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Pluralidad y unidad en el cristianismo primitivo

y la génesis del canon

Ya en el siglo XIX, la escuela de Tubinga comenzó a reconocer la unidad dialéctica en la


variedad de escritos que se encuentran en el NT. Se distinguieron fundamentalmente dos
“partidos” relacionados entre sí a modo de tesis y antítesis: el petrinismo y el paulinismo.
Ambos “partidos” estarían representados en el plano literario por el evangelio de Mt y las
cartas auténticas de Pablo, respectivamente1.

Esta visión ya no se puede sostener totalmente, pero iba bien encaminada. Podríamos
definir este proceso con estas enmiendas:

1. No hubo sólo dos partidos en el cristianismo primitivo, sino toda una gama, con
tensiones y conflictos entre ellos: judeocristianismo, cristianismo sinóptico, paulino y
joánico, y más tarde la amplia corriente de un cristianismo gnóstico. Hay que destacar
aquí la pluralidad del cristianismo primitivo y reunir los indicios para una unidad dentro y
detrás de la multiplicidad. Sólo esta unidad permite comprender la génesis del canon que
pudo imponerse en el curso del siglo II sin que existiera una instancia de organización
central en el cristianismo primitivo. La génesis del canon es el suceso decisivo de la
historia del cristianismo primitivo en el siglo II.

2. La síntesis que pone fin a este proceso no está representada por el evangelio de Juan,
sino por el canon. Lo característico en la formación del canon es la afirmación expresa de
la variedad en el cristianismo primitivo. El canon asume escritos de casi todas las
corrientes representativas. El Corpus Johanneum no es esta síntesis; representa sólo una
corriente en el canon; es posible, no obstante, que hubiera desempeñado un papel especial
en la formación del mismo.

3. La formación del canon supuso el descarte de las corrientes “heréticas”. No todas las
corrientes y tendencias del cristianismo primitivo quedaron representadas en los escritos
1
Todos los demás escritos quedarían referidos a ellos por la “tendenci2” que defienden. Así, 1 Pe y Sant
representan, según dicha escuela, un intento de mediación que hace la corriente petrina; la doble obra lucana y los
escritos deuteropaulinos, un intento de mediación por parte paulina para conciliar las dos corrientes. El catolicismo,
en fin, formaría la síntesis, representada por el evangelio de Juan. Con él alcanza el cristianismo primitvo, según la
escuela de Tubinga, su punto más alto y su conclusión.

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del canon. Faltan los escritos gnósticos. Los escritos judeocristianos aparecen poco
representados. En, con y por la formación del canon, tenía que llegarse a un consenso
acerca de lo que era “cristiano” en sentido normativo. Se acogieron solamente los
escritos que se ajustaban a este canon. Trataremos de analizar este consenso.
Buscaremos para ello una serie de axiomas y motivos fundamentales implícitos o
explícitos que fueron compartidos por la mayoría de los cristianos. Podemos llamar a este
consenso un “canon interno” dentro del externo.

Antes preguntémonos: ¿Qué es un canon desde el punto de vista de la religión? Un canon


consta de los textos normativos que son apropiados para reestructurar constantemente el
sistema semiótico de una religión y hacerlo acogedor mediante interpretación, para una
comunidad. El sentido comunitario del canon consiste en posibilitar el consenso entre
distintos grupos, establecer la delimitación hacia fuera y favorecer una continuidad
suprageneracional. Los escritos canonizados son un monumento cultural protegido por el
aura de lo sagrado, que resiste tenazmente a la tentación del olvido y el desplazamiento.

Ahora bien, ¿y qué significa esta formación del canon para la historia del cristianismo
primitivo?

1. La génesis de este canon acaba cuando el sistema semiótico no se va construyendo ya


con nuevos escritos, sino que se considera concluso. El proceso ulterior de la religión
acontece desde entonces a través de interpretaciones del sistema semiótico considerado
concluido: a través de la exégesis. Se dice, exagerando, que con los exegetas muere el
cristianismo primitivo.

2. La formación del canon define, además, al cristianismo primitivo frente al judaísmo, y


documenta su emancipación definitiva de la religión madre y su unión permanente con
ella al mismo tiempo. Nuevos escritos sagrados se agregan a los escritos sagrados del
judaísmo, que quedan subordinados, como “Antiguo Testamento”, al “Nuevo
Testamento”.

3. La formación del canon, por último, completa la autodefinición del cristianismo


primitivo frente al paganismo. Asume, con el AT, la autodenominación del “pueblo de
Dios”.

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Pluralidad del cristianismo primitivo hasta la formación del canon

A) Conflictos y agrupaciones en la primera generación

Hemos visto cómo el primer conflicto que sale a la luz es el de los hebreos y los
helenistas. A los hebreos pertenece el grupo de los Doce; a los helenistas el de los Siete.
El número doce indica que no está representada aquí únicamente la comunidad primitiva
de Jerusalén, sino todo Israel. Los Doce son misioneros itinerantes que se saben enviados
a las doce tribus. El número septenario corresponde, en cambio, a los representantes de
una localidad; encontramos aquí un primer embrión de las estructuras de autoridad en una
comunidad local. Ambos grupos difieren culturalmente (lenguas diferentes). Pero, como
sabemos, los helenistas entraron en un conflicto bastante grave con la institución central
del judaísmo: el templo. Su dirigente, Esteban, muere lapidado a consecuencia de la
crítica que hace al templo. Probablemente anunció su pronta apertura a los paganos. Los
seguidores de Esteban son expulsados. Una parte de ellos, principalmente Felipe,
evangelizan en Samaria y en las ciudades costeras grecopalestinas. Otra parte llegó hasta
Antioquía y fundó allí la primera comunidad que acogía también a pagano-cristianos.
Podemos distinguir así tres agrupaciones y corrientes en fechas relativamente tempranas.

Permiten precisar este cuadro las controversias entre Antioquía y Jerusalén en torno a la
circuncisión como requisito para la acogida de los pagano-cristianos. En el concilio de
los apóstoles, celebrado en Jerusalén, se enfrentan las tres “columnas” del lugar, Santiago,
Pedro y Juan, por una parte -aunque el último nunca aparece destacado como
independiente-, y Pablo y Bernabé por otra -ambos, delegados de la comunidad
antioquena con igualdad de derechos-. Hay un grupo de “falsos hermanos” que no se
integra en el consenso.

El conflicto antioqueno, que estalla después en torno a los preceptos sobre manjares, nos
hace asistir a una nueva coalición: Pedro y Bernabé se distinguen de Santiago (y de los
falsos hermanos) por compartir mesa en Antioquía con los pagano-cristianos. Discrepan,
por otra parte, de Pablo, que considera que la mesa compartida no sólo está permitida a
los cristianos, sino que es obligatoria y no puede cuestionarse en ningún caso. Emerge de

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ese modo entre el judeocristianismo estricto (los falsos hermanos y Santiago) y el
paulinismo una tercera corriente intermedia: la conjunción de los “hebreos”,
judeocristianos moderados, como Pedro, y los «helenistas», también judeocristianos
moderados, como Bernabé. Aparecen así no tres, sino cuatro agrupaciones y corrientes
básicas en el cristianismo más primitivo, la cuarta de ellas por aproximación entre dos
grupos.

B) Cuatro corrientes básicas en la segunda generación (ver esquema de página 304 de


Theissen, al final de este documento)

Es lógico pensar que de estas cuatro agrupaciones de la primera generación emergieran


diversas corrientes en la segunda generación.

Tenemos el cristianismo paulino. Es evidente la influencia de Pablo real en los escritos


deuteropaulinos. Pero acá habrá también que distinguir diferentes “alas” o sub–
corrientes: las cartas a Colosenses y Efesios son testigos de un paulinismo “de izquierda”;
este paulinismo defiende una escatología de presente y una cristología peculiar del cuerpo
donde se mantiene elevada la valoración de cada miembro. En cambio las cartas
pastorales y 2 Tes niegan tanto la proximidad de la parusía (2 Tes) como la escatología de
presente (2 Tim 2,18). Falta la eclesiología del Cuerpo de Cristo; por otro lado,
encontramos la metáfora donde la comunidad es (en las pastorales) la “casa” de Dios.
sólo el obispo posee carisma en las comunidades.

También es relativamente plausible la coordinación del judeocristianismo y de los «falsos


hermanos» -netamente distintos del primero por su actitud irreconciliable- con Santiago.
Este fue la figura decisiva en Jerusalén después de la salida de Pedro. Esto no lo sabemos
sólo por Hch; podemos inferirlo también de Josefo. De este judeocristianismo proceden
los evangelios judeocristianos conservados en fragmentos: el Evangelio de los hebreos, el
de los ebionitas y el de los nazarenos. Y también aquí cabe presumir la existencia de dos
alas: un ala gnóstica, en la que cabe mencionar, cuyo mejor testimonio es el evangelio de
Tomás (que otorga un rango singular a Santiago (EvTom 12))y también está el Evangelio
de los hebreos. A esta ala gnóstica del judeocristianismo se contrapone otra que está
próxima a los evangelios sinópticos. El Evangelio de los nazarenos es una reelaboración

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del evangelio de Mateo. La Carta de Santiago es afín en algunas tradiciones al sermón de
la montaña. Ambos impresionan por su ethos social: rara vez se ha expresado el sentido
de la solidaridad con los pobres con tanta claridad como en estos escritos cristianos
primitivos.

Con el cristianismo sinóptico es más difícil una clasificación. Podríamos darnos cuenta
cómo se combina en los tres el pagano–cristianismo con el judeocristianismo. La fuente
de los logia ofrece un perfil inequívocamente judeocristiano, al igual que el material
especial de Mt. Mc y la doble obra lucana están influidos más por el pagano–
cristianismo.

Cuesta más definir Jn. No tenemos clara una prehistoria de este escrito. 1 Jn da a
entender que hubo un cisma en la comunidad joánica: los disidentes podrían haber
defendido una cristología próxima a la gnosis, una fe para aventajados. Pero sólo
tenemos los escritos de “la otra parte” (cartas de Jn). En todo caso, tal vez podríamos
relacionar Jn con aquella rama de los helenistas que evangelizó Samaria.

C) El cristianismo comunitario paleocatólico y su controversia con las “herejías”

Las cuatro corrientes básicas que hemos mencionado convergen, durante el s. II en el


cristianismo comunitario paleocatólico. Tal vez el testimonio más importante de este
cristianismo es el canon. El canon del Nuevo Testamento reúne escritos de las cuatro
corrientes básicas. Faltan, no obstante, escritos tanto del ala más radical del
judeocristianismo (Evangelio de los hebreos y Evangelio de Tomás) como del ala más
radical del cristianismo joánico, a la que no podemos referir ninguno de los escritos
conservados. Faltan además todos los escritos gnósticos. El canon es –merced a la
recopilación, pero también a la exclusión de muchos escritos– la gran prestación
consensual del cristianismo comunitario. Este cristianismo paleocatólico no se limita, sin
embargo, a reunir los escritos neotestamentarios; produce también escritos propios: para
la exposición de cara al exterior, la apologética, donde trata de interpretarse a sí mismo
para otros; para las propias comunidades, los escritos reunidos bajo el concepto de padres
apostólicos; y para la controversia con los herejes, los primeros escritos heresiológicos.
El cristianismo comunitario paleocatólico fue cuestionado desde dos vertientes: primero,

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desde una religión soteriológica radical, la gnosis, que disolvería el sistema semiótico
cristiano en un lenguaje simbólico general; segundo, desde unos movimientos proféticos
de renovación de diversa intensidad. Ya el Apocalipsis, de finales del siglo I, y el Pastor
de Hermas, del siglo II, son escritos proféticos que pretenden ayudar a la renovación de la
Iglesia. Cabe afirmar, sin duda, que el canon es la gran respuesta del cristianismo
primitivo en su fase final a la crisis de identidad de la Iglesia.

D) La formación del canon como reconocimiento de la pluralidad

El canon conserva (y acota) la pluralidad del cristianismo primitivo. Podemos inferir de


la formación del canon una cuádruple opción a favor de la pluralidad: 1) El Antiguo
Testamento se conserva junto al Nuevo. 2) El NT se desglosa en sección evangelios y en
sección apóstoles. 3) Se canonizan cuatro evangelios y no sólo uno. 4) Junto a las cartas
de Pablo figuran las cartas católicas. Podemos aventurar algunas conjeturas para tratar de
explicar estos hechos:

1) El Antiguo Testamento se conserva junto al Nuevo: Parece que hubo una opción de
colocar otros escritos junto al AT preexistente, no como una ampliación de la única suma
de escritos canónicos, sino como nueva suma o recopilación junto a la “nueva”. Estamos
hablando de que se mantuvo como “inspirada y canónica” la literatura de un pueblo que
había sido ya combatido y vencido tres veces en menos de un siglo (entre el 66 y el 74;
entre el 115–117; entre el 132–135). Cuando todo mundo se apartaba de este pueblo que
no podía ya entrar en Jerusalén, los cristianos mantienen incluso en la escritura los
nombres sagrados con la misma nomenclatura (abreviados en griego) y el rango de
“Escrituras” a todo el AT griego. Es decir, parece que no se trataba de “asumir” como
escritura sacra el AT sino de colocar junto a él –es decir, no estaba en discusión que la
Biblia de los judíos era sagrada (era la que había utilizado Jesús)– la nueva colección de
libros “canónicos”, el NT.

2) El NT se desglosa en sección evangelios y en sección apóstoles: Frente a la gran


tentación de agrupar sólo un tipo de escritos, el NT agrupa distintos escritos,
“emparentándolos” con las teologías atribuidas a los distintos apóstoles. Esta diferente
orientación teológica hace del NT un corpus plural.

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3) Se canonizan cuatro evangelios y no sólo uno: No sólo Marción escogió un evangelio
(Lc) y desechó los otros. También muchas comunidades y regiones mantuvieron hasta
bien entrado el siglo II la tendencia al “principio de un solo evangelio”. Poseían un solo
evangelio y creyeron tener con él una base suficiente paa su fe. Porque, durante mucho
tiempo, el fundamento de esta fe fue “el evangelio” como mensaje oral de salvación, y no
como un determinado escrito. Hay testimonios que en Roma ya eran conocidos a
mediados del s. II los cuatro evangelios.

A pesar de que cada evangelio pretendía ser el evangelio, (Mt, por ejemplo pretende
compendiar la enseñanza de Jesús en forma definitiva), y que Lucas había compuesto una
obra en dos tomos que debían ser leídos juntos, la gran Iglesia separó tanto la obra lucana
como el corpus joaneo agrupando los evangelios y las cartas. Con las cartas quedó el
libro de Hch.

4) Junto a las cartas de Pablo figuran las cartas católicas: Es innegable la gran influencia
que ejercieron en muchas comunidades las cartas paulinas. Tanto es así y tan fuerte sería
su autoridad “canónica” que pronto se dio la aparición de una serie de cartas paulinas
seudónimas. Luego, las cartas católicas quizá no por azar se atribuyen a las tres
“columnas” del cristianismo de los orígenes: Santiago, Pedro y Juan. Estas, de algún
modo, hacen de contrapeso a las cartas paulinas.

Así pues, fue decisivo que el canon no sofocara la pluralidad interna del cristianismo
primitivo sino que la preservara. Tampoco fue discutida la exclusión de la gran avalancha
de escritos gnósticos sobre todo.

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Excursus: Helenistas y judeocristianos
En Hch 6,1–6 se habla de un contraste que surgió en la comunidad entre “helenistas” y
“hebreos”. Con estos dos grupos distintos se alude a cristianos de origen judío: con todo, los
primeros proceden de la diáspora y tienen como lengua materna el griego; los últimos, por el
contrario, son arameoparlantes del país. Los helenistas parecían conformar un grupo crítico de la
Ley y del Templo. Los judeo–cristianos son más bien fieles observantes de la Ley, centrados en la
vida cúltica del Templo. Probablemente los sacerdotes y fariseos que aceptan la fe son de este
grupo. Los 12 apóstoles son presentados como los líderes de este grupo. El entorno espiritual y
social del judaísmo helenístico de la diáspora, que había marcado básicamente el modo de pensar
y sentir de los “repatriados” a Jerusalén, se caracterizaba por el diálogo constante con la cultura,
filosofía y educación helenísticas. Por otro lado, hay que considerar en general a los que volvían
de la diáspora a Jerusalén como gentes conservadoras y sin ninguna propensión especial a criticar
el culto y el templo (recordemos que muchos de ellos habían abandonado una posición
económica bastante holgada y se había trasladado a una ciudad que, desde el punto de vista
económico, era poco atractiva a los que vivían en ciudades más prósperas y con un mayor
intercambio cultural). Pero, seguramente estos repatriados albergaban sentimientos encontrados.
Por una parte profesaban sinceramente el culto en el templo y sus ritos, mas por otra constataban
en Jerusalén su exterioridad y ausencia de espíritu. Si habían imaginado el templo, en su
idealismo, como lugar santo de la presencia divina, tuvieron que ver a diario cómo un sacerdocio
nada santo utilizaba el templo para su enriquecimiento personal y para un culto puramente
exterior. Este choque podía provocar una actitud distante frente al templo y su culto, pero también
podía convertirlos en fanáticos. También cabe la posibilidad de un conflicto generacional: Si bien
los repatriados a esta ciudad se mostraron conservadores y adictos al templo y al culto, quizá no
lo fueron tanto sus hijos. Estos podrían haber adoptado una actitud crítica y liberal.
En el texto citado (Hch 6,1–6) vemos algunas dificultades enmascaradas: aparentemente el
problema que se suscita se debe al multiplicarse el número de los discípulos y los apóstoles no
logran atender a todos los pobres, y por otro lado descuidan la Palabra de Dios. Pedro propone
que se elijan 7 hombres para servir a las mesas y ellos poder dedicarse totalmente a la Palabra de
Dios. Pero en realidad no se trata de que todas las viudas no sean atendidas, sino las de los
helenistas. No es, por lo tanto, un problema práctico de falta de servidores en las mesas, sino un
problema profundo de discriminación de los helenistas. Tampoco es comprensible la oposición
entre la diaconía de las mesas y la diaconía de la Palabra.
El problema profundo y grave que vive históricamente la comunidad es la discriminación del
grupo de los helenistas, que Lucas presenta en forma mitigada como una discriminación de las
viudas helenistas. Podemos reconstruir la situación histórica detrás del texto más o menos así: la
defensa que hizo Gamaliel de los apóstoles y el reconocimiento de ellos por parte del Sanedrín
(5,34-41), posiblemente reforzó al grupo de los hebreos en Jerusalén. Por eso el texto comienza
en 6,1 situando cronológicamente los eventos con la frase: “por aquellos días :..”, es decir, por
aquellos días cuando el Sanedrín aceptó la propuesta de Gamaliel. La multiplicación de los
discípulos en 6,1, provocada por la nueva coyuntura creada por Gamaliel, sería especialmente la
multiplicación de los discípulos del grupo hebreo, lo que haría inclusión con 6,7bc donde se nos
informa igualmente sobre la multiplicación del número de los discípulos en Jerusalén y la
conversión de multitud de sacerdotes. Este reforzamiento del grupo de los hebreos habría llevado
a una marginalización, y posteriormente a una discriminación, del grupo profético y misionero de
los helenistas. Los apóstoles buscan superar justamente este problema, convocando una asamblea

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para nombrar a 7 helenistas; “hombres de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría”.
Tomando en cuenta el problema de fondo, los 7 son elegidos no solo para, solucionar el problema
práctico de la falta de servidores para las mesas, sino sobre todo para dar a los helenistas una
organización propia que les permita afirmarse como grupo. En la intención de Lucas, con dicha
organización, se está salvando el movimiento de Jesús como movimiento del Espíritu y como
movimiento misionero. Por eso Lucas acentúa tanto que los 7 helenistas, especialmente Esteban,
están llenos del Espíritu Santo (6,3.5.8.10.55). Con la elección de los 7 helenistas se supera la
discriminación de ellos en Jerusalén, pero sobre todo se asegura la misión (en la perspectiva de
Lucas) hacia los samaritanos y gentiles. La solución al conflicto, por lo tanto, no es nombrar
solamente más servidores de las mesas, para ayudar a los apóstoles, sino además designar a 7
dirigentes para presidir el grupo de los helenistas. Así como el grupo hebreo tiene su dirección en
los 12 apóstoles, los helenistas tendrían ahora su dirección en los 7 líderes helenistas. En ningún
lugar en el relato se dice que los 7 son “diáconos” (se usa solamente el verbo “diáconein” y el
sustantivo “diaconía”). Es más congruente con el conflicto de fondo y con el sentido de todo el
relato (del cap. 6 al 15) suponer en el grupo de los 7 una “jerarquía” del grupo de los helenistas,
tan importante como la “jerarquía” del grupo hebreo constituida por los 12. Los apóstoles
imponen sobre los 7 nuevos dirigentes sus manos, como símbolo de entrega del Espíritu, para que
los nuevos elegidos compartan con los apóstoles la misión de conducir a la Iglesia: los 12 en
Jerusalén, los 7 en el compromiso primero con los pobres en la diaconía diaria, pero muy pronto
en el movimiento profético y misionero fuera de Jerusalén.
La solución al problema entre hebreos y helenistas tuvo dos consecuencias positivas (6,7).
Primero: creció la Palabra de Dios. Segundo: se multiplicó en Jerusalén considerablemente el
número de los discípulos y multitud de sacerdotes aceptaron la fe (al definirse claramente la
identidad de los dos grupos judeo-cristianos ya existentes, ahora cada uno con su liderazgo
propio).
No obstante lo dicho anteriormente y la búsqueda de una solución salomónica a este problema,
las cosas no se resolvieron de una vez por todas. No sabemos si era o no numéricamente
significativo el grupo al que alcanzó la “persecución” reseñada en Hch 8,1. Es seguro que ésta no
afectó solo a los “siete”, sino a todos los que coincidían con ellos en la confesión cristológica.
Ante esta predicación que cuestionaba la Ley y el Templo, las autoridades judías no podían
permanecer indiferentes2.
Si bien es muy probable que Pablo combatiera en Damasco a un grupo de “helenistas”, es menos
probable que lo hiciera por encargo de las autoridades de Jerusalén, como refieren los Hechos de
los Apóstoles. La razón es que el sanedrín, o tribunal supremo, jamás poseyó, bajo la
administración romana, semejante jurisdicción, que iba mucho más allá de las fronteras de Judea.
Pablo pudo haber procedido contra los “helenistas” de Damasco por encargo de la gran sinagoga
existente en la diáspora de aquella ciudad. Esta ciudad, con su comunidad “helenista” sería la
comunidad de Pablo, donde su evangelio germinó al margen de la ley mosaica.
La huida de los “helenistas” de Jerusalén permitió la rápida difusión de sus ideas cristológicas y
soteriológicas más allá de las fronteras del territorio judío de origen. Se supone a menudo que
algunos “helenistas” llevaron el cristianismo hasta Alejandría y Roma. Como no poseemos datos
2
Mencionemos solo algunas dificultades: Era consecuente, dentro del enfoque teológico de los “helenistas”,
admitir a paganos (“temerosos de Dios”) en la comunidad de procedencia pagana por medio del bautismo. La
admisión de los paganos sin exigirles la circuncisión era demasiado duro de asimilar para los judeo–cristianos más
apegados a la Ley.

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sobre los comienzos de estas comunidades, esa hipótesis podría ser acertada. Los “helenistas”
huidos de Jerusalén son el eslabón histórico entre la comunidad primitiva de Jerusalén y Pablo.
Este dio con ellos, no solo en Damasco sino también más tarde en Antioquía.

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