y, sobretodo, del período posterior a la crisis.
39. Sobre el complejo problem a de diferentes tipos de estado, vease N . Bobbio, Stato,
in Enciclopedia E inaud i, T urin 1981, pp. 453-513 y L. Perini, Lo Stato: ilg ra n d e model-
lo f*, in Enciclopedia Einaudi cit., vol. 15, pp. 993-1033.
40. Blengino, Im m igrazione cit., p. 332.
41. A. Jara, A propósito de un libro reciente de historia económica venezolana, «Bole­
tín Am ericanista», 1981, n. 31, p. 147: «‘Descubriendo’ Am érica, llego a nuestros archi­
vos uno de ellos [seguidores de la escuela de los Annales], con fabulosos esquemas y modas
europeas. H abía que seguir y cultivar ciertas panaceas que, aunque ya no estaban tan nue­
vas, parecían atractivas todavía. La historieta se remonta a 1957. Era necesario, a toda
costa, hacer historia de los precios. Ella permitía auscultura todo, com u si C hile, Peru o
M éxico del siglo X V III hubieran estado realizando la Revolución Industrial inglesa». El
an ónim o personaje soy yo. A Santiago había sido invitado por M ario G óngora para dictar
un curso sobre la historia de los precios y tam bién de las monedas, de la demografía, etc.
en Europa. Y de ello hablé: si el señor Alvaro Jara entendió m al, la culpa no es mía. Y no
recurriré a testimonios (que sin embargo existen, de M . Carm agnani a P. C unill que — en­
tonces muy jóvenes — tuvieron la cortesía de seguir mis seminarios) porque en todos mis
35 años de enseñanza universitaria y en todos mis escritos he siempre luchado (incluso con
feroces polémicas) para «relativizar» conceptos, problemas, métodos en las diferentes si­
tuaciones temporales y espaciales. Quisiera agregar ¿Para el señor Alvaro Jara personas
com o Florescano, Tandeter, Arcondo, W achtel, Borah, Johnson Jr. y tantos otros que se
han ocupado de historia de los precios en América han perdido su tiempo? Tuve y tengo
todavía m ucha estima para el señor Alvaro Jara com o estudioso y le soy todavía hoy muy
grato por todo cuanto me di|o a proposito de los problemas históricos americanos. Pero
esta estima y esta gratitud caen frente a los procedimientos mentirosos que el señor Alvaro
Jara cree de deber adoptar conmigo.
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AMERICA LATINA
DALLO STATO COLONIALE
ALLO STATO NAZIONE
América Latina: dei estado coloniaI
al estado nación
America Latina: do estado colonial
ao estado nagao
(1750-1940)
a cura di
Antonio Annino, Marcello Carmagnani,
Gabriella Chiaramonti, Alberto Filippi,
Flavio Fiorani, Alberto Gallo,
e Giovanni Marchetti

VOLUME I

FRA N C O A N G E LI
Copyright © 1987 by Franco Angeli Libri s.r.t., M ilano, Italy

I lettori che desiderano essere regolarmente inform ati sulle novità pubblicate datla nostra
Casa Editrice possono scrivere, m andando il loro indirizzo, alla “ Franco Angeli, Viale
M onza 106, 20127 M ila n o ” , ordinando poi i volum i direttamente alla loro Libreria.
CONTENIDO

Introducción p. IX

Algunas consideraciones alrededor de N ación, Estado (y Liber­


tad) en Europa y América centro-meridional,
Ruggiero Rom ano « 1

I. Fundamentos económicos y sociales « 25

Alternativas de la formación del Estado en la región de


los Andes a comienzos del siglo X IX , Adam Anderle « 31

La negociación Quito-Guayaquil, Jean-Paul Deler,


Yves Saint-Geours « 43

O Cobalto no Brasil no inicio do século X IX ,


Frédéric M auro « 67

Estado borbónico y presión fiscal en la Nueva España,


1750-1821, Juan Carlos Garavaglia, Juan Carlos Grosso « 78

Estado tributario y librecambio en Potosí durante el


siglo X IX : mercado indígena y lucha de ideologías m o­
netarias, Tristan Platt « 98

Reforma hacendaría y gasto público en el últim o tercio


de! siglo X IX mexicano, Javier Pérez Süler « 144

El colapso económico de la Primera República de Vene­


zuela, M anuel Lucena Salmoral « 163

Economía política y política económica en Colom bia,


1819-1850, Anthony McFarlane « 187
VI

Banca y Estado en Venezuela, 1830-1911,


N ikita Haru'ich Vallenilla 209
Las relaciones entre economía y Estado: el problema de
las materias primas para ia industria textil durante la
revolución mexicana. 1913-1916, M anuel Plana 244

Propiedad y sistema político regional: Trujillo (Perú),


1860-1920, Gabriella Chiaramonti 260

Régimen oligárquico y tensiones modernizadoras: Chile


1900-1930, M aria Rosaría StabiÜ 284

Los grupos económicos regionales y sus relaciones con


el poder político local en México en el siglo X IX . El caso
de Morelos, Domenico Sindico 311

Flutua^oes económicas de curta dura^ao, condifoes de


vida, movimento operario e o Esrado,
Eulalia M aria Lahmeyer Lobo, Eduardo Navarro Stotz 322

Hacia la autonomización y totalización del Estado: Car­


los Dávila y su concepción del socialismo de Estado,
Ryszard Stemplowski 361

El Estado, la nupcialidad y la familia en el Caribe,


Yves Charbtt 388

Un ensayo de interpretación del desarrollo del capitalis­


mo er. el Perú, Elizabeth Dore « 397
El volumen reúne los estudios presentados en ci v i i Congreso de ¿a
Asociación de Historiadores Latinoamcricanistas Europeos (AHILA)
realizado en Florencia (15-18 de mayo de 1985).
LI Congreso fue patrocinado por el Ministero degli Affari Esteri, el
Ministero della Pubblica Istruzione, las Universidades de Turín, Floren-
eia y Padua, la Fondazione Agnelli, el Istituto Ragionieri y el Centro
Studi di Scienza Politica Paolo Farneti.
FI Congreso obtuvo contribuciones financieras de la Regione Tosca*
na, Provincia Toscana, Istituto Bancario San Paolo di Torino, Cassa di
Risparmio di Torino, Banca Nazionale del Lavoro, Montedison, Orga­
nización Techint y la De Fonseca S.p.a. La edición del volumen fue posi­
ble gracias a la contribución financiera del Ministero della Pubblica
Istruz.one, C U N 40% .

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